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La sangre de Cristo por Leia-chan

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Notas del fanfic:

Muchas blasfemias juntas... Esto puede ofender a alguien, pero solo es una historia de amor..

Un hombre solitario, con una vieja y horrible chaqueta marrón y la peste del alcohol manando de todo su cuerpo se sentaba en el inhóspito parque a altas horas de la noche. Bajo la chaqueta, se notaba la vestimenta propia de su profesión: Sacerdote. El sacerdote tenía una botella de vino en una mano y un cigarrillo a medio quemar en la otra. Su figura era triste y desamparada, la de un hombre que tan solo espera que la muerte haga su trabajo. Bebió un gran sorbo del líquido rojo y suspiró, rememorando todos los problemas en los que su alcoholismo lo había metido. "Por favor, hasta el mismo Salvador apoyaba los buenos vinos... ¡Su sangre es vino! Me pregunto cuánto debo tragar para que mi sangre se convierta en vino...", blasfemaba en su interior, "¡Yo sólo quiero seguir los pasos de mi Señor! Y esos viejos cascarrabias quieren que lo deje...". Lo habían pillado bebiendo en el confesionario una vez más. Habían amenazado con mandarlo al Polo Sur a predicar si es que lo encontraban bebiendo otra vez... Al Polo Sur... Podrían haberlo enviado a Italia, los vinos allí tienen buena fama, pero no... Querían enviarlo con los pingüinos... Bien, ¡pues le enseñaría a beber a los pingüinos! ¡Serán salvados por la sangre del Cristo!

-      ¡Por los pingüinos! ¡Salud! - le brindó a la luna y se metió un buen trago de un solo sorbo.

Nunca fue muy devoto. La espiritualidad nunca fue su fuerte. Era una persona más bien hosca, de humor negro y un tanto desagradable a ratos. No tenía mucha fe en el mundo, ni en la humanidad ni en todas las malditas enseñanzas de la iglesia. Había optado por ser sacerdote sólo para no tener una verdadera carrera en el mundo real. No quería estar en el mundo, no quería tener nada en común con él. Pensaba que, tal vez, dentro de los innumerables entrenamientos de la fe católica, terminaría encontrando a su Creador y podría vivir cegado por su gloria y gracia... Podría vivir en otro mundo. Pero aquello nunca sucedió. La luz nunca llegó... O sí llegó, pero ya se fue...

-      No... Emanuel pudo haber sido lo mejor en mi vida, pero fue todo menos un santo... - rió Julián, recordando a la única persona por la que estuvo a punto de elegir una vida normal en el podrido mundo que detestaba... - Debí haberlo hecho... - susurró, sonriéndole tristemente a la luna - Beber con él era un placer...

Y era por eso que Julián dejaba que el vino arruinara tanto su vida. Era por eso que Julián, el sacerdote, no podía dejar de beber... "Por que sólo tú sabías apreciar la calidad de la sangre de Cristo...", y, entre trago y trago, deseaba fervientemente que el alcohol lo hiciera alucinar lo suficiente para verlo otra vez, para beber juntos una vez más...

Cuando lo asignaron a su primera iglesia, Julián no estaba muy emocionado. El sistema, una vez más, lo había desilusionado. Se había quedado con todas las reglas y normas, con los prejuicios y miedos, y no había sacado absolutamente nada bueno. A sus frescos veinticinco años, Julián, a pesar de ser un atractivo joven de cabellos castaños, figura esbelta y sonrisa pícara, era un viejo cascarrabias, hastiado del mundo. Las feligresas cometían infinidades de pecados carnales imaginando la pasión que se ocultaba bajo esa oscura sotana... Pronto se había convertido en el fetiche de la mayoría de las mujeres y estaba cansado de escuchar las confesiones de esas chiquillas locas que venían a decirle que soñaron con él...

Allí estaba otra cosa de la que quería huir. El amor, el deseo, el placer... Julián no quería sentir tales cosas, no quería atarse a una persona. Eso le parecía insulso e incoherente. Dos personas no harían la vida más sencilla, tan solo sumarían problemas y restarían alegrías... Capaz, su pesimismo se debía al turbio matrimonio de sus padres, pero nunca se puso a pensar en eso. En su vida, había conocido muchas parejas y todas parecían repetir el mismo patrón para él. Una pareja era un par de personas que constantemente intentaba que el otro cambiara. La necesidad de amoldar al otro a su gusto y disgusto molestaba a Julián. Él no quería cambiar a nadie y no quería que nadie lo cambiara. Él quería vivir solo y alejado de todo ese mundo que no entendía y que comenzaba a temer...

Emanuel llegó poco después, cuando Julián acababa de aclimatarse en la ciudad. Era dos años menor que él y aún no había terminado su preparación. Estaba de paso en la iglesia, decía que la gente de la ciudad lo había cautivado y quería aprender lo que pudiera de ellos. Julián estaba guardando la copa y los panes cuando Emanuel entró a la iglesia. Entró lanzando un silbido de admiración mientras estudiaba el alto techo del recinto y los preciosos ventanales con figuras religiosas que dejaban pasar la luz del sol, dándole a todo el conjunto un aire más... majestuoso. Julián se dio vuelta al escuchar el silbido y encontró al joven que vestía unos jeans desgastados y una simple remera blanca. "Humilde hasta cuando no lleva la sotana", pensó Julián, odiándolo por ser más "devoto" que él. Pero ese pensamiento se esfumó al rato al ver la sonrisa burlona en esos finos labios rojos.

- Esto de predicar es muy lucrativo al parecer... - comentó el joven, con la alegría de la herejía brillando en sus ojos castaños.

Julián sonrió al percatarse de que había encontrado un muy buen amigo...

Se llevaron bien al instante. Pasaban horas burlándose del mundo exterior y de su propio mundito de santidad, escondidos tras el altar. Chismoseaban sobre los amoríos de los padres y la inflada cuenta bancaria del obispo y comparaban sus confesiones...

-      Hoy vino esta chica de 16 que terminó embarazada. Su familia esta hundida en la más mísera pobreza y el padre se mandó mudar a Afganistán con tal de no responsabilizarse... Quería que le dijera que pensaría Dios si ella abortaba a la criatura. No sé creía capaz de criar a un niño en su caótico ambiente familiar... "¿Para qué lo dejo nacer si solo va a sufrir?", me había dicho... - Emanuel calló un segundo, con la tristeza brillando en su bello rostro. Lanzó un suspiró apenado y continúo - Le dije que Dios no querría que ninguno de sus hijos muriera sin la oportunidad de demostrar su valor... Que siempre podría buscarle otra familia que no pudiera tener hijos, así alegraría la vida de muchos...

-      Hiciste bien... Es más o menos lo que dice el reglamento... - tranquilizó Julián.

-      Conozco a la madre de la niña - contestó Emanuel - La echarán a la calle cuando todo salga a la luz y ella terminará teniendo un hijo en la calle, uno al que nadie querrá darle amor... El niño nacerá para sufrir, como dijo ella...

Se quedaron en silencio un largo rato, cada uno metido en sus propias ideas. Hasta que Emanuel decidió que era bastante lamento y lanzó un gritito de alegría. Se abalanzó sobre Julián y rebuscó en los bolsillos de este hasta encontrar una pequeña llave. Fue hasta la caja fuerte donde guardaban el vino, la ostia y esos utensilios de oro y tomó la copa y el vino para volver junto a Julián.

-      Aún no deberías usar la sotana, no deberías tomar las confesiones y obviamente no deberías tomar eso... - comentó Julián, sin afán de detenerlo, solo lo comentaba.

Emanuel lo ignoró y tomó asiento. Llenó la copa de oro y, mirando desafiante a Julián, bebió un gran sorbo - Demándame... - retó y luego rió. Siguió tomando, para luego pasarle la copa a Julián - Es la sangre de Cristo... Tan solo estoy purificando mi alma... - se defendió, enfatizando sus palabras con gestos exagerados.

-      Primero te confiesas antes de beber la sangre de Cristo, tonto... - recordó Julián, pero no por eso dejó de beber.

-      Antes o después, eso son detalles... ¿Y quién eres tú para hablar de las reglas, padre Julián? Tú que te pasas conquistando el corazón de un montón de muchachitas... Hoy habré escuchado unos diez sueños húmedos contigo de protagonista y no fueron sólo de mujeres...

-      Como si tú no tuvieras admiradores... - rió Julián y acabaron brindando por los molestos feligreses que no se guardaban para sí sus pensamientos impuros...

-      A mí me divierten... - confesó Emanuel - Me hacen pensar en todo aquello que no tendré...

-      ¿Sexo? ¿Por qué no? Te la pasas rompiendo la mayoría de las reglas, ¿por qué no esa también?

Emanuel se quedó en silencio, sin encontrar el coraje para responder esas preguntas. Se sirvió más vino y bebió toda la copa de golpe. Golpeó el piso con la copa vacía y comenzó a hablar.

-      Quiero cambiar algo en mí, Julián... Algo que no esta como debería...

-      No me vengas con respuestas vagas, Emy. O me dices todo, o no me dices nada... - reprochó Julián, tomando la copa para servir más del líquido rojo.

-      Todo, ¿eh? Bueno, te lo diré todo desde el principio... Desde que tengo memoria, en mi familia nos han faltado muchas cosas... Éramos cuatro, mi padre, mi madre, mi hermano mayor Carlos y yo. Cuando tenía cinco años, mamá enfermó y no pudimos pagar su tratamiento. Murió antes de que cumpliera los seis... Todo fue muy rápido, casi no pude asimilarlo... Mi padre se dio al alcohol y las drogas y prácticamente fui criado por Carlos, que es tres años mayor que yo... - las palabras parecían dolerle, así que descansó un momento antes de continuar. Bebió un sorbo de vino directo de la botella - Podría hablarte de lo mal que lo pasé en casa, viviendo con mi hermano, pero prefiero ahorrarte esos detalles y pasar a aquel que me dejó en la calle... - nuevamente, calló, estudiando metódicamente las palabras que diría a continuación. No sabía si debía hablar de ello, pero tenía que sacarlo de su alma - Mi padre me hecho de casa porque me gustan los hombres... - confesó al fin, esperando un rechazo de parte de Julián.

-      ¿Y qué es lo que quieres cambiar? - preguntó Julián, con la voz afectada por el alcohol.

-      Lo que me hecho de casa... - respondió Emanuel, susurrando sobre la boca de la botella.

-      ¿Por qué? Tu padre fue un idiota... No debería importarte lo que él piense...

-      No es por mi padre... Es por mi hermano... Cuando mi papá me estaba insultando, él estaba allí y no hizo nada... Nada. Pude ver la vergüenza en sus ojos y entendí que había algo terriblemente mal en mí...

-      ¿Mh? ¿Qué esta mal? ¿Qué te gusten los hombres? ¡Por favor! Esas locas calenturientas que vienen a contarme sus fantasías están peores que tú...

Emanuel lanzó una estruendosa carcajada: - Tú, que eres cura, deberías sermonearme sobre el pecado de la sodomía y bla bla bla...

-      Bla bla bla... Te sabes el discurso, genial... Aquí, entre tu y yo, si te quieres meter un pepino por el culo, a mi me vale un huevo... - Julián no tenía el mejor vocabulario del mundo y su problema parecía agravarse por el alcohol. Emanuel trataba de aguantarse la risa para no interrumpirlo - Además, no entiendo todo ese rollo de curas gay... O sea, ¿a quién le importa? Se supone que todos cumplimos a rajatabla nuestros votos de celibato. Poco o nada importan nuestras inclinaciones sexuales... Si un clérigo se acuesta con una mujer o un hombre, es el mismo pecado...

-      ¿En eso piensas durante las misas? - preguntó Emanuel, ya sin contenerse la risa.

-      No, me lo dijo una niña rara, antes de que llegarás. Su madre la forzó a confesarse, pero ella no solamente se rehusaba a enumerar sus faltas, sino que era atea. Así que, para pasar el tiempo y despistar a su madre, comenzamos a conversar... Fue la mejor conversación que tuve en meses y fue con una niña diez años menor que yo... Para que entiendas lo que tenía que aguantar antes de que llegaras...

-      ¿Y ahora es mejor conmigo aquí? - preguntó Emanuel, muy divertido.

-      Amigo... - Julián rodeó los hombros del otro con el brazo y lo apretó contra su pecho - Me has enseñado que la sangre de Cristo elevado el espíritu hasta el mismísimo cielo... - Emanuel reía a carcajadas escuchando a su ebrio amigo.

-      ¡Salud! - exclamó, elevando la botella.

-      ¡Salud! - respondió Julián, levantando su copa. Julián, sin soltar a Emanuel, estudió la botella de vidrio y notó algo preocupante - Nos quedamos sin sangre divina... Como buenos vampiros, salgamos a cazar...

Apenas terminaron de cambiarse, salieron a recorrer las calles en busca del líquido divino. Emanuel se había robado algunos billetes de las limosnas para adquirir un vino de los buenos. Ambos iban caminando tranquilamente, aunque tambaleándose un poco cada tanto. Cantaban inocentes canciones infantiles con sus voces mezcladas con alcohol. "Dios es amor, la Biblia lo dice. Dios es  amor, búscalo y verás... En el capítulo cuatro, versículo ocho, primera de Juan".

-      Es en serio, ¿sabes? Lo dice así mismo: "Dios es amor" - comentó Emanuel, mirando a la luna que ya comenzaba a reinar sobre el cielo.

-      Ni idea...

-      ¿Cómo? ¿Acaso no eres cura?

-      Sí, y tú eres el que debe ser convocado. Yo ya he llegado a la meta... - Julián también alzó la vista. Irguió la mano para verla recortada por los rayos plateados.

-      De acuerdo, de acuerdo... Y... Dime, ¿por qué quisiste ser sacerdote? ¿Simplemente te gustaba la sotana? - preguntó Emanuel.

-      Mmm... Lo hice para no vivir en el mundo...

-      ¿Qué?

Julián frunció el ceño e hizo una mueca de disgusto. Nunca le gustó hablar del tema: - Es que tengo miedo... Miedo del mundo y su orden establecido. Miedo de encontrar un trabajo, una vivienda propia, de enamorarme, de casarme... Tengo miedo de todo eso... - no se atrevió a ver a Emanuel, pero imaginó que estaría viéndolo con cara de susto. A nadie le agradaban los locos.

-      ¿Y por qué tienes miedo? ¿Por cobarde, nada más?

-      Podría ser... -respondió Julián - Pero, en concreto, tengo miedo de la decepción. Con tantas cosas bellas de por medio, tiendo a soñar muy alto... y a golpearme muy duro. Me cansé de eso y me hice cura... - concluyó Julián.

-      No, alto... Yo fui bien específico contigo, así que tú tienes la obligación de detallarme más... - se quejó Emanuel - Dime algo de tu familia, ¿tenías hermanos?

-      No, era hijo único. Bueno, soy... Tuve una hermana durante algunos meses. Yo la llamaba Margarita... - Julián sonrió con ternura al recordarla - En realidad, nunca nació, ni siquiera vivió lo suficiente para que su sexo sea identificado, pero estaba tan encantado con la idea de tener una hermanita que esos detalles no me importaron.

-      ¿Tu madre... la abortó? - Julián asintió con la cabeza.

-      Mi padre no creía que el bebé sea suyo y se negó a cuidar a alguien que lleva su sangre. Mi madre, cegada por el miedo a la soledad y el más enfermizo amor, no salió con otra mejor idea que no sea deshacerse del retoño que lo estaba alejando... Supongo que soy loco de familia - concluyó Julián. Emanuel rió divertido por el comentario - Éramos una familia de locos de clase media que vivía en un bonito suburbio a las afueras de la gran ciudad... Un tanto cliché, ¿no crees?

-      Me gusta... - admitió Emanuel - Me consuela saber que hasta los niños bien pueden salirse del camino...

-      Y no sabes cuánto...

Desde entonces se había vuelto un ritual el esconderse en algún recoveco para beber. Su relación fue fortaleciéndose entre largas conversaciones, botellas de vino y locuras del alcohol. Julián notaba que Emanuel no perdía ni una sola oportunidad de tenerlo cerca, de tocarlo o de simplemente mirarlo. Había visto un extraño brillo en los ojos castaños que le hacía temblar, de miedo y de alegría. Todo en uno. Y le gustaba. Le gustaba que Emanuel estuviera cerca, que le hablara con ese tono único entre inocencia y perversión y lo rozara con esas manos suaves. Manos de ángeles... Sí, le gustaba tenerlo cerca... y más cerca... y más cerca...

Y el final comenzó a desencadenarse esa fatídica noche de primavera. Se habían quedado fuera hasta tarde, en un concurso de bebidas de la ciudad vecina. Llegaban a sus humildes aposentos entre hipidos y risitas traviesas. Decidieron compartir la misma habitación esa noche, para evitar que el otro acabara durmiendo en el pasillo. No habían decidido cual utilizar, así entraron en la primera con la que se toparon: la de Emanuel. Todo era tan austero como debía. Solo había un pequeño escritorio, con una silla también pequeña y una cama donde solo cabía una persona. Entraron entre risitas silenciosas y Emanuel, como estaba más ebrio, perdió el equilibrio e iba a caer de no ser por los reflejos de Julián. En vez de terminar en el piso, Emanuel terminó entre los brazos de Julián. Las risas se fueron apagando de a poco, hasta que la pequeña habitación quedó en silencio. Y los segundos se pasaron juntando minutos y ellos seguían cerca, muy cerca, viéndose a través de la tenue oscuridad de la alcoba. Ambos se veían con deseo, tanto Julián como Emanuel lo sabían. Sus labios picaban de tanta necesidad de contacto. Fue Emanuel que dio el primer paso, rodeando el cuello de Julián con sus brazos y acercando sus labios, hasta que sólo quedaron tensos centímetros entre ambos pares. Julián observaba esos labios, esos ojos. Sabía que estaba pasando en la mente de Emanuel, sabía que debía cerrar ese espacio.

De repente, los efectos del alcohol desaparecieron y Julián estaba siendo abrazado por una mezcla confusa de sentimientos. Lo deseaba tanto pero tenía tanto miedo. Lo único que deseaba era que esos centímetros entre sus labios desaparecieran, pero no podía ser él quién los desapareciera. Tenía miedo, demasiado miedo. Pero también sabía que la culpa de Emanuel no lo dejaría ir adelante. Necesitaba que Julián diera ese paso para saber que todo estaba bien, que ese deseo latente no era invención de su mente enferma y calenturienta. "No lo es", quiso decir Julián, "te deseo, te quiero... te... te...", pero no podía decirlo. Las palabras morían en su garganta, ahogadas por el temor.

-      Sé que lo deseas... - murmuró Emanuel, llegando a rozar sus labios con los propios - Por favor, Julián... Lo necesito tanto como tú...

Sí, lo sabía. No era solo deseo, era necesidad. Pero Julián siempre le había temido a todo eso, a vivir en un sueño del que despertaría y lo que Emanuel le pedía, lo que debía admitir... era tan bello que sólo podía ser un sueño. No quería soñar, soñar era abrirle puertas a la decepción y quería demasiado a Emanuel como para bajarlo de su pedestal y ver que era humano... No quería decepciones, no correría riesgos. No, no...

-      No... - murmuró y se alejó.

Emanuel pasó de asombrado a quebrado. No había otra palabra para describir aquella mirada triste y cansada. Emanuel se sentó en la cama, mirando al suelo, con una lágrima brillando en los ojos. Estaba quebrado. Julián lo había quebrado. "Lo siento", quiso decir, "en verdad lo deseo...", pero no eran solos las palabras las que se rehusaban a salir, sino también los actos correctos. Y Julián se sintió culpable, con aquel sentimiento quemándole su pecho, rogándole por salir. Aquel sentimiento que tanto temía... Julián se mordió el labio, ahogando el llanto que pugnaba por salirse. Sin decir palabra, abandonó la habitación, sabiendo que había decepcionado a la persona que más le importaba por culpa de sus estúpidos temores...

"Tal vez, debí purificarme más con la sangre de Cristo...".

Dejaron de verse por unos días. Hasta que un miércoles en el que Julián se dedicaba a poner en orden el altar, Emanuel apareció con las mismas ropas sencillas de su primer encuentro. Pero ya no se veía asombrado ni emocionado... Julián lo miró y entendió lo que pasaría. Sin necesidad de palabras, sabía que Emanuel venía a despedirse.

-      Obligaré a mi hermano a aceptarme... Yo... sigo siendo el chico que él cuidó, sigo siendo su hermano... - anunció Emanuel - Dejaré el sacerdocio... Más bien, lo dejé...

-      Emy... - llamó Julián, pero no sabía que decir. No quería verlo partir, pero no podía dar ese paso que Emanuel necesitaba para quedarse.

-      Solo tienes que hacerlo, Julián. Tienes que enfrentar tus miedos... Sabes que yo estaré allí... Allí contigo... - Emanuel no lo veía, sabía que si lo hacía se desharía en llanto.

-      Yo...

Emanuel se acercó a paso lento, hasta quedar a centímetros de Julián. Levantó el rostro y nuevamente dejó sus labios muy cerca de los de Julián, dejando que sus alientos se mezclaran en el aire. - Hazlo - susurró sobre sus labios - Hazlo y ven conmigo...

"Ir contigo... al mundo".

-      No puedo... No puedo...

El miedo le ganó la batalla aquel día. Sólo debía besarlo, sólo debía aventurarse a una vida con él, a amar, a soñar... Las personas normales lo hacen todo el tiempo. ¿Por qué no pudo hacer lo mismo? ¿Por qué se rindió ante el miedo y no ante ese bello sentimiento que Emanuel provocaba en él? Porque era ese sentimiento el objeto de sus más grandes temores. "Todo lo que más temo y todo lo que más anhelo... Es lo mismo...".

-      Que amarga ironía... Ahh... capaz si en aquel entonces tuviera más de la sangre de Cristo entre mis venas... Capaz eso me habría dado el valor...

Otro día comenzaba y Julián estaba en el confesionario, escuchando confesiones con un dolor de cabeza impresionante. Vestigios de la borrachera anterior. Nunca se acostumbraría a la resaca. La mujer que tenía al lado terminó su parloteo sin que Julián haya entendido una palabra. Le dio una sentencia estándar. "Ve a rezar tres padrenuestros y cinco avemarías...", o algo por el estilo. No podía pensar con nitidez en ese momento. Antes de que pudiera huir de la pequeña casilla, entró otro creyente a escupir sus pecados y ver si así el peso sobre su conciencia se alivianaba.

-      Perdóneme, Padre, porque he pecado... He dormido con más hombres que la mismísima puta de Babilonia... - lenguaje soez, herejía en su máximo esplendor. Irreverencia, honestidad cruda... Esa voz, esa voz... - Pero no me molesta lo que he hecho, me molesta el por qué... aunque usted venga a hablarme del pecado de la sodomía y bla, bla, bla... Lo que me parte el alma es buscar en alguno de esos hombres lo que aquel padre no me dio cuando pudo... Ese idiota que me dijo que estaba bien ser así, pero que no tuvo los huevos para fugarse conmigo. Maldito cobarde, hijo de puta, niño mimado... - y Emanuel siguió insultándolo sin saber que Julián estaba escuchando - ¡Y lo que más me revienta es que sigo amándolo! Habrán pasado unos cinco años y yo estoy aquí como idiota, anhelando ese beso que ese reverendo idiota no me dio... - la voz se le quebraba y Julián sabía que tras esa ventana con rejas, Emanuel estaba llorando - ¡Ese estúpido que no me amo lo suficiente! - exclamó, pero en un tono más agudo. Mentía, Emanuel sabía que Julián lo amó en verdad - A veces pienso que el culpable fui yo... Si tan solo lo hubiera besado... tal vez... tal vez... Él hubiera tenido el coraje de venir conmigo...

-      Emanuel... - habló Julián, encontrando al fin su voz - Hiciste lo que pudiste... - murmuró, dejándose caer en la silla totalmente desmadejado.

-      ¿Julián? - preguntó Emanuel, incrédulo pero ilusionado. Se levantó de inmediato y abandonó esa casilla para abrir la de al lado, encontrando a Julián con su sotana negra y una mirada perdida - ¡Julián! - lloraba. Emanuel lloraba lágrimas de alegría y tristeza...

Y Julián lo miraba asustado, temeroso a más no poder. La menuda figura de Emanuel se dibujaba frente a él como el estandarte de todo aquello que temía, que anhelaba...

-      Aún me temes... - concluyó Emanuel, con esa misma mirada quebrada de la primera vez - Mejor me voy... - nuevas lágrimas, esta vez de total decepción surcaron su mejilla.

Se dio vuelta y se dirigió a la enorme puerta de la iglesia. Julián tardó en reaccionar. En realidad, aún no pensaba cuando se paró y lo llamó a viva voz, pidiéndole que se detuviera. Emanuel se dio vuelta, esperando que Julián hiciera algo. Y esperó mucho, sin quejarse. No lo iba a admitir jamás, pero hubiera esperado una eternidad por las palabras de Julián. Julián lo veía allí, parado, inmóvil, expectante. La encarnación de todo aquello que temía pero a la vez deseaba... Maldita ironía, maldita estupidez... La luz del atardecer recortaba su figura en la puerta de la iglesia, dispuesto a irse como aquella vez. Se iría tal y como aquel día... Todo lo que temía, todo lo que anhelaba... Y entonces, Julián comprendió... Se decidió de una vez y caminó en dirección a Emanuel. Sin decir palabra, lo tomó entre sus brazos y lo besó. El primer beso de su vida, para la persona que más temía y anhelaba... No... No era cierto.

Emanuel era la persona que más necesitaba... La persona que más amaba...

"Y no necesite de la sangre de Cristo para notarlo, ¡já!"

 

Notas finales:

unos segundos mas de su tiempo para dejarme sus comentarios, es lo unico que pido...


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