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Túnel Ciego por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Ante la realidad de la muerte de Asmita, todo lo que había considerado una vida acabó. ¿De qué modo podrán ellos levantarse antes el golpe de la verdad y el destino? ¿Hay una salida a su túnel?

El día hoy me quitaran las vendas. Ya Noviembre, el año ha pasado pronto, casi seis meses del accidente donde perdí mi vista y hoy… quizás, la recupere.

Aunque prefiero no formarme falsas esperanzas.

Mi hermano me dice que ya ha llegado el doctor. Mis ojos están vendados, aún soy amigo de la oscuridad: amigo y presa, al fin y al cabo.

Siento sus manos tomando a los lados a mi venda, desencajando el pequeño seguro que imposibilita que se mueva. La empieza a quitar dando vuelta alrededor mi cabeza y siento que la presión disminuye.

Mi corazón palpita con lentitud… aún no veo un sólo indicio de luz.
Y ya la venda quitada por completo, me dicen que intente abrir poco a poco mis ojos.

Pero no veo nada, ni una sola sensación de que hay luz.
Abro un poco, comprobándolo. Tragó grueso, asimilándolo y por la forma en que mi hermano soltó el aire, creo que ya se ha dado cuenta.

—Tranquilo. —Le digo abriendo mis párpados en su totalidad y encontrar solo, solo oscuridad—. Estoy bien…

—Lo lamento mucho —dice el oftalmólogo, evidentemente decepcionado—. Quizás podríamos hacerle otras pruebas, intentar entablar comunicación de nuevo con…

—No, no es necesario. —Siento la mirada de mi hermano, penetrante, angustiada—. Puedo vivir así, Kanon. —Extiendo mi mano, buscándolo, encontrándolo… sosteniéndolo—. Quiero resignarme…

23 de Septiembre del 2000

Al despertar, sintió el vacío de la cama. Abrió los ojos para encontrar la camisa ensangrentada a su lado y nada más… Lo buscó con la mirada, viendo por ambos lados. Fue al baño, recorrió la casa y no lo encontró. Era claro que se había ido y el temor de inmediato lo embargó, por un lado ante la posibilidad de ser abandonado y por otro, ante la inseguridad de saber en qué estado se encontraba. Con dolor llamó hasta su casa, la madre contestó y le informó que su hijo ya había llegado a casa al menos media hora antes y que en ese momento estaba alistándose. Fue suficiente, se tranquilizó pensando en que todo al menos ya estaba mucho más calmado.

Se alistó entonces para seguir con sus labores. Partió a la clínica y nadie mencionaba nada de lo ocurrido. Como siempre, los pacientes en espera de su turno, los niños con el mismo malestar común, los casos; Saga esperaba que se hiciera la hora del mediodía para buscar a Shaka a su consultorio, luego de haber llamado a recepción y comprobar que si había ido a la clínica.

Tenía esperanzas…

Esperanzas de que todo pudiera recuperarse, que el hecho de que Shaka haya ido a trabajar significara una nueva oportunidad. Que lo que había hecho en el día anterior había funcionado.

Cuando salió al mediodía, corrió prácticamente hasta la oficina donde Shaka atendía, encontrándola cerrada, sin el tablón con su nombre marcado en la puerta.

Desolación.

Volvió a la recepción, preguntó de nuevo. Le dijeron que había venido temprano y luego se fue. No se sabía más. Allí encontró a Afrodita que bajaba el piso con unas historias médicas, preguntó por Mu, tampoco había ido a trabajar y Saga no sabía nada de ello.
Y fue él quien le dijo. Shaka había renunciado a tempranas horas, había ido a buscar sus pertenencias y sin decir más se fue. Para cuando supo ya había pasado tres horas de su partida.

Corrió entonces a su auto, dispuesto a buscarlo a su casa, cancelando todas las citas de la tarde. Apresurado intentó atajarlo, preguntarle qué haría, pedirle que no se fuera como había dicho el día anterior. Que no tenía que irse, que no era necesario… o tal vez a comprobar de que quizás solo era un cambio de clínica, que buscaría otro consultorio… que no se iría… que no le dejaría.

Llegó a la casa y por más que tocó nadie salió. Fue entonces a la pastelería y supo la noticia. Habían salido hace una hora al aeropuerto, habían dejado la casa al cuidado de Degel y Kardia para que fuera vendida. No sabían el destino que tomaría el vuelo.

Abandonado…

Corrió de nuevo al auto, se fue directo al aeropuerto, desesperado, marcando una y otra vez el teléfono.

Llorando… sabiéndose ya dejado de lado.

Por fin contestó.

—Shaka… —Nadie le habló—. Shaka por favor, por favor amor, no te vayas. —Resoplo de aire turbio—. Podemos superarlo, espérame, déjame hablarte, ya voy, ya voy en camino. —Silencio—. Shaka por favor, ¡respóndeme! —Los avisos para el trasbordo del aeropuerto—. ¡No te vayas!, ¡no te vayas amor!

«Adiós Saga…», fue su única respuesta.

Lágrimas, cientos de ellas gobernaron el rostro griego, le quitaron la visibilidad y fueron secadas por su antebrazo de forma acelerada para poder seguir viendo la carretera. Aún faltaba mucho para llegar al aeropuerto.

—No , cielo, ¡te lo suplico, Shaka! —Gimió con el alma—. ¡No me dejes, Shaka! Dime al menos, ¡dime que me llamaras! Me dirás a dónde estás, me…

«Adiós Saga…», la confirmación de los términos.

—No, mi vida, no… —Golpeó el volante, jadeó con dolor—. No nos hagas esto. No nos hagas esto… —La llamada cortó—. ¿Shaka? —Sólo el tono—. ¿Shaka?… no…

Cortó, repitió la llamada. Lo hizo decenas de veces, hasta que a las dos horas, un niño griego le contestó.

Consiguió el teléfono abandonado en la sala de espera…

Lloró frente a la ventana con vista a la pista de vuelo, sin encontrarlo. Lloró viendo las decenas de destinos distintos, sin saber hacia dónde se había dirigido.

Lloró sin importar el cómo lo vería la gente, en el que pensaría. Ya nada valía para él, había perdido lo único que en años había amado de forma sincera.

«Al despertar, Shaka no estaba a mi lado.

Se fue con su madre, dejó todo.

Se fue…

Ahora en la noche volví y supliqué a Degel y Kardia que me dijeran en donde estaba, a donde se habían ido. Degel me aseguró realmente no saber, Shaka no había querido decir nada. Sólo sacó todos los ahorros que tenía más las ganancias de la pastelería. Dejo la casa para que al ser vendida fuera el reembolso del dinero que tomó. Les dejó la pastelería a nombre de Degel.

Como todos los documentos estaban en regla, no fue difícil hacer el cambio en pocas horas. Con eso, no había quedado pertenencia alguna de los Zardillat en Grecia. Con eso, no hay nada que até a Shaka a este lugar más que las tumbas de sus dos padres y hermano…

Asmita… contigo se fueron la luz de sus ojos…»


24 de Septiembre del 2000

«Hoy escuché en los pasillos en el mediodía a varios doctores hablando a mis espaldas. Me miraban, murmuraban cosas y luego renegaban con su rostro. Supe de inmediato que hablaban de mí, la pregunta fue que podrían estar diciendo.

Resultó que Mu también había dio a renunciar, un día después de Shaka.»


En cuanto conoció la noticia, no supo como tomarlo. Ciertamente, entre la realidad de la muerte de Asmita y el abandono de Shaka, Saga ni siquiera había reparado en el hecho de que Mu no había ido a trabajar en el día anterior, ni lo llamó más por preguntar el estado de Shaka, que tomando en cuenta lo preocupado que estaba era bastante extraño. Se levantó de su asiento en el comedor y fue a buscarlo en la oficina, sin encontrarlo. Sólo le dijeron que ya había tomado sus cosas y se había ido, dejando una fotografía donde ellos dos estaban juntos en la papelera del consultorio.

Los rumores corrieron rápidamente.

Shaka y Mu saliendo casi al mismo tiempo de la clínica y su conexión con Saga fue evidente, pero nadie mencionó más que solo rumores.

La cuestión para Saga era saber que fue lo que pasó, que tanto sabría…

En ese momento fue que también se percató que tampoco había visto a su hermano. Decidió llamarlo, preguntarle que había estado haciendo esos días y que, bueno, lo de él y Shaka había acabado. Kanon no habló mucho, no hasta que Saga le comentó lo de la renuncia.

Dijo que debía ir a verlo, Saga le pidió acompañarlo porque, dado a los últimos acontecimientos, estaba tomando pastillas de más para mantenerse cuerdo. Así hizo.

Aquella tarde llegaron ambos al estacionamiento justo cuando Mu estaba ingresando en el taxi todas sus maletas. Kanon se mantuvo atrás, en silencio, con la mirada baja, recordando en que había acabado esa noche: en un gemido pronunciando una maldición a su hermano. Luego en el rechazo, en el puñal de haber sido él el juguete con el cual le daría el golpe a Saga, en sus maldiciones, en su dolor… en su condena.

Nunca le creyó un solo te amo.

De nada había valido la pena amarlo durante dos años…

Saga y Mu empezaron a discutir en el estacionamiento. El ginecólogo no tuvo reparo de insultarlo, lastimarlo con las palabras. Llegó a decir incluso que se alegraba de la muerte de Asmita, Kanon tuvo que detener el brazo que su hermano pensaba ensartar en el rostro del menor.

—¡SUÉLTAME KANON! —Gritó el pediatra, fuera de sí. En ese momento de nuevo su problema empezaba a manifestarse—… ¡¡NO VUELVAS A DECIR ESO, MU!!

—¿A decir qué? ¿Que se lo merecía por imbécil, traidor, mal amigo? —Las lágrimas surcaban en el rostro del ginecólogo—. ¿Tienes una maldita idea de todas las veces que le contaba a Shaka lo feliz que era a tu lado? ¡Maldita sea! ¿De mis planes? ¿De mi esperanza de vivir juntos y ser como una maldita familia feliz? Y mientras se hacía mi amigo, ¡¡te seducía!!

—¿SEDUCIRME? —Exclamó el griego con una mirada penetrante, para luego soltar una carcajada. Kanon estaba seguro, era mejor sacarlo de allí, Saga ya no estaba bien—. NO TUVO QUE SEDUCIRME, ¡YO NUNCA TE AMÉ, MU! —Y la puñalada certera—. NO SIGNIFICASTE MÁS QUE LA TRANQUILIDAD QUE ME RECETABA EL DOCTOR, ¡¡NADA MÁS!! —Los ojos esmeraldas del menor que se quebraban, al paso de palabras, duras palabras—. LLEGUÉ AL PUNTO DE DESEARLO INCLUSO MIENTRAS TE HACÍA…

—¡¡CALLA SAGA!! —Empujó esta vez Kanon, poniéndose frente al joven para protegerlo de las palabras de su propio hermano—. ¡DEJA DE DECIR IDIOTECES!

—Entonces nunca me amaste…

—No lo escuches, Mu… —Rogó el ingeniero—. Mi hermano…

—Nunca te amé. —La confirmación y último golpe—. Ni siquiera te celé… para mi eras como el juguete con quien me había acostumbrado a jugar.

—¡¡BASTA SAGA!!

—¡¡SHAKA NO TUVO LA CULPA!! —Aseguró—. FUE TUYA, ¡NUESTRA!, ¡PORQUE JAMÁS SIGNIFICASTE UN RETO PARA MÍ! —Y mató.

—Maldito… —Puños blancos que se cerraron, enrojecidos—. ¡Maldito seas, Saga! —Exclamó con su orgullo lacerado, su amor: destrozado—. ¡QUE JAMÁS PUEDAS VERLO! ¡¡ME ALEGRO QUE TE HAYA ABANDONADO, MALDITA SEA!!

Y la maldición…

—Y si lo vuelves a ver, ¡QUE SEA EN BRAZOS DE OTRO HOMBRE! ¡QUE JAMÁS LO VUELVAS A TENER!

La condena…

—¡LO RECUPERARÉ! —Mu rió ante esas palabras, con el cinismo tatuado en cada célula.

—Lo dudo… el cadáver putrefacto de Asmita los perseguirá. ¿No lo entiendes Saga? Este es su karma… —Palabras certeras…

El recuerdo de las palabras de Shaka en la playa fue suficiente para hacerlo bajar la guardia, recuperar un poco la compostura. Kanon lo miró dolido, sintiéndose desarmado en un escenario donde ambos estaban dispuestos a lastimarse con todo y él, él sólo estaba en la mitad.

—Pero no te preocupes, Saga. No la pasé tan mal esa noche. —Los ojos de Kanon abriéndose desmesuradamente. Saga mostrando sorpresa—. Ya comprobé porque les dice hermanos idénticos. Son iguales, en todo, hasta en la forma de jadear como perros cuando están a punto de alcanzar el orgasmo.

Y hasta quien no tenía culpa, recibió un duro golpe.

—¿Kanon?—murmuró Saga petrificado. Una sonrisa, llena de odio, se dibujó en los labios del Mu.

—Sí, tu hermano. No pensabas que me iba a ir con los cachos sin hacer nada, ¿verdad?—Kanon cerró los parpados con fuerza, burlado, dolido… usado—. Tu hermano, como siempre, estuvo muy dispuesto.

Sin saber Mu lo que había destrozado…

—Ahora, ¿por qué no se consuelan entre ustedes? Al final creo que no tendrán otra opción. Dudo que alguien pueda quererte como yo lo hice Saga, y estás condenado a destruir a todo lo que amas.

Dio media vuelta, el taxista aseguró las maletas. Se fue…

Las miradas entre los hermanos se quedaron clavadas. Saga lo miraba con dolor, con frustración, comprendiendo que no, las consecuencias no habían acabado… no aún. Hasta su hermano, al final, terminó seriamente herido.

—Kanon, tu…

—Olvídalo.

—Kanon…

—Estoy pidiendo traslado en mi trabajo. —Y el golpe, aún no había recibido todos los golpes—. Quizás en dos semanas me lo confirmen y… me iré Sudafrica, pagaran mejor. Ya no tengo nada aquí así que…

—Kanon… ¿le dijiste? ¿Le dijiste al menos…?

—¿Decirle? —La sonrisa en burla—. Me cansé de hacerlo. —La lágrima en ojos iguales—, nunca me creyó. Creyó que yo los había apoyado…

—Perdóname… —Desgarrado ahora sí, en lo más intimo de su ser, al rojo vivo, su carne expuesta para seguir recibiendo más fuego que quemaba y quitaba esperanza—. Kanon yo… —Llorando de nuevo—. Yo no quería… ¡yo no quería que…!

—Dije que lo olvides…

Su hermano también dio media vuelta, lo esperó en el auto para llegar juntos al apartamento. No hablaron más. En realidad, desde allí, por seis años, si hablaron al menos cien palabras, es decir que fue mucho…

«Aún no sé qué fue lo que pasó, el cómo Mu se enteró pero el que haya usado a mi hermano… a él que realmente lo amaba…

¿Acaso, aún debo penar por más?

¿A cuántos debo herir?»


18 de Noviembre del 2000

“Hoy iré por fin. Tengo el valor de ir a la tumba de Asmita, de nuevo. Mi hermano se fue hace dos semanas, no me ha llamado, no tengo su número y no sé como comunicarme con él. Intenté pedir información a su superior en la empresa, pero me dijo que intentaría localizarlo. He doblado mi dosis de medicamento, Dohko me lo recetó ayer.

Y le tengo miedo a dormir…

Porque cuando duermo, sólo puedo verlo a él. A Asmita sentado en el filo de la cama, recriminándome con su rostro, con la mano en el pecho. Yo ese día lo vi… Maldita sea, aunque no quiera pensarlo. Aunque Dohko diga que no es mi culpa, ¡no puedo pensar en lo contrario! Por mí todo esto se desató, y aún viendo ese momento en que le llegó el dolor, como siempre, en mi egoísmo, por pensar en solo lo que sentía por Shaka… ¡No me di cuenta!»


Caminar por ese camino de piedra liza en medio de tantas tumbas y lápidas fue lo más largo y sombrío que había hecho, en mucho tiempo. Aunque poco más de un mes estuvo allí, en esa oportunidad hacerlo sólo y luego de esas recurrentes pesadillas; no era para nada fácil. 

Por esos sueños, despertaba enloquecido. Tomaba su cabeza, gritaba como un niño asustado y luego terminaba viendo aquel rincón aterrado, llorando, llamando a Shaka y a su hermano.

Dohko le había dicho que todo eran ilusiones y pesadillas y que esa imagen no se aparecía frente a él. ¿Pero como creerlo? Ya empezaba a considerar que estaba perdiendo la cordura, que todo ese departamento era una cárcel de recuerdos, de lo que vivió, de lo que perdió y lo que pudo tener. La sola cama le remitía al hermoso recuerdo de esa primera vez lo tomó, de esos besos, de esas caricias, de su rostro contorsionado por el placer… Y se nublaba. Se oscurecía… veía como poco a poco mientras el coito avanzaba, esas mejillas rojas palidecían, esos ojos azules se ensombrecían. Hasta quedar, aquella ruin imagen, la última que vio de él: un cadáver en vida que miraba la nada y lloraba como si estuviera agonizando y pidiendo la muerte.

Ya ni siquiera sus recuerdos eran recuerdos, estaban empezando a ser teñidos por el dolor, la soledad y la locura. Por ello había decidido ir ese día, con un ramillete de diversas flores que pidió le armaran en una floristería en el camino, las espesas ojeras aún en su rostro que trató de mitigar con unos pronunciados lentes de sol, sintiendo que todo rayo solar le dolía y quemaba la retina. Caminó durante un tiempo prudencial y se detuvo con un palpitar amargo en su pecho cuando, de repente, vio a alguien apoyado sobre la punta de sus pies y en cuclillas, con un girasol en mano. 

Hombre moreno, llevaba un jean oscuro, una camiseta blanca y una leve gorra negra, de piel oscura, tostada como la canela, y una espesa cabellera rebelde que se alborotaba tras su espalda. No vio muy bien sus rasgos ya que al estar inclinado y con la gorra sobre su cabeza, solo le rodeaba sombra en el rostro.

Imaginó quien era y le dolió terriblemente en el alma. Él era… él era otro de los que salieron heridos por ese terrible incidente. Un daño colateral, un hombre que tuvo una perdida por su culpa.

Pensó en si devolverse, dejarlo para después, sintió pánico ante ese encuentro. Giró sus pies hacía atrás y luego de nuevo, se detuvo. No había forma de que ese hombre supiera quién era él, ni su parte en la culpa. Además, quizás, haría bien acompañarlo a pasar la pena, decirle que Asmita también lo apreciaba con la misma intensidad.

Quizás así, ¿haría algo bueno?

Decidió y dio la vuelta, lo vio a través de los espejos oscuros. El hombre ahora fijaba una mirada desconfiada en él, de seguro al darse cuenta de su vacilación. El doctor tragó grueso y trató de memorar el nombre que le había dado Degel cuando le habló de él, más no podía hacerlo volver, no aún. Se sintió frustrado por la mala memoria, caminó unos pasos más hasta quedar a su lado y dejó reposar el ramillete con flores diversas sobre la lápida. Notó que en florero pequeño dispuesto a un lado del mármol, había el rastro de una, al parecer, azucena seca. Ahora llevaba un girasol. Seguía llevándole una flor distinta…

—Buenos Días. —Saludó el pediatra, tartamudeando un tanto. No podía evitarlo, las manos le sudaban, nervioso y mirando fijamente la inscripción sobre aquella lápida.

No hubo respuesta. El mayor sólo devolvió la vista a la letra dorada gravada en la fría piedra, trazando la huella con sus gruesos y ásperos dedos morenos, con lentitud y en silencio. El girasol aún seguía en su izquierda, fresco, con los pétalos amarillos brillantes como lo era el cabello de él, como los de Shaka. Tanta vida… tanta muerte a su vez…

—¿Lo conocía de donde? —Preguntó por fin aquel. Su voz le pareció en extremo grueso, casi rasposa en la garganta, potente. Si la hubiera escuchado en algún lugar cerrado, de seguro, el eco retumbaría como si se tratara de voz de ultratumba.

—Lo conocí. —Accedió, sin mirarle directamente—. En realidad, fui amigo de su hermano, trabajábamos en la misma clínica. —Explicó, al sentir la mirada llena de desconfianza de aquel. Aclararle que no, él no era… nada. Para Asmita, él no fue nada más que una mortal amenaza—. Fue algo… inesperado. —Prosiguió.

—Lo sé. —Consintió el moreno, bajando de nuevo la mirada—. Yo le dije que le dijera a su hermano de esos dolores en el pecho.

El corazón le empezó a latir rápidamente. La garganta a secarse. Sabía perfectamente lo que es tener preguntas hipotéticas, interrogarse a sí mismo «que hubiera pasado si…» Era horrible descubrir que las alternativas son, en muchas formas, mejores que la realidad. Al menos para Saga lo eran.

—¿Tenía tiempo con ellos? —Preguntó intentando ser discreto. Quizás también buscando razones para sentirse menos culpable.

—Algo, quizás desde diciembre. —Frunció su ceño—, pero pensó que era el cansancio, la fatiga. Incluso me pedía que le trajera unas hierbas para una dieta. —Resopló, apoyando su rodilla derecha a tierra y colocando por fin el tallo del girasol en el florero, quitando a su vez la flor seca—. Pero empeoró, a partir de Junio creo. —El latido más apresurado. Saga tragó grueso.

—Fue descuidado de su parte —dijo más para sí, intentando convencerse de ello—. Teniendo a un hermano médico, debió buscar ayuda, debió decirle. —Una ronca risa cínica, tan vacía, tan dura… tan llena de rencor y resentimiento.

—Su hermano estaba más ocupado arrastrándose con alguien que no debía. —El espadazo certero—. Supongo que vale mierda ahora lo que hablen de él, igual se fue, dejó todo. Supongo que la culpa. —La sangre helándose—. Asmita angustiado durante semanas pensando que lo acosaban. —Y la aguja penetrando, lentamente, en las arterias de su corazón—. Pensando en que había algo mal, que alguien lo estaba hostigando y resultó… —El hombre cerró los puños con furia, contuvo la ira y el llanto mordiendo sus labios, tensándose como animal herido.

Hubo silencio… helado, siniestro.

Saga sintió entonces aquella mano, conocida en su hombro. Su piel se encrespó al instante, con su corazón latiendo como miles de caballos trotando en terreno abierto, agitándose dentro de su pecho mientras el aire, el que le entraba por la nariz y llegaba a sus pulmones, iniciaba frío como el hielo y terminaba por dentro hirviendo, quemándole cada célula. La mano rodó hasta su nuca, le acarició el costado del cuello y él, temblando de pánico, entreabrió sus labios titiritando.

Era él… Era Asmita, allí, tras él, con esos dedos que tomaron sus manos y de una vez lo leyeron, como el mal que le arrancaría la vida y su hermano.

—Maldito su hermano. —Escuchó a lo lejos, aún temblando, paralizado en extremo, sintiendo que cualquier movimiento sería fatal—. ¡Maldito también aquel hombre! —Farfulló con ira, subiendo dos ojos azules índigo, casi negros por la espesura del odio y la oscuridad que los rodeaba tejido de dolor. Y le pareció, si, ver un colmillo, reluciendo a un lado de los gruesos labios.

Gimió… totalmente superado por el horror.

—¿Sabe? —Y hasta vio un humillo de azufre saliendo de aquellos labios canelas. Un escalofrío entró desde la punta de sus dedos a cada recoveco de su piel, hasta llegar a la cabeza, como miles de agujas agujereándolo—. Todas las noches le pido a Asmita que se le aparezca, a él, a su hermano. 

Su pecho contrayéndose y dilatándose velozmente. Sus dos pupilas verdes lo vio, tan claro, cuando ese hombre se puso de pie y notó como lo superaba en altura, casi dos metros. De nuevo… esos dedos caminando por su hombro, bajando por su brazo derecho

—Que los vea… con sus ojos vacíos. —Las lágrimas amenazaron por salir. Un grito desgarrándole en la garganta por salir… esos dedos sujetando ahora su muñeca, apretándolo.

—No… 

Jadeó, dando un paso hacia atrás cuando aquella mano gigantesca se acercó a su cuello. El corazón le crepitaba, ya no había ritmo, sentía que en cualquier momento se detendría y si… realmente lo deseaba. Deseaba que su corazón se detuviera, que muriera. Quería morir, el terror lo estaba haciendo desear la más fulminante muerte.

—¿No? —Una sonrisa de medio lado, unos ojos endemoniados—. ¿Qué opinas tú? —La mirada que se dirigía a él sino detrás. La muñeca fue soltada y luego: dedos. Dedos penetrando por su cabello, entrando por sus lentes—. ¿Asmita? —Dedos que cerraron sus ojos, le quitaron la vista, como si jugara a la escondida.

Oscuridad.

Y esa voz…

—Aquí estoy… —Susurrada a su oído…

Por Asmita.

Un grito desgarró la tranquilidad de todo el cementerio. Cuando lograron escucharlo y fueron a su alcance, estaba en el suelo, arrodillado y cubriendo su cabeza entre sus piernas hecho un ovillo de pavor humano hacia el otro lado del camino frente a la tumba. Gritaba, gritaba enloquecido y cuando intentaron tranquilizarlo, muy poco pudieron hacer.

Por mucho que dijo lo que había ocurrido, Dohko quiso convencerlo que no fue así. Sí estaba el girasol, se decía que el hombre moreno había salido al menos antes del grito.

Ni siquiera podía asegurar que él de verdad lo hubiera visto y si hubieron hablado.

Tampoco podía asegurar que parte sucedió y que no.

Duró internado por esquizofrenia por largas semanas.

29 de Noviembre del 2000

«Desde este momento, hasta que Saga pueda hacerlo, seré yo, Dohko Lyn, quien escribirá.

Hace cinco días fue internado después de un ataque de esquizofrenia y un intento de suicidio. La clínica lo ha declarado no apto para ejercer la medicina hasta que recuperé el 100% de sus facultades mentales»


02 de Diciembre del 2000

«Hoy hemos recibido una alarma por parte de las enfermeras de guardia. Lo encontramos en un rincón de su habitación, llorando en la esquina y gritando el nombre de Asmita, besando los pies como si buscara perdón. 

Esto lo está superando.

He intentado comunicarme con su hermano pero no hay forma. Cada vez que llamo por el teléfono de su hermano a los números que me da la empresa, estos no contestan.

Su madre simplemente dijo que ya ese no era su problema.»


05 de Diciembre del 2000

«Hemos descubierto ahora una nueva obsesión. Pidió un calendario, con ‘x’ ha marcado con un circulo los 12 de cada mes. Empezó a marcar una ‘x’ para el 05. Me preocupa que ocurrirá el 12.»

08 de Diciembre del 2000

«Llora, pide perdón a Mu, pide perdón a Kanon, llama a Shaka, le suplica a Asmita que deje de visitarlo en las noches. Que no lo toque, que no lo mire con esos ojos.

Este muchacho es para mí casi un hijo y… ¡me siento tan impotente!

Pienso en que, quizás, si lograra que alguno de ellos vinieran para hablar con él, las cosas se arreglarían.»


10 de Diciembre del 2000

«Me informaron que Kanon renunció a la empresa hace unos días. Desconocían hacía donde se había dirigido. Tampoco he encontrado forma de comunicarme con su ex pareja y con el oftalmólogo. He ido a la pastelería y la cerraron, dos semanas atrás. Según me dijeron, se fueron a Francia luego de haber vendido el local.

Saga está totalmente solo.»


12 de Diciembre del 2000

«Drogarlo… fue lo que pude hacer él. Tuvimos que amarrarlo y sedarlo cuando notamos que golpeaba su pecho, al nivel de corazón, incontablemente pidiendo que parara. No sé qué hacer…»

17 de Diciembre del 2000

«Lo soltamos, comprobando que ya no era una amenaza. Le quitamos el calendario también. Esperemos que lo peor ya haya pasado.»

20 de Diciembre del 2000

«Sin lápiz, sin calendario, sin nada, pero igual hemos notado que va al mismo lugar donde estaba el calendario y marca una cruz con sus dedos. Si alguien intenta interrumpirlo en medio del proceso, se comporta de forma violenta.»

01 de Enero del 2001

«Han venido visitas. ¡Gracias a Dios! Shura y Afrodita, dos compañeros de la clínica, han venido a visitarlo. Se ha animado, bastante. La visita le hizo muy bien. Les pedí que vinieran más seguido…»

18 de Octubre del 2006

—Detente… por favor… —La voz trémula del menor lo hizo detener la lectura de esas páginas, olvidadas en aquel maletín.

Kanon, con un nudo en la garganta, miraba el rostro enrojecido de Mu con lágrimas contenidas, con un sentimiento inmensurable en su pecho haciendo mella a cualquier odio, rencor y resentimiento guardado.

Ciertamente, ninguno de los dos supo el alcance de lo sucedido.

—Yo me fui… renuncié de la empresa como una forma de alejarme de él. —Susurró Kanon con voz ahogada, dejando brotar una lágrima sentados en la sala de su apartamento, con Saga siendo visitado por Dohko—. Años después, fue que volví a contactarme con él pero no comentó… esto. Apenas le di mi número de teléfono, pero, no lo vi. No hasta el día…
Callaron ambos, superados por la verdad, por las evidencias, el testimonio de todo lo que había ocurrido en el fondo, de todo lo que Saga y Shaka perdieron en ese día. Fueron injustos, tal vez, pero nadie podía culparlos. Pasaron muchas cosas, otras más desconocidas para ellos y como animales heridos, salieron y se protegieron de aquello que les había hecho daño… los tres dejaron a Saga, y Saga cayó en un abismo oscuro por quien sabe cuánto tiempo.

—Kanon… —De nuevo la voz hecha susurro de Mu llamó la atención. Lo vio allí, seis años después de aquello. De ese día donde se hicieron daño de forma ruin, donde todo cayó, se despedazó, para no ser igual jamás—. Lo que… lo que le dije a Shaka…

Él había regresado…

—Lo que le dije… cuando vino… cuando supo el accidente…

Shaka había regresado…

—Dioses… ¡dioses! —Gimoteó, arrepentido en extremo. Sintiéndose vil… miserablemente vil…—. Tuviste razón, ¡En todo lo que dijiste! Sólo era un resentido, ¡todavía me dolía! Por eso… cuando lo vi… dioses… ¡DIOSES!

—Mu, quizás, quizás podamos arreglarlo aún…

—¡Fui un miserable! ¡Un maldito miserable!

Pero al regresar fue Mu quien lo atendió…

«—¿Acaso no me dejaras verlo? Quizás pueda curarlo… ¡quizás pueda hacerlo!

—¿Volverás a meterte entre nosotros entonces? Tienes que entenderlo…» —Dicho con odio—«, ¡él me escogió a mí! Yo estoy aquí con él, tú no, ¡tú lo abandonaste!

—Al menos… al menos déjame intentarlo» —Suplicó—«. Usar esto que sé para devolverle la vista a… ¡a alguien que amo!

—No» —Y con ello condenó…—«. No dejaré que vuelvas a seducirlo, considéralo un favor de mi parte» —Y abrió la herida, las heridas—«. O acaso ¿tienes algo más que sacrificar, Shaka?» —Miles de heridas—«. ¿Quizás ahora a tu madre?»

Y silencio…

«—Mi madre ya está muerta… no me queda nada más» —Confesó… y en el apartamento de Londres, Shaka veía la penumbra con la copa de vino tinto en sus manos—«. Nada más.

—Entonces vete.»

La mano del inglés que tomaron su muñeca, le quitaron la copa de cristal de su mano. Lo miraron, con devoción, a ojos que con luz eran vacíos. Lo besaron, lo veneraron.

Le amaron…

Y él, Shaka, seguía sintiendo su herida de seis años infectarse, con el tiempo. Regresar sólo la había abierto…

Seguía frente al final del túnel y no quería retroceder… no de nuevo.


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