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.:El Zar:. por Alaya-chan

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Notas del capitulo:

Puuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuues aquí está el final de la historia. Ya os he comentado que habrá un epílogo, pero como es semiindependiente no creo que lo suba hasta pasado un tiempo. O no, todo se verá. Espero que os haya gustado tanto como a mí escribirlo. Que yo también me he emocionado lo mío.

Hay algunas aclaraciones al final del capítulo, pero no las leáis hasta terminarlo porque contienen spoilers, o eso creo.

XVI

El Zar

Parte III: El fin de una época

Contaba el tiempo que tenía que pasar hasta que llegara el pelirrojo en función de cuándo entraban a encender la chimenea, pero ese día llegaba con retraso. Echado en la cama, con las manos detrás de la cabeza, no podía dejar de preocuparse, pensando si les habría pasado algo por el camino, si los bandidos les habrían atracado. Chasqueó la lengua y se levantó de un salto. Nervioso, comenzó a dar paseos de aquí para allá en la habitación mientras la inquietud se apoderaba de su pecho. Suspiró fuertemente sin detener su marcha, y estuvo tentado en varias ocasiones de salir por la puerta en su busca. Estaba tardando demasiado, y eso no le gustaba. Sus sentidos se pusieron alerta cuando escuchó susurrar a los guardias y detuvo su caminata justo enfrente de la puerta, con el corazón latiéndole frenético y desesperado. Cuando empujaron la puerta y vio una capa blanca y dorada asomándose, su cerebro dejó de procesar y el pelirrojo solo atinó a cerrar la puerta antes de que el ladrón lo apresara entre sus brazos en un fuerte abrazo.

-          ¿Estabas preocupado? – susurró, correspondiéndole el abrazo.

-          Pues claro que lo estaba – sonó más molesto de lo que en realidad estaba, pero no le importó. Le acarició el pelo con una mano.

-          Ya estoy aquí – lo empujó suavemente para deshacer el abrazo, pero no se separó de él. Le cogió la cara con las manos y se puso de puntillas para darle un beso en la comisura de los labios. El rubio sonrió.

-          No te pongas rojo si haces estas cosas – picó.

-          N-No puedo evitarlo – desvió la mirada y deshizo el nudo de la capa mientras se encaminaba hacia el baño.

Ya era una rutina verlo hacer eso, así que se quitó las botas y la camiseta, y se subió a la cama para esperarle, echando las ropas hacia atrás y tapándose cuando ya estuvo dentro. Colocó las manos detrás de la cabeza y observó como un semidesnudo Dimitri, con el pelo empapado, se dirigía hacia el armario con las botas, la camisa y el jubón carmesí en una mano. Siguiéndolo con la mirada, pudo percatarse del precioso culo que le hacía ese pantalón, remarcándolo perfectamente, y empezó a calentarse. Soltó una pequeña risita, pensando en que se había vuelto más pervertido de lo que ya era. El pelirrojo se puso una camisa holgada y se quitó los pantalones, mientras el rubio evitaba las tentaciones de levantarse y embestirlo contra el armario, y lo vio ponerse otros, aunque le quedaban igual de grandes que los que le quitó la noche anterior. Mientras se los ataba a la cintura se acercó a la cama y se subió, colocándose al lado del rubio, al que le dio un suave beso en los labios.

-          ¿Por qué has tardado tanto? – preguntó, curioso.

-          Aquí en Moscú, no – dijo mientras se acomodaba contra su pecho – pero hacia el este nevaba bastante y nos ha dificultado un poco el viaje. Menos mal que estaba cerca – el chico suspiró contra su cuerpo – Me encanta tu calor. Allí fuera he pasado mucho frío.

El rubio retiró una mano de detrás de la cabeza para abrazarlo por la cintura y apretarlo aún más contra él. Notó como el corazón del menor comenzaba a latir más rápidamente y se preguntó qué le estaría pasando por la cabeza para que se pusiera de aquella manera. Sonrió de medio lado, pensando que hasta el chico podía tener su lado pervertido. Tras escucharlo suspirar un par de veces, habló.

-          No, no quiero que me calientes así – con un rápido movimiento y aún dentro de las mantas, se sentó a horcajadas sobre su cadera y colocó una mano a cada lado de la cabeza de Sergey – Así – y lo besó profundamente.

-          Enano – dijo sacando las manos de detrás de la cabeza con una sonrisa pícara en la boca – Te he dicho que si vas a hacer estas cosas que no te sonrojes, no pegan juntas.

-          Cállate – dijo y le besó de nuevo.

Qué atrevido se estaba volviendo el chico. O eso, o estaba demasiado necesitado. O las dos cosas. Lo cogió de la cintura con ambas manos mientras le introducía la lengua en la boca, pero no intercambió posturas en ningún momento. No pensaba hacerlo. Por lo menos no enseguida. El chico se separó de su boca, dejando un fino hilo de saliva entre sus lenguas y se movió para darle un suave beso sobre una de las heridas de la frente, pasando después a la de al lado. Sergey, lleno de júbilo por la ternura del menor, cerró los ojos, dejándose hacer. Antes de pasar al resto de las heridas, le dio un casto beso en los labios, y siguió hacia abajo, dónde besó las heridas de los hombros y se movió hacia las del pecho. Lo que no se esperaba era que, en una de esas, comenzara a succionarle un pezón. Sergey soltó un gemido de placer mezclado con sorpresa.

-          ¿Qué tienes en mente? – sonó entre ronco y divertido.

La pregunta solo hizo que el pelirrojo le mordiera suavemente el pequeño botón con el que jugueteaba su boca. Parecía mentira que le dejara hacer eso, cuando solía hacerlo él. Además, comenzaba a notar la erección del menor contra la suya, y eso solo hacía que se pusiera más cachondo de lo que ya empezaba a ponerse. El chico volvió a besar sus heridas pero, cuando aún le quedaban unas cuantas, volvió a su boca. El rubio retiró una mano de la cintura del menor y la colocó en su nuca, apresándolo contra sus labios y evitando que escapase. Aprovechó para introducir la lengua en un beso fogoso, ardiente y desesperado, jugando con la huésped, rozando el paladar y los dientes de la boca ajena, reclamándola como suya. De repente, Dimitri comenzó a mover su cadera contra la del ladrón, haciendo que sus miembros se frotaran, y se vio obligado a separar sus labios para mirarlo extrañado, mientras el placer comenzaba a invadirlo. El pelirrojo le miraba con los ojos entrecerrados y comenzando a gemir, pero no era el único que ya lo hacía. El rubio colocó las manos sobre la cadera del menor para apretarla más contra la suya, profundizando el contacto, y el joven encima de él soltó un suave gritito de placer.

-          Mierda – gimió el ladrón, impaciente.

Deshizo el nudo del pantalón del chico y el suyo propio, tarea que se le dificultó bastante porque sus manos temblaban, entendiendo en ese momento lo cruel que había sido la noche anterior con el enano pelirrojo cuando le ordenó quitarle la camisa. Tras liberar sus miembros, los agarró con una mano y empezó a masturbarlos juntos, aprovechando el roce que la cadera de Dimitri, que aún o se había detenido, le proporcionaba para hacer la fricción aún más intensa. Los gemidos aumentaron, sus rápidas respiraciones se acompasaron, y el menor tuvo que apoyar la frente sobre el pecho de Sergey cuando sus brazos comenzaron a temblar por el esfuerzo.

-          Joder… – gimió el ladrón, aumentando la velocidad.

-          Ser-Sergey… - suspiró – V-Voy…

-          No, Dima, aguanta…

-          M-Me lo pides así, p-pero…

Sergey aumentó de nuevo la velocidad a pesar de que empezaba a arderle el músculo de la muñeca, a lo que el menor respondió moviendo más rápidamente la cadera. Los gemidos aumentaron de tono y el pelirrojo reunió las fuerzas suficientes para levantar la cabeza y besar a Sergey, tratando de acallarlos, aunque en vano, pues seguían gimiendo aún dentro del beso. Al llegar el menor al clímax, se separó apenas un centímetro de la boca del rubio para soltar un grito de placer, pero no detuvo los movimientos de su cadera hasta que se vino el mayor, que introdujo la lengua en la boca a Dimitri para no gritar él, acallando por completo el gemido. Respirando rápida y entrecortadamente, uno tirado encima del otro, esperaron a que sus organismos volvieran a la normalidad.

-          ¿Has entrado ya en calor? – preguntó con una sonrisa dibujada en los labios.

-          Más o menos – dijo el pelirrojo sonrojado mientras se movía para quedar echado boca abajo sobre el colchón. Sergey se tomó esa respuesta como desafío.

-          ¿Qué quieres decir con “más o menos”? – preguntó pícaro, colocándose encima de él y juntado de nuevo sus caderas.

Lo miró con cara de pánico, pero estaba tan sonrojado que no se la tomó en serio. Le lamió la nuca y se la mordió, notando como se estremecía debajo de él. Consiguió meter una mano entre el muchacho y el colchón, de tal manera que buscó el final de su camiseta e introdujo la mano dentro, acariciándole el suave torso. Aún de espaldas a él, le mordió el lóbulo de la oreja suavemente y luego pasó la lengua por todo el cuello que tenía a su alcance. Apoyándose sobre sus rodillas, con la mano libre le obligó a girar la cabeza para besarlo apasionadamente, lamerle los labios y mordiendo el inferior, dejando una pequeña herida que, cuando comenzó a sangrar, volvió a lamer.

-          Sergey… - gimió.

La mano que seguía acariciando su torso bajó a su entrepierna, que encontró dura. Sonrió lascivamente mientras sus ojos ambarinos cegados por el placer se encontraban con los azulados del menor. Unió de nuevo sus labios y sus lenguas, y aprovecho para apoyar de nuevo la mano sobre el colchón. Agarró el miembro del chico, haciendo que gimiera fuerte dentro del beso, y comenzó a masturbarlo lentamente, a la vez que comenzaba a mover la cadera, frotando su miembro contra la entrada del menor. Tenía que prepararlo, pero su mente solo le decía que le bajara el pantalón y comenzara a embestirlo allí mismo.

-          Hazlo – rogó el menor como si le hubiera leído la mente.

-          Te va a doler – dijo, preocupado, pero a la vez deseándolo.

-          Da igual, lo necesito ya – Sergey ensanchó la sonrisa más grande que había puesto en su vida, o eso pensó en ese momento.

Se retiró de encima de Dimitri, quién apoyó los codos y la frente en el colchón, elevando la cadera. El mayor le bajó los pantalones y luego agarró su miembro, el que masturbó un poco para endurecerlo.

-          Sergey… - pidió.

-          Ya… voy… impaciente… - gemía.

Aunque era él el que no podía esperar más. Lo penetró de una sola estocada, provocando que el menor gritara y se le tensara la espalda, pero sabía que era la manera menos dolorosa de hacerlo. Se inclinó hacia adelante y esperó un poco, lo que su nublado cerebro le permitió, que no supo cuánto fue, y empezó a embestirlo, sujetándole la cadera con una mano, mientras la otra, a un lado del cuerpo de Dimitri, suportaba todo su peso. Los gemidos del mayor se intensificaron, mientras que los del pelirrojo comenzaron a hacerse audibles, aún cuando estaba contra el colchón, y Sergey aumentó el ritmo y la profundidad de las embestidas. Agarró el miembro del menor y comenzó a masturbarlo rápidamente, a la vez que embestía. Después de lo anterior, no tardaron mucho en volver a llegar al clímax, casi a la vez en esa ocasión. Dimitri se desplomó sobre el colchón, pero el ladrón tuvo que apoyarse sobre sus manos para no caer encima y aplastarlo, a pesar de que le temblaban los brazos por el esfuerzo.

Despertó cuando los rayos de sol comenzaron a molestarle en la cara. Espera. ¿Sol? Se incorporó asustado, tan deprisa que hasta se mareó, preguntándose qué hora sería y si ya se habría ido Dimitri. Se sorprendió al encontrarlo a su lado, durmiendo boca abajo, y tapado solo hasta la cintura. Sonrió embobado. Era tarde y tenía que despertarlo. Se inclinó sobre él, colocando una mano al otro lado de su cuerpo, y acercó los labios a su oído.

-          Arriba, bella durmiente – susurró, pícaro pero en un tono cariñoso.

El chico se revolvió, abrió un ojo, sonrió de medio lado y se tumbó de lado, dándole la espalda, tras tirar de las sábanas. Perplejo, el ladrón chasqueó la lengua.

-          Es tarde, deberías levantarte.

-          Hoy es mi día libre, déjame dormir – el rubio frunció el entrecejo, aún más extrañado.

-          ¿Tu día libre? – dijo echándose detrás de él y rodeándole la cintura para atraerlo hacia sí.

-          Sí, como he estado muy ocupado por las fiestas y el tiempo que pasé fuera, Padre me ha dado un par de días libres – se dio la vuelta para acurrucarse contra el pecho de Sergey. La palabra “Padre” le sonó rara en labios del menor.

-          No me lo habías dicho – sonrió, le iba a picar – Ah, claro, ayer estabas demasiado “frío”.

Notó cómo se le calentaba el rostro, pero no lo llegó a ver. Le hacía gracia que, después de tanto tiempo, siguiera poniéndose rojo. Le acarició el pelo y le dio un suave beso en la frente.

-          Aún así, ¿no decías que Alina tendría problemas si nos encontraba así? – el menor tardó en responder.

-          Hay algo que no te he contado – se separó de su pecho y se incorporó para sentarse en la cama. La cara que puso no le gustó un pelo – No te conté toda la verdad ayer – Sergey se incorporó a su lado, serio – Cuando llegamos estuve hablando con mi padre – el rubio entornó los ojos, mientras que los oscuros ojos azules de Dimitri estaban perdidos en algún lugar entre sus manos y el edredón – Me preguntó por ti.

-          ¿Qué le dijiste? – lo vio morderse el labio inferior y desviar la mirada.

-          No había sido un día muy agradable, estaba cansado y quería terminar rápido con todo.

-          No has respondido a mi pregunta – sentenció, molesto.

-          Todo lo nuestro.

Sergey chasqueó la lengua y se dejó caer en el colchón, pasándose las manos por el pelo. Estupendo. Ahora el zar sabía que el ladrón más famoso de Moscú se tiraba a su hijo. Seguro que le haría mucha ilusión. Lo mandaría ahorcar si tenía algo de piedad. Sino… después de lo de las mazmorras no su mente no alcanzaba a maquinar lo que podría pasar por la de un hombre como ese. Suspiró y miró al pelirrojo, que seguía en la misma posición en la que lo había dejado. Parecía arrepentido.

-          ¿Era esa una de las causas por las que estabas tan encendido? – el chico asintió con la cabeza. El mayor se incorporó de nuevo y le cogió el mentón para levantarle la cabeza. - ¿Qué te dijo? – el pelirrojo desvió la mirada.

-          Nada.

El ladrón bufó. Su primer encuentro no había sido el más adecuado, teniendo en cuenta que le estaba mintiendo a la cara, haciéndose pasar por quién no era para acercarse a Dimitri.

-          Perdón. Yo… - el mayor le rodeó el cuello con el brazo y lo atrajo hacia sí mientras se dejaba caer de nuevo sobre el colchón, con el menor abrazado a su pecho.

-          No tengo nada que perdonar. Lo hecho, hecho está – comenzó a acariciarle el pelo y levantó la cabeza para aspirar su aroma, quedando ambos en silencio.

-          Ah, por cierto – soltó de repente el príncipe – Recibí respuesta de Tasha – el cambio de tema le sentó como un golpe en la sien.

-          ¿Y que decía?

-          En resumen, que te cuide bien.

-          ¿Y ya está? – preguntó, extrañado.

-          B-Bueno, decía más cosas pero… - el rubio se echó a reír.

-          Vale, vale. Ya lo he pillado, enano – lo escuchó chasquear la lengua.

Pasaron unos minutos más disfrutando de esa tranquilidad, de su calor mutuo y de los sentimientos que el estar con la persona amada despertaban en ellos, demostrando sus emociones sin palabras. No hacía falta. Solo despertaron de su ensoñación cuando llamaron a la puerta. El pelirrojo se incorporó repentinamente.

-          ¿Quién? – Soul lo vio dudar un momento antes de preguntar.

-          ¿Quién crees que va a ser, bobo? – dijo una voz femenina al otro lado de la puerta.

Los ojos del joven buscaron al mayor con urgencia, mientras le urgía con la mirada para que se levantara y se acomodara un poco los pantalones. Sergey se levantó a toda prisa, apremiado por el menor, a pesar de que le hacía gracia la reacción, y notó como se estampaba contra su espalda una prenda de vestir. Supuso que sería su camiseta, para que no repitiera la escenita del día anterior, pero solo lo confirmó cuando se dio la vuelta y la recogió del suelo con una sonrisa divertida en los labios. Buscó a Dimitri con la mirada y lo encontró cogiendo una bata demasiado grande para él que estaba colgada de uno de los percheros junto al armario.

-          Pasa, pasa – dijo tratando de recobrar el aliento.

Para sorpresa de ambos, la chica entraba empujando un carrito de desayuno, esta vez con más comida de la que Soul se había acostumbrado a ver en su estancia en el lujoso palacio. Al mirar al chico entendió el porqué.

-          Ya veo que hoy no bajas a desayunar, Dima – sonrió, picarona.

-          Sí, pero tú tampoco parece que te hayas levantado hace un montón – picó el menor, mientras el mayor se quedaba perplejo por su contestación.

La chica se sonrojó e hizo un puchero. Llevaba puesta una bata parecida a la del pelirrojo, pero que casi rozaba el suelo y, mientras que la del chico iba a juego con la tapicería y el edredón de su habitación, el de la chica tenía un color blanco oscuro, casi como si estuviera amarillento por el uso. Pero, al contrario de lo que su vestimenta sugería, tenía el pelo perfectamente peinado y recogido en un precioso moño.

-          ¿Puedo desayunar con vosotros? – preguntó, inocente.

-          Estás en tu casa – sonrió el pelirrojo.

Elisabeth acercó el carrito al borde de la cama que le quedó más cerca y, como quién no quiere la cosa, se subió encima y se sentó con las piernas cruzadas mientras comenzaba a pelarse una manzana roja. El siguiente en subirse a su lado fue el pelirrojo, y el mayor de los tres no tuvo más remedio que unirse subiendo por el otro lado para poder estar con ellos.

-          Vale, si no lo digo, reviento. Aquí huele a sexo. – el pelirrojo se atragantó con la tostada y se sirvió un poco de ese líquido anaranjado que solían llevarle al rubio para desayunar pero que nunca se había atrevido a probar. Luego se puso rojo.

-          Estabas más guapa calladita.

-          Sí, pero es que nunca te había visto ponerte tan rojo ni actuar de esta manera hasta que conocí a Soul – inclinó la cabeza hacia un lado, sonando inocente. Dimitri la miraba con la boca abierta, como si no pudiera creérselo.

-          ¿Va en serio? – preguntó el ladrón, que no había mordido aún la tostada que acababa de untar. La rubia se giró para mirarlo.

-          Completamente – uy, la chica no sabía en qué aprieto acaba de meter a su amigo, pero Dimitri sí que se dio cuenta. Sergey pudo percatarse de ello cuando le vio la cara de pánico que le regaló.

-          Por cierto – dijo cambiando de tema drásticamente mientras evitaba reírse al ver al menor debatirse mentalmente - ¿Qué narices es eso? – preguntó señalando el líquido anaranjado.

-          ¿No lo sabes? – preguntó el joven.

-          Sí lo sé, es porque me apetece jugar a las adivinanzas – ironizó - ¿Tú qué crees? ¿Has visto algo como eso en la guarida?

-          Bueno, yo que sé – dijo frotándose la nuca – Allí teníais naranjas – lo vio sonreír y le tendió su propio vaso – Prueba – lo aceptó porque se lo dio Dimitir, no por otra cosa. Para su sorpresa, el sabor era ácido, como el de las naranjas, pero tenía un toque dulce a la vez, demasiado extraño, pero realmente embriagador.

-          Está bueno – vio a la rubia darle al chico un codazo en las costillas al estar ella sentada entre los dos.

-          Eso es porque tú lo has probado antes – el muchacho se puso rojo, pero no dijo nada y siguió desayunando. Pasaron unos minutos en los que solo se escuchaba el pan al ser untado, líquido al ser tragado, o frutas al ser masticadas – Oye, Dima – la chica sonó triste y preocupada - ¿De qué hablaste anoche con tu padre? – el pelirrojo bajó la mirada, mientras Sergey leía en su cara como se le había pasado el apetito.

-          Me preguntó por Sergey – la muchacha miró de reojo al rubio, que seguía masticando, tratando de aparentar tranquilo, pero sin quitarle la vista de encima al menor – Fui estúpido y le conté… – se puso colorado – Bueno, le conté lo nuestro – Elisabeth se puso de rodillas sobre el colchón de un salto y cogió a su amigo del cuello de la bata.

-          ¡¿En serio?! – había puesto la cara muy cerca de la de Dimitri y lo miraba con los ojos como platos, sonriendo.

-          Se me escapó – se disculpó.

-          Pero… ¡pero eso es genial! Ahora podréis hacer muchas cosas malas sin que os preocupe que se entere la mitad del palacio – soltó al chico que la miraba incrédulo – Aunque con lo escandalosos que sois lo raro es que no lo sepan ya – Dimitri volvió a ponerse rojo.

De repente, vio como una idea cruzó por los ojos azul oscuro del pelirrojo. No dijo nada, solo le regaló una mirada cómplice y se levantó de la cama rápido, dirigiéndose hacia la puerta. Dio un par de toques, como esperando a que abrieran del otro lado, pero lo único que recibió fue una contestación.

-          ¿Mi señor? – es escuchó desde el otro lado.

-          Tolya, dile a Alina que venga, que tengo que hablar con ella.

-          Enseguida se la traigo – respondió el guardia.

Sonriendo, el pelirrojo se acercó de nuevo a la cama, mientras el rubio veía como su ego se hinchaba y esperaba que le preguntara qué narices había sido eso. Iba a esperar para que reventara el enano primero, pero la curiosidad por lo que acababa de hacer era más fuerte que él.

-          ¿A qué ha venido eso? – preguntó la rubia, adelantándose al mayor. El chico los miró a ambos, sonriendo de medio lado.

-          Ya lo veréis.

Sergey chasqueó la lengua, molesto, lo que hizo que el menor soltara una risita que no le gustó nada, pero que tendría que aguantarse. Ya se lo haría pagar más tarde. Pasaron un par de minutos en silencio hasta que la puerta sonó y dejó paso a la castaña.

-          ¿Me habéis llamado? – preguntó, haciendo una reverencia.

-          Cierra – ordenó Dimitri. La chica acató la orden – No hace falta que seas tan formal, estamos en familia casi – el comentario hizo que el ladrón ensanchara una sonrisa.

-          Y sin el casi – susurró, molestando al pelirrojo, al que vio ponerse rojo pero que no le miró.

-          Necesito que me traigas un uniforme de la guardia real. Uno que le entre a este mastodonte – dijo señalando con el pulgar hacia Soul. Tanto la rubia como el nombrado lo miraron con el entrecejo fruncido, extrañados.

-          Veré que puedo hacer – susurró la chica – Con permiso – dijo y salió de la habitación.

-          Dimitri – el chico se giró hacia el ladrón - ¿Se puede saber en qué coño estás pensando? – lo vio ensanchar una sonrisa.

-          Voy a matar dos pájaros de un tiro – Sergey no lo pillaba pero, tras ver cómo la rubia se golpeaba la frente con la palma de la mano, pudo percatarse de que no era muy buena idea – Saldrás de esta habitación un par de horas.

-          ¿Dónde está la pega? – lo vio morderse el labio inferior.

-          Que comeremos con mi padre.

-          Dima, de todas las ideas alocadas que has tenido, esta se lleva la palma – interrumpió la chica – Pero me gusta.

Esos dos estaban locos. Elisabeth no lo sabía, pero Dimitri era consciente de que el ladrón no le tenía mucho cariño al zar, entonces ¿cómo coño se le habría ocurrido eso? Reflexionando mientras terminaba de desayunar, se dio cuenta de que quizá, y solo quizá, no sería mala idea para conocer a fondo al regente de Rusia y, ya de paso, saber cómo trataba a Dimitri. Cuando quiso darse cuenta, la castaña dejaba el uniforme real sobre el diván y se retiraba de nuevo. Vio al pelirrojo levantarse tan feliz de la cama y acercarse a las prendas que se le pasó por un momento en el lío en el que le había metido. El chico se giró para mirar al rubio.

-          Ven, acércate – ordenó con una sonrisa en los labios.

Se levantó de la cama casi de manera automática, perdido en los ojos azulados que lo llamaban. Se movió hasta quedar al lado del pelirrojo y el chico le enseñó la camisa de lino blanca, que iría debajo del uniforme, unos pantalones blancos, y un jubón gris oscuro con detalles dorados. No era la primera vez que veía el uniforme, pero nunca se había fijado en cuánto detalle podía albergar una prenda militar como esa.

-          Espero que te valga – susurró el chico a su lado – Toma – dijo y se lo estampó contra el pecho – Vete a probártelo.

-          ¿Por qué no puede ponérselo aquí? – preguntó la rubia desde la cama, abrazada a la almohada. Vio como el pelirrojo la fulminaba con la mirada y no pudo evitar echarse a reír.

Cuando salió del baño tras cambiarse, Dimitri y Elisabeth se encontraban ambos de pie, junto al diván, mirando atentamente hacia la inmensa capa blanca que iría a juego con el resto del uniforme. Cuando se giraron para mirarlo, vio al pelirrojo abrir mucho los ojos, sorprendido, y el rubio esbozó una sonrisa de medio lado. Cuando estuvo delante de los jóvenes, el chico carraspeó.

-          Te queda bien – susurró, ruborizándose.

-          Creo que me voy a desmayar – exageró la rubia. El hombre le dio un golpecito en la frente.

-          Vale, ahora escucha atentamente – Dimitri cogió la capa del diván y rodeó con ella los hombros del mayor, a pesar de que tuvo que ponerse de puntillas – Si te presentas ante mi padre, recuerda que es el zar de toda Rusia – Sergey le fulminó con la mirada mientras le ataba la capa al cuello – No me mires así, ya sé que no te cae bien.

-          Te quedas corto diciendo eso – resopló.

-          Ya. Solo intenta no faltarle al respeto porque tiene poca paciencia – se alejó un par de pasos cuando hubo terminado con la prenda.

-          No hace falta que lo jures – sonrió.

-          Más cosas. Seguramente tratará de ponerte a prueba. Sé que te pido mucho, pero no saltes a la mínima. Trata de no responderle – lo vio bajar la cabeza – Eh… A mí también tendrás que dirigirte por “Su Alteza”, lo siento.

-          Dimitri – el chico lo miró - ¿es esto algún tipo de fetiche tuyo? – el menor se ruborizó.

-          P-Pues claro que no. Solo… solo quiero que lo conozcas y que él te conozca – bajó la cabeza y, aunque no le veía los ojos, sabía que estaba dudando. Se acercó a él y le puso las manos sobre los hombros.

-          Ey, no dudes ahora – notó cómo se tensaba – Sé que no será fácil, pero puedo intentarlo. Además, me ha entrado curiosidad a mí también – cuando levantó la cabeza, Sergey le dedicó una sonrisa tranquilizadora. Retiró los brazos del mayor en un rápido movimiento para poder abrazarlo.

-          Gracias – se separó de él, algo ruborizado, y miró a Elisabeth – Una última cosa. Lizzie, tanto tú como yo le llamaremos Soul.

-          ¿Y eso por qué? – preguntó la rubia haciendo un puchero.

-          Porque no quiero que sepa su verdadero nombre – se dio la vuelta para acercarse al armario y comenzar a vestirse, tratando de esconder su vergüenza.

Sergey sonrió de medio lado y se dirigió al baño para mirarse al espejo y peinarse. Se sorprendió al ver que el uniforme le quedaba realmente bien, como si se lo hubieran hecho a la medida o él siempre hubiese pertenecido a la realeza. Con uno de los peines que encontró, y que supuso que era del enano pelirrojo, se peinó el pelo hacia atrás, aunque tuvo que mojárselo para que quedara como él quería; aún así, algunos pelillos rebeldes del flequillo decidieron quedarse hacia adelante, haciéndole cosquillas en la frente. Se quedó pensativo un momento, mientras miraba su dudoso reflejo. Por un momento, aunque ya lo pensaba antes, no le parecía nada buena la idea de presentarse antes el zar. ¿Qué pasaría si no trataba bien a Dimitri? ¿Se quedaría con los brazos cruzados? Estaba claro que no. No toleraría el más mínimo acto de hostilidad contra SU pelirrojo. Pero si arremetía contra Iván lo más seguro es que acabara de nuevo en las mazmorras, y entonces ya ni el propio príncipe podría rescatarlo. Se pasó la mano por el pelo con cuidado para no despeinarse y suspiró audiblemente. Ya pensaría qué hacer si sucedía algo como eso, porque tan solo estaba formando hipótesis. Salió del baño cuando escuchó cómo llamaban a la puerta. Al posar un pie de nuevo en la habitación, lo primero que vio fue a un Dimitri vestido de negro y dorado encaminándose a la puerta mientras se ataba la capa.

-          Mi señor, es la hora – dijo el guardia desde el otro lado.

-          Gracias por avisar, Tolya – se mantuvo unos segundos en silencio mientras terminaba con el lazo que tantos problemas le estaba dando - ¿Está Elisabeth contigo?

Fue cuando Sergey se dio cuenta, después de echar un vistazo a su alrededor, de que la rubia no estaba en la habitación. Seguramente habría salido mientras él estaba atusándose en el baño.

-          Sí, pesado, estoy aquí esperándote – escucharon al otro lado.

-          Ya salimos, impaciente.

Dimitri giró la vista hacia el rubio, quién le dedicó una mirada de incertidumbre. No sabía lo que tenía que hacer. No sabía cómo debía actuar. No sabía si lo que pudiese hacer estaría bien o mal visto. No sabía nada. Comenzó a ponerse nervioso y ansioso, quizá por primera vez en mucho tiempo. Al final, siempre era por culpa de Dimitri que sentía esas cosas tan extrañas. El pelirrojo le sonrió, mostrándole tranquilidad, pero a su vez en sus ojos también pudo notar que tenía miedo. Le devolvió la sonrisa. Tenía que demostrar de qué estaba hecho el mejor ladrón de todo Moscú, y quizá de toda Rusia. Dimitri se giró y colocó la mano sobre el dorado picaporte pero, antes de girarlo, habló.

-          Vete detrás de mí. Vigila mis espaldas, como si fueras mi guardián.

-          Y así te puedo mirar el culo – susurró, tratando de aliviar la tensión, a pesar de que le sería imposible hacerlo mientras llevara la capa. Vio como se le ponían rojas las orejas.

-          Y abstente de hacer este tipo de comentarios – Sergey soltó una risita, pero no dijo más.

Ya en el pasillo, una rubia que fingía molestia se colgó del brazo del príncipe ruso y se encaminaron hacia el comedor. Los pasillos se le antojaban ridículamente amplios, decorados demasiado para su gusto, y con los techos tan altos que tendría que escalar unos tres metros para poder rozarlos. Las ventanas también eran muy grandes, pero eso no era algo que molestaba al ladrón. Siempre le gustaron los espacios abiertos. Al mirar a través de ellas mientras caminaba detrás de la pareja, pudo contemplar gran parte de Moscú, mientras la nieve acumulada en las calles y sobre los tejados comenzaba a reflejar el rojo del atardecer. Despertó de su ensoñación cuando comenzaron a descender escaleras, y decidió poner en alerta todos sus sentidos de cazador. Cuando llegaron al hall, pudo localizar a tres guardias sin apenas girar la cabeza, y notó otras dos presencias en la puerta de entrada. Tras dejarlas a un lado, pudo percatarse de que se encontraba en el hall en el que había estado la noche que se coló del castillo, pero que parecía mucho más grande ahora que tan solo estaban los guardias reales, con la misma indumentaria que llevaba puesta él, y algunas sirvientas con carritos dorados que llevaban comida, o, por lo menos, olía como tal.

Se detuvieron delante de una gran puerta de dos hojas para esperar a que los guardias, mucho más bajos y menos corpulentos que el rubio, que parecía más un guardia que ellos, les abrieran las puertas. El rubio tragó saliva mientras comenzaba a notar el corazón en la garganta. El pelirrojo delante de él giró sutilmente la cabeza para mirarlo y le dedicó una breve sonrisa de ánimos. Conociéndolo, seguramente Dimitri estaba tan nervioso o más que él. Era el salón más amplio que había visto en su vida. Bastante más grande que la habitación de Dimitri, el suelo de mármol era blanco como el resto de la parte baja del palacio, con una mesa larga y sillas tapizadas en plateado. Una enorme chimenea encendida en la pared del fondo, en la misma que se hallaban dos enormes ventanales, hacía la habitación bastante acogedora, a pesar de su tamaño. Supuso algunas antorchas y tapices colgados de las paredes, pues no pudo ver más cuando sus oídos hicieron que girara la cabeza hacia dos hombres y una mujer que conversaban alegremente, los cuáles callaron al oírlos entrar. Los conocía a los tres, pero solo el nombre de uno de ellos, quién le escrutaba con la mirada mientras sus ojos negros lo repasaban de arriba abajo. El zar ruso dejó la copa de vino sobre la mesa y su mirada pasó del rubio a Dimitri.

-          Supongo que tendrás alguna buena explicación para esto – su voz era fuerte y dura, demasiado para estar dirigiéndose a su hijo.

-          La hay – encaró el pelirrojo, seguramente acostumbrado a tales respuestas por parte del hombre – Pero no es ni el momento ni el lugar – dijo moviendo los ojos hacia su invitado.

El hombre que se encontraba a su lado tenía el pelo castaño claro, muy peinado, y una barba cortada de manera similar a la que llevaba Sergey, sus ojos eran tan azules como los de Elisabeth, y su parecido con la chica también era sorprendente. Supuso que sería su padre. La única mujer en la sala era la actual esposa del zar, Anastasia Romanova Zajarina, y madre el pelirrojo, fue la primera en decir algo después.

-          Creo que si no da problemas está bien, ¿no te parece, querido? – preguntó dirigiéndose hacia el pelinegro. El hombre no dijo nada, solo carraspeó y se sentó a la mesa.

En silencio y siguiendo al anfitrión, se sentaron el resto. Dimitri le indicó con una suave mirada que se quedara de pie junto a su silla, y así lo hizo, quedándose a su izquierda. Tampoco pretendió en ningún momento despegarse del chico. Y en ese momento, estando allí, siendo juzgado por la intensa mirada de Iván IV de Rusia, decidió que no pasaría por alto nada de lo que dijera al pelirrojo.

El primer plato constaba de una sopa que olía realmente bien, a pescado y algo más que no supo reconocer. Como acompañamiento, la bebida era un vino afrutado de color claro, a pesar de que él no sabía mucho de vinos. En la taberna no los veía muy a menudo y, cuando había, seguía prefiriendo la cerveza. Se fijó en la rubia y, para su sorpresa, ella también parecía nerviosa y lanzaba miradas fugaces hacia el príncipe y su padre, algunas veces hacia el propio ladrón.

-          Dimitri – la voz del zar resonó en todo el silencio – El primer duque de San Petersburgo insiste en la propuesta. Sabes que no admitirá un no por respuesta – la rubia se atragantó y eso no le dio buena espina al ladrón. “Te pondrá a prueba” escuchó la voz del pelirrojo en su cabeza. Ahí había gato encerrado. No se le conocía por su paciencia, pero aguantaría por Dimitri.

-          Ya sabes mi respuesta, Padre. No sé a qué esperas para decírselo – se metió la última cucharada en la boca.

-          Pero, hijo, - comenzó su madre – Ni siquiera has conocido a la muchacha – un escalofrío recorrió la espalda del ladrón mientras su mente comenzaba a comprender qué estaba pasando.

-          Tu madre tiene razón. Escucha por una vez en tu vida y deja de comportarte como un niño consentido – Sergey vio como le miraba de reojo, pero no iba a caer en el juego. Preferiría tirarse de los pelos primero – Además, ya tienes edad para empezar a pensar en el matrimonio. – a pesar de que ya sabía a qué venía todo eso, escucharlo de manera tan evidente le sentó como si le hubieran pegado una patada en la boca.

-          No pienso volver a decirlo – sentenció el pelirrojo. Soul estaba sorprendido de lo bien que lidiaba con su padre, pero también debía de estar acostumbrado.

-          Supongo que este es otro de tus caprichos, ¿no? – preguntó el zar, que también había terminado su plato – Como cuando te escapaste hace cinco meses. ¿Sabes cuánto lloró tu madre? – la paciencia del rubio comenzaba a agotarse. ¿Quién tenía la culpa de todo eso? Le hubiera gustado decirle, pero se contuvo apretando la mandíbula – O cuando subiste a este ladrón a tu cuarto sin mi autorización – el hombre tenía el entrecejo fruncido y sus mirada comenzaba a endurecerse. Dio un puñetazo en la mesa y tanto la madre como Elisabeth pegaron un respingo - ¡¿Y encima ahora lo traes ante mi presencia?! ¡¿Después de todas la pamplinas y estupideces que tuve que oír anoche?! ¡¿Sabes acaso de quién eres hijo y a qué reputación afectan tus acciones?! – Sergey comenzaba a suplicar que se callara, porque estaba colmando su paciencia. Además, evitaba mirar al enano pelirrojo, porque sabía que si lo hacía saltaría, y no quería. Se lo había prometido - ¡Deja de actuar como un niño y empieza a ser un hombre! – la silla en la que estaba sentado el zar calló hacia atrás cuando se levantó de un golpe.

-          ¡Lo haría si me dejaras! ¡Pero lo único que quieres es que siga tus órdenes como si fuera tu súbdito y no lo soy! – el pelirrojo también se levantó y el rubio apretó los puños. Tenía que haberle dicho que no era buena idea bajar a comer con ellos, pero le pudo la curiosidad para variar – No sé si lo sabes, pero sé pensar por mí mismo.

-          Pues podrías demostrarlo de vez en cuando. Ahora, por ejemplo, podrías mandar al ladrón que está detrás de ti a las mazmorras de una patada. Entonces me daría cuenta de que sí que eres mi hijo – el comentario le dolió hasta al propio Sergey. No podía imaginar cómo debía sentirse Dimitri al ser despreciado así. Dos guardias que había ignorado hasta el momento se movieron, poniéndose en guardia.

-          No lo voy a hacer – encaró el príncipe – Sabes que no puedo – el zar le dedicó una cruel mirada y una sonrisa cínica.

-          Con los ladrones no hay que tener piedad. Son lo peor de nuestra sociedad, viven como carroñeros alimentándose de lo que yo soy. Ni siquiera merecen ser llamados personas – sentenció, y Sergey estuvo a punto de lanzarse a por él, pero se contuvo mientras la ira se acumulaba en su estómago. Lo que no esperaba, fue la contestación del menor.

-          Pues lo creerás así, pero son mejores personas de lo que tú serás jamás.

Se movió rápido, tanto que Sergey no lo vio venir, tan solo escuchó la bofetada cuando el hombre ya se la había soltado al pelirrojo. La ira se le subió a la cabeza, su corazón empezó a latir desbocado, y dejó de razonar para comportase instintivamente, como un animal de presa. Si no llega a ser porque notó la mano de Dimitri sobre su abdomen, deteniéndolo, hubiera destrozado al zar. O por lo menos lo habría intentado, pues el hombre era de su altura y tenía casi tanto músculo como él. Lo fulminó con la mirada, pero el zar solo sonrió ante la amenaza del ladrón, sabiendo que no podría tocarlo.

-          Y aprende a controlar a tu bestia.

Sergey dio gracias al cielo que tan solo veía la espalda del menor. Si le miraba a los ojos, ni siquiera el enano podría detenerlo para que le diera una paliza. Le había prometido que se contendría, pero el hombre se lo estaba poniendo realmente difícil. Escuchó a los guardias moverse.

-          ¿Nos lo llevamos?

Y esa voz le resultó dolorosamente familiar. Nunca había visto su cara, pero esa voz se le había grabado tan a fuego que la reconocería entre un millón. Giró la cabeza, alertado, para conocer la cara de uno de los torturadores que tantas veces había matado en su pensamiento. No llevaba el látigo, solo una lanza, pero desde luego que era él. Cuando le miró a los ojos, le resultaron ligeramente familiares, inexpresivos y crueles, quizá tanto como sus actos. No notó como el pelirrojo se movía a su lado.

-          No, dejadlo. Seré yo el que se vaya – sentenció el zar – la comida se ha acabado – dijo y se dirigió hacia la puerta.

Aunque los ojos de Sergey fulminaban al guardia, su mente seguía de cerca al hombre que abandonaba el salón, seguido por el padre de Elisabeth y por su mujer.

-          Vaya falta de modales – sentenció el guardia, a pesar de que el zar aún no había salido del comedor – Supongo que tampoco se puede esperar mucho de un ladrón.

-          Tú eres uno de los que mandó a torturarle, me imagino. – la voz de Dimitri sonaba amenazadora, y el ladrón se sorprendió de que se hubiera dado cuenta tan rápido.

La sonrisa de locura que le dirigió el guardia no le gustó un pelo al rubio y, cuando levantó la lanza en señal de atacar, se interpuso entre el pelirrojo y él, amenazándolo con sus ojos ambarinos. No iba a dejar que lo tocara. Elisabeth chilló, asustada. Ese hombre no estaba en sus cabales y, teniendo en cuenta a quién servía, no le hubiera sorprendido si se atrevía  a lanzarse contra el príncipe, a pesar de ser su súbdito. Se movió rápido, ignorando que el zar seguía allí, y con un golpe del brazo empujó la lanza hacia un lado, quedando el hombre desprotegido. Sergey giró sobre sí mismo para meterle el pie por detrás y, cuando estaba tras los talones del hombre, tirar de ellos para que cayera al suelo. El guardia, sorprendido, lo miró atónito y asustado. El ladrón se acuclilló a su lado y lo agarró del cuello del uniforme con una mano para atraerlo hacia sí, acercando su cara.

-          Ni se te ocurra volver a levantarle la mano – gruñó – Recuerda que es el futuro zar – repitió las palabras que no hacía tanto le había dicho el pelirrojo.

El hombre asintió con la cabeza. En ese momento, le daba igual que él fuera el hombre que le había dado tantas veces con el látigo. Lo que sí le importaba es que se había atrevido a levantar la lanza contra Dimitri, y no se lo pensaba perdonar. Lo soltó con desprecio, haciendo que se golpeara la cabeza contra el suelo, y se levantó buscando la mirada de Dimitri. Sus ojos azules estaban muy abiertos y sorprendidos, y tuvo que aguantarse las ganas de abrazarlo, pues se percató de dónde estaba y quiénes seguían allí.

-          Guardias – al escuchar la dura voz del Zar no pudo evitar girar la cabeza para mirarlo, y lo encaró como dos caballeros en una justa – Llévense a ese hombre – pero, para su sorpresa, no se dirigía a él a pesar de que no apartó la mirada de los ojos ambarinos de Sergey en ningún momento.

-          ¡Por Dios, Dimitri! – Anastasia se movió para abrazar a su hijo.

-          Mamá, tranquila – se quejó – Si no ha estado ni a dos metros de mí.

Los ojos negros del zar lo miraron fríamente, pero inclinó levemente la cabeza en señal de gratitud. Aún así, sabía que sería la primera y la última vez que haría eso. Salió de la sala seguido por un par de guardias, y fue entonces cuando el rubio pudo relajarse y se volvió hacia Dimitri, que trataba de despegarse de su madre.

-          En serio, que estoy bien – cuando consiguió deshacerse del abrazo de la bella mujer, fue Elisabeth la que se le lanzó al cuello para abrazarlo.

-          ¡Idiota! – gritó mientras comenzaba a temblar. Fue su padre la que la sacó de allí mientras lloraba como una niña asustada, como si hubiera levantado el arma contra ella. El alemán cerró la puerta tras de ellos por orden de la mujer que quedó dentro.

-          Debo darte las gracias – Anastasia se dirigió hacia Sergey – Si te soy sincera, no entiendo muy bien qué ha pasado.

-          No tiene por qué agradecerme, mi señora – su voz era tranquila, a pesar de que la adrenalina seguía circulando por su cuerpo a velocidades de vértigo – No dejaré que toquen a su hijo – la mujer sonrió.

-          Te voy a dar un consejo: mi marido lo ha dejado pasar por esta vez porque has salvado a mi pequeño, pero ha sido un comportamiento hostil, y no se quedará de brazos cruzados – escuchó a Dimitri chasquear la lengua, como si ya lo supiera – Sé que esto os va a doler, a los dos. Estoy al tanto de vuestra relación. Dimitri es mi hijo, después de todo – vio como se enano se ponía rojo y desviaba la mirada hacia el suelo – Pero debes irte. Si quieres seguir vivo, me refiero.

-          Has estado hablando con padre, ¿me equivoco? – preguntó el chico tristemente, como si ya supiera lo que estaba pasando, a pesar de que Sergey era incapaz de procesarlo. La reina suspiró.

-          Así es. No le gustó nada lo que le dijiste ayer – Dimitri frunció el entrecejo.

El rubio no entendía nada. ¿Qué tenía que irse? ¿De verdad esperaba esa mujer, por muy buenas intenciones que tuviese, que saliera por la puerta sin decir nada? ¿Estaba realmente al corriente de la situación? ¿Sería consciente de lo que le acababa de pedir? Demasiadas preguntas, y sin repuestas para ninguna de ellas. Resopló, la cabeza le empezaba a dar vueltas y el corazón se le encogía solo con pensar que se tendría que separar de él otra vez.

-          Dimitri – la mujer le obligó a mirarla a la cara – Creo que entiendes lo que te digo.

Por un momento, los latidos del mayor se detuvieron al ver las lágrimas de Dimitri. No, no podía ser. No iba a aceptarlo. No quería aceptarlo. Se negaría rotundamente. Su corazón quería quedarse con él, a pesar de que su mente sabía que sería mejor separarse por la seguridad de ambos. La angustia comenzó a apoderarse de él y la ansiedad se colocó en su pecho.

-          Dimitri – volvió a llamar su madre.

-          Sí, sí. ¡Ya lo sé! – gritó – Ya lo sé, pero… - se abrazó a su madre, mientras comenzaba a sollozar.

-          Vuelve a tu habitación. Cálmate y habladlo tranquilamente – sus ojos se posaron en los del ladrón, que tenía la mandíbula apretada – Os ayudaré en lo que pueda.

El pelirrojo se separó de Anastasia y se encaminó hacia la puerta, evitando mirar al rubio a la cara. ¿Por qué tenía que ser todo tan difícil? ¿Por qué no podía haber sido una mujer de la taberna en vez del príncipe ruso? El rubio se movió para comenzar a seguirlo y se detuvo a la vez que el pelirrojo.

-          Mamá, ¿puedes hablar tú con Lizzie? – pidió mientras sorbía por la nariz.

-          Te la enviaré dentro de un par de horas. Esto es algo que debes decirle tú.

Sin decir más, el pelirrojo salió de la habitación y se dirigió escaleras arriba. De vez en cuando, le veía pasarse la manga de la camisa por los ojos para limpiarse las lágrimas. No se atrevía a tocarlo. Tenía miedo de que si lo hacía se rompiera en mil pedazos. El camino hasta el cuarto de Dimitri se le antojó largo y pesado, las piernas le temblaban y tenía la sensación de que se había tirado toda la mañana saltando de tejado en tejado, subiendo y bajando muros pequeños, escapando de los soldados del zar. Fue él el que cerró la puerta de la habitación cuando ya se hallaban los dos dentro. El chico estaba quieto en el centro de la misma, de espaldas al ladrón y los hombros temblando. No sabía si acercarse a él o no. Tampoco encontraba las palabras correctas para decir, porque sabía que, aunque mintiera con que todo saldría bien, sería en vano, y solo gastaría saliva y fuerzas. El chico se dio la vuelta de repente y se lanzó con tanta fuerza a abrazarse a él, que lo tiró al suelo, llorando desesperado y temblando. Sergey lo abrazó con toda la fuerza de la que fue capaz, tratando a la vez de no ahogarlo, y cerró los ojos fuertemente mientras apretaba las mandíbulas.

-          ¡No quiero! – gritó contra su pecho – Tiene… - sorbió por la nariz – Tiene que haber otra manera… No puede… No puede terminar todo así… - se apretó más contra él mientras sus sollozos se intensificaban – No quiero que termine así… - y, a pesar de todo, ambos sabían que no había otra manera.

-          Dimitri – susurró, pensando que se ahogaría – Sabes que n-

-          ¡Cállate! Si solo no tuviera este padre – el chico temblaba violentamente, casi como si convulsionara, y el rubio lo abrazó aún más contra sí, intentando que se quedara quieto – No quiero separarme de ti…

No podía hablar, porque si lo intentaba solo soltaría un sollozo reprimido, mientras las ganas de llorar se agolpaban en su pecho y las lágrimas en sus ojos. Muy en su interior, sabía que ese día llegaría tarde o temprano. ¿Qué no era justo? Pues claro que no. Dimitri le había enseñado tanto y había disfrutado tanto en su presencia que desde el momento en el que lo rescató sabía que no acabaría bien, que tendrían que separarse. ¿Quién le iba a decir a él que llegaría a amar a la única persona a la que se le tenía prohibido hacerlo? Le colocó la mano en la cabeza para sentir el suave tacto de su pelo y le dio un beso en la coronilla.

Pasaron una hora en silencio, ahogados por la pena y el dolor de algo que sabían que no tenía remedio. Los sollozos del menor se habían apagado hacía mucho tiempo, y solo disfrutaban del calor del otro, ligados en cuerpo y alma, pero con sus mentes divagando en qué pasaría a partir de ese momento. El chico se separó suavemente del mayor y le miró a los ojos.

-          También has llorado, Sergey – susurró. El rubio le limpió los ojos con la manga de su camisa – Creo que esto es digno de verse – sonrió melancólicamente. Se acercó a él y le dio un suave beso en los labios. Al separarse, el menor bajó la cabeza – Dios, no. No quiero llorar otra vez.

-          Dima, tenemos que hablar – le colocó la mano en la cabeza y lo atrajo hacia sí para que la apoyara contra su pecho.

-          Lo sé – susurró.

-          Tu madre tiene razón.

-          Eso también lo sé.

-          ¿Cómo puede esa mujer estar casada con un hombre como tu padre? – preguntó, divagando. Ya no sabía lo que decía.

-          Eso no lo sé – soltó una risita – Siempre me protegía de mi padre. Siempre que podía. Siempre he pensado que la obligaron a casarse con él.

-          No me extrañaría – se sumieron de nuevo en un cálido pero asqueroso silencio.

-          S-Sé cómo puedes escapar – la voz le salía entrecortada – Yo escapé por la torre, pero hay pasadizos secretos por los que te guiarás muy bien – lo escuchó tragar saliva y la angustia se apoderó de su pecho.

-          Dimitri…

-          Esperaremos a que sea de noche para que esté todo más tranquilo. A-Además, Lizzie vendrá dentro de un par de horas y podemos contarle nuestro plan. Puedes des-despedirte de ella entonces – le agarró la cabeza con ambas manos, evitando que siguiera con la verborrea, y lo besó suave pero pasionalmente, provocando que volviera a llorar – No quiero…

-          Yo tampoco – confesó y volvió a besarlo, introduciendo su lengua mientras comenzaba a desnudarlo.

Les daba igual que fuera en el suelo. Solo querían entregarse como no lo habían hecho nunca. Los últimos besos, las últimas caricias, consumidos por el amor y la pasión. No había reproche, sarcasmo, timidez o lujuria. Solo había amor, y deseo por grabarse su nombre y su piel en la memoria, las caricias del otro, la forma en la que pronunciaba su nombre, los gemidos roncos y las lágrimas ahogadas, los besos apagados y las miradas ardientes. Su sudor mezclado y las manos del otro entrelazadas con las propias mientras llegaban al clímax juntos, y un último beso con sabor a adiós.

 

Cuando Elisabeth llegó, estaban vestidos de nuevo y sentados en el suelo, hombro contra hombro y apoyados en el lateral de la cama. La chica tocó la puerta muy suave y no esperó a que le dieran permiso para entrar. Apenas dijeron algo más aparte relacionado con el plan. La chica se despidió del ladrón dándole un abrazo y le prometió que cuidaría del pelirrojo en su ausencia. Sergey aprovechó para devolverle la preciosa gargantilla y la besó en la frente. Todo pasaba tan rápido que después le parecería haberlo soñado.

Llevaron a cabo al plan de madrugada, cuando hasta los guardias que se hallaban custodiando la puerta de Dimitri estaban medio dormidos. Se dirigieron en silencio hasta una habitación llena de estanterías con libros, muy cerca del cuarto del pelirrojo. Sin mediar palabra, se acercaron a una mesilla con una ostentosa lámpara de aceite y que el ladrón se encargó de levantar. Fue Dimitri el que empujó el pedrusco de la pared para que se moviera hacia adentro, lo que permitió después arrástralo hacia un lado. Suspiró y se giró hacia el rubio, que se agachó a su lado.

-          Ha llegado el momento – suspiró el pelirrojo. Lo vio morderse el labio inferior.

-          Ey – llamó – Me lo has prometido.

-          Sí, sí. No llorar. Lo sé pero…

-          Pero es difícil – él mismo quería ponerse a llorar también. El menor levantó la cabeza para mirarlo con sus ojos azules marino, los cuáles le pedían que no le dejara.

-          No voy a olvidarme de ti – prometió – No voy a poder, mejor dicho.

De repente, comenzaron a escucharse gritos de hombre en el pasillo. ¿Tan rápido se habían dado cuenta? Con lo que le había costado a la joven rubia ponerles sedante en la bebida para que quedaran dormidos. Los guardias se movían por el palacio, seguramente buscándolos. El pelirrojo lo miró con urgencia.

-          Tienes que irte – dijo y una lágrima resbaló por su mejilla mientras lo empujaba para que entrara. A pesar de que le costó entrar por su tamaño, una vez descendió los dos escalones, pudo adaptarse bien al tamaño del pasadizo – Recuerda: derecha, derecha, izquierda, derecha, izquierda, izquierda, derecha. ¿Podrás hacerlo?

-          ¿Por quién me tomas, enano? – bromeó. El chico sonrió sinceramente. Se escuchó un golpe en la puerta.

-          ¡¡Mi señor!! ¡¿Está aquí?!

-          Vamos, vete – susurró, pero, cuando iba a moverse, el chico tiró del cuello de su jersey oscuro y lo besó profundamente – Te quiero.

-          Te amo, Dimitri.

-          ¡Vete! – lo último que vio fueron los ojos del chico cubiertos de lágrimas antes de darse la vuelta y andar a gatas por el pasadizo mientras escuchaba el pedrusco moverse tras él.

 

Había decidido permanecer oculto durante toda la noche y el día siguiente por si acaso le seguían. Durante ese tiempo, se desahogó llorando hasta que quedó dormido. ¿Estaría bien Dimitri? ¿Sería muy duro el zar con él? Solo esperaba que Anastasia y Elisabeth lo protegieran de esa mala bestia que era el hombre. Cuando estuvo seguro de que estaba él solo y que podía salir de dónde se había escondido, se movió rápidamente por Moscú y entró por una de las trampillas. Veinte minutos después, comenzó a escuchar ese nostálgico alboroto de la taberna, a pesar de que aún le quedaban algunos metros para llegar a la puerta. De repente, escuchó unos ladridos desde el otro lado y el alboroto cesó. Empujó la puerta y el cachorro ya no tan cachorro se le subió a las rodillas mientras movía la cola, tan contento casi como él mismo lo estaba de volver a casa, a pesar de haber dejado atrás al pelirrojo.

-          Sergey… - levantó la vista para encontrarse con los ojos azules de Natasha.

Se acercó rápidamente para abrazarlo y, tras ella, le siguió toda la multitud. Vladimir le abrazó cuando la rubia le había soltado y luego siguió Lilya. El resto le estrecharon la mano mientras miles de caras pasaban por delante suyo. Vio al pequeño Alexey, al que sonrió, multitud de mujeres, e incluso Elena se acercó para que pudiera ver al niño que ya había nacido. Pero, al que no se esperaba ver entre ellos, fue a Leonid. El pelinegro se acercó a pesar de que la rubia lo fulminaba con la mirada y la pelirroja se apretaba contra su brazo derecho.

-          Veo que estás vivo – escupió, altanero. Sergey sonrió de medio lado.

-          ¿Sabes? Después de haber conocido al zar, ya no me pareces tan duro. De hecho, creo que hasta podrías caerme bien.

-          ¿Lo conociste en persona, Seriozha? ¿Cómo es? – preguntó, ignorando al moreno.

-          Pues como yo de alto, una mala bestia. Peor de lo que cuentan los rumores.

-          Sí, lo que sea – interrumpió Leonid. Sabía que su intención era que quedara mal después de la entrada triunfal que había tenido - ¿Qué te respondió el chico? – el rubio le dedicó una amplia sonrisa altanera.

-          Me ha mandado a deciros que no nos va a delatar.

-          ¿Y podemos fiarnos? – insistió.

-          ¿Eres tonto o qué? ¿Crees que estaría yo aquí si no fuera así? – el moreno chasqueó la lengua y se dio la vuelta. No se había salido con la suya.

La gente comenzó a separarse y el rubio se acercó a la barra para sentarse. Natasha le sirvió un plato de jabalí asado con pimientos rojos. Notó a su medio hermano sentarse a su lado, pero no se giró. A pesar del apetitoso plato que tenía delante, no le apetecía comer.

-          ¿Todo bien? – preguntó la rubia. Los ojos ambarinos del ladrón la miraron.

-          Todo lo bien que se pueda estar en estas circunstancias, supongo – suspiró pesadamente.

-          ¿Lo arreglaste todo con el sexy pelirrojo? – preguntó Lilya a su lado. Soul la miró con cariño.

-          Sí. Sinceramente, mejor de lo que esperaba.

-          Descubriste lo que ponía en la carta, ¿no? – Sergey miró a Vladimir.

-          También, pero no te lo voy a decir si eso es lo que pretendes – antes de rechistar, cambió de tema, pues tenía algo de curiosidad desde que volvió - ¿Y tú qué? – preguntó, picarón - ¿Te has declarado ya?

-          Sí, lo ha hecho – Natasha respondió por él y el rubio la miró sorprendido – Y era recíproco, ¿no?

-          Dios, Tasha, vas a hacer que me avergüence – la rubia soltó una risita y se inclinó sobre la barra para dar un casto beso a Vladimir en los labios.

-          Nos casamos en Septiembre – Sergey abrió los ojos como platos, pero, al parecer, no era el único sorprendido.

-          ¿Cuándo hemos decidido eso? – preguntó el castaño con el entrecejo fruncido.

-          Lo acabo de decidir – sonrió la mujer.

Sergey se echó a reír. Pareciera que no había cambiado nada, pero en realidad todo estaba patas arriba. No recordaba desde hacía cuánto tiempo su medio hermano había estado enamorado de la rubia, pero saber que se había declarado y que, además, era correspondido, le agradaba en gran medida. Sobre todo porque sabía qué se sentía al saber que la persona a la que amas siente lo mismo. No pudo evitar acordarse del pelirrojo, pero, aunque aún le dolía su pérdida, tenía la ligera impresión de que no le iba a ser tan difícil superarlo.

 

Un día cualquiera, tres meses después, cuando ya podían salir de caza de nuevo, en pleno Abril, Natasha le pidió que le fuera a buscar algunas hierbas medicinales al bosque, y que las llevara tan rápido como pudiera. Había recogido todas las que le habían entrado en la cesta que la mujer le había dado, y volvía a la guarida a lomos de Adamantium, su precioso Shire, que se había encabritado de alegría cuando volvió a verlo. Cuando llegó a las caballerizas, el precioso Tima, que ya había alcanzado el tamaño adulto propio de un boyero de berna, le recibió moviendo la cola y agitado de la emoción. Bajó del caballo con cuidado de no ladear la cesta y que se callera todo, acarició al boyero, y se encaminó a la taberna. Cuando llegó, tan solo había algunas mujeres, los ancianos, y los niños más pequeños. Se adentró en el lugar buscando a la rubia con la mirada, pero solo encontró a Lilya limpiando una de las enormes mesas de madera.

-          ¿Has visto a Natasha? – le preguntó a la pelirroja.

-          Sí, creo que está en la cocina. ¿Voy a buscarla?

-          No, no te preocupes. Ya voy yo.

Se despidió de ella y entró en el lugar. Las cocineras andaban de aquí para allá rápidamente mientras se les acercaba peligrosamente la hora de la cena. La mujer rubia tenía la atención puesta en una gran olla de la que emanaba un olor realmente delicioso.

-          ¡Natasha! – gritó para evitar acercarse y que alguna mujer lo atropellara. La rubia levantó la cabeza y Sergey le mostró la cesta.

-          Gracias, has tardado menos de lo que esperaba – dijo después de haberse acercado.

-          ¿Ayudo en algo? – preguntó – Ya es tarde para salir a cazar.

-          Pues sí, serías de gran ayuda. Vlad ha traído un jabalí y dos conejos. Si me haces el favor, empieza a desollarlos, que aún falta una hora o así para que la cena esté lista.

Sin decir nada más, el hombre se quitó la capa, uno de los jerséis y los guantes y se sentó en un taburete con el jabalí a sus pies y un cuchillo de desollar en la mano.

Se separó de la barra de la taberna en la que estaba apoyado para estirarse. Habían pasado casi dos horas desde que empezó a desollar hasta que sus hombros y su brazo derecho dijeron que no podía más. Había pasado mucho tiempo desde que lo hizo por última vez, era cierto, pero la piel de los jabalíes el primavera estaba más dura que en otras épocas del año. Tampoco entendía muy bien qué hacía desollando cuando en mayo empezaría a hacer calor y sobrarían las capas y los jerséis de lana gorda. La taberna se iba llenando de gente, y los niños lo suficientemente mayores para llevar platos comenzaron a repartir el estofado que habían preparado. Cuando vio a Natasha salir de la cocina para acercarse a él, parecía nerviosa.

-          ¿Estás bien? – preguntó, preocupado.

-          Pues claro. Es que hace bastante que no cocino, y no sé cómo ha quedado. – por alguna razón, no se tragó la excusa.

La miró con sospecha, pero no dijo nada al respecto. Cuando el castaño de su medio hermano se inclinó sobre la barra par darle un casto beso a su prometida, les vio intercambiar una mirada cómplice. Entornó la mirada, pero como ninguno decía nada comenzó a pensar que estaba delirando y que se estaba volviendo esquizofrénico. Vio a Tima salir contento de la cocina con un hueso en la boca y moviendo la cola, seguido por una sudorosa pelirroja.

-          Odio cuando hace tanto calor aquí – se quejó cuando estuvo junto a ellos.

-          Es que hace demasiado calor para la época en la que estamos. Creo que deberíamos abrir las trampillas de las casas para que comience a correr el aire – dijo Natasha mientras la ofrecía un paño para que se secara el sudor.

-          ¿Pero no es un poco pronto para eso? – intervino Vladimir.

-          Eso da igual. Lo importante es que dejemos de pasar calor – dijo el ladrón rubio arremangándose el único jersey que llevaba puesto.

Todos dieron un respingo cuando Tima comenzó a ladrar y se acercó a la puerta que daba lugar a uno de los pasadizos de fuera de la guarida. Sergey se giró hacia Natasha.

-          ¿Has mandado una partida sin que yo me enterara? – la chica le miró sonriendo.

-          Lo siento, pero es que no quería que salieras.

-          ¿Y eso por qué? – antes de que replicara, el rubio siguió hablando – Te he dicho que me da igual que conozcan mi cara.

Evitando a la rubia y a su preocupación, se giró para averiguar qué sujetos había enviado Natasha esa vez, teniendo en cuenta que los mejores, Vlad y él, estaban presentes en ese momento en la taberna. Lo que no esperó, es ver un pelo rojo y uno rubio asomándose por la puerta mientras Tima impedía el paso. El corazón se le subió la garganta y comenzó a latir desbocado, mientras se olvidaba de respirar. Abrió la boca inconscientemente y los ojos se le desorbitaron. Se había quedado dormido. No podía ser otra cosa. Pero, ¿cuándo? Porque el hecho de que Dimitri y Elisabeth estuvieran delante de él no podía significar otra cosa, ¿no? ¡¿NO?!

-          ¿Tima? ¿Eres tú? – el animal colocó las patas delanteras sobre el pecho del pelirrojo mientras trataba de lamerle la cara - ¡Madre mía cuánto has crecido! – dijo mientras le acariciaba el cuello y detrás de las orejas - ¡Vale! ¡Vale! ¡Para ya! – una vez el animal volvía a tener las cuatro patas en el suelo, se giró hacia la rubia tras él y le tendió la mano – Vamos.

Notó cómo Vladimir le empujaba para que espabilara y lo miró. Al ver la sonrisa del castaño se giró hacia la rubia, casi por instinto. ¿Desde cuándo llevarían planeando eso? Bah, le daba igual. Ya se la devolvería después. Se separó de la barra y se acercó a los jóvenes para sujetar al enorme perro y que les dejara pasar. Al ver al rubio acercarse, el enano pelirrojo abrió mucho los ojos y se ruborizó levemente. Pudo incluso sentir como el menor sentía el impulso de soltar a la chica y salir corriendo hacia el ladrón, pero se contuvo. Sergey tiró de la cola del chucho para llamar su atención, consiguiendo que se girara hacia él y dejara paso a los recién llegados.

-          ¡Mi amor! – gritó Elisabeth, soltando la mano del pelirrojo y lanzándose al cuello del rubio para abrazarlo.

-          Yo también me alegro de verte – se separó de ella.

-          Ya se te han curado las cicatrices – dijo mientras le escrutaba la cara – Ahora eres mucho más guapo.

-          Lizzie, ya valió – la chica sonrió y se apartó tras dedicarle una pícara mirada a su amigo.

-          Hola – dijo el rubio. Muy bien, Sergey, te acabas de coronar con el saludo. ¿Por qué coño se sentía tan avergonzado? Que era Dimitri, no un extraterrestre. Pero al ver al pelirrojo ruborizarse, se dio cuenta de que no era el único.

-          Jope… - se quejó la alemana a su lado – Ya sabía yo que pasaría esto.

Tima comenzó a impacientarse y Soul apretó la mandíbula. ¿Qué hacía? Siempre acaba reaccionando en todos los casos en los que no sabía qué hacer pero, de repente, su cerebro había decidido quedarse en blanco y avergonzarse como una adolescente enamorada. Se abofeteó mentalmente y sonrió de manera altanera, como solo él lo sabía hacer.

-          Bienvenido de nuevo – susurró, mirándolo intensamente.

Los ojos azules de Dimitri se humedecieron, pero no llegó a ver ninguna lágrima porque se lanzó contra él y se abrazó a su pecho, mientras el mayor le correspondía el gesto con millones de emociones saltándole por todo el cuerpo. Lo apretó contra sí, notando como el menor temblaba entre sus brazos, pero de manera muy diferente a como lo hacía la última vez. Se separó de él, y ladrón y forasteros se acercaron a la barra. El pelirrojo se inclinó sobre la misma para abrazar a Natasha. Luego la rubia se giró hacia Sergey, pero éste estaba embobado mirando hacia el pelirrojo.

-          Mira qué cara de tonto – dijo con una sonrisa. El rubio se giró para mirarla con el entrecejo fruncido.

-          Tú quieres pelea – la sonrisa que le dedicó la mujer no le gustó un pelo, así que dio por terminada la conversación. Para salir del paso, localizó a cierta muchacha con la mirada, pues se encontraba algo apartada.

-          Elisabeth – llamó Soul y le indicó que se acercara – Elisabeth, Natasha. Natasha, Elisabeth.

-          Encantada, pequeña – dijo y le tendió la mano - ¿De qué la conoces, Sergey?

-          Es mi futuro marido – interrumpió con una sonrisa.

-          Lizzie, no digas bobadas, anda. – cortó el pelirrojo, que había interrumpido su intento de conversación con Lilya.

-          Uy, creo que esta chica y yo nos vamos a llevar muy bien – el rubio rió ante el comentario mientras disfrutaba de la cara celosa de Dimitri.

-          ¡Sergey! – el pelirrojo lo fulminó con la mirada.

-          Yo no he hecho nada, lo juro – resopló y vio como el pelirrojo se sentaba en un taburete.

A pesar de que había asumido que no estaba soñando, seguía sin creerse que el joven pelirrojo volvía a estar de nuevo con él, en la guarida. Y no solo eso, sino que parecía que ni siquiera se había ido, sino que habían permanecido allí todo el tiempo. Si no fuera porque Elisabeth estaba allí con ellos, haciendo rabiar al pelirrojo, habría jurado que volvía a los tiempos en los que no eran más que un ladrón y un fugitivo del zar, cuando aún no sabía la verdad. En cierto modo, sentía que algunas cosas no habían cambiado nada pero, sin embargo, todo era diferente. Su relación no era, ni por asomo, la misma, Elisabeth ahora formaba parte de los ladrones, Vlad y Natasha estaban a punto de casarse… ¿Qué coño había pasado en nueve meses? De repente, recordó el día el que espachurró al enano pelirrojo contra la pared en aquel callejón, sin imaginarse hasta dónde le llevarían sus pasos. Sus ojos, clavados en el pelirrojo, hicieron que se girara y lo mirara curiosamente.

-          ¿Sergey?

-          Estaba pensando en la de cosas que han pasado desde que te conocí – el pelirrojo se ruborizó y desvió la mirada.

-          Qué idiota – dijo y comenzó a buscar una salida a esa conversación, nervioso. – Por cierto, felicidades a vosotros dos – comentó dirigiéndose hacia Vlad y Natasha.

De repente, el rubio se percató de algo. Suponía que la rubia y su medio hermano, y seguramente Lilya también, llevaban tramando ese encuentro algún tiempo. Pero Dimitri no se arriesgaría a salir de palacio él solo con la de seguridad que debía tener ahora, conociendo a su padre, y menos si iba acompañado de la rubia. Algo sucedía. Algo que no le habían contado. Algo que pensaba averiguar pasara lo que pasase.

-          Por cierto, Sergey – era perfecto que el chico se dirigiera hacia él – Mi madre te manda recuerdos.

-          Pues devuélveselos de mi parte – dijo, serio, y todos a su alrededor se callaron para mirarle – Algo no me habéis contado. Algo pasa que no sé. Y quiero saberlo ahora mismo.

El pelirrojo intercambió una mirada de incertidumbre con Natasha y se mordió el labio inferior. La mujer asintió con la cabeza y el chico se bajó del taburete.

-          ¿Podemos hablar en privado?

 

Habían salido de la guarida. Tanto su shire como el frisón hembra que montaba Dimitri en sus días pastaban tranquilamente a la orilla del río, a las afueras de Moscú. Mientras, ladrón y príncipe se habían echado en la hierba que comenzaba a crecer, anunciando que estaban ya a mediados de la primavera. El viento les acariciaba el pelo, y los suaves y cálidos rayos del sol les besaban la piel. Oía los suspiros del menor, cuya cabeza se encontraba apoyada sobre su estómago, y se preguntaba en qué narices estaría pensando.

-          Mi padre quiere que tome el mando – el rubio levantó la cabeza tan de repente para mirarlo que casi se marea.

-          ¡¿Ya?! – preguntó, sorprendido.

-          Ya no, hombre – lo miró con el entrecejo fruncido y el rubio volvió a apoyar la cabeza sobre la hierba – En un futuro próximo. A partir de ahora le acompañaré en todas las reuniones para que vaya aprendiendo. Iré a todos los festejos, colaboraré en las campañas de recolección de impuestos…

-          Que te quiere ir preparando, para abreviar – susurró el ladrón.

-          Básicamente, sí.

-          ¿Y que tengo yo que ver en todo esto? – preguntó, sabía que se el menor se estaba dejando algo para contar.

-          Creo, y solo creo, que es porque ha asumido nuestra relación.

El mayor se incorporó tan deprisa que la cabeza del pelirrojo chocó contra el suelo e hizo que soltara un quejido. Le fulminó con la mirada y se sentó con las piernas cruzadas enfrente de él mientras se frotaba el chichón que posiblemente le saldría.

-          Te he dicho que solo lo creo.

-          Ya pero… es una sorpresa viniendo de tu padre.

-          Lo sé. Por eso quiere mantenerme alejado de ti. Sabe que si estoy ocupado con esas cosas no podré venir a verte. Ha hecho la vista gorda con esto – Sergey le sonrió cariñosamente.

-          En realidad, estaba tratando de hacerme a la idea que no te volvería a ver – el pelirrojo abrió mucho los ojos - ¿Qué querías que pensara?

-          No sé… - susurró – Yo nunca perdí la esperanza de que volvería a verte. Y cuando Natasha comenzó a mandarme cartas diciéndome que estabas apagado hablé con mi madre y con Lizzie – el joven desvió la mirada – En realidad, saber eso fue la excusa perfecta para poder venir a verte – confesó.

Soul no lo aguantó más y le agarró el mentón con los dedos para poder atraerlo y besarlo. Dios nunca había estado tanto tiempo separado de esa boca y la había extrañado. No podía imaginar lo mucho que podía echar de menos a una persona hasta que le conoció. Se separó de él pasados un par de minutos, lamiéndole los labios.

-          V-V-V-Vale, mensaje captado – tartamudeó, avergonzado y con la cara tan roja como su pelo.

El rubio rió y se echó de nuevo sobre la hierba, tirando de Dimitri en el proceso para que se apoyara sobre pecho. Pasaron unos minutos en silencio, mirando las nubes, dejando que sus mentes viajaran lejos, permitiendo que el viento las arrastrara juntas a los confines del mundo.

-          Lo que más le cuesta a mi madre asumir de todo esto es saber que no va a tener nietos – el comentario sorprendió al ladrón haciendo que su corazón comenzara a latir loco por la emoción. Se sintió estúpido al emocionarse por eso.

-          Siempre podemos presentarle al hijo de Natasha y Vlad – el pelirrojo rió.

Sergey apretó la mandíbula. ¿Sabría el menor lo que acababa de declarar en voz alta? ¿O lo habría hecho con la inocencia que le caracterizaba a veces? Tragó saliva, nervioso. No sabía si preguntarle o dejar pasar por alto el comentario, como si nunca hubiera sido dicho. Parecía mentira que, habiendo enfrentado a guardias del zar con ballestas que deseaban dejarlo como un alfilero, no tuviera valor para hacer una mísera pregunta, quizá por miedo a que le hicieran daño, porque sabía que había heridas que dolían más que cualquier flecha. Al final, reunió el coraje suficiente, aunque nunca supo de dónde lo sacó.

-          Oye, Dimitri, ¿va en serio? – preguntó y el pelirrojo levantó la cabeza, y apoyó los brazos sobre el pecho del rubio y el mentón sobre ellos.

-          ¿El qué? – preguntó inocente.

-          Dios – se llevó las manos a la cara – Tienes que dejar de decir cosas sin pensarlas antes. Podrías tener problemas.

-          ¿Pero qué he dicho ahora? – rechistó el menor.

-          Lo de que tu madre no va a tener nietos – y fue cuando lo vio ponerse rojo y abrir mucho los ojos. Escondió la cabeza en el pecho de Sergey.

No esperaba una respuesta teniendo en cuenta que el chico lo había dicho sin pensar. Pero él había hecho a pregunta por algo, ¿no? Porque quería saberlo. Quería saber si estaría con él para lo que les restaba de vida. A los dos. Quería saber si sería suyo incluso cuando estuviera en su lecho de muerte y tuviera que dejar el reino a alguien más. Lo notó suspirar contra su pecho, como si se estuviera debatiendo mentalmente.

-          Sergey – llamó tras levantar la cabeza. Estaba ligeramente ruborizado pero serio, y era incapaz de leer sus ojos azules – No pensaba en lo que decía - ¿era eso un no? El mayor apretó la mandíbula.

-          Eso es evidente, enano – susurró apesadumbrado.

-          Pero… - espera, ¿había más? – Nunca me he planteado un futuro sin ti. Y creo que nunca lo haré – Dimitri se incorporó hasta quedar sentado en el suelo, mirando hacia abajo, mientras su rubor se intensificaba unos cuantos tonos – Si te digo la verdad, n-no sé que nos espera a partir de ahora. Lo único que sé, es que te quiero y quiero compartirlo contigo. Todo.

-          Dimitri…

-          Sé que mi padre me mantendrá ocupado, y que cuando suba al trono las cosas puede que se compliquen un poco.

-          Oye…

-          Lo sé, soy egoísta, pero es que nunca había tenido nada en la vida que me hiciera querer el futuro tan fuerte como lo quiero ahora. No esperaba que sucediera de esta manera. De hecho, cuando era pequeño siempre soñaba que me casaría con alguna chica de la realeza, nunca imaginé que acabaría dónde estoy ahora, declarando mis sentimientos a alguien que me saca siete años, que es un hombre y, además, un ladrón – suspiró mientras Sergey no podía hacer otra cosa que mirarlo atónito – Pero es que rompiste todos mis esquemas cuando me rescataste aquel día, el tiempo que pasaste conmigo, las risas, las veces que me picabas y supe… - apretó los puños y bajó la cabeza – supe que me había enamorado de ti cuando me rescataste aquella noche de los lobos, a pesar del pánico que les tenías. ¡No quería eso! ¡Éramos de mundos totalmente diferentes! Y una parte de mí sabía que al final tendría que volver a mis orígenes pero… ya era demasiado tarde. Me enseñaste cosas que nadie más habría podido. Conocí lo que es una familia de verdad a pesar de que tengo padres. Y, para cuando quise darme cuenta, quería pasar lo que quedaba de vida contigo. Pero ya estaba en palacio, pensé que me había dado cuenta demasiado tarde y, de repente, el día de baile apareces, y vuelve a poner mi mundo patas arriba – suspiró pesadamente, haciendo una pausa – Traté de comportarme frío contigo porque no sabía qué hacías allí, pensé que querías mi dinero al enterarte de que era un príncipe, que yo no significaba nada para ti… p-p-pero te declaraste, así como si nada y, no sabía qué hacer – le miró a los ojos – Si no llega a ser por Lizzie, no hubiera tenido el valor de decirte nada a la cara.

Sergey lo atrajo hacia sí, lo abrazó con todas sus fuerzas. ¿Se había sentido todo el tiempo como él mismo y nunca lo supo? Siempre porque su estúpido orgullo le decía que no lo hiciera, que lo apartara, hasta que no pudo más y reventó. Quería a ese chico. Le daba igual que fuera un príncipe, un fugitivo o el hijo de un Dios. Levantó el mentón y lo besó, sellando la promesa nunca formulada pero que ambos bien conocían.

Iván IV de Rusia, apodado el Terrible, murió ocho años después,  el 18 de marzo de 1584, sucediéndole en el trono su hijo Dimitri Mijail Ivanovich Romanov. A pesar de que su reinado fue más corto que el de su progenitor, fue más próspero. Se contaba la leyenda de que parte de las mercancías del zar nunca llegaban a palacio, sino que se perdían en algún sitio de la capital y servían de alimento para una parte de la ciudad completamente desconocida. También se hicieron famosos los rumores de que desaparecía algunos días a la semana y que no se le volvía a ver hasta al día siguiente. Pero, sin duda, el rumor más extendido es que dejaba que los ladrones entraran en su palacio, y que jamás ninguna mujer le acompañó en su alcoba porque estaba destinada para alguien de más categoría. Dimitri Mijail Ivanovich Romanov murió sin descendientes, lo que marcó el fin de una dinastía de Rúrik que había empezado con Iván I de Rusia. A partir de ese momento, el país entró en el llamado Período Tumultoso.

Notas finales:

Waaaaaaaaaaaa, se me hace raro terminarlo por fin. 

Aclaraciones:

Anastasia Romanova Zajarina fue la última esposa de Iván IV de Rusia, con la que tuvo 6 hijos, tres chicas y tres chicos. Entre los chicos había uno que se llamaba Dimitri, no sé si por casualidades de la vida coincide con el nombre de mi protagonista. El heredero al trono a la muerte de Iván, fue su hijo más pequeño Teodoro, llamado Fiódor I Ivanovich y que, al igual que Dimitri, murió sin descendencia. De hecho, esa parte la he cogido de la historia real, aunque el persoaje en sí no coincida.

 

Y... creo que no tengo nada más que decir. Gracias a todos lo que siguieron el fic y me aguantaron. Gracias por los reviews y gracias a los que leyeron en la sombra y no dejaron comentario. Una saludo a todos. Se os quiere.


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