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.:El Zar:. por Alaya-chan

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Notas del capitulo:

Bueno, después de acabar el instituto, de superar un trasplante de pulmón (de los dos) y un cáncer, aquí vuelvo con ganas de seguir escribiendo. Siento haber tardado tanto con el siguiente, pero las conidiones no han sido las más óptimas. Como recompensa, os traigo un capítulo un pelín largo (30 páginas de word) que espero que os guste. 

Habrá algunas aclaraciones al final, pero procurad leerlas después de capítulo porque contienen spoilers.

Como prometí, aquí os lo traigo, y pienso continuarlo y terminarlo.

Espero que os guste.

XII

TODO LO QUE SUBE DEBE BAJAR

Siempre le habían tomado por un hombre valiente que no le tenía miedo a nada, que sus más profundos miedos residían en perder un valioso botín o quedarse sin comer una semana.  Tan solo el pelirrojo se había ganado la suficiente confianza como para conocer uno de sus más ocultos temores. Pero tenía otro. Uno muy vergonzoso a su ver. Una idiotez, que enlazaba a un trauma, más bien. Porque tenerle auténtico pánico a los lobos era algo que mucha gente sufría. Pero de eso, a la sensación de temor que envolvía su cuerpo cuando se le presentaba una situación como en al que se había envuelto, no tenía perdón. Estaba seguro de que si alguien se enteraba, se reirían de él y su reputación caería en picado. Así que tuvo que abandonar la taberna, sudando frío y seguramente pálido como una sábana. Solo esperaba que nadie le hubiese visto, porque entonces iba a tener problemas. ¿Cómo había llegado a esa situación?

 

Retrocedamos tan solo unas horas.

No entendía para nada como, desde que el enano dormía con él, era capaz de soñar. Esas horrorosas pesadillas que se agolpaban en su cabeza hasta hacía apenas dos meses y medio. Diciembre entraba con su frío  polar característico de ese clima norteño, sus nevadas casi a diario que hacían la calles de Moscú casi intransitables, los días con el cielo completamente cubierto que no dejaba entrar un rayo de sol durante las pocas horas de luz que tenían; e incluso, algunos días, bien entrado el invierno, ni siquiera tenían horas de luz. Por eso, más o menos calculada la fecha, apretaban con la caza para tener suficientes provisiones para esos días, pues ningún loco se atrevía a aventurarse en el bosque estando todo casi a oscuras. Sergey abrió los ojos, echado boca abajo sobre el colchón, con las manos bajo la almohada y su cabeza sobre la misma,  y tapado hasta los omóplatos. Aún estaba un poco aturdido, pues acababa de despertarse. Nada se movía en la habitación. Levantó la vista para ver que, aunque ya se lo esperaba, el cielo se había levantado ese día de un gris plomizo que podía deprimir hasta al más pintado. Sin apenas moverse, giró la cabeza para buscar a su acompañante con la mirada.

No sabía si el menor había pasado frío o no, pues pasó la noche de un tirón y no se había enterado de nada, porque en ese momento lo veía recostado de lado, tapado casi hasta las orejas y hecho un ovillo, aún completamente dormido. Aunque aún andaba un poco obnubilado y el cuerpo no le respondió, sonrió para sus adentros. Que mono era ese idiota. Cuando ya tuvo control total sobre su cuerpo, se giró para quedar de cara hacia el pelirrojo, procurando no despertarlo mientras se movía, y se acercó a él. Apoyó el codo sobre la almohada para sujetar la cabeza y con la otra mano comenzó a acariciar el suave pelo del muchacho que yacía soñando junto a él. Luego se percató de una presencia más en la habitación. El cachorro se había hecho un ovillo y estaba ahora durmiendo en una esquina, encima de los restos de una capa que usó Dimitri en su momento. Ese bicho se parecía al dueño que lo había rescatado. O eso le pareció a Soul en ese momento. Se quedó estático un momento y bajó la mirada cuando notó que su acompañante se movía para acercarse aún más a él y pegarse a su pecho. Pero, para decepción del mayor, lo debió de hacer en sueños, inconscientemente, y seguramente buscando calor. Aunque bueno, tampoco le parecía una mala idea que se le hubiese acercado en sueños. Y se le ocurrió una idea pervertida. ¿Estaría teniendo sueños eróticos con él? Una sonrisa socarrona y muy lasciva apareció en sus labios. No creía. Pero podía provocárselos. Ya lo había intentado en alguna ocasión con alguno de sus ligues y la jugada le había salido que ni pintada. Claro, que esa vez no podía pasarse mucho, porque no se atrevía a tocar a Dimitri sin su consentimiento. Entre otras cosas porque el enano era incapaz de volver a hablarle solo para joderle un poco. O mucho, dependiendo de cuánta mano le metiera. Suspiró. A lo mejor no era tan buena idea. Pero es que solo de pensarlo ya se estaba poniendo cachondo. Bueno, intentaría que no se le fuera mucho la mano. Aunque iba a ser algo difícil tratándose de él, y tal y como de loco le volvía ese cuerpo, pues no le iba a poner las cosas más fáciles. Bueno, siempre había sido un hombre con suerte, así que iba a abusar un poco de ella en aquel momento. Si le salía bien, a lo mejor Dimitri se animaba y todo. No iba a pensar mucho en ello, pues sabía que le traería malas consecuencias. Y eso que todavía no había empezado siquiera a tocarle o, al menos, no físicamente. Porque en su mente se lo había tirado algo así como un centenar de veces, por lo menos. Sin contar todos los sueños eróticos y las burradas que se le habían pasado por la mente. En fin, que ese enano le quitaba el hipo, el aliento, el frío y algunas cosas más que no iba a comentar. No pensaba decir nada, la verdad. Tampoco le hacía falta. Solo lo pervertido que se estaba volviendo ya era una prueba de ello.

Se dejó recostar de nuevo en la almohada, colocando uno de los brazos sobre el colchón y el otro sobre el costado del muchacho, y se movió para que su rostro quedara a la altura del sereno y tranquilo del menor. Sonrió. Como le saliera bien la jugada se lo iba a pasar pipa. Y simplemente no quería pensar que pasaría si le salía mal. Eran demasiadas opciones para discutirlas en ese momento en su cabeza. Decidido, se acercó a él  y le dio un suave beso sobre los labios. En un principio no obtuvo respuesta, así que repitió el intento. Entonces notó como se movía y soltaba un suave gemido, aunque no llegó a identificar si era de molestia o de placer. Metió el brazo que tenía sobre el costado del pelirrojo debajo de las mantas para volverlo a colocar en el mismo sitio, esta vez separando su mano de la piel de Dimitri por nada más que la tela de la camiseta que llevaba puesta el joven. El muchacho se revolvió en el sitio, pegándose al cuerpo de Sergey, que sonrió con picardía y la victoria pintada en los labios. Volvió a besarle pero, esa vez, el muchacho pareció querer corresponderlo, aunque algo torpe, debido a que estaba dormido. El rubio coló la mano por debajo de su camiseta para acariciarle la espalda y empujarle contra sí. Lo escuchó gemir y comenzó a aguantar el beso, que hasta ese momento solo habían sido bastos choques de labios. Y fue cuando le notó abrir levemente, y ¿cómo iba a desaprovechar tal oportunidad? Así que le introdujo la lengua.

Y notó como el menor colocaba las manos sobre su pecho, y le empujaba suavemente.

Abrió los ojos y se encontró con un sonrojado y despierto Dimitri, que lo miraba con cara de circunstancias y la duda en sus ojos azules. Sergey sonrió.

-          ¿Q-Q-Qué haces? – tartamudeó, incapaz de entender la situación.

-          Experimentaba – dijo el mayor sentándose y encogiéndose de hombros.

-          A claro, y yo soy tu conejillo de indias, ¿no? – refunfuñó incorporándose hasta quedar sentado sobre el colchón – Como Dimitri es bajito y delgado pues ¡ala! A violarlo mientras duerme. Que seguro que no se entera – comentó con el ceño fruncido. El ladrón perdió la sonrisa.

-          No pretendía ir tan lejos. Mi intención era que tuvieras un buen despertar – mintió.

 No podía decirle lo que en realidad pretendía con sus actos. Lo tacharía de pervertido, si es que no lo había hecho ya. Dimitri negó un momento con la cabeza, tal vez intentando poner en orden sus pensamientos, sin dejar de mirarle a los ojos. Lo escuchó suspirar. A Soul le extrañaba que no hubiese perdido aún el rubor que cubría las mejillas. ¿Sería que había funcionado su plan?

-          Pues no lo vuelvas a hacer – soltó, bajando la cabeza y la mirada hacia las sábanas.

-          ¿Por? – sonrió el mayor con picardía, iba a tantearlo un poquito - ¿Con qué estabas soñando, pillín? – el menor abrió los ojos desmesuradamente y su rubor creció hasta límites que ni el propio ladrón creía haber visto. Había dado en el clavo.

-          ¡Eso no te interesa! – casi gritó y se giró para quedar de espaldas a él, apoyar los pies en el suelo y comenzar a ponerse ropa de abrigo.

-          Seguro que te has puesto cachondo y todo – soltó en un susurro, pero pretendiendo que el menor lo escuchase. Sonrió cuando lo vio encogerse mientras se ponía las botas.

-          Eres idiota – le escuchó decir – Vamos Tima. Vamos a desayunar tú y yo.

No había reparado en que el cachorro de boyero estaba despierto hasta que lo escuchó nombrar de labios de Dimitri. No sabía si la reacción que había tenido el menor ante su comentario había dado porque era algo vergonzoso o porque en realidad si que se había puesto cachondo. Pero comenzaba a pensar que hasta él mismo lo estaba un poco. Lo vio salir de la puerta, algo embobado, con las manos apoyadas por detrás de él y sobre las que tenía apoyadas todo el peso de la espalda. Soltó una suave carcajada mientras sacudía la cabeza. Había conseguido que se enfadara. Nota mental: No volverlo a hacer. A no ser que se lo pidiera, claro. Aunque para entonces pretendía que el menor estuviese despierto.

 

Después de haberse abrigado, bajó las escaleras y recorrió un par de galerías de piedra para ir hasta la taberna. Intentaría hacer las paces con Dimitri. En realidad no le hacía ninguna gracia que el menor estuviese enfadado. Quizás sí que se había pasado un poco. Pero es que le tentaba demasiado. Sabía que eso no era una excusa, teniendo en cuenta que él ya era un hombre adulto que debía responsabilizarse de sus actos y controlarse; pero Dimitri era Dimitri, y lo tenía demasiado loco como para no caer en la tentación. Eso añadido a que estaba demasiado confuso con todo eso. Se sentía perdido y a la vez sabía lo que tenía que hacer en cada momento. Bueno, no lo sabía. Más bien lo que estaba haciendo era seguir sus instintos que, acostumbrado a que no le fallaran, comenzaban a ser su único as en la manga con todo lo que estaba sucediendo. Suspiró hondo al entrar en el sitio, abarrotado de gente a esas horas y se detuvo cuando todavía no había dado apenas dos pasos dentro, intentando localizar al menor con la mirada. Suspiró resignado cuando lo vio sonreír sentado en la barra y hablando con un par de locas que acostumbraban a traerle de cabeza. ¿Sería la venganza del menor? Se merecía una, pero no hasta ese punto. Se pasó una mano por el pelo y se acercó a ellos.

-          ¡Seriozha! – gritó Lilya cuando lo vio llegar.

-          Buenos días – dijo con una leve sonrisa y acarició el pelo del pelirrojo, que lo miró interrogante - ¿Sigues enfadado? – preguntó.

-          No estaba enfadado – comentó apartando la vista hacia su plato de desayuno – Pero procura no volverlo a hacer, ¿vale?

Sergey soltó una leve carcajada y le dio un suave beso sobre la coronilla, cegado por el calor del momento y ajeno a todo lo que le rodeaba. Solo se percató de lo que acababa de hacer cuando sus ojos se encontraron con la sorprendida mirada de la rubia, que hasta ese momento no había dicho nada. Soul levantó una ceja divertido. ¿Y esa mirada?

-          Vaya, Sergey. Eso no me lo hubiese esperado ni en sueños. En realidad has cambiado más de lo que yo creía– dijo, dulcemente y ladeando su cabeza.

-          Pero, Tasha, ¡se ha vuelto aún más mono de lo que ya era! – dijo la muchacha abrazando a la rubia y con los ojos brillándole.

El menor le miró. Vale, se había perdido. ¿De qué coño iba todo eso? No entendía nada de lo que estaban diciendo. ¿Qué cojones pasaba allí de repente?

-          Y eso que decías que el amor te sentaba fatal. – comentó la rubia.

-          Eh, perdona, eso lo dijiste tú – soltó molesto el ladrón.

-          Pero tú no lo negaste, cariño. Voy a por tu desayuno – y desapareció de allí, seguida de la pelirroja, que le dedicó una ancha sonrisa antes de marcharse.

Anonadado, vio a ambas mujeres desaparecer por la puerta de la cocina. Luego se encogió de hombros y se giró hacia Dimitri. Aunque estaba enfrascado en su desayuno, bueno, en sus pensamientos más bien, lo veía sonreír como un idiota, como se le hubiesen contado la mejor cosa del mundo, y con la mirada perdida. El ladrón suspiró. No entendía nada. Iba a ser verdad que algunas veces era un poco cortito para algunas cosas. Apoyó un codo sobre la barra de madera y la cabeza sobre la mano, mirando hacia la nada y pensando sobre lo raro que había empezado ese día.

 

Después de desayunar y de un largo día de caza, en el que por cierto no se atrevió a tocar a Dimitri, entre otras cosas, porque no tuvo siquiera tiempo, llegaron a la guarida ya bien entrada la noche y con apenas un par de liebres y un jabalí de tamaño mediano. Aunque no iban muy contentos con la captura, eran todo lo que habían podido cazar, pues el frío apretaba bastante y los animales no se atrevían a salir. Eso y que tuvieron problemas porque les tocó moverse un par de veces de árbol para no entumecerse hasta la congelación. Al entrar en la taberna, vio un rayo rojo pasar junto a él, o eso le pareció, y abrazar al joven que iba a su lado con las dos presas más pequeñas.

-          ¡Nos teníais preocupados! – gritó la pelirroja, casi sollozando - ¡Estábamos a punto de enviar una partida de busca si no aparecíais en la siguiente hora! ¡Incluso Tima empezaba a ponerse nervioso! ¡Que bien que hayáis vuelto! ¡Yo-

-          Lil, tranquila, que casi no me dejas respirar – soltó el muchacho.

La joven se separó de él, pero aún seguía rodeándole el cuello con los brazos mientras lo miraba intensamente, cosa que no le gustó a Sergey. Y ¿desde cuando la llamaba Lil? ¿Por qué todos estaban tan raros de repente? ¿O era solo él? Bah, a la mierda con todo. Estaba volviéndose loco y punto. No tenía otra respuesta en ese momento. Apretó los dientes y dio gracias al cielo de que llevara el puerco a cuestas y tenía las manos ocupadas, porque si no los hubiera separado de un empujó allí mismo. Y no creía que estuviera bien visto.

-          Es que estaba preocupada. Me he pasado todo el día haciendo una pelota con tela y quería jugar contigo y con el cachorrito. ¡Y si te pasaba algo se me fastidiarían los planes! Y ya me había echo ilusiones – sollozó mientras soltaba al menor y se secaba las lágrimas con la manga del jersey. El muchacho sonrió dulcemente.

¿Era por eso? Sergey se echó a reír. Había sido un estúpido y ahora lo comprendía todo. No se estaba volviendo loco: era estúpidamente celoso y posesivo. Aunque sabía de sobra que él no era quién para decirle al pelirrojo con quién debía o no debía estar, pero es que eso ya era pasarse. Ambos jóvenes de pelo rojo se le quedaron mirando, Dimitri con el ceño fruncido.

-          ¿Qué te hace tanta gracia? – preguntó algo molesto.

-          Nada, en serio – dijo sacudiendo la cabeza cuando se le pasó el ataque de risa – Es que algunas veces soy imbécil, nada más. – ahora era el muchacho el que sonreía.

-          ¿Y lo notas ahora? – preguntó y cogió ambas liebres con la misma mano. La otra la colocó en la cintura de la muchacha – Vamos Lil.

Vio como se alejaban en dirección a la barra de la taberna y se sorprendió al darse cuenta de que no le molestó el gesto del menor para con la muchacha. En cierto modo entendió que lo hacía como venganza por lo que había pasado esa misma mañana. Aparte sabía que ambos se caían muy bien. Y eso le gustaba. Acomodó al jabalí sobre sus hombros dando un suave salto sobre las puntas de los pies y se encaminó hacia el mismo lugar al que se habían dirigido los jóvenes.

Después de haber dejado el jabalí junto con el resto de las presas que había ido llevando sus compañeros durante la tarde, salió de nuevo a la taberna, buscando al joven pelirrojo con la mirada, pero sabiendo que era en un vano intento. Posiblemente estaría con Lilya y con el cachorro aprovechando el tiempo. Suspiró. No le hacía ninguna gracia. Pero eso no era lo peor. La sensación que tenía en el cuerpo de sentirse solo si no estaba el enano revoloteando alrededor no le agradaba en lo absoluto. Hasta ese momento siempre había sido así y nunca había necesitado a nadie. Sergey se pasó una mano por la nuca. Estaba visto que no tenía remedio. Notó como apoyaban algo sobre su costado y se giró, pero eso solo sirvió para encontrarse de bruces con una nariz húmeda y un saludo de lo más curioso.

-          ¡Seriozha, dale un beso! – casi gritó la joven, sosteniendo al cachorro entre sus manos.

-          Lilya, apártalo de mi cara, haz el favor – la muchacha hizo un puchero.

-          ¡Pero si es muy mono! ¿Cómo puedes resistirse a no abrazarlo y besarlo? – esa conversación solo hacía que recordarse lo que había intentado aquella mañana. - ¿A que sí, Dima? – percatándose de que el muchacho estaba a su lado por primera vez, solo lo vio sonreír tímidamente.

-          En realidad es adorable – dijo acariciando al animal detrás de las orejas cuando Lilya lo apretó suavemente contra su pecho.

-          Lo que pasa es que Sergey ya encuentra suficiente mono a Dima como para que ande pensando en el pequeño Tima.

Dimitri levantó la cabeza, ruborizado. Dios, como la odiaba. Soul frunció el entrecejo y se volvió hacia la barra de la taberna, sobre la que estaba apoyada cierta rubia que comenzaba a ser de verdad una molestia. El ladrón apretó los puños. Como odiaba que lo conociese tan bien. O quizá es que se había vuelto demasiado transparente desde que conoció al joven.

-          ¿Por qué no te metes en tus asuntos de vez en cuando, Natasha? – sentenció, haciéndose notar molesto. La rubia sonrió.

-          Es que es más divertido así.

-          Pero aún así, ¿a que Tima también es muy mono, Seriozha?

Sergey miró hacia el cachorro y de reojo a Dimitri, que esperaba paciente por la respuesta del joven. Aún seguía algo ruborizado. ¿De verdad esperaban que comparara al enano pelirrojo con ese chucho? Vamos, hombre, pero si eso era imposible. El bicho ese no le hubiese llegado a los talones a Dimitri en la vida. Claro, que en ese sentido, tampoco podía ser objetivo que dijéramos. Volvió su vista hacia el cachorro. Si lo pensaba un poco, se parecía demasiado a Dimitri como para no pensar que era mono. Suspiró, resignado, y con una leve sonrisa en los labios.

-          Supongo que sí.

Lilya gritó de emoción, asustando al animal que llevaba en brazos y el joven sonrió. Quizá habría merecido la pena.

-          Lil, no grites así, que me vas a dejar sordo.

-          Perdón – sonrió al pelirrojo – es que me emocioné. No muchas veces puedes escuchar decir a Seriozha que algo es mono – lo miró un momento, haciendo una pausa. Escucharon una voz proveniente de la cocina.

-          Lilya, ayúdame con las cenas, que ya es la hora – soltó Natasha, que ya se ponía en camino a entrar en la cocina.

-          ¡Ya voy! – entregó el cachorro al muchacho delante de ella y lo miró un momento – Aunque seguro que tú ya estás acostumbrado a que te diga que eres muy mono – dijo y comenzó a andar mientras el joven se ponía colorado – Y seguro que te dice otras cosas peores.

-          ¡Lilya! – gritó molesto el pelirrojo, colorado de pies a cabeza, y viendo como la muchacha se alejaba con una sonrisa en los labios.

Bueno, al parecer, él no era el único con el que se metían. Pero si que se le antojaba extraño el hecho de que fuese la pelirroja la que se metiera con el muchacho. Solía ser Natasha la que siempre andaba metiendo baza. Solo rogaba a Dios que la joven no siguiera los pasos de la rubia, porque si era así, estaba aprendiendo el oficio de metomentodo muy bien. Demasiado bien. Sintió que el joven le miraba y bajó la cabeza. Dimitri apartó la cabeza, sintiéndose pillado de lleno, y dejó a Tima en el suelo para sentarse en una de las banquetas junto a la barra. Sergey soltó una suave risita maquiavélica, o eso pensó al oírse, y le acarició el pelo al joven, que se encogió ligeramente con el contacto, mientras se sentaba a su lado. Supongo que cada uno tendría sus propios problemas en ese momento. Los ojos azules se clavaron sobre él y Sergey le dedicó una mirada cómplice que el pelirrojo devolvió con la misma energía. Sonrió ampliamente, pensando que debía parecer un tonto, pero poco le importó en ese momento. Realmente comenzaba a pensar que no había tanteado del todo lo que se le venía encima. Apartó la vista del pelirrojo para centrarla en un buen plato de carne de jabalí que justo llevaba la rubia en la mano y que colocó delante de él.

-          Qué aproveche – sonrió la mujer y se retiró a seguir sirviendo.

Durante el tiempo que había permanecido al lado de Dimitri aprendió que debía vivir cada minuto porque puede escaparse y cambiar todo en cualquier momento. Y eso es lo que pretendía hacer con su cena en aquel preciso instante. Cuchillo y tenedor en mano, comenzó a desmenuzar el filete que se le antojaba apetitoso, intentando olvidar por un momento dónde estaba y con quién para saciar su estómago, pero la presencia de Dimitri era demasiado cercana y demasiado fuerte para que pudiera siquiera centrarse del todo. Le atraía tanto como la miel a las abejas, como la luna a las mareas, como el polo norte al polo sur del imán. Y se percató, en ese momento, justo en ese momento, de que el enano pelirrojo se había vuelto una droga para él. ¿Y tenía que darse cuenta justo ahora, cuando el primer trozo de su cena había quedado a unos centímetros de sus labios? Manda huevos. Se le había quitado el hambre de repente. Miró de reojo a Dimitri, cuyo apetito, al parecer, no había sido minado y suspiró. Después de la paliza que se había dado cazando, si no comía algo iba a dormir nada. Y, cuando iba decidido a meterse, por fin, el trozo de carne que llevaba un buen rato pinchado en el tenedor, notó cómo le tiraban de la manga. Se le estaban poniendo demasiadas trabas aquella noche para cenar. Quizá no debía hacerlo. Dejó el tenedor sobre el plato y giró la cabeza hacia el lado en el que habían llamado su atención para encontrarse con un enano de cabello castaño. Alexey sonrió ampliamente.

-          ¿Qué pasa, enano? – preguntó el rubio, girándose en el taburete para verlo mejor.

-          Todo bien – contuvo un momento el aliento, o eso le pareció a Sergey y prosiguió, ahora con el entrecejo fruncido – Me hiciste una promesa – sentenció.

El ladrón abrió mucho los ojos. ¿Promesa? ¿Qué promesa? No estaba muy seguro de lo que decía el castaño pero, con la de cosas que le habían sucedido en los últimos días, no era de extrañar que no se acordase. Más bien creía que empezaba a perder la memoria, como algunos de los ancianos. Alexey pareció darse cuenta de que dudaba y resopló.

-          Me prometiste que me llevarías de caza algún día.

-          ¿Yo? – preguntó.

-          Sí, tú.

Vale, no decía que no se lo hubiese dicho. Pero ¿prometérselo? Definitivamente tenía que mirárselo. O estaba perdiendo lucidez o sus sentidos estaban demasiado atrapados últimamente. Miró de reojo a Dimitri, que parecía no haberse enterado de nada, enfrascado en su comida como estaba, y luego fijó la vista de nuevo en el castaño.

-          Está bien – suspiró – Te llevaré conmigo un día de éstos. – Alexey sonrió y eso le dio ánimos, emocionándolo – Subiremos a un árbol y esperaremos pacientemente a que salga una presa. ¿Sabes trepar, no?

-          ¡Por supuesto! – dijo dándose un golpe en el pecho y con aire altanero, más característico del mayor que del joven de pelo castaño.

-          No me esperaba menos, chaval – dijo y le revolvió el pelo.

-          Pero iremos tú y yo solos – aclaró.

-          Pues claro que iremos solos. No hace falta nadie más para cazar. – sentenció, ligeramente molesto por el comentario. ¿Quién se creía que era?

-          Entonces, ¿para cuando? – sonrió el menor con los ojos brillándole de la emoción.

Sergey se acarició la barbilla con los dedos índice y pulgar y, cuando iba a contestar, escuchó un ruido sordo detrás de él.

- Ya terminé – escuchó decir al menor.

Estaba ¿molesto? O al menos así le pareció a Sergey que había sonado. No alcanzó a ver nada, porque Dimitri pasó a su lado a una velocidad impresionante, dejándolo solo con Alexey. Parpadeó un par de veces, confundido.

-          ¿Qué ha pasado? – preguntó Natasha detrás de él.

-          Eso me gustaría saber a mí.

Dijo y se levantó del taburete para seguirlo, sin siquiera despedirse e ignorando el llamado a voces del joven castaño.

Lo había visto dirigirse a las termas. Sobraba decir para qué se dirigía allí. El asunto es que no creía recordar que llevara consigo un cambio de ropa limpio, aunque en ese momento le importaba poco y quedaba en un segundo plano. ¿Qué coño le pasaba? No le entendía. Por el camino hacia las termas comenzó a sudar y tuvo que quitarse la capa, los guantes y uno de los jerseys que llevaba puestos porque no aguantaba el calor.

Al llegar empujó la puerta y oteó el lugar con la mirada, pero no encontró a Dimitri. Dejó la ropa que llevaba colgada del brazo en un perchero para que no le estorbara. Ya luego la recogería, si es que se acordaba, que esa era otra. Si el pelirrojo no estaba a la vista estaría metido en uno de los cubículos, duchándose. Sonrió de medio lado al divisar la ropa del joven a la entrada de uno de ellos. Se acercó con paso ligero y llamó a la puerta despacio.

-          ¿Dimitri?

No obtuvo respuesta. Vale, empezaba a cabrearse. Sergey no era conocido por su paciencia.

-          Dimitri, sé que estás ahí. – silencio de nuevo – Podías responderme al menos.

Escuchó un sonido metálico muy débil y luego agua cayendo. Posiblemente se estuviera aclarando, así que esperó a que saliera. Apoyó la espalda sobre el marco del cubículo contiguo a esperar y con los brazos cruzados, intentado explicarse el porqué de la extraña actitud de Dimitri. El pestillo se giró y el ladrón se separó de la madera. Luego vio salir al menor, empapado de arriba abajo y con una toalla alrededor de la cadera. Sorprendentemente, la imagen de un mojado Dimitri no le impresionó, quizá porque le molestó que ni siquiera le mirase. Se intentó acercar a él, pero el joven estiró el brazo y apoyó la mano en su pecho para impedirle avanzar.

-          ¿Qu-… -

-          Déjame en paz, ¿quieres? – dijo mirándole duramente y con el entrecejo fruncido.

Sergey quedó pasmado en el sitio un momento, momento en el que el pelirrojo se metió en la piscina. Vale, acababa de comprobar que estaba enfadado. Ahora tenía que saber el porqué de su tonto enfado. Porque no le había hecho nada. Al menos no conscientemente. Se giró y se acercó al borde de la terma, justo a su lado.

-          ¿Se puede saber que coño te pasa? – dijo casi gritando. Comenzaba a enfadarse.

-          No te importa – dijo sin siquiera mirarlo. Sergey apretó los dientes y le agarró el rostro para girarlo hacia él. Quería que le mirara.

-          Sí que me importa. ¿Qué te pasa? – Dimitri bajó la mirada.

-          Nada. Déjame. – dijo secamente y se apartó de él.

El ladrón dio un golpe sobre el borde de la piscina y se giró hacia uno de los toalleros. De desvistió allí mismo, sin importar si había alguien o no y se colocó la prenda alrededor de la cadera. Estaba furioso. Era demasiado evidente que le pasaba algo. Le parecía completamente absurdo que intentase ocultarlo. ¿Estaría tratando de llamar la atención? Si supuestamente estaba bien antes de la cena. ¿Qué pasaba? ¿Que le había sentado mal y se le había subido al cerebro o qué? Si Alexey no se hubiese acercado a él a lo mejor sería más fácil saber lo que le pasaba a Dimitri. Espera un momento. El rubio sonrió de medio lado, pasándosele el enfado de repente. ¿Sería eso? ¿Alexey? Se acercó al borde de la piscina y se metió, justo al lado del pelirrojo, al que pareció darle igual todo, y echó la cabeza hacia atrás.

-          Le he dicho a Alexey que mañana iré con el de caza, así que tendrás que buscarte otro compañero o quedarte aquí en la taberna a ayudar a las mujeres. – le escuchó chasquear la lengua. Y volvió a sonreír.

-          Haz lo que te de la gana, como siempre. – Soul lo miró de reojo.

-          ¿Puedo preguntar algo?

-          Tú pregunta. Y si me da la gana, contesto. – dijo si dignarse a mirarlo. No había apartado la vista ni un momento del agua.

-          ¿Estás celoso de Alexey?

Bingo. Lo vio abrir los ojos desmesuradamente y luego fruncir el entrecejo fuertemente, pero no lo miró en ningún momento. Se escurrió un poco para intentar ocultar el sonrojo que se había puesto en sus pómulos. Sergey estaba a punto de echarse a reír pero se contuvo. Sabía que eso solo empeoraría la situación.

-          Así que era eso.

-          ¿Qu- Qué te hace pensar que estoy celoso de ese niñato? – evidentemente, estaba molesto. Muy molesto.

-          ¿Te lo enumero o te hago una lista? – dijo mirándolo directamente, con una ceja levantada y una sonrisa semi malvada en sus labios.

Lo vio escurrirse un poco más y como su rubor aumentaba. Su entrecejo se relajó, pero seguía sin mirarlo.

-          ¿T-T-Tan evidente es? – susurró.

-          Pues sí. – realmente no, pero una pequeña mentira no le iba a hacer daño. – O vamos, ¿cómo puedes estar celoso de ese renacuajo?

-          Pensaba que yo era tu compañero de caza y que no me podías sustituir. Además, también le llamas enano.

Sergey no lo aguantó más y se echó a reír.

-          Si llego a saber que te ibas a reír de mí me hubiese ahorrado el comentario. Me marcho. – dijo notablemente enfadado y preparado para levantarse.

-          Vale, vale. Ya me callo – dijo agarrándole del brazo.

-          Eres idiota, Sergey – sentado otra vez, le miró de reojo por primera vez.

-          Es que me ha hecho gracia de verdad. Pensaba que te molestaba que te llamara enano.

-          Y me molestaba. – le encaró – Me molesta. Pero creía que… - silencio.

-          ¿Creías que qué?

-          Nada, déjalo – dijo y su vista volvió a posarse sobre el agua.

-          Oh, vamos. – soltó – Ahora lo dices. No pretenderás que me quede así, ¿no?

-          Te he dejado con las ganas más veces…

No sabía si iba con segundas el comentario, pero Dimitri pareció darse cuenta de lo que había dicho porque se ruborizó levemente.

-          Maldito enano – dijo y le rodeó con los brazos para atraerlo hacia él.

-          ¡Eh! ¡Sergey! ¡Suéltame!

-          Sí, hombre. Cómo que te lo has creído.

Joder, parecía mentira la fuerza que había adquirido el enano en ese tiempo, pero aún no alcanzaba la suficiente como para librarse de su musculado cuerpo, entrenado a lo largo de los años. Cuando lo tuvo bien agarrado, o por lo menos de la manera que el quería, comenzó a pasarle los nudillos por la coronilla, frotándolos con fuerza.

-          ¡Sergey! ¡Me haces daño! – gritó, aún intentando librarse de ese abrazo de oso.

Agarrado como lo tenía, podía notar la respiración y el movimiento del tórax de Dimitri, los músculos entre costillas se movían al compás de su respiración y a la par de su pecho, mientras el resto de su cuerpo aún trataba de zafarse de su fuerte agarre. El brazo de Sergey notaba todo y, mientras su mente se centraba en todos esos hechos, sus nudillos dejaban de moverse. El pelirrojo se quedó estático un momento cuando su tortura cesó, pero no el agarre con el que el rubio le había atrapado, y giró la cabeza apenas segundos después. La mirada de Dimitri denotaba confusión en un principio, cambiando de repente a una entre apurada y avergonzada, lo que le dio a entender que su propia mirada no era precisamente la más adecuada pero, dada las circunstancias, poco le importó. Ya se le había nublado el poco sentido común que tenía cuando se quedó mirando a aquellos ojos azules marinos que le volvían loco.

-          Sergey, te veo las intenciones, y no.

Cómo lo conocía. Sonrió de medio lado, giró la vista un momento para comprobar que no había nadie, aunque a él no le importara, pero tenía que hacerlo para que Dimitri no se sintiera demasiado incómodo. Le agarró la barbilla con el índice y el pulgar de la mano que hacía lo que parecía una eternidad había estado torturando al pelirrojo entre sus brazos, mientras movía la otra mano, colocándola sobre la nuca del muchacho. Y luego lo atrajo hacia sí, para unir sus labios en lo que le pareció un hambriento beso, y cerró los ojos. Dimitri apoyó las manos en su pecho para intentar deshacerse de él; pero a pesar de eso, no parecía molestarle del todo el beso, pues comenzó a corresponderle. El ladrón introdujo la lengua en la boca del menor y comenzó a explorar su cavidad, notando como le rozaba con los dientes, no sabía si debido a su inexperiencia o es que quería jugar. Esperaba que fuera lo segundo. Dimitri movió las manos hasta colocarlas alrededor del torso de Sergey y se movió hasta quedar sentado entre las piernas del rubio, con las suyas colgando a un lado, y sacudiendo un poco el agua de la piscina en la que, aunque no lo notasen, aún seguían los dos. El mayor movió los dedos que hasta entonces habían tenido agarrada la barbilla del pelirrojo, y guió la mano hacia su espalda, acariciando los omóplatos y la notoria columna del menor, hasta llegar casi a la cintura, donde se detuvo, aún besándolo.

No sabía qué pasaba, estaba entre mareado y eufórico, como si hubiera bebido más de la cuenta, embriagado de algo que no sabía identificar. ¿Así se sentía cuando se enamoraba uno? Porque teniendo al pelirrojo con él podría llegar a pasar olímpicamente de la cerveza. Detuvo las caricias y le dio un último corto beso al menor, apoyó la frente en la suya y abrió levemente los ojos para mirarlo a la cara.  Los ojos de Dimitri estaban enfocados en el agua que estaba entre el poco espacio que había entre sus pechos, que casi se rozaban, y , como no, estaba completamente rojo. No se cansaba de verlo avergonzado. Simplemente le encantaba cuando se ponía tan tímido como en ese momento y volvía una bola de nervios roja. Era encantador. El pelirrojo subió un poco la mirada para encontrar un par de ojos ambarinos fijos en él, mirándolo embobados. Apretó la mandíbula, se ruborizó de nuevo y se acercó un poco más al rubio para apoyar la cabeza en el hueco entre el hombro y su cuello. El gesto sorprendió al ladrón.

-          ¿Cuándo aprenderás que no es no?

-          Nunca. Creo que me conoces de sobra para darte cuenta.

Lo escuchó tragar. Abrazó al cuerpo que tenía entre sus brazos, apoyando la cabeza sobre la pelirroja del menor, notando la humedad y suavidad de su pelo, y Dimitri se abrazó a él. Y se percató de que no necesitaba nada más. Solo esa sensación nueva para él de sentirse vivo, querido por alguien, pleno. Permanecieron así minutos, cada uno completamente absorto en sus pensamientos, con el único sonido de fondo que el agua cayendo o el chapoteo de las termas, envueltos en una suave neblina causada por la acumulación de vapor en la sala. Y nada más.

-          Nos vamos a arrugar – susurró el menor. Parecía no tener ganas de hablar.

-          Me da igual.

-          Ya, pero a mí no – Sergey sonrió.

Su corta conversación no había sido más que un conjunto de susurros. Pareciera que ninguno quería interrumpir el aura que se había formado a su alrededor, además de que el pelirrojo no se había movido a pesar de sus palabras. No volvieron hablar hasta unos minutos después, ninguno supo cuántos, que sí que comenzó a moverse.

-          En serio, Sergey, se van a preguntar dónde estamos.

-          Si ya lo saben, ¿qué más da? – aunque sabía que a él no le daba igual.

Se revolvió entre sus brazos. Sergey soltó un quejido de fastidio pero dejó que se separara de él. Dimitri le miró un segundo, durante el que ni siquiera fue a los ojos y se levantó para salir de la piscina. Sergey se quedó allí un momento. ¿No se atrevía a mirarlo a los ojos? Ya empezaba otra vez. Su comportamiento predecible algunas veces e impredecible otras le volvía completamente loco. Suspiró. Hizo un cuenco con las manos y cogió agua para pasársela por la cara. Mientras se frotaba los ojos para quitarse los restos de líquido, se quedó estático al notar unas manos sobre sus hombros, por detrás. Y se le subió el corazón a la garganta cuando el pelirrojo le dio un suave beso en la base del cuello, donde había tenido apoyada la cabeza.

-          Voy tirando. Te espero fuera.

Se separó de él y escuchó cómo se alejaba y salía de la sala, mientras el seguía estático, anonadado, atónito y un millón de sensaciones más, con el corazón como un caballo salvaje cabalgando libre por las praderas rusas. Incluso llegó a notar, aunque no lo admitiría, como la sangre se le subía a la cabeza. Cuando por fin reaccionó se levantó de repente, saltando por encima del borde, y fue directamente a cambiarse. Se sentía eufórico, de repente le apetecía echar a correr. Se sentía como un potrillo que empezaba a vivir y su madre le había dado la libertad para salir corriendo hacia donde quisiera, descubrir mundo. Era como si le hubiese dado una sobredosis de energía. No supo como coño había conseguido vestirse en condiciones, pero lo había logrado. Con una sonrisa de gilipollas, que seguro que la tenía, salió de las termas y el fresco debido a la diferencia de temperatura se golpeó en la cara, pero no le importó para nada, y comenzó a andar hacia la taberna. Según avanzaba por el pasillo a grandes zancadas iba escuchando como aumentaba el ruido, más de lo normal, por lo que le entró la curiosidad y apretó la marcha. Cuando llegó a la taberna no se esperaba encontrar un gran grupo de ladrones, entre los que se encontraba el enano pelirrojo, alrededor de una joven.

Siempre le habían tomado por un hombre valiente que no le tenía miedo a nada, que sus más profundos miedos residían en perder un valioso botín o quedarse sin comer una semana.  Tan solo el pelirrojo se había ganado la suficiente confianza como para conocer uno de sus más ocultos temores. Pero tenía otro. Uno muy vergonzoso a su ver. Una idiotez, que enlazaba a un trauma, más bien. Porque tenerle auténtico pánico a los lobos era algo que mucha gente sufría. Pero de eso, a la sensación de temor que envolvía su cuerpo cuando se le presentaba una situación como en al que se había envuelto, no tenía perdón. Estaba seguro de que si alguien se enteraba, se reirían de él y su reputación caería en picado. Así que tuvo que abandonar la taberna, sudando frío y seguramente pálido como una sábana. Solo esperaba que nadie le hubiese visto, porque entonces iba a tener problemas. ¿Cómo había llegado a esa situación?

No sabía como su inconsciente le había guiado hacia una de las galerías de la guarida que llevaba directamente hacia la trampilla de la casa en la que dormía. Esperó unos minutos, apoyado en la pared, esperando que se le pasara aquella sensación de pesadilla. A pesar del frío, él seguía sudando, y tuvo que darse por vencido y seguir recorriendo la galería, temblando ligeramente mientras rezaba, no sabía a qué, que se le pasara el pánico que se había apoderado de él. No podía permitírselo. Tuvo que hacer un esfuerzo a mayores para subir las escaleras de la última parte de la galería y empujar con todo su peso la trampilla si quería echarla a un lado, cuando normalmente le sobraba con hacerlo con un único brazo. Empezaba a preocuparse, pero sabía que lo primero era tranquilizarse y, al no conseguirlo, había optado por subir a la habitación y echarse en la cama. Con un poco de suerte, daría el resultado que esperaba. Hizo un último esfuerzo para subir hasta el rellano del segundo piso, entró en la habitación cerrando la puerta tras de sí. La habitación estaba completamente a oscuras, a excepción de la poca luz nocturna que entraba por la ventana y de algunas brasas calientes que aún permanecían encendidas en uno de los rincones, pero no se molestó en encender una vela. Se la conocía demasiado bien y solo resultaría molesta. Algo aturdido, se sentó en la cama y se pasó las temblorosas manos por la cara y el pelo. Luego agarró la almohada, que colocó en el lado que supuestamente iban los pies, se quitó las botas, los guantes y la capa, los cuáles tiró descuidadamente al suelo y se echó sobre el colchón, con la cabeza encima de la almohada y puso el antebrazo derecho sobre sus ojos.

Elena era una muchacha preciosa. Hacía casi un año que se había casado con uno de los ladrones con los que había vivido desde pequeña, más o menos de su misma edad, y fue una gran alegría para Natasha el saber que estaba embarazada. Pero una cosa era enterarse de la noticia y otra muy distinta era verla con su notable vientre hinchado por su condición. Si los lobos le daban pánico, las mujeres embarazadas hacían que se pusiera catatónico. Cada vez que había tenido aquellas recurrentes pesadillas, soñaba primero con unos lobos que lo perseguían y, antes de despertarse, aquel grito desgarrador de terror producido por una mujer, que estaba completamente seguro que era de su madre cuando él nació, dando su vida a cambio de la de su hijo. Suspiró y sintió un escalofrío de terror que le recorrió todo el cuerpo, a pesar de que la habitación estaba bastante templada. Estaba seguro de que su miedo a las embarazadas venía del trauma hacia la muerte de su madre. Bueno, decir miedo era quedarse corto, porque cada vez que veía una le daban todos los síntomas de un ataque de pánico. Con todo ello, había aprendido a llevar una máscara que ocultaba sus miedos, ganándose es reputación de superladrón despreocupado y omnipotente, o al menos eso había intentado. Aún le temblaban las manos, pero había dejado de sudar frío y su respiración se había vuelto normal. De repente, escuchó unos pasos subir las escaleras y la puerta se abrió lentamente. Sergey no se movió, esperando que fuese Dimitri el que había entrado. Quién quiera que fuese, cerró la puerta tras de sí con la misma lentitud con la que la había abierto y se movió por la habitación hasta quedar sentado en el colchón. No le hizo falta escuchar su voz para saber que se trataba del pelirrojo.

-          Sergey, ¿estás bien? – preguntó, preocupado.

Intentado quitarle importancia, levantó el brazo que aún seguía sobre sus ojos y le miró medio sonriendo.

-          ¿Debería no estarlo? – Dimitri frunció un poco el entrecejo.

-          Pues la verdad no parecías estar muy bien cuando saliste de la taberna pálido como la nieve.

Le había visto. Y posiblemente no hubiese sido el único. En la oscuridad, notó como la sangre le abandonaba la cara y volvía a ponerse pálido. Las manos volvieron a temblarle y, por primera vez, era él el que estaba avergonzado por las palabras de Dimitri y apartó la mirada de sus ojos azules. Se incorporó quedándose sentado sobre el colchón de plumas.

-          Sergey…

-          No hables. Es una estupidez – soltó, bastante hosco.

-          No es una estupidez si te pone así – susurró. Parecía molesto, pero poco le importaba en ese momento. A pesar del comentario, Soul no le miró - ¿Qué ocurre? Cuando salí de las termas estabas bien. Creo – esperó a que el rubio hablara, pero ni siquiera se movió – Yo… ¿es culpa mía? ¿Hice o dije algo que no debía?

Ahora sí que lo miró, interrogándolo con la mirada. Pudo ver en su mirada, a pesar de la escasa luz de la estancia, como la duda, el miedo y la confusión llenaban sus preciosos orbes azules. Sus rasgos faciales se habían endurecido ligeramente e incluso parecía asustado. ¿Cómo podía pensar que era culpa suya?

-          Qué idiota… ¿por qué piensas eso? – preguntó, apenas en un susurro.

-          No sé… Yo… Sergey… es que, no me gusta verte así. No estoy acostumbrado a verte débil y… me-me he asustado… p- - el rubio le colocó una mano en la boca para impedirle continuar.

-          Dimitri, no. No has sido tú. No podrías haber sido tú. Y menos después de lo que pasó en las termas. – le quitó la mano de la boca y lo vio ruborizarse – Es… algo mío.

-          Como… ¿como lo de tus pesadillas? – intuyó.

No quería mentirle, pero no se sentía cómodo hablando del tema. Confiaba lo suficiente en él, de hecho debía agradecerle que gracias a su presencia había soñado por primera vez como una persona normal, sin romper nada y sin levantarse agotado. Pero estaba inseguro. ¿Y si se lo contaba y se reía de él? O peor, ¿y si se alejaba? No quería correr ese riesgo. Pero, ¿qué podía hacer? ¿Eludir la pregunta? Sabía de sobra que el pelirrojo era lo suficientemente cabezón y persistente como para sacarlo de quicio para que se lo dijera. Suspiró y bajó la cabeza, apartando su mirada de la del chico. Se colocó una mano sobre los ojos y luego se la pasó por el pelo ya seco. Dimitri se subió a la cama y se sentó junto a él. Notó como colocaba una mano sobre su espalda.

-          Es… es como dijiste. Es una parte de mis pesadillas que no te he contado – lo miró de reojo. Sabía que lo escucharía atentamente. Inseguro de él mismo, cosa rara en el ladrón, continuó – Al terminar mis pesadillas, siempre escuchaba el grito de una mujer. Creo que es el de mi madre cuando me dio a luz antes de morir – las manos le temblaban y no podía creer que se lo estuviera contando a alguien.

-          Elena.

-          Sí.

Dimitri bajó la cabeza y cortó el contacto visual. Lo hecho, hecho estaba. ¿Qué haría ahora? ¿Marcharse? ¿Reírse de él? Solo pedía a los dioses que por favor no le apartaran del pelirrojo por unos simples miedos.  Soportaría cualquier cosa menos que se marchara; aunque se riera de él. Pasados unos minutos, quizá los más largos de su vida, reunió el valor suficiente para romper el silencio.

-          Dimitri…

El muchacho se movió en la cama y se acercó al borde. Por un momento, la sangre se le congeló en las venas. Se iba. Dios, no quería que se fuera. Pero sus peores temores se vieron apagados cuando escuchó un sonido sordo de una bota que caía al suelo. El menor se levanto cuando se hubo quitado ambas botas, se desabrochó la capa, se quitó los guantes y ambos jerseys que llevaba puestos, quedando completamente desnudo de cintura para arriba. Sergey estaba completamente atónito.

-          ¿Qué-

-          Túmbate – le ordenó el menor.

Sin rechistar ni nada, apoyó la cabeza de nuevo sobre la almohada, que seguía en el lado erróneo de la cama, sin apartar ni un momento la vista de aquel cuerpo que tan loco lo volvía, mientras el pelirrojo se subió de nuevo a la cama y se acercó a gatas por el colchón hasta él, sentándose a horcajadas sobre su cadera. Si antes estaba atónito, ahora tenía un lío mental impresionante. Se mezclaban emociones de euforia, miedo, pánico y confusión, pero sus ojos no podían despegarse de él. Lo vio sonreír de medio lado y ruborizarse levemente. Un segundo después, se inclinaba para acercar sus labios a los del rubio, colocando una mano a cada lado de su cabeza, fundiéndose en un cariñoso beso. En el momento en el que sus labios se unieron, al mayor se le pasaron todas las preocupaciones y dejó de pensar. Solo existía Dimitri. Abrió la boca, queriendo sentir su lengua rozar la del pelirrojo, que no se demoró en acceder a le petición del mayor, enzarzándose en una lucha por el control de la boca del otro y, lo que en un momento había sido un cariñoso beso, se había convertido en una lucha juguetona y hambrienta, en un intento de devorarse el uno al otro entre choques de dientes y besos fogosos, ardientes y hasta desesperados, queriendo fundirse con el otro. Sergey levantó las manos, las cuáles habían dejado de temblar, para agarrar al chico o colocarse él encima, a pesar de que no le desagradaba la postura; pero Dimitri fue más rápido, y le agarró las muñecas suavemente para dejarlas contra el colchón, dándole a entender, que no iba a dejarse llevar tan fácilmente, por lo que el ladrón decidió no insistir más… por el momento.

Pero no se esperó lo que Dimitri hizo después. El menor bajó las manos por el musculado pecho del ladrón y sus formados abdominales hasta llegar al borde del pantalón. Allí tiró de ambos jerseys para levantarlos en su ascenso de nuevo por el torso del mayor y colocarlos enrollados sobre su clavícula, sin llegar a quitárselos. Se separó de sus labios y el rubio entreabrió los ojos solo para echarle una ligera mirada al rostro de Dimitri, cuyos ojos denotaban vergüenza, además de estar ruborizado. Soltó poco a poco sus muñecas, no muy convencido que fuera a dejar las manos quietas, pero el ladrón no pensaba moverse. Tenía curiosidad por saber que tenía en mente el enano pelirrojo, aparte de que sus neuronas habían dejado de hacer sinapsis correctamente hacía ya varios minutos. Ahora no era precisamente su cerebro el que estaba pensando. Dimitri volvió a acercarse a su rostro, pero esta vez, y para su sorpresa, no le besó en los labios, sino que descendió ligeramente para dar algunos besos en el cuello del rubio, que abrió los ojos de golpe, alucinando con la situación. Uy, sí que pensaba disfrutar de ello. Pero el problema vendría cuando sus instintos se nublaran del todo y se lanzar a hacia el pelirrojo con la misma consciencia de un devorador cuando encuentra una presa tras días de hambre. Y ya empezaba nublársele el sentido común. Pero el menor no pareció notarlo, o no quería, y siguió dando suaves y tímidos besos por el cuello de Sergey, que ya estaba realmente cachondo y empezaba a pensar que ahí la ropa sobraba.

Pero cuando fue a levantar las manos, el menor se movió de golpe, alejándose de su cuello para volver a colocar ambos brazos sobre el colchón, por encima de su cabeza.

-          ¿Qué pretendes, enano? – gruñó, porque eso era un gruñido, no un susurro.

-          Cállate – y su voz también sonó ronca.

¿Y qué podía hacer? Los besos juguetones que había reanudado el menor comenzaban a soltar pequeñas descargas eléctricas por su cuerpo que desembocaban en la entrepierna. El menor volvió a soltar sus manos para acomodarse y Sergey reunió toda la fuerza de voluntad de la que fue capaz, ya que amenazaba con extinguirse, y procuró no moverse. Intentaba convencerse a sí mismo de que ser el pasivo en ese momento no era tan malo. Porque lo estaba difrutando. Uy que si lo estaba disfrutando. Mucho. Demasiado.

No, no, no, no. Tenía que calmarse o lo devoraría en un arrebato. Bueno, calmarse todo lo que le fuera posible en esa situación que, conociéndose, no iba a ser mucho. Al menos esperaba dominar a sus instintos asesinos y perversos a los que comenzaba a ver las orejas de depredador. Respira hondo, Sergey, se decía.

Pero maldito el momento en el que el pelirrojo abandonó los besos en el cuello y pasó a la clavícula y al pecho. Dios, como no se detuviera lo violaba allí mismo con o sin su consentimiento. Comenzaba a darle igual y eso era peligroso. No quería hacerle daño, pero se estaba pasando. Dimitri le pasó la lengua por todas las líneas que dibujaban sus entrenados abdominales y luego pasó a su ombligo, donde depositó un suave pero erótico beso. O eso le pareció.  Y había cruzado la línea. Tenía que detenerlo.

-          No, Dimitri. Detente.

Pero sucedió algo que no esperaba para nada. El menor se echó sobre él, literalmente, apoyando el pecho sobre su ombligo y se quedó quieto. Por un momento no sabía lo que pasaba, aún trataba de calmarse. Cuando se hubo recuperado y su cerebro procesó la postura en la que se encontraba, miró hacia abajo, aún con el menor echado sobre él, sin moverse.

-          Dimitre, ¿qué-

-          Calla. Solo siente.

Y entonces lo notó. Podía sentir claramente el fuerte y desbocado corazón de Dimitri pegado a su ombligo. Incluso podría llegar a pensar que estaba dentro de él, como un segundo corazón latiendo en su interior.  ¿Era eso lo que se sentía cuando una mujer se quedaba embarazada? Notar el corazón de la persona amada dentro de uno mismo, formando parte de él, sabiendo que era por su causa por lo que latía tan desenfrenado le daba una nueva experiencia de la vida, una nueva visión, que lo llenaba de una felicidad inmensa, lo emocionaba y lo hacía sentir parte de un todo como nunca antes lo habría imaginado. Entonces entendió que daría la vida por él si tenía que hacerlo. Cerró los ojos para dejarse embriagar por esas nuevas emociones. Tan solo la suave voz de Dimitri lo sacó de su obnubilación.

-          Necesitaba ponerme a cien. Y esta fue la única forma que se me ocurrió. – Sergey soltó una suave carcajada.

-          Qué idiota. No hacía falta que hicieras este teatro – dijo y escuchó a Dimitri chasquear la lengua. Levantó la mano que aún seguía sobre el colchón para acariciarle el pelo. – Pero gracias.

-          No ha sido nada – suspiró y se mantuvo unos minutos en aquella posición mientras tanto su respiración como su pulso volvían a la normalidad – Lo siento, tengo que moverme – se agitó.

-          Vamos, hombre, si estás muy bien así.

-          Tú sí – se quejó – pero es que…

-          ¿Es que qué? – como no lo veía con muchas ganas de contestar insistió - ¿Dimitri?

-          Es que… me la estás clavando en el estómago, Sergey.

Mientras al rubio le daba un ataque de risa, el pelirrojo se movió sobre él y el colchón hasta quedar echado a su lado, aún con la almohada en los pies de la cama y sus cabezas sobre ella. Cuando al mayor se le pasó el ataque de risa pasó unos segundos pasando aire y luego se incorporó, se movió y quedó encima de Dimitri con la velocidad felina impresionante, apoyando el peso de su cuerpo sobre las rodillas y las manos mientras esos ojos azules lo miraban impresionados.

-          ¿Qué-

-          ¿Esperabas que después de eso me quedara sumisamente echado a tu lado y no hiciera nada?

-          P-p-p-pues sí – tartamudeó, evidentemente nervioso.

-          Iluso.

Y no dijo nada más. Ahora pretendía que su cuerpo hablase por él. Comenzó un lento baile en la boca del menor, intentado que se tranquilizase. Para lo que pretendía hacerle lo necesitaba relajado. A ser posible, del todo. Comenzó a descender por su cara, dándole un par de besos sobre la mejilla, la barbilla y la mandíbula, hasta llegar al cuello. No sabía cómo estaba Dimitri, pero su cabeza empezaba a delirar. Había hecho eso varias veces con otras personas, pero los sentimientos que tenía hacia el pelirrojo lo hacía un millón de veces más deseable que todo el resto de personas que habían pasado por su cama juntas. Acarició su torso desnudo, notando como se le erizaba el vello corporal al menor, y sus besos en el cuello pasaron de ser suaves a dar lujuriosos mordiscos. Y lo escuchó. Suave y muy bajo. Pero era un gemido al fin y al cabo. Levantó la cabeza para mirarlo con esos ojos ambarinos y algo turbios en ese momento. El menor tenía los suyos entrecerrados y la mano sobre la boca, pero ni una cosa ni la otra hizo que pasara por alto su evidente y fuerte sonrojo. Sergey soltó una maliciosa risita y decidió pasar del cuello. Sin darse cuenta, el pelirrojo le había dado carta blanca para que hiciese lo que quisiese con él. Mordió ligeramente el hueso de la clavícula del muchacho hasta que lo oyó quejarse y luego bajó a su pecho, donde dibujó con la lengua, los labios y los dientes todos sus contornos, dejando marchas de chupetones por doquier. En los pezones se detuvo un poco más de tiempo, pero solo lo necesario para que Dimitri se pusiera a sudar y el tono y la frecuencia de sus gemido subiera levemente, incentivando la perversión de Sergey, tanto en su mente como en su cuerpo. La ropa que aún llevaban puesta sobraba allí desde hacía rato. Lo que no sabía era como aún seguía allí. Apoyó su peso sobre las rodillas mientras en un rápido momento se desnudaba la parte de arriba que el menor tan solo había arremangado.

Dimitri abrió los ojos y lo miró aún sonrojado y respirando fuertemente, con el pelo alborotado. No tardó ni tres segundos en desvestirse de cintura para arriba y volver a su cuerpo, que parecía estar llamándolo a gritos, o eso creía él. Ya no distinguía entre lo que pedía su cuerpo y lo que pedía el del pelirrojo. No quería dejarse llevar, porque estaba seguro de que le haría daño, pero mantener la cordura le estaba costando una inmensidad. Pero esta vez volvió a la boca del menor, introdujo la lengua en un beso desesperado, lujurioso y animal, que cogió por completo por sorpresa al joven, que respondió al beso en cuánto se recompuso. En cierto modo lo que quería era distraerlo, mientras apoyaba un antebrazo sobre el colchón, cerca del cuello del menor, y pasaba la diestra por todo su torso desnudo y empapado de sudor hasta llegar al borde de los pantalones.

-          Sergey – dijo empujándolo para que se separara de sus boca – Espera.

-          Y una mierda.

Y volvió a besarlo. Aún recordaba en su mente cuando le había confesado que quería hacerlo. No iba a desaprovechar la que parecía ser la mejor oportunidad. Pero el menor comenzó a agitarse debajo de él y eso encerró a las bestia pervertida que tenía de mente, alertándolo. Subió la diestra, le sujetó la cabeza con ambas mano y se separó de él para mirarlo a los ojos.

-          Dimitri – lo veía claramente asustado - ¿confías en mí?

-          Pues claro que lo hago, p-p-pero esto-

-          ¿Confías en mí? – volvió a preguntar, serio, sin apartar la vista de sus pupilas azules. Tardó unos segundos en contestar.

-          Te confiaría mi vida, Sergey. – susurró.

Y en sus ojos se habían disipado tanto el miedo como la inseguridad. El rubio sonrió, más tranquilo. Y le besó cariñosa y lentamente, dándole a entender que todo estaba bien y que no pretendía hacerle más daño del necesario. Dejó una mano acariciando su pelo y la otra volvió a borde de los pantalones. El menor levantó las manos para agarrarse a los brazos del mayor. Y el ladrón introdujo la mano dentro de los pantalones y de la ropa interior para agarrar el miembro del pelirrojo.

-          Joder, y yo que pensé que yo estaba duro.

-          ¿No puedes hacer esto sin decir cosas vergonzosas? – susurró roncamente, con la cara completamente roja y los ojos fuertemente cerrados.

-          Entonces sería menos divertido.

Volvió a besarle, pero esta vez los besos que recibía del menor eran más húmedos, por lo que comenzó a acariciar el miembro del menor, frotándolo con su gran mano mientras lo recorría de arriba abajo. Dejó de besarlo para mirarlo a la cara. Evidentemente estaba excitado, su cara estaba eróticamente roja, o eso pensaba, había apretado el agarre de sus brazos y parecía que luchaba consigo mismo.

-          No te reprimas – le susurró sensualmente al oído.

Y comenzó a gemir ronca y suavemente. Dios, era un puto crío erótico. No podía seguir mirándolo o sería él el que terminara primero solo con esa cara. Pero tenía demasiadas ideas en mente para hacerle esa noche, y no podía desaprovecharla solo porque su cuerpo se pusiera a cien, incluso a mil solo con verle la cara. Estúpido crío. Iba a hacer que lo disfrutara pero bien. Aumentó el ritmo de su mano y comenzó a pasar la lengua y a succionar uno de sus pezones, el que le quedó más a mano, hasta que notó que el cuerpo del menor  soltaba pequeñas descargas en algunos músculos haciendo que se moviesen por su cuenta. Sergey sonrió, pero no le miró a la cara.

-          S-s-s-s-s-soul… - el mayor se movió para hablar a su oído.

-          No te cortes – susurró sensualmente – di mi nombre.

Y, al llegar al éxtasis, semi gritó su nombre mientras le arañaba los músculos de los brazos. Antes de que abriera los ojos volvió a besarlo, casi tímidamente, pues temía la cara que le regalase el menor. Se separó de él y se atrevió a abrir los ojos y mirarlo a la cara. Estaba avergonzado, pero ya no era una vista tan peligrosamente erótica. Dimitri le sonrió tímidamente y él le devolvió la sonrisa. La mano que aún seguía dentro de los pantalones de Dimitri estaba manchada, pero no le resultaba molesto. De hecho pretendía aprovechar esos fluidos para algo. Y volvió a besarlo, pero más apasionadamente. Un beso húmedo que sorprendió al menor. Mientras, el rubio adelantó las rodillas para mantener el equilibrio y apoyar su peso sobre ellas, aún besando el menor, pues la mano que había estado sobre el colchón ahora estaba tirando hacia abajo de la ropa que aún cubría al pelirrojo. Dimitri dejó de agarrarle los brazos y, para sorpresa del ladrón, llevó las manos al botón de su pantalón, lo que le hizo sonreír dentro del beso. Se estaba envalentonando el enano, ¿eh? Punto a su favor. Dimitri ayudó a quitarse la ropa, sacudiendo los pies cuando Sergey se la enredó en los tobillos. La otra mano la había dejado apoyada sobre la cadera del menor y aún la tenía húmeda, pero sabía que no tardaría mucho tiempo en secarse, por lo que debía actuar rápido. Le resultaba muy sexy y erótico que fuera el menor el que le desnudara, pero se estaba quedando sin tiempo, así que agilizó la maniobra él mismo y se desnudó rápidamente, dejando al menor asombrado con la velocidad.

-          Dima, necesito que estés relajado para lo que viene.

-          ¿De verdad esperas que me relaje en una situación como ésta? – casi gritó.

La pregunta tomó al ladrón por sorpresa, pero era verdad. Le iba a resultar un poco difícil que se relajara.

-          ¿Tan cachondo te pongo? – preguntó el rubio, malicioso.

El pelirrojo abrió mucho los ojos, pues ya no podía ruborizarse más de lo que ya estaba y luego se los tapó con el antebrazo.

-          ¿Y qué si es así?

Ahora sí que estaba sorprendido. Bajó la cabeza y le mordió suavemente una oreja, lo escuchó gemir y luego metió la mano entre sus piernas para rozar su entrada. La cercanía le hizo notar que se ponía tenso y apretaba la mandíbula, además de haber llevado las manos a la espalda del mayor. Metió un dedo para que se acostumbrara a la intromisión y luego comenzó a besarlo cariñosamente. La lentitud con la que tenía que hacerlo todo lo estaba matando, a pesar de que el hecho de haberse quitado la ropa había aliviado parte de la presión de su erección, pero no quería penetrar de golpe al menor porque sabía de sobra que sería doloroso, a pesar de no haberlo experimentado nunca. Mientras lo besaba, sintió que el cuerpo del pelirrojo se relajaba y comenzó a mover el dedo en círculos, dilatando la entrada y aprovechando a meter el segundo. Entonces el menor cortó el verso y se quejó.

-          Relájate, por lo que más quieras.

-          ¿Crees que no lo intento, idiota? No es fácil.

Pero, a pesar de eso, se relajó más deprisa de lo que esperaba, e introdujo un tercer dedo, con el que estuvo seguro de que era suficiente. No había dejado de moverlos en círculos cuándo empezó a meterlos y a sacarlos para asegurarse. Nunca se había tomado tantas molestias con nadie, pero Dimitri no era cualquiera. Era un enano idiota. SU enano idiota. Cuando las quejas se convirtieron en gemidos supo que ya estaba listo y retiró definitivamente los dedos. Se movió para acomodarse.

-          Si lo hago de una vez te dolerá menos. Aguanta.

-          ¿De verdad que no puedes evitar deci-AHHHHHHH! – gritó cuando lo penetró mientras hablaba - ¡Joder! ¡Eres un animal! ¡Bestia!

Lo besó en las mejillas y los ojos, limpiándole las lágrimas con los labios y la lengua, distrayéndole todo lo que podía del dolor mientras se acostumbraba a que estuviera dentro de él.

-          Voy a moverme. – dijo varios minutos después, los mismos que le habían parecido una eternidad.

-          ¡No! Espera… solo un poco más.

-          Dimitri, esto me está matando – confesó y escondió la cabeza en la almohada, junto a la del pelirrojo.

Pero el menor no respondió. Solo se mantuvo como estaba, abrazado a él, mientras el rubio trataba de mantenerse en sus cabales y no embestirlo como una bestia. ¿Cuánto más tendría que tratar de calmarse? Apenas había pasado un minuto más cuando fue Dimitri el que movió sus caderas, para sorpresa del mayor, pero soltando un quejido. Fue Sergey el que siguió con el movimiento, entrando y saliendo lentamente, buscando el punto en el que el placer del menor inclinara la balanza a su favor. El hecho de que los quejidos se volvieran paulatinamente gemidos cada vez más sonoros y frecuentes le hizo a entender que había dado dónde quería, y aumentó el ritmo. Su mente se nubló, dejándose abandonar a sus instintos mientras oleadas de placer le recorrían todos los músculos de la cadera y subían por la espina dorsal, y comenzó a gemir roncamente él también, sin importarle los arañazos que le dejaba en la espalda el menor, quién también se había abandonado al placer. Temblando, con todos sus músculos en tensión, llevó una mano al miembro duro de nuevo del menor y comenzó a masturbarlo a la misma velocidad que embestía.

-          Ser-Sergey...

-          Ya… ya lo… lo sé… - consiguió decir.

Y tras Dimitri, llegó él, casi al unísono, soltando todo el aire que había acumulado justo antes. Los músculos de los brazos le fallaron y cayó encima del pelirrojo, pero pareció no importarle nada. Estaba ocupado normalizando respiración y metabolismo. Ambos tardaron unos minutos en estabilizar respiración y pulso cardíaco. Sergey se incorporó y salió de él, dándole un casto beso y le miró a los ojos. Esta avergonzado, pero lo veía feliz. Y eso le hizo sonreír. Y vio como se le cerraban los ojos.

-          ¡Ey! ¡No te duermas todavía!

-          Pero… tengo… sueño…

El ladrón chasqueó la lengua, tiró del medio dormido Dimitri para poder acomodar la almohada en su sitio, pues seguían al revés, abrió la cama y, cuando tapó al pelirrojo ya colocado, se había quedado completamente dormido. Se arrimó a su lado y se tapó bien. Le dio un suave beso en la frente y cayó rendido abrazado al menor.

 

Despertó cuándo la luz de la mañana comenzaba a molestarle en los ojos. Pero aún tardó un rato en abrirlos y no le apetecía moverse. Se sentía renovado, como si le hubiesen dado un chute de energía. Bueno, algo parecido le habían hecho la noche anterior. Cuando por fin abrió los ojos se encontró las pupilas azul marinas del enano pelirrojo.

-          ¿Te gusta lo que ves? – preguntó. Dimitri frunció el entrecejo.

-          Estás más guapo dormido.

-          ¿Y eso por qué?

-          Porque estás callado y no me miras – dijo, claramente avergonzado.

Sergey se echó a reír. A pesar de lo que había dicho, no parecía para nada molesto. Tan solo quería meterse con él. O eso había dado a entender. Dimitri acercó los labios a los suyos y le dio un casto beso, luego se giró entre las mantas y se destapó para sentarse al borde de la cama. Soltó un quejido.

-          ¿Te duele?

-          Pues claro que duele – dijo girando la cabeza, pero con una sonrisa en los labios y ruborizado.

-          Bueno, te acostumbrarás después de las diez primeras veces – sonrió socarronamente al ver como abría los ojos desmesuradamente y se ruborizaba aún más.

-          Imbécil – dijo y volvió a mirar al frente, buscando su ropa con la vista.

El rubio metió las manos bajo la almohada se giró hasta quedar boca abajo, sin aparta la vista un segundo de la espalda desnuda de Dimitri. Lo vio ponerse de pié para subirse los pantalones y luego se volvió a sentar. Precioso culo. Y era todo suyo. Sonrió maliciosamente. El menor se giró en la cama mientras se metía una camiseta de tirantes interior por la cabeza. Se sorprendió con la vista y se mordió el labio inferior.

-          Oye, Sergey , ¿qué cree – iba a preguntar pero se interrumpió a sí mismo al ver la expresión del mayor y se miró el pecho. Se ruborizó de nuevo.

-          Ups.

-          ¡¿Es que no tienes ningún tipo de autocontrol?!

-          Pues anoche no te quejaste de mi ausencia de autocontrol. – se defendió con una sonrisa. El tono de su rubor aumentó.

-          ¡Eres un completo idiota!

Se puso la camiseta y se levantó soltando algunos quejidos para buscar un par de jerséis que le valieran en el arcón del rubio. Al parecer Natasha había hecho los honores de dejar ropa para el enano allí. Qué ideal era la mujer. Se le cayó el alma a los pies cuando se percató de lo que le esperaba como la rubia se diera cuenta de lo que había hecho esa noche con Dimitri. Si es que Vlad, que dormía en la habitación de debajo no lo sabía ya y no fuera directo a contárselo. Porque lo conocía. Vio que el menor se acercaba a la puerta.

-          ¿A dónde vas? – preguntó, repentinamente preocupado, aunque podría haberse ahorrado la pregunta porque era obvio.

-          A ver a Tima – dijo y salió de la habitación.

El puto bicho. Bueno, al menos después de lo que había pasado esa noche esperaba que el tema del perro le mosqueara algo menos. Respiró hondo. A pesar de lo que le gustaba picar a Dimitri, se creía el único con derecho a hacerlo, por lo que descartaba por completo que Natasha, Vlad o incluso Lilya mereciesen hacerlo. En realidad lo mereciesen o no él no iba a dejar que lo hicieran. Solo él podía meterse, picar o insultar a Dimitri. Ya se encargaría de que así fuera. Se incorporó y se estiró todo lo que pudo antes de levantarse de la cama y comenzar a vestirse.

Cuando llegó a la taberna no localizó al pelirrojo por ninguna parte pero sí a la rubia, que estaba en la barra sirviendo desayunos, por lo que se sintió en parte aliviado. No pensaba, bajo ningún concepto, contarle a Natasha, ni a nadie, lo que había pasado esa noche, por lo que puso la mejor cara de póker que pudo mientras se acercaba para que no se dieran cuenta. Porque parecía mentira lo perspicaz que se volvía la rubia algunas veces. Se sentó en un taburete y la mujer se acercó a él con un plato de huevos fritos y algo de vino.

-          Buenos días – sonrió, inocente.

-          Buenos días.

-          ¿Todo bien? – preguntó.

-          ¿Debería no estarlo? – ahora era él el que sonreía. Actúa con normalidad, se repetía.

-          No sé, pareces a la defensiva – Dios, iba a matarla un día de esos.

-          Pues no es mi intención – de repente se percató de que había mucho ruido - ¿Se puede saber qué pasa aquí hoy? – escuchó reír a la rubia.

-          Sí, que te has levantado más tarde de lo habitual. ¿Has dormido poco? – preguntó, picarona.

-          Algo así. Tenía un grano en el culo que no paraba de dolerme.  – dijo, sarcástico – y parece que está empeorando ahora.

-          ¿Y no te lo alivió nadie? - ¿por qué siempre tornaba la conversación a su favor?

-          Pues no. Para mi desgracia – y la suya como no se callase – Son de esos granos que molestan más conforme crecen se acercan a tocarte los huevos.

-          Uy, debe ser horrible.

-          Un poco. Ayer era aguantable, pero empeora según pasa el tiempo.

Y, cuando parecía que la pelea verbal de sarcasmo había terminado con una sonrisa picarona de la rubia, recibió una colleja que hizo que le resonara la cabeza. Se giró en el taburete y se encontró con la mirada azulada del castaño y una amplia sonrisa.

-          ¿Qué coño te pasa? No me culpes a mí si se te ha muerto la última neurona que tenías, Vlad – dijo pasándose la mano por la nuca, intentando aliviar el dolor – Joder, qué bestia eres.

-          ¿Bestia?  ¿Yo? Pensaba que ese eras tú… - y, tras la sonrisa picarona de Vladimir, pudo leer que lo sabía.

Entrecerró los ojos y le miró amenazadoramente, dando a entender que como dijera una palabra no tendría hijos nunca.

-          ¿Sucede algo? – preguntó la rubia. Vlad sonrió.

-          Nada especial. Tráeme un poco de queso, que me voy ya.

L a mujer echó a andar hacia la cocina. Sergey no apartó la vista ni un momento de su amigo y, cuando este se giró para mirarlo de nuevo, dio un leve respingo.

-          Hostia, Sergey, no me mires así, que das miedo. No diré nada, te lo prometo.

-          Más te vale si quieres tener hijos en el futuro – susurró y volvió a su desayuno.

-          Pero para la próxima vez no hagáis tanto ruido.

El rubio chasqueó la lengua, pero siguió tragando, dando la conversación por zanjada. Realmente esperaba que no se volviera a repetir después del ultimátum que le había dado, así que realmente no se preocupó mucho. Cuando estaba masticando su último bocado, la rubia salió de la cocina con un plato de queso sin cortar y un trozo de pan recién hecho.

-          Ten cuidado no te quemes – dijo y volvió la vista hacia el rubio – Por cierto, Sergey, ayer Elena preguntó por ti. Dice que le gustaría que el ladrón más famoso le diera sus bendiciones. Dice que quiere que sea niña.

-          Ni que yo fuera santo. No regalo bendiciones, Natasha, y lo sabes. Me parece una estúpida pérdida de tiempo – suspiró. No era la primera vez que le hacía esa pregunta.

-          Ya, pero es que no pude resistirme a esos ojitos – sonrió.

Elena había sido una de las mejores amigas de la rubia en el pasado, pero cuando crecieron y cada una se especializó en una tarea en la taberna se fueron distanciando hasta que la amistad se redujo a un “hola, qué tal” de vez en cuando. Más o menos lo que le había pasado a él con muchos de los que creció excepto  con Vlad, dado que lo consideraba un hermano. Dio otro trago a su jarra de vino cuando escuchó la estridente risa de cierta pelirroja. Giró la cabeza y la vio andar hacia ellos junto a Dimitri, quién llevaba al boyero de berna en brazos. La muchacha se acercó corriendo a él cuando lo vio sentado en la barra.

-          ¡Buenos días, Seriozha! – gritó. Esa chica no sabía hablar normal - ¿A que está más mono hoy? – sonrió.

Sergey miró al chucho sin mucha gana, evitando los ojos de Dimitri porque estaba seguro de que se ruborizaría. Y entonces sería evidente para Natasha, e incluso para Lilya, lo que había sucedido la noche anterior. Solo esperaba que el enano no se sonrojara por el simple hecho de estar mirando hacia él.

-          Yo lo veo igual que ayer – soltó y la vio poner los ojos en blanco.

-          Tima no, ¡Dima!

Pues seguramente estuviera más guapo y más bueno, y más todo, pero después del comentario que acababa de hacer la pelirroja no pretendía siquiera girar la cabeza para mirarlo porque entonces ya sí que no podría evitar que el menor se sonrojara. Ahora lo que le molestaba es que la chica se hubiera dado cuenta y él no. ¿Estaba empezando a perder habilidades? Bueno, con Dimitri todo era posible.

-          Yo también lo he pensado cuando le he visto esta mañana – soltó la rubia.

Oh, no. Era peligroso que Natasha se hubiese dado cuenta de ese detalle. Como empezara a hilar comentarios y actitudes iba a acabar por descubrirlo y solo Dios sabe lo que pasaría si lo hacía. El ladrón tragó saliva disimuladamente.

-          Toma, Lil, que voy a ver si me sirven algo para desayunar.

Dijo, se acercó a la barra y arrastró un taburete hacia dónde estaban todos. Aunque parecía increíble, la rubia había pasado por alto el detalle y se dirigió hacia la bandeja de huevos con un plato para servirle un par al pelirrojo y se lo colocó junto con una jarra al lado del vacío plato de Sergey. Se habían salvado. No se lo podía creer. O eso creía. El alma se le cayó a los pies cuando el pelirrojo soltó un quejido al ir a sentarse y, como por reflejo, lo primero que hizo el ladrón fue mirar a la rubia, encontrándola boquiabierta. A tomar por culo su treta, su cara de póker y todas las esperanzas de que no se enterase de nada. Estuvo a punto de darle una colleja a Dimitri por patoso, pero se contuvo ya que parte de la culpa era suya. Suspiró pesadamente.

-          Ahora todo encaja – soltó la rubia de repente – Qué pillín, y yo que me había creído lo de tu grano en el culo – para ser una mujer era demasiado sarcástica y nada fina.

Fue entonces que el chico se dio cuenta de lo que había hecho y se ruborizó hasta la médula. Miró a Sergey de reojo, pidiendo perdón con la mirada. El mayor sonrió de medio lado, dándole a entender que no pasaba nada. En cierto modo era inevitable que se enterasen. Tarde o temprano lo hubiesen descubierto. Aunque hubiera preferido que fuera más tarde que temprano.

-          Ya decía yo que te veía más guapo, Dima. Ahora ya sé la razón – sonrió picaronamente y miró a Sergey. Luego giró la vista hacia el castaño - ¿Cuándo pensabas decírmelo?

-          En cuanto el idiota este no estuviese presente – sonrió Vladimir.

Dimitri se atragantó con su último trago de vino, y fue entonces cuando el rubio se percató de que había devorado el desayuno. Posiblemente tenía las mismas ganas que él de salir de allí.

-          ¿Qué? ¿Qué pasa? Joooo, yo quiero enterarme – soltó la pelirroja.

-          Que han hecho cosas malas esta noche y no nos lo querían decir – soltó la rubia.

Esa mujer no tenía pelos en la lengua. Sergey frunció el entrecejo y la miró amenazadoramente. Se levantó del taburete casi a la vez que el pelirrojo, le puso una mano en la nuca y lo empujó para que echara a andar.

-          Nos vamos de caza – soltó secamente el rubio.

-          Que os vaya bien – sonrió picaronamente – no hagáis cosas malas allí.

Apretó la mandíbula y vio a Lilya boquiabierta cuando pasaron junto a ella, pero Dimitri no levantó la vista del suelo hasta que llegaron a la galería que conducía hacia los establos y el frío del invierno ruso les dio en la cara. Fue entonces, aún cuando caminaban hacia allí, que se atrevió a mirar de nuevo al rubio a la cara. Sergey lo miró de reojo y sonrió, haciendo que se sonrojara levemente. En ningún momento había apartado la mano de la nuca del menor, no sabía si por su instinto de protección o porque le gustaba sentirlo. Antes de abrir la puerta de los establos, el pelirrojo rompió el silencio que se había formado entre los dos desde que salieron de la taberna.

-          Lo siento. Yo…

-          No tengo nada que perdonar – sonrió, mirándolo a los ojos.

-          Pero, si no hubiera sido por mí, Tasha n-

Lo interrumpió dándole un suave beso en los labios, sin importarle si había alguien o no. Para gratitud del menor, porque a él le daba igual, no había nadie alrededor. Posiblemente las partidas de caza hubieran salido hace tiempo debido a su retraso esa mañana.

-          Repito, no tengo nada que perdonar. Lo hubiese descubierto tarde o temprano – Dimitri sonrió picaronamente.

-          Te estás volviendo un cursi.

-          Oh, ¿eso quiere decir que prefieres que te castigue y sea malo contigo? – al juego verbal no le ganaba nadie, eso ya debería saberlo. Pero, aún así, se puso rojo - ¿Acaso te gusta el sado?

-          ¿Sado? – preguntó. Pero estaba seguro de que no querría haber preguntado. Sergey se echó a reír.

-          Algún día lo probaré contigo. Tiene que ser interesante – y se le pasaron un par de pervertidas ideas por la mente. Se pasó la lengua por los labios.

Dimitri se ruborizó. Parecía que, a pesar de no saber que era el “Sado”, sí que había captado la indirecta. Bueno, en realidad poco tenía de indirecta. Cuándo estaba con él le gustaba dejar sus intenciones claras para ciertas cosas. De repente, el pelirrojo se giró y se quedó mirando hacia el pasillo que conducía hacia la taberna.

-          ¿Y ahora que se te ha roto, enano? – preguntó, deteniéndose. El muchacho le miró.

-          He dejado a Tima con Lil. ¿Estará bien?

Estaba preocupado. De verdad estaba preocupado. ¿Pero qué coño le pasaba a ese crío? Estaban hablando de un perro, hostia, ¿y se preocupaba así? El ladrón resopló y puso los ojos en blanco. A lo mejor si se le había roto algo. El sentido común. Bueno, y puede que a él mismo también. Porque sentía celos de un perro ¡de un perro! Pensaba que todo el tema de la maldita bola de pelo se calmaría con la sesión de sexo de la noche anterior. Bendita ilusión.

-          ¿Acaso prefieres volver?

-          Pues no – dijo varios segundos después, que al rubio le pareció una eternidad – prefiero quedarme contigo. Pero me preocupa – Sergey sonrió, embobado. Dimitri lo miró y se ruborizó - ¿A-a qué viene esa sonrisa de idiota? Bueno los idiotas sonríen como idiotas.

-          Anda, enano. Solo un idiota reconocería a sus semejantes – dijo y echó a andar de nuevo, seguido por el pelirrojo.

-          ¿Sabes que acabas de llamarte idiota? – preguntó con una sonrisa pilla en los labios.

-          Sí, me he dado cuenta – pero daba igual.

El resto del día y los siguientes pasaron sin muchos percances, en los que apenas tuvieron tiempo para ellos, pues las partidas de cacería se intensificaron, saliendo casi al amanecer y volviendo a la guarida al anochecer, pues Diciembre se les echaba encima, los días se acortaban y las posibilidades de encontrar presas vivas disminuían para entonces. Exhaustos como llegaban a la cama, apenas tenían fuerzas para darse el beso de buenas noches antes de caer rendidos. Era la temporada más fría de todo el año, durante la cual hasta el pelo se les congelaba cuando salían a cazar, los pájaros apenas cantaban porque evitaban a toda costa salir de sus agujeros y el conseguir comida se volvía la tarea más peligrosa, pues debían sobrevivir a chivatazos de manjares que llegaban al zar. Sino les resultaría imposible no pasar hambre en algún momento, y el número de ladrones, a excepción del alguno que iba por su cuenta, había aumentado en la guarida con el paso de los años.

Aún estaba tirado en la cama, abrazado a la espalda de Dimitri, quién seguía durmiendo, cuando escuchó unos pasos subir corriendo por las escaleras. Para cuando quiso abrir los ojos, Vladimir irrumpía en la habitación como un torbellino y haciendo que la puerta chocara contra la pared de la fuerza con la que la había abierto. Dimitro soltó un gritito y se incorporó asustado en la cama.

-          ¿Qué pasa? – preguntó el pelirrojo. Sergey se incorporó a su lado.

-          Sergey, chivatazo. Date prisa que nos ha llegado con retraso y tenemos que trazar el plan – dijo y salió de la habitación, pero la puerta permaneció abierta.

Casi como por reflejo, saltó de la cama con una rapidez felina, se acercó al arcón y sacó una camiseta limpia que sustituiría a la que llevaba puesta y dos jerséis que reservaba solo para situaciones como esa, debido a que eran especialmente flexibles y cálidos. Lo necesario para lo que estaba por venir. Cuando se giró para buscar a Dimitri, ya estaba vestido y terminando de ponerse las botas.

-          Quédate en la cama, enano. No hace falta que vengas.

-          Al  menos quiero despedirte. – sonrió, y Sergey le devolvió la sonrisa. Qué idiota. Iba a conseguir que se distrajera con esa sonrisa.

Ambos irrumpieron en la taberna, casi corriendo. No había amanecido todavía, pero la claridad era perfecta para ver. Se acercaron al grupito que se había formado cerca de la barra. Antes de llegar, el rubio localizó a Natasha y le sorprendió no verla con vestido: llevaba unos pantalones de cuero, botas de montar y un jubón de lana marrón, aparte de la larga capa que le llegaba hasta los muslos.

-          Tú no vienes – le dijo nada más llegar hasta ella.

-          No tenemos gente, Sergey. Los más aptos ya han salido a cazar excepto tú, que eres un vago – dijo completamente seria.

-          Vlad, haz algo – sabía que cuando se ponía así la única persona capaz de convencerla era el castaño.

-          Lo he intentado, pero tiene razón. Aún así nos sigue faltando gente – dijo y fijó la vista sobre el pelirrojo. Sergey frunció el entrecejo.

-          Ni se te ocurra. No viene.

-          Pero, Soul, ya los has oído, les falta gente. Además ya no soy el niño que era cuando llegué aquí, he cambiado – se le quedó mirando. Sabía que era mala idea. No tenía un buen presentimiento sobre eso.

-          Sergey – comenzó Natasha – Tiene razón. Dale una oportunidad.

El rubio. Se pasó una mano aún no enguantada por el pelo, meditando. Era cierto que tenía que darle una oportunidad, pero el peligro aumentaba si Dimitri salía, no solo por él, sino porque si tenía que estar pendiente de que no le pasara nada el resto también podrían tener problemas. Porque sabía de sobra que elegiría a Dimitri si la situación así lo requiriese. No era una buena idea, pero no le quedaban muchas alternativas.

-          Si fuese así, ¿quiénes seríamos? – preguntó y miró al pelirrojo de reojo, que sonreía y los ojos le brillaban.

-          Vlad, Dimitri, Edduard, Mark, tú y yo – comentó la rubia. Sí, ciertamente faltaba gente, pero tendrían que conformarse con los que eran.

-          Contadme lo que sepáis – soltó serio el rubio resignándose.

Al final, a pesar de los nervios y las malas sensaciones, resultó ser un chivatazo falso. Habían salido a la superficie, arriesgando si vida, para que fuera falso. Iba a matar a hijo de puta que hubiera soltado esa barbaridad. Aunque en cierto modo se sentía aliviado de que el enano no hubiera sido expuesto a nada. Caminaban por los callejones de Moscú con cautela, evitando las calles principales, buscando una buena entrada a la guarida.

-          Vlad, como pille a tu fuente voy a matarlo.

-          Y no serás el único –contestó el castaño.

Localizaron una entrada más rápido de lo esperado. Pero había un problema: tenían que cruzar una calle principal, aunque estuviera aparentemente desierta. Sergey suspiró y les indicó que no hicieran ruido. Con señas les explicó que él iría primero. Si no había peligro podrían cruzar el resto. La entrada al callejón al que debían ir estaba a unos cincuenta metros. Cogió aire, tratando de calmarse mientras notaba la mirada preocupada de Dimitri clavada en la nuca. Salió corriendo y en siete segundos atravesó la calle y llegó a su destino. No parecía haber peligro. Por lo menos no hasta que oyó los cascos de unos caballos no muy lejos y el traqueteo de un carromato. Abrió mucho los ojos, aún mirando hacia sus compañeros. O cruzaban ya o estarían en peligro si se trataba de la caballería armada del zar. El problema era que tenían que cruzar de uno en uno para no llamar demasiado la atención. Les indicó enérgicamente con la mano que cruzaran. Les daba tiempo. Tenía que darles. Pero el sonido se acercaba más rápido de lo que pensaba. Y el último en cruzar fue el estúpido enano pelirrojo.

-          ¡Vamos! – gritó. Era un idiota.

Tenía el corazón en la garganta y los nervios en el estómago. Ya podía ver el carromato. Y no era uno cualquiera. Iba escoltado, efectivamente, por cuatro jinetes acorazados de la guardia armada a caballo del zar y llevaba el escudo de Iván, el Terrible pintado en una de las puertas laterales. Odiaba tener razón a veces. Solo esperaba que no resbalara. No tenía un buen presentimiento sobre eso. Y resbaló. Tenía que ir a por él o no le daría tiempo. Pero lo sujetaron. Vlad le agarró por un lado y Edduard, un mastodonte casi tan grande como él mismo, porque uno solo sería incapaz de contenerlo.

-          ¡¡¿Qué cojones haces?!! ¡¡Suéltame, idiota!! – dijo intentado con todas sus fuerzas de zafarse del agarre.

-          Sergey, no le da tiempo – dijo y le colocó una mano sobre la boca – y no chilles, que nos descubrirán a nosotros.

Dimitre se había quedado estético por el miedo, aún sentado en la nieve, con los ojos abiertos de puro terror. Para sorpresa de todos, incluido el propio Soul, que seguía intentando deshacerse de sus apresores, la comitiva se detuvo enfrente del menor. Los caballos cogían aire fuertemente. Sergey los podía oír desde dónde estaba. Entonces el menor reaccionó, pero lo único que hizo fue levantarse en el sitio con la decisión en sus ojos azules. Por Dios, que no se entregara.

-          ¡Dimitri Mijail Ivanovich Romanov! – gritó una mujer que salió del carromato.

Conocía a esa mujer. Era la actual mujer del zar. El pelo castaño claro, casi rubio, le llegaba por debajo de la cintura, ondulado y perfectamente peinado. Tenía el entrecejo fruncido y las facciones de su cara eran duras y hoscas, a pesar de ser una mujer preciosa.  Llevaba un vestido de seda verde y una capa de la mejor lana con ribetes dorados y el escudo del zar bordado en plata. Vio suspirar a Dimitri y el rubio cayó al suelo de rodillas. Había dejado de intentar deshacerse del agarre. El alma se le cayó a los pies.

-          Madre – soltó él.

Y fue entonces cuando lo comprendió. Todas las mentiras, todas los detalles que no concordaban. Todo. No era quién decía ser. Y eso fue lo que le llevó a su premisa: se había enamorado del primogénito de Iván y futuro rey ruso.

Notas finales:

Aclaraciones (contiene spoilers del capítulo)


En rusia es muy común que, tras el nombre, las personas lleven un patronímico referente al nombre del padre que iría con -ovich si es varón y -ova si es mujer. Por lo tanto, el nombre de Dimitri Mijail Ivanovich Romanov, sería el Dimitri, tan conocido, Mijail como segundo nombre (aunque es muy raro un ruso con dos nombres), Ivanovich como patronímico de su padre, Iván; y el Romanov es el apellido, el real por excelencia de la monarquía rusa hasta la Revolución de Lenin.

 

Creo que esas son las aclaraciones por esta vez. No sé lo que tardaré en subir el siguiente pero, por favor, esperadlo porque así lo haré.

¡¡Gracias por leer!!

Espero vuestros reviews.

 


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