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Tiempos... por AkiraHilar

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Hubo silencio... un silencio tan necesario como el proceso de aspirar aire, llevarlo a los pulmones y lanzarlo en un leve resoplo pausado.

-Recuerdo una vez-siguió Aioros y el menor sonrió un tanto viendo que a su hermano siempre le gustaba hablar de más; conversador de todo, necesitaba siempre ventilar sus ideas-, que después de un aumento varios compañeros fuimos a un bar, fue unos meses antes de su muerte-prestó atención-. Bebimos celebrando el aumento, y la mayoría se fueron despidiendo, quedándome yo con él, porque Saga se había pasado con la bebida. Parecía de alguna forma abatido y bueno, no podía dejarlo en esas condiciones, aunque yo andaba un poco mareado, aún podía contar los dedos en mi frente-rio un tanto, con nostalgia-. Intenté evitar que pidiera otro trago pero fu imposible. Terco como él solo, cuándo decía algo simplemente no se detenía hasta obtenerlo. Sin embargo, allí bebido, me dijo cosas que jamás pensé oírle a él. Me dijo que me envidiaba... Fue, como decirlo, duro escucharlo de él; criticando que a veces era un tanto olvidadizo y que en otras algo desordenado, que él sentía que su trabajo era más eficaz que el mío pero... por ser yo, por mi, digamos, carisma, siempre recibía mejores incentivos. Por eso se esforzaba de más, trabajaba más, se estresaba más...

-Aioros...

-Le pregunté entonces, ¿por qué? ¿Qué era lo que lo tenía en esa carrera? La empresa no le exigía más, estaba totalmente conforme con su trabajo, entonces, ¿por qué? Me dijo que lo hacía por él; no porque se lo pidiera, sino porque quería darle lo mejor, quería llenarlo de lujos, cumplirle la promesa de viajar a Hungría... Shaka abandonó a su familia por él, quería hacerle sentir que todo valió la pena.

Aioros se apartó un poco del auto, dándole suficiente tiempo a su hermano de sopesar las ideas, ordenarlas, darse un nuevo panorama de lo que estaba ocurriendo en él y en Shaka, que lo que estaba sintiendo no era malo... tampoco lo que Shaka sentía lo era.

-Según me dijeron, Saga murió en un restaurant cenando con él. Estaba comiendo cuando recibió la llamada de que un proyecto al que tenía meses trabajando se cayó... tuvo un paro cardiaco... murió en sus brazos-el mayor enfocó sus ojos en el menor, lo miró como si buscara infundirle comprensión-. Quizás Saga se equivocó, ¿pero podemos juzgarlo? Simplemente lo amaba...

Y de la misma manera tampoco podía juzgar el duelo de Shaka.

-Yo no quiero ser un sustituto...

-Ninguna estrella nace para sustituir a una que murió, ni ningún niño para sustituir la vida de un anciano. Simplemente estaban destinados a vivir, y todos tenemos la misma oportunidad...

Y esperanzas...

-No dejes de brillar, Aioria.

Y decisión...

Al otro día volvió a la oficina, a la misma hora buscó la taza de café. Fue hasta su oficina, lo saludó, tomó la taza vacía, colocó la nueva llena, observó el retrato, miró el cómo los labios delgados del rubio probó su propio café...

-Gracias...-le escuchó las primeras gracias luego de un café-. Gracias por siempre quedarte unos minutos de más-y sintió que valía la pena brillar y esperar hasta que su brillo alcanzara el cielo de Shaka.

Los encuentros prosiguieron, los café se seguían compartiendo. A veces Aioria traía alguna de sus mejores fotografías, Shaka le mostraba extractos de algunos de sus artículos personales que quería publicar en otras revistas, le hablaba de que le gustaría hacer una reseña periodística interesante... Ya Aioria no hablaba con la espalda del rubio: por esos veinte minutos que tomaban, Shaka le daba la espalda al computador, hablaba, le escuchaba, le interpelaba. Él, Shaka y el retrato en medio de ellos.

Semanas después enfermó de un resfriado y notó que su ausencia no pasó desapercibida, que Shaka se había preocupado por no haberlo visto. Se sintió observado, su brillo no estaba pasando desapercibido... poco a poco se estaba haciendo notar.

Algunas salidas de almuerzos, con otros compañeros, integrándolo al equipo-lo cual supuestamente era su primer objetivo-. Pesé a un poco de la introversión que tenía Shaka; los acompañó, los escuchó en silencio, dio algunos comentarios, pareció cómodo. Y entonces se acercó el día de su cumpleaños. Aioria azorado buscó que podía regalarle, de qué forma podía hacerle saber lo que sentía sin ser demasiado efusivo o evidente, de qué manera...

Entonces la vio, una camisa de finas líneas azules y esmeraldas, brillante, viva, con luz. Una que se imaginó sobre el rubio como una hermosa pieza de colección, una que gritaba lo que él veía en él. Pagó por ella, por el envoltorio, por el lazo que la asistente decoró con una sonrisa coqueta en labios. Lo tomó entre sus manos seguro de lo que estaba a punto de hacer, seguro de que el camino que había tomado era el correcto.

Shaka no esperó, por su parte, el agasajo que en la oficina le hicieron por su cumpleaños. Aioria se había encargado de correr la voz; y entre secretarias, fotógrafos, redactores y editores formaron una pequeña fiesta en la hora de almuerzo, trayendo tortas, entremeses y bebidas para celebrar entre todos. El griego no había esperado semejante respuesta, pero se sonrió al ver que pese a su silencio, Shaka se había ganado el apreció de aquellos, aunque reservado en las salidas, siempre atento para escuchar. Le hicieron una cartelera donde todos pegaron una cantidad de cosas, algunas demasiado pasadas de mano que otra, unas pocas capaces de hacerlo enrojecer con lo que decían.

Fue la primera vez que lo vio sonreír, tenuemente. Y sonrío, con el corazón desbordado de sentimientos hacía él, al comprender cada día más porque sentía esas profundas sensaciones hacía Shaka, porque empezaba a amar cada gesto, a querer desenterrar más y más de ese hombre que parecía querer tragarlo todo, con esa fuerza pero al mismo tiempo, esa entrega, esa luz dulce que es capaz de dejarte ciego de un estallido, o guiarte a los más dulces pastos. Una suave calidez que pensó no sentir.

Y a veces sentía que Shaka también lo miraba, con emociones encontradas, aunque la mayor parte del tiempo adjudicaba que era de seguro jugadas de su propia mente.

-Shaka-lo alcanzó entonces ya al final del día de su cumpleaños, en la salida del edificio. Vio los azules mirarlos y se sintió presa de ese delicioso nerviosismo-. Ten, esto... lo compré, pero no quise entregártelo entre tantas personas presentes-extendió la caja de regalo, con una sonrisa emocionada-. Lo vi y... me acordé de ti.

El rubio se quedó sin habla, con la mirada fija en él y un leve carmín que tiñó sus mejillas blancas. Tomó con sus manos la caja y con cuidado buscó el filo del papel de regalo para irlo separando con una delicadeza y meticulosidad que Aioria pensó era casi religiosa. Eso, esos detalles de Shaka, esa perfección cuasi divina que él emanaba, la delgadez de sus manos, la elegancia de sus nudillos, sus uñas de su muñeca fina. Sus gestos, sus rostro, la fina forma en que fueron delineados sus labios delgados y la manera tan sutil de haber modelado su nariz, las espesas pestañas doradas, sus cejas peinadas y cuidadas... esos ojos azules que se alzaron a verlo y lo dejaron sin aliento.

Abrió su boca para decir algo, más no halló que decir ante esa mirada entre sorpresa y regocijo que Shaka le había enviado. Y luego una sonrisa, tan sincera, tan cálida, tan real: que azotó contra su mente como una lluvia de emociones que atestaron hasta su cabeza.

-Muchas Gracias Aioria...

¿Cuánto tiempo pasó? Aioria podría jurar que desde aquella taza de café habían pasado años por la cantidad de recuerdos que ahora albergaba de Shaka, por lo que aprendía de él, por el cómo le conocía. Desde aquella oportunidad, cuando por primera vez rompió su rutina para ir con su camisa puesta él sintió que su brillo se acentuaba, que sus sentimientos estaban llegando a Shaka y despejando la niebla de una ausencia. Que estaba generando nueva luz, una distinta, no necesariamente mejor o peor, simplemente era una nueva luz, una necesaria, una reconfortante, una que tenía la oportunidad de brillar y no pensaba desaprovechar.

Por eso cuando Shaka empezó a hablarle algunas veces de ese hombre, pesé a la pulsada de celos que le torcía los intestinos: lo escuchó, lo dejó hablar. Eran simples menciones, inevitables, de recuerdos, de años, de vivencias que aún Shaka guardaba en él. Se sentía por un lado afortunado de que Shaka quisiera compartir algo de tan apreciado valor emocional con él, pero se preguntaba si acaso eso no significada que la niebla más bien se espesaba, con ánimos de no dejarlo brillar con fuerzas.

Entonces llegó Diciembre y por un consejo de su hermano decidió invitar a Shaka a pasar navidad en su casa, con su madre y Kanon, que en ese tiempo estaba desembarcado y por petición del rubio tuvo que aceptar. Por esa razón,en aquella noche, con sillas en el patio de su casa, una hielera con algunas cervezas, un poco de música y las carcajadas de Aioros y Kanon: pasaron la velada, Aioros contando chistes de su infancia y Kanon de sus viajes alrededor del mundo en los barcos.

-¡Era en serio! ¡Estábamos todo el batallón en proa alimentando a los peces luego de esa intoxicación!-exclamó Kanon con una carcajada que contagio a los demás. Ya se imaginaban a los fuertes marinos en esas circunstancias poco heroicas. Shaka había evitado beber demasiado, aunque Kanon parecía no querer prestara atención a eso.

-¡Debió ser un pésimo brindis de noche buena!-consintió Aioros con otra risa alegre, amenizando el momento.

-Sí, sí, sí que lo fue. ¡Pero cada vez que lo recordamos en el barco es para reírnos de las caras que teníamos! ¡Menos mal que no estábamos en guerra!

Entre carcajadas y carcajadas la noche pasó, los chistes menguaron y ya Kanon veía el reloj.

-Tengo que irme, me esperan unos compañeros para una parranda marinera-Shaka también miró su reloj-. ¿Te  puedes quedar si quieres, Shaka?

-No, tampoco quiero abusar, creo que yo también debo retirarme.

-Yo los llevó-de inmediato se ofreció Aioria-, no es bueno pedir taxi en esta temporada-y ambos asintieron.

Dejó primero a Kanon en el bar donde se reuniría con sus compañeros,diciéndole a Shaka que cerrara todo, ya que él tenía sus llaves. Con ese último pedido el griego partió con el rubio al lado, hasta el edificio de departamentos, como otras tantas veces en esos meses. Hubo silencio, mutuo, ambos al parecer abstraídos en sus propios pensamientos. Como si quisieran decir mucho, y al mismo tiempo no se atreviera. Aioria pensaba en que ocurriría en cuanto Shaka entrara a ese apartamento, de nuevo se viera encerrado en ese lugar donde ocurrieron tantas cosas, en esa época, en ese lugar...

-¿Quieres pasar?-y como las aves que salen despavoridas de sus nidos en medio de la noche, todo pensamiento fue desgranado ante esa petición. El nerviosismo se acumuló en la punta de sus dedos y sus labios se entreabrieron para musitar un sí casi sin aire.

Si al principio, en aquella primera vez que recorrió esas paredes de los pasillos se sentía totalmente perdido, en ese momento los nervios apenas le permitían caminar. Subió al ascensor con él, y ante cada aviso del aparato sobre su posición, Aioria se sentía con las expectativas a flor de piel, azorado, nervioso, emocionado incluso, esperanzado de que quizás las cosas pudieran avanzar más, aunque la idea de estar con él en aquel lugar donde vivió con su pareja no le era nada cómoda. Aún así entró a la casa cuando Shaka se lo pidió y se sentó en el comedor justo como el rubio le convidó.

Lo vio calentar en una taza un poco de chocolate, batir leche, sacar unas galletas horneadas y una torta negra con frutillas de la nevera. Sirvió el chocolate caliente, las galletas en un platón de vidrio en el centro y algunas rodajas de la torta, todo con una vajilla navideña que parecía tener guardada. Aioria ya no sabía que esperar, sólo estaba seguro que al paso que iba lo tomaría del cuello y lo besaría hasta dejarlo sin aire: al sentirse así, tan atendido y bienvenido en ese lugar donde...

Si, aún estaban fotografías de él...

-Has sido lo mejor que me ha pasado en este año, Aioria-y esas palabras lo atrajeron irremediablemente-. Creo que esta navidad no pensé que la pasaría acompañado, el año pasado me había quedado viendo algunas películas. No soy de ir a los lugares que suele visitar Kanon-y enormes deseos, sí, de besarlo-. Pero gracias a ti he pasado una amena noche, en compañía. Extrañaba eso-de abrazarlo, de decirle cuanto lo...-. Eres un gran amigo, Aioria.

Todo aplastado por ganas de llorar...

Aioria medio sonrió, sintiéndose estúpido, queriendo reírse de sí mismo, de sus expectativas, de creer que avanzaba cuando sentía que más bien daba vueltas, una y otra vez, sin adelantar, ni retroceder, solo amando más y doliéndole más, sólo esperando más, obteniendo más y siendo esto aún insuficiente. Enamorado, idiotamente y felizmente enamorado.

Tomó una rodaja y la comió, tratando de endulzar lo que sentía, su dolor, su necesidad insatisfecha. Lo vio comer unas galletas, murmurando lo rica que estaban, llenándose las mejillas hasta que estas se inflaran graciosas. ¿Cómo estar así si tenía la oportunidad de estar con él, seguir con él, acercarse a él?

¿Si la niebla se estaba espesando, no debía él brillar más?

-Shaka, háblame de él-el rubio levantó la mirada sorprendido con el pedido-. Cuéntame, ósea, ¿cómo lo conociste? Digamos que no parece ser del tipo que se consiguen en una biblioteca.

-Es una historia larga y puede que sea algo aburrida-se disculpó, sonriéndose con esa ternura que evocaba a viejos recuerdos.

-Vamos Shaka, me encantaría saber. Es decir, mi hermano habla muy bien de él-los azules lo miraron con una congestión dentro de ellos-, siempre habla como alguien admirable, fuerte...

-Y noble...-susurró el hindú, colocando la taza en la mesa-. Saga era un hombre complicado, pero en lo complicado de él, era tierno y era bondadoso. Pese a que sus ideales pudieran sonar egoísta, el trasfondo de ellos era una utopía pensando en los demás. Esa contraposición me dio curiosidad, parecía a veces tan inalcanzable y sin embargo, algo de él llamaba, como si necesitara una seguridad, algo por lo cual luchar o lo cual proteger-suspiró-. El siempre decía que yo era su calma y para mi él era mi fortaleza. No sé en que momento terminé enamorado de él, cuando la línea de respeto y admiración dejaron de ser suficiente; sólo sé, que cuando me di cuenta ya estaba dentro de su enorme laberinto y no quería salir-hubo una pausa, mientras Shaka tomaba un sorbo del chocolate y luego un bocado de la torta-. Cuando estudiaba en la universidad, tuve un trabajo de medio tiempo en un restaurant como mesero. Debíamos llevar un clavel rojo dentro del bolsillo de nuestra chaqueta negra, siempre lo recuerdo... en una de las veces él me quitó el clavel rojo. La primera vez que lo vi fue...

Una larga historia... sólo en eso pudo pensar Aioria conforme lo escuchaba. Una larga y sincera historia, una larga e intensa historia. Una historia llena de todo: de vaivenes, de altibajos, de duelo de orgullos, de atracción, de amor y de pasión, de un torbellino que los enredaba, los separaba, los unía, chocando y estallando al ritmo de los átomos, en constante movimiento, en constante colisión, colisión que parecía unirlos, aferrarlos, convertirlos en un solo ente, en un solo sentir. Y mientras Shaka relataba aquellas páginas de su pasado, dejaba caer y deslizar el hilo de ese carrete del ayer; su voz se entorpecía, su voz se enturbiaban, sus manos vibraban y los zafiros de sus ojos amenazaron con romperse.

Pronto las palabras costaban salir de su garanta... pronto lo vio pelear por no derrumbarse y él, ya llorando, traspasado por las lágrimas y por la historia, por el brillo de aquella estrella que se había extinguido hace tanto: lo abrazó, le regaló su pecho. Y Shaka lloró en él.

¿Había hecho bien? ¿Estuvo bien hacerle esa pregunta? ¿Confrontarle con el recuerdo? No lo sabía, en ese momento sólo se sentía preso del cumulo de emociones que azotaban a su pecho, contra su tórax, descarnando violentamente su temple y sus fuerzas, sintiéndose pequeño ante todo lo que había escuchado y representado Saga Andreatos en su vida.

Su huella era tan irremediable como su ausencia...

-Cuando estaba en el suelo, en mis brazos...-prosiguió Shaka, luego de largos minutos sólo respirando, tratando de recuperar el aliento, sintiendo una tenue caricia de Aioria sobre su oreja, peinando sus cabellos dorados-, su mirada... su mirada fue tal... fue como si quisiera lanzar un grito, como si me suplicara que no lo dejara ir. Me tomó la mano con fuerza... y al final... vi arrepentimiento, él más crudo y cruel arrepentimiento... cuando sus ojos se apagaban, cuando sus parpados se cerraron... Yo... yo no supe que hacer-Aioria tragó grueso, reforzando su abrazo, ahogado en palabras que sabía no tendrían efecto y en las sensaciones, las cuales ninguna de ellas ni siquiera junta a las otras lograrían compararse en intensidad lo que Shaka sentía en ese segundo-. De allí, todo fue confuso. Sólo sé que me llevaban de un lado a otro. Milo me decía que me vistiera, que me arreglara, que él haría las llamadas... Escuchaba a personas llamarme, veía rostros de conocidos y algunos que no, no los conocían. Era todo tan extraño... hasta que lancé el ramo de claveles que le pedí a Milo en una de mis abstracciones... cuando me vi con las manos vacías...-y comprendiendo... el gesto, de aquella imagen, aquella primera imagen que lo había golpeado de lleno-, cuando me di cuenta que ya no estaba en mis brazos... que ya no lo abrazaba, ¡que se me había ido, Aioria! Yo... ¡sentí que me había ido con él!

-Debió ser duro...-musitó, conteniendo su espíritu, siendo paciente, intentando serlo...

-Lo fue...-pegó su frente contra el hombro de Aioria, aferrándose a él como si en ese momento necesitara no encontrarse solo-. Me sentí culpable...-y aquello lo había lastimado más que su propia visión de lo que sentía comparado a esos recuerdos-, me deprimí, pensé en que pude haber cuidado mejor de él. Que quizás si no le hubiera dicho de mis ideas de visitar a Hungría...

-No, no Shaka, escúchame-apartó el rostro blanco de su pecho, para mirarlo fijamente, para perderse en las tempestuosas aguas azules que representaban su mirada-. Shaka, mi hermano cada vez que me habla de él, dice que no lo había visto tan feliz y tranquilo desde que te conoció. Sí, quería darte todo, se esforzó de más, pero era porque sentía que no te daba suficiente felicidad...

-¿Pero que más quería? Yo lo amaba a él así, tal cual, no... no era necesario...

-Yo también creería lo mismo­...-hubo silencio... un silencio donde Aioria trataba de contener los deseos de decirle lo que sentía en ese momento, de ahogarlo con todo lo que guardaba para él-. Shaka, la felicidad que debiste crearle para él debió ser tan grande que, aun sabiendo que se le había agotado el tiempo, no quería partir. El luchó por verte tan feliz como le hacías sentir a él y si, quizás no era necesario, quizás se equivocó... Pero es que tú... tu eres simplemente especial... yo también haría locuras por proteger la sonrisa de ese porta retrato que está en la oficina y en todas las fotografías que tienes aquí...

Las miradas permanecieron una sobre la otra, uno diluyendo las palabras, el otro conteniendo las propias que querían salir atropelladas en un beso a esos labios húmedos de lágrimas. Mas Aioria mordió sus labios y Shaka cerró sus ojos, escondiendo de nuevo su cabeza en el pecho del compañero, buscando de nuevo el refugio de esos brazos, el calor... Los consiguió y se tomó de él, respiró de él, se dejó sumir en la placentera pradera que él representaba.

Notas finales:

Continua...


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