Sasuke terminó de encender la última vela, y se quedó contemplando fijamente la diminuta llama, pensativo. Seguramente, el humano que contemplaba extasiado la estancia a espaldas suyas no se habría percatado de que sólo había necesitado un pequeño impulso mental para que el fuego prendiera. Caviló sobre aquello, sobre la inocencia humana, y pensó que era una triste ironía. Se concentró en la suave respiración y en el tamborileo regular del corazón rebosante de vida. Los pasos se detuvieron en la atiborrada biblioteca y olfateó la inseguridad en el aire.
- No te quedes ahí parado, puedes sentarte –murmuró, con una voz sugerente y profunda que no invitaba a nada, sólo a cumplir una insustancial orden. Volteó para quedar de espalda a la chimenea –sin un fuego encendido, pero con un montículo de madera amontonado prolijamente- y observó el nerviosismo del humano mientras tomaba asiento en una butaca en el centro de la habitación.
Los ojos azules chispeaban de curiosidad al contemplar las paredes llenas de libros de todo tipo, mientras se aflojaba la bufanda que llevaba en torno al cuello. Finalmente, el humano lo miró fijamente con una determinación rayana en el escepticismo y susurró:
- Usted dice ser un vampiro.
Sasuke sonrió imperceptiblemente y dio unos pasos sobre el suelo enmoquetado. Jugueteó con los dedos de una mano mientras la otra la mantenía oculta en uno de los bolsillos de sus elegantes pantalones. Su mirada vagó unos instantes antes de volver a enfocarse en el humano, un muchacho de unos veinticuatro años, con un cabello rubio alborotado y muy atractivo.
-No…-le corrigió- le he dicho que soy el príncipe de los vampiros.
Naruto –extrajo aquel nombre tan particular de la mente del humano- puso los ojos en blanco, inocentemente exasperado ante la petulancia del tono que había empleado para hablar. Podría sonar orgulloso, pero era cierto.
-Entonces, príncipe… -hizo una mueca, sin embargo, pareció cambiar de parecer-, en tal caso, ¿quién es su rey?
- ¿Quién más?: el Diablo.
No obtuvo respuesta. Naruto daba la impresión de estar pensándose el asunto seriamente. Sasuke había atisbado en su mente lo poco confiado que estaba con el hecho de que un vampiro de verdad se lo hubiera soltado todo a medianoche en un bar atestado de borrachos y mal-vivientes en los suburbios de la ciudad. A pesar de todo, le había parecido emocionante conocer el testimonio de un hombre tan misterioso y que desentonaba tanto con el lugar. Si era cierto o no, no importaba, ya que por lo menos podría extraer algo de su relato. Locura, fantasía, o el simple deseo de la certera inmortalidad. Después de todo, él se encargaba de conseguir ese tipo de historias extravagantes y publicarlas para deleite de los demás.
Prosiguió con su interrogatorio:
-Entonces, ¿cómo llegó a convertirse en el príncipe de los vampiros?
Sasuke no tuvo la necesidad de sondear su mente para adivinar lo que estaba pensando. Sopesaba la idea de que se tratara de un ferviente seguidor de Lucifer. Algún tipo de maniático de los rituales satánicos. Como si le hubiera entregado su alma al diablo.
- ¿Conoces el símbolo “Ank”? –rebatió, sin contestarle. Naruto lo miró perplejo un instante, solamente asintiendo luego - Los egipcios creían en la vida eterna. El Ank es la llave de la vida eterna, la inmortalidad.
Extrajo del bolsillo un anillo de plata, que examinó detalladamente en la penumbra. Una diminuta cruz grabada refulgía en la superficie, con el lazo en la parte superior, en un tono amatista.
Naruto lo miraba sin decir nada, convencido de que Sasuke hablaría en cuanto quisiera hacerlo. Había reconocido en él al tipo de persona que no le gusta que le obliguen a hacer algo, aunque él mismo se hubiera ofrecido a ello.
Entonces comenzó a relatar su historia.
-Yo…soy como la cruz egipcia, pero infinitamente peor…
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