Esa noche me creí perdido, vi como todo se desvanecía a mi alrededor, sin poder alzar una de mis manos hacia la vida, una oscuridad tremenda en la cual me veía absorbido, como si las propias tinieblas se hubieran apropiado de mi ser sin piedad de lo que yo pueda sentir.
Dolor…Eso era lo que sentía, una gran presión se ejercía en mi pecho, aplastando mi corazón, intenté gritar, pero ni una sola vocal salió de mi boca, probé con mirar en donde estaba, pero solo veía un manto negro en la ceguedad. No habían ruidos, ni una sola respiración, nada más de vida. Me hallaba solo, pero en realidad, siempre estuve solo. Una sensación de asfixia invadió mi cuerpo como un rayo, mi garganta se vio seca, y todo lo demás seguía igual. Sombrío, insonoro, inhabitado. Y de la misma forma en que había cesado de respirar, los latidos de mi corazón fueron lo único que pude oír, sonaban como campanadas retumbando en mis oídos, casi como una ilusión. Mi vida luchaba contra esa fuerza que amenazaba con llevarme hacia él, los latidos, el ahogo, todo era igual. No podía moverme, me veía imposibilitado de cualquier cosa. Deseé poder levantar mi mano y verla ante mis ojos, como prueba de que aún existía, pero ni siquiera tuve la seguridad de estar en un ente físico.
De la nada, una brisa surgió desde lo más profundo de la lobreguez. Abrazó mi humanidad casi con cariño, rozó mi rostro, y hasta que eso no sucedió, no tuve la certeza de estar vivo. El viento que corría cada vez más fuerte se llevó consigo el sofoco, la presión sobre mi, se llevó la negrura, el palpitar de vida, se lo llevó todo.
Ahora no había nada. ¿Estaba muerto acaso? No recordaba ningún accidente, ni haber hecho algo estúpido. Tampoco tenía memorias de haber intentado suicidio…¿Qué había sido lo último que había hecho? Y nuevamente algo malo ocurrió.
Desesperación. Comenzaba a desesperarme, ahora no sentía, no escuchaba, no veía nada. Lo peor del caso, era que tampoco poseía recuerdos. ¿Tenía amigos? ¿Tenía trabajo? ¿Tenía familia? La angustia llenó cada espacio de mis pensamientos. ¿Cuál era mi nombre? Intenté calmarme, el pánico no me llevaría a ningún lugar…Aunque bueno, no es que estuviera en uno, ¿O sí?.
Mi nombre, un apodo, un nickname…Hacía mi mayor esfuerzo para saber si alguna palabra se venía a mi mente, pero no ocurrió nada.
Tome aire, y solté un suspiro. Preferí tomar calma y reflexionar lo que me estaba sucediendo…Y…¡Esperen! Tomé aire, ¡respiré! Bien, había un progreso, había logrado notar que respiraba, podía escucharlo, y podía notar mis pulmones enriqueciéndose de oxígenos. Pulmones. Miré mi cuerpo, y sí, ¡Ahí estaba! Vamos, el asunto iba mejor que antes. Ahora tenía seguridad en que tenía un cuerpo, tenía una mente, respiraba y…Toqué mi pecho. Los latidos de mi corazón tenían un ritmo normal, para nada alterado; estaba vivo.
Lo siguiente era…Pensar. Si podía oír, entonces también podría hablar. ¿Qué podría decirme a mi mismo en un estado de soledad? Sinceramente, tenía vergüenza de pensar que hablaría solo, como los locos. Pero en realidad, todos hablamos solos, todos estamos locos, la diferencia yace en que todos tenemos distintos niveles de locura, por lo tanto…
-¡Imbécil! ¿En qué estás pensando? - Vaya, me sorprendí al ver que mis primeras palabras en el vacío, serían un insulto hacia mi mismo. Me encogí de hombros. Luego pensé en otra cosa…Volví a fijar mi vista en mi cuerpo. Estaba vestido. No era nada especial, una camisa negra, pantalones formales en color blanco, zapatos negros de cuero…¡Vaya! Hasta en la mismísima nada tenía lujos.
Fuera de todo lo que había notado, no me fijé en nada más. Y ahora, volviendo a lo que estaba antes de fijarme en mi mismo por unos instantes…
- Vamos pedazo de enano, piensa en algo rápido, ¿Quieres quedarte aquí la eternidad? - Mi voz sonó dura y seria. ¿Enano? Paseé mis ojos en mi propio ser una vez más, realmente no podía decir si era alto o bajo, no tenía noción de nada, y mucho menos algo para comparar y decir de forma objetiva que era…Un enano.
-¿Y para qué quiero salir de aquí? - Se escapó ese susurró de entre mis labios. Razoné un poco más conmigo mismo. Si estudiaba bien la situación, no tenía hambre, tampoco me sentía incómodo. Si saldría de ahí, ¿Qué haría? No recordaba ni a mis amigos, ni mi trabajo, mi familia, nada de mi vida. Posiblemente me moriría de hambre o algo similar. Entonces, ¿Para qué vivir? Lo medité unos segundos. No tengo una razón para vivir. ¿Y ahora? No tengo memoria, una razón para vivir, y ni siquiera sé como me llamó.
Me dejé caer en la cama que había, tenía una cubierta bastante bonita y llamativa que simulaba piel de tigre. Sonreí ante eso, justo como me gustaba. Pero…¿Esa cama había estado ahí antes?
Miré el techo, me sentí agotado…No tenía algo por que vivir, estaba en un lugar bastante confortable, pero desconocido. Había una lámpara que iluminaba la cama y parte al rededor de ella, lo demás seguía siendo negro. Jalé de mis cabellos comenzando a molestarme conmigo mismo.
- ¡Ruki, sos un idiota! - Me dije a mi mismo. Un recuerdo. Me decían Ruki. Como una ráfaga, llegaron a mis los sentimientos de tristeza y tormento. Una lágrima se deslizó por mi mejilla. Todo lo que ocurría…Era asqueroso. El llanto se adelantó ante cualquier emoción y empapó mis mejilla.
-Hey, tranquilo… -Esa, no había sido mi voz, quien habló, tenía un tono dulce, tranquilo. Unas manos acariciaron mi cabeza con ternura.
Abrí los ojos.
-Soy Takanori Matsumoto, nací el 1 de Febrero de 1982, tengo 28 años y soy músico.
Malditas pesadillas.