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Soleado. por Viko

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Notas del fanfic:

Disclaimer: la serie de naruto no me pertenece es propiedad de Masashi Kishimoto. Esto es de fans para fans sin fines de lucro.

Advertencias: ortografía, algo de gramática (tal vez), OoC, shonen-ai…

Aclaro, que esto se desarrolla en au. Doy un adelanto, sí, estará relacionado con el universo de Naruto. Las personalidades se verán afectadas por el entorno en el que viven y de quienes los rodean. Así que muchos quizás no tengan los mismos lazos (familia).

Notas del capitulo:

Disfruten...

Capítulo I.- Burbujas de jabón.

Abrió los ojos con lentitud y miró lánguidamente el despertador sobre la mesita de noche a un costado de la cama. Con pereza dejó caer la mano encima, tocando el interruptor de apagado. No quería levantarse aún.

Demasiado temprano, demasiado desvelo, demasiado trabajo…

La habitación se mantuvo en silencio durante varios minutos. El aire acondicionado emitió un débil sonidito que anunció el cambio de temperatura. Con las manos palpó el lado derecho de la cama, no hallando lo que buscaba. Sonrió ante ese hecho. Perfecto. Como era de esperarse, ella se fue a tiempo. Arrugó la nariz al percibir el aroma de su perfume. Se giró hacia el lado contrario. Todavía no lograba acostumbrarse a las fragancias de sus múltiples amantes. Todas ellas eran demasiado empalagosas, causándole nauseas después de un rato.

Afuera había sol y cielo despejado. Según lo programado, el televisor se encendió en el canal de las noticias matutinas, como prevención en caso de que el reloj fallara. Madara parpadeó varias veces tratando de ahuyentar el sueño inútilmente. Levantarse por las mañanas no era lo suyo. Suspiró lánguido cerrando los ojos mientras escuchaba sin mucho interés el informe del tráfico. Los abrió de nuevo, mirando al techo.

Otro día más.

En el noticiero hablaban sobre una mujer que abandonó a su hija en un basurero. Uchiha soltó una risita cínica. Noticias como esas, tan normales en la actualidad, formaban parte del día a día. La rutina diaria que siempre transcurría con absoluta indiferencia, en donde nada resaltaba lo suficiente como para conmocionar al mundo. Se incorporó con lentitud, esperando que esa mañana de lunes ocurriera algo fuera de lo ordinario en su simple existencia. Hoy tenía una junta con los directivos de una renombrada empresa. Se quejó al pensar en el tiempo que se llevaría. Tiró la almohada al suelo, su cuello dolía un poco y un ligero dolor de cabeza nacía en su sien.

Algo nuevo, algo fresco.

Inusual.

Sólo pedía una pizca de novedad que lo sacara del círculo rutinario que tenía por vida. Mañana sería martes, luego miércoles y así sucesivamente. Se presentaría a trabajar, volvería a casa o iría a un bar. Conocería a una chica nueva, saldrían y la misma noche se acostaría con ella. Al amanecer no estaría y él nuevamente se encontraría como ahora lo estaba. Sus labios se curvaron. Si quería un cambio nadie más que él para comenzarlo. Tal vez intentarlo con un chico. Lo negó mentalmente. Incluso como broma sonaba repugnante.

Lo tenía casi todo: dinero, prestigio, mujeres, salud…

El reloj marcó las 6:30 de la mañana. Se hacía tarde.

Pasó ambas manos por encima de su cabeza, revolviendo la oscura cabellera, alejando los restos de sueño que persistían en mantenerse con él. Una buena taza de café con canela lo haría alejarse de los brazos de Morfeo. Pensó en la mujer con la que pasó la noche. Fue una buena jugada. Siendo ella del extranjero y con un vuelo que tomar ese día, no tuvo inconveniente en llevarla a su casa. A fin de cuentas, no la volvería a ver. El estridente aroma cítrico floral que dejó como recuerdo la rubia, incrementó el dolor de cabeza.

—Detesto ese olor…

No quería levantarse aún.

Demasiado temprano, demasiado desvelo, demasiado trabajo…

El teléfono comenzó a sonar. Miró el reloj, daba por hecho que el responsable era Izuna. Sólo a él se le ocurría llamarlo a esas horas. No era de extrañar, al menos una vez por semana, lo hacía. El pequeño hermano que se cercioraba de que el presidente no llegara tarde al trabajo.

Hizo una mueca. A veces llegaba a ser tan molesto que Izuna se tomara el papel tan enserio. La empresa no iba a morir porque él se quedara en cama unos minutos más.

Usualmente llegaba en el tiempo establecido, pero por esta ocasión (al igual que otras pocas) tal vez llegaría con algo de retraso. La sensación de somnolencia parecía incrementarse al correr de los segundos. Deseó meterse de nuevo bajo las sabanas aun sabiendo, terminaría mareándose con la melosa fragancia. Gruñó con fastidio. No, debía llegar temprano. Hoy era el desayuno con los ejecutivos de NAO. Quizás un baño con agua fría y una taza de cafeína le ayudaría a reducir (o si era lo suficientemente afortunado, erradicar) los deseos de permanecer en cama hasta tarde. Lo meditó un poco. ¿Ducha fría o agua templada? ¿Hacerse el vago y tener nauseas o partir de inmediato? Qué difícil. ¡Ah! Si no hubiese cedido a la tentación por tan fácil rubia no estaría con debates internos.

De acuerdo, quizás no estaría tan trasnochado de no haber existido la morena de la noche anterior. Un gesto pícaro acudió de inmediato a su cara e instantes después se desvaneció. Recientemente sus conquistas no lograban ponerlo de suficiente ánimo. Probablemente se estaba obsesionando demasiado. Pero aun así…

… realmente ansiaba un suceso interesante.

El estridente aroma dulzón lo atacó de vuelta.

—… Definitivamente lo detesto.—murmuró cubriendo su frente con el antebrazo. Floral-frutal. Perfumes como esos debían ser sacados del mercado.

Demasiados dulces.

Volvió a recostarse, ignorando el irritante sonido del teléfono. Luego de un rato cesó. Las voces monótonas del noticiero parecían arrojarle polvos de sueño. Frotó sus ojos con el dorso. Basta, sólo era pereza, realmente no estaba tan cansado. Estiró el brazo hasta alcanzar el cajón del buró junto a su cama, sacó el frasco de los analgésicos y se llevó un par a la boca.

Necesitaba de unas vacaciones.

Vio desanimado hacia la puerta.

Realmente no quería ir al trabajo, pero tampoco quedarse en casa el resto del día.

De alguna forma… incluso estando repleta de comodidades y lujos, el lugar se sentía vacío. Tan…

"… Solitario."

Sacudió la cabeza. Dar entrada a pensamientos como esos no era productivo. Con pesar salió de la cama en dirección al cuarto de baño. El agua fresca sobre su cuerpo le ayudaría a lavar aquellas ideas.

Las 7 en punto y él continuaba bajo la regadera. El teléfono volvió a sonar. Una, dos, tres, cuatro, cinco y seis veces. Una pausa corta y de nuevo, el bucle de siete timbrazos. Sonrió de medio lado. Giró la perilla, cerrando el suministro de agua. Con paso lento salió de la ducha, enrollando la toalla en su cintura. Cogió una más y con ella secó su torso, espalda y cabello. Al fin, no más olor meloso. Echó un vistazo a la cama, elevando a su vez una ceja. Debía cambiar las sabanas también. Miró la hora. Lo dejaría para después, por el momento vestirse era prioridad.

7:45 AM. Oh cielos, Izuna iba a matarlo. Sus labios se curvaron con cierta malicia. Ya podía ver la expresión de angustia y desesperación de esos dos. Bajó las escaleras con prisa en tanto anudaba su corbata. El mayordomo, Harada, lo saludó amablemente.

— ¿Va usted a desayunar, Señor?

—No gracias. Estoy yendo tarde.

—La señorita partió muy temprano. Dejó una nota para usted.

Se detuvo mientras terminaba de colocarse el saco.

—¿Nota?

—Sí. Tome—Harada le extendió la pequeña hoja doblada a la mitad con una sonrisa afable—, dijo que era algo muy importante.

Le dio un vistazo y sin mucho interés la tomó.

—Gracias.

—Tenga un buen día, Señor.

Cruzó la puerta de la mansión, rechazando de inmediato al chofer que lo esperaba junto al Mercedes. Sacó las llaves de su bolsillo y con paso veloz caminó hasta la humilde cochera. Iría en el Jaguar, su favorito. El rugido del motor produjo una sonrisa en su rostro. Miró el trozo de papel sobre el asiento del copiloto y soltó una risita. No era la primera ni la ultima que hacía algo parecido.

"Te amo…", "…veamos de nuevo…" "Llámame…" "…quiero verte otra vez…"

Direcciones, números de teléfono, fechas de próximas visitas al país… nada nuevo.

8:15 de la mañana. El tráfico no era precisamente insoportable pero al menos tendría una buena excusa.

Cuando finalmente puso un pie dentro del vestíbulo de la empresa fue el centro de las miradas de todos los presentes. El elevador del fondo abrió sus puertas y de él salió un histérico vicepresidente corriendo en su dirección.

—¡Tú! ¡Date prisa!—exclamó Izuna tomándolo del brazo al tiempo en que lo arrastraba al interior del ascensor—¿En qué pensabas? ¡¿Sabes la hora que es?!

—¿Debería?

El menor hizo una mueca irritado y marcó el piso indicado. Un ding y las puertas se cerraron.

—No puedo creerlo. Te llame alrededor de seis veces—le reprochó haciendo énfasis con los dedos—¡Seis veces!

—"Lo llamé"—corrigió sereno—. Te estás dirigiendo al presidente, muestra un poco más de respeto.

El joven hombre torció la boca y volteó el rostro hacia otro lado. Faltaban cuatro pisos más para llegar a la sala de conferencias. Con un fuerte suspiro se dio por finalizada la breve conversación. Madara parecía siempre tan despreocupado en cuanto a dar la cara a la competencia, y eso, Izuna lo admiraba. Sin embargo, detestaba su pereza y su lado (aparentemente) irresponsable para con la compañía. Sin duda era un buen líder, tenía todo la capacidad y un potencial extraordinario, pero su conducta no favorecía mucho a su imagen.

La musiquita de bosanova en el elevador calmó un poco los nervios del hermano pequeño. Consideraba en volver a la casa, tal vez así tendría más oportunidades de poner en cintura a Madara. Lo escudriñó con los ojos y el otro simplemente sonrió con descaro.

—Fue una mujer, ¿no es así?

El mayor se cruzó de brazos.

—Lo sabía.

—No irás a sermonearme, ¿verdad?—sonrió a un más—Creo tener la suficiente edad como para poner en orden mis prioridades.

Izuna lo miró desconfiado.

—No parece.—musitó.

Soltó una risa ante la respuesta. Las puertas se abrieron.

No hubo mayores problemas en la reunión ni en el desayuno ni en el cierre del contrato, más que el descuido de uno de los miembros de NAO al dejar caer un vaso de agua sobre las copias individuales del informe. Acordaron una segunda junta para el fin de mes, Madara estuvo de acuerdo y el vicepresidente a su lado, asintió.

Una vez estuvieron solos en la oficina, Izuna comentó:

—Me parecen buenos los términos.

—Parecen.—secundó echándose sobre el respaldo del asiento.

—¿Sucede algo?

—… Demasiado bueno para ser cierto.

Izuna lo miró desconcertado.

—¿No lo captas? De pronto dos de nuestros jefes de piso trabajan voluntariamente horas extras. ¿Extraño, no?

El menor fijó su vista en el escritorio, pensando en lo dicho por su hermano.

—Hablas de… ¿espías? No es posible—refutó encarándolo—. Todos los empleados pasan por un procedimiento de…

—Eres tan inocente. Si continuas confiando en cada persona que te sonríe un día de estos aparecerán tus restos en algún lote baldío—suspiró y se puso de pie contra el ventanal de la oficina—. Trabajan para NAO.

—¿Qué? Pero sus archivos, ellos… están limpios.

—¿Te fías de unas cuantas hojas y de su palabra?—endureció el rostro—¿Acaso eres tonto?

El otro no respondió.

—NAO se aprovechó de eso y tomó la iniciativa.

—No tiene sentido. ¿Con qué fin lo harían?

—Probablemente desean comprar nuestra empresa más que destruirla.

—Entonces es eso—inclinó la cabeza avergonzado—… si se incorporan a nosotros podrían hacerlo. Ir comprando acciones y así…

—Cosa que no llegara a ser.

—… Lo lamento.

Madara enarcó una ceja.

—A pesar de que estoy a cargo de investigar a fondo el perfil de los nuevos empleados, no fui capaz de ver más allá.

Curvó sus labios.

—Cierto. Amanecer pudo haber desaparecido por tu causa—Izuna lo miró sorprendido—. Habrá que tomar medidas y cambiar nuestros métodos—se giró hacia él—. Creo que si te arrancara los ojos, no habría mucha diferencia. Eres tan fácil de cegar Izuna…

—Yo… no volveré a fallar.

—Por supuesto que no. Estás despedido.

Izuna se sobresaltó poniéndose de pie al instante y antes de poder decir algo Madara rió estridentemente.

—Dime… ¿realmente crees que diría algo así?

Un peso inexistente abandonó los hombros del más joven, y tras tomar un poco de aire volvió a su asiento dedicándole a su vez una mirada llena de infantil reproche.

—Oh… de modo que eso piensas.

—Eres tan capaz de cualquier cosa que no lo dudaría.—se defendió haciendo un mohín desdeñoso.

—Gracias.

El gesto del mayor hizo a Izuna murmurar su descontento ante tal acción.

—Eso no era un cumplido.

Incluso si no, aquello era muy cierto. Tan cierto que por las noches algunas asuntos no lo dejaban dormir. Afiló la mirada. Pero, todo fuera por el bienestar de Amanecer y el suyo.

—Hazte cargo de ellos.

El paso de las horas en la oficina, Madara lo solía comparar con la estancia en una habitación vacía en donde el techo poco a poco descendía hasta caer sobre él. Apoyó el mentón sobre su mano derecha. Estresante y silencioso. Los informes de la junta directiva, las hojas sueltas de asuntos varios de la empresa, las tarjetitas con recados que había pedido dejar a su secretaria, las diversas carpetas de los prospectos a suplente de los jefes de piso…

Ser quien era le encantaba. Incluso si a veces se recargaba más de lo debido en Izuna con trabajo que bien podía hacer, las cosas no le resultaban complicadas, un tanto agotadoras siendo francos, pero gustaba de su trabajo. Haber convertido a Amanecer en una poderosa empresa era su más grande orgullo. Sonrió. Sino tuviera la mala costumbre de aparentar ser descuidado e irresponsable, Izuna probablemente no lo amenazaría con asumir la presidencia.

—Pequeño idiota, como si eso fuera posible.

Frotó sus ojos y vio hacia el reloj. Necesitaba una taza de café.

Y descansar.

Pronto comenzó a jugar con el bolígrafo, haciéndolo girar y dejándolo caer sobre la documentación. El celular que se hallaba sobre el escritorio empezó a sonar. Lo observó sin mucho interés, girando entre sus dedos el lapicero. La melodía que tenía por tono empezó a irritarlo. Miró el número en la pantalla y chasqueó la lengua. La lada era de fuera, dedujo de inmediato que se trataba de la exuberante rubia con la que pasó la noche y terminó contestando.

—¿Si?—enarcó una ceja—… estoy ocupado ahora… claro, la próxima vez.

Colgó malhumorado. De aquí en más debería abstenerse de las mujeres. Llegaban a ser tan molestas cuando creían estar por atraparlo. Una noche, de eso se trataba, ¿por qué no lo entendían? No buscaba comprometerse ni una relación a largo plazo. Claro, algún día tendría que sentar cabeza pero por el momento no. Le dio un mordisco a la barra de granola que tenía por colación antes de mirar otra vez el reloj en la pared. Media hora más y podría largarse a donde quisiera.

Con desgano abrió la última gaveta del escritorio, atrapando las dos pequeñas esferas terapéuticas que le regaló Izuna tras una disputa con relación a Amanecer. Por vez primera las miró un momento a manera de inspección, descubriendo que ambas tenían una pequeña inscripción en chino, diferentes entre sí. Miró más de cerca y notó algo familiar. El primer kanji de cada esfera los conocía. Si bien su chino no era muy bueno, tenía un almanaque del zodiaco y estaba seguro que eran similares a ellos. Lo buscó entre las papeletas y algunos libros que recordaba, había usado como separador debido a su tamaño. Minutos después lo encontró.

"Tigre" y "Conejo". Efectivamente estaba en lo correcto. Tras haberse entretenido con lo anterior retomó sus deberes. Avanzó sólo un poco y pensó en que quizás no era del todo pereza lo que llevaba encima sino que podría estar realmente fatigado. Tuvo la intención de llamar a Sachiko, su secretaria, y pedirle un café más luego desistió. Si se trataba de agotamiento, sólo terminaría alterándose los nervios.

"Lapis lazuli"

Cerró los ojos.

Lapis lazuli…

Volvió a mirar los kanjis. Alguna vez escuchó, que aquella palabra significaba: promesa. Entrecerró la mirada. Promesa… eterna.

"Conejo", "tigre"… antes había oído algo sobre una historia que, estaba seguro, trataba de esas tres cosas. Hizo memoria y al poco rato la recordó. Fue el mismo Izuna quien en una ocasión le mencionó aquel relato. Observó extrañado las inscripciones. ¿Qué tenía que ver 'eso' con el estrés?

Un fragmento de aquella historia cruzó por su mente. No, en definitivo no veía la relación de aquello con esto.

"… ¿esperarías por mí?"

Sintió la piel erizársele y prontamente soltó una risita. Vamos, cómo si eso realmente fuera posible. Guardó de nuevo las esferas. Una promesa que perdure por la eternidad o incluso por siglos simplemente no existe. Tal cosa sólo es de cuentos. Incluso si alguien prometiera algo similar, ¿no serían sólo palabras? Contempló apático la maceta en la esquina de la habitación. De sus labios escapó un bostezo y seguidamente talló de nuevo sus ojos.

Madara arrojó una bola de papel al cesto de basura. ¿Por qué a la gente le gustaba creer en imposibles? Inventar y fantasear con situaciones que en la vida real jamás sucederían. Decidió no preguntárselo más. Profundizar en temas fantasiosos no era lo suyo.

Sin embargo, eso no impidió que recordara la dichosa historia.

"Érase una vez un tigre que se enamoró…", apareció navegando en su mente. Un tigre que hizo una promesa a un conejo, pensó dando seguimiento. No le gustaba la historia. De alguna forma (muy descabellada) sentía que el era aquel solitario y esperanzado animal. Incluso cuando jamás hubiese tenido esa clase de sentimientos. Reflexionó en ello. Normalmente no solía adentrarse mucho en ese aspecto, pero de vez en cuando lo hacía. Como hoy, en ese momento. Otro fragmento más…

"…estaré aquí hasta el día que vuelvas…"

El asiento chirrió cuando se echó para atrás. Basta. No más. Los escasos segundos profundizando en aquella tontería acaban de terminar. Suavemente empezó a tararear una melodía que había oído por la radio, intentando olvidar la ridícula historia. Subió el tono.

Al poco tiempo sus ojos volvieron a posarse sobre la gaveta que contenía las dichosas esferas. Gruñó disgustado, consigo, con todo el mundo. Había pedido algo fuera de la rutina, no otra obsesión.

Normalmente solía utilizarlas como se debía, sin embargo en ocasiones también gustaba de arrojárselas al primer incauto que cruzara la puerta (y nadie más que Izuzu), pero esta vez, sólo no podía dejar de pensar en la leyenda esa. Qué fastidio. Lo atribuyó todo al cansancio y tomó el bolígrafo con firmeza. Los documentos sobre el escritorio no eran muchos. Sólo debía trabajar. Restaban unos veinte minutos para que su jornada laboral terminara, podía esperar hasta eso.

Pestañeó. Volteó hacia las ventanas tras de sí. Estaba soleado. Sin notarlo en el instante la tranquilidad que emanaba aquel cielo despejado lo cautivo y para cuando se dio cuenta estaba cabeceando.

—Tsk.

Maldición.

Realmente ese día estaba cansado.

Tocaron a la puerta y él autorizó la entrada con algo de fastidio en su voz. Su secretario ingresó algo insegura con un fajo de papeles bajo el brazo. Madara hizo un gesto malhumorado. Perfecto, más por hacer.

—Se los envía el vicepresidente—anunció ruborizada al verle—. Necesita que les de un vistazo para la junta de…

—Sólo déjalos por ahí.

—Pero—replicó tímida. Sino fuera porque sonaba exagerado, la mujer habría jurado que sus pupilas adquirieron un tono escarlata que amenazó con pulverizarla—… co-como usted diga. Con su permiso, me retiro.

Cerró la puerta con cuidado y con paso firme se alejó. Antes de llegar al final del pasillo que conducía a la oficia que segundos antes había abandonado, sus piernas temblaron. Era la primera vez que él la miraba de ese modo.

Una mujer que bebía té corrió en su dirección.

—¿Y?, ¿Cómo te fue? ¿Le coqueteaste?

Ella la ignoró pasando de largo. Seguro que sólo se encontraba de malas por algún asunto externo. Nada personal. Sí, eso. No es como si al verla la relacionara automáticamente con trabajo adicional. Seguro que sólo llegó en mal momento. Claro, por su puesto. Inspiró profundo. Miró tras de sí y luego a su compañera.

Mentirse no la llevaría a ningún lado.

—Terrible…

La castaña sonrió.

—No, es muy apuesto. Tienes tanta suerte de ser su secretaria. ¡Qué envidia!

La otra caminó hasta su puesto. Envidia… nadie envidiaría a alguien que es odiada por ese sujeto. Tomó asiento al tiempo en que despejaba su área de trabajo.

—¿Qué sucede? Tienes mala cara… ¿realmente fue…?

—También estaba feliz cuando conseguí el empleo pero ahora—con lentitud recargó su rostro sobre sus manos—… parece que simplemente nunca me notará, Atsuko.

—Si actúas tan depresiva como ahora entonces jamás tendrás una oportunidad.

Sachiko frunció el ceño ofendida. Ella se esforzaba siempre, pero aspirar a algo tan alto como lo era el presidente era un sueño por sí mismo. Incluso una noche quedaba como una lejana fantasía. Además, ahora parecía no agradarle. ¿Cómo alguien podría querer al mensajero de los trabajos extras a pocos minutos de la salida? Todo pareció perderse a la deriva y únicamente consiguió deprimirse más.

—No es como si de hacerlo todo mejoraría.—murmuró.

Atsuko replicó.

—¿No fuiste tú quien dijo que conquistaría al hombre de tus sueños a como diera lugar?

—Creo haber dicho algo así—dijo entre dientes—. Finalmente los recursos se me acabaron, aun si hablara con él lo más probable es que se ría en mi cara o me rechace sin tacto alguno. Yo no le agrado.

—Él es muy cortes y caballeroso. No creo que lo hiciera.

Ella la observó sin muchos ánimos y terminó por recargar medio cuerpo sobre el escritorio.

—Tienes razón. Seguramente diría que mezclar trabajo y sentimientos es poco profesional… y por supuesto, me rechazaría.

Atsuko suspiró, acariciándole la cabeza. La segunda alejó su mano, incorporándose segundos después y con tristeza agregó:

—¿Sabes? Me rindo. No tengo las armas para ir tras él.

—Mañana será un mejor día.—la alentó sonriendo con dulzura.

Dentro de la oficina, el azabache tomó las pequeñas esferas. Después de todo, las utilizaría. Las hizo chocar en sus manos y a su vez, tarareó la letra de una rítmica canción.

Alrededor de una hora después, Madara abandonó el edificio sintiéndose irritado. Descansar, dijo para sus adentros apretando las llaves del auto. Lamentó la ausencia de un chofer y haberse negado una taza de cafeína pura. Vio hacia arriba y divisó un ave. Si su auto tuviera alas volaría por encima del tráfico, aterrizaría sobre la terraza y luego dormiría hasta la mañana siguiente sin interrupciones de ningún tipo. La risa asomó de su boca ante tales pensamientos. Con andar flojo pero sin perder el estilo soberbio que poseía bajó hasta el estacionamiento. Desde ahí pudo ver al jaguar hacerle señales con las luces y chilló cuando desactivó la alarma. Uno de los vigilantes lo saludó y para no parecer descortés le devolvió el saludo. Cansado o no, debía actuar según su imagen. Subió al auto, colocó la llave en la hendidura poniéndolo en marcha.

En la calle la luz del sol golpeó de lleno el parabrisas. De la guantera sacó unos estilizados lentes de sol y se los puso. Pasados unos minutos divisó un embotellamiento por la ruta que utilizaba. Sería un desperdicio de tiempo altercarse e ir por ahí, pensó. Giró a la dirección contraria, tomaría el camino largo. Por el retrovisor vio a una mujer, mientras conducía pintándose los labios. Aminoró la velocidad, dejando que lo rebasara. Encendió la radio. Cambió la estación varias veces y al final la apagó.

Se detuvo en un alto, justo a un costado una pantalla gigante mostraba las noticias de la tarde. De nuevo hacían énfasis en la desnaturalizada madre. Pasó la mano izquierda por su cabellera. Mañana nadie recordaría la noticia, lo daba por hecho. En la acera la gente iba y venía. Una multitud de estudiantes, a juzgar por los libros que llevaban algunos en brazos, entraba a un establecimiento de bebidas frescas. Uno se quedó esperando en la entrada, mirando hacia el cruce de peatones justo frente a él. Gritó, quizás, un nombre que no logró escuchar dado que tenía las ventanillas arriba. Sin ninguna razón en especial miró de reojo hacia el otro lado de la calle. Un grupo de jovencitas le sonrieron y sonrió también.

La luz seguía en verde.

En la esquina, un hombre que vendía globos soplaba burbujas. Lo miró de reojo y creyó haberlo visto antes. Tal vez no tenía un lugar fijo para vender.

Plop, plop, sonaron al reventar las burbujas. La suave brisa las elevó alto y otras más se impactaron contra los autos en movimiento.

Plop, plop. Una tras otra hasta formar una delicada nube de efímeros sueños de jabón, se extendió por encima y cruzó al otro lado.

El semáforo cambió a rojo. Antes que acelerara una motocicleta se le atravesó, haciéndolo frenar de golpe. Los sonidos de los cláxones no se hicieron esperar. Se molesto. Lo maldijo internamente afilando la mirada.

Plop, plop. Volvió a ver al vendedor.

Una burbuja. Parpadeó.

plop… un visaje.

El agudo sonido de las llantas derrapando en el pavimento.

Plop, plop.

Hubo un grito, todo pareció ir en cámara lenta.

Plop, plop…una sacudida que arrojó sus lentes lejos e hizo activar la bolsa de aire. Un segundo impacto y trozos de cristal volaron, incrustándose en los asientos traseros.

Plopy el niño que cruzó la calle, persiguiendo las pompas de jabón y glicerina, ahora lloraba a mitad de ésta sin ningún rasguño.

La alarma sonaba en conjunto con otras dos, en una melodía dispareja, sin ton ni son. Escuchó a alguien pidiendo llamaran a una ambulancia. La gente de los establecimientos salió al ver la conmoción.

—¡Un accidente!

—¡Dios mío qué horror!

Abrió los ojos. Lo primero que vio fue la tela blanca de la bolsa y con la mano libre buscó abrir la puerta. El cuerpo le dolía y su cabeza daba vueltas. El barullo de la gente llegó hasta sus oídos, escuchándose extraño, como si el volumen subiera y bajara. Sintió faltarle el aire. Con esfuerzo, se las arregló para salir sin ayuda de ninguno de los presentes. Vio al niño llorando en los brazos de su madre y quiso gritarle. Volteó a su auto, mirando los daños y luego a los otros dos. La agencia tardaría unos días en repararlo. Miró de nuevo al chiquillo. Si fuera mayor lo demandaría y encerraría de por vida. Segundos más tarde creyó más conveniente hacer pagar a la madre. O al padre en caso de tenerlo.

Suena bien.

Sintió algo cálido deslizarse cerca de su oído y se llevó la mano hasta ahí. Maldición, finalmente no había salido ileso.

—¿Está bien? Ya viene la ambulancia—dijo un hombre acercándose a él. Madara se recargó en el jaguar sin responder. Se sentía mareado. El sujeto vio la sangre en sus dedos y al costado de su cabeza, se asustó—. Es-está, ¡está sangrando!

¡Claro que sangraba! Acaba de tener un accidente.

La palabra pareció deletrearse frente a sus ojos.

Una sonrisa surcó en sus labios.

—Muy interesante…

Ese día, por la mañana, ¿qué no había sido él quien pidió salir de la rutina? La risa brotó y pronto se volvió carcajada. Paró al sentir una punzada de dolor, aun así, mantuvo la sonrisa cínica. La próxima vez sería más específico. Hizo presión en el corte cerca de su oreja. Tal vez, probar a enamorarse. Curvó aun más los labios.

Sí, estaría bien.

En la lejanía, oyó con claridad la sirena de la ambulancia. Una segunda sirena se hizo presente.

—¡Oh!, es la policía.—comenzaron a decir.

Plop, plop.

Alzó la vista y tres pequeñas burbujas se estrellaron sobre su traje negro. Los estudiantes que antes había visto se encontraban amontonados al borde de la banqueta, mirando expectantes la escena. El hombre de los globos, que ahora había quedado rezagado en su lugar, continuaba soplando burbujas de jabón, indiferente a lo ocurrido.

La ambulancia llegó al fin junto con la patrulla. Los paramédicos fueron encima de quienes la multitud les señaló, incluso con el niño y la madre. El azabache bufó con hastío al ser tratado por uno de ellos. Sólo quería largarse de allí e ir a dormir. Ya había tenido una experiencia novedosa, estaba satisfecho.

—Deberá acompañarnos al hospital. La herida no se ve grave pero podría presentar daños internos o…

—Estoy bien—alegó quitándole la gasa que antes el tipo había sacado del botiquín—. Sólo es un corte.

—Señor, es por precaución. Por favor sea tan amable de venir conmigo.

Madara lo meditó unos segundos. La idea de una cicatriz no sonaba agradable. Suspiró.

—Será mejor que no deje una marca.

El chico de blanco asintió con una sonrisa. Pronto, la pareja de oficiales lo interceptó. Antes de que pudieran decir cualquier cosa, del bolsillo de su saco, tomó dos tarjetas de presentación y se las arrojó. El paramédico parpadeó asombrado. Uno de los policías estuvo por ir tras él, sin embargo fue detenido por su compañero al sujetarlo del brazo.

—Déjalo así. No te metas en problemas.

En la orilla, la gente no paraba de hablar y acumularse.

—¿Lo viste?—preguntó un estudiante al recién llegado—Un niño se lanzó de pronto a la calle.

—¿Qué?—miró la colisión y echó tras su hombro un largo mechón rubio—¿Nadie salió heri…?

—Sólo ese hombre—señaló felizmente el chico a su lado—, ¿lo ves? Es ese de ahí. Recibió ambos impactos. Quizás, lo mejor hubiera sido arrollar al mocoso que sufrir los daños.

El otro lo miró escéptico.

—Sólo bromeaba. Aunque de haberlo hecho no habría tenido ningún problema.

—¿Eh?

Sonrió.

—Parece que simplemente no estás enterado de nada—se acomodó la mochila y metió ambas manos en los bolsillos de su pantalón—. He visto su foto en varias revistas. Ese bastardo se baña en dinero, no lo dudes.

El rubio fijó la vista en el hombre que caminaba a la ambulancia.

—¿Cuál es su nombre, uhn?—preguntó desinteresado, por el simple hecho de continuar conversando. Como sea que se llamara, seguramente no lograría recordarlo después de unos minutos.

—Ehm, creo que se llama U…

Plop…una burbuja reventó frente a sus ojos. Las diminutas gotitas de jabón le produjeron irritación. Ren, su amigo, se rió de él. Frotó sus ojos en busca de alivio y tan pronto los abrió, entre pestañeo y pestañeo sus orbes azules, en una aparente coincidencia, y los negros de aquel sujeto se encontraron.

Fue como si el tiempo se detuviera y luego todo fuera en cámara lenta. El sonido se esfumó. Hubo un choque dentro de su mente y una sensación electrizante.

Bump, bump, bump.*

Tan extraño…

Como si se tratara de una polilla…

… que deslumbrada va hacia el foco de luz y se quema…

Bump, bump, bump.

…Sintió el impulso de perderse en aquella profunda y celeste mirada.

"Érase una vez…"

Puso un pie dentro de la ambulancia y el contacto visual terminó tras cerrarse la puerta.

—¡Deidara! Aquí, vuelve de donde quiera que hayas ido.

El rubio parpadeó varias veces, mirándolo anonadado. Ren suspiró.

—¿En qué pensabas?

Llevó una mano hasta su frente. De pronto la cabeza comenzaba a dolerle. ¿Qué mierda había sido eso? Pronto se hicieron presentes más burbujas. Pequeñas, grandes y medianas. Y en medio de ellas, estaba él, envuelto por una densa atmósfera invisible para el resto.

—Hey… oye, ¿te encuentras bien?

—Me voy a casa, uhn.—anunció cabizbajo.

—¿Qué dices? Olvida el accidente. Conocí a unas chicas que…

Dio la media vuelta dejándolo con la palabra en la boca y con paso veloz se alejó del lugar.

Es el calor, se decía una y otra vez. Sólo eso, nada más. Apretó los labios, sus mejillas ligeramente rosas, ardían y confundido por lo antes acontecido, frunció el entrecejo.

"… un conejo."

Continuará…

 

Notas finales:

No tengo Internet en casa, mi módem se dañó y tenía flojera de ir a un cyber (y desde uno lo he subido).

Hace mucho, mucho, mucho tiempo anoté la idea de este fic en un pedacito de hoja y la guardé en una caja junto con otras ideas más. Luego la recordé y me dije "esta vez la tengo que escribir, ¡tengo que hacerla!" y así es como ahora les hago entrega del primer capitulo de "Soleado". Tal vez no vaya más allá de unos cuatro capítulos que tardaran bastante en ver la luz de la web, pero me esforzaré.

Obsesión*: se refiere a que ya tenía una con querer una experiencia nueva y refrescante.

Bump*: latidos del corazón.

Semáforo*: en Japón, el verde (a veces azul) significa "paso al peatón" y rojo para poner en marcha tu auto. Si estás en México (como yo) no se te ocurra la brillantez de cruzar cuando el semáforo este en verde o pasarás a ser una mancha en el pavimento.

Cuento chino*: leyenda, relato o lo que sea que llegó a mi cabeza. El cuento en realidad no existe en china (ni en el resto del mundo), sólo aquí. Un invento que llegó cuando miraba el colgante de tigre del zodiaco chino en el auto (seeh, al fin se manejar).

De acuerdo. Las personalidades se ven poco acordes, y no es que más a delante las vaya a poner tal cual como en el manga (porque es imposible), pero al menos serán más como suelo utilizarlas en mis fics. Y ya que no hice nada para Dei el 5 de mayo, este capi está dedicado a esa fecha xDDD.

Espero que les guste tanto como a mí. Un abrazo.


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