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Decadencia Divina por AkiraHilar

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Notas del capitulo: Asmita ha regresado a su templo luego del delirio que sufre por la fiebre, ¿pero podrá reponerse rápido?
Degel esperaba en la sala visiblemente molesto, viendo con impotencia como Kardia arrastraba a Asmita prácticamente por los escalones, cubriéndolo con su capa blanca. No bien había entrado al templo de Virgo, Degel soltó a Asmita de su agarre y lo cubrió con su propia capa, ordenando a las doncellas que prepararan inmediatamente un baño para quitarle la fría agua de lluvia de aquella noche. Asmita temblaba entre sus brazos, sonrojado, ardiendo en fiebre, mientras Degel lo llevaba con cuidado hasta su baño, dando instrucciones. Cuando las doncellas vieron las manchas que cubrían el pecho y abdomen del joven dorado, se vieron asustadas, por lo cual Degel tuvo que tomar la decisión de hacer el trabajo el mismo, cosa que a Kardia no le hizo la menor gracia.

-¡Degel!¿Cómo que lo vas a bañar? –Grito Kardia invadido de celos sin medir sus palabras - ¡A mí nunca me hiciste eso!

Cuando Degel lo escucho entre el espasmo y la vergüenza dejo entre ver en sus mejillas un tono rosado, conforme las doncellas, avergonzadas por lo oído, salieron en silencio de la sala. Kardia entendió que había sido imprudente, quedándose en silencio y saliendo del cuarto de baño, sabiendo de antemano que la reprimenda de Degel no tendría nombre.

Las sabanas se escurrían entre sus piernas. La lluvia solo era el canto suave de una entrega que no tenía que ser explicada. Sus cuerpos se conocían y se buscaban. Se estaban extrañando y ahora que estaba cerca, uno sobre el otro, no dejarían que explicaciones inexistentes, culpas y anteriores discusiones les afectara. El italiano recorría con sus dedos, vehementemente, cada trazo de esa piel blanca, suya, tantas veces suyas que había perdido la cuenta, pero que era tan codiciosa que no dejaría de recorrerla. La entendía, entendía lo que significaba el pase de escalofríos que percibía en su piel cada vez que la rozaba con sus dedos. Como las corrientes eléctricas invadían los nervios del menor conforme sus manos arañaban el contorno de su pecho, pellizcando juguetonamente sus pezones, lamiendo la base de su cuello, respirando el aroma de su cabello mientras él se desvivía de sensaciones. Lo amaba… sabía que lo amaba y detestaba imaginar el tener que compartirlo con otro. El saber que se estaba escurriéndose entre sus manos, escapándose, esfumándose en su memoria. No lo permitiría… No permitía que se fuera.

Shion se dejo llevar por el placer que le entregaba Manigoldo, olvidando por un momento la razón por la que había ido a buscarlo, las quejas, los desplantes… todo eso que solo hacía peso en su carrera por alcanzar el gozo máximo a su lado. Al lado de quien despertó sus deseos más impuros, sus ansias más profundas. Respondía a su abrazo, a los dulces besos, a las ganas desbordantes que sentía en su interior, y solo contestando así a las fuertes y enviciantes caricias de él, podía comprender cuanto deseaba simplemente eso. Dejo que él rodeara su cuello con besos, lo redibujara usando la punta de su lengua, mientras se dedicaba a pedir más con su voz, pronunciando ese nombre que era tan adecuado. El había sido el pillo que robo su inocencia, el ladrón de su castidad, el malvado que había interrumpido su vida en Jamir para hacerla dulcemente excitante, solo él… solo Manigoldo.

La lluvia seguía cayendo y ambos, callados, cansados, solo la escuchaban conforme sus corazones al unísono se calmaban luego de haber sido uno, otra vez. Shion aún estaba embriagado de placer, recordando a duras penas que al entrar a la habitación, Manigoldo lo tomo por el cuello y lo beso, tan animalmente, que quedo sin aliento, sin habla, y sin deseo de detenerlo… hasta caer justamente en donde estaba.

-Siempre haces lo mismo… intento ser serio y me pones en estas… -murmuro Shion viendo el techo de la habitación

-Je, no tengo la culpa de ser tan bueno haciéndolo

Shion volteo para ver al italiano, sentado en la cama, con su mirada en el techo, sumamente satisfecho. Se acerco a él, para sujetar su brazo y acariciarlo, dibujando con la yema de sus dedos los músculos formados en él.

-¿Y qué era lo que escondías?

Manigoldo ladeo un poco su rostro, rascando su nariz y pensando si Asmita seguiría en su templo o habría regresado… o en el peor de los casos, había salido del santuario… Se despreocupo al pensar que si llegara a ocurrir la opción más problemática, Aldebaran quien siempre estaba por allí lo detendría. Estuvo a punto de cometer una locura con él, una que de seguro le cobraría apenas se curará.

-Escondía ganas de besarte. ¿No ves que eso fue lo primero que te mostré?

-Mentiroso…

El italiano se le acerco, muy cerca, tocando la nariz de Shion con la propia, con mirada ardiente, posesiva, cautivante, que era tan afilada como la mirada profunda de Shion, que también quemaba. Respiro un poco el aliento fresco de su compañero y luego emitió un soplo de su aliento sobre su cara.

-¿Qué si miento? ¿No te gusto así?

-No quiero que me mientas a mí. Por ejemplo, eso de Asmita, ¡no me gusto!

-¿Celoso? –Murmuro el cangrejo mientras lamia el labio inferior, tan caliente, de Shion – Pensé que con tanto tiempo ya sabías diferenciar del cuando miento al cuando soy sincero.

-Mani…

-Cállate Borrego… – Advirtió el mayor mordiendo suavemente el labio superior para obligarlo a silenciar su voz -. A veces preferiría que fueras mudo para que dejaras de decir tantas sandeces juntas. ¿No ves que voy a besarte?

Shion recibió aquel beso, juguetón, irreverente como el mismo que lo ejecutaba, tan propio, tan distinto…

-Voy a serte sincero ahora Shion… no pienso compartirte.

La noche avanzaba, la lluvia no cedía. Defteros se veía dentro de aquel templo que había servido de escondite durante tanto tiempo y allí, frente a él, estaba esa persona que amaba. Su cabello dorado se escurría, húmedamente, entre los pliegues de oro de su armadura. Su capa blanquesina apenas podía moverse de lo pesada que se sentía, y ese rostro, sonrojado, le sonreía con complicidad, con esa expresión traviesa que tantas veces le había observado. El gemelo respiraba ahogado, dándose cuenta que en ese momento, no había mascara que lo cubriese. No tenía esa maldición. Toco su rostro, confundido, palpando su propia piel en vez de ese artefacto inmundo.

-Tu hermano ahora es patriarca Defteros… -murmuro Asmita, dejando que la luz de la luna llena iluminara su envestidura –Ya no tendrás que usar esa mascara.

Asmita se fue acercando a él, con su andar severo, estricto, activo, tan propio, tan conocido. Uso sus dos manos para palpar sus brazos morenos ahora forrado en oro, y dibujo con sus yemas la silueta de su armadura de géminis.

-Ahora que tu hermano es patriarca, has podido obtener la armadura de géminis –Subió su rostro con una sonrisa irreverente, llena de picardía -. Ahora tú eres el Santo de Géminis. Quiere decir que ya no podrás venir a visitarme como siempre…

Defteros se quito su casco dorado, colocándolo a un lado de su cadera mientras con su otra mano acaricio tiernamente la mejilla suave de Asmita, despejando un mechón de cabello de su rostro. Un deseo, que había guardado por tanto años, estaba desbordándose de sus labios.

-¿Quieres que siga viniendo? –pregunto, embriagado por la imagen del dorado frente a él.

-¿Tú qué crees Defteros? – respondió con otra pregunta, esta vez poniendo sus dos manos en su pecho, circunscribiendo con las yemas de sus dedos la ancha coraza de oro de géminis, de forma seductora.

Defteros se dejo llevar por esos ocultos deseos, levantando el rostro de Asmita e inclinándose para alcanzar esos labios que tanto había anhelado, dejando caer su casco dorado al suelo para sujetarlo con el otro brazo, mientras su compañero respondió a ese beso aprisionado detrás de la máscara. Asmita se manifestó apresando su cintura entre sus brazos, llevándolo hacía el su cuerpo, sin importar el sonido que creaba el oro al rozar. Sus labios se embriagaron del otro en un danzar incesante, deseándose uno a otro, aprisionándose, conforme sus manos buscaban espacio dentro de esa armadura que cubría la mayor parte de su cuerpo, buscando cualquier ranura para hacer contacto con su piel. Defteros no podía soportarlo, violentamente sus instintos lo estaban acorralando, conforme él mismo iba llevando lentamente a Asmita en contra de una de las columnas de Virgo, una de esas que había sido testigo de cuantas veces se habían negado.

Lo cargo sobre sí, usando la columna como soporte para tenerlo más a su alcance. Dejo que su cabello dorado cayera sobre su cara y tomo su rostro con fuerza, estudiando ahora el interior delicioso de su dios con su lengua pecaminosa, desviviéndose de sensaciones, saboreándolo excitado, mientras los murmullos de aquel no hacían más que exasperarlo. Lo deseaba y sin saber cómo las armaduras los había abandonado en un momento, dejándolos a ambos totalmente entregados al placer, sintiendo entre sus dedos el sudor caer sobre su cuerpo, brillando como rocío mañanero en campo de rosas, hirviendo de sensaciones encontradas. Los besos seguían, ahora tomando otro curso. Asmita disfrutaba cada uno de sus besos, del paso de su labio por su piel enteramente virgen, mientras el clavaba sus manos delicadas, fuertemente, en la enorme espalda que quemaba de color chocolate, derritiéndose entre sus dedos.

Defteros no lo creía, sentía que estaba en un sueño del cual no quería despertar. Uno que no quería verle fin. Por ello lo abrazaba con fuerza, lo devoraba a punta de besos malditos que iban de su oreja hasta el pecho, sintiendo como la piel de porcelana le respondía, bebiendo el dulce sudor que emanaba sus poros. Deseándolo, amándolo, ya por fin, libre para hacerlo, para merecerlo. La lluvia no cedía, la noche no terminaba, sus besos no eran suficientes, por ello, irrumpiría dentro del cuerpo divino y declararía posesión en él. Por ello…

El ruido de un trueno que cayó a lo lejos, lo hizo despertar de su letargo, dándose cuenta que estaba durmiendo. Su cuerpo sobresaltado, sudando, había respondido exactamente igual a como estaba en el sueño. Avergonzado y escondiendo aquello que delataba su excitación, miro a su lado y vio que su hermano no estaba. De seguro, se había levantado y había ido a comprobar el estado de Asmita. Recordando eso, revivió las imágenes de Asmita en sus brazos, en el templo de leo, tan vulnerable, tan desprotegido y con ello se maldijo, se maldijo por tener la osadía de soñar tales cosas con él. Por tener el descaro de tocarlo incluso en sus sueños… justo ahora que él estaba sufriendo. Las imágenes del sueño no lo abandonaban, el sabor de sus besos parecía poderlos aún degustar en sus labios, como si hubiera sido real. ¿Desde cuándo? ¿Desde cuándo se había despertado ese deseo tan pecaminoso? Se levanto, buscando bañarse para bajar el calor que lo estaba consumiendo, hasta que el ruido de la puerta de su cuarto lo alarmó. Era Aspros, que visiblemente apurado, tomo una de sus capas para salir.

-Aspros, ¿a donde vás? –alcanzo a preguntar Defteros asustado

-Voy a Rodorio, buscare algo que darle a Virgo. Está empeorando.

Defteros sintió que un espadazo había entrado muy hondo en su pecho. ¿Empeorando?

-¿Qué tiene? –pregunto ahora sin dar el mayor reparo a las apariencias - ¿Qué es lo que tiene?

-En Rodorio se desató una plaga, él se contagió la semana pasada al comer allá. Su fiebre aumentó, estuvo delirando y aunque Degel intentó bajarle la fiebre no pudo. Casi le convulsionó en sus brazos y siguen apareciendo manchas rosadas en su piel.

-¿Manchas? – murmuro el gemelo menor con la garganta seca de preocupación - ¿Manchas rosadas?

-Sí, alguien lo dejo salir y con esta lluvia solo empeoró. Voy de inmediato, espérame aquí.

La puerta se cerró y con ello los pensamientos pecaminosos que Defteros aún mantenía con Asmita se desvanecieron. Solo quedo el oscuro y terrible pavor acorralando.

Degel fue separado del cuerpo de Asmita, cubierto con varias colchas, enrojecido, mientras el joven enfermo gemía del dolor que le producía los retorcijones del estomago y luego de haber recaído en el baño. Acuario estaba asustado, respirando agitado buscando una manera de ayudarlo, indignado por no tener el suficiente conocimiento para aliviarle el dolor. El Cid, viendo el estado en el que había caído el menor, decidió separarlo para tranquilizarlo. Desde afuera, Kardia veía todo sintiéndose culpable de haber tenido ese descuido.

-No se calma… la fiebre no se calma… -murmuraba Degel buscando alguna otra forma de bajarla

-Ya Aspros fue a Rodorio. Cálmate ya, Asmita es un santo dorado, no se dejará derrotar por fiebre – dijo acercándose para volver a tocar la frente ardiente del paciente -. Vamos Asmita, le hice una promesa a Sisyphus. Y no pienso romperla.

Kardia tragaba grueso, viendo el deplorable estado en que se encontraba Asmita y como Degel parecía perder las esperanzas. Si él hubiera cuidado mejor de virgo. Si no lo hubiera dejado salir… entonces Degel no estaría tan molesto y asustado… No lo soportó… y abrumado entre la culpa que lo agobiaba, salió del templo de Virgo, hasta avanzar al templo de Acuario, cabizbajo, en espera de recibir el escarmiento cuando Degel subiera. Allí, al llegar, se encuentra con Albafica de Piscis, que tal parece acababa de llegar al onceavo templo.

-Albafica… -murmuro Kardia descolocado, extrañado de verlo en el templo de Degel

-Kardia, ¿sabes algo de cómo sigues Virgo? –pregunto Albafica notándose preocupado pero manteniendo prudentemente la distancia –. Me avisaron hace poco y estuve pensando en algo para ayudarlo.

-¿Estuviste pensando en algo?

-Sí, las doncellas me comentaron que tiene fiebre, esas manchas y dolor abdominal. Se parece a los síntomas que tuve cuando era niño. Si es lo mismo, hay una planta que al trabajarla como una infusión puede aliviarle el malestar.

Kardia se quedo absorto, viendo por fin algo que podría hacer para ayudarlo. Lo decidió en ese momento, iría a buscar esa planta así fuera al fin del mundo con tal de que Degel dejará de preocuparse tanto y como una manera de pagar su descuido anterior. Le envió una mirada encendida a Albafica, cosa que el pisciano interpretó inmediato.

-¿Dónde está?

Albafica miro a un lado, pensativo, tratando de buscar una forma correcta de guiarlo a ese lugar. Suspiro profundo y le devolvió la mirada profunda a Kardia.

-Es mejor que vayamos juntos. Pero mantienes tu distancia.

-¡Puedo ir solo!

-Aunque sea así, no te entregaran nada tan fácilmente. Ese señor tiene esas plantas cultivadas celosamente. Dice que es una reliquia medicinal de la tierra del occidente, más allá del mar. Su tallo es grisáceo, menudo y flores blancas con centro amarillo, frutos de color azul y hojas de verde claro y el inverso blanco. Son reconocibles a la distancia. Pero es un árbol con alto poder curativo.

Kardia escuchaba todo con atención, grabando cada indicación en su mente, preparado para ir con o sin él. No perdería tiempo, el estado de Asmita no estaba para esperar y tenía miedo que las cosas terminaran siendo fatales gracias a su imprudencia. No soportaría eso.

-Ese hombre vive al norte, en las afueras de Athenas, luego de cruzar…

Horas más tarde, Degel salió cansado de la habitación de Asmita, recostándose en la pared del templo, visiblemente afectado. El Cid salió a su lado, algo más tranquilo luego de corroborar que por fin el santo otra vez se había quedado dormido y la fiebre pareció ceder por un momento.

-Al menos ya dejo de quejarse… -murmuro Degel acariciando su frente, agotado.

-Deberías ir a dormir. Así como estás más bien podrías ser propenso a contagiarte.

-No, eso solo se contagia si tienes contactos con las heces, o por medio de alimentos contaminados –respondió Degel apesumbrado -. Estuve allí cuando se comió ese plato… Ni pensar que por mi culpa.

-Ya deja, nadie tiene la culpa. Esto es normal, somos humanos, todos podemos enfermarnos.

Albafica bajo hasta el sexto templo ya rayando el alba, cosa que llamó la atención tanto de Degel como El Cid, quienes lo miraron extrañado, pensando en que lo habría traído hasta allí. Quizás se enteró del estado de Asmita.

-Degel, ¿Has visto a Kardia? –pregunto el doceavo santo con tono intrigado

-¿Kardia? Se supone que estaba aquí pero muy capaz se fue a dormir a su templo –respondió Degel de mala gana, bajando la mirada, aún molesto por ese descuido que pudo haberle costado la vida a Asmita.

-No, no está en su templo, ni en Acuario que fue donde lo deje. Le había dicho para que me acompañara a buscar una medicina que ayudaría a Asmita pero no lo encuentro.

-¿Cómo que no está…? –Degel no termino de preguntar cuando entendió lo que estaba pasando. Sería capaz que… -¿Albafica, que le habías dicho?

-Le dije en donde era y que esperáramos hasta el amanecer para pedirle el permiso al patriarca. Pero solo obtuve permiso para mí y quería avisarle, mas no lo encuentro.

-Se fue… -susurro Degel al borde del colapso –. ¡Se fue por su cuenta!

-¿Sin el permiso del patriarca? – Pregunto Albafica impresionado mientras El Cid solo callaba – Pero si el gran patriarca se entera que un santo de oro se ausenta así…

-Será castigado… ningún santo de oro puede dejar a su templo desprotegido sin previo permiso. …l deberá será castigado en cuanto vuelva –sentenció capricornio con fuerza, sin dar lugar a reclamos -. Ahora, solo esperemos que llegue con buenas noticias para que su ida al menos sea productiva. Mientras tanto, ve a descansar Degel.

Descansar… Degel ya no tenía espacio para esa palabra en su mente. Asmita en ese estado y ahora Kardia haciendo tonterías como siempre, aunque quisiera no podría conciliar el sueño.
Notas finales: Fue bonito imaginar los pellizcos del mani travieso con shion, de seguro que él debe ser todo un saco de sorpresa en la cama! xDDD Y el sueño humedo de Defteros!!! Dioses!! Si no fuera porque me llevo el canon por los cachos me encantaria un fic con esa escena. Asmita y Defteros con sus respectivas armaduras doradas OMG!!!

Aunque si Aspros hubiera visto eso… xDDDD jajaja no me lo imagino!!!! pobre deft!

Y Kardia se escapo pára ayudar a Amsita y asi recuperar la confianza de Degel, ojala sirva!!!!

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