Capítulo 3: Si Decías Amarme Tanto…
La mañana siguiente, despertó abrumada. Un asomo extraño en aquella brisa suave y fresca, hacía augurar que algo se saldría de su esquema, desencajando con particularidad la rutina de alguien que, olvidándose de su felicidad propia, estampó contra su corazón un sentimiento equivocado, sólo por gratitud.
El hogar de Mail, aún a pesar de ser inicios de primavera, se hallaba frío. Su habitación, manteniendo regulada la temperatura o no, lanzaba chispas de hielo inevitablemente.
Y, mientras guardaba en una carpeta la guía que debía entregar en la escuela ese día, notaba como un apremiante nudo se formaba en su pecho. Razones no habían, ya que todo en su vida actual iba marchando acorde a lo que, difícil de entender a la primera, el destino parecía haberle impuesto.
Sin embargo… ¿Qué era esa contracción en su pecho que le impedía respirar?
Observó a su hijo.
Se hallaba recostadito en su cuna, dormitando apaciblemente. Y como nunca, desde hacía ya demasiado, una visión le surcó rauda la mente, al tiempo que una rebelde sensación le recorría el cuerpo, estremeciéndole con fuerza.
Y es que, sin lugar a dudas y aunque tratase de negárselo mil y una veces, Keith era el reflejo vivo de Mihael. Sus expresiones, sus manías, su actitud… apenas había empezado a caminar, pero las similitudes entre ambos cada vez se acentuaban más. Aún siendo tan pequeñito, ya hasta su temperamento se le parecía.
Y sí; aquello no hacía más que perturbar psicológica y emocionalmente a Mail, teniendo el recuerdo constante del rubio junto a él.
Entonces, indócil e ineludible, una gruesa lágrima resbaló presurosa desde su entristecida mirada, perdiéndose lenta al caer al suelo, seguida de otra que el pelirrojo reprimió fallidamente. Hacía mucho que no lloraba, pues, por su bebé, se había auto-impuesto fortaleza a como diese lugar.
No obstante, algo oculto en el temple de aquel frío principio de día, le forzaba a recordar,, apuñalándole sin clemencia el corazón y escociéndole el alma.
Y es que, en condiciones similares, despertó una mañana hace ya dos años atrás. Abandonado a su suerte en una habitación desierta, con el consuelo insano de promesas que, luego de entender que Mello ya no estaba, no harían más que aniquilar, cruelmente y sin compasión, cada una de sus infantiles ilusiones.
¿Por qué tuviste que huir así? Se preguntó a si mismo, escudriñando taciturno al vacío. ¿Por qué, Mello? Si decías amarme tanto…
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La suavidad del viento les acariciaba el rostro, de pie en medio de aquel misterioso y desolado mirador. De a poco, un manto luminiscente de estrellas comenzaba a adornar bellamente el cielo, mientras una luna menguante coronaba el firmamento con solemne majestuosidad.
Dos siluetas se recortaban bajo los ligeros ases de luz artificial, absortos en el confort de un aletargante abrazo. La brisa otoñal jugueteaba traviesa con sus cabellos, acompañándolos infraganti en su seductoramente rebuscada soledad.
El amor se respiraba en cada partícula del aire, a cada suspiro que se les escapaba. Y el hechizo lunar parecía magnetizar también sus labios, que se unían espontáneos, añorando más contacto entre los dos.
Cada beso llevaba el dulce sabor del primero, haciéndoles experimentar en todo su ser como se alzaban incontrolables hacia la nube más alta, mientras mil mariposas revoloteaban en sus vientres.
Y esa idiotizada sonrisa en sus semblantes, no hacía más que reafirmar la hermosa y adorable realidad; se amaban con la locura y pasión mágicas de la adolescencia, siendo cada abrazo, beso o caricia que se profesaban uno al otro casi rayando en la adoración, la muestra más perfecta y fiable de aquel amor. Separarse era lo último que deseaban, pues el sólo imaginarse lejos les apagaba en alerta los latidos del corazón.
- Te amo…”- Susurró embelesado el de ojos color cielo, ciñendo ansioso el cuerpo de su niño hacia sí, en un dulce intento de no querer que se le escapase jamás.
- Y yo a ti…- Respondió fugaz y enamorada la voz del de su otra mitad de corazón, apoyando sutilmente la cabeza en su pecho, con los ojos esmeralda cerrados ante el exquisito hechizo que la cercanía de su novio ejercía sobre su ser.
Y debajo, en la ciudad, como una coincidente aseveración a tan sinceras palabras, empezó a resplandecer poco a poco, logrando que un precioso espectáculo de luces se apreciase desde donde ellos se encontraban.
No quiero perderte jamás, Matt… Pensó con temor Mello, inmerso en los adictivos labios de su angelical pelirrojo, percibiendo a los latidos de ambos corazones sincronizándose perfectamente. Me moriría si no te tengo junto a mí…
- ¿Mello?- Mail se había quedado mirándolo ensimismado.- ¿Qué tienes??
- ¿Por qué lo dices?- Inquirió casual el aludido, acariciando con candidez los sedosos y cobrizos cabellos del menor.
- Es que te quedaste callado de pronto.- Mencionó sonrojado éste, perdiéndose en sus expresivos ojos azul zafiro.
Mihael sonrió con dulzura, suspirando y aferrando con ternura al oji-esmeralda, posando los labios en su frente en un casto e íntimo contacto.
- Sólo pensaba en que, por nada del mundo, quiero que te alejes de mí.- Explicó algo avergonzado, notando como las mejillas se le teñían de leve rubor.- ¿Sabes? Me volvería loco si me separaran de ti.
- Eso jamás pasará.- Aseguró Matt con firmeza, a la vez que sentía los brazos del mayor ciñéndose seductores en torno a su cintura.
- Tienes razón…- Concordó el de cabellos claros, entrecerrando sus ojos y dibujando en su expresión un gesto colmado de ternura.- El inmenso amor que nos une, será el lazo que le impida al destino alejarnos.
Sin embargo, a veces ni el amor más grande puede ir en contra de las malas pasadas que, sin aviso ni piedad, la vida nos obliga a enfrentar.
Y aquello, ambos, tuvieron que aprenderlo a la fuerza tiempo después.
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Mientras cerraba despacio la puerta del cuarto tras de sí, la mirada más se le empañaba y el nudo en su garganta parecía no tener intenciones de desatarse. Los recuerdos eran demasiados y el dolor de aquella injustificada pérdida, lo era aún más.
Porque aunque tratase de buscarle, aunque fuera, una mínima explicación, sabía que no lo lograría nunca. Y mucho menos, el intentar dejar de lado su más que justificado e irremediable rencor.
¿Qué excusa podría haber? Si todo le indicaba que había sido nada más que un divertido juego de niños para Mihael. Por ello, y a pesar que aún le amara con la misma, e incluso más intensidad que antes, era indispensable arrojarle de su vida para siempre.
Su destino ya estaba forjado junto a Light, a quien tardaría demasiado en recompensar la magnitud infalible de lo mucho que había hecho por él y su bebé. Puesto que, por más que el castaño le asegurase un millón de veces que lo hacía por voluntad, Matt se sentía en una inmensa deuda hacia su persona.
Y por más difícil que le resultase, lo aprendería a amar. Pues ya, y después de todo el daño ocasionado, Mello no tenía cabida en su presente.
Que equivocados estábamos al pensar que lo nuestro duraría una eternidad…