Cada paso que das hacia ese grupo de Slytherins junto con los tuyos deseas con ansias que nadie se meta contigo, que no se burlen de tu pelo indomable, y por encima de todo, que no te llamen sangre sucia. Mientras piensas, te escondes detrás de Harry en un ademán de defensa pero no sirve de nada ya que nombran ése insulto acompañado por un adjetivo nada agradable. Oyes los improperios de los Gryffindors para protegerte y darte ánimo, porque saben que te duele, que ésa palabra te desgarra el alma y crea de ella una pelota de desecho.
Sí, todos saben la molestia que te causa pero nadie conoce el motivo de tanta tristeza. Bien es verdad que la primera vez que la escuchaste de la boca de Draco te dolió, porque eras nueva en ése mundo y no querías ser diferente a los demás, ya bastante aguantabas siendo la más lista de la clase y el centro de las burlas de todas las orgullosas Serpientes. Pero ésa no es la razón principal porque poco después descubriste que habían más magos con los mismos orígenes que los tuyos y te reconfortaste al darte cuenta que valías mucho, muchísimo más que algunos que se denominaban a sí mismos como sangre pura.
Bajas la mirada al suelo resignada ante la ofensa. Piensas en la posibilidad de insultarle aun sabiendo que sólo provocarías risas de triunfo por parte de las Serpientes. Sonríes ante una idea tuya y dejas de lado la parte lógica de Hermione Granger entregándote a la sentimental. A la furia del momento.
Cuentas uno, dos, tres segundos y te agregas al grupo de los Leones manifestando tu odio con palabras humillantes dando comienzo a una disputa verbal entre Casas. Después de unos minutos, parece que la cosa va a más y notas cómo cada uno de los presentes desenfunda su varita. Todo se vuelve, repentinamente, algo muy serio que puede acabar mal.
Una risa cristalina que distingues sin complicaciones entre la batalla verbal te incita a parar y mirar al causante de tu repentina retención de vocabulario denigrante. Rectificación; la causante.
Con la boca entreabierta y los ojos abstraídos contemplas cómo una media melena de cabellos negros se mueven acompasados por el gesto de una risotada y, a continuación, los Slytherin callan y se suman a su risa. Una vez más te maldices por no haber hecho caso a tu consciencia lógica, pero sabes perfectamente que la próxima vez la parte sentimental te incitará a gritar de nuevo. Porque deseas, y no quieres a la vez, dejarte llevar por tu furia de León, tu rabia y, desgraciadamente para tu sector lógico, las ganas de escuchar la risa de Pansy Parkinson. Y te da igual que ésa risa se origine para disgustarte y por su orgullo como sangre limpia.
Esa palabra se filtra de tu mente y acaba gravada en tu propio cerebro como si fuera una inscripción llameante junto con su antónimo sangre sucia. Notas cómo el corazón se contrae al recordar, de nuevo, la causa de que tus sentimientos nunca serán correspondidos por culpa de unos estúpidos prejuicios. Ya es bastante la dificultad de ser vosotras del mismo sexo como para agregar más obstáculos.
Ésa es la razón de tanto dolor al sentir el insulto. No hay otra. Cada vez que la escuchas te recuerda que no tienes ninguna posibilidad con Pansy porque su orgullo va más allá de los sentimientos.
Después de observar los movimientos de Parkinson mientras intentas aclarar tus ideas, oyes otro sangre sucia de los labios de la Serpiente que se enrosca por tu sensatez provocando tus momentos de locura, y comienzas a notar el agua salada de tus ojos con intención de salir. Y todos lo ven.
Los Slytherin se ríen más fuerte al observar a los Gryffindors intentar alejarte de la disputa pero tú no estás conforme con la decisión que han tomado ellos por su propia cuenta.
Apartas de un manotazo las manos que te arrastran hacia una escapatoria sin alejar tu mirada de los ojos de ella y aprecias cómo la suya, con un toque alegre y orgulloso, va decayendo hasta formar una de muy severa, y te entra un pánico atroz al pensar en la posibilidad de que ésta te hubiera leído los pensamientos.
Al final, te dejas llevar, sin voluntad propia, por las manos insistentes en mantenerte lejos de allí por tu bien, porque todos saben la molestia que te causa pero nadie conoce el motivo de tanta tristeza. En el último instante, aún con la mirada fija, la ves sonreír de lado. Aquella sonrisa tan suya que desde siempre te ha resultado dulcemente molesta.