月のように
Maldita resaca, observo luces detrás de mis parpados, y un constante martilleo en mis sienes, al abrir mis ojos caigo en la cuenta de que este no es mi apartamento, ni las blancas paredes ni el marmóreo techo me son familiares, me incorporo ligeramente sobre la cama y la sabana comienza a deslizarse sobre mi pecho desnudo sin alcanzar a caerse del todo, dirijo mi mirada al lado derecho de la cama y lo distingo, otro don nadie, otro sujeto sin rostro conocido en cualquier bar, suspiro levemente, por la ventana la luz del amanecer ni siquiera se divisa, aun esta oscuro, y la coqueta luna se encuentra aun en el nublado cielo, como una reina entre finas telas de satén.
Me pongo de pie en fin lo hecho, hecho esta no hay nada más para mí en esa cama, me dirijo al baño con el dolor de cabeza, esperando encontrar la paz del agua tibia, ¿Cuándo fue que me convertí en esto?, en ese ser nocturno, que se dedica a buscar el olvido, en brazas humanos escapando de la calidez de una muerte amada.
Si debió haber sido aquel día. Salgo de la ducha y busco en algún lugar del suelo el vestido negro, aquel que acaricia mi cuerpo, y que moldea a la frialdad del encuentro entre cuerpos, el lugar careciente de amor. Me he puesto la ropa sucia, patético espejo de la corrupción de mi alma, abriendo la puerta de la desconocida casa me abro paso entre el brumoso amanecer.
Ahora mismo más que nada me apetece un cigarro, busco en el interior de mi bolso y lo encuentro, inhalo lentamente ese pequeño y lento veneno en forma cilíndrica mientras me encamino al parque, ensimismada en mis pensamientos, tan llenos de tanto dolor, una ráfaga de viento envuelve mis cabellos castaños, mientras las esmeraldas de mis ojos pierden su luz momentáneamente.
El viento se aleja tan rápido como ha llegado, una mirada se ha centrado sobre mi cuerpo, puedo sentirlo , desesperadamente busco sin saber qué es lo que deseo encontrar, al otro lado de la calle, una joven de largos y plateados cabellos, ojos grises, mirada ausente, tan fría e inalcanzable como la misma luna en el cielo neblinoso.
Su mirada es como hielo dentro de mis venas, me ha congelado por completo su distinguida y esbelta figura, envuelta entre plateados velos nuestras miradas se enzarzan en una furtiva pelea, no me mires de ese modo, como si vieses mi alma y te pareciese desagradable.
Inesperadamente su rostro impasible deja lugar a una sonrisa, y dos hoyuelos se forman en sus mejillas, es como tu sonrisa, Akari, una lagrima se desliza por mi mejilla, sin darme cuenta de lo que pasa, mis pies se mueven lentamente hacia el lugar donde esa radiante figura me sonríe, retándome con sus enormes y grises ojos, eras tan arrogante, casi estoy ahí, junto a ella mas no se qué hare al alcanzarla.
De la nada una luz aparece, no vi el auto, en cámara lenta mi cuerpo es despegado de la seguridad del suelo y por un momento siento la libertad del vuelo de un ave, antes de precipitarme contra el suelo, como por encanto las sensaciones se vuelven reales, el increíble dolor y el frio del aire, sin embargo mis manos se aferran al cálido liquido despedido por mi pecho, como queriendo retenerlo, sé que es demasiado tarde, comienzo a reír, alrededor del extraño Angulo formado por mi cuerpo en el pavimento, un hombre se disculpa, maldiciendo al tiempo y a la niebla.
Sabes Akari, en este momento me parece verte de nuevo, tus cobrizos risos, tus azules ojos y tu arrogante sonrisa, como aquella ultima vez en el lago, antes de la lluvia y del accidente, antes de perderte y perder tu calor por siempre.
Escucho a alguien gritar y el sonido de la sirena de la ambulancia al acercarse, y al girar la vista le distingo ahí entre los curiosos, a la brillante y plateada chica, a diferencia de los otros no me mira con horror, hay una indescriptible dulzura en su rostro, una horrible tos hace presa de mi y la sangre sale a borbotones de mi boca, lo he aceptado sé que he de morir.
Lo he sabido desde que, en aquel cuarto de aquella casa, he despertado junto a un extraño con la luna mirándome desde la ventana, un dolor me atraviesa el pecho y siento las manos de los paramédicos moverse alrededor, aunque ya no los veo, la comprensión aprovecha mis últimos retazos de conciencia, o quizás el increíble dolor me hace alucinar.
Cierro mis ojos esta vez para siempre, ya no despertare con resaca sin saber en dónde me encuentro, la luna ha venido por mí, se a apiadado de mis sentimientos, se que al despertar de nuevo, estaré en ese bote contigo remando de nuevo esta vez sin lluvia, sin dolor, sin gritos, esta vez para siempre.
Ese día Lissetta murió, en el asfalto, una sonrisa engalanaba sus labios, y el sonido de la sirena apaciguaba los llantos de los bebes recién nacidos, a lo lejos se podían observar a tres niñas, una de suaves risos cobrizos, cortinas de cabellos plata caían hasta la cintura de otra, y en medio una pequeña de cabellos castaños sonreía, al tomarlas de las manos.