Olía a tierra mojada, a lluvia y a recuerdos perdidos.
Entonces sabía que dolía, y dolía demasiado, más de lo que podía soportar.
Las palabras sonaban cadenciosas y dulcificadas, fluyendo de sus labios con una naturalidad inusitada. Gaara sólo le observaba silencioso, como a una sombra desdibujada e inalcanzable. No quería verlo, no quería escucharlo, y el otro simplemente continuaba diciendo algo de suma importancia que se negaba a comprender, algo que no deseaba saber, pero que, sin embargo le sobrepasaba.
¿Qué estaba sucediendo?
¿Por qué le abrazaba? ¿Por qué las lagrimas que opacaban sus brillantes ojos?
—Ya basta, Lee— y se escuchó a sí mismo, casi suplicándole con desesperación.
Pero no podía ceder, no podía permitirle seguir.
El aludido simplemente se escudó en una de sus mejores defensas, en una sonrisa cándida e incluso fácil. Realmente, todo le resultaba más sencillo de ese modo.
—Está lloviendo— dijo despreocupadamente sin dejar de sonreírle—. ¿Recuerdas cuándo nos quedamos varados en esa tormenta de granizo? Tuvimos que refugiarnos en el primer lugar que encontramos...
No, no lo recordaba, ni tenía alguna importancia. De hecho, casi nada le interesaba y sólo quería que dejara de fingir.
—Haz silencio— le interrumpió el pelirrojo cortante e irritado.
Detestaba la falsedad de sus palabras, la verdad que se escondía detrás de sus ojos, los labios trémulos, el tono de voz sosegado y al mismo tiempo con un deje de angustia e inquietud. No lo engañaba, lo conocía lo suficientemente bien como para saber el estado miserable en el que estaba y todo lo que se empeñaba en ocultarle bajo una sonrisa conciliadora.
Lee no abandonó la expresión calmada de su rostro y, en cambio, acarició una de sus mejillas con lentitud.
—Lo siento— dijo, suavemente, otra vez.
Gaara desvió la vista. No quería verlo y no entendía porqué continuaba insistiendo en ello.
Afuera, en medio de la noche, un rayo ensordecedor rasgó el cielo, provocando que varias manzanas a la redonda se quedaran en completa oscuridad, mientras la lluvia caía con furia incesantemente.
El pelinegro se sobresaltó en su lugar y se mordió el labio inferior ansioso. El silencio que parecía imponer la presencia del otro, comenzaba a alterarlo y, de repente, sentía la necesidad de llenar esos espacios vacíos de cualquier cosa trivial e innecesaria con tal de mantener su mente ocupada en un tema diferente.
Pero sabía bien que debía ser fuerte y no sólo por Gaara, sino también por él mismo. No podía quebrarse, ni podía mostrar ninguna debilidad, aunque por dentro prácticamente se estuviera muriendo.
—Lo lamento— repitió en voz baja, esperando una respuesta que no llegaría.
El pelirrojo lo observó silenciosamente. En otro tiempo, quizás, las palabras hubieran estado de más y simplemente, lo habría tomado entre sus brazos y le habría hecho el amor toda la noche allí mismo.
Ahora, no obstante, tenerlo así de cerca le era casi insoportable. La sensación que oprimía su pecho se intensificaba a cada momento y el dolor, de improvisto, se había vuelto demasiado real y tan palpable que sentía ahogarse. Y, por primera vez en su vida, deseó jamás haberlo conocido, jamás haberle amado de ese modo y borrar aquellos recuerdos que siempre permanecían presentes en su mente, sólo para no sufrir ante su partida y no quedar destrozado en su ausencia.
—¿Por qué?— se preguntó quedamente y sin ganas.
Pero entonces los motivos no bastaban y todo era aún peor.
Lee se levantó de su asiento lentamente, y antes de darle espalda y marcharse, depositó un suave beso en sus labios que no se vio correspondido.
Y Gaara quiso entregar hasta lo último y mucho más en ese contacto furtivo. Quiso, también, decirle que se quedara con su corazón y con su alma porque no los necesitaba, que hiciera con él lo que deseara porque ya nada tenía sentido.
Pero sólo permaneció indolente, viéndolo partir. Aun cuando todo su ser lo clamara desesperadamente y aun cuando lo único que quedara de su alma sucumbiera ante el abismo de una soledad absoluta y casi suicida, no lo detendría, ni tampoco le suplicaría.
Por un fugaz instante, mientras lo veía alejarse cada vez más, tuvo la sensación de que Lee no era más que un antiguo recuerdo que se perdía entre las sombras del tiempo, hasta que su existencia desaparecía completamente, sin dejar ningún rastro y sin dejar ningún dolor. Las sonrisas, entonces, se esfumaban en el vacío del silencio y los sentimientos se camuflaban bajo la agonía de las mentiras perfectas como lo había sido desde siempre.
Y cuando la puerta se cerró definitivamente y el sonido de una despedida pareció extenderse hasta el último rincón de la sala y de su cuerpo, finalmente comprendió.
Todo estaba dicho y no había nada que pudiera hacer.
Todo, ahora, formaba parte de un pasado que era mejor olvidar.