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Cobalto por automnesta

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Notas del fanfic:

Una nueva versión de un viejo original que tenía en el ordenador, espero que la disfruten.

Notas del capitulo: La introducción de cada uno de los personajes y su relación con el cobalto; el verdadero protagonista de la historia.
Introducción.

(Dividida en cinco partes)


Cobalto.

Se le denominaba kobold en la Edad Media por los mineros que consideraban este metal sin valor y tenían la creencia de que un duende (un kobold) lo ponía en sustitución de la plata que había robado. En el diccionario castellano del siglo XVIII aparece como cobalt. (1)

~ • ~

m. Metal blanco rojizo, duro y tan difícil de fundir como el hierro; mezclado con el oxígeno, forma la base azul de muchas pinturas y esmaltes. Su símbolo es Co y su número atómico, 27: el cobalto se utiliza con fines medicinales. (2)



~Parte I: Lo que (no) se debe hacer.

Ella era alta, esbelta, de cabellos lacios y oscuros, nariz pequeña, ojos fríos y dueña de un imperio comercial que alcanzaba los más lejanos y oscurecidos rincones del planeta.

Cuando se la presentaron, ella sonrió con autosuficiencia y ladeó la cabeza en un movimiento premeditado y suave, como si se le hubiese enseñado a imitar la elegancia. …l le correspondió el saludo con una mueca sarcástica que se le escapó del alma luego de que sus labios rozaran la insípida y blanca piel de su mano.

En ese momento, justo cuando la introducción parecía tornar el ambiente en una pesada carga llena de incomodidad, Marco se acercó con una copa de vino blanco en la mano y una sonrisa fingida en los labios. Le pasó un brazo por los hombros en un amago de intimidad cariñosa que hizo que ambos se sintieran incómodos.

— Me alegra que, finalmente, hayan tenido la oportunidad de conocerse —dijo Marco con indiferencia— ¿Qué piensas de mi hijo, Karen? Un excelente muchacho, ¿Verdad? — La respuesta le llegó en un sutil asentimiento.

Mi prometida, pensó Elí cuando finalmente lo entendió. La palabra le sonó tan lejana como la mujer a la que se le atribuía. Se soltó del agarre de su padre y esbozó una sonrisa divertida.

— ¿Te parezco un buen partido, Karen? —Cuestionó con sorna, hablando inmediatamente, sin esperar respuesta— ¿Te casarías con un extraño?, ¿Conmigo?, ¿Por qué?, ¿Luzco bien, soy rico y parezco manejable? —No volteó a ver a su padre, pero podría jurar que la rabia en sus ojos haría lucir desagradable ese rostro que se ufanaba de belleza.
— No me digas —contestó sarcástica— ¿No te habían informado de este encuentro? — se dirigió a Marco — ¿Le parezco divertida? Parece que me ha confundido con una mujer de la que puede burlarse— no esperó ninguna respuesta, se volteó con fuerza, haciendo que su vestido vaporoso se alborotara con el efecto de su repentina salida.
— Si supieras Elí, que la temeridad es un acto que denota estupidez, — le dijo Marco antes de terminar el contenido de la copa en su mano derecha —te doy seis meses, antes de que pierda toda mi paciencia
— ¿No estás cansado ya?, ¿Qué me falta hacer, Marco? —se encaminó hacia la salida del salón de conferencias del hotel— ¿Qué más tengo que causar?

Karen y sus ofendidos progenitores se despedían de su madre, que ligeramente sorprendida, se disculpaba con arrogancia, en un tono de voz que dejaba claro lo poco apenada que se sentía.

Un momento antes de que se retirara, Eleanor le cogió del brazo en un agarre incómodo que parecía querer soltarse en cualquier momento, como si el roce le produjera disgusto.

— ¿Qué pasó, Elí? —le preguntó irritada— ¿Por qué te gusta arruinar nuestros planes?
— Suéltame —le dijo mientras le cogía la muñeca con fuerza— yo sólo arruino los planes en los que me obligan a participar
— ¿Qué te ha dicho? —se acarició la mano y le miró con intensidad, como si faltara poco para que sus emociones la transformaran— ¿Te ha dado por fin un límite?
— Seis meses, Eleanor— le contestó mientras sonreía —Medio año sin tener que vernos las caras, ¿Qué te parece? — No quiso ver la expresión de felicidad en el rostro de su madre, se alejó rápido y cerró la puerta con fuerza.

Su asistente personal le lanzó una mirada sorprendida una vez que hubo llegado a la recepción del hotel. Le alcanzó una botella de agua helada y le informó que Santiago le había llamado. Le contestó con un asentimiento, sin entender realmente lo que le estaba diciendo, sintiéndose de pronto muy cansado e irritado, abriendo la botella con brusquedad y tratando de beber el contenido en un sólo intento.

— Diego, ¿Puedes callarte un momento? — Pidió con una mano alzada — He tenido una muy mala reunión ahí dentro — continuó mientras señalaba la sala de conferencias con la cabeza — Han querido casarme con Karen…— suspiró al ver la expresión de desconcierto de su interlocutor — Ya sabes, la hija de los Calderón, la de expresión resfriada — su asistente le respondió con una mirada de compresión — Se enojó porque le pregunté por las razones de su afecto hacia a mí, ¿Puedes imaginar el mal carácter?

Diego le lanzó una mirada cargada de incertidumbre. A quién engaño, pensó Elí, mientras le sonreía a su asistente. Finalmente, le lanzó la botella vacía y se sacudió la cabeza con ambas manos.

— Ya no importa,— dijo por fin —vámonos


~Parte II: Error.

Su error no fue enamorarse.
Su error fue hacerlo primero.
Amor existe si es recíproco, entonces, él nunca tuvo amor.


Se había enamorado una tarde de verano, un lunes cualquiera, hacía cinco meses. La había conocido por casualidad, cuando se dirigía a la casa de un amigo, con una película rentada en su mochila y sin ningún pensamiento importante.

La chica caminaba con tranquilidad, con una sonrisa de resignación aburrida en el rostro, con los ojos brillando de anticipación divertida y portando un sombrero tan ligero que el viento se lo llevó con facilidad y lo dejó en la copa de un árbol.

A él le pareció que la chica del largo cabello castaño era hermosa. A ella le pareció que el chico de gorra negra era guapo. Así que, cuando él devolvió el sombrero perdido, ella le sonrió con agradecimiento y coquetería. …l la invitó a una cafetería cercana, ella aceptó encantada y el resto, como se suele decir, es historia.

La historia terminó una noche de invierno, un domingo cualquiera, hacía dos horas. Lo había citado para un viaje de fin de semana, en un resort que cobraba mucho más de lo que él ganaba; cuando volvieron del viaje, ella lo hizo detenerse en un parque del camino para comunicarle una noticia importante.

A él le pareció que la noticia sería una declaración romántica y cursilona, con ese te amo tan esperado que ella no había pronunciado ni una vez en todo el tiempo que llevaban juntos. …l se equivocó.

La chica le sonrió en una mueca incómoda antes de informarle; mientras repetía que se sentía absolutamente apenada, que en realidad, no lo quería lo suficiente para que pudiera dejar a su actual marido. El actual marido que volvía de un viaje de negocios y que estaba dispuesto a hacer funcionar su relación. Lo siento.

Y así terminó, ella se fue, él se quedó.

Tuvieron que pasar muchas horas y una llamada telefónica inoportuna para que dejara de mirar el camino por el que ella se había marchado y dedicara algo de atención a su cuerpo, que estaba resintiendo el frío de la noche.


- Hey Q, ¿Dónde estás? La vieja está histérica y le está haciendo pasar un mal rato al mocoso – escuchó la voz de uno de sus amigos más cercanos por el auricular - ¿Vas a venir? No es por joder pero hace dos días que te fuiste con tu noviecita y no has llamado ni para saludar –
- Estoy bien Geral – estuvo a punto de soltar un suspiro pero no quería sentirse más patético de lo que ya se sentía – Ahora sé bueno y hazme un favor, llévate a Daniel a tu departamento, voy a ir a recogerlo más tarde que no tengo ganas de discutir con Muriel, ¿Vale?
- ¿Y esa voz de pelmazo deprimido?, ¿Te peleaste de nuevo con Milena? – Geral soltó una risita burlona - ¿Ahora por qué motivo?, ¿No le compraste el anillo que quería?, tío, esa mujer te está sangrando
- No jodas Geraldo – dijo sintiéndose irritado – Nadie me sangra nada ni va a volver a sangrar, es un mal día así que no me lo hagas peor
- ¿Qué es eso de que no te van a volver a sangrar? – preguntó preocupado
- Nada importante, luego te explico, ahora recoge a Daniel y dale de cenar lo que te pida que luego te lo reembolso – metió la mano que tenía libre en uno de sus bolsillos – Y no le dejes tomar café que luego no se puede dormir
- Ya, sí, claro, pero termíname de contar, ¿Terminaste con… - Geral dejó de hablar y en el fondo se escuchaba la voz de alguien más, parecía que discutían – No jodas Q, cómo no me dices –
- ¿Qué cosa?, ¿Con quién peleas? – preguntó extrañado.
- Nada, que me traje al mocoso hace un rato pero te estaba dando el discurso para hacerte sentir mal por abandonarnos durante dos días… ¡Pero eso no era lo que estaba diciendo! – su voz sonaba de nuevo divertida, como si estuviera a punto de carcajearse - ¿Va en serio eso de que el D le dice Milanesa a tu novia? –
- Ya te vale Geraldo, Milena no es más mi novia – de pronto sintió que le venía un dolor de cabeza tremendo – ¡Nunca lo fue!, era mi enamorada y ya, ¿Vale? A ninguno de los dos nos iba el compromiso
- Sí, claro, ¿Quieres que te recite Milena, amor de mi vida?
- ¡¿Qué coñ…?! – apretó el celular – Dile a Daniel que está castigado hasta que se me de la gana y tú ya no me hables
- Pero que resentido el poeta… -
- Vete a la mierda G, chao –
- ¿Ya te vas?, ¿Ni un besit…?- no dejó que terminara la frase porque apretó el botoncito rojo del panel y cortó la llamada.


El invierno es genial, pensó mientras caminaba rápidamente por las calles, pero el frío es una mierda. Cruzó una avenida y mientras trataba de pasar rápido por el puente (le tenía miedo a las alturas) la idea de suicidarse le pareció una estupidez factible. Sin embargo, el frío y el recuerdo de Daniel le hicieron pensárselo mejor, Aunque quisiera, antes de que pueda lanzarme a los autos terminaré vomitándome encima, no sería trágico, sino patético. Atravesó unas calles más y la perspectiva de un café le hizo detenerse en un pequeño establecimiento que tenía unos cuantos clientes.

Q entró con el peso del mundo en su espalda y la calidez que lo recibió le hizo sentirse un poco mejor. Se buscó un sitio entre las mesas laterales y finalmente encontró la que buscaba en una esquina apartada desde donde se tenía vista a la calle. Se sentó y espero pacientemente a que una de las dos únicas meseras que atendían se acercara a pedirle la orden. Finalmente se antojó por un moka dulzón y un emparedado mixto.

Observó las luces amarillentas que alumbraban la vereda y a las ocasionales personas que caminaban apuradas y con frío. El ambiente no pudo antojársele más deprimente, justo como en esas películas que nadie veía por la increíble cantidad de drama y cliché que las articulaba. Sentirse el protagonista de las mencionadas tampoco ayudaba a mejorarle el ánimo, felizmente, antes de que pudiera ponerse más pesimista, la sonriente muchacha que lo atendía le sirvió lo pedido y le deseó una buena cena.

La cena, por otro lado, se vio interrumpida por una llamada al celular. Ni ganas tenía de contestar, pero la inercia le ganó a la convicción y terminó respondiendo de todas formas. Se equivocó, porque la que habló por la otra línea era una de dos las mujeres que estaba intentando evitar por todos los medios.



- ¿Se puede saber dónde, coño, estás? – sonó la voz grave (y enojada) de Muriel.
- Estoy tomando un café, también me alegra escucharte –
- ¿Y se puede saber por qué coño no has venido aquí, entonces, si querías tomarte un café?
- Porque aquí hay chicas lindas que atienden y no cincuentonas con mal carácter
- Anda, graciosillos estamos
- Un poquito, nada más
- Déjate de idioteces Q y trae tu trasero al establecimiento o voy yo y te lo parto
- Ya te quiero ver intentándolo si ni yo sé dónde estoy
- Soy una bruja, ¿Verdad?
- Lo eres
- Encontraré mis maneras
- Qué encantadora
- No me cambies el tema pelmazo, ahora cállate y dime, ¿Por qué no has venido a hacerte cargo del mocoso?
- …
- ¿Me estás escuchando, joder? ¡Contéstame!
- Me dijiste cállate, eso hago
- No te pases de listo conmigo
- Muriel deja de incordiar, he tenido un día de mierda y no tengo ánimos ni para pelearme contigo, sé buena y espera a que llegue el lunes para soltarme todas tus quejas
- ¡¿Recién el lunes?! – sorpresivamente Muriel se silenció, parecía estar meditando algo y antes de que pudiese interrumpirla, continuó – Has terminado con ella ¿Verdad? – se ocupó impregnarle todo el desprecio que pudo al pronombre, después de todo, Muriel no gustaba de Milena ni bañada en oro.
- Bueno, tengo hambre y estoy cansado ¿Por qué no voy a la cafetería el lunes? – no dejó que le contestara - ¿A ti también te parece genial? ¡Perfecto! ¡Eres una mujer increíble Muriel, en serio! ¡Adiós! – y cortó la comunicación.


Miró el celular un largo rato antes de decidirse a quitarle la batería. No tenía ganas de escuchar a G o a Muriel, ni mucho menos a Sandra, peor aún si lo llamaba Daniel. Todos sus amigos, aunque buenos y amables en distintos grados, eran un verdadero fastidio cuando intentaban cotillear sobre sus asuntos.

La llamada de su jefa había logrado quitarle el apetito, así que resignado, dio unos sorbos a su moka y dejó el emparedado intacto, pagó lo que correspondía, además de dejar el dinero de la propina para la mesera y se encaminó al departamento de Geral. Ya se imaginaba la cara de Daniel cuando lo viera.

Te lo dije. Esa iba a ser su expresión. Te dije que era un error.


~Parte III: Casualidad.

Daniel tenía seis meses cuando su padre los abandonó a él y a su madre. Cuando cumplió un año, su padrastro le pegó en la espalda y casi se muere. Cuando cumplió un año y seis meses su madre se enfermó y vivieron con su abuela. Cuando cumplió los dos años, su madre y su abuela lo dejaron en un orfanato y pagaron al encargado para que jamás se hablara de ellas. No hizo falta, Daniel no recuerda nada que le haya pasado antes de los cinco años.

Las mujeres que lo criaron siempre le habían tenido aprecio, pero nunca el suficiente como para llevárselo con ellas. Ellas siempre decían lo mismo cada vez que lo veían Pero qué niño más hermoso y lo despeinaban con cuidado Y es tan tranquilo añadían cuando veían que no reaccionaba. Sin embargo, por muchos halagos que recibiera, Daniel no había tenido nadie que lo quisiera realmente, por lo menos no hasta que cumplió los doce y un extraño se cruzó en su camino.

Había estado barriendo las hojas amarillentas que el otoño dejaba diariamente en el pequeño jardín que tenía el orfanato, dado que era normalmente dócil, siempre lo elegían para las tareas menos pesadas. Así pues, aburrido y sin ninguna perspectiva, estaba amarrando las bolsas que le había encargado una de las voluntarias, cuando vio a un muchacho mayor respirar cansado mientras se apoyaba en las rejas negras que circundaban el lugar.

- Hey – gritó para que le prestara atención - ¿Eres un ladrón?

El chico sonrió mientras dejaba que su respiración se tranquilizara.

- Si eres un ladrón te has equivocado de sitio, este orfanato está dirigido por voluntarios, no encontrarás nada de valor aquí
- No soy un ladrón – le respondió por fin el aludido – Soy un escapista

Daniel se rió.

- ¿Y de qué escapas?


El chico lo miró fijamente por un rato, con una expresión de tristeza absoluta en su rostro, como si quisiera decir algo importante y no se atreviera.

- De la rutina


Daniel sabía, de alguna manera, que le estaba mintiendo.

- ¿Se puede escapar de la rutina?
- Sólo si corres con todas tus fuerzas


Daniel dejó las bolsas llenas de hojas secas y se acercó al extraño. A cada paso que daba, retumbaban en sus oídos las palabras que le repetían todos los días las voluntarias del orfanato. No hablen con extraños, puede ser peligroso. Y los miraban con expresiones duras, para asustarlos. Si ven a un desconocido merodeando los límites del lugar tienen que avisarnos. Y sus voces se transformaban en graves advertencias. ¡Jamás se acerquen niños! Y todos asentían vigorosamente. Saberse el trasgresor de la advertencia le hizo sentirse bien, como si todo su cuerpo se llenara repentinamente de energía y excitación nerviosa.


- ¿Cuál es tu nombre?
- Soy Quinn ¿Y tú?
- Daniel
- ¿Y cuantos años tienes, ocho?
- Doce – dijo mientras arrugaba el ceño.
- ¿Y cuánto tiempo llevas aquí?
- Desde los dos

Quinn le miró atentamente.

- ¿Tienes mal carácter?
- ¿A ti qué te parece?
- Ya veo que sí, si quieres que te adopten podrías ser más agradable, ¿No?
- No importa que tan agradable seas, siempre sonríen y se van
- Eres un pequeño pesimista
- Te digo lo que veo
- P-e-s-i-m-i-s-t-a
- Ya claro, ¿Tú me adoptarías?
- Sí


A Daniel le sorprendió la sinceridad de la afirmación, como si estuviera completamente seguro de que lo haría, como si lo estuviese haciendo en ese mismo instante, aceptando llevárselo con él.


- ¿Y por qué no me adoptas? – preguntó con miedo, con los latidos del corazón atorándose en su garganta.

Quinn se rió y Daniel sintió que la esperanza se disolvía entre las carcajadas divertidas que llenaban el aire.

- Porque no puedo – le contestó aún con una sonrisita bailoteándole en los labios – Soy un estudiante que acaba de escapar de su casa con apenas los ahorros de toda su vida y que se muda a un departamento barato en otra ciudad y con un amigo - alzó una ceja - ¿Crees que me cedan la custodia? –


Daniel sonrió un poco antes de contestar.


- No tienes ninguna oportunidad – le contestó con sinceridad – pero yo no me quiero quedar aquí, quiero ser un escapista, como tú
- Tienes doce mocoso, vives en un orfanato pero podrían adoptarte en cualquier momento, quédate y espera
- Quédate y espera – repitió Daniel mientras volteaba y se alejaba corriendo.


Aún recordaba perfectamente esa tarde de otoño, cuando no tenía nada y lo arriesgo todo, cuando conoció a Quinn y escapó de la rutina. Aún recuerda que el único incentivo que necesitó para abandonar el orfanato fue la respuesta pesimista de ese muchacho extraño que parecía escapar del mundo, lo único que necesitó de su discurso era ese No te quiero que Q jamás pronunció.

Te quiero, pero no puedo.

Y ni siquiera lo conocía.


~Parte IV: Fraude.


Muriel había heredado una vieja cafetería que le había pertenecido a su madre y antes que ella, a su abuelo. Todo lo que siempre había conocido era ese pequeño establecimiento ubicado en una esquina poco transitada y que de alguna manera parecía haberse quedado suspendido en el tiempo.

Los años, desde que era una niña, habían pasado y su destino parecía estar inevitablemente ligado a su herencia. Al principio, había tratado con todas sus fuerzas oponerse a ese destino, luchando inútilmente por abandonar la perspectiva que le auguraba ser la administradora de un negocio sin futuro. No había tenido suerte. A veces pensaba que la razón de su mal humor permanente era el estigma que le había dejado esa lucha. Luego se había ido acostumbrando, tratando de mejorar y transformar el establecimiento, haciendo de todo para que despegara y no fuera para siempre la misma cafetería que parecía que sería. Finalmente, la rutina le había ganado a la voluntad y se resignó a vivir como siempre había vivido. Y una vez que lo hubo aceptado, las cosas empezaron a mejorar.

A mejorar dentro de lo posible, por supuesto.

A pesar de que su local era pequeño y antiguo como cualquier declaración de independencia, las personas que vivían en los edificios aledaños solían venir casi siempre para el desayuno y la cena. A Muriel no se le había ocurrido contratar, jamás, más personal que la única chica que servía como su ayudante, pero; una mañana ajetreada y un muchacho delgaducho le hicieron cambiar el esquema al que había estado acostumbrada.

- Buenos días, señora – le dijo en voz baja – me preguntaba si estaban contratando personal


Muriel apagó el cigarro que tenía en la boca y sonrió en una mueca irónica involuntaria.

- ¿Te parece que necesitamos alguno? —le contestó con sarcasmo, mientras señala con la cabeza lo bien que su única empleada podía atender a las cinco únicas mesas— Ve a la trastienda y coge un delantal, veremos los términos de la paga al mediodía, ahora largo, me aburres —agregó al ver la mirada derrotada que el muchacho había puesto al escuchar su primera respuesta-

Quinn le había sonreído agradecido y ocurrió el san-se-acabó. Hubo algo en esa sonrisa particular que hizo que Muriel se lo creyera, que se creyera que Quinn era ese hijo perdido que nunca tuvo y que se volviera una vieja con menopausia sobre protectora.

No pasó mucho tiempo para que se enterara que Quinn, su hijo adoptivo, había adoptado para sí mismo otro mocoso, tan flacuchento como él. Madre santa, pensó, soy abuela. Y aunque Daniel era más bocón, más susceptible y celoso, Muriel lo quería con toda su majadería y displicencia.

Así vivía Muriel su rutina, así podía vivirla a los sesenta años cuando ya no esperaba ningún sobresalto en su día a día. Ya lo tenía todo, ya se había acostumbrado a lo que tenía. Quizá Daniel diera problemas más adelante, con el pasar de los años, cuando tuviera que madurar; pero para cuando eso pasara ella estaría bien muerta y si Dios quería, podría apoyar desde el sitio que le tocara. Ahora no, ahora sólo quería vivir en paz.

La mañana del lunes se levantó primero que nadie y casi le da un ataque cuando Daniel entró al local dando tumbos de lo torpe que se ponía cuando estaba nervioso, con una sonrisita altanera y la ropa sudada de la carrera que había dado desde dios-sabía-dónde.

- A ver mocoso, tienes cinco segundos para explicarme porque has entrado como si fueses un asaltante – le ordenó desde la barra mientras le lanzaba una de sus miradas más escalofriantes.
- ¡¿Muriel?! – gritó incrédulo cuando alzó la vista y se dio cuenta de su presencia - ¡¿Qué coñ…?! ¿Qué haces levantada tan temprano?
- Todavía no me has contestado mocoso – tamborileó sus uñas sobre el soporte de madera – Y ya te he dicho que no sueltes groserías, joder, Quinn me va a asesinar

Daniel la miró con ese brillo arrogante que a ella le caía como una piedra en el almuerzo.

- ¿Y bien?
- Me escapaba de un borracho – dijo por fin – fui a comprarle el desayuno a mi papá porque estaba muy deprimido por culpa de la zorra esa
- Oh, ya veo, esa mujer es una estúpida – dijo pensativa – por lo menos dime que ya terminó con ella
- Ella lo terminó a él
- ¿Está vez va en serio?
- Está casada
- Qué hija de…
- Puedes completar la frase, su marido es rico
- Puta
- Exacto – Daniel parecía más relajado, se quitó la chaqueta y escondió algo en uno de los bolsillos mientras se adentraba y se sentaba en uno de los banquillos - ¿Me das el desayuno para mi papá?
- Sí, espera – le contestó mientras miraba de reojo la chaqueta, quería saber que había, pero estaba segura que Daniel no se lo diría por las buenas – También te voy a dar desayuno a ti, guarda el dinero para el almuerzo
- Gracias vieja
- Abuela, zopenco, abuela Muriel – le amenazó mientras desaparecía por la puerta que daba a la cocina.
- Gracias, vieja abuela Muriel –

Mocoso, pensó enojada, me va a matar de un disgusto.


~Parte V: Encuentro.

Oscuro. No podía ver absolutamente nada de lo negro que se encontraba el entorno. Los ojos le ardían y sentía la boca pastosa, no podía oír bien y tenía la sensación de que algo malo había pasado. Probablemente por culpa suya, no era novedad, pero primero quería saber dónde estaba. Parpadeó muchas veces, lagrimeando ligeramente, intentando que su cabeza no explotara en el proceso; poco a poco, como si saliera de un túnel, sus ojos empezaron a adaptarse a la semioscuridad de lo que al parecer era un callejón apestoso.

Perfecto, pensó sarcástico, un puto callejón. Se pasó la mano derecha por los cabellos y un impulso nervioso hizo que su cuerpo despertara de su entumecimiento para dar cuenta de la mala posición en la que había dormido. Me siento una mierda, se estiró y pegó su espalda a la pared, haciendo tronar los huesos de su columna, estoy hecho una mierda. Intentó incorporarse con cuidado pero sus piernas parecían no tener fuerza, temblaron un poco antes de rendirse y ceder al peso de su cuerpo. No había remedio, estaba atorado en una mala posición. Se arrastró con cuidado, aún apoyado en la pared, intentando acercarse a la vereda, tratando de llegar a la luz brillante que indicaba que era de día y hacía calor. No avanzó mucho antes de que comenzara a sudar y un escalofrío recorriera cada músculo de su cuerpo.

Normalmente no bebía demasiado, si lo hacía, era lo suficientemente inteligente para limitarse a un solo tipo de alcohol que no lo destruyera al día siguiente. Así que, aún intentaba recordar qué podría haberlo impulsado a terminar en tan lamentable y patético estado. Lo único que recordaba era a su asistente dejándolo en un hotel que no estaba seguro de reconocer. Eso era grave, siendo el dueño del noventa por cierto de los hoteles del país, parecía imposible que no recordara cuál era…

— ¡Hey!, ¡Borracho! —escuchó que le gritaba una sombra que se acercaba a él, no era una sombra muy grande así que pudo relajarse, quizá si se hacía el dormido lo dejaría en paz.

Dejó que sus manos se deslizaran un poco sobre el piso, como si estuvieran muertas, se movió imperceptiblemente, acomodándose en el dolor y cerró los ojos suavemente, procurando no arrugar el ceño, tratando de respirar lentamente, como si estuviera inconciente.

— Vaya —escuchó que le decía una voz masculina— tú tienes que ser rico, nunca he visto a ningún vagabundo con traje de Armani.

Se mordió las mejillas para no soltar la carcajada que se iba a escapar en cualquier momento. No se había equivocado, estaba frente a un pobre oportunista bobalicón. Qué suerte, ahora sólo tengo que pagarle. Abrió los ojos y se encontró a un chico, un adolescente de no más de dieciséis años, de cabellos negros y largos, pálido, de ojos verdosos, alto para su edad, sonriéndole sarcástico.

— Buenos días —lo saludó— esperaba que pudieras ayudarme, te pagaré
— Por supuesto —le contestó el muchacho mientras se acercaba rápidamente y le pasaba una mano por los hombros y otra por el pecho, ayudándolo a incorporarse, dejando que apoyara todo su peso en él.

Elí sonrió, por supuesto que lo iba a ayudar, iba a darle plata, no mucha pero suficiente para un simple mocoso como aquel. La vida parecía más fácil cuando se tenía dinero. Un pensamiento lejano lo abordó de repente, provocando una sensación de falsa seguridad mientras se repetía a sí mismo No voy a dejar que Marco se lleve lo que me toca.
— Lo siento —escuchó que el muchacho le murmuraba, aún con la sonrisa sarcástica bailoteándole en los labios— mis servicios se terminan aquí —agregó mientras lo soltaba en la vereda, ya fuera del callejón
— ¡¿Qué mierda…?! —soltó con cólera— ¡¿Quién mierda te crees mocoso estúpido?! Olvídate de que te dé plata
— No se preocupe, señor —le dijo con sorna y alzó su brazo derecho— ya me cobré

El mocoso tenía su billetera.

~Final de la introducción.

Muriel estaba conversando con Daniel cuando de pronto la puerta principal de la tienda se azotó con fuerza, pronto, en el umbral de la misma, una figura ligeramente desgarbada ingresó al local y les sonrió con vergüenza.

— Perdón, el viento se llevó la puerta —se disculpó mientras se rascaba la cabeza— Buenos días a los dos
— Ya era hora, zopenco
— No le digas zopenco a mi papá, vieja
— Daniel, discúlpate
— No
— ¡Daniel!
— Ya, vale, lo siento vieja abuela Muriel
— Ya déjalo, este mocoso arrogante no va a cambiar jamás

Los tres sonrieron, sintiéndose más cómodos, sintiéndose casi como siempre, como la familia extraña que formaban. Fue en ese preciso momento que la puerta se azotó por tercera vez esa mañana y Elí entró hecho una furia al establecimiento, sudando, agitado, viéndose potencialmente peligroso.

— ¡Tú! —Gritó mientras agitaba su dedo índice con furia, señalando a Daniel— ¡Devuélveme mi dinero!
— ¿Qué te voy a devolver?, ¡Estúpido! —le contestó Daniel más calmado, burlándose de él con su postura descuidada y su sonrisa siempre irónica, agarrando a Quinn de la mano, apretándola con seguridad, casi engañándolo de que era inocente
— ¡YA BASTA! —gritó Muriel, haciendo que su voz resonara sobre cualquier otra, silenciando el lugar, agarrando con fuerza una pistola pequeña que guardaba en uno de los cajones de la barra, lista para sacar a los clientes más revoltosos por las noches, esperando que el rubio desarrapado que había entrado diera un paso más para soltar el disparo.

Quinn se soltó del agarre de Daniel y se levantó con lentitud, poniéndose delante del extraño, con una sensación de seguridad en el pecho, sospechando que a ese rubio de apariencia bizarra ya lo había visto de algún lado, ¿de dónde? Se repetía rápidamente y forzaba a su cerebro a recordar, ¿de dónde? Mientras ignoraba la mirada preocupada de Muriel y el ceño fruncido de Daniel, ¿de dónde? Mientras buscaba en el rostro sucio un atisbo de reconocimiento, ¿de dónde? Y el gris oscuro de los ojos encolerizados provocó un escalofrío en su cuerpo. Lo sabía. Claro que lo sabía.

— ¡TÚ! —gritaron ambos al mismo tiempo, señalándose, mirándose perplejos cuando se reconocieron.




CONTINUARÁ...
Notas finales: (1) Definición extraída de: http : / / es . wikipedia . org/wiki/Cobalto (Borrar espacios respectivos).

(2) Definición extraída de: http : // diccionarios . elmundo . es /diccionarios/cgi/lee_diccionario.html?busca=cobalto&submit=+Buscar+&diccionario=1 (borrar los espacios respectivos)

(*) Ambas definiciones como resultado de la búsqueda de la palabra {cobalto}, el uso que les doy para esta historia no está de ninguna manera asociado a los respectivos colaboradores de ambas web.



Espero que hayan disfrutado de la lectura.

;)

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