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Primer amor por arandanofea

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Notas del fanfic:

Los personajes de Naruto son propiedad de Masashi Kishimoto.

Notas del capitulo: Hola a todos, un saludo enorme a todas las personitas que se pasen por aquí.



…sta vez les traigo con mucho cariño este sencillo shot SaiGaa, mi pareja favorita; y la verdad me siento muy emocionada porque es mi primera historia "corta" y a decir verdad siempre había querido escribir un one-shot, así que en verdad me emociona y hace feliz mostrarles esta historia, inspiración de una larga noche y un viaje en autobús.




Y bueno, solo antes de dejarles leerte, quiero pedir una disculpa a las personitas que siguen mi otra historia ("Amigo de todos") pues se que lo tengo algo abandonado, pero en verdad que no ha sido mi intención que eso pasara, pero les prometo que ya pronto subiré el capítulo final, así que una vez más les pido paciencia niñas y les agradezco por todo su apoyo.




Ahora si les dejo leer, michas gracias por pasarse por aquí.
Caminando del brazo de su madre, estiraba sus piernitas intentando seguirle el paso como obligándolas a crecer y madurar rápidamente, y mientras lo hacía no pudo evitar sentirme alegre pues se dio cuenta que esa era la primera vez que su madre le llevaría a la escuela.


Sonriente levanto su mirada tan brillante como oscura y la poso en el rostro pálido y femenino de su madre parada frente al semáforo encendido en rojo que la había obligado a parar; y la mujer le devolvió una con ternura admirando su carita risueña y tan parecida a la suya. Un gesto que en el menor podía lucía tan falso aun tratándose del tierno rostro de un niño.


A decir verdad, a pesar del aspecto frio y despierto que mostraba, Sai era un niño realmente hermoso; un pequeñito con la gracia natural de un infante de apenas 7 años, y aunque su rostro serio y en extremo pálido le hicieran parecer mayor y sus oscuros y afilados ojos le restara ese aspecto ingenuo y propio de la niñez, no dejaba de mostrarse curioso y distraído ante cualquier cosa que llamará su atención, aunque nunca nada o nadie en especial, ni siquiera por su hermano mayor, con quien pasaba la mayor parte del día luego de que las clases terminaran y quien lo llevaba normalmente a la escuela. Por eso la mujer se extraño cuando ese día, al subir al tren, Sai pareciera no quererse separarse de aquel niño.


Bajaron aprisa por las escaleras que conducían al subterráneo y Sai pudo sentir como su madre apretaba su manita con fuerzas, procurando no perderle entre ese mundo de gente. Pararon frente al andén donde siempre esperaba con su hermano por el tren de cada mañana. Curioso, paseo su mirada brillante por el lugar descubriendo con gusto la máquina de golosinas puesta un poco más delante de ellos y en donde su hermano siempre le compraba mentas con chocolate.


Pero justo enseguida, desvió sus ojos atraídos curiosamente por una roja cabecita parada a unos pasos de la máquina expendedora. Y lo primero que pensó es que “aquella era la primera vez que veía un cabello tan bonito” y después solo pudo imaginar que si solo el cabello era tan bonito, aquella persona debería ser toda hermosa, y él quería conocerla.


Y entonces sin más comenzó a caminar, pero apenas dio su primer paso cuando el tirón del brazo de su madre lo detuvo y enseguida noto como lo dirigía hacia el lado contrario; y apenas se daba cuenta que debía abordar el tren, ¡!el tren demonios¡! ¿Por qué? Y solo atino a girarse hacia donde había visto aquel bonito cabello de fuego mientras era arrastrado y entonces sus ojos se abrieron como platos y su corazoncito se alegro inconscientemente cuando descubrió con gusto como el niño pelirrojo se perdía en una de las puertas más adelante del mismo tren al que lo obligaban a subir.


…l tenía que verlo, quería conocerlo.


Apenas estuvieron dentro, Sai valiente se soltó de la mano de su mamá y comenzó a caminar buscando aquellos rojos cabellos, y de nuevo un travieso pensamiento cruzo por su cabecita infantil “deben oler a fresas” pensó mientras caminaba entre el tumulto de pasajeros apurados.


Era pequeño, y la cantidad de personas le obstruían la vista y el paso corto, pero a él no le importo, como tampoco le importo escuchar la voz de su mamá llamándole detrás pues quería ver al pelirrojo; y de pronto lo vio, sentado frente a uno de las ventanas de cristal de aquel vagón, meciendo sus piernitas con gracia, sosteniendo en su manita como de porcelana una paleta mientras que la otra la mantenía agarrada con firmeza a la mano delgada de una chica rubia que leía distraídamente una revista de moda; y su felicidad fue inmensa pues se dio cuenta que lo vería.


Termino de colarse por entre los gigantes del vagón hasta alcanzar al pelirrojo, y entonces no pudo más que acercarse hasta quedar parado junto a él y Sai no supo en qué momento pero su corazón comenzó a latir con mucha fuerza en su pecho.


Le miró atentamente, casi hasta seguir el compas del columpio de sus pies; parecía menor que él o por lo menos más bajito, y con tristeza descubrió que vestía un uniforme diferente del suyo. De pronto recordó las fresas y quiso acercarse más para olerle, pero apenas termino de dar un paso, la suave mirada aguamarina que le regresaron le impidió continuar.


Aquel niño pelirrojo sin más se había girado, mostrando su dulce carita a Sai, y en ese momento Sai no pudo pensar otra cosa que “aquellos eran los ojos más bonitos que haya visto nunca”.


Con un tierna expresión de sorpresa, el pelirrojo miraba atento a Sai, no sin resentir la profunda mirada oscura que embelesado le veía. De hermosas aguamarinas como ojos, adornadas por una suave mirada y enormes pestañas, piel suave y pálida, ligeramente ruborizada en las mejillas y esa infantil boquita de tiernos labios sonrosados; el pequeño pelirrojo era en verdad, o aun más, la persona hermosa que Sai imaginó que sería.


Y parado justo frente a él, Sai solo atino a sonreír con la dulzura que le producía ese tierno sentimiento que hacía latir su corazón y de la manera más sincera que jamás lo haría, sin miedo a que le rechazaran, sin ninguna razón más que la de sonreírle a él, y por primera vez, aquella sonrisa lució como la de un niño.


La primera reacción del pelirrojo, fue la de hacer una graciosa mueca, como todo niño receloso, frunciendo el ceño de una manera tan tierna que le dio un aspecto aun más encantador; y sin embargo, a pesar de aquella infantil reacción, el pequeño granate no pudo evitar pensar “que le gustaba la sonrisa de ese extraño niño”. Pero enseguida se giro, un tanto intimidado por aquel dulce gesto y por los brillantes ojos que no dejaban de mirarlo con emoción, haciendo que Sai borrara su sonrisa brevemente.


- Sai… ¡!Sai¡! Sai, ven acá – escuchó la voz de su mamá, pero ni se inmuto, pues su atención era solo para aquel caprichoso pelirrojo que parecía ignorarle y que se convertiría a partir de ese momento en su primer amor. Y el taheño más atento que Sai, se giro como si fuera a él a quien llamara esa desconocida voz de mujer y en ese momento Sai volvió a sonreírle sin pensarlo.


Esta vez, el granate se atrevió a mirar un poco más a aquel extraño niño que parecía fascinado con él; y de nuevo se fijo en su dulce sonrisa, y se dio cuenta de porque le había gustado antes y su corazón comenzó a retumbar en su pechito cuando miro directamente a los ojos negros de ese niño más alto que él por primera vez.


Y si hubiera podido escuchar siquiera el corazón de Sai, se habría dado cuenta de que le ocurría lo mismo que él, o quizá más, pues el muchacho no cupo de felicidad cuando aquel ángel pelirrojo le miró tan tiernamente y con la curiosidad despierta.


La voz de la madre de Sai se siguió escuchando, cada vez más cerca, cada vez más molesta, y fue hasta entonces que Sai se giró, descubriendo a su madre a unos metros de distancia ya y claramente enfadada, pero no le importo demasiado pues enseguida se volvió hacia aquel hermoso niño de ojos jade, que divertido miraba la escena; y apenas Sai le miró, se giró de nuevo evitando que le viera sonreír, pero su curiosidad pudo más que su orgullo infantil y de nuevo regreso la vista a la carita de Sai, mirándole casi con la misma emoción que él.


Tímido desvió la mirada cuando Sai intento acercarse, pero fue justo en ese momento que su mamá por fin le alcanzaba y cogiéndolo del brazo lo arrastro enseguida de regreso, no sin sentir la torpe resistencia de Sai, negándose a abandonar aquel bonito niño pelirrojo que sentadito en su asiento, le miraba mientras se alejaba, observando cómo se perdía entre aquel tumulto de adultos, más antes de dejar de ver la carita triste de Sai, el pelirrojo le sonrió con complicidad y de una manera tan dulce que hasta sus mejillas se iluminaron, produciendo en Sai una alegría como nunca en su corta vida y sacándole otra enorme sonrisa que anunciaba que no saldría de sus labios el resto del día. Después ya no pudo ver esos ojos, los más bonitos que jamás haya visto; y esa, “la sonrisa más hermosa que le hayan dedicado”.


El resto del día pareció un suplicio para Sai, pues nunca fue capaz de sacarse a aquel niño de su cabeza y no pudo evitar preguntarse con miedo si podría verlo otra vez. Y deseo con todas sus fuerzas que llegara mañana, pues él tenía que verlo otra vez, quería verlo nuevamente.




Y así fue como a la mañana siguiente se levanto más temprano que de costumbre y él solito, y para cuando su mamá estuvo lista para salir, Sai le esperaba perfectamente arreglado y preparado para salir con ella. Algo extrañada, en un principio la mujer le había preguntado.

- Sai ¿de verdad quieres venir conmigo? no tienes que hacerlo, puedes irte con tu hermano como siempre, hoy ya se siente bien, podrá ir a clases. Seguro que es mejor para ti, mi amor ya no tienes que levantarte tan temprano – termino acomodando los lacios mechones negros que caían grácilmente en la blanca frente del menor.

- pero quiero verlo otra vez – fue su única respuesta mirando a la mujer tan serio como siempre.



Y esta vez parecía que era Sai el que apresuraba a su mamá, y durante el viaje hasta la estación del tren el hermoso niño parecía tan alegre y la sonrisa del día anterior no abandonaba su cara.


Apenas estuvo en la plataforma del andén, Sai se entrego a buscar la cabecita roja que tanto extraño, pero nada pasaba, no había ni rastros de aquel pelirrojo inconfundible y con la carita triste se dejo caer en la banca vacía pensando que tal vez sus esfuerzos de esa mañana habían sido en vano; incluso el tren había llegado y su mamá tomándolo de la mano le dirigió nuevamente, y él de nuevo sintió que lo obligaban a subir a ese lugar.


Entro y enseguida paseo sus brunos ojitos en el vagón medio lleno, aun con esperanza y sin más se acomodo junto a su madre. Pero fue justo en ese momento, justo cuando había perdido esperanzas de encontrarle de nuevo que vio al mismo pelirrojo aparecer de la mano de aquella rubia por la puerta metálica que segundos antes él había atravesado y el pequeño no lo creía; y solo hasta que reconoció el mismo latir alegre de su corazón, se dio cuenta de lo que pasaba. El pelirrojo bonito había regresado, justo como él pensaba y lo volvió a ver, y todo fue mejor cuando los claros ojos del granate le reconocieron y una tímida sonrisa se pinto en la boquita dulce y mientras pasaban a su lado, Sai le siguió con la vista como si de un imán se tratara.


Y de nuevo se encontraban separados, pero antes de que terminara el viaje, Sai se acerco hasta el taheño, esta vez con menos suerte, pues su mamá le alcanzó apenas se poso delante del menor arrastrándole de regreso a su asiento; pero Sai pudo darse cuenta de la hermosa sonrisa que le era dedicada, justo como el día anterior, justo lo que quería. Y ya no le vio más.




La mañana siguiente fue lo mismo, pero esta vez Sai fue preparado y recordando de la primera vez que le vio, había comprado con el dinero que le daba su mamá para el almuerzo, una de esas paletas que eran sus favoritas, de fresa y de una bonita forma en espiral; y justo antes de bajar del tren, Sai se soltó de su madre como siempre desde aquel día y fue directo al pelirrojo entregándole aquel caramelo, el primero de muchos, con una hermosa e ilusionada sonrisa, admirando la sorpresa en la carita del otro, y no se alejo hasta que recibió su recompensa: la sonrisa del taheño.

- Sai, si quieres irte conmigo debes prometerme que te portaras bien ¿de acuerdo? – decía la mujer, señalando con su dedo índice al aire a un Sai completamente distraído.

- yo solo quiero verlo, prometo que me portare bien – respondió deteniendo brevemente su quehacer con los crayones y los lápices de colores regados a su alrededor. La mujer suspiro resignada tal vez, pues sabía a quién se refería el niño, y ella simplemente no podía entender por qué tanta fisión por aquel pelirrojo, pero más que molestarle, le preocupaba que Sai pudiera incomodar a aquellas personas, aunque parecía que ambos niños se entendían. Sonrió atenta de las acciones de su hijo menor recordando los momentos en que luchaba por traerlo de regreso a su lado.




La mañana siguiente fue algo diferente, pues se encontraban retrasados y apenas estuvieron listos salieron casi corriendo de su casa; la mujer más preocupada por llegar a tiempo a su trabajo que por entregar a Sai.


Así que cuando llegaron a la estación de trenes, prácticamente apenas alcanzaron a abordar y ni siquiera se terminaba de cerrar la puerta tras de ellos cuando Sai ya buscaba al pelirrojo, pero no tardo mucho en notar el par de aguamarinas observándole desde un extremo del tren vagón y sin más se dirigió hasta donde se encontraba el dueño de aquellos preciosos ojos descubriéndole sonriente. Y el bermejo apenas le vio acercarse, para sorpresa de Sai, también se levantó como si fuera a darle la bienvenida.


Los labios de Sai se entreabrieron a punto de decir ese “hola” que siempre se quedaba en el aire desde que se conocieron y fue en ese momento que escucho su nombre por primera vez.

- ¡¡Gaara!! Regresa aquí – decía una voz, antes de ver como jalaban al granate de su lado al tiempo que sentía como su mamá tiraba de él, impidiéndole siquiera comenzar su saludo.


Y de nuevo se vieron separados, aunque sus tiernas miradas se mantenían unidas en todo momento.


Ese día había sido tan diferente para Sai; ahora se daba cuenta de él también le agradaba al pelirrojo bonito y más importante, por fin sabía el nombre de ese angelito ¡!y era hermoso!¡ “el nombre más hermoso que jamás haya escuchado” pensó recostado en el tatami de su habitación.




Y por eso mismo, a la mañana siguiente, después de que Gaara y la chica rubia se sentaran lejos de él y antes de que su madre hiciera lo mismo, el se dirigió hasta donde el pelirrojo y, esta vez, no se quedo parado allí; esta vez se sentó junto a aquel, su amor chiquito, cerca, muy cerca como tratando de alcanzar el olor de fresas, y luego, sin más le tomó de la mano.


Y se paralizó ahí mismo apenas sintió el tacto tibio de aquella piel suavecita, tan suave como imagino y tan oloroso a fresas como creía. Y Gaara solo atino a sonrojarse, sintiendo la manita temblorosa que envolvía la suya con fuerza y a la vez con suavidad; y se sintió alegre de que Sai, el extraño niño que siempre lo buscaba, fuera quien sostuviera su mano de esa manera.


Y no hubo poder alguno que los separara entonces, por lo menos durante los minutos que duraba el viaje; y al final, la madre de Sai termino sentándose junto a aquella chica rubia, y tímidas, comenzaron a hablar mientras los niños felices de poder estar juntos, disfrutaron por primera vez de la cercanía del otro y aunque no hablaron mucho durante ese tiempo, además de un tímido “hola Gaara” “hola Sai”, y luego de que Sai entregara su caramelo, les basto con su compañía para entenderse perfectamente.


Y fue justo ese día cuando, después de clases, Sai dedicara toda la tarde – la primera de muchas en adelante - en un dibujo muy especial e hizo uso de todos sus recursos como pintor, así como sus colores más nuevos y especiales en ello; ansioso por que mañana llegara ya.


Y mañana por fin llegó, y Sai no podía ser más feliz, y entonces antes de salir de casa se aseguro de llevar consigo ese regalo tan especial que desea entregar a Gaara, el primero de muchos más.


Esta vez tampoco tardo nada en acomodarse junto a Gaara y enseguida le tomo de la mano siendo recibido por este que de inmediato le extendió su manita.


Sin más, Sai sacó de su mochila su ansiado obsequio que orgulloso y sonrojado entrego a Gaara.
El pelirrojo recibió aquella hoja de papel, donde se dejaba ver el dibujo de un retrato de ambos, sentados en los asientos del mismo tren en que viajaban ahora y tomados de la mano justo como el día anterior, justo como ese momento; un dibujo con los trazos tiernos de la mano inexperta de un niño, pero aún así, con detalles tan finos y delicados para ser el dibujo de un infante, pues en verdad que Sai parecía tener talento innato en ello. Un dibujo por demás hermoso.


Y Sai supo que a Gaara le había gustado conforme admiraba la sonrisa que se formaba en su cara, ensanchándose más y más hasta ocupara toda la carita y sus mejillas parecieran cerecitas.


Y entonces, antes de que Sai se diera cuenta, Gaara se acerco hasta él y con toda la ternura que sus 7 años y su primer amor le regalaban, besó suavemente la mejilla de Sai intentando dar con eso las gracias por tan maravilloso regalo; y Sai no supo que decir o que hacer, solo atino a observar a Gaara con la cara coloreada por la emoción de esa caricia le había provocado y de a poco revivió la sonrisa que había perdido por la sorpresa.



Esa misma tarde Sai la invirtió en lo mismo que el día anterior, solo que en esta ocasión, su pelirrojo protagonista aparecería besándolo justo como esa mañana y el niño se regocijaba remarcando detalles en aquel precioso cabello carmesí y los suaves ojos que tanto le gustaban, esmerándose en hacer a su niño perfecto, esperando entonces que su nuevo regalo surtiera el mismo efecto que ese día.


Y así fue, pues apenas Gaara vio su dibujo, sonrió más que feliz y enseguida regalo otro beso suave y cariñoso en la mejilla ruborizada y preparada de Sai y después fue él quien tomo a Sai de la mano, admirando contento su dibujo. Y ya para el momento de despedirse, Gaara le regalo otro besito a un eufórico Sai y por eso tuvieron que luchar por separarlos, impacientes ya por la reunión de la mañana siguiente.


Y esas maravillosas ocasiones, se convirtieron en rutina para los tiernos infantes, que sin saber que ya comenzaban a sembrar un amor tan puro y sincero se atrevieron a cuidar de el, esperando sus frutos sin saber que les esperaba en un futuro. Pero por lo pronto, aquel futuro se prolongo en dos años; dos buenos años en los que tuvieron la oportunidad de conocerse, convertirse en cómplices y amigos, transformando las simples mañanas de escuela en un encuentro divertido; contándose y descubriendo cada detalle de lo que ocurría en sus mundos infantiles, atesorando cada uno de los dulces, regalos y caricias sinceras que compartían y se habían convertido en sus únicos deseos.


Sai estaba tan seguro de conocer cada detallito de Gaara que creía saber lo que hacía aunque no lo estuviera viendo y a Gaara le encantaba cuando Sai le contaba todas las mañanas lo que había hecho el día anterior.


Dos años en que cada día había un dibujo nuevo y un nuevo beso adornaba con felicidad la carita de Sai; dos año que les sirvieron para darse cuenta por el resto de sus vidas de lo que era el primer amor, más aún, “el amor a primera vista”, como decía Sai cada que recordaba a Gaara y ya con 19 años.


Porque así fue como paso y de pronto después de dos años, una mañana así sin más tal como aquella en la que se habían conocido, Gaara y su hermana dejaron de asistir a aquel encuentro, de aparecerse en aquel andén, en aquel tren; en su vida. Y Sai de 9 años, simplemente no pudo comprenderlo.


Pero ni siquiera los siguientes 10 años que consumió de vida, Sai fue capaz de sacarle ni por un instante de su cabeza; porque era su pelirrojo, era su Gaara. Su primer amor. Porque la magia del primer amor consiste en nuestra ignorancia de que pueda tener fin.






******


Salió de la escuela mucho más temprano que de costumbre; se había brincado su último periodo porque se sentía fastidiado y además odiaba a ese apretado profesor de dibujo técnico.


Mientras caminaba recordó que había prometido llamar a su madre esa tarde, pero la verdad que no se sentía de humor para hacerlo, además estaba seguro que cuando llegara a casa su hermano le regañaría por haberse saltado las clases; con algo de suerte y aun no saldría de su trabajo.


Después de que su hermano entrara a la universidad, su madre había decidido que Sai fuera con él para, además hacerse compañía, le resultara más fácil al momento de ingresar a una universidad en Tokio, como habían sido los planes de ella desde siempre. Por esa razón era que ahora vivía con su hermano en un departamento no muy lejos de la universidad, aunque más cercano del lugar donde trabajaba su hermano.


Se perdió en las escaleras que dirigían a la estación de tren que siempre usaba bajándolas casi a brincos; era un chico hábil. Con desgano se dio cuenta que tendría que esperar cerca de 15 minutos su tren y fastidiado se dejo caer en una pequeña banca.


Minutos después, el altavoz anunciando la llegada del tren a la estación lo advirtió haciéndole ponerse en pie mientras se acomodaba su mochila y enseguida se encontraba cruzando la puerta metálica.


Sin más, se acomodo en uno de los asientos justo frente a la puerta por la que había entrado; recargo su cuerpo cómodamente y echo su cabeza hacia atrás, topando con el cristal empañado de la ventana y cerro sus ojos.


El silencio del lugar a excepción del ruido común de aquel subterráneo casi lo arrullaban y enseguida abrió los ojos paseando su vista por todo en rededor notando apenas el lugar casi vacío.


Y fue entonces que se dio cuenta de la presencia de un chico pelirrojo justo del otro lado del vagón; y de nuevo sintió como su corazón se aceleraba, para enseguida regresar al insulso latir de siempre, pues él mismo se recordaba que se trataba de cualquier otra persona, menos de “él”; como siempre.


Y con eso último pensamiento, dejo caer su cabeza nuevamente hacia atrás cerrando fuerte sus ojos.
Pero sintiendo la misma curiosidad que cuando niño, de a poco se enderezó dirigiendo su mirada hacia aquel pelirrojo; y entonces se dedico a mirarle como hacía con Gaara, cuando ni siquiera podía acercarse a él, cuando ni siquiera un hola le había dedicado.


Y de pronto se perdió entre recuerdos hermosos y aquellos cabellos de fuego; perfectos, suaves y tan vivos como la misma sangre “inconfundible” se repitió después de admirar la esbelta y misteriosa figura de aquel chico parado al otro extremo del tren, separado de él.


Antes de que se diera cuenta se dio cuenta, y de pronto se encontraba caminado en dirección a aquella chico pelirrojo y mientras lo hacía casi pudo sentir el olor a fresas nuevamente y como su corazón parecía latir con la misma fuerza de su pasada infancia, reviviendo con vehemencia la esperanza del primer amor que durante esos 10 años se había mantenido en él. “Gaara”.

- ¿Gaara? – llamo con voz temblorosa de estar cometiendo el mismo error de tantas veces, asustado de volver a sentir la misma decepción azorar su corazón aún enamorado.


Ese “¿Gaara?” le pareció tan lejano que sintió una eternidad hasta que pudo salir de aquel trance en el que se perdía siempre que viaja en tren.

- Gaara, eres… tú. En verdad… eres tú – volvió a escuchar la misma voz a su lado, mientras sentía como una tibia y temblorosa mano atrapaba la suya con fuerza pero a la vez con delicadeza.

- “¿Sai?” – pensó dirigiendo su mirada opacada por los recuerdos hasta aquel gentil agarre que cobijaba tan perfectamente su mano del frio. Nadie más en su vida le había tomado la mano de aquella manera.
Nadie más que Sai.

- ¿Sa… Sai? – balbuceo el nombre que tanto extrañaba pronunciar, reconociendo el hermoso rostro de aquel niño transformado en un perfecto joven de mirada tan hermosa y brillante. Su Sai. Y termino de confirmarlo cuando aquel chico le mostrara esa sonrisa que tanto había extrañado, esa sonrisa de dientes nuevos y perfectos y que adornaban su rostro pálido y frio transformándolo en uno aún más hermoso. Y él no pudo más
que quedarse ahí parado, observándole con el encanto de un niño sorprendido, como aquella vez cuando Sai se presento ante él por primera vez y le robara la oportunidad de escoger a su primer amor, como Gaara pensaba y le reprochaba todas esas veces que sintió que le extrañaba demasiado, durante esos 10 años; pero ya luego él mismo se dio cuenta que el amor no se elige. Ahora lo sabía bien.

- eres tú…- continuó en un murmullo casi doloroso y Sai no hizo más que ampliar su sonrisa mientras apretaba el agarre de su mano y de pronto, termino rodeando el cuerpo de Gaara en un posesivo y desesperado abraso, y por primera vez en su vida pudo sentir el calor completo del él y aspirado hondo y con locura el dulce aroma que tanto había extrañado.

- fresas – murmuro sin soltarle. Y en ese momento Gaara no supo qué hacer, si dedicarse a sentir o tratar de comprender lo que estaba sucediendo; y no pudo más que esconder su rostro entre el cuerpo de Sai dejándose hacer, dejándose sentir, aunque fuera brevemente.

- Sai – hablo bajito aun estático entre los brazos de Sai, escuchando y sintiendo por primera vez los latidos desesperados en el pecho de Sai, y fue hasta entonces que se percato de los suyos, tan acelerados que parecía como si su corazón saltaría de su boca en cualquier momento.

- Gaara eres tú… yo… te espere tanto – escucho decir suavemente percatándose por primera vez de la melodiosa y perfecta voz de Sai, reparando apenas en las palabras que le había dicho. Sus dulces palabras.
Apenas se sintió libre del agarre de Sai se enderezó, encarándolo después de tanto tiempo, sintiendo la intensidad de esos ojos azabaches sobre él nuevamente; y eran los mismos que el adoraba, el mismo color brillante y profundo, los ojos de Sai. Un escalofrío recorrió su espalda.

- Sai… ¡!no!¡- negó algo brusco apenas sintió la mano de Sai sobre la suya nuevamente, tirando de ella.
La mirada confusa y dolida de Sai le advirtió lo que estaba pensando.

- Sai yo… lo siento, es solo que… no podemos hacer esto ya…

- ¿esto? Gaara… ¿Por qué no? – pidió intentando tomar su mano nuevamente, con mayor suavidad; y esta vez lo logró – te extrañe – completo sonriente. Gaara le miró completamente contrariado; no comprendía, no podía comprender como es que Sai pudiera lucir tan tranquilo después de todos esos años, ¿además que esperaba de todo eso?

Definitivamente Sai siempre fue su chico extraño.

- por… porque apenas nos conocemos y… ha pasado tanto tiempo desde la última vez que… no nos hemos visto en ¿Qué? ¿9, 10 años?

- yo te conozco – le interrumpió suavizando su sonrisa de una manera que estremeció a Gaara – eres Gaara, el pelirrojo más hermoso que haya visto jamás y el niño del que me enamore a los 7 años – termino manteniendo la dulce sonrisa y el rostro relajado.


Y en ese momento Gaara sintió que su corazón se detenía; siempre había querido escuchar eso, pensó algo irónico, pues ahora que estaba pasando no sabía lo que debía hacer o sentir siquiera; y por eso mismo solo atino a quedarse callado, contemplando el mismo rostro de niño de Sai que le recordó la primera vez que se vieron.


El altavoz anunció la próxima parada volviendo a Gaara brevemente a la realidad; pero enseguida sintió donde Sai tiraba de su mano cual niño y lo guiaba a la salida.

- ven conmigo, te quiero mostrar algo – fue lo último que le dijo Sai antes de salir del tren, y lo único que le dijo durante todo el camino; y él solo se dejo hacer sin protestar, observándole en silencio y con una alegría creciente en su pecho, la alegría que le producía el saberse de nuevo junto a él; y tampoco él hizo el intento de hablar, pues tan solo la compañía de ese chico y el tacto de su mano le fueron suficientes; y solo fue hasta estar frente a la puerta de aquel departamento blanco que se decidió a hablar.

- Sai ¿Dónde estamos? – pregunto con curiosidad observando enseguida como Sai sacaba una llave de su pantalón aun sin soltarle.

- en mi casa, por favor ven conmigo… quiero mostrarte algo Gaara – pidió sonriente dirigiéndole hacia el interior del lugar. Al instante, Gaara se maravillo con el contenido de cuadros, pinturas y retratos que adornaban la pequeña estancia en la que lo condujo y que colgaban por todas partes y Sai se maravillo con la reacción de él. Le guió hasta acomodarlo frente a un mullido sofá blanco en medio del cuarto indicándole que se sentara pero Gaara negó levemente con la cabeza, aun perdido en las creaciones que desconocía eran de Sai.

- bien, entonces solo ven conmigo je – dicho esto tomo nuevamente la mano de Gaara y lo condujo por un estrecho pasillo que dirigía a una puerta de madera al final de este.

- pasa – indico haciendo un además con su mano después de abrir la puerta y Gaara solo obedeció acostumbrándose a aquella perfecta expresión en la cara de Sai.


Descubriendo el orden de las cosas y los muebles que llenaban la pequeña pero cómoda pieza, imagino que se trataba de la habitación de Sai que enseguida paso, se dirigió al armario de donde saco una croquera de pasta color rojo seguida de una segunda del mismo color que depositaba en la cama.


Se acerco curioso a donde Sai y este apenas le vio, detuvo su labor y tomando uno de los cuadernos se acerco a donde Gaara.

- Gaara – repitió con voz tan aterciopelada que de nuevo, el pelirrojo sintió un escalofríos recorrer su espalda; trago grueso – esto es tuyo – Gaara le miró entre sorprendido y extrañado – hubiera deseado dártelo hace mucho tiempo, pero tu desapareciste y yo…

- Sai yo no lo sabía – le interrumpió con una expresión tan hermosa que Sai no hubiera podido continuar aunque quisiera – cuando transfirieron a mi hermana yo ni siquiera lo sabía, no lo supe hasta mucho después, cuando cansada de que siempre le preguntara por ti, ella misma me lo dijo de la manera más cruel; pero no podía hacer nada…- se detuvo desviando la mirada algo avergonzado – éramos solo unos niños, que podríamos saber.

- je… es gracioso, todo este tiempo queriendo saber que había pasado contigo, porque desapareciste así nada más, porque jamás volviste a tomar el tren con tu hermana; que había sido de ti… y ahora que estas aquí frente a mí, en mi habitación, yo… je, creo que ya no me interesa nada – ¿Qué había dicho? Al instante, esas palabras atrajeron la atención de Gaara, dirigiendo su mirada clara y ahora temblorosa hacía Sai.

- ¿Por qué me trajiste aquí entonces? – pregunto con la carita transformada, borrando brevemente la sonrisa de Sai, que se acercó un poco más a él.

- porque quería entregarte esto Gaara, es tuyo… y porque esta vez no pienso dejarte ir a ningún lado – completo provocando el turbado corazón de Gaara, que de nuevo parecía querer explotar en su garganta. Poso su mirada jade en aquella libreta que Sai le extendía por segunda vez, pues fue lo único que pudo hacer en ese momento.


Enseguida abrió aquel usado cuaderno que sostenía descubriendo más de aquellos preciosos dibujos que completaban los suyos y que ahora llenaban las paredes de su habitación y formaban parte de su pasado y de su primer amor; de Sai.


Mientras detallaba cada uno de los esos dibujos donde como siempre, ambos eran los protagonistas o simplemente aparecía él como un vivo retrato de la mano experta y la memoria perfecta del azabache, sintió donde Sai se acercaba a él hasta sentir su respiración tibia y pausada sobre su hombro, tan pasiva y silenciosa en comparación con la suya, y no pudo evitar sonrojarse.

- Gaara, me debes muchos besos – susurro suavemente acercándose más y lentamente, asegurándose de que sus miradas se cruzaran todo el tiempo y justo en ese momento, pudo escuchar por primera vez el rítmico y desesperado latir de sus corazones; esta vez juntos por primera vez en mucho tiempo.


Lentamente Sai atrapo el rostro de Gaara entre sus manos y con suavidad termino por acortar la distancia que los separaba produciendo un pequeño roce con la punta de sus labios, provocándole un jadeo suave a Sai que parecía disfrutar de su propia tortura. Gaara fue el primero en perder el contacto visual, pues decidido a sentir plenamente de aquella deseada caricia, cerro sus ojos dejándose llevar por el sensual juego de Sai.


Suavemente Sai comenzó a tomar de la tierna boca de Gaara, saboreando por primera vez del dulce sabor que emanaba de esos labios, algo que, aunque muchas veces trato de imaginar jamás logro llegar a evocar, no hasta ese momento; y descubrió con fascinación que era delicioso.


Los labios temblorosos de Gaara se atrevieron a buscar mayor contacto en aquella boca juguetona y cálida y apenas Sai sintió el roce necesitado de aquella suave y perfumada boca, se decidió a acabar con sus ansias y se apodero de la boca de Gaara con pasión y ternura; con devoción y fervor; con suavidad y furia; con el deseo de 10 años; con la entrega del primer amor.


Atrapado en esa deliciosa caricia, Gaara se abrazo al cuerpo de Sai casi sin fuerzas sintiendo como sus piernas luchaban por mantenerlo en pie hasta que sintió como la boca de Sai abandonada la suya lentamente, sin hacerlo realmente.

- eres dueño de todos mis dibujos – murmuro suavemente sobre los aterciopelados labios rosas ahora enrojecidos por la finalizada caricia. Y Gaara solo pudo responderle con otro beso, sintiéndose rodeado por el cuerpo fuerte de Sai que de nuevo comenzaba a profundizar aquel contacto; y esta vez cuando sintió la dulce y tibia lengua de Sai acariciar la suya y apoderarse de aquel beso, agradeció sentirse entre los brazos de Sai, pues de no ser así seguro ya estaría tendido en el suelo; pero esa sensación era maravillosa y no pudo evitar preguntarse ¿Tanto deseaba tener a Sai consigo? ¿Cómo era posible que siendo así haya podido soportarlo tanto tiempo? O ¿Es que acaso eso solo se trataba de un bendito sueño? Si era así, no quería despertar jamás porque ahora mismo sentía que ya no podría vivir sin él, sin Sai.


Y cuando al fin se separaron, lo pudo comprobar por la enorme necesidad que tuvo de abrazarle y permanecer cerca de ese hombre por siempre; sintiendo ese cálido aroma que jamás nadie le transmitió, sintiendo la seguridad de esos brazos que le abrazaban con la misma fuerza y suavidad de siempre y, por sobre todo, sentirse dueño de ese corazón latiente de viva emoción, justo como el suyo.

- Sai – le llamó casi en un murmullo.

- ¿sí?

- tu… tardaste mucho – Sai sonrió de nuevo, sabiendo que esa sonrisa jamás saldría de su rostro, y atrayendo el cuerpo ligero y delicado de Gaara le susurro.

- te escondiste bien – Gaara sonrió y levanto su rostro precioso y enamorado hasta encontrarlo con la faz sonriente de felicidad y amor de Sai; y entonces dijo.

- yo te conozco… eres Sai, el extraño niño de sonrisa dulce que conocí en el tren y me enamoro cuando tenía 7 años.





FIN
Notas finales: En verdad espero que les haya gustado, igual me disculpo si es algo largo, pero es la primera historia que termino de una sola vez; muchas gracias por todo y un saludo a las niñas que me siguen en "Amigo de todos"




Cuídense mucho y hasta la próxima




Saludos

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