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Ángel por Seiren

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Notas del capitulo:

El 31 el capítulo fnal. 

 

A medida la fecha se acercaba, Kei sentía mucho miedo. El pecho le latía con fuerza con bastante frecuencia, y por las noches se desvelaba pensando en lo que haría cuando naciera el bebé. Había sido un error, uno grande y estúpido, pero la criatura nacería y viviría, y él aprendería a quererlo y también viviría. Ya no había manera de recuperar su adolescencia.


El teléfono celular timbró. Era de madrugada, pero faltaban pocas horas para que iniciara su jornada laboral. Sentía el cuerpo molido y las energías que se desgastaban día a día, pero se obligaba y seguía. No quedaba de otra. De esta manera, cansado, se levantó. Le resultó extraño que el teléfono timbrara tan tarde. Sin embargo, se rehusó a tener malos pensamientos, y se limitó a levantar el contestar:


—¿Aló?


Del otro lado se escuchaba una respiración serena que poco a poco se fue revolviendo. De pronto Kei sintió una incomodidad enorme, y la creciente certeza de que conocía a quien estaba del otro lado. Y todo el rencor desapareció. Los días de búsqueda y de dolor, esos días que necesitó de Alex y éste nunca apareció, el sentimiento de abandono, de desamor, todo se esfumó como niebla matutina. ¿De qué servía guardar tanto odio?, se preguntó. No era una balanza, no podía seguir por la vida poniendo piedritas de uno o de otro lado tratando de pesar las culpas y los errores propios y ajenos. Alex era Alex, y su vida nunca había sido justa, ¿qué derecho tenía de reclamar?


—¿Estás bien? —continuó. Se sintió tonto, porque claro que no estaría bien, pero, ¿qué más podía preguntar?


—La verdad es que no —contestó el menor.


—Yo tampoco estoy muy bien, pero aquí sigo, aquí estoy —dijo a su vez Kei, mientras se arrodillaba para acomodarse sobre el suelo.


—Felicidades...


—Ah... no... ¿cómo es que...?


—¿Todavía me quieres? —preguntó Alex sin contenerse. No había llamado para saber cómo estaban las cosas entre Kei y Sara y el bebé.


—Sabes que sí. Te amo.


—Yo también te amo, Kei. Me hiciste tan feliz. Lo siento tanto.


—Lo arruiné todo...


Alex rió del otro lado.


—¿Qué sucede?


—Es gracioso —respondió Alex.


—¿Qué cosa?


—Que ninguno de los dos tiene la edad suficiente para estar viviendo estos dramas, pero... ya ves.


—Quiero verte —lo ignoró —. Quiero estar contigo. Te extraño. Y soy un idiota, pero te quiero, te quiero tanto. Sé que no puede solucionar esto, que tú tampoco puedes solucionar tu situación, y que juntos el resultado sería el mismo, pero me haces tanta falta. No sé qué he estado haciendo todo este tiempo. Espero un hijo, trabajo como loco, ¿por qué me hice esto? ¿Por qué nos hice esto?


—Sólo no debimos conocernos, pero no hay mucho que hacer ahora, ¿verdad? —rió.


—Al menos dime, Alex, ¿te volveré a ver alguna vez?


—Yo no sé. Yo siento que no.


—¿Por qué?


—No me reconocerías.


—No digas eso.


—Soy horrible, Kei. A veces...


—¿A veces qué?


—A veces sólo pienso que te arruiné la vida.


—No digas eso. No fue así. Yo tomé mis propias decisiones.


Hubo silencio. La respiración de ambos se escuchaba pesada, cansada, representaba lo que en verdad sentían por dentro. Kei sólo podía pensar en su propia inmadurez, en su insensatez y sus malas decisiones. Si en lugar de lamentarse hubiera intentado pensar un poco más... ya no había tiempo para nada de esto, obviamente, pero no significaba que ya todo había sido dejado de lado.


—Quiero dejarlo todo —masculló Kei —, pero no puedo.


—Yo también quiero dejarlo todo, y puede... creo que puedo.


El corazón de Kei se detuvo un segundo. No pensó nada malo, sólo se aventuró a sentir ilusión por la posibilidad. Era riesgoso dejar que su ánimo se ilusionara de esa manera. Pero no podía vivir sin sentir algo por Alex. No quería.


—Tengo que irme ya —le informó Alex. Kei se encogió un poco.


—Comprendo —dijo.


—Te llamaré pronto, cuando pueda.


—Te esperaré.


—Perdón por todo. No debí actuar de esa manera. Sólo no sabía qué hacer. Tenía miedo de seguir involucrándote porque sabía que sólo podías terminar mal, que yo te lastimaría...


—No importa ya.


—Quiero que seas feliz, Kei, quiero que seas muy feliz. Prométeme que lo intentarás.


—Sería más fácil si estuvieras aquí.


—Hazme esa promesa Kei. Hazme feliz.


—Lo prometo.


—Está bien.


No hubo «adiós» ni «nos vemos» o «hasta luego». Alex terminó la llamada sin más, porque no podía seguir prolongándola por temor a no saber cómo detenerse después. En el mismo instante que la voz de Kei desapareció por completo, el peso de la situación se abalanzó sobre él, al punto que las rodillas le temblaron. Y bien, ¿ahora que hacía con Misael y con Rafael? Nunca podría ser más inteligente que ellos, ni siquiera podía igualarlos.


Caminó de regreso a su habitación. Le resultó raro que la luz estuviera encendida. Había creído que por encontrarse en esa casa Misael no se atrevería a tocarlo, porque podría resultar muy riesgoso. Y sin embargo... ¿Acaso no podía esperarse cualquier cosa de ese animal?


Fue grande su sorpresa al descubrir que no era Misael quien lo esperaba, sino su propio padre biológico.


Rafael tenía un vaso en una mano y una botella en la otra. Llevaba la bata descuidadamente en torno a su cuerpo y se alcanzaba a ver parte de su pecho. Estaba descalzo y tenía el cabello húmedo. No se le veía feliz, estaba molesto. Alex casi podía palpar su malestar. Vaciló un poco en la entrada, como si se hubiera balanceado de un lado a otro producto de un mareo repentino. Pero no, sólo fue su instinto advirtiéndole algo. O eso creyó.


—¿Dónde estabas? —preguntó Rafael, demandante.


—Caminando por ahí —contestó Alex, fingiendo que no se sentía intimidado.


—Lo sabes todo, ¿no es así? —sonrió el otro —. ¿Cuál es el plan?


—No hay plan —titubeó Alex —. Yo sólo soy un juguete ignorante. No sé nada. En serio.


—¿No quieres matarlo? —inquirió el mayor, completamente convencido. Alex pudo ver la determinación en sus ojos, y se sintió tentado —. Él mismo me ha dicho lo que hace contigo, ¿no estás harto de todo eso?


Alex se quedó en silencio. Vio el suelo alfombrado bajo sus pies y sintió como si un gran abismo se abriera ante sus ojos.


—Es poderoso, es influyente...


—Pero piensa que te tiene domado. Piensa que eres su juguetito, que nunca te atreverías a hacerle daño.


—No sabría como...


¿Matarlo? Lo había pensado, pero Misael se le presentaba siempre tan grande, tan alto, tan vasto, que parecía más una pesadilla que una posibilidad. Era como si, ante los ojos de Alec, la bestia hubiera alcanzado proporciones míticas. Y los mitos no mueren, sólo se reproducen. Misael estaría ahí, siempre, de alguna manera. Siempre.


—Si te preocupa el futuro, puedo darte lo que quieras. No podrás acceder a ello hasta que seas mayor, pero firmaré todo lo que quieras para garantizarlo. Sólo tienes que matarlo y luego desaparecer. Llévalo lejos. Dile que quieres salir de aquí. Que te lleve a un hotel, deja que te seduzca, finge, y mátalo, ¡mátalo, mátalo, mátalo!


El vaso y la botella cayeron al suelo, se quedaron plantados sobre la alfombra, manchándola. Rafael se levantó de la cama y camino lentamente hacía Alex. La puerta a espaldas de Alex ya estaba cerrada. Entre más se acercaba el mayor más grande le parecía. Pensar que era su padre biológico, pensar que no era nadie en realidad.


—La haré —dijo Alex. Rafael se detuvo. Sonrió —. Lo mataré. Sólo dígame cómo.


Rafael y Alex tuvieron una larga conversación. El adulto permaneció con el joven horas y horas, hablándole, convenciéndole, diciéndole todo lo que debía saber, recordándole su odio, las ventajas de verse liberado. Le prometió todo. Le garantizó que él no sufriría nada, que tendría todo listo. Rafael sabía que Misael comenzaba a bajar la guardia, estaba tan embelesado en el «jaque» que había cantado, que ya lo había dado todo por hecho. De todas formas, pensó Rafael, de enterarse la gente que él lo había planeado todo, no supondría semejante cambio. Si Misael ganaba, él igual se hundiría, este riesgo, y riesgo enorme dada la fragilidad de Alex, valía igual la pena. Repitieron esta conversación una y otra vez, hasta que Alex por fin se la creyó. Rafael se encargó de hacerle ver que si no era él mismo quien hiciera las cosas, nadie lo haría. Él sólo le estaba brindando las condiciones necesarias, y sería un tonto si no las tomaba.


 


Abigail jugaba en el jardín. William la veía de lejos, apesarado. La madre de ambos no estaba. Su padre estaba encerrado en su despacho. Alex y Misael habían salido. Cosas de padre e hijo, habían dicho. William bufó. Los padres no violan a sus hijos cada noche. Sintió un fuerte punzón en el pecho, pero se obligó a ignorarlo. No conseguiría nada de Alex, lo sabía. También se preguntaba qué lugar tomaría el pequeño en toda esa batalla. Tal vez ya estaba demasiado dañado como para tomar decisiones coherentes. Desde el inicio no le pareció un niño demasiado centrado, tenía los ojos apagados y el cuerpo frágil, y todo en él olía a dolor. Pero no compartían más que la sangre, así que no, en realidad no le importaba. Sentía remordimiento, claro, lo natural en cualquier ser humano, pero nada más allá, nada verdadero.


 


El auto avanzaba deprisa. El taxista conducía diligentemente mientras Alex y su opresor viajaban en silencio en el asiento trasero. Alex sentía una extraña comezón en el cuello, pero la soportaba y no se rascaba. Sabía que era puro nerviosismo y no quería delatarse. Habían dejado la mansión utilizando una excusa poco creíble. Lo llevaría a ver la ciudad, a comer, a pasar tiempo de calidad juntos. Alex no sabía de dónde había sacado Misael tal idea, pero sí sabía que de camino a todo eso tomarían una ruta alterna. El menor pensó que sería fácil abrir la puerta y dejarse caer del automóvil en movimiento. Su cuerpo estaba muy frágil, sufriría mucho de quedar con vida. Pero al mismo tiempo pensó que ya no tenía porqué seguir pensando en quitarse su propia vida cuando era la vida de Misael la errada. Alex no había hecho nada malo, él sí. Era curioso que su padre biológico, tan lleno de odio, le hiciera ver esto. Claro que lo hizo egoístamente, pero Alex por alguna razón le creyó. Él tenía que pagar, no Alex. Alex lo sabía. Quería que eso sucediera.


Rafael prometió encargarse de todo de una manera que no resultase artificiosa. Conocía los procedimientos legales, sabía que el caso podía ser desestimado hasta con el error más pequeño. Tenía que ser alguien ajeno quien proporcionara las evidencias. «Pase lo que pase, haz que los noten, que la gente vea que están en el hotel, que note que ustedes no son padre e hijo, ¡haz que te noten!». De todas formas, si los abogados de Misael eran tan buenos como para sacarlo de eso, al menos quedaría el desprestigio (ya algo frágil por el primer episodio), las redes sociales, el amarillismo barato pero efectivo. No es que el mundo no conociera tal suciedad, pero vivía resegada, fuera de la luz del día. «Recuerda Alex, no es tu culpa, no hay manera de que salgas perjudicado en esto, todo lo contrario, serás libre al fin y no te pasará nada, yo haré que lo tengas todo». Alex se dejó convencer porque parecía que Rafael era el único que tenía las cosas claras, era el único capaz de decirle qué hacer, sin falsos remordimientos. Pensó en William y en lo poco que se parecía a su padre. Alex también quería ayudar a la pequeña Abigail, salvarla de ese aparentemente desastroso futuro, pero tal vez por primera vez en la vida, él mismo sería su prioridad.


 


El taxista no hizo ningún comentario cuando los dejó a ambos en uno de los hoteles más prestigiosos de la zona. El mayor ya tenía una habitación preparada. Alex sentía que era el momento.


—A ti también te hacía falta esto, ¿no? —inquirió el mayor perversamente. Ya estaba completamente desnudo, y Alex, todavía vestido pero sobre la cama, era como un conejo acorralado en su madriguera. Sin embargo, el niño no mostraba el rencor de antes. Se le veía resignado.


Misael se acercó a la orilla de la cama, pero se quedó de pie. Alex se acercó a él, se sentó y, sin más, lo acogió en la boca. No importaba cuántas veces lo hubiera hecho ya, seguía siendo igual de horrible e insoportable, completamente asqueroso. Misael tomó al menor de las orejas y comenzó a envestirlo con más fuerza. Alex sintió tremendas arcadas pero no vomitó. Y justo cuando palpó el recipiente en su bolsillo, también sintió el semen del mayor en su boca. Toció un poco, escondió la vista, y esperó. El pequeño recipiente ya estaba en su mano.


El mayor comenzó a desvestirlo, a morderlo y a golpearlo. Alex lo soportó todo, tenía que hacerlo. Misael sólo bajaría la guardia después de eso. Le pediría algo de beber, él se lo llevaría y ese era el momento que tenía que aprovechar para terminar con todo. Mientras tanto, aguantar, aguantar, aguantar. «Te aseguro que no será la única droga que encontrarán en su organismo al hacerle el estudio» recordó la voz de Rafael. El adulto le separó las piernas y lo penetró de golpe. Alex gritó sin deshacer el puño que envolvía su salvación. Misael jadeó como el animal que era mientras se movía desenfrenado e impaciente. Más, siempre quería más, lo quería todo de Alex, quería violarlo y violarlo hasta que su pene no fuera capaz de reaccionar con nadie más. Así de enfermiza resultaba su obsesión, y todo porque se parecía a él, a ese que nunca pudo tener, a ese que ahora odiaba con tanta fuerza... Tomó a Alex del cabello y lo zarandeó violentamente hasta hacerlo caer de la cama. Lo buscó en el suelo y lo levantó, se introdujo dentro de él con fuerza, gritó, era como una sobredosis, sentía el cuerpo arder de placer, sentía que todo terminaba por fin. Quería vaciarse dentro de Alex, llenarlo todito, dejarlo inútil, con el cuerpo reventado e inservible. ¿Cuántas veces no había querido torturarlo hasta la muerte? Sentía como su pene palpitaba dolorosamente, insaciable; buscaba manchar a Alex con su semen, quería que se revolcara en él como el cerdo que era. Quería todo de Alex. Todo.


El menor sintió desvanecerse, y en otro momento se habría dejado ir, refugiando su consciencia en ese desmayo, pero tuvo que obligarse a soportar el dolor. Quedó en el suelo, sangrando, adolorido, pero sin lágrimas en los ojos. Estaba seco. Misael volvió a la cama y encendió un cigarrillo. Tomó su pene con una mano y comenzó a masajear. Su propia brutalidad lo había lastimado, pero sabía que muy pronto querría más.


Y entonces, llegó el momento.


Misael pidió la bebida. Alex, como siempre, se mostró incómodo, cumplió la orden con lentitud. Se le dificultó tanto soltar lo que todo ese tiempo estuvo sosteniendo, ese pequeño frasco... Aunque por poco tiempo, se había convertido en su única esperanza. El tiempo comenzó a andar en cámara lenta.


El mayor tomó el vaso. El líquido relucía apetitoso, sintió como su garganta lo reclamaba. Alex apartó la mirada un segundo. Creyó que pasaría de todo menos lo que Rafael esperaba. Misael no era ningún tonto. Todos estaban siendo demasiado ingenuos. No había solución. Todos estaban condenados.


Cuando regresó la vista a los labios del mayor, notó que estos ya tocaban el cristal. Misael comenzó a empinarse el vaso, pero de pronto, lo alejo. Sonrió lentamente, para después, tan repentino como brusco, estrellar el vaso contra la pared. Alex se sobresaltó pero no se movió.


—Sabía que Rafael estaba desesperado, pero no tanto —rió.


Alex seguía sin decir nada.


—¿Qué te prometió? ¿Vale la pena perder mi protección? Y de todas formas, ¿por qué ibas a creerle? Él pagó para que te abortaran, no lo olvides. Y yo, conocedor de todo esto, te salvé. Eres mío, Alex. Siempre lo serás.


Alex retrocedió. Por irracional que resulte, pensó en Kei. Pensó en que tenía la certeza de que sería un buen padre, y esto lo alegró. Sintió verdadera felicidad por la criatura que crecía en el vientre de Sara. El mundo siempre había sido muy distinto para ellos. Kei era un ángel, pero no era su ángel. Kei sería el ángel de alguien más, pero eso estaba bien. No podía sino sentir felicidad por la persona que recibiría esa bendición. Dejó de pensar en esto cuando sintió que ya no podía respirar. Misael lo había sujetado del cuello y lo apretaba como si en verdad no le importara matarlo. Muy en el fondo Alex sabía que no la haría, pero también sabía que no lo iba a dejar marcharse sin darle una lección.


—¿Cuántas veces lo has intentado y cuántas veces has fallado? —masculló Misael, furioso —. Ni vivo ni muerto te desharás de mí. Eres mi mayor venganza. Eres mío. No te dejaré morir, no te dejaré escapar. Eres patético y débil. Jamás conseguirás nada si no es a través de mí. Vivirás para mí y sólo para mí.


El menor cerró los ojos. Misael lo soltó. Alex cayó y se quedó en el suelo, temeroso y dolorido. Tosía y tosía sin cesar. La garganta le ardía, tenía los ojos llenos de lágrimas. No pensó en cómo esperaba que lo matara. No le dio tiempo de pensar muchas cosas, pero las pocas que si inundaron la cabeza no tenían relación con esto. Alex, irracionalmente, se sentía optimista. Sabía que todo ese abuso terminaría algún día. Algo en Misael hizo que pensara así. El pensamiento se deshizo cuando el adulto le propinó una tremenda patada en el estómago. Alex se arqueó, casi vomitó, sintió el dolor extenderse y localizarse, primero en el cuerpo, luego sólo en esa zona, sentía todo palpitar. La conciencia se le derrumbaba. Vio que Misael se preparaba para otro golpe e intentó moverse, comenzó a gatear. El mayor comenzó a reír, el pequeño se veía tan patético a sus pies, como un gusano cuya cola ha sido pisoteada, o como una cucaracha sin cabeza agitando sus infinitas patas al aire.


—Has de sentirte muy seguro de ti mismo porque piensas que jamás me atreveré a matarte —rió Misael —. Pero debes saber que únicamente no me conviene matarte en este momento, una vez que consiga lo que quiera, en cambio...


Alex seguía arrastrándose. La alfombra le dificultaba el movilizarse y el espacio se le estaba acabando. Gritó cuando se lastimó la mano con los cristales del vaso que Misael había estrellado contra la pared. Eran diminutos todos salvo por uno lo suficientemente grande como para hacer daño. Alguien tenía que llegar, había demasiado escándalo dentro de la habitación. ¡Alguien tenía que llegar!


—Ven, dame aquí —le ordenó Misael al ver que se había lastimado —. No quiero que andes por ahí llenando todo de sangre, ¿qué pensará la gente?


Alex se enrolló en sí mismo, desatando las carcajadas del otro. Misael se acercó, confiado en su tamaño, en el temor que despertaba en los demás a base de maltrato, en el pavor que despertaba en Alex por todo el abuso al que lo había sometido. Entonces Alex se abalanzó sobre él, las manos sangrando, pero sin atreverse a soltar el trozo de vidrio que tanto lo lastimaba.


Misael gritó al sentir un dolor lacerante en la mejilla. Retrocedió un poco y llevó la mano hasta su rostro: sangre. Los ojos se le encendieron, furiosos. Se acercó a Alex con crudeza, en un arrebato desmedido, y golpeó al menor en la cabeza. Alex, en cambio, no retrocedió. Volvió a defenderse, rayó el brazo de Misael, una lína de sangre comenzó a brotar de la herida, pero el corte no era grande, apenas un rasguño... pero el verlo sangrar, el defenderse... aunque lo matara después, Alex podía sentirse a gusto. Por fin había hecho algo. Se alejó corriendo hacia el otro extremo de la habitación, tomó la botella de licor con fuerza. Misael estaba como aturdido, como si no creyera lo que estaba pasando, como si le tuviera miedo a su propia sangre. Pero bien que disfrutaba cuando era sangre ajena.


—¡No me volverá a tocar! —gritó Alex. La voz le salió ronca y débil, casi como un silbido. Su pecho se agitaba fuertemente, se hundía entre sus costillas y se asentaba ahí un segundo antes de ser liberado. No podía más, pero tenía que hacerlo. Tenía que defenderse y huir. Aunque después lo encontraran, aunque en la calle sufriera cosas peores, tenía que escapar —. No soy su juguete, ¡no soy suyo!


Alguien debió advertir el escándalo puesto que el teléfono en la habitación comenzó a timbrar. Misael se distrajo con el sonido. Alex ocupó el momento pare recuperar un poco el aliento.


El teléfono siguió timbrando. Misael sentía la rabia crecer. Tenía que contenerse, lo sabía, pero le estaba resultando tan difícil convencerse.


—Te arrepentirás... —murmuró. El teléfono dejó de sonar.


El mayor comenzó a caminar en dirección del menor. Alex sintió su cuerpo tensarse. Agarró la botella con fuerza con una mano, mientras el trozo de cristal seguía haciendo sangrar la segunda. Pero antes de que Alex pudiera defenderse Misael ya estaba sobre él. Le había propinado primero un severo golpe en la cabeza que hizo que Alex perdiera el equilibrio, y en segundos el adulto ya se encontraba sobre él, con la mirada penetrante llena de odio.


—¿Crees —comenzó el mayor— que porque ya estás crecidito puedes enfrentarte a mí?


Alex liberó un brazo y consiguió cortar la otra mejilla de Misael. El adulto gritó, tomó el brazo de Alex y lo mordió con fuerza, casi cortando la piel. Alex soltó el cristal ensangrentado. La botella seguía en su otra mano, mano que Misael aprisionaba. Pero el adulto se distrajo un segundo, Alex recogió sus piernas y lo empujó, aunque apenas con la fuerza suficiente para sacárselo de encima. Sin embargo, Alex aprovechó esto, se puso de pie con una rapidez increíble, y antes de que Misael se reincorporara, lo golpeó en la cabeza con la botella. Alex pensó que la botella se rompería, pero no fue así. Dudó en su propia fuerza y por eso lo volvió a golpear, y lo volvió a golpear tres, cuatro, cinco veces. La botella seguía sin romperse, y él ya no podía más, pero siguió golpeando, golpeándolo...


Misael cayó ensangrentado sobre al alfombra, y Alex por fin comprendió la magnitud de sus acciones. Debería sentirse feliz, pero no fue así. Presa del pánico lo único que se le ocurrió fue abandonar la habitación. Y así lo hizo, sin percatarse de que seguía desnudo, golpeado y ensangrentado. Caminó casi tres metros cuando se percató de ello, pero dudó tanto en regresar, ¿y si seguía vivo? Alex se asomó por la puerta y vio que Misael seguía tirado en el suelo. Si estaba muerto o no, no lo sabía, sólo quería que dejara de moverse. Alex entró a la habitación y se sentó en la cama. Miró el teléfono, pero no tenía fuerzas para nada y sólo se quedó, ahí, sentado, esperando que algo pasara.


 


 


***


Misael no murió. Pero tal vez, muy en el fondo, habría deseado haber muerto, con todo el escándalo y las batallas legales que el incidente suscitó y que no lo dejarían en paz sino hasta su muerte.


—No me debe nada —le dijo Alex a Rafael —, no lo hice por usted, lo hice por mí.


Y sin embargo, cuando Alex por fin pudo emanciparse, lo esperaba un apartamento y una generosa cuenta bancaria. No tenía nada y le costaría iniciar una vida solo, así que las aceptó, aunque nunca más supo algo de esa familia. No le interesaban. Ahora sólo estaba él.


Muchas noches se quedó despierto tratando de descifrar por qué no lo había hecho antes. Llegó a una sola conclusión: le gustaba vivir. A pesar del abuso, a pesar de todas las veces que pensó en quitarse la vida, la verdad era que quería seguir viendo para intentar ser feliz. Y siempre creyó que tarde o temprano Misael lo mataría, que se le iría la mano y lo dejaría solo, agonizando sobre la cama, hasta cerrar los ojos para siempre. Pero entonces, poco a poco fue viendo que lo mantenía con vida por una razón, y que seguiría así mientras no alcanzara su propósito. Esta creencia le dio fuerzas. Siempre pensó que no viviría mucho, ¡pero quería vivir! ¡Lo quería tanto! Y él no lo mataría, no podría. Y sólo esto fue suficiente.

Notas finales:

Pido perdón por lo floja que pueda resultarles la resolución. No escribí este capítulo de manera apresurada, lleva meses en mi computadora. Espero que sepan comprenderme y pordenorme por mi irresponsabilidad xD

 

Gracias por leer.

 

Ya muy pronto el capítulo final :)


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