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.:El Zar:. por Alaya-chan

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Notas del capitulo:

Hello!!

Creo que, después del tiempo que pasaba entre los últimos capítulos, os sorprenderéis de lo rápido que subo este. Si os soy sincera, el capítulo de El Zar iba a ser solo uno, pero me ha quedado tan largo que he tenido que dividirlo en tres partes, la más larga es la última. Bueno, solo deciros que espero que os guste.

XV

El Zar

Parte II: Comienzo

Los siguientes tres días apenas vio a Dimitri. Se marchaba de la habitación muy temprano, antes de que el ladrón despertara y volvía muy tarde, posiblemente cuando ya se había quedado dormido. Algunas veces se preguntaba si el pelirrojo había dormido en la habitación. Por lo menos a vestirse tenía que entrar. Era evidente que lo estaba evitando, pero era completamente normal que lo hiciera. Apoyó la frente contra el cristal de la ventana mientras veía nevar. ¿En qué momento de locura pensó que sería buena idea decir eso? Tenía que comenzar a controlar sus emociones cuando estaba cabreado, porque siempre acababa metiendo la pata con algo. Suspiró, empañando el cristal sin querer, y se separó, apoyándose sobre la cómoda, mirando estúpidamente hacia la puerta, como esperando que el pelirrojo entrara. Ese día llevaba una camiseta de cuello alto de lana negra y unos pantalones beige, esa vez de su talla. Metió las manos en los bolsillos y bajó la mirada para mirar hacia la nada, reflexionando. Ojalá tuviera a alguien con quién hablar para poder contarle todo eso. Nunca había sido extrovertido en ese sentido, pero todo el mundo necesita a alguien con quién hablar a veces. Estaba tan acostumbrado a que entraran sin avisar cuando no estaba Dimitri que no se sorprendió cuando vio a la doncella del pelirrojo entrar con la comida. Era la primera vez que la veía desde la noche que le subieron a aquel lugar. De repente, su cara le resultaba extrañamente familiar.

-          Ah, perdón – susurró.

-          Pasa, pasa.

-          Creo que es la primera vez que te veo despierto, Sergey – el rubio frunció el entrecejo, extrañado. ¿Por qué conocía su nombre?

-          ¿Nos conocemos? – preguntó.

-          Cuando yo empecé a trabajar en palacio, aún eras muy pequeño. Pero no me olvidaré nunca de esos ojos ambarinos – Sergey abrió mucho los ojos, sorprendido.

-          Tú eres la prima de Natasha – dijo a media voz para que no le oyeran los guardias. La chica sonrió y supo que había acertado.

No dijeron nada más. No hacía falta. Antes de marcharse, Alina le dedicó una mirada cómplice y salió de la habitación. Bueno, por lo menos sí que tenía amigos dentro del palacio, para variar. La mujer, algo mayor que Natasha, le resultó como un ángel caído del cielo. Por lo menos, si sentía que iba a explotar, tenía a alguien con quién hablar. Se dirigió hasta su rincón y se sentó. ¿Qué iba a pasar a partir de ese momento? ¿Iba a quedarse encerrado allí para siempre? Si iba a ser así, no se quedaría de brazos cruzados. Tenía que pensar en una forma de escapar. Pero no estaba físicamente preparado aún para hacer sobreesfuerzos, así que aún tendría que esperar para tratar de hacer cualquier locura. Porque sabía y tenía la certeza de que tratar escapar del palacio iba a ser una locura más grande que entrar. Para empezar, debía ponerse en forma de nuevo. Se levantó y comenzó a hacer sentadillas.

Pasaron aún otros cinco días antes de que volviera a ver a Dimitri. Estaba sentado con la espalda apoyada contra la pared en su rincón, tratando de recobrar el aliento después de hacer algunos abdominales, cuando escuchó que giraban el pomo de la puerta y levantó la cabeza, alerta. Sus sentidos se habían agudizado de nuevo cuando empezó a hacer ejercicio, lo que le alivió en sobre manera saber que no los había perdido. El muchacho entró tan violentamente que incluso dio un respingo. La rubia entró tras él y le pidió perdón con la mirada al ladrón, cerrando la puerta con cuidado.

-          Dima, deberías tranquilizarte – dijo y se acercó a cama para sentarse a su lado – Ya sabes cómo se pone a veces.

-          ¡Sé cómo se pones, Lizzie! ¡No hace falta que me lo recuerdes! ¡Es mi padre, ¿sabes?! – rugió, e hizo que la chica se asustara.

-          ¡P-Por eso te digo que te calmes! – incluso Soul notaba la fuerza de la chica para intentar que se tranquilizara, pero no se acercaría a él para ayudarla. No después de que hubiera pasado casi nueve días sin saber nada de él. Seguramente lo único que quería era que lo dejara en paz. Así que, por mucho que le doliera, no iba a moverse.

-          ¡No eres quién para darme órdenes! – la muchacha se levantó de un salto, claramente enfadada, porque razones para ello tenía, y le encaró.

-          ¡Dimitri, dumm! – se giró bruscamente y se acercó al rubio para sentarse a su lado, también con la espalda contra la pared. La vio pasarse las mangas por los ojos.

-          Una chica tan guapa como tú no debería llorar – susurró.

-          Eso díselo a él – sus ojos ambarinos la escrutaron con la mirada.

-          Por cierto, ¿dumm? – preguntó, tratando de cambiar de tema.

-          Significa idiota en alemán. Cuando me enfado mucho acabo hablando en mi lengua materna – soltó una suave risita.

-          ¿Llevas mucho tiempo aquí? – la muchacha negó con la cabeza.

-          Venimos todas las Navidades para celebrar con el zar. Es demasiado receloso como para abandonar su país – lo miró con sus ojos preciosos azules, aún con unas pocas de lágrimas, y el hombre se las retiró cuidadosamente con los pulgares – N-No hace falta que sean tan caballeroso – ruborizada, escondió la cabeza entre sus mangas, fingiendo que se secaba los ojos. Escucharon cómo el pelirrojo se desahogaba dándole puñetazos a la almohada – Sé por qué estás aquí – comentó la rubia tras un par de minutos. El rubio la miró sorprendido – Obligué a Dima a contármelo todo cuando te capturaron. Tranquilo, no os voy a delatar – dijo al ver su mirada – No traicionaría a ese bobo – dijo señalando con la cabeza hacia el menor.

-          ¿Hace mucho que os conocéis? – preguntó, intrigado por el pasado del menor.

-          Mmmmm… desde hace quince años. Nuestras madres son amigas desde su infancia también. Era el destino que nos conociéramos – las tripas de Sergey se retorcieron en una desagradable sensación, la cual conocía muy bien. Tragó saliva varias veces antes de formular la pregunta.

-          ¿Estáis… – Vamos, Sergey, puedes hacerlo. Total, no tenía nada que perder después de que Dimitri lo evitara durante nueve días tras haberse declarado. Volvió a tragar saliva - ¿Estáis prometidos? – susurró, y los ojos azules de la muchacha se desorbitaron y luego se echó a reír - ¿Qué es tan gracioso?

-          ¿Estás celoso? – preguntó en voz baja para que solo le oyera él y con una sonrisa pícara dibujada en la cara, demasiado parecida a cierta rubia de la taberna. El hombre chasqueó la lengua y miró hacia otro lado. Escuchó como el pelirrojo se levantaba y se movió para ver cómo se dirigía hacia el baño. La rubia tiró de él – No evadas mi pregunta. Puedo ser muy persistente a veces. - ¿Cómo era posible que le avergonzara de esa manera? Decidió enfrentarlo como solo él sabía.

-          ¿Algún problema con eso? – la muchacha soltó una risita cariñosa.

-          No, no estamos prometidos. Ni lo vamos a estar. – se acomodó a su lado – Nos conocemos desde hace tanto que somos como hermanos. Y yo soy la mayor.

Entonces fue Sergey el que soltó una sonora carcajada. Vio al pelirrojo salir del baño con la camisa empapada. Seguramente se habría refrescado para que se le pasara el enfado. En cierto modo, le gustó ver la faceta rebelde y enfadada del menor, aunque tuviera que ser en esas condiciones. Lo siguió con su mirada ambarina hasta que el chico llegó al armario. Luego se percató de que la muchacha lo miraba curiosa y apartó la vista del pelirrojo. Escuchó otra risita y, seguidamente, notó como la chica apoyaba la cabeza contra su brazo derecho. De repente, su cabeza comenzó a funcionar después de tantos días, y se le ocurrió algo. La empujó delicadamente, señalándola que iba a moverse y la chica le miró interrogante. Se quitó la bota y la sacudió para que el papelito que tan  bien se había encargado de guardar cayera al suelo. Lo desdobló entero y se lo mostró a la chica.

-          Mira.

-          ¿Qué es? – preguntó ella acercándose para leerlo.

-          Una carta que me envió Dimitri cuando ya estaba en palacio.

-          ¿No sabes leer?

-          Sé leer, pero no sé traducir del alemán. – dijo y señaló al final de la carta – Esto no lo entiendo.

-          ¿Quieres que te lo traduzca? – preguntó.

-          Si me haces el favor – pidió con una sonrisa.

Pasaron unos segundos. Tras ellos, la vio abrir tanto los ojos, llevarse una mano a la boca y ruborizarse, que incluso el rubio se asustó. La muchacha giró la cabeza hacia el pelirrojo, el cuál seguía peleándose con una corbata, y se puso de pie, pero no se movió del sitio.

-          Dima… ¿tú escribiste esto? – el chico la miró, y parecía más tranquilo.

-          ¿Qué es eso? – le enseñó la carta – Lizzie, no veo desde aquí – obvió.

-          La carta que me enviaste – respondió Soul por ella, poniéndose de pie a su lado – Oye, ¿qué pasa? – preguntó, esta vez dirigiéndose hacia la rubia.

-          Pues claro que lo escribí yo, ¿qu- - abrió mucho los ojos - ¡Lizzie, no! – gritó, desesperado. Pero, al ver su cara, la rubia soltó una risita. Y se volvió hacia el ladrón.

-          Se lee “Ich liebe dich”, y se pronuncia “Ig liev dig” – el rubio la interrogó con la mirada – Literalmente significa “Te amo”.

Como por instinto, levantó la mirada hacia el pelirrojo. Su corazón latía a mil por hora, lleno de júbilo, mientras se daba cuenta de que todo lo que había hecho había merecido la pena por oír eso, y su cerebro solo pensaba en que se había quedado dormido y estaba soñando. Cuando se encontró con la mirada azul marina del pelirrojo, el chico la desvió mientras comenzaba a ponerse tan rojo como su pelo. Había destruido los muros que había levantado el joven con tan solo dos palabras de la rubia. Se acercó a ella, le dio un sonoro beso en la frente y le arrebató la carta de las manos. Saltó por encima del sofá que quedaba en medio y Dimitri se pegó al armario con la cabeza gacha y mirando hacia el suelo, completamente avergonzado. Cuando estuvo enfrente del menor reunió todas sus fuerzas de voluntad para no lanzarse sobre él.

-          Dimitri, mírame – cuando el chico levantó la cabeza, seguramente después de reunir todo su valor para mirarlo a los ojos, volvía a ser el enano pelirrojo. No había rastros de orgullo real en sus pupilas y el Príncipe de Hielo se había ido para siempre. Tan solo había vergüenza, tristeza y amor. El rubio no pudo evitar reír.

-          ¿Q-Qué te parece tan gracioso? – preguntó, completamente azorado, y desvió la mirada hacia un lado. Sergey le cogió la barbilla con el pulgar y el índice para obligarlo a que le mirara, pero eso solo hizo que se pusiera aún más rojo - ¡N-No te acerques tanto! ¡Sigo siendo el príncipe ruso! – se dejó empujar y retrocedió un par de pasos. El pelirrojo levantó la vista, ya menos avergonzado -  ¿Sabes que estás sonriendo como un idiota?

-          No te imaginas lo feliz que me hace volver a escucharte insultarme – volvió a desviar la mirada.

-          Eres masoca – sentenció, molesto.

-          Puede, pero por eso estoy aquí. No te imaginas lo mal que lo he pasado desde que me declaré – el menor lo miró interrogante – Me estabas evitando, ¿qué querías que pensara?

-          A eso puedo contestarte yo – la rubia se acercó a los dos. Sergey se sorprendió al darse cuenta de que se había olvidado por completo que ella seguía allí.

-          No es necesario, Lizzie – la muchacha sonrió maquiavélicamente.

-          Uy, sí que lo es. Te estaba evitando porque tenía vergüenza – pasó sus ojos ambarinos de la chica a Dimitri, y el chico miró hacia otro lado mientras volvía a ruborizarse – Tenías que haber visto lo rojo que estaba cuando salió de la habitación. Casi no podía ni hablar.

-          ¡Vale! Ya basta – empujó a Elisabeth hacia la puerta, evidentemente nervioso – Tú no te muevas de aquí – le dijo sin mirarle.

-          Después de esto no creo que lo haga – sonrió socarronamente. El pelirrojo chasqueó la lengua mientras abría la puerta.

-          Idiota – dijo, pero le regaló una sonrisa cómplice que el rubio devolvió.

Cuando se quedó solo, se percató de que era incapaz de dejar de sonreír. Incluso aún cuando lo intentó de manera consciente, enseguida le volvió a salir una sonrisa. El sentimiento de que su amor no fuera unilateral lo llenaba por completo, lo complementaba y lo hacía sentir poderoso, capaz de cualquier cosa en ese momento. Se movió hasta el centro de la habitación y se tiró en la alfombra. En ese momento, cualquier lugar le servía y le daba igual. Estuvo tentado de gritárselo al mundo, pero sabía que no podía. Estaba eufórico, y se hubiera puesto a saltar por la habitación como un perro al que le acaban de dar el mejor hueso del mundo. Tenía que aliviar toda esa energía que se le había acumulado de repente. Al ver que la carta seguía en su mano, la arrugó un poco más y la lanzó hasta su rincón, aún echado sobre la alfombra. Se dio la vuelta para quedar de cara al suelo, pegó las puntas de los pies y comenzó a hacer flexiones. Haría las necesarias para desfogarse completamente. Como si tenía que caer rendido.

 

 

-          …sí, buenas noches – escuchó decir de repente, despertando y abriendo los ojos. Al levantar la vista pudo encontrase con la mirada azul oscura del pelirrojo - ¿Tienes algún tipo de fetiche con las alfombras? – ahora que había todo a la normalidad, o más o menos a la normalidad, iba a picarlo un poco.

-          Si lo tuviera, ¿me ayudarías a cumplir mi fantasía? – sonrió socarronamente mientras se incorporaba y lo veía ruborizarse.

-          ¿A-Acaso eres idiota? – se dio la vuelta y se dirigió hacia el baño.

Por el camino se quitó la capa y la lanzó hacia la cama. Tras verlo desaparecer por la puerta volvió a tumbarse en el suelo, giró la vista hacia la ventana y, a pesar de que era de noche, pudo ver que aún seguía nevando. Diciembre y Enero eran los peores meses del año para salir de caza, así que esperó que este año los suyos sobrevivieran tan bien como lo habían hecho hasta entonces. Escuchó las pisadas descalzas del menor por la habitación y se incorporó de nuevo para mirarlo. Para su sorpresa, se había puesto una camiseta muy holgada y unos pantalones que era evidente que le quedaban grandes, y se dirigía hacia la cama con las botas en la mano. Aunque quería levantarse y echarse en la cama con él, tenía que esperar a que le diera permiso, puesto que hacía un par de horas no eran más que príncipe y ladrón. Dimitri se sentó en el borde, dejando las botas a los pies de la cama. No decía nada, ni siquiera lo miraba, así que empezaba a perder la esperanza de que pudiera dormir con él, por lo menos en lo que a esa noche se refería. Se levantó del suelo y se dirigió a su rincón, suspirando. A lo mejor al menor le daba demasiada vergüenza volver a dormir con él. En realidad ni siquiera estaba seguro de que pudiera contenerse para quedarse sumiso y solo dormir, después del tiempo que se había sentido lejos del pelirrojo. Cogió la carta que aún seguía dónde la lanzó.

-          Sergey – llamó y, cuando el ladrón levantó la vista y lo vio sentado en el colchón, ruborizándose, se dio cuenta de que había perdido las esperanzas a lo tonto – Ven.

-          Pensé  que no me lo pedirías nunca – susurró socarronamente.

Se acercó a la gigantesca cama con dosel y se quitó las botas antes de subirse a la misma. Luego, ya que estaba, pensó que no pasaba nada si se lucía un poco. Con la arrugada carta aún en la mano, se giró a la chimenea ya sentado sobre el colchón, apuntó y lanzó la bolita de papel, que cayó en medio de todo el fuego y tardó apenas un par de segundos en consumirse. Se volvió a girar, sonriendo tras dejar atrás su nostalgia consumida con esa carta y se acomodó para quedar sentado enfrente del pelirrojo. Lo escrutó con la mirada.

-          Tengo que darte una explicación. Más bien me siento obligado. – dijo el muchacho, mirando a sus manos nerviosas sobre el colchón, y sonó más serio de lo que solía oírle. Soul suspiró.

-          Soy todo oídos – puso las manos detrás de sí y recostó el peso sobre ellas.

-          Fillip, él… - se mordió el labio inferior, igual que el día que le contó aquello, subidos a un árbol en su primer día de caza – Lo trajeron a palacio cuando yo nací, ya que coincidió con la jubilación del antiguo panadero. Como mi padre se pasaba el día en el campo de batalla y mi madre se encargaba de la regencia mientras él estaba fuera, prácticamente me crié con Fillip. Cada vez que conseguía escaparme de mis lecciones de idiomas, bajaba a verle a las cocinas, y siempre me recibía con una sonrisa y me invitaba a uno de sus postres – el chico sonrió nostálgicamente – Un día, de repente hubo un problema con el horno que cocía el pan, y el fuego se descontroló. Ya sabes lo que pasó después – no hacía más que jugar nerviosamente con las manos y estaba consiguiendo que el ladrón se pusiera de los nervios también – Cuando mi padre lo ejecutó me enfadé mucho con él, y me dijo que le daba igual, como si me escapaba. También me dijo que no tenía agallas suficientes para hacerlo – levantó la cabeza y lo miró, ensanchando una triste sonrisa – El resto de la historia ya la conoces.

El menor volvió a bajar la cabeza. Sergey soltó un suspiro y se movió sobre el colchón para acercarse aún más, aunque lo hizo con precaución. Le puso la mano sobre la cabeza y le acarició el pelo. Lo notó tensarse y como empezaba a sollozar, así que no pudo aguantarse más. Lo agarró del brazo y tiró de él para abrazarlo con todas su fuerzas, apoyándolo sobre su regazo. El chico le correspondió el abrazo y eso hizo que lo intensificara aún más, en un intento desesperado por fusionarse con él, pero tratando de no ahogarlo. Ese chico había sufrido mucho por culpa del padre que le había tocado, pero nadie elige a sus padres. Apoyó los labios sobre su pelo, aspirando ese olor que tantos recuerdos le traía, que tanto había extrañado. Se quedaron un rato en silencio, uno disfrutando de la calidez del abrazo y el otro sollozando en silencio, hasta que los gimoteos cesaron.

-          Te va a dar un ataque, Sergey – susurró contra su pecho.

-          ¿Y de quién crees que es la culpa, enano? – lo escuchó soltar una suave risita. Notó como lo abrazaba más fuerte y el mayor lo correspondió, sorprendido.

-          Te he echado mucho de menos – el corazón del ladrón se le subió a la garganta, atónito – Más de lo que pensé que se podía ser capaz.

-          Dios, Dimitri – apretó aún más el abrazo – Y yo a ti. Pensé que me moriría.

-          Qué exagerado – dijo con una sonrisa, separándose un poco.

-          Lo digo en serio – el chico se ruborizó y sorbió por la nariz, con los ojos aún llenos de lágrimas – Ven aquí.

Tiró suavemente de él, rodeándole la cintura con los brazos y acercó los labios a sus ojos para retirarle las lágrimas rezagadas con cuidado, dejando tiernos besos sobre sus dos orbes azulados. Se separó un poco y esperó a que abriera de nuevo los ojos para pedirle permiso con la mirada. Para su sorpresa, el muchacho se abrazó a su cuello y lo atrajo hacia así para besarlo profunda y lentamente, beso que correspondió lleno de júbilo, feliz. Tan feliz que hasta le entraron ganas de llorar. Luego probó a introducir la lengua, pero no dejó de besarlo cariñosamente, aunque hubiera profundizado el beso. La lengua del menor jugó con la invasora, pasándosela por el paladar a Sergey, quién enseguida le siguió el juego. Soltó el agarre de una de sus manos sobre la cintura para pasarla a la nuca del enano, lo que hizo que tomara todo el control de la situación. Sus besos lentos ya no eran inocentes, sino que, con el paso de los minutos, el choque de lenguas, labios y dientes, hacían de sus besos una auténtica batalla campal por el control de la boca del otro, una batalla fogosa y bestial. Podría decirse que, literalmente, trataban de comerse la boca. Se separó de él y comenzó a darle besos en la mandíbula y en el cuello, pasando a la clavícula. Con cuidado para no asustarlo, sus manos bajaron hasta el borde del pantalón de Dimitri, y las introdujo en el interior de su camiseta. Aprovechó su ascenso de caricias por el torso del menor para quitarle la holgada prenda que, desde luego, estaba hecha para ser fácilmente arrebatada. Cuando lo tuvo desnudo de cintura para arriba lo tumbó sobre la cama y pasó a besarle el pecho. Le pasó el pulgar por uno de los pezones y lo escuchó gemir audiblemente, lo que le dio bandera blanca para que siguiera adelante. Se llevó el pequeño botón rosa a la boca y comenzó a succionarlo y, mientras lo escuchaba gemir, le excitaba el otro pezón con los dedos. Dios, esos sonidos que soltaba le estaban haciendo perder la cordura. Bajó la mano que tenía libre hacia el pantalón y le tocó el miembro evidentemente erecto por encima de la ropa, haciendo que el pelirrojo soltara un pequeño gritito de placer. Levantó la cabeza, dejando un resto de saliva en el estimulado pezón, para encontrarse con la erótica cara del muchacho.

-          ¿Solo con eso estás tan duro? – aunque no era quién para hablar, pero eso no lo iba a decir. El menor estaba tan ruborizado que apenas podía distinguirse el pelo de la piel.

-          ¿P-P-Por qué no evitas hacer comentarios vergonzosos? – rechistó, respirando rápidamente.

-          Porque entonces no sería ni la mitad de divertido sin tus reacciones – sonrió pícaramente.

-          Eres un idiot-¡Ah! – antes de que terminara la frase comenzó a frotarle el miembro, aún por encima de la ropa. Atacó sus labios de nuevo, dando un profundo y salvaje beso.

-          Desnúdame – ordenó.

Vio al menor hacer grandes esfuerzos para desabrocharle los botones de la camisa. Sergey sonrió maquiavélicamente. Iba a jugar y a molestarlo un poco. Soltó el nudo que mantenía los pantalones en la cadera y tiró de ellos, sacándole primero una pierna y luego la otra, a tal velocidad, que Dimitri no había terminado de desabrocharle la camisa cuando yacía desnudo debajo de él, y cogió su duro miembro con la mano para empezar a masturbarlo. El chico comenzó a gemir desesperadamente, y la tarea de desnudar al mayor se le complicó bastante. Las manos le temblaban hasta el punto que los dedos se le resbalaban del botón y era incapaz de sacarlo por el agujero. A pesar de que se estaba divirtiendo con eso, el rubio comenzó a impacientarse, y detuvo un momento sus caricias para que el joven pudiera quitarle la camisa. Cuando la hubo desabrochado, sin dejar de respirar rápida y profundamente, se alejó un momento de Dimitri para deshacerse de la prenda que tanto juego le había dado, y volver a lo que estaba haciendo. El pelirrojo soltó un gemido cuando las caricias en su parte íntima volvieron y el rubio atacó sus labios, besándolos fuertemente e introduciendo la lengua de forma bestial. Luego pasó a su pecho con algo en mente, evitando el cuello del menor porque lo que pretendía no podía verse, y, sobre su pectoral izquierdo comenzó a succionar. Lo notó moverse para acallar sus gemidos colándose una mano sobre la boca. O quizá las dos. El pecho del pelirrojo se elevaba con mucha frecuencia, tratando de que sus pulmones satisficieran la demanda de oxígeno. Cuando había dejado una marca morada, pensando que a lo mejor se había pasado un poco, dejó de masturbarlo, a lo que el menor abrió los ojos levantando la cabeza y le miró, interrogatorio. Sergey sonrió lascivamente de medio lado mientras entrecerraba los ojos.

-          ¿Sergey? – preguntó, y su voz sonó áspera.

-          Voy a probar algo – susurró ronco por la lujuria.

Colocó una mano a cada lado de la cintura del chico y volvió a sus labios, pero esta vez fue su lengua la primera que hizo contacto con ellos, lamiéndolos suavemente, mordiéndolos, mientras sus ojos permanecían algo abiertos para ver eróticas reacciones en la cara del que estaba debajo de él. Se acomodó entre sus piernas y con las manos le obligó a que las abriera y las flexionara. Lo besó intensamente, a lo que el menor correspondió introduciéndole la lengua.

-          No estés tan desesperado – dijo el mayor con una lujuriosa sonrisa tras separarse de él para bajar hasta su entrepierna.

-          ¿Quién es el desespe- ¡AH! – gimió cuando el mayor lamió el miembro del pelirrojo.

Se lo introdujo en la boca y comenzó a subir y bajar la cabeza, succionando la punta, mientras escuchaba como el tono y la frecuencia de los gemidos del muchacho aumentaba. Pero comenzaba a dolerle a él mismo la entrepierna, que palpitaba por falta de atención y se moría de ganas por tocarse y poder liberarse.

-          S-S-S-Ser-Segey – pudo articular tras tartamudear. Se separó un momento.

-          Te gusta, ¿no? – no hacía falta que se lo confirmara, aunque tampoco esperó por una respuesta cuando volvió a pasarle la lengua por toda su longitud.

Siguió así otro par de minutos, pero necesitaba atención urgente, así que subió una mano hasta la boca del menor y, aún con su propia boca trabajando, le miró intensamente. Acarició sus labios con los dedos y le introdujo tres dedos en la boca, los que lamió lujuriosamente y Sergey no aguantó más para empezar a tocarse, aunque solo se frotara un poco por encima de la ropa. Bajó los húmedos dedos hasta su entrada, aún lamiendo y chupando su miembro, aunque redujo la velocidad pero aumentó la intensidad, e introdujo un dedo. Entre los gemidos de placer distinguió uno de sorpresa, pero fue tan opacado que pensó que se lo había imaginado. No había pasado un minuto cuando introdujo el segundo dedo. Le sorprendía con la velocidad que se estaba acostumbrando. Los movió en círculos y enseguida sintió la necesidad de introducir el tercero, como si el cuerpo de Dimitri se lo estuviera pidiendo. Dejó de tocarse y apoyó una mano sobre el colchón cuando notó que ya estaba preparado. Hizo otro par de movimientos y sacó los dedos, para apoyar la húmeda mano sobre el colchón y, mientras se desvestía él de cintura para abajo, volvió a su boca.

-          Confiésalo – ordenó dentro del beso – Te has tocado mientras yo no estaba.

-          Qué dices – gruñó ronco – Yo no soy un depravado.

Y,  sin embargo, su cuerpo decía lo contrario. Cuando estuvo completamente desnudo se acomodó entre sus piernas y se las agarró con los brazos para levantarle la cadera. Sus ojos ambarinos buscaron los orbes azulados del menor, preparándolo mentalmente para lo que seguía, pero solo encontró deseo en ellos, y se dejó llevar. Lo penetró lentamente mientras oleadas de placer subían por su vientre y soltó un largo suspiro que más pareció un gemido. No esperó para empezar a embestirlo lenta pero bestialmente, como si se le fuera la vida en ello. Llegó un momento, cuando el ritmo aumentó, que tuvo que apoyar las manos en el colchón, a ambos lados de la cabeza del pelirrojo, para poder profundizar aún más dentro de él y tocar ese punto que sabía que tan loco lo volvía. Ambos con los ojos entreabiertos y gimiendo desesperados mientras el placer cabalgaba velozmente por su cuerpo, fue el pelirrojo el que comenzó a responder a las embestidas con un vaivén de la cadera, se aferró al cuello del mayor rodeándolo con los brazos y lo atrajo hacia sí para unir sus frentes.

-          Dima… - gruñó el rubio cuando supo que no le quedaba mucho – Te quiero – el menor lo besó suavemente.

-          Y yo a ti.

Sergey despegó una mano del colchón para bajarla hasta el duro miembro del menor y comenzar a masturbarlo. El ritmo de las embestidas se volvió frenético, sus caderas chocaban sin parar y la mano que tenía el mayor sobre el falo del pelirrojo se movía a un ritmo desesperado por dar placer. Las manos de Dimitri pasaron del cuello a la espalda, agarrándose tan fuerte que comenzó a arañarla, mientras el tono de los gemidos de ambos crecía a un ritmo alarmante. El pelirrojo arqueó la espalda al venirse y Sergey, al notar cómo se estrechaba, solo tuvo que embestirlo un par de veces más para llegar él al clímax.

 

Él ya llevaba unos minutos despierto cuando Dimitri levantó la cabeza para mirarlo, sin deshacer el abrazo que tenían. Sergey lo miró sonriendo, gesto que le devolvió un ruborizado pelirrojo. El muchacho bajó la cabeza para apoyarla de nuevo sobre el pecho del rubio, que levantó la suya para darle un suave beso en la frente. El chico se acurrucó aún más a su lado.

-          No quiero levantarme – susurró, somnoliento.

-          Pues no lo hagas. Aún no ha amanecido – dijo mientras comenzaba a acariciarle el pelo.

-          Ya, pero Alina no tardará mucho el venir, y no quiero que nos encuentre así – Sergey sonrió pícaramente ante el comentario.

-          ¿Te da vergüenza? – preguntó y vio como se le ponían rojas las orejas a la vez que notaba calor en la zona del pecho en contacto con la cara el pelirrojo.

-          A-Aparte de por eso, si ve algo, podría ponerse en peligro – Soul entendió el punto de la preocupación del chico y chasqueó la lengua.

De repente, notó un pequeño escozor en una de sus heridas del pecho cuando el pelirrojo pasó suavemente el dedo por encima. Lo escuchó suspirar apesadumbrado.

-          Lo siento – el rubio sonrió, aunque sabía que no lo veía.

-          No ha sido tu culpa, enano.

-          Ya, pero…

-          Pero nada – dijo y le plantó otro beso en la frente.

-          Te prometo que encontraré a los culpables – ninguno de los dijo nada hasta pasados un par de minutos, en los que permanecieron tranquilamente disfrutando del calor del otro – Ag, ya. Tengo que levantarme.

Se incorporó, estirando los brazos y la espalda y echó las ropas de cama hacia atrás para poder sentarse en el borde. Sergey se quedó atontado mirando hacia la preciosa espalda del menor y no pudo evitar pasar un dedo por la marcada columna en una suave caricia. Lo vio estremecerse, pero eso solo hizo que sonriera. Dimitri giró la cabeza y le regañó con la mirada, por lo que el mayor sonrió levemente y retiró la mano. Cuando se hubo puesto los pantalones, se levantó de la cama y se movió hacia el baño.

-          Levántate tú también – dijo cuando salió con el pelo y el pecho mojados.

-          ¿Y eso por qué? – preguntó, molesto. No tenía nada que hacer, podía quedarse en la cama todo el día y no le importaría. Se extrañó al verlo ruborizarse.

-          Porque si sigues echado me tientas a volver a la cama – susurró, aunque lo suficientemente alto para que el rubio le escuchara.

Sergey lo miró atónito, pero le obedeció, aunque con una sonrisa en la boca. Se estiró y buscó su ropa con los ojos. Le apetecía molestar un poco al enano, pero había sido tan tierno que se contuvo, aunque se prometió que solo sería por ese día. Empezaba a clarear cuando al fin se sentó en el borde para ponerse los pantalones. Al levantarse y estirar la espalda se giró buscando a Dimitri, al que encontró embobado mirando a través de la ventana. Al girar sus ojos azulados hacia él, una mezcla de vergüenza y tristeza se mezcló en sus pupilas cuando pasearon por el pecho del ladrón.

-          ¿Pasa algo? – el muchacho se dio la vuelta ruborizado y se encaminó hacia el armario sin responder.

El mayor se movió por la habitación buscando sus botas y las encontró tiradas a los pies de la cama, aunque no recordaba haberlas dejado ahí. Tras ponérselas y escuchar un suspiro de labios del menor, levantó la cabeza. Parecía dudar en qué ponerse y le hizo gracia la escena.

-          Esas cosas las hacen las chicas, no tú.

-          Cállate, idiota – escupió, molesto, pero eso solo hizo que el mayor soltara una carcajada.

Eligió unos austeros pantalones blancos con una raya roja carmesí a ambos laterales de las piernas, una camisa blanca también y un jubón de cuero teñido rojo, a juego con la raya de la prenda que se podrían en las piernas. Empezaba pensar que tenía más estilo para conjuntar que Natasha, aunque en la guarida tampoco es que hubiera mucho para escoger. Sergey se arrimó a la cómoda para apoyar el culo sobre ella, cruzarse de brazos y observar el paisaje que le brindaba el menor. Ya se había puesto los pantalones, unas botas negras que le llegaban casi hasta la rodilla, y abotonaba los últimos botones de la camisa cuando tocaron a la puerta.

-          ¡Dima! ¡Soy yo! – gritó la rubia al otro lado.

-          ¡Pasa! – gritó también el joven.

-          ¡Buenos dí- ¡Madre mía! – dijo mirando hacia Sergey. El rubio la miró extrañado y el pelirrojo lo miró a él.

-          ¡Sergey! ¡Ponte una camisa o algo! – gritó, molesto, lanzándole el pantalón que había tenido puesto antes de cambiarse.

-          No – dijo la rubia mientras sus ojos se perdían por el cuerpo del ladrón – Así está bien – Dimitri chasqueó la lengua, pero Soul se estaba divirtiendo.

-          Lizzie, ya. Deja de mirar – comenzó a empujarla - ¡Y tú ayuda un poco y ponte algo!

-          Vale, vale – pero no se dio prisa en acercarse a su camiseta, que seguía por el suelo, y recogerla.

-          Dimitri – la chica lo cogió del cuello de la camisa y lo acercó a ella - ¡¿Has visto que abdominales?! – volvió a mirar al rubio, que estaba a punto de echarse a reír, no por lo que decía ella, sino por la divertida mueca del menor - ¿Y los brazos? ¡Si tienen el tamaño de mis piernas!

-          ¡Lizzie, contrólate! – se deshizo del agarre de la muchacha y la cogió de los hombros para zarandearla.

-          Vale, vale – suspiró - Pero es que, ¿has visto como está? Es la primera vez que veo un cuerpo como ese. Madre mía – comenzó a abanicarse con la mano - ¿No hace mucho calor aquí?

-          No. Eres tú la que tiene calor – la muchacha volvió a mirar al rubio, que ya se había puesto la camiseta, pero volvía a estar apoyado en la cómoda, con los brazos cruzados y observando la divertida escena a sus ojos. No era la primera vez que una chica perdía así los estribos al verlo medio desnudo. Recordaba haberle pasado más de una vez en las termas - ¡Que dejes de mirarlo! – repentinamente, la expresión de la rubia cambió a una picarona, pero el rubio sabía que no iba por él. Ella le había leído la mente al ladrón, lo que hizo que ambos sonrieran intercambiando una mirada cómplice.

-          Dima… - la chica se giró hacia el pelirrojo.

-          ¿Ya has vuelto en ti? – preguntó, molesto.

-          ¿Estás celoso?

Sergey no pudo evitar echarse a reír cuando lo vio abrir mucho los ojos y ruborizarse, hasta el punto que hasta el cuello se le puso rojo. Se dio la vuelta y se encaminó al armario, soltando injurias por lo bajo, para ponerse el jubón rojo carmesí. Esa chica podía llegar a ser incluso peor que Natasha, dado que conocía muy bien al pelirrojo y sabía dónde estaban sus puntos débiles.

-          Elisabeth – llamó el rubio mientras se limpiaba las lágrimas provocadas por las risas – Tengo que presentarte a alguien que es muy parecido a ti. Y, ahora que lo pienso, también es rubia y tiene los ojos azules como tú.

-          Sergey, no – la cara de pánico de Dimitri era todo un poema – Si ya hace una mezcla explosiva con Lil, imagínate si, además, añadimos a Lizzie. – sacudió la cabeza. Sergey hizo una mueca de reflexión con los labios.

-          Pues tienes razón. Aún así – dijo girándose de nuevo hacia la rubia – Creo que os llevaríais bien.

-          Me encantaría conocerla – la sincera y encantadora sonrisa que le regaló la muchacha casi hizo que se ruborizara.

-          Lizzie, ya estoy – la joven se giró hacia el pelirrojo.

-          Ponte una capa – ordenó y vio como el chico le dedicaba una mirada interrogativa – Hoy salimos, ¿recuerdas? – lo escuchó chasquear la lengua.

-          ¿Salir? – preguntó Soul, curioso.

-          En esta época del año toca visitar a los nobles de los alrededores que no vienen por no poder viajar – explicó el pelirrojo mientras se ponía una gruesa capa ornamentada de color blanco y dorado, con una capucha demasiado grande para la cabeza del pelirrojo – La mayoría de ellos son entrados en años, y subirse a un caballo le cuesta un trabajo espantoso – caminaba hacia la entrada, junto a Elisabeth, mientras se anudaba la prenda al cuello. Luego levantó la cabeza para mirarlo – Tranquilo – sonrió – por la noche estaré aquí – Sergey le devolvió la sonrisa.

-          Bueno, que sí – interrumpió la muchacha – Dejadlo ya tortolitos. Nos vamos.

Antes siquiera de que dieran un paso, la sonrisa de Sergey se ensanchó y se movió rápido. Levantó una mano y la colocó delante de los ojos de la rubia para taparle la vista, mientras que la otra la posó en la nuca del pelirrojo para darle lo que en principio iba a ser un casto beso, pero que aprovechó para introducir la lengua haciéndolo profundo y rápido. Se separó de él unos centímetros y dejó que la rubia le retirara la mano de los ojos. Dimitri, sonrojado, le regañó con la mirada, pero solo consiguió que el mayor le diera un suave beso en la frente. La duda se asentó en los ojos del pelirrojo, que lo miraba intensamente. Ambos escucharon un suspiro de labios de la chica.

-          Dima, que nos tenemos que ir, ¿recuerdas? – el menor se giró hacia ella, embobado.

-          ¿Eh? Ah, sí. Nos vamos – bajó la cabeza evitando los ojos ambarinos de Sergey, claramente avergonzado.

-          Ah, por cierto – la rubia se giró hacia el ladrón – Yo me encargo de hacerle saber que no tiene que arañar la espalda de nadie, por muy poseído por la pasión que esté. – el joven se sonrojó intensamente y frunció el entrecejo.

-          ¡Lizzie! – gritó mientras salían por la puerta y escuchaba como la joven se echaba a reír.

¿Cuándo había visto los arañazos? Bueno, era una pregunta estúpida, dado que se había paseado por la habitación sin camiseta solo para ver los celos del pelirrojo. Empezaba a pensar que esa chica daba todavía más miedo que Natasha, y eso era decir mucho. Sonrió. Esos arañazos debían ser las únicas heridas en todo el cuerpo que no le importaba tener. No es que el resto no hubieran merecido la pena, pero esas eran algo más especiales. En cierto modo, le agradecía a la rubia que hablara con eso de Dimitri, cosa que podía hacer él pero era más divertido así, porque, por unas o por otras, siempre le acababa arañando la espalda. También podía acabar con el asunto cambiando de postura, idea que se le antojaba aún más interesante, pero entonces tendría que pedirle permiso al pelirrojo. Esperó a que Alina le llevara el desayuno y ropa, le hiciera la cama al menor con ayuda de otra chica, algo más mayor que Elisabeth, quién se ruborizó al  ver el rubio. Cuando abandonaron la habitación, aún mientras desayunaba, vio que le habían dejado una cuchilla de afeitar junto al mismo. Sonrió.

Tras terminar con toda la comida, encendió la lámpara de aceite que había sobre la repisa de la chimenea, cerca del escudo de armas, y se encaminó al baño con la ropa colgada del hombro. No era la primera vez que entraba, pero sí la primera con luz, así que pudo contemplar el esplendor de la nobleza rusa. A la izquierda había una palangana encima de una pequeña mesilla de madera, que tenía las baldas llenas de extraños frascos, y un espejo muy grande colgado a la pared justo encima. De frente según se entraba, había una bañera metálica del tamaño justo para que entrara el rubio pero no lo suficiente para que lo hiciera con las piernas estiradas. Una pícara sonrisa se dibujó en su cara cuando pensó que tenía que probar a meterse dentro con Dimitri entre las piernas. No había mucho más aparte de un orinal, que se vaciaba gracias a un sistema de tuberías, un armario de madera cuyas baldas estaban repletas de toallas de todos los tamaños, y un taburete de metal. Dejó su ropa en el taburete, se quitó la camiseta, cogió una toalla de tamaño medio que se colgó alrededor de cuello, y se acercó a la palangana, que llenó de agua con una enorme jarra de metal blanco que encontró en el suelo. Cuando se miró en el espejo, se asustó por un momento. Tenía la cara llena de heridas, más de las que supuso que tendría, lo que hizo que dudara un momento si mirar hacia el pecho de su reflejo, pero reunió el valor suficiente para hacerlo. Apretó la mandíbula al ver que las heridas le llegaban desde los hombros hasta casi el ombligo, pasando los la parte alta de los brazos. Apoyó una mano sobre el mueble de manera y se inclinó hacia adelante, cerró fuertemente los ojos y se cogió el puente de la nariz con el dedo pulgar y el índice de la otra, mientras recordaba el siseo del látigo al caer contra él. Suspiró fuertemente y abrió los ojos, se dio la vuelta y, tal y como esperaba, los arañazos le levantaron el ánimo hasta el punto de que le hicieron sonreír. Parecía mentira que fueran menos profundos pero sí más largos que el resto de sus heridas, pero las recordara aún menos. Bueno, en ese momento estaba pensando en otras cosas también. Con la navaja en la mano, comenzó a recortarse un poco la barba y el bigote, y se sorprendió de la habilidad que tenía para ello, a pesar de que no solía hacerlo él. Cuando terminó, se sintió orgulloso de su trabajo y se prometió que no volvería a pedir al barbero que lo hiciera, pues le gustaba más cómo se lo había dejado él. Tiró el agua de la palangana en la bañera, haciendo que se fuera por el desagüe de la misma, y cogió otra toalla más pequeña antes de volver delante del espejo. Rellenó de nuevo con agua y acercó la cara para lavársela y aprovechar a hacerlo también con el pelo. Humedeció una toalla para pasársela por el cuello y con cuidado por el pecho, y luego usó la otra para secarse. Se cambió de ropa y volvió a tirar el agua. Cuando salió del baño, aún le goteaba el pelo, pero no le importó. Le apetecía salir a correr, pero iba a ser misión imposible, así que haría ejercicios varios para deshacerse de toda esa energía. O eso, o la quemaba cuando llegara el pelirrojo.

Notas finales:

Y eso es todo por hoy!! Esperaré un par de días hasta para subir la última parte y también el último capítulo del fic. Ya lo he comentado, pero voy a hacer un epílogo semi independiente de la historia, así que, aunque os la encontréis como terminada, todavía faltará el epílogo. Pues nada más, solo espero que os haya gustado y dejad reviews si queréis.


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