En Invierno.
Una semana después que ese extraño gato-escritor ingresara flotando grácilmente por la ventana de mi oficina y me prometiese cambiar mi corazón de piedra por uno de verdad, me encontré siguiendo sus huellas hacia los acantilados del Más Allá.
Nos acompañaban otros felinos más pequeños y una pareja pequeña y tierna, formada por un gato plateado y un conejo.
El sopor de las flores cariátides y los lotos estaban a punto de ahogarnos, el perfume y las luces azules prometían placentero descanso. Pero Darío - el de ojos verdes, el líder de la expedición -, inició su cántico antes de que nos tendiéramos a dormir y nos convirtiésemos en enredaderas negras. El eco de su voz se repitió en varios niveles, jugando con las notas elevadas y creando repetidos coros que desde ahora seguirán repitiéndose por la eternidad. Bajo el dominio de esas canciones que pintaban la esperanza sobre nuestros pechos, vimos el amanecer del octavo día, con los pies humedecidos por la espuma del Mar Esmeralda y subimos al antiguo galeón medio hundido sobre la arena. Ese era el barco donde los dioses antiguos habían descendido del cielo: La Nave de los Sueños, que sólo podría levantarse con el conjuro mágico del divino Darío y levaría anclas y montaría sobre el océano interminable.
Varias veces me pregunté si aquello era real.
Las aguas esmeralda mojaban mi rostro, y dos jóvenes gatos, Lulubell y Confite, improvisaron con el acordeón y la armónica una danza pirata. Fifí, el más alto, me ofreció el brazo para danzar bajo una luna enorme y redonda. Más tarde, terminada la fiesta sobre el velero, fui a mi puesto de vigía, desde donde observé al solitario Darío, el más bello de todos los gatos, escribir dedicadamente la bitácora.
Entonces agradecí estar allí.
Antes había deplorado mi suerte.
La ventana abierta de un edificio cualquiera, en una ciudad cualquiera, un hermoso extraño explicándome cómo el cielo se apagaría si no les acompañaba... la aventura... abandonar la rutina de una vida secuencial donde no ocurría nada fuera de lo ordinario.
Atravesar los suburbios laberínticos de la ciudad, con los poderosos gatos negros a punto de despedazarnos entre sus garras. Ser testigo de la hazaña del conejo Bunny, quien creó círculos concéntricos de luz, alejando a nuestros perseguidores; el poder del amor de Twilight, su compañero, para curar nuestras heridas. La forma en que Fifí creó en el aire una escalera de plata - provisonal escape - y Darío quien desató el poder de transportarnos a esta lejana dimensión, todo ello destruyó mi lógica y me hizo olvidar mi pequeño papel de empleado público en el gris teatro de la vida.
Todavía quedaban sorpresas... la lucha encarnizada de Confite contra los peces voladores, el valor de Lulubell al destruir los tallos de las plantas carnívoras y salvarnos, los extraños templos del tiempo, la danza de los fuegos fatuos, las canciones perdidas de las caracolas. Aquellas vivencias fueron más ciertas que mi antiguo lugar gris, chico como un domo, aburrido hasta el hartazgo y enterrado bajo las leyes de la física. Aquí he subido escaleras que iban hacia abajo, he respirado en el centro de lagunas profundas y nuestro barco, con el frente elevado ha empezado a volar hacia el firmamento donde - presumo - conoceré el final de nuestro recorrido.
No quiero preguntar por qué.
Cualquiera que sea la verdad la aceptaré sin rechistar.
Ha sida la aventura más impactante, la más épica y la más conmovedora que me ha tocado vivir. Me siento niño otra vez, rodeado de seres imposibles que llenan los espacios que antes ocupaban mi escepticismo y mal humor y he recuperado la alegría para mi propio ser que amenazaba con fosilizar mi estructura entera.
La noche nos abraza como una madre cálida y pronto, todos salen a la cubierta.
Me señalan alegres y debo mirar hacia abajo para comprender que efectivamente soy yo quien está brillando.
Más, más, más...
Me invitan hacia el final del barco, un puntiagudo espolón de proa. Bajo caminando en el aire.
Ya lo sé... me he dado cuenta.
Darío sonríe asintiendo y yo le devuelvo el gesto pasando por las dos filas de felinos, de amigos, de tripulantes, de compañeros de viaje y acaricio sus cabezas agradecido. Bunny, Twilight, Fifi, Lulubell, Confite...
Finalmente Darío me ofrece su mano y la estrecho alborozado, subo un escalón invisible y el cielo negro se hace grande, he encontrado la verdad... las estrellas gravitan en alocada danza y empieza la celebración... me reciben girando, girando, girando. El calor incendia mi cuerpo y ya no existen límites para la dicha que puedo llegar a sentir. Quisiera que todas las criaturas entendiesen hasta dónde se puede amar. Miles de fuegos artificiales crean crisantemos blancos y azules y en respuesta, empezamos a fulgurar en fogosa combustión desde todos los confines de la galaxia. En la tierra, los seres humanos se abrazan fascinados por las mirada que reciben de nuestros rostros complacidos. En varios destellos, envío un mensaje a los gatos que me saludan agitando las manos, bajo la intensa nevada:
- Feliz Navidad, os amo... - les digo convertido en lucero...
Y me uno a la procesión de las luces que continuará hasta el amanecer.
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Me pregunto cuántas personas caminan tristes sin saber que son estrellas... sin poder ver su propio brillo...despertad... por favor... despertad... y sorprended al mundo entero...