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Ringarë por midhiel

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Ringarë

Capítulo Dos: Noticias De Las Fronteras


Estel se dirigió a sus apartamentos sin poder quitarse al simpático elfito de la mente. Le había parecido tan dulce, encantador, candoroso y bello. ¿Bello? Todos los elfos eran gente bella. Se decía que Arwen Undómiel, la hija menor de Elrond, era una persona preciosa y que no había nadie en Arda que pudiera igualarla en hermosura. Estel recordaba lo enfadado que se había sentido al escuchar esto, ya que consideraba a su propia madre el ser más bello. Sin embargo, ahora que había conocido a Legolas, se preguntaba si la belleza del elfito no superaba aún a la de la propia Gilraen.

Ensimismado en tales cuestiones, no reparó al entrar en el traje colgado junto a la ventana hasta que el mismísimo Elrond se lo presentó.

-Lord Elrond – saludó el niño, inclinando la cabeza con respeto -. Disculpe, no esperaba encontrarlo aquí.

-No te preocupes, Estel – respondió el elfo con una suave sonrisa -. Sólo pasaba por aquí para entregarte este traje para la fiesta. Tu madre me comentó que con los preparativos para su partida, no tuvo tiempo de confeccionarte uno. …ste perteneció a Elrohir. Tiene los colores de esta Casa. Ven, acércate y obsérvalo.

Estel se acercó. El traje era una elegante túnica de color borgoña con ribetes dorados en las mangas. En el centro tenía bordado un sol, Anar, y dos medias lunas plateadas de cada lado.

-Anar y las dos media Ithil – murmuró Estel, acariciando asombrado la tela. Era de seda y su textura suave y deslizante -. El borgoña y el dorado. Los colores de la Casa de Elrond – pensó un momento y sacudió la cabeza -. Lo siento, señor. No puedo aceptarlo.

-¿Por qué dices eso, Estel?

El niño suspiró.

-Señor, estos son los colores y los símbolos de su casa. Sus hijos son los únicos que pueden portarlos. Yo… yo no soy más que un extraño.

-Ya veo – susurró Elrond y tomando la mano de Estel lo empujó hacia la ventana. Allí se arrodilló a su lado, para estar a su altura -. Entiendo lo difícil que es para ti la partida de tu madre, lo difícil que es para ti vivir entre nosotros, los elfos, sabiendo que no somos tu gente. Pero valoro el esfuerzo que haces.

Estel suspiró.

-Soy un édain, no un elfo.

Elrond volvió a sonreír.

-Estel, ¿qué me dices si a partir de esta noche, dejas de ver esta casa como la de extraños amigables que te acogimos de pequeño y nos empiezas a ver con otros ojos? ¿Qué me dices si a partir de esta noche nos consideras a mí, a mis hijos, a Glorfindel y a Erestor, tu familia?

-¿Familia dice Lord Elrond?

-Familia – enfatizó el elfo afectuosamente -. Quiero que a partir de hoy nos veas como a tu familia. Esta ropa que ves aquí perteneció a Elladan y si te la ofrezco para que la luzcas esta noche es porque deseo considerarte un hijo más.

El niño parpadeó maravillado.

-Pero yo… yo tengo un verdadero padre.

-Un hombre valiente y honorable, así lo fue – recordó Elrond. Arathorn, el padre biológico de Estel, que había muerto en una emboscada de orcos cuando cazaba en compañía de los gemelos -. No es mi intención que lo rechaces u olvides, Estel. Pero no quiero que te sientas más como un extraño en esta casa. Yo no te veo así. Te veo como a un hijo y Elladan y Elrohir, te ven como a un hermano pequeño.

-¿De veras, señor? - Estel se sorprendió y alegró al mismo tiempo.

-De veras, hijo – respondió el medio elfo, enfatizando la última palabra -. Y si aceptas convertirte en parte de esta familia, no deberías seguir llamándome Lord Elrond, sino Ada, y a tus hermanos, llámalos gwains.

La carita de Estel se iluminó.

-Sí, Ada – prometió, antes de fundir a su nuevo padre elfo en un efusivo abrazo.




………


Por la noche, Estel llegó a la fiesta minutos antes que se presentara Lord Elrond, acompañado de su invitado de honor, el Rey Thranduil, y su hijo Legolas. Instintivamente, el niño se acomodó los pliegos de la túnica borgoña, sintiendo que debía verse elegante para el bello príncipe.

Elrond y sus dos invitados se ubicaron en la mesa principal, de frente al resto, donde ya los esperaban Glorfindel y Erestor, los dos consejeros más prestigiosos y quienes suplían a su señor en las reuniones a las que no pudiera asistir.

Elladan y Elrohir se encontraban ausentes, patrullando las fronteras del valle a la caza de orcos, pero de haber estado, se hubieran ubicado en otra mesa en compañía de Estel, todos en calidad de hijos del Señor de Imladris. Por tal motivo y para que el niño no cenara solo, lo ubicaron en la mesa destinada a los elfitos.

El cocinero le había asado un generoso trozo de carne, mientras el resto de los niños degustaban frutos silvestres y lembas decoradas con confites, la comida selecta de los elfos pequeños. Por ser édain, Estel no se saciaba con tales platos.

Mientras saboreaba su carne, miraba a hurtadillas la mesa principal, donde Legolas comía educadamente su porción de frutas.

-Hasta usando el tenedor se comporta como un príncipe – murmuró Estel fascinado -. Es… es simplemente…

-¡Estel! – exclamó uno de los elfitos -. ¿Por qué comes esa masa roja? ¿Qué es?

-Es carne – respondió el niño édain y rápidamente se volvió hacia Legolas.

-¿Carne? – repitió el elfito -. ¿Carne como la nuestra y la de los animales?

-Sí – contestó Estel distraídamente.

-¿Comes animales muertos como lo hacen los wargos? – se horrorizó otro elfito.

Ahora Estel hizo como si no lo oyera porque estaba demasiado intrigado observando cómo Legolas masticaba otro bocado.

-Los orcos comen cadáveres de animales – explicó otro niño a sus compañeros -. Y dicen que también comen de elfos.

Los elfitos intercambiaron miradas de repulsión.

Ajeno a ellos, Estel dio un respingo al notar que Legolas se limpiaba graciosamente la boquita con la servilleta y murmuraba algo al oído de su padre.

-¿Qué le habrá dicho? – se preguntó.

Acto seguido, Thranduil asintió y Legolas saludó a Elrond y a los consejeros antes de abandonar la mesa.

-Valar – susurró Estel -. Viene directo hacia mí – y por instinto, alejó su porción de carne para que el principito no la viera.

-¿Qué cuentas, Estel? – saludó, cruzando los brazos en la espalda -. ¿Terminaste tu porción de lembas?

El niño édain atrapó una de la fuente y le dio un bocado.

-Sí, Legolas – respondió con la boca llena -. …sta era mi segunda.

-¿Dos? – se asustó Legolas -. No, Estel. Deja de comer así que vas a enfermarte. Eso le pasó a mi amigo Drin. Drin es el hijo de Threndil, Threndil es el secretario de mi adar Thranduil. Drin y yo jugamos juntos y… No, levántate de la mesa. No comas más.

Estel sonrió cuando su amiguito le jaló el brazo para quitarlo de allí

Los curiosos elfitos volvieron a intercambiar miradas. Pero Legolas no les hizo caso y se llevó a Estel hacia el jardín.

-Legolas, deberíamos permanecer en la fiesta – observó Estel.

El elfito hinchó de aire los pulmones para aspirar la brisa fresca. Dio brinquitos en la nieve, alzó la mirada hacia la luna y sonrió, feliz.

-Es hermoso estar aquí.

-Pero deberíamos estar allí dentro – recordó Estel.

-No, ya le pedí permiso a mi Ada y me dejó venir contigo.

-Quizás yo deba pedírselo a Lord Elrond, quiero decir, a mi Ada – se corrigió rápidamente.

-No te preocupes – sonrió Legolas despreocupado -. Mientras cenaba, Lord Elrond me sugirió que jugara contigo. Me dijo que te gustan muchos las batallas de historia y yo recordé que nos conocimos jugando a una. Hoy en la biblioteca, ¿lo recuerdas?

Estel asintió.

-Oh, mira aquellos árboles. ¡Vamos a trepar uno! – exclamó el elfito y corrió hacia un pinar nevado.

El niño édain se encogió de hombros y no viendo otra salida, lo siguió.

…………


-¿Sabes trepar árboles, Estel?

Estel alzó la cabeza para estudiar el inmenso pino, que se alzaba como una torre hacia el cielo estrellado. ¿Cuánto mediría? ¿Seis, siete, quizás ocho metros?

-S… sí… Sí, Legolas – respondió. Y aunque no supiera treparlos, haría el esfuerzo. Su nuevo amigo era un elfito y Estel sabía lo importante que era para los elfitos saber trepar árboles.

-Bien. Entonces, iré yo primero – decidió el principito y comenzó a subir. Estel se llenó de valor antes de imitarlo. Siete metros era una altura importante -. Sabes, en mi casa tenemos muchos árboles. Por algo se llama el Bosque Verde. Y no hay sólo árboles verdes. También los hay de otros colores. A mí me gustan unos que tienen unas hojas de color rojo. Bueno, no rojo, rojo. Sino más bien como el color de tu traje. Ah, tu traje es muy bonito, Estel. Te queda muy bien.

-Gracias, Legolas –murmuró Estel y sintió que se sonrojaba.

-De nada – contestó el elfito y miró hacia abajo -. Uy, subimos mucho, ¿quieres descansar, Estel?

Estel suspiró hondo. Habían subido como cuatro metros y comenzaba a cansarse.

-Descansemos aquí – propuso Legolas y los dos se arrastraron hacia una rama gruesa y segura.

Estel se recargó contra el tronco. Semejante ejercicio lo había dejado exhausto.

El elfito cerró los ojos y comenzó a canturrear una canción, que su amigo enseguida reconoció como la famosa Canción de Nimrodel. En los candorosos labios de Legolas sonaba sublime.

-Cantas muy bien, Legolas.

-Gracias – ahora el que se sonrojó fue el elfito y un poco avergonzado decidió cambiar la conversación. Total, temas nunca le faltaban -. Ahora que estamos en un árbol, recordé una historia, Estel. ¿Alguna vez escuchaste hablar de Nimloth?

-Sí. Es un árbol, que crece en el reino de los hombres.

-No cualquier árbol – aclaró Legolas, sacudiendo su índice junto con la cabecita -. Es el Árbol Blanco, el Árbol del Rey. Los hombres tuvieron un rey una vez, se llamaba Isildur, él participó con mi abuelo cuando acabaron con Sauron y su Anillo.

Estel estuvo a punto de comentar que Isildur sí había cortado el dedo del Señor Oscuro, pero calló para no contrariar a su amiguito.

Legolas siguió explicando.

-Cuando este rey falleció en un lugar llamado los Campos Gladios, (los orcos lo atacaron, muchos, muchos orcos feos, sucios, con sus cimitarras, y él los enfrentó valientemente) Gondor, que así se llama el reino de los Hombres, quedó sin soberano, pero Iisldur no murió sin descendientes. Tenía varios hijos, que murieron peleando para ayudar a su padre, pero uno, uno solo, permaneció aquí, en Imladris, porque era pequeño. Ese niño, que se llamaba Valandil creció y más tarde tuvo hijos y esos hijos tuvieron sus hijos, que a su vez tuvieron hijos, que tuvieron otros hijos y así hasta que hace poco mataron al último de ellos.

-¿Al último de los hijos?

-No – rebatió Legolas -. Al último de los descendientes de ese rey, Isildur. Mi Adar se puso muy triste cuando lo supo. Lord Elrond le escribió una carta para contarle. Verás, era sólo un niño y lo mataron los orcos, atacando el campamento de sus padres.

-Oh – se lamentó Estel.

-Sí, fue tan triste – se lamentó el elfito -. Su nombre era Aragorn y era el último descendiente de Isildur, el único que podía unir a los hombres bajo su espada y ayudarnos a combatir a Sauron. Sauron sabía que era una amenaza para él por eso mandó atacar su campamento. Mi Adar Thranduil, mi ada Ilmen y mi hermano se pusieron muy tristes. Yo también porque apenas era un niño.

-Aragorn – murmuró Estel. Podía jurar que ya había escuchado ese nombre antes.

-Estel, mira – advirtió Legolas -. Allá va Glorfindel. ¿Por qué habrá salido de la fiesta?

-Quizás quería trepar árboles como nosotros – comentó el niño.

Legolas rió.

-Eres muy gracioso, pero no. Mira, camina hacia la cascada y parece apurado. Ven, vamos a ver qué hace.

-¿Qué? – se asombró Estel, pero ya su amiguito estaba descendiendo. Sin otra salida lo siguió.

-Vamos a segurlo detrás de aquellos arbustos. Rápido – apremió Legolas, y édain y elfito siguieron al consejero escondidos entre la vegetación.

Demasiado concentrado en llegar hasta la cascada, Glorfindel no reparó en los piecitos que lo perseguían, intentando ser discretos. Allí lo esperaban dos elfos, vestidos con sus armaduras, que Estel reconoció enseguida como los hijos de Elrond. Sus hermanos ahora, que se suponía estaban patrullando el bosque que rodeaba el valle.


-Mae Govannen, Glorfindel – lo saludaron al unísono.

-¿Qué ocurre? – preguntó consejero -. ¿Para qué necesitaban verme?

-Orcos montados en wargos – informó uno -. Treinta al menos. Los distinguimos cerca.

-Ese es Elladan – informó Estel a su amiguito. Legolas lo calló con la mirada.

-¿Cuán cerca? – interrogó Glorfindel.

-Demasiado cerca – informó Elrohir -. A apenas diez kilómetros de las fronteras. Nunca antes se habían atrevido a aproximarse tanto.

Glorfindel se sobó la frente mientras recordaba algo.

-No puede ser – suspiró preocupado -. Lady Gilraen partió hoy. ¿Creen que pudieran haberla alcanzado?

-Por eso necesitamos que vengas con nosotros – explicó Elrohir -. Vamos a hacerlos pedazos.

-Espérenme aquí – ordenó el consejero, antes de enfilar apresurado hacia la mansión.

Los gemelos intercambiaron miradas serias antes de dirigirse hacia sus caballos, detenidos a pocos metros de la cascada.

Legolas estaba con la boquita abierta. Orcos, les tenía pánico desde la trágica muerte de su Ada. Pero Estel miraba a sus hermanos, echando chispas.

-Mi madre – murmuró el niño al fin -. Tengo que partir con ellos a rescatarla.

-¿Qué? – ahora fue el elfito quien se sorprendió.

-No sé cómo pero iré a ayudarla – anunció el édain decidido y se alejó sigiloso de los arbustos para dirigirse a las caballerizas.

Legolas pasó saliva. No le parecía buena idea, pero sabiendo que no podía dejar a su amiguito solo, salió detrás de él.


TBC


Bueno, ya de niños a Legolas y a Estel les gustaba meterse en problemas.

¡Pobres Elrond y Thranduil!

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