Era un luminoso atardecer de septiembre, los tardíos rayos de sol se iban perdiendo entre los edificios del centro de la ciudad y los transeúntes disfrutaban en la calle de quizás el último día cálido del año. Remus Lupin andaba deprisa y con sentimientos encontrados; quería llegar cuanto antes a casa, llevaba fuera más de dos semanas cumpliendo su cometido como espía para la orden, el problema, su compañero de piso. Un nudo le atenazaba la garganta al pensar en Sirius; la incertidumbre de lo que le pudiera esperar hacía que se le quitaran las ganas de regresar.
¿Cómo le recibiría? No había sabido nada de él en todo este tiempo, claro que con una manada de lobos no hay manera de contactar. Para que mentir, estaba acojonado, ¿sería indiferente, borde, cariñoso…?
Era verdad que todo había sido culpa suya, había perdido el severo control que se imponía desde hacía mil años; pensaba aminorando el paso al llegar a un callejón sumido en las sombras. La puerta azul de su casa le esperaba al fondo, amenazante.
La noche antes de irse habían salido todos al Caldero Chorreante, incluso James, que siempre estaba pendiente de la embarazada Lily fué. Brindaron por todo y hablaron de la misión de Lunático. Eran malos tiempos pero ellos se fueron emborrachando entre risas y bromas.
Al llegar a casa, ambos amigos tambaleantes ayudándose a subir las escaleras, Sirius había parado súbitamente en el rellano y le había pedido que se quedara, que no cumpliera su misión y él, animado por su ebrio cerebro, se le había acercado vacilante y le había besado. Casi fue como una pelea, bufando y empujándose con fuerza habían terminado en la cama de Sirius.
No se despidió a la mañana siguiente, ni siquiera se atrevió a darle un beso por miedo a despertarle. Esas semanas había tenido otras cosas en la cabeza pero ahora… se obligó a inspirar mientras abría la puerta del portal y subía las escaleras. Tranquilo, tranquilo…
Un perro se le echó encima al abrir la puerta Lunático cayó al suelo entre risas y lametazos. Tumbado a su lado, jadeante estaba Sirius:
- Llegas tarde- le recriminó más sereno.
- No me quería recoger el autobús Noctámbulo, ya sabes la restricción para bestias y eso…- intentó sonar lo más digno posible mientras recuperaba el aliento.
- Malditos hijos de hipogrifo… espera- dijo al sonar el timbre del horno- estoy haciendo la cena- anunció orgulloso. Se levantó y comenzó a prepararlo todo.
Sirius era bastante desordenado pero, por una vez, estaba todo colocado en su sitio. Paseó la mirada por el salón-cocina, dos puertas eran sus respectivas habitaciones y la tercera puerta era el baño, minúsculo. Se dejó caer en el sofá mientras Sirius colocaba los platos en la mesa y apagaba la tele. Algo duro se le clavó en la cadera, ¡un bolso! Una nube de negras sospechas le inundó la cabeza y se le encogió el estómago.
- eh…¿ de quién es esto Canuto?- preguntó cortado haciéndose el indiferente.
- Ah! De Marge, la amiga de Lili…¿ no pensarías que era mío? - le contestó entre risas- se lo dejaría esta mañana.- comentó mientras colocaba el estofado encima de la mesa.
A Remus se le calló el alma a los pies, ¿ Cómo no imaginárselo? Se le había quitado el apetito de golpe, y de repente no tenía ganas de hablar con Sirius. Solo de pensar en que esa misma mañana…
- bueno cuéntamelo todo- exigió Sirius mientras se sentaba y apoyaba los pies en sus rodillas. ¡Actuaba como si nada hubiera pasado!
- Nada nuevo, un par de peleas por el liderazgo, nada más- estaba muy cansado.
- Pareces agotado- afirmó Sirius masticando un gran trozo de carne.
- Lo estoy Canuto y… lo siento tampoco tengo hambre, me voy a la cama- apartó las piernas de Sirius y se levantó.
Sin mirarle se metió en el baño, cuando salió después de una relajante y ardiente ducha, en la que se había permitido un par de lágrimas y un par de puñetazo en pared, Sirius estaba recogiendo todo con expresión muy seria.
- buenas noches-
- …noches Lunático -y le dio la espalda.
Mierda, pensó Remus arropándose y mirando al techo. No sabía como tratar a Sirius después de todo esto, desde luego no como antes. No, sería demasiado doloroso. Pero el ya le conocía, aguantarse sería mejor que perder su amistad para siempre. Aunque después de lo ocurrido iba a ser más difícil que nunca. Todavía podía notar el sabor de sus labios, la fuerza de sus músculos y la certeza de sus caricias. Joder, Sirius. Se estaba quedando dormido cuando oyó un fuerte ¡¡¡BUM!!!
Se levantó y corrió a la habitación de Sirius, se lo encontró a medio vestir enfrente del espejo destrozado. Al oír la puerta escondió a toda prisa la mano tras la espalda, pero en medio del boquete había restos rojos de sangre.
- ¿no sabes llamar a la puerta?- inquirió mirándolo desafiante.
- ¿qué haces Canuto?- preguntó preocupado por la salud mental de su amigo, un charquito se estaba formando a los pies de Sirius-
- Redecorando ¿qué te parece? mejor si no me veo ¿no, Lunático?- le contestó tiñendo sus palabras de sarcasmo.
- Déjame ver esa mano- se acercó a él tomándole del brazo, pero Sirius le apartó.
- ¡No te atrevas a tocarme!- pero Remus no se ofendió, conocía demasiado bien a su amigo y, a pesar de que estaba preocupado, sabía que Sirius solo tenía esas rabietas cuando no sabía como enfrentarse a sus problemas. Y estaba claro que su problema era él, concluyó lleno de contento.
- ¡Te tocaré lo que quiera, como si pudieras luchar contra mí!- le contestó firme obligándole a darle la mano y sentándole en la cama. El corte era bastante profundo pero con un toque de varita le cerró la herida.
Le apretó la mano impidiendo así que Sirius la retirara y se la empezó a acariciar sin mirarle a los ojos. Notó como la rigidez de su amigo se desvanecía poco a poco. Cuando le soltó la muñeca Sirius no apartó la mano, se la agarró mucho más fuerte.
- te he echado muchísimo de menos Lunático.
- Y yo a ti, siempre.