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Dammed!, soy un Hombre Lobo por katzel

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Kristelle Callabry es mi hermana mayor.

Kristelle Callabry es más peligrosa que el monstruo de enormes colmillos que me persigue cada noche de luna.

Kristelle Callabry debería avergonzarse de su terrible conducta, venir en mi auxilio y rescatarme de esta mansión de locos situada en lo más alto de los Cárpatos.

Puedo afirmar sin temor a equivocarme que si ella estuviese en mi presencia realmente tendría de qué preocuparse.

Bien, si no comienzo a contar quién soy y qué rayos hago en este antiguo palacio, no lograrán conocer ni el fin ni el principio.

Mi nombre es Dave Callabry y crecí bajo el amparo de mi abuelo, un viejo que vivía despotricando de la mala cabeza de mi padre y de no-sé-cuantas-historias de familia donde nos la dábamos de ricos y famosos, codeando a la crema y nata de la sociedad.

Nuestra pequeña casa de tres habitaciones no era lo que digamos lujosa, pero a mí no me venía mal, pues era lo único que había conocido. Mi padre se había suicidado luego de una millonaria pérdida, a fin de prevenir que las deudas no pasaran a nosotros. Si hubiese sabido entonces que el resto de la familia se repartiría el pastel, dejando de lado al abuelo y a sus dos queridos hijos, lo hubiera pensado mejor, pero no estuvo allí para contarlo, así que Kristelle y yo tuvimos que apañárnoslas como pudimos, cargando con la casa, el anciano coronel y los pocos trastos que la codicia hizo la merced de dejarnos.

De mamá ni nombrarla. Si me atrevía a preguntar por ella, me castigaban exageradamente como si hubiera jurado en vano. De allí sospecho que se fugó con algún amante y que le importó un pepino la suerte que iban a correr sus pequeños vástagos.

Mi hermana, escandalizada con el panorama de pobreza que se nos ofrecía, ideó a los catorce años un plan para escapar de la miseria y recuperar el brillo y el honor del apellido. (Como si "Callabry" tuviera honor en algún lugar, pero vaya uno a saber). Fallecido el abuelo, dejé inmediatamente de estudiar y me dediqué a servirle de criado. Nuestra meta consistía en lograr que Kristelle se casase con alguien adinerado, después de lo cual, prometía instalarme junto a ella pagando el sacrificio de servirle a tiempo completo.

Heredera de buenos rasgos faciales y bastante determinación, se hizo amiga de varias jovencitas a quienes leía "la buenaventura" en las cartas y hojas de té. Esas amistades, interesadas en sus supuestos dones, no dejaron de invitarla a cuanta velada importante había, razón de sobra para comportarse agradablemente y tener gran carisma, a fin de pescar algún pez gordo en cada reunión.

Oh... ella era demasiado hábil. Cuando niña, era dulce y amable, pero la amargura de su adolescencia frustrada y nuestras pocas probabilidades de ascender la hicieron una máquina sin corazón.

Si faltaba comida, ella tenía que alimentarse en desmedro mío, pues qué iban a decir los pretendientes si su aspecto empeoraba. Los baños y jabones también le pertenecían y las prendas debían ser bastante llamativas y de última moda. Cada vestido era un dolor de cabeza diferente, se tenía que planchar, doblar y lavar con especificaciones que dejaban mis manos hinchadas y mi espalda latiendo de dolor. Para mí no había sueño posible, tenía funciones múltiples a lo largo del día y poquísimas horas. Fui cochero, cocinero, paje, y no sé cuántas cosas más... y no vi siquiera que se molestase en agradecerme todo el sacrificio.

- Nos lloverá el dinero, Dave, y entonces verás que vale la pena.

Era su frase favorita.

Por fin, Dios me hizo el favor de que alguien se la llevase. Y no era cualquiera. El hombre que ella cazó con sus miles de remilgos y discretas jugarretas de señorita, se llamaba Nicholas Krantz y a leguas se notaba que su fortuna ascendía a un floreciente caudal.

Lord Krantz parecía frisar entre los treinta y cuarenta años. (Digo parecía porque después supe que mis cálculos de edad andaban bastante lejanos). Se comportaba correctamente y a pesar de la diferencia de edad que llevaba con Kristelle (de diecinueve), lucían como una pareja perfecta.

Fue un romance relámpago. Al cabo de un mes se fugaron, casándose en la pequeña iglesia del barrio de clase media. No sé qué testigos usaron porque yo me enteré un lunes en la mañana al abrir el periódico para envolver la botella de leche y casualmente encontré sus nombres en la página de sociales.

Ingenuamente esperé a que viniese por mí a regalarme un pequeño chorro de su lluvia de dinero y la verdad hasta me enfrié sentado en el muro de la casa sin que pasara absolutamente nada.

Solo y a punto de fallecer de inanición, arrastrando las nuevas deudas de las cintas y los zapatitos de mi hermana, tuve que vender la casa y mudarme al estrecho cuarto de la pensión más lúgubre de la ciudad. Pude emplearme con gran dificultad como camarero y ayudante de cocina en la nueva posada de la plaza principal y así fui luchando contra el frío y el hambre sin recibir la menor noticia de la traidora de Kristell.

Transcurrió un año entero.

Ya ni me acordaba de lo sucedido y no volvería a decir una palabra sobre ella si no fuera porque todas las desgracias de mi vida se le pueden achacar a semejante monstruo.

Cierto día, exactamente hace dos semanas, cuatro tipos vestidos de negro entraron durante el último turno de la taberna. Como siempre, me apresuré a atenderlos y limpiar la mesa donde quedaban los restos de la cena anterior.

Ninguno de los extraños daba visos de tener hambre o desear alguna bebida, así que su silencio me consternaba y buscaba la forma de preguntarles qué diablos habían venido a hacer.

El más alto habló sin echarse la capucha hacia atrás.

- ¿Dave Callabry?

Retrocedí pues mi sexto sentido avisaba alguna treta, consecuencia del mal comportamiento de cierta persona escurridiza.

- Puede ser... por qué...

- Es imperativo que venga con nosotros...

Sí, claro, imperativo. La amabilidad no se hizo para gente como ellos. Lancé las sillas por delante y salí corriendo por la trastienda.

Ni sé cómo lograron atraparme y menos la forma en que me llevaron a la fortaleza de los Cárpatos. No usamos ningún coche y no escuché caballos. Apenas fui alzado de la tierra, se me colocó una funda de tela sobre el rostro. El tramado de la misma era de tal forma que me dejaba respirar lo suficiente, pero no logré ver el camino ni la identidad de mis captores.

Apenas llegado, se me mostraron amablemente las habitaciones de lujo de la mazmorra.

Tres calaveras ya habían disfrutado del servicio, lamentablemente no podían dar testimonio de lo cómodo que era el lugar ni de los horarios de las tres comidas más importantes.

Se me treparon infinidad de bichos durante los primeros días y gritaba como loco, pero luego me acostumbré, o por lo menos, mi cercanía a la muerte consideró que una simple rata escalando por mi espalda no era lo peor que me podía suceder. Sólo las espantaba si empezaban a morderme de mala fe.

Pedí mil veces ver al dueño de la cárcel, aunque adivinaba que Nicholas Krantz debía ser el propietario absoluto.

"¿Qué fue lo que le hizo Kristelle?"- era la pregunta correcta.

Corren las apuestas...

Adivinad... era una historia genial...

Resulta que mi hermana sí tenía su corazoncito. Recién llegada al castillo bajo el título de la nueva condesa de Krantz, se le dio por enamorarse de Bernard Raymond, mano derecha de su marido. A imitación de mi desconocida progenitora, Kristelle planeó cuidadosamente la huida y para mala suerte, esa noche, los enemigos acérrimos del millonario ingresaron a atacarlo. Anonadado como estaba por la pérdida de su esposa, no pudo reaccionar a tiempo y...

Y...

Digamos que sus funerales se llevaron a cabo en medio del estupor general.

El hijo mayor de lord Krantz, Nicthime, tomó el mando y su primera disposición fue dar caza a mi hermana y castigarla según el peso de su culpa. Ni quiero imaginar la venganza que le tenía reservada, sólo que subestimó a la taimada harpía y no podía encontrarla a pesar de sus esfuerzos.

Allí entraba yo.

Teniéndome como señuelo, suponía que tendría que rescatarme y entonces podría cobrar su deuda de sangre.

Eso de suponer cosas sobre la Callabry era tiempo perdido. Yo le era tan querido e insustituíble como un perro de compañía y lo que hicieran conmigo le daría igual.

Iba a cargar su crimen como si fuera el mío. A saber la forma en que iba a ser frito o colgado. Prefería mantener a raya el libro de torturas de la Santa Inquisición, porque sólo pensar en torturas como "El Trono de Judas" me ponía los pelos de punta.

Ayer sucedió... algo muchísimo peor... en serio, sumaría todas y cada una de las torturas con tal de evitar lo que me pasó...

En el colmo de la desfachatez, Kristelle vino... a cobrar su herencia y a exigir que Nicthime la dejase en paz.

¡A cobrar su herencia como la viuda legítima de Nicholas Krantz!

Era legalmente posible... pero... diablos, había que tener cara de piedra para ir a exigir algo así, incluso se presentó bien acompañada de Bernard Raymond.

Ignoro qué dijo para obtener una audiencia con Nicthime, pero me arrastraron a fin de ponernos en la misma sala. Fui metido en un cubo de agua fría y se me frotó con sales, quitándome el aspecto despreciable que hasta entonces había tenido.

El lacayo tuerto me introdujo en un traje anticuado y fui encadenado cual sabueso bravo, llevado a empellones y tirado al piso delante del heredero.

Sentado tranquilamente sobre el sitial alto de un rey, Nicthime me inspeccionó rápidamente.

Yo hice lo mismo desde mi difícil situación.

¿De qué forma la humanidad logra crear personas como él?

Su presencia hacía que cualquiera se avergonzase de haber nacido. O que Dios estaba demasiado ocupado cuando nos creó y fuimos hechos a la diabla. Claro que estaba ocupado... demasiado... en Nicthime... definitivamente le dio su total atención.

Si tuviese que utilizar una palabra para describirlo, sería... "original"

¿Quién podría tener los cabellos naturalmente negros, rojos y azules?

Franjas de diferentes colores en armoniosa combinación llegaban acariciando la base de su cuello. Sus ojos eran de un extraño aguamarina. Sólo había visto mujeres con semejante cutis y ni qué decir del resto. El pecho... las caderas... las piernas... si lord Nicholas era la mitad de bien parecido, entonces mi hermana era la más tonta de las mujeres.

A pesar de su magna presencia, se notaba que tenía un genio terrible. No me sorprendería si se levantaba de su sitial con un hacha y mi cabeza saliese rodando hasta la noria.

Al otro lado, Kristelle Callabry, serena y vestida con un abrigo blanco, esperaba que la audiencia diese su comienzo.

- Eres temeraria al venir aquí sin defensa... mujer - dijo el nuevo lord Krantz sonriendo cínicamente.

- No lo soy. Si he llegado viva hasta tu trono, luego de lo que sucedió, significa que mis habilidades están funcionando perfectamente.

- ¿Es una treta para salvar a Dave? Dilo de una vez... a quien quiero es a ti... me daré el gusto de matarte con mis propias manos... en verdad lo disfrutaré.

Bernard hizo un gesto de defensa.

Yo me quedé con su "Dave" apenas pronunciado.

Vaya... hasta sabía mi nombre. Entonces estaba plenamente consciente del trato que había recibido en su hotel cinco estrellas.

- Entonces no sabrás cuál de tus hermanos planeó el asesinato de tu padre. - sonrió coquetamente Kristelle.

- ¡Maldita sea!

El heredero se levantó y dio dos vueltas por la sala.

Ella inició su parloteo sin inmutarse.

- Con la venganza pendiente no podrás ser el nuevo rey Licántropo. Lo sé. Robé el documento de cláusulas y vi lo cuidadosos que sóis cuando se trata de tomar el poder. Ese fue el motivo por el cual tu padre se casó tan apresuradamente conmigo. Tu anterior madrastra... digo... la número 52 para ser exactos... tuvo un desafortunado accidente de luna llena. Ninguna de las de vuestra raza quería casarse con él porque sabía que tus hermanos la harían pedazos si se le acercaban. Así que la estrategia de Nicholas Krantz fue procurarse mujeres ingenuas que viniesen a él y luego, al desposarlas, esperaba mantener el título de rey absoluto. Lamentablemente, intrigas no faltan en este castillo -si lo sabré yo con el poco tiempo que llevé viviendo aquí- y solía suceder que alguno de ustedes ordenaba abrir el cuarto de hierro. La pobre nueva esposa terminaba sirviendo de plato principal al señor Krantz... sólo que ese era un final demasiado trágico para mí.

- ¡Tú lo mataste!

- Se lo merecía. Pero no fui yo. Él me engañó. Cómo iba a imaginar que se convertiría en esa bestia. Incluso llegó a proponerme la transformación. Dijo que era la única que ponía ayudarlo, dada mi sutil inteligencia, pero le dije a dónde podía irse con sus secretos. Además, Bernard, tan amable... fue mi héroe salvador. No tengo la culpa de que a uno de tus congéneres se le ocurriera venir de visita justo en ese momento.

Hasta yo estaba indignado. Soltar esa sarta de barbaridades delante del joven Krantz... pensaba seriamente en cambiar de apellido. Sobre lo de rey Licántropo, sinceramente, creí que se trataba de una denominación regional o algo así.

- ¡Para empezar es culpa tuya por andar de cazafortunas! ¡Y ni siquiera has venido por mí! - le grité interviniendo.

El guardia que me cuidaba, extendió la parte inferior de la lanza, dejándome sin aire.

- ¡Silencio!

- ¡Dave!... qué mal te ves... pobre... pues... la verdad que jamás estuviste de acuerdo sobre vivir rodeado de lujos. El dinero no te interesaba y tomé la decisión de no alterar demasiado tu forma de ser... aunque no tengo otra salida ahora... hermanito...

- Dime quién fue el atacante... y después de eso márchate. Es mi última oferta.- interrumpió Nicthime.

- Ah, ah, ah... tengo derecho a un Intercambio.

Estaba triunfal. Si se había dado el trabajo de regresar, seguramente tenía formulados los planes de antemano.

- ¡Cómo lo sabes!

Sus ojos se posaron en Bernard. De hecho él parecía conocer demasiado sobre todas esas cuestiones legales.

Nicthime se dejó caer sobre el sitio, impotente.

- Estúpido... si ambos no se interpusieran entre mí y la corona... los haría pedazos.

Dueña de la sala, Kristelle prosiguió buscando su parte de la fortuna.

- Mi familia, los Callabry, ha establecido un nexo entre ustedes y los humanos. Las reglas son claras. Dada nuestra naturaleza cambiante y nuestra gran candidez, si somos engañados por cualquier licano, tenemos derecho a reparar nuestra falta ofreciendo cualquier equivalente o sustituto que pueda reestablecer la condición anterior de equilibrio.

- Acaba de una vez...

- Así que a fin de salir del trato establecido con tu difunto padre...

Me miró sonriente.

Odio esa sonrisa... es símbolo de cambio desfavorable de fortuna.

- Te ofrezco a Dave y así podrás acceder al cargo que ansías.


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