Carta nunca escrita
Es raro, muy raro. Estas cosas nunca me gustaron, por el contrario, pensaba de las personas que mitigaban sus emociones en una carta sin destinatario eran muy débiles de alma. Ahora ni siquiera creo tener alma.
Realmente es raro, para mi sentirse herido era algo desconocido. Sabía herir muy bien, y de hecho, eso era lo más cercano al sufrimiento que yo conocía… Aquel que yo mismo ocasionaba. Incluso llegaba a sentir, o al menos eso creía, que podía conocer aquel sentimiento de dolor que corroía la más profunda esencia de mis victimas –entiéndase, no quiero usar la maldita palabra “alma”-. Esa era mi ingenua manera –incluso en la malvada intención- de sentir alguna emoción fuerte, como lo era “arrepentirme” o “enorgullecerme” del dolor que infligía.
Pero ni el arrepentimiento ni el orgullo existe si no hay algo que te ate a la situación, y yo no tenía muy buena memoria. Olvidaba con facilidad los rostros de aquellos que me suplicaban. Olvidaba rápido, y ni yo mismo lo noté… Hasta que su rostro bello se me grabó en la mente, como una daga traza un árbol, hiriéndole la piel y marcando tan profundo permita su filo.
El sonido de mis propias carcajadas es desquiciante, incluso para mí mismo.
Tengo miedo, estoy aterrado, y su rostro perfectamente matizado en mis recuerdos me daña aun más. Sería muy dichoso si pudiese hacerme al menos por una vez el mártir… Pensar, creer, que no me merezco nada de esto, pero no es así. Me lo merezco todo… Yo el maldito carbón que deshizo pluma a pluma sus bellas alas de encanto celta, hasta demacrar la poesía de su voz en interminables sollozos que no puedo borrar de mis oídos.
Sigo riendo, esperando el final en los angustiosos espasmos de dolor, en la contracción de mi estomago y la punzada que saquea mi cerebro. Pero está bien, quiero morir sufriendo, incluso quiero sufrir más de lo que sufrió el… ¿Cómo pude dejarlo morir? ¿Cómo? Si tan solo hubiese sabido que realmente era capaz de llegar tan lejos, lo habría detenido sin dudar. Le hubiese entregado la vida sin pensar. Si no hubiese dudado de sus palabras, y creído en sus sueños convertidos en promesas, estaría entre mis brazos y no en el lecho, fundido en el sueño del descanso que nunca acaba.
¿Cuántas veces lo rechacé? ¿Cuánto quise manipularlo y jugar con su amor como lo hacía con los demás? ¿Por qué tuve que llegar tarde?
Pero fue el quien jugó conmigo. Jugó a decir la verdad y a confiar… Y a esperar… Y nunca dejará de esperar, en realidad, nunca volverá a nada.
Muchas veces me pregunté si la muerte sería dolorosa, o si en algún momento la inconsciencia acabaría con el dolor, y ahora no paro de suplicarme a mí mismo aguantar. Soportarlo todo, hasta el final, mientras beso sus manchadas manos carmesí… Ese color que significaba la vida, y que ahora no es más que una inmensa mancha en la moqueta y en las grises sabanas.
Así que no cerraré los ojos, no me dejaré vencer. Sufriré, me lamentaré, me arrepentiré, y creeré en que el alma existe por ser la única esperanza de volver a ver sus preciosas alas celta moldeadas por su candor. No importa si es en el cielo, en el infierno, o en otra vida. No me importa si es reencarnando o despertando en el mismo cuerpo, tan solo esperaré con él, eternamente, a volver a abrir los ojos, solo para decirle con toda mi alma –si, la maldita palabra –lo siento, debí creerte. Debí saberlo desde un principio, y me negué a hacerlo. Y ahora lo sé, lo siento. Gracias por haberme hecho sentir. Perdóname por haberte hecho sufrir. -Parece todo tan vano, pero lo siento dentro, debajo del dolor, debajo de la decepción, debajo del mismo amor, mucho más abajo, en lo más hondo, es lo que quiero. Agradecerle y disculparme.
Sí, realmente es raro… Finalmente está dejando de doler. ¿A qué me atengo?