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Trilogía del perfume de la rosa por Hekate

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Luego de tanta negación, de tanto desdén, te decidiste, has regresado.


Estás aquí, enfrente de mí, y no sé cómo reaccionar. Había imaginado diferentes posibles situaciones; había planeado las más variadas maneras de encarar el asunto, pero heme aquí sin saber cómo abordarte, qué decirte. Es entendible, si pienso que es la primera vez que vienes, después de tanto tiempo. Aunque no lo parezca, estoy feliz, realmente lo estoy. Solamente me gustaría hallar el modo de hacértelo saber.


Intento decirte algo, pero nada sale de mi boca. Bajas tu mirada. ¿Qué sucede? Comprenderás que no podemos quedarnos así por mucho más.


Tomo aire, me resuelvo: me acerco y te abrazo. Te dejas hacer, aunque noto cierta reticencia. ¿No me quieres? No importa… Ahora que estás aquí, no importa…


Huelo tu cabello, acaricio tu espalda. ¡Sigues pareciéndome tan delicado entre mis brazos! Sé que no es así, pero es la sensación que siempre me dio y me da gusto comprobar que no ha cambiado. Reconozco tu cintura y tu espina, la suave curvatura que delinea. Eres tú, el mismo, Afrodita, a excepción de esa fragancia que te envuelve. Te aprieto más fuerte, temo que te vuelvas a ir.


De repente, tus manos buscan mi cuello, te cuelgas de mí, como solías hacer desde niño, cuando te conocí durante tu entrenamiento allá en Groenlandia. ¿Lo recuerdas? ¿Cuando fui? Eras muy pequeño: escurridizo y desconfiado… Como ahora, no has cambiado, sólo ese olor… No es tuyo. Nunca imaginé, por ese entonces, que llegaría a amarte de esta manera.


 


Cuando desembarcaste en Grecia, estabas más crecido. Te apreciaba. Sabía que me admirabas y me regocijaba secretamente por eso. Solías juntarte con Milo, ¡todo el santo día de un lado para el otro con él! Al principio no le concedí demasiada relevancia; sin embargo, con el paso de los años y el arribo de Shaka, esa relación que mantenías con Escorpio se me hizo molesta. Le prestabas excesiva atención, no era bueno, descuidaban ambos sus entrenamientos y los asuntos de la Orden. De todos modos, lo que más me enervaba era que estuvieras con él.


Shaka llegó a ser la liviandad del sol para mí. Luminoso, agraciado, sensualmente circunspecto, la seguridad de la tierra debajo de mis pies. Me enamoré de él. Lo necesitaba. Me daba confianza y sosiego. No obstante, habrá sido por mi naturaleza dual o por ser un maldito egoísta, que sentí que me faltaba una parte, y esa parte eras tú. Esa parte mía, la más oscura, te invocaba a gritos. Me hacías, terriblemente, falta, eras mi ananké… Sí, eso, mi necesidad, presencia primigenia y fundacional que se me enredaba con brazos de hiedra y serpientes. Para ser uno, te necesitaba al igual que a Shaka. Costó trabajo, pero él, fiel servidor y amante brillante y comprensible, logró traerte hacia nuestro lado… Del mismo modo que ahora. No sé cómo lo hace, pero le estaré agradecido eternamente. Lo amo, él merece mi amor, no como tú; él se lo ha ganado, tú te lo robaste… ¡Mi Afrodita!


 


Finalmente, levantas la cabeza. ¿Por qué demonios tienes que ser tan hermoso? Te sonrío. Quiero besarte, ¡ya!. No te pediré permiso…


 


…Y sigues sabiendo igual. Me gusta.


Rozas con tus dedos mis labios y te relames, a la vez, los tuyos.


Saga… Tú…


¿Qué sucede?


–… Tienes gusto a canela –me dices con timidez, apartando nuevamente tu mirada y enterrando tu rostro en mi pecho. Recuerdo que te encantaba. Siempre que tenía, te convidaba y tú te paseabas con la ramilla en tu boca, ya saboreándola con deleite, ya mordiéndola con ansiedad. Y siempre me besabas y me decías que ésa era la forma más sabrosa de consumirla.


¿Aún te gusta?


Nunca, nunca dejó de gustarme.


 


 


 


 


 


 


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