Capítulo 2: Por Ti, Soy Capaz De Todo.
La musical melodía del timbre repicó a lo largo y ancho de la estancia, a lo que, después de oírlo, la delgada figura de una inquieta joven se apresuró a abrir, precipitándose a bajar la enorme escalera en forma de caracol, tratando de ser lo más prudente y sigilosa posible.
- ¡Light!- Profirió en un susurro, ya en el quicio de la puerta, escudriñando con recelo al recién llegado.
- Hola, Emy.- Saludó jovial el castaño, una vez dentro y tras ésta haber cerrado la puerta.- ¿Y Matt?
Como respuesta, la chica se llevó un dedo a los labios, en señal de silencio.
- Está arriba…- Le indicó aún entre susurros.- Intentando hacer dormir a nuestro niño.
Light sonrió con dulzura, nada más al visualizar en su mente la tierna imagen.
- Y… ¿Puedo subir?- Inquirió tentativo a la oji-azul, mirándola con súplica, persuadiéndola al entornar los ojos como un cachorrito a medio morir.
Ella sólo se cruzó de brazos, soltando un suspiro de fingido fastidio y encogiéndose de hombros en ademán resignado.
Emily y Mail eran hermanos, con sólo dos años de diferencia. Por consiguiente, siendo ella la mayor, solía ser bastante sobreprotectora con el pelirrojo, especialmente después de nacido el pequeño Keith. Vivían juntos, pues la chica con dieciocho años ya cumplidos, estaba asumiendo el papel que, tras el accidente en quemurieron, sus padres tanta falta hacían en sus vidas. Se llevaba bastante bien con Light, sólo que acostumbraban continuamente estarse fastidiando, nada más, según propias palabras de ambos, en post de darle más entretención a las cosas.
- Está bien, ve.- Cccedió finalmente la rubia, sonriendo también, dirigiendo sus pasos de regreso a su habitación.- Pero te advierto que, si yo me llego a enterar que anduviste haciéndole cosas indevidas a mi hermano, soy capaz de castrarte a la antigua… ¿Queda claro, cuñadito?
- Vale… Lo tendré en cuenta.- Acordó divertido el oji-miel,, regalándole una burlona mirada y encaminando sus pasos escaleras arriba, directamente al cuarto de su novio.
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Una bella sonrisa llena de amor dulcificó de manera hermosa el rostro del joven de ojos color esmeralda, quien yacía sentado sobre su cama con el pequeño cuerpecito de su hijo arrullado plácidamente entre sus brazos, mientras le daba el biberón y lo acunaba suavemente para acabar de adormecerlo.
Habían pasado ya quince meses, desde la llegada de tan perfecto regalo a su vida. Todo en su mundo se había innovado de manera formidable, haciéndole ver las cosas desde una perspectiva totalmente distinta.
Con dieciséis años recién cumplidos, Matt había tenido que madurar a la fuerza, viéndose involucrado en una realidad que, si bien bastante compleja de asumir, se estaba tornando en su razón más grande para seguir hacia delante, siendo su bebé lo único verdaderamente importante a su alrededor. Y es que, a pesar de cuanto hubiese pasado a raíz de su temprana venida, todo cobraba absoluto sentido, sólo al tenerle allí, protegido delicadamente entre sus brazos.
Un suspiro extenso rehuyó sus labios, mientras se ponía en pie con Keith aferrado cómodamente contra su pecho ya completamente dormidito, para dirigirse hacia la cuna de barrotes pálidos. Sobre esta se hallaba un móvil musical, el cual mostraba una extensa variedad de animales de peluche con los que el nene solía entretenerse, observando curioso los diversos movimientos y formas.
Con extrema suavidad lo recostó sobre el esponjoso y suave colchón, arropándolo entre las algodonadas mantas, poniendo extremo cuidado en no despertarlo.
Y era una imagen sencillamente adorable el poder verlo sumido entre sueños, con el semblante lleno de apacibilidad, la respiración serena y sus expresivos ojitos azul zafiro dulcemente cerrados, haciéndole lucir como nada menos que todo un ángel.
- Te amo, mi pequeño…- Musitó quedito Mail, depositando en su frente un beso, en un gesto que, para cierto castaño de ojos miel, quien testificaba en silencio la fascinante escena desde el umbral de la puerta, se vio magníficamente tierna y paternal.
En definitiva y ya sin duda alguna, Keith lo era todo en el mundo para Matt.
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Con sutileza lo fue recostando mejor en el cómodo sillón, sin romper en lo más mínimo el ansiado contacto entre sus labios que, poco a poco, iba cobrando fuerza, tornándose en cuestión de nada en un beso febril, colmado de deseo. Sus lenguas se acariciaban con suavidad, auto-reconociéndose en una danza sólo de ellas, anhelando fundirse en una sola, redescubriendo una y otra vez la dulce adicción de cada roce, tentándose con descaro a llegar tan lejos como las circunstancias lo permitiesen, incitándoles a olvidarse del mundo de ser necesario nada más para quedarse eternamente unidos en aquel febril y delicioso enlace entre los dos.
- Ehem…
Sin embargo, esta vez, ni las circunstancias, ni el mundo decidieron ponerse de su parte.
- ¿Es necesario ser tan apasionados?- Indagó entre risas Emily, lanzándole un cogín a Light en la cabeza, obligándoles, por ende, a separarse.
- Eres insoportable, ¿lo sabías?”- Protestaron ambos al unísono, lanzándole miradas asesinas.
- Ay, Dios… ¡Pero que carácter!- Continuó riendo la chica, volviendo sobre sus pasos hacia la cocina, dejándolos solos otra vez, no sin antes haberles incomodado un ratito.
- Juro que hay veces en que, de verdad, la detesto.- Se quejó el castaño,, bufando exasperado y trazando en sus agraciadas facciones un infantil puchero.
Matt lo miró malicioso, riendo entre encantado y divertido ante la usual y tierna escena.
Light y él mantenían un noviazgo bastante estable y, para muchos, hasta envidiable. Siendo mayor por tres años, aquél galante y codiciado oji-miel había asumido la paternidad de Keith, participando en cada uno de los momentos en su crianza. Y aunque aún no vivían juntos, ya estaban comprometidos a casarse en cuanto el niño cumpliese el año y seis meses de edad. Habían acordado que, una vez dado este crucial paso, el castaño cedería su apellido al bebé, reconociéndolo legalmente como su hijo. Y a pesar que, por más que lo intentase, Mail aún no lograba corresponder la inmensidad del amor que éste le profesaba, le tenía un cariño inmenso y estaba por completo seguro de querer pasar cuanto tiempo dispusiese la vida a su lado.
Después de todo, Mihael se había desentendido totalmente de él, aquel día en que se marchó de la ciudad sin dejar rastro ni explicación alguna del por qué.
- ¿En qué piensas?- Le oyó decir a Light, bajándole en seco de su nube.
- Nada, en realidad.- Respondió con seguridad, sonriéndole encantador.
Entonces sus miradas se volvieron a cruzar, orillándoles a retomar lo que, por culpa de cierta risueña rubia entrometida, habían dejado pendiente.
No obstante, antes de siquiera haber acabado de pensarlo, el inconfundible llanto del pequeño Keith, intentando llamar la atención, aparentemente recién despertado, hizo eco en el piso superior, a lo que Matt, como movido por un rayo, respondió enseguida, encauzando sus pasos hacia su habitación con Light ssiguiéndole de cerca.
Y ya una vez allí, vieron al nene aferrado a los barrotes de su cuna, al parecer asustadito de haberse encontrado solo al despertar. Más fue cosa de ver entrar a Matt para que los encantadores sollozos menguaran, llevándole a elevar sus manitos inquieto, buscando que le alzara y le diera confort entre sus brazos.
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- ¿Te parece si vamos a dar una vuelta al parque?—Propuso Yagami, una vez ya se hallaron en la sala, ubicados de nueva cuenta en el gran sofá con el rubiecito ya totalmente sosegado, sentadito en el regazo del oji-esmeralda.
- Buena idea.- Concordó sonriendo Matt.
Y tras unos cuantos minutos, que éste aprovechó para mudar al bebé y abrigarlo más, lo subieron al coche y partieron rumbo a un agradable momento en familia, sacando provecho de lo despejado del cielo y lo cálido que había amanecido el día, a pocos de cambiar la estación.
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Una Harley color negro se detuvo a las afueras de uno de los edificios de departamento más cotizados en toda la ciudad. Y de ella, la esbelta figura de un apuesto joven de cabellos de oro y ojos extraordinariamente expresivos, de un tono azul zafiro intenso y transparente, descendió sin más, dejando embelesadas a varias muchachitas a su paso.
Observó atentamente el lugar, suspirando nostálgico, extrayendo acucioso de uno de sus bolsillos una barra de chocolate y mordiéndola enseguida con ansiedad.
- Al fin…- Murmuró para si mismo, escudriñando un punto fijo en la nada.- Estoy de regreso.
Y es que, imposibles de eludir, a partir de su llegada, muchas cosas iban a cambiar.