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Pyong Pyong por katzel

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Regreso del trabajo con la cabeza en blanco y los gritos de mi jefe rebotando en los oídos.

Pienso que el mundo es una basura entera.

Me dan ganas de pisotear, de golpear, de machacar y gritar.

Entonces, escucho sus pasos descalzos por la sala y al abrir la hoja de la puerta empieza otra nueva aventura.

- ¡Estoy cazando escarabajos de oro!

Ni idea. Su imaginación es tan fértil, que desde que lo conozco no he adivinado jamás qué mundo tiene encerrado allí adentro.

- ¡Shoji! ¡Ayúdame a salvar a la princesa!

Y así, yo, Masamune Shoji, empleado corporativo, paso el dintel de la puerta y me convierto en una especie de guerrero cazador de escarabajos para salvar a un reino perdido.

Después de media hora de peleas y combates, hemos logrado reestablecer la paz de los cuatro reinos y digo:

- A lavarse las manos, hora de comer.

Pyong Pyong va de frente al baño y me obedece. Al poco rato llega el olor del jabón que se desliza por sus manos. Ya está cantando. Le dicen Pyong Pyong por que según él es el sonido de las campanas cuando son movidas por el viento. Cuando le dije que a mis oídos sonaban "tilín tilín" se armó una discusión en la que participaron cuatro campanas de bronce y una larga disquisición de sonidos. Por la paz le he dejado hacer su capricho y desde entonces yo también le llamo Pyong Pyong.

- ¡Te he tejido un sweater navideño! ¡Está sobre la mesa!

Recordaba haberlo visto con los palitos de tejer, pero no tenía idea que se trataba de algo para mí. Ni siquiera imaginaba que Pyong Pyong supiera tejer realmente, eran tantas las cosas que ignoraba de mi pequeño protegido.

- ¿Lo viste ya, Shoji?

Dios... qué pesadilla navideña me esperaba. Un rojo encendido, dos rayas verdes y renos marrones demasiado trompudos para ser inocentes. Se parecían a zorros geométricos en extrañas posturas. La verdad era la cosa más horrible que alguien me había dado, pero seguro que a Pyong Pyong le hacía ilusión que me pusiese ese mamarracho así que tomé aire y busqué la forma de entrar en esa irregular construcción.

- ¡Te queda justo! - dijo saltando emocionado cuando me vio.

- Um... gracias... es bonito en verdad...

- ¡Claro que es bonito! ¡Lo hice yo con todo mi corazón! ¡Esas cosas siempre salen bien!

- Por... supuesto...

Pero no lo arrugues. Mañana lo llevarás a la oficina. ¡La envidia que te van a tener tus compañeros de trabajo cuando te vean con una ropa de "industrias Pyong Pyong"!

- Eto...

No iba a conseguir un ascenso por llevar algo así.

- ¿Te lo pondrás? ¿Te lo pondrás? ¿Te lo pondrás? Anda... dí que sí.

Encima de que la temporada navideña siempre me ha valido un pepino... y de los problemas que me iba a acarrear con la sección de personal, su carita me condenaba y ya había bajado las arras de combate con él.

- Por supuesto que lo usaré, ya quiero que me envidie todo el mundo.

- ¡Wiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!

Celebró antes de comer su tazón de arroz.

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Conocí a Pyong Pyong en la época de crisis cuando fui despedido de un trabajo serio.

Terminé haciendo la contabilidad de una pequeña heladería donde él se encargaba de servir las órdenes. Era el chico más popular y solía atraer muchísimos clientes sobre cualquier otro mesero del local.

Logró que lo contrataran sin un solo documento, - bajo el inverosímil método de sentarse en la grada con un cartel que decía "señor, déme el empleo", y generó ganancias inmediatas. Nadie le preguntó cuantos años tenía exactamente (debe bordear los dieciséis al cálculo), ni de donde venía (su ligero acento chino me deja en verdad desconcertado), y eso sigue siendo un misterio hasta el día de hoy (tiene fotos de distintos lugares sin fechas ni anotaciones y va siempre alegre y simple a donde sea). No parece tener ambiciones, sino una filosofía de vida bastante sencilla y complaciente.

Fue el único que trabó amistad conmigo. Pasar mi muralla de "empleado huraño" le llevó tiempo, pero lo hizo pacientemente. Primero me dejaba un helado todas las mañanas sobre el escritorio. Por lo general, yo - el tipo no amable de la zona - los regalaba o los ignoraba. Hasta que vi uno de mi agrado y terminé probándolo. Una vez hallado mi sabor, siguió con ciertos detalles cómodos, como papel de cuentas y mejor iluminación. Nunca lo veía hacer esas cosas delante mío, sino que me contaban que lo hacía luego de trabajar todo el día. Decidí atajarlo y preguntarle por qué se tomaba semejantes molestias por mí. Levantó los hombros y me dijo:

- Por que no eres feliz, tienes corazón de viejito. Pero a pesar de todo me pareces una persona interesante.

Primero pensé que estaba mal de la cabeza.

Luego que quería ligarse a alguien mostrando lo generoso que era.

Después, que era un ingenuo al cien por ciento.

Y finalmente me desarmó con tal sencillez que acepté tenerle por ahí saltoteando y haciendo preguntas indiscretas.

"¿Cuántos años tienes?" "¿Por qué eres renegón?" "¿No estás casado?" "¿Has matado a alguien?" "¿Por qué te despidieron?" "¿Te alimentas saludablemente?" "¿Te gustan los programas de samurais?" "¿Vives solo?" "¿Le temes a los bichos?"

Le terminé contando mi infancia entera. No lo mostraba, pero su receptividad superaba a la de cualquier psicólogo. Siempre salía con una frase directa que te dejaba pensando días y días. Además, a su lado cada espantoso día de cuentas era sencillísimo de sobrellevar y me acostumbré a nuestras ocasionales charlas.

Me llamaron de una corporación y pronto tuve una fiesta de despedida en la heladería. Ya imaginaba a instancias de quién. Imaginé encontrarle triste o enfadado, o qué se yo... ¿deseaba ser extrañado por Pyong Pyong?... quizás... pero me desconcertó su excelente humor y los juegos infantiles que había preparado.

Le pusimos la cola al burro, hicimos carreras de cucharas llevando huevos, y elevamos a la charada a un nuevo nivel de competitividad. El dueño, los vendedores, yo y Pyong Pyong la pasamos super, al final brindamos con el inocente jugo de naranja y fuimos a casa.

Otra vez el infierno.

Calidad, estándares, superación, el empleado como base económica del país bla bla bla.

Hundido entre papeles y más agrio que nunca, me la vivía aplastado en un cubil pequeñísimo donde sin mirarme todos pasaban dejando informes de mil hojas mientras gritaban:

- ¡Masamune, quiero esto para ahora!

Salía en la madrugada sin saber ni como me llamaba.

Hasta que...

- Señor. ¿Podría ayudar con una moneda a un pobre indigente que no piensa seguir siéndolo por mucho tiempo?

- ¡Pyong Pyong!

- ¡Shoji!

- ¿Pero qué demonios haces aquí? ¡Está helando!

- Oh... es que perdí el empleo.

- ¡¿Tú?!

- El jefe descubrió que regalaba helados a los niños y me corrió. Pero si me volviese a contratar lo haría sin avergonzarme. Los helados no tienen sentido si no se pueden comer. ¡Y cuando un niño tiene un helado, sonríe tan bien!

- Imagino que es una forma buena de ver las cosas. Deberías cuidar más el empleo.

- ¿Para qué? Si no te hace feliz, no tienes por qué. Ya encontraré algo que hacer.

- ¿Y esa maleta?

- No tengo a dónde ir. No he juntado para la renta. ¡Oh! mi galleta de la suerte decía que hoy iba a recibir una propuesta importante. ¿La vas a hacer tú, Shoji? Soy todo oídos.

Caminamos hacia un café y le invité un capuccino. Yo me tomé un americano bien cargado y sin crema. Doblando los codos sobre la mesa, hablando demasiado alto, Pyong Pyong me explicaba por qué el panda de la montaña mira al cielo cuando llueve y cómo las chispas de chocolate pueden transformar la vida de los seres humanos. Me quedé escuchándole, bastaba imaginar un poco para dejarse llevar por él.

- Sé cocinar y hacer la colada. Barro muy bien y soy el emperador del ahorro. Sé utilizar el feng shui al ordenar los muebles y si hay mascotas me convierto en su mejor amigo por rudas que sean.

- Hum... con esa propaganda conseguirás un compañero para alquilar rápidamente.

- Tú vives solo, ¿cierto Shoji?

- Pues... sí.

- Y trabajas día entero y casi no tienes tiempo para las labores hogareñas.

- Pues...

- ¿No te gustaría comer comida casera y saludable todos los días? ¿Encontrar la casa con el fino olor del incienso? ¿relajarte con un buen masaje?

- Eto...

- ¡Mi galleta de la suerte dijo que hoy se decidía mi destino! Y no mintió. Está más que claro: vámonos a la casa, Shoji.

- ¡Ahhhhhhhhhhhhhhh!

Se autoinscribía en mi vida de esa manera natural y cotidiana. Pero me gustaba estar solo y aunque sonara poco amable le dije:

- ¡Imposible!

- ¿Por qué?

- No comparto mi habitación. Nunca he tenido compañero, soy bastante eticoso con mis cosas y me enfadaría rápidamente. Me levanto siempre de mal humor y no imaginas la lista de conductas que me molestan, no estoy hecho para compartir nada.

- ¡Pero venía escrito en la galleta de la suerte! ¿Vas a ignorar una galleta china?

Diablos. Ni siquiera estábamos discutiendo el mismo punto. ¿Cómo me iba hacer entender?

Salimos del café y me siguió en silencio hasta el metro. Yo iba pensándolo, pero en mi honor debo decir que defendí hasta el último momento mi idea del mundo libre.

- Puedes venir hasta que encuentres dónde quedarte - le dije en la puerta del departamento.

- ¡No! ¡Así no quiero! ¡Dime que vamos a vivir juntos o no entraré!

Era la primera vez que veía algo parecido al enojo. ¿Por qué tanta insistencia? ¿Y por qué yo? Siendo Pyong Pyong debía tener kilos de amigos esperándolo, encantadísimos de vivir con él.

- Invitado.

- ¡Juntos!

- Invitado.

- ¡Juntos!

- Invitado

- ¡Juntos!

- ¡Mira! - dije perdiendo la paciencia - ¡casi no te conozco, me encontré contigo mendigando en la calle y quise aparentar ser bueno invitándote un café! ¡nada más! ¡tú, tu galleta y tu destino pueden irse a donde les venga en gana! ¡Yo vivo solo! ¡Soy huraño y me encanta! ¡la sociedad me apesta! ¡y no entraré a ese mundo loco tuyo que me exaspera!

- Así que exaspero a Shoji...

Pobre.

Pyong Pyong se quedó pensativo y sin decir nada se fue.

Sentado delante del televisor me sentía mal. Un chiquillo imaginativo en una ciudad enorme que se lo quería comer, buscaba una mano amiga y yo, tan indiferente como siempre lo había corrido gritándole.

Me encogí deprimido en el futón; pasando los canales sin fijarme en ninguno.

"Masamune Shoji, debería darte vergüenza"

Empezó a llover así que fui a cerrar las ventanas que daban a la calle. Me preocupé por él. Podía enfermarse si quedaba bajo ese aguacero.

En la calle del frente, parado bajo las gotas, sin cubrirse, Pyong Pyong, sostenía un cartel colgando muy grande que decía "Shoji, déjame vivir contigo"

- ¡Baka!

Bajé enfadado. No sé si con él o conmigo por lo que estaba a punto de hacer. Crucé la pista temerariamente sin mirar, le cogí del brazo y a trompicones le metí en la casa.

- ¡Cómo puedes pararte tranquilamente allí a hacer eso! ¡Y si no se me ocurría cerrar la ventana! ¡Habrías pasado toda la noche en la acera!

- Seguramente - dijo sin inmutarse - ... me gusta mucho el agua. Además habrías tenido que verme mañana antes de ir al trabajo.

- ¡Eres un...!

Estaba feliz. Yo gritaba como un energúmeno y él estaba muy feliz.

- Lamento que te preocuparas por mí, Shoji - dijo y me abrazó.

- ¡Inconsciente! Vas a desear que nunca hubiese mirado ese cartel. Aquí trabajarás muchísimo. Y voy a querer todo listo y en orden, seré el malvado patrón. Te irás odiándome por tu propia cuenta.

- ¡Wiiiiiiiiiiii! ¡Voy a vivir con Shoji! - gritó contradiciéndome una vez más.


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