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Vampire Slayer por BeautifulVeela

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Vampire Slayer

“Un trauma de la infancia, un cambio radical, un encuentro inesperado. Naruto era un cazador de vampiros con una misión: encontrar al asesino de sus padres. Pero no contaba con que una tentadora distracción de afilados ojos negros se interpondría en su camino”

-1-

No era una presa como cualquiera, de eso estaba seguro. Cerró los ojos un momento mientras tomaba aire para continuar con aquella complicada cacería. Le sangraban los brazos, tenía un corte en la frente, y le quedaban dos balas en el cargador. Una vez recargadas las baterías se separó de la pared, cargó la pistola y echó a correr por aquella angosta calle empedrada de paredes mohosas. El sol se estaba poniendo, y la oscuridad comenzaba a apoderarse de aquel pueblo abandonado en medio de la nada.

—Sé que estas allí, bastardo –dijo en voz alta, agazapado tras unos contenedores de basura—. No te vas a escapar de nuevo, te lo puedo jurar.

Una corriente de aire a su izquierda hizo saltar todas las alarmas. En un abrir y cerrar de ojos una alta figura encapuchada se encontraba junto a él, blandiendo una reluciente espada. Saltó hacia atrás, los músculos completamente tensos. No se había percatado de su presencia, ni siquiera del característico olor a lilas que despedían todos los de su clase. Se había salvado de una muerte inminente. El vampiro se relamió los labios, sediento.

—No me hagas las cosas más complicadas, bestia, entrégate por voluntad propia –le espetó el cazador con sorna—. Los vampiros de tu nivel no tienen oportunidad alguna contra mí.

—Demuéstralo.

 Componiendo una atractiva pero peligrosa sonrisa sujetó la hoja de la espada con la mano derecha y sin dudarlo dos veces perforó aquella pálida cabeza de cabello castaño con una bala, todo a una velocidad de vértigo. El cuerpo del vampiro se deshizo, el polvo revoloteando en el viento. Seis horas de persecución para eso. Él había planeado una batalla, no ese jueguito.

—Maldición, que desperdicio de tiempo –Naruto se recostó contra la pared por segunda vez, ahora completamente relajado. Hizo un chequeo rápido de su cuerpo, arrugando el entrecejo cuando llegó a las mangas de la gabardina blanca empapadas en sangre. Menudo incordio sería desmanchar eso, si es que se podía—. ¿Y ahora cómo demonios regreso?

El rugido de un motor acercándose lo sacó de sus pensamientos. Dos segundos después una despampanante chica de cabello rosa, ojos verdes, vestido de cuero, botas y capa a juego desmontaba de una flamante motocicleta con una gracia inimaginable. Sakura sonrió de medio lado cuando contempló a su compañero echado en el suelo, hecho un total desastre, iluminado por un triste farol que sobresalía de la pared. Las cosas habían salido bien, sus heridas lo confirmaban.

—Te llevo –le lanzó un casco y lo ayudó a ponerse de pie—. Cuando lleguemos quiero que desempaques tus cosas, no puedes seguir durmiendo rodeado de paquetes.

— ¿Y que pasó con mi tiempo de descanso? –Reclamó mientras la moto salía disparada hacia la calle—. Estoy muerto. No puedo ni moverme como se debe.

—Nos encargaremos de eso luego, ahora tienes cosas que hacer.

Sakura cambió de marcha, torció a la derecha abandonando una de las calles principales y aceleró a fondo hasta que el camino se terminó y se encontraron corriendo a gran velocidad en medio de un bosque de árboles secos. La negrura era impenetrable, pero el faro de la motocicleta cortaba un haz de luz en medio de la oscuridad, permitiéndole ver a su conductora cuatro metros por delante. En poco menos de diez minutos llegaron a lo que parecía una vieja mansión abandonada. El techo de teja se desprendía por ciertos lados, las ventanas estaban repletas de telarañas y la madera del porche comenzaba a pudrirse. Lo único que desentonaba con aquel antiguo y tétrico ambiente eran las otras tres motocicletas estacionadas a un lado, los motores todavía calientes exhalando una vaharada de humo.

—Parece que todos están aquí –comentó la pelirosa mientras caminaba hacia la entrada. Naruto a duras penas se había alejado cuatro pasos de la moto—. ¿Necesitas ayuda?

—No me vendría mal.

Sakura rodó los ojos, ubicándose junto al rubio. Le pasó un brazo por la cintura, haciendo caso omiso de la sangre que comenzaba a mancharle la ropa y la piel. Con mucho cuidado lo hizo subir los cinco escalones de piedra y cuando estuvo frente a la puerta la abrió de una patada. Escuchó unas exclamaciones escaparse del caldeado interior. El vestíbulo se llenó entonces de personas encapuchadas, todas de blanco, con sendas pistolas colgando de sus caderas. Naruto se sintió repentinamente incómodo. Habían pasado tan solo dos días desde que llegara al pueblo y todavía se creía un forastero. Suerte que Sakura era algo así como una hermana, por que si no se habría sentido tremendamente solo en esa casa.

— ¿Y a ti que te pasó? –Preguntó un muchacho recostado contra la puerta del salón—. Te dieron una paliza, amigo. Supe desde un principio que los cazadores citadinos como tú están acostumbrados a presas mucho más flojas.

—No fastidies, chucho, que no estoy de humor –replicó el rubio zafándose del agarre de Sakura—. Y para tu información, ese vampiro del que todos se quejaban ya está bien muerto, así que demuestra un poco de respeto.

— ¿Respeto? Sí, claro, sigue soñando –Kiba se quitó la capucha con aire distraído, una gran sonrisa perruna brillando en su rostro moreno—. Yo hubiera acabado con él en menos tiempo que tú.

Las otras dos figuras que continuaban con el rostro cubierto se quitaron también la capucha. La chica de cabello negro, Hinata, quien estaba más cerca, hizo una ligera reverencia mientras señalaba el salón. El otro tipo, Sai, estaba sentado en las escaleras jugueteando con un cargador vacío, al parecer ajeno a la batallita que se estaba llevando a cabo. Vaya gente más rara con la que había ido a parar. Todavía no le cabía en la cabeza como era que Sakura vivía con ellos, si no tenían nada más en común que el hecho de que todos los allí reunidos eran cazadores de vampiros.

—Sakura –Hinata se adelantó unos pasos, agarrando a Naruto por el antebrazo—. Tu amigo se está poniendo pálido. Si no detenemos el sangrado ahora morirá en menos de dos minutos.

— ¡Lo olvidé! –sonrió, avergonzada—. Kiba, ve por el equipo de primeros auxilios. Sai, tu trae esa botella que te dije que guardaras.

Los aludidos hicieron lo mandado a regañadientes, a los dos les importaba poco lo que le pasara al forastero. Una vez todo estuvo listo, Hinata rasgó la gabardina con la navaja que escondía dentro de sus botas y comenzó a curar las heridas del reciente miembro de su grupo. El corte de la frente fue sencillo. Un poco de esa mezcla especial de hierbas que Sakura escondía en una botella y todo como nuevo, ni siquiera le había quedado una cicatriz, pero con los brazos todo se le hizo más complicado.

—Estos cortes te los hicieron con una espada de plata, ¿verdad? –Naruto asintió, perplejo ante la pregunta—. Ya. ¿Te fijaste si estaba manchada después de que te lastimaran?

—Pues ahora que lo mencionas, sí. La hoja seguía tan reluciente como cuando la sacó de la funda.

—Eso lo explica todo –la pelinegra estiró el brazo para rebuscar dentro de la caja de madera a su derecha—. Te envenenaron, por eso no paras de sangrar –tenía una botella diminuta repleta de un espeso líquido carmesí—. Es sangre de vampiro. Cerrará la herida en segundos pero va a dolerte mucho.

Hinata no había mentido, una gota de sangre sobre la piel lastimada era como el contacto de una brasa al rojo vivo. Ahogó un gemido de dolor y de sorpresa cuando contempló, asombrado, como la sangre derramada regresaba al interior de su cuerpo y la herida se cerraba de inmediato, dibujando una finísima cicatriz. Su improvisada doctora repitió el mismo proceso en el otro brazo y todo estuvo arreglado en poco tiempo. El dolor había desaparecido  y comenzaba a recuperar el color ahora que no perdía más sangre.

—Muchas gracias, Hinata.

—Ni lo menciones –le sonrió mientras guardaba todas las cosas dentro de la caja—. Es mi responsabilidad curar a las personas que lo necesitan.

—De todas formas te lo agradezco.

—Bueno, será mejor que nos vayamos a dormir ya –dijo Sakura con voz de cansancio—. No sabemos cuantas peticiones nos caigan encima mañana y necesitamos estar descansados. Naruto, tú te quedas aquí, que necesito hablar contigo un momento.

El salón fue vaciándose lentamente, hasta que al final sólo los dos amigos estaban allí, sentados en una butaca raída, sumidos en un extraño e incómodo silencio. Sakura se quitó la capa y las botas, dejándolas a un lado. Le dolía todo el cuerpo, y eso que su presa del día no había sido un vampiro, sino una fastidiosa banshee (1) que vivía en el centro del bosque.

—Quiero preguntarte algo, pero sólo si prometes responderme con sinceridad –dijo de repente la pelirosa—. No es que no me alegre que estés aquí y todo eso, pero sé lo mucho que detestas este lugar desde ese accidente hace tanto tiempo. Dime por qué regresaste. ¿Por qué?

—Sabía que me preguntarías eso tarde o temprano –recostó la cabeza en el espaldar de la butaca, acomodándose mejor—. Regresé por que hay algo que necesito hacer, y desde la ciudad me es imposible. Tan difícil es que renuncié a mi trabajo como guardián personal de una de las familias de la nobleza. Tú sabes lo complicado que es rastrear a un vampiro si no estás en el lugar dónde vive.

— ¿Estás buscando a un vampiro? Pues viniste al lugar adecuado, pero esa respuesta no me satisface. Quiero que me digas la misteriosa razón que te obligó a renunciar al que ha sido tu modo de vida desde hace diez años. ¿Un vampiro? Eso lo entiendo, pero no sé que tiene ese vampiro de especial.

—No es un trabajo como cualquier otro, esto lo hago por voluntad propia –clavó los ojos azules en el candelabro que colgaba del techo, las lágrimas de cristal reluciendo levemente bajo la capa de polvo—. Llevo mucho tiempo investigando y creo que por fin conseguí dar con él. Me refiero al asesino de mis padres, Sakura. Según la información que conseguí, ese maldito bastardo vive aquí.

— ¿El asesino de…? –la pelirosa se llevó una mano al pecho, sorprendida—. ¡Pero los cazadores que vinieron por tus padres dijeron que no habían encontrado ningún indicio! ¿Cómo es posible que tú sepas dónde está?

—Jiraiya me ayudó. Ese viejo era el jefe de mi madre cuando ella trabajaba como cazadora especializada en el Departamento de Seguridad de la ciudad; le cogió especial cariño y cuando se enteró de su muerte vino a buscarme. El hombre con el que me viste en la entrada del pueblo el día que me fui era él.

—Te ayudaré –le temblaba la voz y se había puesto pálida—. Minato y Kushina fueron un modelo para mí. Si dices que tienes una pista del imbécil que los mató, haré todo lo posible para encontrarlo.

—No es necesario, Sakura, pero si necesito la ayuda que me ofreces, te la pediré.

El rubio le besó la frente y salió rápidamente de la estancia, dejándola completamente sola. Sakura se quedó mirando la nada por casi media hora, procesándolo todo, desde el extraño regreso de su mejor amigo, su radical cambio de personalidad y esa gran revelación. Naruto siempre había sido inquieto, parlanchín, inocente e idealista hasta el punto de rayar la estupidez, pero por algún motivo el muchacho que ahora estaba en su casa no era el mismo que ella había conocido. Sabía que la muerte de sus padres lo había afectado, pero logró sobreponerse, ella lo había visto con sus propios ojos.

— ¿Qué demonios te pasó?

 

***

 

La niebla le impedía ver más allá de unos cuantos metros, pero aún así continuaba recorriendo las calles, guiándose por su memoria e instinto. Habían pasado diez años desde que se fuera de ese pueblo fantasma, pero nada en él había cambiado. Las calles empedradas seguían siendo las mismas, los callejones que alguna vez fueron su escondite cuando jugaba con sus amigos no se habían cambiado de lugar, las farolas, las tiendas, los anuncios hechos a mano… todo seguía tal cual como él lo recordaba. Lo único que podía haber desaparecido de Saintcross Town era el recuerdo de los mejores cazadores de vampiros que alguna vez habían existido.

—Tendría que haberle preguntado a Sakura como llegar hasta allí –refunfuñó para sí mismo mientras esquivaba unos contenedores de basura volteados—. Maldito sentido de orientación el mío.

Continuó caminando hasta que las piernas no le dieron más. Había pasado casi una hora desde que saliera de la mansión, casi despuntando el alba, pero la niebla no se disipaba todavía ni el sol comenzaba a brillar en el cielo. En ese mundo de criaturas fantásticas, magia y demonios nada era como se suponía. Cansado, se sentó en el suelo, apoyando la espalda en lo que parecía ser una pared de ladrillo mohoso. Había llegado a las lindes del bosque, el lugar dónde Saintcross dejaba de ser un pueblo y se convertía en un gigantesco y peligroso laberinto de árboles secos.

Muchas veces se había perdido allí mientras paseaba, enfrentándose a todo tipo de criaturas. Desde hadas, esas pequeñas criaturas de cuerpos negros como el azabache, mirada asesina y cabellos de un morado furioso, hasta hombres lobo, aunque aquello no había sido muy frecuente, pues ellos eran criaturas de ciudad, por más extraño que pareciese. Sonrió con melancolía, los recuerdos inundándole los pensamientos. ¿Cuándo se había vuelto tan serio, tan apagado, tan… vacío?

—No tengo tiempo para andarme lamentando –se levantó con dificultad, escrutando su entorno. Estaba en una especie de jardín completamente seco, descuidado, la cerca que supuestamente debía bordearlo oxidada hasta el punto de deshacerse al más mínimo roce—. ¿Dónde estoy?

La respuesta lo golpeó con fuerza. Se volteó lentamente mientras recorría con la mirada los escombros de lo que alguna vez había sido su casa. Las paredes, todas menos en la que se había estado apoyando hasta hace unos momentos, se habían venido abajo, reducidas a una pila de ladrillos hechos polvo. Con cuidado comenzó a caminar sobre los restos, los recuerdos de esa noche asaltándolo de improviso: el horrible crujido de la madera cuando destrozaron la puerta, los gritos desesperados de su madre cuando Minato fue atravesado por una espada, sus propios lamentos cuando el cuello de Kushina se partió en dos, el río de sangre que se armó cuando el maldito vampiro les desgarró la garganta y el eco de su risa cuando los refuerzos llegaron para intentar salvar la situación.

—Bastardo –murmuró con los dientes apretados, las lágrimas amenazando con comenzar a correr—. Juro que voy a encontrarte y te haré pagar por lo que hiciste. Lo juro.

Lentamente, casi reticente, deshizo sus pasos, regresando a la calle principal. En todo el tiempo que había pasado deambulando por ahí hasta que encontró su casa, el sol había salido por completo y la niebla había desaparecido. Cegado por la luz del sol se escondió en un callejón oscuro, que casualmente le serviría de atajo para llegar más rápido al este del bosque, dónde estaba la mansión. Caminaba por pura inercia, pero al menos se movía. De repente la salida del callejón se vio bloqueada por una silueta de capa, que rápidamente se recogió en las sombras. A pesar de lo mal que se sentía, hizo a un lado la tristeza, permitiéndole a su curiosidad distraerle un poco. ¿Quién era?

Avanzó unos cuantos pasos más, deteniéndose de golpe. El aire olía a lilas. Estaba a menos de tres metros de un vampiro. Con mucho cuidado desenfundó su pistola, metió un cargador con balas y le quitó el seguro. Sigiloso como él solo, a pesar de que toda la vida había sido bastante torpe, recorrió lo que le quedaba de callejón pegado a la pared, los ojos fijos en la capa de color morado que bailaba en el viento, el olor a lilas volviéndose cada vez más intenso.

—Las balas no me hacen daño –dijo el desconocido de pronto, acortando la distancia entre los dos. Unos ojos negros, tan negros como la obsidiana brillaban con intensidad bajo la capucha—. Y sólo por que es de día y no puedo pelear en condiciones es que te vas a marchar vivo de aquí.

—Pero que arrogante –murmuró el cazador, perdido en las maravillosas facciones del hombre frente a él: cabello negro, piel pálida, más pálida que la de los vampiros normales, labios finos, nariz recta y esos ojos, todo ello arruinado por la mueca de fastidio que parecía habérsele quedado pegada en la cara—. El que se marcha vivo de aquí eres tú, no estoy de ánimo para matar escoria, mucho menos si no me han pedido hacerlo.

El vampiro estiró un brazo para asirse de la chaqueta de Naruto, dejando la piel al descubierto. En ese momento la nube que había estado tapando el sol casi toda la mañana se hizo a un lado, permitiéndole a la luz bajar de golpe hasta el suelo. Antes de que pudiera reaccionar el resplandor ya le había quemado y una mancha negra se formó de inmediato sobre la piel dañada.

—Deberías tener más cuidado –comentó el rubio mirando de reojo al vampiro, la pistola todavía en sus manos, listo para cualquier eventualidad—. Ahora que lo pienso, ustedes no pueden salir en el día. ¿Por qué estás afuera y cómo es que no te has quemado por completo hasta ahora?

—Si de verdad quieres saberlo, ve esta noche a la plaza, a las doce, tal vez te lo cuente si te apareces, dobe (2).

Y entonces, como por arte de magia, el vampiro desapareció. Naruto parpadeó repetidas veces, como si quisiera asegurarse de que sus ojos no le habían jugado una mala pasada, sintiendo como el enojo se agolpaba en su estomago. ¿Quién se creía ese bastardo como para darle ordenes? ¿Ir a la plaza, sólo, en la noche? Sí, claro, aunque… ¿Y si no se lo encontraba de nuevo? Definitivamente no sabría la respuesta a la pregunta que le había hecho, y muy pero muy en el fondo, le molestaba la idea de no ver esos ojos negros, así fuera una vez más.

-

— ¿Dónde demonios estabas? Llevo buscándote por tres horas. Necesito tu ayuda –Sakura le lanzó un casco por la ventana del segundo piso ni bien lo vio poner un pie en los escalones del porche—. Todos los cazadores están ocupados, eres el único que queda libre, así que escúchame con atención.

—Dime.

— ¿Sabes cazar sirenas? –preguntó la muchacha con preocupación. El rubio afirmó levemente con la cabeza—. Perfecto. Entonces ahora quiero que vayas al lago y agarres a una de esas mujeres con cola. Allá te estará esperando nuestro cliente, él te dirá quienes le están causando problemas.

—Pero creí que tú también sabías hacerlo –replicó—. ¿Qué hago si me arrastran al agua?

—Pues nadas, que no es tan difícil. Y ya vete, no tenemos mucho tiempo; las llaves están en el contacto.

— ¿Y cómo llego hasta allá?

—Sigue recto hacia el este, lo verás nada más llegues.

Y sin decir nada más, Sakura regresó al interior de la casa. A regañadientes se subió en la moto, encendió el motor y aceleró a fondo, levantando tras de sí una nube de polvo a medida que avanzaba.

—Este lugar es espantoso.

Los árboles estaban muertos, sus ramas secas hasta decir basta; no se oía ningún ruido a parte del rugido del motor, como si los animales y las criaturas que vivían allí supieran a dónde se dirigía y lo que iba a hacer. Después de un rato de conducir aparentemente sin rumbo un destello particularmente potente le dio la bienvenida al lago. Se detuvo antes de entrar al claro, apagó el motor, cargó la pistola y caminó hasta una casucha ubicada cerca de la orilla. Sentada junto a la puerta de entrada estaba una vieja de cabellos ralos y blancos, mirando sin mirar hacia el frente, ajena a la presencia del rubio a su lado.

—Señora –Naruto le puso una mano en el hombro en un intento de llamar su atención, pero nada—. Uhm… ¿Señora?

—Es sorda –la voz lo sobresaltó. Un hombre corpulento, de espeso cabello negro y ropas raídas salió a su encuentro—. Tú debes ser el cazador que ese bombón de pelo rosa envió.

—Uzumaki Naruto.

—Extraño nombre el tuyo, muchacho –el hombre le sonrió afable bajo el bigote—. Ven conmigo.

Se alejó presuroso de la anciana, rumbo al lago de aguas calmas, un espejo perfecto en el que se reflejaba el cielo de un celeste intenso. Pero toda aquella tranquilidad se terminó cuando el hombre a su lado lanzó una piedra cerca de la orilla. El agua comenzó a burbujear y unos chillidos desgarradores flotaban hasta la superficie. Una mano azulada salió de la nada, intentando aferrar el tobillo de Naruto, quién saltó hacia atrás, aturdido por el desgarrador sonido.

— ¡Es a ella a quien tienes que matar! –Señaló a la preciosa sirena de piel viscosa y azul que los miraba escondida tras una cortina de cabellos negros—. Aquí afuera no puede hablar, por eso chilla.

El rubio levantó la pistola, calculando la trayectoria. La sirena chilló más fuerte cuando la bala pasó rozándole el hombro, un hilillo de lo que parecía sangre recorriendo su pecho descubierto. Había fallado por poco, pero desde tan lejos no podía atinarle con precisión al cuello; tendría que acercarse más si quería deshacerse de ella. Temeroso dio dos pasos hacia adelante, acortando la distancia entre sus pies y las manos azules que todavía estaban en la orilla, abiertas cual zarpas listas para engancharse a su presa.

Se había detenido en la orilla, la pistola lista para disparar, luego sintió una presión inusual en el tobillo, clavó los ojos en los de la sirena, rojos como el fuego, y luego no supo más. Su mente y su cuerpo se habían adormecido, pero todavía era levemente consciente del cambio en la iluminación y la ligereza en el ambiente. Poco a poco ese extraño sopor se desvaneció, el agua girando a gran velocidad a su alrededor. Por la impresión abrió la boca, tragó agua y se hundió. No podía respirar, le escocían los ojos por el esfuerzo de mantenerlo abiertos, y antes de que pudiera decir sus últimas plegarias todo había acabado.

— ¿Es que nunca puedes mantener los pies sobre la tierra, Naruto? –aturdido como estaba tardó mucho tiempo en reconocer el origen de esa melodiosa voz. Tenía toda la ropa pegada al cuerpo, le dolía respirar y no podía ver con claridad. El agua de ese lago no era para nada lo que aparentaba—. Vamos, mírame, que no tengo todo el día.

Se incorporó dificultosamente, apoyándose en los codos. Desde la orilla, sentada sobre el suelo terroso, estaba una sirena de color blanco, los cabellos dorados y ojos negros. A su lado yacía otra sirena, visiblemente muerta, los cabellos negro desperdigados en diferentes direcciones y la garganta abierta de par en par. Era una visión bastante complicada de superar.

—Pero mírate, que diferente que estás –dijo la sirena en medio de una sonrisa—. Han pasado diez años desde la última vez que me viste, cuando el lago estaba conectado al río.

— ¿Qué…? ¡Mesalina! –Como pudo caminó hasta dónde estaba la sirena y se sentó junto a ella—. ¡No has cambiado en nada!

—Obvio, ninguna de nosotras envejece, tonto –le recorrió el rostro moreno con la mano viscosa y helada. Era idéntico a su padre—. Así que volviste por eso. Sí, leí tu mente –añadió al percatarse de la cara de espanto que había puesto su interlocutor—. Es extraño que tú no puedas hacerlo también. Lo digo por que Kushina era mitad vampiro.

— ¿De qué hablas?

¿Mitad vampiro? Mesalina estaba mal de la cabeza. Había olvidado lo mucho que a esa sirena le gustaba hacer comentarios sobre cosas que otras personas no sabían, ocasionando unas peleas épicas que destrozaban familias en un dos por tres. Pero no podía decirle nada a la mejor amiga de su madre.

— ¿No lo sabías? Pues que extraño, Kushina me juró que te lo había contado –sacudió la cola dentro del agua, salpicando a su alrededor—. ¿Nunca te preguntaste por que tu madre encontraba vampiros con una facilidad de lo más desconcertante? ¿O por qué se movía más rápido que las mujeres normales o por qué su sentido del olfato estaba más desarrollado?

—Pues…

—A la madre de Kushina, tu abuela, la mordió un vampiro cuando estaba embarazada –le interrumpió con firmeza—. Yo todavía no alcanzaba la edad madura como sirena pero tenía suficiente fuerza como para despedazar a un vampiro con mis hechizos. El caso es que esa criatura se escapó antes de que yo pudiera hacer algo para detenerlo, dejando a tu abuela moribunda en el suelo. Supe que algo andaba mal cuando vi su estómago, las venas se habían brotado, era como un montón de líneas moradas desperdigadas por doquier.

— ¿Qué cosa?

—Tu abuelo llegó treinta minutos más tarde, aún podía salvar la situación. Se llevó a tu abuela, la salvó de morir y dos semanas más tarde dio a luz a una niña mitad vampiro. No tenía colmillos, pero la ligera palidez de su piel y la fuerza que tenía a pesar de ser una recién nacida comprobaron sus sospechas –Mesalina se hundió en el agua, emergiendo unos momentos después, el cabello pegado a la cara—. Cuando Kushina se casó con Minato yo estaba casi segura de que su hijo sería mitad vampiro también y no me equivoqué.

—Pero no tengo colmillos, ni súper fuerza ni nada de eso –exclamó, la preocupación desbordándole la voz—. Lo único peculiar que hay en mí es mi sentido de olfato.

—Los genes vampíricos tardan años en desarrollarse, hasta siglos en ciertos casos, pero créeme cuando te digo que tú eres mitad vampiro. Si no, explícame como no moriste a pesar de haber tragado agua envenenada. Tú mejor que nadie sabes lo peligroso que es beber de éste lago.

La sirena se alejó unos cuantos metros de la orilla, hundiéndose poco a poco. Otras cabezas de cabellos dorados o negros según se veía sobresalían unos cuantos centímetros de la superficie, atentas a la conversación. Era algo más que obvio si se consideraba que Mesalina era una sirena viejísima que había aprendido a hablar y a comprender el idioma de los humanos para poder comunicarse con ellos.

—Ese trofeo es para ti –señaló la sirena asesinada—. Le disparaste cuando estabas bajo el agua, yo me encargué de terminarla… Nos veremos, Naruto.

— ¿Qué fue todo eso? –el hombre del bigote lo miraba con expresión horrorizada—. ¿Por qué estaban hablando solo?

— ¿Sólo? Pero si Mesalina estaba conversando conmigo, ¿acaso no la escuchó? –El tipo negó con la cabeza—. Pero…

Entonces cayó en la cuenta de que Mesalina no había abierto la boca ni una sola vez desde que la viera sentada en la orilla.

-

Había anochecido hacia más de tres horas, pero ninguno de sus amigos regresaba todavía a la casa. Naruto era el único que le hacía compañía, aunque ni tanto, por qué había regresado del lago con un humor de perros, chorreando y con una sirena muerta sobre el hombro. Sakura se había hecho cargo de la presa antes de ir a buscar a su mejor amigo para preguntarle por lo que sucedía, pero le cerró la puerta en las narices sin decir absolutamente nada.

— ¿Por qué estarán tardando tanto? –Acomodó mejor las piernas dentro de la manta mientras contemplaba el bosque desde el balcón de su habitación—. Kiba debió de regresar antes de las cinco de la tarde, Hinata a eso de las siete y Sai hace diez minutos. Nunca antes se habían atrasado tanto…

—Ya llegarán –recibió la taza de té el rubio le ofrecía, gratamente sorprendida. Era la primera vez que le hablaba desde que regresase—. Éste lugar es tan diferente a la ciudad. No hay tanto ruido, los coches no se pasean por la calle todo el tiempo y hay una gigantesca cantidad de vampiros camuflados entre los humanos. Me es difícil acostumbrarme, y eso que cuando recién llegué a la ciudad extrañaba la quietud de Saintcross como no tienes idea.

—Hinata tuvo el mismo problema al principio –comentó con aire distraído—. Cuando tocó la puerta hace tres años en una de las peores tormentas que he tenido que soportar, me sorprendí mucho al verla. Estaba hecha un desastre, pero no por eso menos determinada a alejarse de la ciudad y de su familia. La acogí de inmediato, al igual que Kiba y Sai. Los tres venían de la ciudad, y por diferentes motivos habían escogido Saintcross como su refugio. En ese tiempo vivía sola en esta mansión y pues la compañía me caía de perlas.

— ¿Desde cuando tienes este negocio de caza? Se parece mucho a lo que hacen los profesionales en la ciudad.

—Hará cosa de unos seis años, aunque al principio lo hacía todo yo sola. Luego, cuando los demás llegaron se ofrecieron a ayudarme si los dejaba vivir aquí. No podía decirles que no.

—Eso es cierto –se apoyó contra la baranda oxidada—. Hablando de, allí están.

Tres puntos luminosos se acercaban a gran velocidad a la mansión. Sakura se envolvió mejor en la manta y seguida de cerca por Naruto, bajó las escaleras para recibirlos. Los tres estaban bien, aunque no podía decir lo mismo de sus ropas. Debieron haber pasado por muchos problemas para cazar a sus presas, y es que dos vampiros para cada uno no era una tarea fácil.

—Toma –Kiba le entregó dos bolsas de gamuza bastantes pesadas—. Es lo que reunimos entre los tres.

—Me tenían preocupada –dijo Sakura encaminándose al salón—. Pensé que les había pasado algo malo.

—Tranquila, Sakura, que todo está bien –Hinata se quitó la capa con pereza, revelando un espantoso arañazo que iba desde el hombro hasta la muñeca—. Bueno, no tan bien…

—Iré por el botiquín, para cuando regrese todos se quitaron las capas y están sentaditos en la butaca, ¿entendido?

La pelirosa salió del salón, la taza de té y la manta olvidadas en un rincón. Naruto se sentó junto al fuego en un intento de calentarse un poco las manos. El invierno estaba cerca y ya comenzaban a sentirse los cambios de temperatura.

— ¿Qué es ese olor? –Preguntó Sai de repente, mirando en todas direcciones—. Huele a sal.

—Es el incinerador –replicó el rubio—. En la tarde estuve cazando una sirena y la traje para que Sakura la quemara. No iba a dejar que se pudriera en el lago.

— ¿También sabes cazar sirenas? –Hinata parecía sinceramente emocionada—. Yo cazaba sirenas en la ciudad, a escondidas por que no tenía permitido portar armas y era verdaderamente difícil.

—Y que lo digas –se metió una mano al bolsillo y sacó una sólida lámina de color azul brillante. Era una escama—. Un pequeño recuerdo.

— ¿Cómo es que tú también hueles a sal? –Interrumpió Kiba la conversación—. Puedo olerte desde aquí. ¿No me digas que te caíste al lago?

— ¿Puedes olerme?

—Seh, es de familia, creo. Según mi madre hace como unas cinco generaciones una de las mujeres de la familia se metió con un hombre lobo y crearon una especie de raza hibrida. Por eso la desarrollada nariz –se pasó una mano por el rostro—. Pero no me has contestado todavía, ¿te caíste o no al lago?

—Pues, sí.

— ¡¿Y como es que sigues vivo?! El agua está envenenada por tanta sirena. Muchos pueblerinos han muerto por beber de allí. Sí que eres raro.

—Tengo suerte, eso es todo –se había puesto repentinamente nervioso. Sakura entró en el salón en ese instante y la conversación anterior quedó relegada al olvido—. Bueno, yo me voy a dormir. Si me disculpan.

Escapó de allí por patas. La pelirosa soltó un lastimero suspiro mientras se sentaba frente a Hinata, quien tenía la herida más grande y urgente. Le limpió la sangre con mucho cuidado y le aplicó unas cuantas gotas de sangre de vampiro en el corte.

—El que sigue –Kiba se sentó en el lugar de Hinata—. Arañazos y moretones, nada grave. Puedes irte. ¿Sai?

—La espalda –se quitó la camisa de color negro revelando un bien formada espalda, dividida en dos por un desgarrón de proporciones descomunales. ¿Cómo podía caminar tan tranquilamente con una herida como esa?—. No es tan malo como se ve.

—Con ese cuento a quién se lo crea –le espetó de malos modos—. Vamos a tener que conseguirnos más sangre de vampiro a este paso –gota a gota fue cerrando la herida, hasta que la pequeña botella se quedó vacía—. A la próxima ten más cuidado.

—Cómo digas, Sakura.

-

La luna brillaba en lo más alto del cielo, su luz iluminando a una silueta recostada contra una farola, la llama de la vela sacudiéndose con el viento. Faltaban cinco minutos para las doce y comenzaba a ponerse nervioso. No sabía si el cazador iría, pero tenía que comprobarlo. Había pasado todo el día tumbado en su cama repasando mentalmente las facciones de ese rostro moreno. Todo de él tenía un encanto extraño, ese mismo encanto que irradiaban los vampiros al igual que su olor. Lilas. Era extraño que un humano oliese de esa forma, pero tal vez se debía al hecho de que pasaba la mayor parte de su tiempo entre vampiros.

—Al menos eres puntual, vampiro –Naruto emergió de la nada utilizando una gabardina de cuello alto con un interesante emblema en el hombro: el símbolo del viento—. Casi no vengo, pero recordé que me debes una respuesta.

—Bonita actitud –avanzó unos cuantos pasos, retirándose la capucha—. Yo tampoco iba a venir, pero como no tengo nada mejor que hacer…

— ¿Ni siquiera chuparle la sangre a algún inocente puede tentarte? Todos están dormidos, de seguro que nadie se daría cuenta.

—Interesante, pero si eso implica tenerte pegado a mis talones todo el tiempo prefiero no correr ningún riesgo –ya empezaba a arrepentirse. Ese encuentro no tenía razón de ser, pero por algún motivo le producía una enrome satisfacción verlo allí—. ¿Qué era lo que querías saber?

Quiero saber que hacías afuera durante el día. Todos los de tu raza se hacen polvo si los toca el sol, así que es bastante inusual encontrarse con un vampiro en plena mañana, mucho más si tenía pinta de estar escapando.

—No estaba escapando –respondió con dureza—. Estaba regresando a mi casa, pero tomé el camino equivocado.

—Lo que significa que no eres de aquí –se sentó en una de las bancas de metal de la plaza—. Yo tampoco, bueno, lo era, pero ya no. ¿Y qué hacías regresando a tu casa tan tarde (3)?

—Eso no es de tu incumbencia…

—Naruto.

—Creo que dobe te queda mucho mejor.

Saltó hacia atrás cuando un puño intentó impactar contra su rostro. Naruto se había alejado dos metros de la banca de un solo salto, algo bastante extraño, y ahora intentaba golpearlo. Era increíble como podía igualar su velocidad sin ningún problema, pero su agilidad era otra cosa. Por un golpe que acertaba, cuatro que fallaba. Harto de aquella situación se desvaneció en el aire, reapareciendo tras el rubio, sujetándole las muñecas con una fuerza desmedida.

—Sé que puedes aguantarlo así que deja de revolverte –Naruto se quedó quieto, pero no por eso más relajado. Maldito vampiro—. Tienes buenos movimientos. ¿Guardián de alguna familia de nobles?

— ¿Y tú como sabes eso?

—Por tu insignia –lo apretó un poco más contra su cuerpo—. Yo también soy miembro de una familia de nobles. De seguro habrás escuchado nuestro apellido mientras vivías en la ciudad.

— ¿Quién eres?

—Uchiha Sasuke.

— ¡Eres el hijo de Uchiha Fugaku! –Se soltó del agarre con facilidad, retrocediendo unos cuantos pasos—. Todos se preguntan por qué ya no apareces en público… ¡No puedes! ¡Te convertiste en un vampiro!

—Que observador –cruzó los brazos sobre el pecho, la mueca de fastidio desvaneciéndose por momentos—. Mi padre se ha encargado de difundir unos cuantos rumores. Estoy muy enfermo, así que nadie se atreve a acercarse a mí habitación. Entonces me fui de la casa y vine a vivir aquí, dónde nadie tiene ni la menor idea de quién soy.

— ¿Renunciaste a tu posición de noble para convertirte en un vampiro? Que vergüenza.

—Bocazas. Las cosas no son así, esto fue un accidente.

—Déjame adivinar. Estabas en una de esas estupendas fiestas que realizan todos los meses, te pasaste bebiendo, una linda chica se te acercó y ya está, te mordió el cuello la desgraciada y como estabas borracho no te enteraste de lo mucho que estaba cambiando tu cuerpo –por el rostro de genuina incredulidad que tenía el moreno, supuso que había acertado—. ¿De verdad? ¿Enserio te transformaron así?

—Imbécil.

Ahora era él quien lanzaba golpes a diestra y siniestra. ¿Quién se creía que era para andar suponiendo cosas como esas? De verdad que tenía una imaginación bastante grande. Maldito cazador. Tenía las agallas de burlarse de él, un noble, sin mostrar ninguna clase de respeto por su posición. Gaara de seguro era alguien bastante paciente. La noble familia de los Sabaku, su símbolo el viento. Ese dobe era más torpe de lo que se imaginó si creía que andar con eso por la calle ahora que no era más un guardián era algo que podía hacer sin consentimiento previo.

Un resplandor plateado y se detuvo en seco. Naruto había desenfundado la pistola y le apuntaba directamente a la frente. Qué descuidado que había sido.

—Un paso más y puedes darte por muerto.

— ¿Es que no puedes defenderte si no tienes esa cosa contigo? –Le espetó con acidez—. Pero que cobarde, y te dices cazador.

—Te lo estás buscando tú solito, teme.

De repente, un ensordecedor aullido desgarró el parcial silencio que reinaba sobre la plaza. Naruto dio un gracioso respingo mientras que Sasuke se cubría la cabeza con la capucha y se recogía, listo para saltar.

—Nuestra pelea podemos dejarla para después.

— ¿Le tienes miedo a unos cuantos hombres lobo? –el sí estaba asustado. Los hombres lobo normalmente no iban a los pueblos—. ¿Quién decías que era el cobarde?

—Nos vemos, dobe.

Y se quedó solo. Rápidamente se colgó la pistola del cinturón y echó a correr como nunca antes. Detestaba a los hombres lobo con el alma, sin motivo. Simplemente la primera vez que había visto uno se le erizaron todos los vellos del cuerpo en un gesto de pura repulsión. Detestaba su olor, su manera de ser, la forma que tomaban sus cuerpos en luna llena. Podían ser buenas personas el resto del tiempo, pero aún así no se juntaría con ellas.

Eres mitad vampiro.

Tal vez Mesalina tenía razón, pero se negaba a creerlo. ¿Él un vampiro? Los odiaba. Sería una paradoja de lo más retorcida confirmar que de verdad era uno de ellos cuando su principal fuente de diversión era asesinarlos. El destino se la había cogido con él, ahora estaba seguro.

 

Notas finales:

(1) Ciratura mágica del folklore irlandés. Son descritas normalmente como mujeres delgadas y antes que lloran de manera espantosa cuando una persona está a punto de morir.

(2) A pesar de que no estamos en Japón ni los personajes son japoneses, quise conservar los insultos característicos que Sasuke ha destinado para Naruto. Como podrán notar lo sufijos -chan y -kun tampoco aparecen.

(3) Es un juego de palabras. Se supone que los vampiros deben regresar a casa antes de que salga el sol pero Sasuke seguía paseando por ahí.

Nos vemos en el siguiente...!


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