Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Sólo mío por Katsuu

[Reviews - 9]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Bien... este es un one shot, por lo cual no habrá continuación (tampoco es como si hubiera algo qué continuar) y espero que lo disfruten bastante.

 

Como ya dije en el resumen, va dedicado a aquel especial amor que todos alguna vez tuvimos.

Notas del capitulo:

Nada por decir, sólo que de alguna manera me enorgullece un trabajo, no suelo trabajar con este tipo de escritura y me parece que ha quedado medianamente bien~

 

 

Capítulo Único

 

 

  Era una tarde realmente lluviosa, como todas desde hace unos días. Esperabas con tranquilidad al transporte público en la paz de tu oficina, tomando el café que tu secretaria traía a las cinco de la tarde (aunque empezabas a beberlo media hora después ya que la mujer lo ponía casi hirviendo) y revisando los papeles de lo que, seguramente, será tu próximo y exitoso contrato.

  Me pareció extraño ver que pasara la hora del transporte y aún siguieras allí. El gran autobús de tu empresa que llevaba a los empleados al metro llegó y se fue, y tú sólo le miraste de manera indiferente, y puedo jurar que le dedicaste una mirada altiva, casi burlona. Miré a todos lados, esperando encontrar un auto aparcado, uno que hayas comprado sin yo saberlo, pero no encontré nada, entonces la única opción viable se pasó por mi mente. Alguien te iba a buscar. Tal vez un vecino, un primo, una tía... Pero por dentro sabía que, aunque me doliera, te iría a buscar aquel chico de cabello negro que había ido a tomar contigo unos cuantos helado, cinco cafés, dos tés y unos cuantos pastelillos, al igual que ahora te pasaba buscando por las madrugadas para trotar contigo.

  Por mi mente pasó el recuerdo de algunas veces en que le vi entrar a tu casa. Lo vi pasar por delante de mis ojos, totalmente campante, para entrar con su propia llave a tu hogar. Pero siempre, siempre lo quise negar... Y ahora está más que claro. Te veo subir a su auto y es como si la lluvia infernal me diera la más fuerte de sus crueles cachetadas, porque he caído, me he estrellado contra la realidad. La maldita y sucia realidad de que le perteneces a otro.

  Arrojé con rabia los binoculares al suelo del lugar en el que me encontraba. Salí corriendo de aquel edificio, me sentía impotente, triste, idiota. Él te conocía de menos tiempo, yo te conocía de antes, mucho antes, entonces... Si me hubiera acercado a ti, tal vez me hubieras hablado y ahora sería yo quien besa tus labios mientras montas mi auto, en vez de ser él. Él, que te mira ahora de esa horrible manera amorosa, así como miro yo tus fotos en las noches. Él, que seguramente hoy dormirá en tu regazo y despertará con tus suspiros y murmullos, tal y como lo hago yo en mis tristes e incomprendidos sueños.

  Entré a mi casa y luego a mi cuarto preferido. Sonará enfermo, pero tengo cámaras instaladas por tu casa, o por los lugares que pude alcanzar. Nunca fui capaz de tocar el interior de tu cuarto, por lo que simplemente me limité a una cámara custodiando la ventana siempre abierta, exceptuando los días con vientos fúricos, o las nevadas tranquilas de las navidades. Por lo que he podido observar, eres muy sensible al frío.

  Siempre me ha gustado ver cómo entras, tiras las llaves a tu mueble y sueltas el nudo de tu corbata para prepararte un té y relajarte con una larga lectura, o unos acordes de tu guitarra. Pagaría millones por oír lo que hacen tus hermosos dedos con las finas cuerdas de aquel instrumento. Luego de eso, vas y te das una larga ducha, poniendo a reproducir la música de la sala. Quisiera ser tu vecino para saber qué escuchas, porque seguramente suena por todo el vecindario, siempre llegas al tope de la luz del aparato.

  Pero hoy no es así. Hoy tomas el té en tu mueble, acompañado por ese chico que conociste en una librería hace dos años, buscando unos libros de administración. Porque lo recuerdo, lo hago muy bien, yo llevaba ya unos tres años observándote venir de un lado para otro en la facultad, con esa hermosa sonrisa, ese tono de voz altivo, tu cabello castaño volando de un lado a otro y el brillo de tus ojos cuando te regalaban una botella de licor o una cajetilla de cigarros. Tu extrema curiosidad por distintos temas siempre me pareció interesante, todo en ti, tu caminar, tus gestos, incluso la manera casi irregular de respirar me generó una obsesión enfermiza, alienígena.

  Eras tú y tu maldita popularidad, esa maldita manera de ser que me provocaba admiración, que me quitaba el sueño, que me revolvía los sesos todos los días, que me quemaba la mente y enloquecía. Esa amabilidad, esa eterna disposición, simplemente ser tú, e incluso cuando te comportabas de manera detestable con las personas que te caían mal o hacían daño.

  'Duh', como diría mi madre ante una queja. Duh, tu apacible belleza que no me pertenece. Duh, la alegría que no te brindo y está reflejada en tus ojos cuando hablas con él. Duh, los gestos de nerviosismo y el sonrojo de tus pómulos que no puedo darme el placer de admirar ni provocar. Duh, duh, duh. Duh, con todo lo que a ti concierne.

  Se acerca a ti suavemente, lo veo con atención, deseando que Zeus lance un rayo directo a su mano por osar tocar tu suave piel y hacerte suspirar como en mis más profundas fantasías. Tenía ganas de matarlo, por tener lo que yo anhelo, por poseer en sus terribles garras el objeto de mis deseos, la pupila de mis ojos, la inversión de mi tiempo. Aprieto los puños con fuerza mientras tiro un vaso de vidrio a la pared, y disfruto de verlo romperse en miles de pedacitos, porque pienso que es su cráneo el que ha terminado así en el piso de mi cuarto especial. Porque nadie más que yo merece darte todo lo que quieres, porque él no es el indicado para estar besándote en estos momentos, entonces empiezo a pensar.

  Pienso en lo que debo hacer. Pienso en que tal vez hagas las cosas así porque no te he dejado en claro que eres mío, que tu gracioso caminar, que el movimiento de tus manos, que tus agraciados labios y enternecedora mirada me pertenecen. Pero no lo sabes, porque no quiero que te sientas atado, quiero que sigas allí, viviendo feliz tu vida, pero no quiero que lo hagas con él ni con ningún otro imbécil. Yo sólo quería darte tiempo.

  Tiempo para disfrutar de tu vida sin opresiones, tiempo para irme inmiscuyendo, deslizándome lentamente, tiempo para que asimilaras mi gran amor. Sin embargo, tu humana y casi comprensible desesperación por un amor en tu vida te llevó a conocer a este chico que está llevándote a cuestas a tu habitación, al cual besas en su cuello y en sus labios... No lo hagas, por favor, no sigas. Me tiro al piso sollozando y viendo con dolor las imágenes. Nunca, nunca habías llevado a alguien a tu casa para tales fines, nadie había entrado a tu cuarto para poseer tu cuerpo como él debe estarlo haciendo, y no lo puedo asegurar porque tu ventana está cerrada, qué fuerte está la lluvia. Aún así, es tan obvio... Qué triste y patético soy.

  Me voy a mi cuarto y me lanzo con furia en mi cama, esperando que una idea venga a mi mente, pero como siempre sólo obtengo la reproducción de tu voz y algunas imágenes de ti, firmando contratos o saliendo de tu casa para ir al bar más cercano. Y se me ocurre, por fin. Lo tengo claro en mi mente, y creo que siempre estuvo allí. Yo debo marcarte, dejarte claro que eres mío, repetirte la trillada frase de que 'Si no eres mío, no serás de nadie'. Te haría sentir el amor que fluye por mis venas y me impulsa a tomar nota de tu vida, como un pequeño diario que archivo en mi, continuamente herido, corazón. Cerré los ojos, totalmente complacido ante aquella idea que me ofuscaba. Poco a poco cerré los ojos, mientras una cinta mental que tenía grabada tu risa engreída daba vueltas, vueltas, vueltas.


  Un nuevo sol, y tú te despertabas tarde. Aquel chico te había hecho el desayuno, y ahora tú besabas totalmente sonriente su mejilla, mientras por dentro yo me quemaba como la punta del cigarro que me fumaba, y mis pensamientos se difuminaban con el humo. Lo único que quería era hacerte saber que hay alguien en este mundo que te ama con toda esta benevolencia, que me traes loco y que... Que eres todo para mí. Pero tú lo tienes a él, por lo que tengo que recordarte quién es tu dueño. Salgo del cuarto, lanzando la puerta y tomando con mano firme la valija negra que lleva meses reposando en la oscura tranquilidad de mi armario, al igual que mi billetera y algunas cosas más. Subo a mi auto y arranco hacia tu casa.

  Qué nervios, estar cerca de tu casa de nuevo. Sólo lo había hecho algunas veces, y la última vez, fue cuando puse las cámaras. De resto no he vuelto a estar tan cerca de tu hogar, de la morada a la que le confiabas tus palabras por las noches y tus pasos adormilados por las mañanas. El espacio al que le tenías fichado como 'hogar', aquel que poseía los muebles a los que les brindabas tu melodía. Aquel que, esa noche, habías compartido con el moreno que salía de tu hogar contigo colgado en su cuello. Apreté las manos al rededor del volante cuando él subía a su auto y te daba un último beso, porque definitivamente sería el último, porque no te atreverías a volverlo a besar, porque mi amor te cegaría.

  Por un momento tuve el impulso de arrancar y atropellarlo, de asesinarlo en ese mismo instante, pero nada me garantizaba que él muriera, ni mucho menos que tú no tendrías a nadie más en tu vida... Es que no sabes la cantidad de gente que está mal de la cabeza y planea arrebatarte ese brillo en tu rostro, poseerlo para ellos, siendo que es completa e irreverentemente mío. Entré, abriendo la pequeña y débil reja de la entrada. Me escabullí por el lateral para llegar hasta el jardín, sé que te alterarías si me ves entrar por tu puerta principal con la llave que dejas debajo del matero, sabiendo que algún día podrías olvidar la tuya.

  Voy a la parte trasera, donde está la puerta de servicio que no se usa desde que tus padres murieron. Recuerdo que decidiste cambiar tu vida, cambiaste inclusive en la facultad, aunque a mi parecer te volviste más deslumbrante. Al parecer de él también, puesto que se te acercó poco después de ello en la mentada facultad. Primero lo hacía disimuladamente, si quieres puedes llamarlo decencia o algo por el estilo. Luego fue siendo más directo, se notaba que te extrañaba, pero cedías tan rápido… como si siempre lo hubieras esperado. Pero no lo hacías, ¿verdad? Dime que no…

 

  Entro a la casa en completo silencio, no te quiero asustar. Voy por dentro y todo tiene un olor peculiar… oh, seguramente es tu olor. Lo sé, así olías las tardes que pasabas por el consejo estudiantil. Es tan bueno el olor, que me acelera los latidos y siento cómo la sangre golpea furiosa contra mis venas, haciendo que mi cuerpo tiemble sin cesar una, y otra, y otra vez. Eso es lo que produces en mí, ¿por qué no aceptas de una vez mi amor y nos vamos por el mundo a ser simple y llanamente felices? Por un capricho, por ese chico moreno que no ha sabido respetar lo ajeno.

 

  Suspiré, tranquilizando mis nervios. Doy pasos lentos, recorriendo la sala… ¿Cuántas veces no han pasado tus pies descalzos por acá? De un momento a otro me dieron ganas de arrodillarme a besar el suelo, pero detuve mis impulsos rápidamente y volví a suspirar. Eran tantas cosas tuyas juntas… sentía que volvería loco, completamente loco. Seguí caminando hasta una puerta algo alta, al abrirla descubrí que era la cocina. Registré un poco el interior y por mera curiosidad entré a ella, abrí las gavetas y encontré varias botellas de alcohol. Sonreí levemente, no me sorprendía de ti, el más alcohólico de toda la facultad… igual que el más genial, las notas más altas, el más adinerado, el más popular. A veces me pregunto cómo demonios tienes tantas cualidades, y todas tan hermosamente perfectas.

 

  Me levanté de nuevo y me di media vuelta, pero me recibió lo que menos pensaba. Eras tú. Tú, viéndome fijamente con tus ojos castaños. Tú, con los labios ligeramente abiertos y tus pálidas manos aferradas al marco de la puerta de tu cocina. Tú, con una gran sorpresa marcada en tu rostro, mientras tu cabello caía un poco desordenado y mojado por tus hombros, al igual que las gotas caían por tu pecho desnudo y morían en la toalla aferrada a tus caderas. La imagen me hizo sonrojarme y perder el aire, estabas frente a mí, tan hermoso, tan único. Di unos cuantos pasos, y tú retrocediste. ¿Me tienes miedo, acaso...?

 

  — ¿Qué…?— preguntaste, mirándome de arriba abajo. No sabía qué venía después de aquello, pero las palabras se me atoraban en la garganta y no pude retenerlo más, mi amor por ti no se quedaría en el secreto.

 

  —Te amo— dije en un susurro, como un suspiro. Abriste los ojos desmesuradamente, ¿No lo podías creer? No lo sé… pero siempre te he amado, no pensaba callármelo cuando estuviera frente a ti.

 

  — ¡¿De qué rayos hablas?!— preguntaste en un grito. Buscaste algo con tus manos, no tenía idea de qué… seguramente pensaste en herirme. Me acerqué rápido a ti para detenerte, pero saliste corriendo escaleras arriba, y yo te seguí con mi fiel maleta, porque esa noche sabrías que eras mío, sólo mío, completa e irreverentemente mío.

 

  Te persigo por todas partes, como cuando te seguía camino al mercado desde la facultad, o cuando tomaba las mismas clases en las que tú estuvieras, para observarte desde el puesto del fondo. Porque tus manos se deslizaban con tanta facilidad que me hipnotizaban, tu voz al responder una pregunta, tu risa en los ratos libres, todo era un conjunto tan perfecto y especial que me hacía delirar.

 

   Corrí entre varias puertas de la casa, buscándote a ti y a tu único aroma. Abrí una a suerte, y me encontré contigo mirándome. Tus ojos crispados, tu semblante alterado, y tus manos temblorosas sosteniendo un bate. Vamos, querido, ¿por qué te resistes a mi inmenso amor?

 

  —Tranquilo, no te pienso hacer nada, Shima— te susurré, bajando la maleta al lado de mis pies y sosteniendo la mirada a tus ojos. ¿Por qué te resistes a nuestra felicidad?

 

  — ¡No me llames así!— me gritaste. Tu grito me dolió, era desgarrador — ¡vete de acá, loco! —. Y aquello fue mucho peor para mí. Endurecí mi semblante, y luego me volví a relajar, tú no sabías que yo había venido a este mundo para estar junto a ti, es decir, aún no.

 

  —No te pongas así, no te haré daño, yo te amo— te dije, acercándome lentamente. Tenía miedo de que en un impulso me dieras un batazo y, totalmente confundido, creyendo que te haría daño, llamaras a la policía. Oh, daño, nunca podría hacerte daño.

 

  —No puedes amarme. No te conozco, no me conoces… no— susurraste, alejándote. En un momento dejaste de moverte, me acerqué a ti sonriendo ampliamente, cuanto deseaba estrecharte entre mis brazos… pero parecías una ilusión, y si te tocaba podría perderte en cualquier momento. De repente, tus ojos se entrecerraron observando mi rostro, y me sentí muy cohibido por ello —Tú— me señalaste —En la facultad, te recuerdo, estabas en todas partes, siempre— dijiste rápidamente, técnicamente atropellado. Ahí me pude dar cuenta de que mis esfuerzos habían servido, yo estaba en tu memoria, siempre supiste que estaba allí.

 

  —Así es, soy yo… siempre te he amado— declaré, sonriéndote. Te tomas de los cabellos con desesperación y empiezas a llorar, eso me preocupa. Me acerco a ti, pero me empiezas a patear. ¿Por qué me golpeas? Si supieras que tus golpes son puñaladas a mi corazón, que está completa e irreverentemente loco por ti.

 

  — ¡Aléjate! ¡Fuera de acá! ¡Loco, maníaco! ¡Yuu tenía razón cuando decía que siempre estabas detrás de mí!— gritabas sin parar. Sólo te miraba sin entender unos minutos ¿qué me quisiste decir? ¿Yuu? ¿Un amigo, tal vez? ¿O podría ser el chico que había salido esta mañana de tu casa y había besado tus labios? Oh, tus hermosos labios.

 

  Fuera quien fuera, en esos momentos sólo llorabas. Tal vez de impotencia, de susto, pero ¿por qué yo te daba miedo? No lo entiendo, no lo entiendo. Camino hacia ti y te tomo firmemente de los hombros, y tú me miras con los ojos llorosos y los labios temblando. No sé a dónde habrás tirado tu bate, pero tus labios me llamaban, y sin miedo a que me pegaras me acerqué a ellos. Te quedaste de piedra, no respondiste, pero yo tampoco me movía. Sólo estaba ahí, sintiendo la textura, la suavidad, había pisado el paraíso con ese débil contacto.

 

  Suspiré, y saboreé tu labio inferior. Sé que pusiste una expresión de asco por la manera en que se había puesto tu rostro con el simple roce de mi lengua, pero no me importaba, el sabor de tu boca era el más delicioso y exquisito. El más desquiciante, el más equilibrado entre lo dulce y lo agrio. Tal vez simplemente lo sentí así por estar enamorado de ti, pero no lo creo de esa manera. Te miro, y en ese momento puedo salir corriendo y morir feliz por haberte probado, porque te tengo en mis brazos, pero quiero más de ti. Porque eres un vicio, el más atrayente, la ración de droga que siempre es mejor aumentar.

 

  Me separé para mirarte. Tenías los ojos cerrados con fuerza, el rostro con una expresión de disgusto y tus manos a los lados de tu cuerpo. Eras fuerte, yo lo sabía, si no te gustaba ¿por qué aún no te habías resistido? ¿Acaso en verdad eras tan sumiso? No lo creo, siempre terminabas por los golpes con alguna mínima ofensa de alguien. Sobre todo si era a tu espacio personal, o a tu privacidad. Seguramente me habrías golpeado muy fuerte de haber sabido que seguía tu rastro en la facultad.

 

  Te tomo fijamente por la cintura y te tiró a la cama que estaba allí. Caes, y te hundes levemente, entonces me arrodillo a tu lado y siento la suavidad de tu colchón. Qué cómodas han debido de ser todas tus noches. Cuando me acerco a ti, pienso en cuanto me gustaría que este momento quedara para siempre, y recuerdo que traigo a mi preciada maleta conmigo. Me estiro lo suficiente para tomarla, sin quitarte el ojo de encima, y tú me ves asustado. La abro con lentitud y saco con unas esposas, entonces empiezas a patearme y yo batallo contigo hasta lograr amarrarte. Reí por lo bajo, eres tan inquieto y desconfiado.

  Me levanté para poner una pequeña cámara desde un buen ángulo, mientras tú luchabas contra la atadura, y eso me daba gracia. Como si de verdad pensaras que podrías librarte… falso, falso. Me posiciono encima de ti y veo tu cuerpo con deseo… también, un tanto fuera de contexto, pensé que el nudo de tu toalla era demasiado bueno, puesto que no se había caído en todo lo que habías intentado golpearme. Pero en estos momentos dejaba totalmente descubiertas tus hermosas piernas, tan tersas, tan hermosas. Acerqué mi mano a una de ellas, pero antes de poderla tocar, tu voz me detuvo.

 

  —No…— susurraste, soltando un sollozo. Temblabas, sí, y en tus ojos había temor. ¿Cómo estaba mi expresión? Tal vez habrás pensado que soy un desquiciado que viene a terminar contigo. Te miré a los ojos y negué suavemente, acariciando tu mejilla empapada de lágrimas.

 

  —Pero si ya te he dicho que no te voy a hacer daño— murmuré, sonriendo. Corro algunos cabellos de tu frente y la beso con delicadeza. Teníamos toda la noche, no había de qué preocuparse, podría ir totalmente lento y saborearlo para tener el mejor recuerdo de mi vida.

 

  —Por favor, detente— soltaste un sollozo. De un momento a otro, me sentí como si estuviera a punto de violar a una niña de quince años, pero no. Eras un hombre, hecho y derecho, i de verdad no quisieras ya habrías hecho algo para evitarlo, así que negué suavemente, riendo por tu ocurrencia.

 

  —No lo haré, querido, no lo haré y deberías saberlo. Eres mío en estos momentos, mío en el futuro, mío ayer, mío— te dije, dando besos en tu mejilla y en tu cuello. Las lágrimas que caían por tu rostro me rozaban la nariz, y las besé, porque ellas también eran mías. Todo lo que fuera tuyo me pertenecía completamente.

 

  —Estás loco— dijiste con la voz temblante y volteando la mirada. Al parecer te habías resignado, pero las cosas no tenían por qué ser así, tú debías disfrutarlo igual que yo.

 

  —Sí, loco de amor— te tomé del mentón para que me miraras fijamente. Tu rostro de susto me desesperaba, pero a la vez me parecía que tus labios enrojecidos por morderlos y tus ojos totalmente húmedos eran hermosos. Te veías precioso, porque el toque de desesperación que tenías era el exacto para las fantasías más amplias, porque era el rostro que quería consolar, porque eran las sensaciones que deseaba retirar de tu ser, porque sólo quería que te sintieras seguro a mi lado.

 

  Frunciste los labios y te volteaste, murmurando algo que no comprendí, pero en verdad no me importa. La felicidad se estableció en mi cuando comencé a besar tus hombros, ya que beso tu piel, ya que saboreo las líneas finas de tu torso y puedo sentir en mis labios los espasmos que provocan el hermoso sonido de tu llanto, porque de alguna manera hasta eso era precioso.

 

  Bajo por tus costados, por tu vientre, y empiezo a tocar tus temblorosas piernas. Entonces, sueltas un suspiro, porque tal vez es una de tus partes más sensibles, pero entre más son los suspiros, más fuertes son tus sollozos. ¿Acaso te duele que haga eso? ¿Acaso te da dolor sentirte bien con las caricias que te dan mis manos? ¿Con él también te sentiste así de mal? No, porque crees que lo amas a él, porque crees que él te ama, pero acá el único que te adora de verdad y del que eres dueño es de mí, porque yo te poseo a ti desde siempre, desde que te vi por primera vez y decidí que serías el amor de mi vida.

 

  Pasé mis manos por el largo de ti, y mordí levemente mi cuello para dejarte una marca. El morado instantáneo que brotó en tu delicada piel blanca me pareció idóneo para la primera foto de la noche, así que saqué mi cámara y con delicadeza de no alterar nada en el paisaje de tu cuerpo, tomé la foto. Pongo la cámara a un lado y siento como tu respiración se empieza a acelerar, me miras preocupado y aterrorizado.

 

  — ¿Qué vas a fotografiar con esa cámara?— preguntas, con los labios temblorosos — ¿Qué más piensas hacerme? ¿Me dejarás con vida acá o no?— no paras de preguntar cosas con la voz totalmente temblorosa. Acaricio todo tu rostro mientras te miro fijo a los ojos, pero esta vez no tengo ganas de contestar nada, quiero que te dejes llevar por los sentimientos que transmito con mis manos, quiero que empieces a sentir todo lo que yo siento, para que me abraces y yo también, para que vivamos estables y uno al lado del otro, pero tú sólo me pides que pare.

 

  Rio suavemente y te doy un beso en la comisura de los labios, porque quiero seguir besando tu cuerpo por la eternidad. Paso mis labios por todas partes de ti, y confieso que me siento totalmente confundido por la manera en que tu cuerpo rechaza mis caricias. ¿Es que acaso…?

 

  — ¿No lo entiendes?— pregunté, mirándote fijamente a los ojos. Niegas con la cabeza, y tus cabellos se mecen encima de la almohada, tu rostro empapado está totalmente en mi dirección y tus pupilas no dejan de mirar las mías, aunque estés asustado tu mirada es tan segura. — ¿En verdad, no lo entiendes? ¿No comprendes que te amo, que eres mío, que quiero poseerte para siempre sólo para mí?— cuestioné en un suspiro enamoradizo, y me viste con los ojos un tanto desorbitados. Forcejaste un poco y luego bufaste.

 

  —Si con ‘poseer’ te refieres a follar ¡Anda y métela de una puta vez! Pero no me tengas más acá, me humillas, maldita sea. —espetaste con desprecio. Que vulgar había quedado aquello, puesto que tu cuerpo no era lo único que quería de ti.

 

  —No sólo quiero tu cuerpo, querido. Quiero que te quede claro que eres mío, sólo mío, que te amo con todo mi ser, que eres el centro de mi universo, el eje de mi mundo— te susurré en un suspiro suave, delicado, porque eso se merecía algo como tú. Delicadeza… amor…

 

  — ¿Qué demonios? Lo tuyo es una maldita obsesión, no tengo ni idea de dónde salió, ahora suéltame— forcejaste otra vez para soltarte, y yo empecé a darte besos por la mandíbula y la garganta, sin importarme lo que hicieras. Una vez abajo, quité la toalla que te cubría, y me dijo en que tú también me miras fijamente. En tus ojos, veo súplica… como si no quisieras que te besara.

 

  Me encojo de hombros y sigo besando todo tu cuerpo, entonces vuelves a llorar, a rogarme que me detenga, pero a estas alturas no puedo parar. Tu cuerpo me llama, me incita, me hace perderme en mil y un pasadizos, despierta en mi una llama única, especial, inentendible. Sin tomarle mucha más importancia a tus ruegos, sigo besándote, viendo que por fin empiezas a reaccionar. Cuando volteo a ver tu expresión, me doy cuenta de que es de total contradicción y disgusto. Aah… ¿qué haré para que entiendas que las cosas deben ser así? Tú y yo, juntos por mucho, mucho tiempo.

 

  Sigo, intentando ir lento… pero me es imposible. No puedo aguantar más las ganas de entrar en ti, de excavarte por completo, de sentir tus piernas rodeando mis caderas mientras beso tus labios, mientras cumplo todo lo que alguna vez soñé. Bajé mis pantalones, entonces vi tu cara de espanto y sonreí para intentar tranquilizarte, pero tu rostro no cambiaba. Suspiré, y tomé tus tensas piernas entre mis manos. Eran tan suaves, Shima, tan suaves.

 

  Te empecé a penetrar con lentitud, y tu rostro no reflejaba ni dolor, ni placer, ni angustia, ni siquiera el temor de hace momentos. Mostraba algo que no sé diferenciar, tal vez confusión, pero sólo tal vez. Entonces empecé a moverme, y proferiste un grito agudo que me asustó bastante, dejando de lado que estaba nervioso porque estaba contigo, poseyendo el cuerpo que tantas noches me había quitado el sueño.

 

  — ¡Por lo menos sé delicado, animal!— me gritaste con desprecio y al borde de las lágrimas. ¿Cuántas veces las vería brotar de tu rostro esa noche?

 

  —Sólo… si me regalas una sonrisa— te pedí, besando suavemente tus labios, en el momento en el que moviste una mano. Tal vez pensaste en darme una cachetada, sólo tal vez.

 

  —No me jodas— dijiste, con una notoria rabia. Me ofendí, por supuesto, pero ¿qué podrías saber tú de este gran y exagerado amor?

 

  —Anda, sonríe para mí e incluso saldré— propuse, moviéndome un poco más, sintiéndome tan bien en tu interior. Vuelvo a besar tus hombros y tu cuello, beso tu cuerpo en total mientras tú lloras sin parar, y de repente sonríes. Pero tu rostro no se ilumina y tus ojos no demuestran felicidad. Entonces, definitivamente me enfurezco y aprieto tus costados — ¿por qué a mí no me sonríes como… como… como a él?— suavicé mi tono de voz al decir aquello, y tragué pesado por intentar aceptar que tal vez no quisieras mi amor.

 

  —Porque a ti no te amo, imbécil— espetas con rabia, casi escupiéndolo en mi cara. Entonces me entra la tristeza, la impotencia, los celos. ¿Qué tiene él que no tenga yo?

 

  — ¿No eres capaz de amarme como a él?— pregunto con la voz débil, sé que me quieres en el fondo, porque todo en esta vida es recíproco, y si con tanto amor que te tengo no logro nada en ti… me sentiría tan, pero tan mal, mi querido Shima.

 

  —Nunca, jamás— respondiste con seguridad. Que mirada tan fría y fija, me recordaba a cuando te retaban en los debates y siempre salías ganándole hasta a los jueces. Sonreí de medio lado, moviendo lentamente mi cabeza a manera de negación.

 

  —Entonces lo siento por ti, pero viniste a este mundo a ser mío— te dijo, y tú enarcaste una ceja, y sé que intentabas decir algo por la manera en que tomaste aire mientras me mirabas desafiante, pero soy mucho más rápido. Lentamente introduzco el cuchillo que saqué de la maleta en tu abdomen, y me miras con los ojos desorbitados.

 

  Primero veo desesperación, luego dolor, luego algo parecido al agradecimiento. Todavía pienso que quizás querías librarte de mí, pero eso es imposible, ningún humano huye de lo hermoso del amor. Me quedo viéndote por horas, aún estaba dentro de ti y la sangre ya casi no brotaba de tu herida. Tu pecho permanecía inmóvil, tus labios estaban repentinamente secos, y tus ojos se quedaron mirándome fijamente. La mirada más fija que me has dado, sin lugar a dudas. La más profunda, la más desquiciante. No puedo evitar tomarte fotos, porque eres el cadáver más bello que he visto. No puedo evitar guardar tu sangre en un pequeño gotero, porque es la sangre más rojiza y brillosa que he podido apreciar. Porque lo amo todo de ti.

 

  Entonces decido tomar el cuchillo y abrirte el pecho con fuerza, abriéndome paso entre tus costillas, llegando a lo que es tu corazón. Daba dos pausados latidos, y abruptamente se detuvo. Corto lo que hay alrededor y lo tomo en manos, admirándolo, porque es el órgano que te ha dado vida por tantos años. Lo pongo en la sábana, ya lo guardaré, ahora sólo quería observarte.

 

  Me quedo unos minutos allí, y empiezo a recoger todo para irme. Guardo las sábanas bien dobladas y manchadas por tu sangre en mi maleta, ellas rodeando a tu corazón, que ahora definitivamente me pertenece; y luego lavo todo tu hermoso cuerpo con el agua a temperatura media para no dañar tu piel, teniendo mucho cuidado con la herida que provoqué en tu pecho. Con unos guantes, te dejo acostado en la cama, tomo unas cuantas fotos más y recojo la cámara de su lugar. Me cuesta tanto, tanto dejarte sólo, pero sé que a tus familiares les gustaría hacerte un velorio o un entierro. Antes de irme, vendo suavemente tu pecho herido y me acerco a ti para besar tus labios, ahora morados, color que te queda de maravilla, y salgo del cuarto a zancadas.

 

 

  Pasan los días, y recuerdo el día de tu velorio, cuando vi cómo tu cuerpo descansaba en la urna y era enterrado bajo tierra y pasto. Pasan las semanas, y puedo ver en mi mente como aquel chico de cabello negro se arrodillaba frente a tu lápida una vez sólo, y lloraba, clamaba al cielo que volvieras, pero eso era imposible, porque eras mío y el cofre en el que sujeto tu corazón me lo confirma. Pasan los meses, y todas las tardes preparo un pequeño tentempié con dos copas de vino para irlas a tomar al lado de tu lápida mientras limpio tu tumba. Pasan los años, y veo que el que decía amarte está con una mujer y tiene una vida formada. Ya te ha olvidado, eso quiere decir que no te ama, supe que nunca te había amado como yo a ti.

 

  Pero con el paso de los años y sin tu presencia, empiezo a sentirme solo y abandonado. Entonces, esta noche voy a tu tumba y me arrodillo frente a la lápida con el pequeño cofre en mis manos. Allí, donde tenía meticulosamente guardado tu corazón, de una manera que no se dañara con el tiempo. Ya han pasado cinco años desde que lo tengo conmigo, pero no es lo mismo que verte sonreír por la calle, ni que escucharte cuando pasas a mi lado sin saber que te tengo en la mira, no es ni parecido a ver tu pelo ondearse y tus dedos jugar con las cuerdas, produciendo acordes que nunca pude escuchar. Y decido por fin, que todo eso debe terminar, que debo ir corriendo hacia ti, porque la tierra sin tu presencia es simple escoria.

 

  Miro fijamente la lápida, con los ojos llorosos. Saco el corazón del cofre y lo sostengo firmemente en mi mano, sacando también del cofre un cuchillo. Aquel con el que te había asesinado aquella noche, aquel que me ayudo a expulsar tu alma fuera de tu cuerpo. Con la misma mano, saco el pequeño tubito en el que estaba tu sangre, y mojo mi rostro con ella, y la respiro con deleite. Estaba fría, por el cuidado que le doy, pero no había perdido ni una de sus características. Se sentía tan bien estar allí.

 

  A mi mente acude el recuerdo de tus pasos, de tus brazos, de tus manos, de tus ojos, de la única noche en la que te poseí, la primera y única noche que fuiste para mí, y con una sonrisa en los labios encajo el cuchillo directo en el lado izquierdo de mi corazón. Porque este corazón, el corazón de Akira Suzuki siempre te ha pertenecido, y sin ti para que lo reclames ya nada tiene sentido.

 

  Pronto la sangre empieza a brotar, y la veo con los ojos extasiados. Poco después mi mano pierde su fuerza, y cae a mi costado con tu corazón apretado, mientras yo me inclino hacia el frente y me apoyo en tu lápida para no caer. En mis oídos se empieza a reproducir un pitido, y repentinamente recuerdo la sensación de tener tus labios pegados a los míos. Era mágico, delicioso, como si fuera cierto. De fondo, acompañado por el pitido, pude escuchar tu voz hablarme con odio, y tu risa sonar por los pasillos por la facultad en la que siempre te observaba venir de un lado a otro. Era todo tan hermoso, pero como puedes ver en la vida todo es casi efímero.

 

  Comienza a oscurecer, mientras siento que la mano que se aferra a tu lápida es cubierta por una indescriptible calidez, como la vez que tomé tu mano entre la mía y junté nuestros dedos. Aunque lloraras, yo sé que también sentías la calidez de estar a mi lado, porque el amor es capaz de sentirse en todas las maneras posibles. El aire me falta y caigo de lado, sin dejar de abrazar tu lápida, sin dejar de pensar en tus ojos, sin dejar que se me escapen todos los recuerdos que tengo de ti. Cierro suavemente los ojos, dibujando en mi mente tu rostro, botando algunas lágrimas porque mientras me hundo en esta oscuridad, en la que siento como si tus brazos me acogieran, sólo soy capaz de pensar una cosa, al tiempo que lanzo  un profundo suspiro.



 

  ‘Te necesito tanto, aquí y ahora. Te amo.’

 

Notas finales:

Bien, eso fue todo.

 

Espero que les haya gustado bastante, y disculpen la ausencia de lemon (?) pero es que no creo que la trama haya dado para algo como eso -w-~ 

Nos vemos en sus reviews (si es que consideran justo dejar uno XD) los respondo todos *-* (no como los de Silly Boy. que los tengo botados XD)


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).