Sientes el frío de la pared del pasillo en la que estás apoyada con tus compañeros de Casa. Mientras te distraes repasando la serpiente de tu pecho, percibes las risas de los tuyos correspondiendo a una anécdota de Zabini. Aburrida, giras la cara hacia los pasillos y descubres al grupo de Harry Potter, o cara cortada como os gusta llamarlo, venir en dirección vuestra.
Dejas de escuchar cualquier sonido en el momento que una melena enmarañada y castaña se filtra en tu campo de visión, como si todos los sentidos hubieran fijado toda la posible atención que pudieras dar a aquel único objetivo.
Te extrañas al notar que sólo reparas en sus pasos al venir hacia a ti, en el frus frus de su cabellera rozando su espalda y, sin darte cuenta, tu mirada se posa en la zona de sus pechos. Por la cabeza se te pasan varias cosas, cada una más vergonzosa que la anterior, no obstante, de golpe, te detienes en la sensación de repulsión al ver el escudo del León.
Dejas de verla cuando se coloca detrás de Potter y, por arte de magia, vuelves a tener sentido del oído y la atención se reparte por todo tu alrededor, buscando qué hacer. Te niegas a ti misma alguna idea sacudiendo la cabeza y diriges la mirada a tu grupo, informándoles, con un comentario despectivo, de quién se acerca. Sonríes interiormente porque sabes que tendrás acción para rato y la estabas esperando desde ayer. Como cada día.
El primer insulto va dirigido a la sabionda por parte de Draco, es la costumbre. Todas las peleas empiezan por ahí, un insulto a Granger y saltan como locos a defenderla; acción-reacción.
Con una atención brutal de la que no te percatas, esperas desesperada el rebote de la Leona y sólo recibes una mirada al suelo por parte de ella. Sonríes con suficiencia al saber que después de tres segundos contados, y comprobados por todas las veces que la has observado, os enfrentará con palabras ininteligibles y rebuscadas, incluso tú misma te preguntas si en realidad existen.
Uno, dos, tres...
Los chillidos no se hacen de esperar causando que todos se enzarcen en una batalla oral Slytherin contra Gryffindor y tú desconectas completamente de ese mundo contemplando con gracia a la causante de la recién disputa.
Al cabo de unos minutos, notas la tensión en el aire y las caras sofocadas de los presentes, te das cuenta que Draco tiene sujeta su varita y observas el rostro completamente acalorado de la Gryffindor. Unas ganas locas de reír te sacuden el cuerpo y estallas. Los demás se unen a ti rompiendo la tensión del momento, excepto para los Leones que aún están encolerizados.
Aún riendo entre dientes te percatas de que Granger te mira con cara embobada y con un toque de tristeza. No sabes cómo reaccionar ante esa situación y lo haces como aprendiste; contraatacando en modo de defensa.
De tus labios se te escapa la palabra sangre sucia por rutina y te arrepientes – un poco- de haberla formulado. Los ojos de la come-libros se bañan en agua y te quedas quieta mirándola impasible mientras los tuyos no paran de reírse al reparar en el vano intento de tus enemigos de sacarla de allí.
Ella rechaza toda ayuda mirándote a los ojos y tu rostro cambia completamente al intentar descifrar el motivo de esa mirada.
Observas cómo Granger se aleja de allí con la cara desencajada guiada por los Gryffindors y tu corazón cubierto de hielo se agita con violencia en un intento inútil de romper la cárcel helada y huir junto a ella. Lo sujetas antes de que lo haga de verdad y, una vez más después de cada pelea contra Gryffindors, te concentras para aplacar los sentimientos que salen a flote y que no se te tienen permitido sentir. Tus labios forman una sonrisa irónica de lado al confirmar con esas acciones que, desgraciadamente, tu órgano nunca podrá amar, sentir ni corresponder a nadie que no sea esa Leona de melena y carácter indomable.
“Mierda de sangre”, piensas, odiándote a ti misma y sonriendo de nuevo al imaginar el enfrentamiento de mañana con miradas, lágrimas y moderación de sensaciones incluidas.