No puedo reconocerte.
Miro tus ojos y no son azules, no son como yo los recuerdo.
¿Sera el calor, el fuego y el ardor que nos envuelve?
Hace un par de horas, esta realidad me habría parecido ridícula.
Cuando te deje eras el Anakin que guardo en mi mente.
Tus ojos brillaban azulados, tu cabello rizado aun conservaba parte de su brillo dorado de la infancia y te despediste de mí, dijiste “Maestro” un par de veces, y me sonreíste, de aquella forma tan pura, tan ajena a todo, una sonrisa tuya, nuestra, pero por sobre todo mía.
Del Anakin que guardo en mi corazón.
¿Cómo pudiste cambiar tanto en mi breve ausencia?
Ahora tu mirada es oscura, desquiciada, enfermiza. Tu cabello es negro, lacio, oscuro y grasiento. Tus ojos brillan amarillos dentro de la oscuridad de sus orbes, las enmarcan tus cejas que destacan tus sentimientos, el odio, el dolor, el sufrimiento…
Te has encaminado al lado oscuro.
¿No fue suficiente tu entrenamiento Jedi?
¿No fue suficiente tu destino?
¿No suficiente el amor… de Padmé?
No lo quise creer, y aun me duele el pecho mientras te miro.
No quiero dañarte. Me niego a hacerlo.
Pero entonces recuerdo los pasillos del templo regados de cuerpos, de jóvenes aspirantes a Jedi, de pequeños youngling, indefensos, inocentes, dañados, destrozados, por una oscura mano… la tuya. Me lo confirman los registros.
Te veo matándolos sin piedad, y entonces se me cierra la garganta.
Y pongo todo mi control por que las lágrimas no abandonen mis ojos, no importando el escozor y el dolor, porque ese no eres tú.
Pero el maestro Yoda me lo confirma, y me ordena que vaya tras de ti.
No quiero. Me niego. Envíeme con los Sith, no con Anakin, no con él, no contra él, por favor…
El Anakin que veo en Mustafar me es desconocido. Daña a Padmé y me habla con aspereza, entremezclando sus palabras con amenazas, con sentimientos torcidos, oscuros e impuros.
Me pregunto, ¿si hubiera estado a tu lado, podría haber evitado esto?
Pero es tan ridículo. Eres un caballero Jedi, no un padawan, mi padawan, no podría haber estado a tu lado siempre, ni aunque lo hubiera querido.
Si no estas conmigo, entonces eres mi enemigo.
Siseas con rabia. ¿Pretendes que me una a ti en esta locura? ¿Quieres obligarme a estar a tu lado? Una insulsa esperanza se me ancla en el pecho. Aun piensas que puedo estar de tu lado, ya que siempre lo estuve, pero esta vez no.
Comienza nuestra pelea. Eres tan bueno como siempre lo has sido. El sable es parte de ti, y te mueves con gracias, siempre a la ofensiva, siempre al ataque… pero ahora tus movimientos desbordan el doble de pasión, y sentimientos más propios de un Sith.
Te desconozco.
Y mientras levanto el sable contra ti, mi mente evoca al pequeño Anakin que tome como Padawan. De sonrisa infantil y traviesa, de cabello dorado como el trigo, y ojos azules como el cielo claro, que solía meterse en problemas, que me desobedecía y no prestaba atención cuando le regañaba, que se colaba a mi cama por la noche, y que me abrazaba de improviso, el que no se separaba de mi, el que me quería…
E intento evitar tu mirada.
Porque me daña. Tanto resentimiento, jamás lo vi en ti y en mi contra.
Este es el final para ti, mi maestro.
No me llames así.
¿Cuántas veces te lo he dicho?
No soy tu maestro.
No uses ese sentido de pertenencia. No es justo.
Porque yo no veo a mi padawan.
Mi compañero.
Mi Anakin.
¡TE ODIO!
Gritas, raspando tu garganta, cargando aquellas palabras con sentimientos Sith. Son un arma en mi contra, más dolorosas que cualquier herida hecha en esta larga guerra.
Quiero llorar, el dolor es demasiado, pero te respondo con sinceridad, con aquello que me oprime el pecho mientras te veo agonizar en el suelo.
Yo te amo Anakin.
Y soy cobarde. Te vuelvo a fallar Anakin.
No puedo matarte. No con mis propias manos.
Te amo demasiado.
Entonces el fuego te comienza a consumir. Y ya no puedo mirarte, duele demasiado.
Adiós Anakin.
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