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El Sacrificio del Cordero por AkiraHilar

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Veía el plato de porcelana como el animal que observa las migajas que una familia samaritana le ha destinado en la esquina de su casa. Peleando contra su orgullo, el vampiro sentía aquel olor metálico, ácido y dulce de la sangre que tantos siglos había quería probar y que en ese momento le ofrecía sólo unas leves gotas para calmar su frenesí. Quería poder sobreponerse a ello, pero comprendió pronto que el deseo era incluso mayor que el orgullo de vampiro que le obligaba a quedarse quieto, huir, matar a otras víctimas para saciarse antes de demostrarle a ese maldito mortal lo bien que le acomodaba y agradecía el darle a probar tan sólo unas gotas.

Finalmente, no pudo con ello. Crujieron sus dientes con verdadera frustración y cerró parpados con fuerza, casi con violencia, antes de llegar al mástil donde le habían dejado aquellas míseras gotas y tomarlo con sus garras, ver la forma demoniaca en que la gota liquida de sangre fresca resbalaba por la superficie lisa y fría.

Y la sangre lo llamaba…

El olor dulce y refrescante que emanaba tenía a todos sus miembros, huesos y piel enfrascados en la única tarea de devorar aquel minúsculo manjar. Su lengua terminó pasando, rasposa, por aquella helada superficie y en cuanto el sabor fue transferido y analizado por sus papilas gustativas el mayor goce, éxtasis incluso más sexual, se hizo presente. El espasmo sacudió su columna vertebral, la ola de placer inundó cada nervio, aquella sensación deliciosa en la boca de su estomago, en su vientre, en su pecho, manando vida, esa que había dejado de sentir hace siglos y que ahora, con sólo una gota de sangre le había devuelto. Extasis, voraz y profundo… Una muestra a los Elíseos. Si así era morir, hasta le pareció agradable.

Pero no era suficiente…

Luego del sabor dulce de la sangre sólo quedó la ansiedad más desbordante y animal posible. Su cuerpo deseaba más, el hambre que tenía no podía ser satisfecha por míseras gotas, debía tomar litros, litros de ella, y estaban allí enclaustrada, protegida por aquel mal habido artefacto. De nuevo chasqueó su lengua, rodeando con verdadero deseos la puerta de vidrio que había cerrado su paso hasta la habitación del sacerdote. Aún había dos gotas más en el piso que lo llamaban y se sentía miserable por tener el deseo de humillarse y lamerlas…

Pero era deliciosa, dulce, era vida… era de Shaka…

Antes de que pudiera tan siquiera meditarlo, ya estaba dentro de la habitación, luego de traspasar los vitrales. El poder de la cámara era aún así, asfixiante para él. Las cruces empezaban a drenar su fuerza, pero no era tan potente como para detenerle. El único que podía estaba colgando del cuello del rubio, quien ya dormía en la cama, con sólo una sábana de satén azul celeste cubriendo su desnudez. Hizo caso omiso de la pequeña debilidad que gobernó en sus piernas y brazos, casi saltando hacía la primera gota que reposaba en el frio mármol para lamerla con deseos. De nuevo, aquella sensación de placer erógeno golpeó cada fibra de su cuerpo inmortal, cegándolo por un segundo, permitiéndole ver la luz al final de un túnel que se le había hecho eterno.

Deseaba más, anhelaba más…

El apetito primitivo hacía mella en su orgullo y voluntad. La última gota fue saboreada con éxtasis, cerrando sus ojos y soltando un ronco gruñido mientras el sabor afrodisiaco golpeaba cada átomo de su cuerpo inerte. Deseaba beber más, tener más y le era imposible por aquel artefacto que poco a poco golpeaba con fuerza sobre sus huesos, haciendo eco con las demás cruces para empezar a asfixiarlo.

Se levantó ya resintiendo la debilidad de sus músculos, con su cabello negro que caía con pereza en su piel pálida como el mármol. Subió su mirada carmesí y vio aquel celeste iris que lo miraba con suma decisión. Sus ojos se clamaban, se miraban, estaban seguros que el hambre que lo ahogaba no era, en ningún momento, algo pasajero que pudiera borrar con cuantiosas gotas de sangre o un leve acercamiento. El sacerdote también lo llamaba, como un aura maldita, muy lejos del cosmos celestial que debería encubrirlo. Sus incisivos de nuevo fueron lamidos por su propia lengua, dejando brotar su propia sangre, saboreándola como si intentara matizar los deseos animales de alzarse contra esa presa envuelta en satén celeste. Más no esperó lo que estaba a punto de ocurrir. Tal parecía que el sacerdote no tenía muy en claro sus votos divinos.

El satén se escurrió indolente a un lado de la cama, mostrando piel de marfil, humectada con una crema de almendras. La desnudez divina se hizo presente frente al vampiro. Las piernas con presteza se flexionaron y abrieron mostrándole el fruto prohibido con el rosario en su pecho, brillando haciendo resonancia con los demás objetos mientras le drenaban sus fuerzas.

Una trampa… maldita trampa…

Saga crujió sus muelas con verdadero enojo, la ira misma que jamás había sentido en siglos. Sus ojos inyectados de sangre lo veían con deseos animales de matarlo con sus garras, destajar su piel en hilos con cada una de sus uñas y lamer cada musculo envuelto en su preciosa sangre. Arrancar una a uno los cabellos dorados y hacer con ellos una soga con la cual ahorcarlo, para luego, sin perder tiempo drenar su sangre en una mordida primitiva. Las garras se afilaron… los colmillo salieron de forma protuberante, el brillo lascivo teñía su mirada y el sacerdote, complacido, le sonreía de forma descarada.

--Eres… una víbora…--siseó con palabras que raspaban su garganta sedienta.

En respuesta, el rubio deslizó el rosario por su cabeza, dejando que su cabello dorado se escurriera entre cada cuenta. El demonio sintió un relampagueo íntimo en cada fibra de su piel al ver que su deseo sería cumplido. En cuanto ese rosario estuviera en una prudente distancia, no había manera de poder contener sus instintos infrahumanos con los cuales pensaba hacerse dueño de ese premio.

Más no fue así…

El párroco apenas tuvo el rosario en sus manos lo dejó deslizar elegantemente en su intimidad, enroscando con cierta maestría su columna que de sólo verlo reaccionar se había levantado orgullosa, divina y por sobretodo virgen.

La furia fue tal que aún en su debilidad, sus poderes oscuros se hicieron presente destrozando toda clase de vidrio y espejo, que como lluvia de cristal cayeron hecho añicos a lo largo de la habitación, todo aderezado con un ronco rugido de impotencia y desesperación. El rubio disfrutaba el espectáculo, sin ningún tipo de temor, sabiendo que fuera lo que fuera el resultado era lo que él buscaba, y esperaba, con verdaderas expectativas.

La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que el Señor Dios había hecho, y dijo a la mujer: "¿Así que Dios les ordenó que no comieran de ningún árbol del jardín?".

La mujer le respondió: "Podemos comer los frutos de todos los árboles del jardín.

Pero respecto del árbol que está en medio del jardín, Dios nos ha dicho: ‘No coman de él ni lo toquen, porque de lo contrario quedarán sujetos a la muerte’".

La serpiente dijo a la mujer: "No, no morirán.

Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal"

Citó el santo, con una sonrisa delictiva, aquello escrito en el libro de la vida, Génesis capitulo 3. El vampiro entendió perfectamente sus palabras… era cierto que él estaba en el papel de la mujer, viendo el fruto prohibido mientras que la culebra, desdeñosa, le instaba a tomarlo. De nuevo las piernas se abrían indecorosamente para él, las cuencas caían alrededor de su intimidad inmaculada y un movimiento delicioso de cadera le incitaban a devorar la carne dispuesta para sus deseos reprimidos.

--Tu inmortalidad… por el deseo de siglos consumado--susurró el sacerdote con una sonrisa inocente--. ¿Estás dispuesto a pagar el precio, conde Saga?

--Sabes el final de la historia, ¿no Shaka?--el rubio condescendientemente le regalo una sonrisa.

…hasta que vuelvas a la tierra, de donde fuiste sacado. ¡Porque eres polvo y al polvo volverás!

Ambos sabían, que al final de la tentación y del conocimiento, sólo estaba la muerte.

Finalmente, huyó.

Dos horas rondó por la ciudad antes de regresar al castillo donde dormía, después de haberse devorado a una mujer alta y de notable peso, bebiendo sin misericordia hasta la última gota de sangre para luego desmembrar con sus garras cada pedazo de piel, hacerla tirones desparramando vísceras y órganos destrozados, pagando la ira contenida con aquella inocente. Cuando llego, aún llevaba en sus manos la cabeza decapitada de aquella víctima, jalada y arrastrada por sus largos cabellos rubios en bucles. La tiro a un lado y terminó apoyándose sobre la madera de su librero, frente al espejo que no mostraba su reflejo. Ciertamente, ya hasta había olvidado cual era su reflejo, su rostro le era desconocido…

Su propio rostro…

Dejo de verlo apenas recibió la vida eterna, la inmortalidad, la juventud imperecedera…

Era irrisorio pensar en ello justo en ese momento. ¿Pero que tenía más que eso? Gozaba de belleza, la más gloriosa y deseosa. Con ella había embaucado a tantos alrededor de siglos, a doncellas, reinas y reyes, emperadores, emperatrices, duques, monarcas, piratas, ninguno pudo con la belleza de sus rasgos griegos. Ninguno podía evitar sucumbir ante el pasaje de placer carnal que significaba su cuerpo labrado por el mismo dios Eros, dotado con la fuerza y poderío de Zeus, la mirada penetrante del Hades, la avaricia de Ares… todo él era una muestra de sus dioses mitológicos. Todo él era potencia embebida en un cuerpo formado para la guerra y el placer carnal.

Con una sonrisa sarcástica terminó burlándose de su infortunio. No eran muchos los que quedaban de su casta, habían muerto en diferentes persecuciones o él se había encargado de matarlos. Lo cierto es que no tenía a muchos, algunos de los que quedaban estaban totalmente desligados del clan, y realmente no le importaba.

Detestaba a su vez las fábulas e historias que creaban los humanos sobre su especie. Esa última le tenía los intestinos enrollados entre sí. Eso de que se enamore de una mortal y toda esa tontería. ¡JAMAS! Era inadmisible. Su raza orgullosa no podría rebajarse a tanto, para él solo eran comidas, nada más eso… el sacerdote la más suculenta de ellas, una que le hacía perderse en sus peores ilusiones y deseos, apetitos animales y sin control alguno que se convertían en parte de sus emociones y dominaba sus instinto. La más deliciosa pero al fin y al cabo: comida. No había amor… no, tampoco pasión… ¿o sí? Había perdido tanto de sí mismo que ya no estaba seguro, lo cierto es que lo único que deseaba realmente era beber esa preciosa sangre y devorarlo lenta y tortuosamente haciéndolo sufrir todo lo humanamente posible para hacerle pagar la burla de siglos… porque eran siglos.

Cuando lo conoció por primera vez fue en una celebración en el siglo 4, en uno del castillo más impresionante de la edad media, el castillo de CastelGrande en Suiza, cuando el imperio romano se asentó allí. La celebración era una verdadera orgía y no, no tuvo reparo en involucrarse en ella viendo que las doncellas y donceles estaban más llenos de vino que de cualquier cosa, revolcándose unos a otros sin consciencia alguna mientras divertido se encargaba de comer a cuanta presa le pasaba al frente. Debía reconocer que fue una de las celebraciones más productivas en mucho tiempo y divertida valía acotar, dejando cadáveres caer en el rio Tessino que luego creían que habían simplemente saltado para ahogarse por el alcohol ingerido.

Y allí lo vio, un sacerdote de la formada iglesia católica, encargado de armar los cánones del santo libro, con su túnica negra se paseaba en el castillo. El cabello dorado danzante entre los recovecos de piedra maciza y a la luz de las antorchas le dio ese aire seductor que buscaba. Algo en él simplemente le llamó la atención el hecho de saberlo sacerdote lo incito más. Por ello le siguió, rodeándolo con maestría en uno de los jardines interiores del castillo, cuando la luna menguante engalanaba la noche que estaba teñida de la más roja sangre. Luna amarilla casi naranja se alzaba sobre ellos, pero el vampiro estaba idiotizado al ver los ojos de aquel azul penetrante… cielo… que había dejado de ver dos siglos atrás.

Mas cuando quiso acercarse una fuerza de un poder tal se hizo presente que lo obligó a retroceder. Sabía que las cruces no le podían hacer mucho daño, había aprendido a controlar ese poder y a drenarlo para hacerse cargo de la victima pero él que sentía era especial y en mortandad, poderoso. El sacerdote no se inmutó al verlo jadeando en el suelo con los dos gruesos y alargados colmillos haciendo acto de presencia, el encrespado negro de su cabello zambulléndose en el viento con el rojo brillo carmín de sus ojos inyectados de sangre. Más bien lo observó con desdén, acercándose en pasos lentos y elegantes con esa sonrisa de control premeditado, disfrutando de la forma que el vampiro retrocedía asustado ante la poderosa presencia de aquel artefacto que iba brillando y haciéndose notar, conforme la mano blanca lo liberada de dentro de su túnica.

--Ese artefacto…

--Tu fuerza es superior a la de otros como tú que he enfrentado. ¿Con quién tengo el honor?

El vampiro subió su mirada para observarlo. El viento jugaba con gracia usando sus cabellos para delinear formas en el espacio, dorado color… como el sol que dejó de ver… ojos claros, de celestes infinitos, como el cielo azul que dejo contemplar, y la claridad de su piel, blanca e inmaculada…

El día…

--¿Quién eres?--rugió mientras el viento a su paso vociferaba voces ancestrales entre ellos. Los ojos azules se inyectaron de un brillo platino seductor, mientras que su voz aterciopelada, como de arcángel, se habría paso en su garganta.

--Sólo un hombre en busca de la iluminación que busca en ustedes, inmortales, cual es el significado de una vida sin muerte.

Tormenta de dorados cabellos se abrieron paso en la penumbra. Una sonrisa de satisfacción.

--Aunque, los tuyo con los que me he encontrado, no me han dado una respuesta convincente. ¿Tú si tienes respuesta, vampiro?

--Ese rosario…

--Sangre sagrada y poder divino fueron los ingredientes para ser creado--labios de durazno marcando una sentencia--. ¿Podrás venir y desafiar su poder?

--En algún momento dejará de protegerte…

La amenaza.

--Te desafío a encontrar ese momento…

El reto…

--Mortal, has firmado tu sentencia de muerte.

Desde ese siglo… lo vio morir centenares de veces con el rosario sobre su cuello… y lo volvió a encontrar otro centenar de veces. Nunca se despegaba del rosario… y mientras más lo perseguía buscando una forma de verlo indefenso, más se ataba a esa persona que parecía dominarlo con impecable pleitesía. Mientras más lo seguía, más hambre le provocaba. La carne de lo que no debía tocar, el sabor y olor de lo prohibido…

Había recorrido el mundo sólo buscando en donde reencarnaría. Los oráculos le daba idea de cuál sería el lugar donde el cordero, como se hizo llamar basado en las enseñanzas judaízas del sacrificio de cordero por la paga del pecado; reencarnaría de nuevo. Cruzadas, genocidios, guerras… asesinatos… montaba miles de forma para borrar de aquellos lugares los rastros de niños varones y buscar matarlo… pero siempre sobrevivía, siempre lo encontraba y siempre se le escurría tras los mantos de la muerte… dormía… para volver a despertar y destruir su tranquilidad.

Ya el hambre hacía mella en su razón.

Quería al maldito sacerdote en sus garras bebiendo su sangre sin el menor reparo.

Aunque tuviera que conocer el sabor de la muerte con ello.

Y así decidió, enfrentarse al destino, aunque para cuando había llegado a esa conclusión, ya el sol salía al alba. Terminó yendo a su oscuro lugar de descanso, con el hambre que laceraba sus intestinos y el olor nauseabundo de carne en descomposición de aquella cabeza que dejò rodando en la habitación. Imaginó mientras se recostaba el cómo degollaría de un zarpazo su cuello, para luego lamer toda la sangre que se escurriera por los fríos pasajes de mármol en esa habitación perfectamente cuidada. Como escurriría su lengua entre las piernas para mancillar primero su pureza, antes de destajarlo con sus garras, comer de él, todo de él, hasta que de su cuerpo no quedaran más que jirones de piel, músculos aplastados y huesos lamidos hasta la saciedad.

La gula que le despertaba el pensar tener ese cuerpo por fin desnudo lo embrutecía. No importaba cuantas veces reencarnara, cuantas veces naciera y cuantas muriera, ese hombre, a cuya alma se auto acreditó del nombre de Shaka, era el centro de todos sus apetitos. Los deseos más profundo, insaciables, carnales en su cuerpo de inmortal. El único que le despertaba el éxtasis sexual a pesar que había dejado de disfrutar del malsano sexo hacía muchos siglos atrás. El único que le hacía sentir que el comer sería delicioso, una actividad placentera con la que regodearse lentamente en el paso de la sangre a su garganta, mientras que los colmillos marcasen caminos indecorosos en su piel de marfil y viera apagarse al fin el brillo de las celestinas iris que le recordaban el color de cielo despejado en la mañana.

Lo que fue vivir…

La vida humana que dejó milenios atrás, esa que le representaba el ver a ese hombre… el sol, el cielo claro, nubes de algodón… día…

“Hay cosas que son bellas porque uno no puede poseerlas...”

Cuanta verdad, se dijo a sí mismo, al escuchar taladrar esa frase en su mente mientras su cuerpo era seducido en los brazos de Morpheos, en un descanso que acabaría cuando el atardecer diera paso a la oscuridad, decidido a clavar sus colmillos en esa piel para cuando eso suceda… De esa noche no pasaría, abandonaría su inmortal que le había dejado de dar sabor, por un segundo efímero en las entrañas del sacerdote mientras bebía su sangre y el rosario lo condenaba al sueño eterno…

Por un momento tomando la luz del día entre sus manos…


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