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West Lake por Hisue

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Notas del capitulo:

Después de mucho tiempo, aquí estoy. No voy a explayarme mucho, excepto que al menos lo de mi lap no fue grave (sólo era de reemplazar una cosa en la pantalla, tal como creía, se fundió por tanta humedad).

Este año sigue yendo de mal en peor, en serio, es un asco. Lo de mis ojos no tiene arreglo, es una pinguécula (no recuerdo bien el nombre) y según el doctor puedo vivir con eso, si me cuido, pero el problema es que mis ojos, aparte de todo, no se lubrican bien, no puedo llorar (bueno, ahora el ojo más o menos sano derrama lágrimas, el otro no), y todo es por los rayos UV, la contaminación y eso… al menos, no afecta mi miopía. Y vuelvo a estar desempleada, de nuevo, culpa de las lluvias. Ya no quiero hablar de eso, me deprimo. He tomado la filosofía del MCU y me rio de todo.

Bueno, no más cosas sobre mí. Al capítulo. Espero me disculpen la tardanza.

Capítulo 91

 

Alan suspiró. Su madre estaba cerca, por alguna razón habían llegado a una tienda de mascotas y miraba gatos. Él podía sentir su nerviosismo, y se preguntaba cuándo iría al punto en vez de darle esas largas miradas cuando se alejaba de su lado que le empezaban a sacar de quicio. Parecía que buscaba algo en él, como si tratara de encontrar algún indicio de su homosexualidad.

-¿Quieres un gato? -le preguntó, ya harto de estar allí. Su madre alzó la cabeza y negó. Nuevamente le miró y Alan desvió el rostro el rostro, incómodo-. Pensé que querías hablar conmigo de algo urgente.

-Sí, yo... -Melinda se interrumpió y Alan metió las manos a los bolsillos, sólo por hacer algo con las manos. Odiaba esto. Lo que sea que su madre quisiera decirle, prefería que fuera rápido-. Creo que es mejor que vayamos a otro sitio. Más privado.

Alan asintió. Se convencía a cada minuto que no sería una charla agradable. Cuando llegaron a un café, y su madre, al contrario que las veces anteriores, se sentó en una cabina privada, Alan perdió todas las esperanzas. De todas formas, si hubiera tenido que elegir un lugar para hablar de su sexualidad con su madre, una cafetería sería su última opción.

-Por favor, mamá, sólo dímelo y acabemos con esto -le dijo, perdiendo la paciencia.

-Llevabas mucho sin hablarme de esa forma -anotó Melinda. Movió su café, sin probarlo. No miraba a Alan ahora, mantenía los ojos fijos en la mesa y una sonrisa triste se formó en sus labios-. Nunca me has presentado una novia. Pensé que era porque ya no confiabas en mí, que era mi culpa porque te alejé y dejaste de hablarme. Pero no es por eso, ¿cierto?

-Escuchaste lo de la fiesta -dijo, en voz baja. Melinda asintió. Alan bajó la mirada. No sabía qué contestar, o qué tenía qué decir. Disculparse estaba fuera de lugar para él.

-Tu padre y yo no te criamos así -murmuró Melinda, hablando casi para sí misma-. ¿Nos equivocamos en algo? ¿Qué te pasó?

La mención a su padre le hizo fruncir el ceño. Lo quería, pero no podía saber cómo habría reaccionado si se enteraba que tenía un novio. Había estado tan enfocado en Mike que no pensó en las consecuencias.

-Escuché lo de la fiesta -dijo, esta vez alzando la voz y mirando a su hijo-. Me hubiera gustado tener algo que decir al respecto, pero no tenía idea. Pensé que era una broma -miró a Alan, como si esperara que confirmara su afirmación y negó con la cabeza cuando Alan no dijo nada-.  Pero no lo es, ¿cierto?

Alan no contestó. Seguía sin saber qué decir, no quería justificarse, pero sentía como si debiera hacerlo.

-¿Quién es? -preguntó Melinda, al ver que Alan se quedaba callado. Éste se cruzó de brazos, desviando el rostro-. Alan, te hice una pregunta.

-¿Por qué te importa? -contestó, adusto-. No cambia nada, seguirás molesta.

-Sólo quiero entender, Alan, tú no luces así, no eras así. ¿Es mi culpa? Sé que no tuve que dejarte solo tanto tiempo, lo siento...

-No es tu culpa -le interrumpió Alan, cruzando los brazos sobre el pecho y empezando a enfadarse-. ¿Y a qué te refieres con así? ¿Quieres decir “afeminado”?

-Baja la voz -Melinda miró a los lados y Alan sacudió la cabeza-. No voy a aceptar esto, Alan. No puedo aceptar esto. Tú no eres... no puedes ser...

-No te estoy pidiendo permiso -dijo él, apretando los puños para evitar alzar la voz. Sabía desde el principio que esto no terminaría bien y no veía el punto de seguir allí. Tal vez, si su madre se desilusionara de él, lo dejaría en paz. Se mordió el interior de la mejilla, no quería perder a su madre también. No otra vez. Pero nunca había sido paciente y el sentirse, ademad de todo, culpable por la expresión torturada de su madre, le estaba haciendo perder los nervios.

-Soy tu madre. Y te prohíbo que salgas con ese chico, sea quien sea.

-No puedes hacer eso -dijo, apretando los puños-. No puedes decirme qué hacer con mi vida.

-Tu vida nunca estaré atada a un chico venido de un gueto -Alan la miró,  sin saber qué responder. Era obvio que sabía quién era Mike, o que al menos, había escuchado rumores-. ¿Qué clase de futuro tendrías? Alan, sé que hay... fases, eres adolescente y te gusta experimentar, como todos. Yo puedo entender eso.

Su madre esbozó una sonrisa que pretendía ser comprensiva, pero que hizo que Alan desviara la mirada de su rostro. Sabía, porque era de sentido común, que muchos padres no aceptaban que sus hijos fueran homosexuales o bisexuales, él ni siquiera sabía cómo debía clasificarse. Lo sabía, y no pensó que le afectaría tanto, pero ver a su madre mirándolo de esa forma estaba resultando doloroso y sólo aumentaba su furia.

-Entiendo si es sólo una cosa del colegio, Alan. Piénsalo, en unos meses ese chico estará lejos y te olvidarás de toda esta confusión.

-¿Y qué tal si me quiero ir con él? -dijo, sin pensar. Pero una vez lo dijo, no pudo detenerse-. ¿Qué tal si no quiero nada de lo que planeas, madre? ¿Alguna vez te has preguntado qué cosas me gustan de verdad o qué es lo que quiero?

-Pensé que querías seguir con el legado de tu padre. ¿Quieres que se pierda todo? ¿Por ese chico?

-No es por él -murmuró Alan.

-¿Entonces por qué? Alan, piensa en lo que dices. No puedes decidir tu vida basado en algo que se acabará pronto, que está destinado a no durar.

-Tú no sabes nada -exclamó, poniéndose de pie-. No puedes decir si es una fase o no, y no metas a mi padre en esto porque nunca has creído que fuera inocente, ¡lo culpas de todo! ¡No me interesan tus planes de recuperar la gloria perdida! Y no voy a dejar a ese chico.

Se dio la vuelta y salió de la cafetería sin mirar atrás, apretando los puños y rechinando los dientes. Justo ahora, sólo tenías ganas de romper algo. 

---

Melinda salió de la cafetería un rato después. No intentó seguir a su hijo, estaba demasiado sorprendida, trataba de saber cuándo cambió, como lo hizo y como era posible si Alan no mostraba ninguna clase de comportamiento que indicara que fuera... un marica. Estaba tan distraída que no notó cuando chocó con alguien y empezaba a disculparse cuando notó que era Gabriel. Le sonrió mientras Gabe recogía una bolsa que se había caído de sus manos.

-Lo siento, estaba distraída.

-No se preocupe, ¿vino a ver a Alan? -Melinda asintió, moviendo la cabeza y su angustia debió notarse en su rostro porque la expresión de Gabriel cambió a una ligeramente preocupada-. No quiero entrometerme, pero... ¿le pasa algo? No se ve muy bien.

Melinda suspiró, negando con la cabeza. Gabriel la miró un momento y ella sonrió. Ese chico lucía mucho más amable que su propio hijo y mucho más razonable. Sabía que a Alan le molestaría si le comentaba sus problemas a un Barnett, pero ahora necesitaba hablar con alguien que no la juzgue. Sus conocidas estaban descartadas, ya eran lo suficiente condescendientes sabiendo lo que pasó con su marido, no quería ver sus falsas expresiones de comprensión y lástima por su hijo también.

-Tuve una discusión con Alan -admitió. Gabriel tiró de la correa de su perro, haciendo una mueca de disgusto.

-Lo siento por eso. Pensé que se llevaban bien.

-Al parecer, no sabía tanto de mi hijo como pensaba.

Ella negó con la cabeza y observó a Gabriel mientras éste asentía. Le recordaba mucho a Henry, cuando se conocieron. Claro, Gabriel era mucho más joven, pero incluso ahora tenía ese aire de calma y control a su alrededor que ella siempre asociaba con Henry. 

-¿Quiere acompañarme? Vamos al parque -dijo, señalando al perro-. Y leí que acariciar perros era una buena terapia. No le pediré que lo haga con Max, pero seguro hay alguno en el parque.

Melinda sonrió. El mal carácter de ese perro era bien conocido. Asintió, decidiendo que debía relajarse y se sentó en una banca al llegar al parque, mirando a Gabriel mientras este tiraba una pelota al aire y dejaba que Max corriera tras ella. Se preguntó cómo serían las cosas si sentarse con Alan en un parque fuera tan fácil como con él, si pudiera tener a su hijo frente a ella sin la discusión de antes, como cuando era un niño.

-¿Qué haces fuera del colegio? -preguntó, para distraerse.

-Tenía que traer a Max al veterinario -Gabriel se sentó al lado de Melinda, apoyando las manos en su rodillas y dirigiéndole una mirada de disculpa, antes de continuar hablando-. ¿Puedo preguntarle algo? ¿Discutió con Alan por lo que pasó en la fiesta?

Melinda lo miró, sin palabras por un momento, pero sacudió la cabeza un momento después. Era lógico que todo el colegio lo supiera.

-También sabes de eso.

-Fue algo bastante público -Gabriel sonrió un poco, agachándose para recoger la pelota que Max acababa de tirar a sus pies. La volvió a lanzar, antes de seguir hablando-. No pensé que discutirían. Pensé que usted... bueno, pensé que lo entendería.

-¿Entender? -Melinda suspiró-. Me gustaría entenderlo. Estoy tratando de entenderlo, pero no lo sé. Alan nunca fue de esa formó, no sé qué pasó con él. Siempre fue normal.

Gabriel apretó los labios, antes de suspirar y levantarse. Melinda notó la manera en que se tensaba y suspiraba antes de hablar, como si le fuera difícil decir lo que fuera que tenía planeado decir.

-Lo siento, usted me parece una buena persona, pero eso es ofensivo, no sólo por su hijo -Gabriel bajó la cabeza, luciendo inseguro un momento, antes de seguir hablando-. Pasé por lo mismo, ¿sabe? Lo de los chicos...

Melinda abrió mucho los ojos, sorprendida y sin palabras y Gabriel pensó en sus siguientes palabras con cuidado antes de seguir hablando.

-No es que no me gusten las chicas, es sólo que... los chicos también. Y estaba muy asustado de mi padre, pensando si él se decepcionaría, si mi madre me odiaría si se hubiera podido enterar, si sería mejor ocultarlo, actuar como si fuera normal.

-¿Tú eres...? Pero tú... ¿Henry sabe de esto? -no se podía imaginar a Henry tomándose bien una noticia como esa, pero para su sorpresa, Gabriel asintió, sonriendo.

-Lo sabe. Y no le importó. Dijo que seguía siendo yo, sin importar nada. Sin ningún tipo de drama. Esperaba muchas cosas, esperaba gritos y que me desheredara, como mínimo. Pero no le importó. Y me ayudó a dejar de sentirme culpable. No creí que usted hiciera menos con Alan.

-Pero tenías una novia -dijo Melinda, pasmada. Nunca habría imaginado que a Gabriel le gustaban los chicos.

Gabriel se encogió de hombros, acariciando nuevamente a su perro. Notó que ella empezaba a sentirse culpable y se contuvo para no sonreír. Aunque odiaba tener que defender a Alan, ver la manera en que Melinda cambiaba su expresión y le creía, era satisfactorio, en cierta forma. Era halagador saber que podía manipularla. 

-Como dije, también me gustan los chicos. Mire, no soy nadie para darle consejos, pero hable con su hijo. Se lo digo por experiencia, debe estar sintiéndose terrible ahora mismo. Piense en eso, ¿qué pasará si no vuelve a hablar con él? Él y yo, ambos hemos perdido algo. Y usted es lo único que le queda. No quiero pensar en lo que hubiera pasado si me padre me rechazaba, porque él es toda la familia que tengo ahora. No creo que usted quiera perder a Alan.

-Tu madre, la conocí -dijo Melinda, después de un momento en silencio. Isabelle siempre fue demasiado amable y comprensible. Ella jamás habría dejado irse a su hijo si le confesara que era gay-. Hasta ahora, sólo veía lo mucho que lucías como Henry, pero hablas como ella también.

Melinda sonrió. Iba a agregar algo más, pero era un muchacho con el que estaba hablando, no podía pedirle consejos. Gabriel, mientras tanto, apretó la correa de Max entre sus dedos. No esperaba que lo comparara con Isabelle, nadie lo había hecho, nunca y escuchar su nombre, escuchar que lo elogiaban por ella, le hizo sentirse repentinamente culpable.

-Gracias -dijo, sin poder ocultar su incomodidad-. Necesito irme. Y lo siento si hablé de más, no era mi intención entrometerme.

Esperaba que Melinda tomara su pronta despedida como nerviosismo, porque no creía poder seguir hablando con ella. Ser comparado a su madre cuando estaba fingiendo era irónico y doloroso.

---

-¿Qué estás haciendo? -preguntó Wade, acostado en la cama y bajando un poco el libro. Adriana estaba allí, pero él trataba de leer, en español y la había ignorado todo el rato. Sin embargo, era imposible ignorar el ruido leve de pisadas en el piso y el menos leve ruido de música saliendo de la laptop. Ladeó el rostro, observando a la muchacha mientras ella improvisada una rutina en el espacio entre el escritorio y las camas. Incluso aunque la música no le gustaba, disfrutaba verla. Adriana lo miró, sonriendo y estiró una mano en su dirección.

-¿Te unes? -preguntó. Wade bajó la mirada hacia sus piernas, apenas cubiertas por un short y la subió hasta sus pechos y sonrió.

-Tentador, pero trato de leer -Adriana se acercó a la cama, sin dejar de moverse al ritmo de la música y trepó de un salto.

-¿Necesito ponerme celosa?

-Sólo un poco -Wade dejó el libro a un lado y posó una mano en el abdomen de Adriana. No esperó a que ella dijera nada y se movió, subiendo la camiseta con los dedos y besando la piel que dejó expuesta-. Hay cosas que no puedo hacer con los libros.

-Sería un desastre si los lamieras -dijo ella, riendo. Wade la miró desde abajo y Adriana se lamió los labios. Ella no estaba pensando en bailar cuando llegó al cuarto casi una hora antes, pero Wade apenas le prestó atención, demasiado ocupado en su libro. Wade sonrió cuando ella se movió un poco y Adriana lo notó, pero no se sintió cohibida. Se subió más la camiseta, gimiendo cuando Wade llegó a sus pechos y se tomó un tiempo lamiendo entre ellos antes de masajearlos con las manos.

-Será tu culpa si olvido dónde me quedé -bromeó, antes de besarla. Cuando se separaron, Adriana le sonrió y lo empujó, antes de bajar de la cama.

-No sé, me has ignorado por casi una hora.

-Estaba en una parte realmente interesante -contestó Wade, sentándose en el filo de la cama-. ¿Me perdonas? ¿Por favor?

-Creo que deberías ganártelo -dijo ella, elevando las cejas. Como esperaba, Wade bajó de la cama y se dejó caer al piso, de rodillas. Todavía sonreía, pero ella conocía demás esa sonrisa y lo que significaba y aunque no se negaría normalmente, no quería eso esta vez-. No, ven aquí.

Wade se levantó. Todo era un juego para él, después de todo y no le importaría rogar un poco o lo que fuera que Adriana quisiera. Pero lo único que ella hizo cuando al fin se acercó fue darle la espalda, mirarlo por encima del hombro y tomar una de sus manos, dirigiéndola bajo su blusa. Le besó el cuello y esta vez no esperó indicaciones antes de mover la mano libre de su abdomen hacia abajo y meterla bajo el short que ella llevaba. Sonrió cuando ella gimió y movió las caderas, siguiendo su ritmo.

-Entonces, ¿me perdonas? -susurró en su oído.

-Aún no -jadeó Adriana. Se giró, retirando las manos de Wade de su cuerpo y observó su camiseta-. Quítatela.

-Estamos mandones hoy, ¿verdad? -preguntó, fingiendo estar ofendido, pero quitándose la camisa mientras hablaba.

-Es que escuché por ahí que te gusta seguir órdenes -bromeó ella, posando una mano en su pecho.

-Son todos unos mentirosos, no los escuches.

-Entonces, ¿no te gusta? -preguntó ella, en un falso tono inocente que contrastaba con la forma en que lo empujó hacia el escritorio y poso las manos en la cintura de los jeans, empezando a abrirlos. Wade la observó un momento, antes de decidir que ya eran demasiados juegos, enredar una mano en su cabello y tirar de ella hacia su boca. La escuchó reír un poco contra sus labios y sintió sus dedos dentro de sus jeans, masajeando su erección. Ambos se movieron, sobresaltados, cuando la puerta se abrió de un golpe seco y Wade alzó los ojos sólo para ver a Gabriel de pie en la puerta, notar la confusión en sus ojos, que fue reemplazada casi de inmediato por un bufido exasperado.

-Lo siento, tenía una llave y no pensé que hubiera alguien aquí -Adriana quitó las manos de los jeans de Wade y se arregló la ropa, antes de girarse, escondiendo las manos tras su espalda. En realidad, esperaba que Gabriel se fuera y poder continuar y se esforzó en no lucir complacida cuando Gabriel se giró-. Sigan en eso.

Miró a Wade y suspiró. Todavía estaba erecto, podía notarlo, pero tenía los ojos fijos en la puerta y su sonrisa había desaparecido. Cuando al fin la miró, esbozando una sonrisa de disculpa, Adriana se cruzó de brazos.

-Lo siento -dijo Wade-, pero en serio me tengo que ir.

-Vale, como quieras -dijo ella, haciendo una mueca. No es que estuviera celosa, pero su tiempo juntos no hacía más que reducirse y esta vez en serio tenía ganas-. Pero vas a tener que recompensarme luego.

-Lo prometo, haré lo que quieras -dijo, llevando una mano a su pecho.

-¿Lo que quiera? -Adriana sonrió y volvió a mirar la entrepierna de Wade-. ¿Estarás bien con eso?

-Supongo. Tendré que pensar en algo horrible.

-O podrías pedirle ayuda a Gabe -bromeó, soltando una risa. Wade hizo una mueca de dolor, negando con la cabeza.

-Eso fue horrible, gracias por la terrible imagen mental -murmuró-. Al menos ayudará. Te veo luego. Cierra la puerta si te vas.

Adriana alzó la mano a modo de despedida y se dejó caer en la cama cuando Wade se fue. Estaba aburrida y, lo que era peor, frustrada. Pero no estaba sorprendida, era sabido por todo el mundo que Wade correría si alguna vez veía a Gabriel mal. No por primera vez, se preguntó si era amistad todo lo que tenían, pero cada vez que se lo insinuaba a Wade, éste respondía con la misma mueca de dolor y la única vez que trató de preguntarle a Gabriel, éste sólo lució confundido. Tal vez en serio era amistad. Suspiró, mirando el libro que Wade había dejado sobre la mesa de noche antes y lo cogió, sorprendida al ver que estaba en español. Sin nada más que hacer, se acomodó en la cama y trató de recordar lo poco que su madre la había enseñado del español.

---

-Pensé que estabas ocupado con Adriana -dijo Gabriel. Estaba apoyado en la pared de la vieja capilla, considerando si debía entrar o no, cuando vio llegar a Wade. Su amigo se encogió de hombros y se dejó caer en el piso, mirándolo desde abajo.

-¿Qué te pasa? -preguntó. Gabriel se encogió de hombros.

-No me pasa nada.

-Vamos, Gabe. Puedes decirme la verdad ahora o esperar y decirla de todas maneras -sonrió,   ladeando el rostro-. Ahorremos tiempo.

-Hablé con Melinda -contestó Gabriel, después de quedarse un momento en silencio. Wade lo miró, curioso-. Todo fue bien, ella tuvo una discusión con Alan, no es que lo odie, pero se culpa. Así que fui y actúe un poco. Mentí, sobre cómo de malo fue descubrir que me gustaban los chicos y mentí, diciendo lo mucho que mi padre me apoyó y lo bueno que fue para mí y lo preocupado que estaba por cómo se sentiría mi madre si viviera para hacerla sentir culpable.

-Bueno, ése era el plan -murmuró Wade. Gabriel esbozó una sonrisa tensa y asintió. Su amigo se puso de pie, examinando su expresión de cerca-. ¿Cuál es el problema?

-Sólo me preguntaba cuántas mentiras tendré que contar y en que me convierte poder hacerlo tan fácilmente -dijo, pateando una piedra-. No sé, Wade, no sé cómo demonios voy a terminar.

-Todo cambia -Wade apoyó la cabeza en la pared, sonriendo-. Tú, yo y todos, algún día ya no seremos las mismas personas. Pero siempre serás Gabriel.

Gabriel lo miró, sin responder nada.

-Melinda dijo que me parecía a mi mamá -murmuró, en voz baja-. La única vez que alguien lo dice es cuando miento.

-Puedes llamar a Liam -sugirió Wade volviendo a mirarlo y notando la mueca de disgusto que se dibujó en el rostro de Gabe-. Todavía tengo su número, ¿sabes? No te culparía si huyes.

-Como si pudiera -contestó Gabriel, dejándose caer al piso-. ¿Para decirme eso es que vienes?

-Sólo era una sugerencia, si te molesta tanto todo esto, entonces lo mejor es dejarlo, ¿no? No tendrías que fingir más.

-No es eso -Gabriel apretó los labios, tratando de explicarse-. Es sólo que no quiero convertirme en alguien que no reconozca.

-Entonces, no lo hagas.

-¿Y cómo voy a hacerlo? ¿Sabes lo fácil que me resulta ahora mentir? ¿O que disfruté sabiendo que podía manipularla? -Wade abrió la boca y la volvió a cerrar. No tenía una respuesta apropiada para eso, excepto en insistir que se vaya con Liam, como Isabelle quería, pero no quería insistir en eso. No quería que Gabe se fuera, pero si era lo único que le haría bien, ¿no debería hacerlo? Se mordió lo labios, desviando la mirada-. ¿No tienes miedo de lo que pueda pasar si seguimos en este camino?

-Claro que lo tengo. Aunque tal vez por diferentes razones -contestó, manteniendo su voz calmada-. Olvidas que estaba en ese banco y me golpearon. Si eso no fue suficientemente malo, mi madre cree que mi propio padre tiene algo que ver. Claro que tengo miedo, a veces pienso qué pasaría si no tengo suerte la próxima vez.

-No pasará otra vez -le interrumpió Gabriel. No era exactamente a lo que se refería con su pregunta, pero pensar en Wade y en ese hospital le angustiaba cada vez que lo mencionaban.

-¿Y si te pasa a ti? -continuó Wade, como si no lo hubiera interrumpido-. A veces quiero llamar yo mismo a Liam y decirle que te aleje de todo esto -dijo. No quería tener que decir nada más, pero si a Gabriel le angustiaba demasiado el camino que había elegido, cambiarlo sería lo correcto. Cumpliría con lo que Isabelle le pidió y dejaría de ver esa angustia en sus ojos-. Podrías irte, antes que no puedas volver atrás.

Gabriel frunció el ceño. Esa no era la respuesta que quería. Iba a contestar, pero Max llegó en ese momento y restregó el costado contra su pierna, provocándole una sonrisa.

-Es casi como si pudiera sentir cuando estás triste -comentó Wade, mirando al perro-. Estás mal y aparece de dónde sea.

Gabriel acarició la cabeza del perro, pero miró a su amigo, parpadeando. Esa era una descripción perfecta de Wade también.

-Tienes razón -contestó, inclinándose para apoyar su frente en la cabeza de Max-. Creo que no le agradezco lo suficiente -agregó, alzando los ojos para mirar a su amigo. Wade notó que no estaba hablando del perro y bufó.

-Entonces, ¿qué vas a hacer? Si llamo a Liam estará aquí en menos de una semana y podrías dejar el colegio, tenemos una copia de todas las llaves, después de todo.

-Sabes que no haré eso -dijo, frunciendo el ceño. Antes que Wade pudiera replicar, agregó-. ¿Y Adriana? ¿En serio la dejaste allí cuando estaban a punto de...?

-Ella me odia un poco ahora -respondió Wade, sin insistir más-. Voy a tener que esforzarme para que me perdone.

-No debiste dejarla.

-Sí, bueno... ¿qué vas a hacer ahora?

-Esperar a que Melinda hablé con Alan. Después, ya veremos. Debí quedarme y asegurarme que ella hablaría con él antes. Demonios.

- ¿Y entonces Alan te dejará entrar a su casa? -preguntó Wade, haciendo círculos en la arena. Gabriel se encogió de hombros.

-Si no es él, Melinda lo hará. De alguna forma tengo que saber de qué demonios hablaba tu madre.

-No sé si sea muy inteligente confiar en ella -murmuró Wade. Gabriel chasqueó la lengua, no confiaba en Joanna más de lo que confiaba en Henry.

-No es como si confiara en ella, sólo quiero saber un poco más, ¿no tienes curiosidad? -Gabriel suspiró. Se sentía algo culpable por interrumpir la diversión de Wade-. No necesitabas venir a verme, ¿sabes?

-Supongo que no puedo evitarlo -contestó, para agregar, divertido-. Y además tenías esa mirada... totalmente querías que te siguiera.

-No tenía ninguna mirada -refunfuñó Gabriel. Wade se acercó y lo miró de cerca, ladeando el rostro.

-Pero la tenías, la que tienes ahora dice “no te acerques, te detesto”, pero ambos sabemos que es mentira -soltó una risa, cruzando las manos detrás de su cabeza-. No puedes mentirme, Gabe, ya deberías saberlo. Y a todo esto, ¿comiste? Porque muero de hambre.

Gabriel sonrió. No olvidaba ninguna de las cosas que le preocupaban, pero le era sencillo relajarse e ignorarlo todo cuando estaba con Wade. Asintió y lo siguió de regreso al colegio.

---

-¿Cómo estás? Has estado en silencio un rato -Julie se acercó a Alan y se sentó cerca de él, arrastrando una silla. Había estado callado desde que llegó, sumido en un dibujo al que no hacía más que repintar-. Creo que ese dibujo ya no necesita más negro.

Alan se detuvo, dejando el lápiz de lado mientras Julie lo miraba, esperando.

-Puedes hablar conmigo -insistió ella.

-No hay nada de qué hablar, Julie -contestó él-. Nada que no esperara.

-Las cosas no fueron bien con tu madre, asumo -Julie se mantuvo en su posición. Conocía a Alan, sabía que podía actuar agresivo, pero que hablaría al final. Y ella creía que necesitaba hablar, desahogarse.

-Asumes bien. Supongo que sólo veré el lado bueno de esto, ella no puede prohibirme nada ahora. Ni pedirme nada.

-Sí, puedo notar lo feliz que estás -ironizó ella. Alan se levantó, frunciendo el ceño.

-Lo siento, Julie, pero por una vez, ¿podrías dejar de estar aquí?

-¿Sabes? Te paso esta porque sé que no estás bien. Sólo esta vez -advirtió, antes de salir.

Alan quiso disculparse, pero estaba enfadado. Y no quería hablar con nadie, no quería a nadie diciéndole que todo estaría bien, cuando no era así. Se preguntó, mientras en un arranque de furia rompía el dibujo en el que trabajaba hace poco, si Mike valdría la pena o si sería pasajero, como su madre insinuó. Antes de Mike no se había enamorado de nadie, ¿cómo podría saber si iban a durar?

-Hola -escuchó la voz de Mike y se limitó a asentir mientras éste entraba. Esperaba que dijera algo, que mencionara algo sobre su estado de ánimo, pero no lo hizo. En cambio, se acercó a él y dejó un taper sobre la mesa.

-¿Qué es?

-Sólo pie de limón -contestó Mike-. No fuiste a almorzar, no sé si habrás comido. Puedo ir a traer algo más, si quieres.

Alan lo miró, negó con la cabeza y empezó a comer. Era extraño no estar siendo sometido a un interrogatorio y a la vez, le tranquilizaba. A diferencia de Julie, Mike no mencionó ni una palabra y no hizo más que apoyar una mano en su rodilla, comentando los avances de Betty en matemática.

-¿Por qué no estás haciendo ninguna pregunta? -preguntó Alan, curioso, cuando Mike se alejó hacia la cama. Éste de detuvo, girando el rostro y esbozando una sonrisa.

-Pensé que era mejor esperar a que hablaras. No quiero presionarte y sé que no quieres hablar.

-No, no en realidad -murmuró Alan-. Gracias por no insistir.

-De nada -Mike se acercó a él y le dio un beso ligero en los labios-. Sólo recuerda que estoy aquí, ¿bien?

-Lo hago. Pero ahora no... Sólo no tengo ganas de hablar -susurró Alan. Mike asintió, sin decir nada más y se recostó en la cama, quitándose las zapatillas y empezando a leer.

Pasó un largo rato en el que Alan trató de dibujar, sintiendo de vez en cuando los ojos de Mike en su espalda, hasta que se rindió. No podía concentrarse, veía la sonrisa nerviosa de su madre cada vez que trataba de dibujar, la escuchaba en su mente, una y otra vez. Le había dicho a su madre que no le importaba lo que ella opine, pero no era cierto, él la quería, era su familia. No quería decepcionarla, no quería que se enojara con él, pero tampoco quería dejar a Mike. ¿Y qué si era algo pasajero? Dudaba que fuera cierto, recordaba los meses que pasó sintiendo que sus sentimientos le devoraban, viéndolo con alguien más, el tiempo cuando tuvo alguna esperanza, lo doloroso que fue saber que Mike no lo quería la primera vez que se besaron. ¿Cómo podía algo como eso ser sólo una fase? Miró a Mike, todavía recostado en la cama. La forma en que su corazón se aceleró cuando éste se giró y le sonrió no podían ser una mentira. O un experimento o lo que fuera que su madre creyera. Dejó el lápiz a un lado y trepó a la cama, ubicándose tras Mike, ocultando el rostro en su nuca y besando la piel allí descubierta. Mike no hizo más movimiento que ladear el rostro, dándole acceso a su cuello y Alan le mordió levemente, acariciando su abdomen por debajo de la camiseta.

-¿Qué haces? -preguntó Mike, incapaz de concentrarse en lo que estaba leyendo.

-Quería besarte, ¿quieres que pare?

-Pensé que no estabas de ánimo.

Alan no contestó. Le volvió a besar el cuello, se detuvo un momento y le miró, antes de incorporarse y empujarlo boca abajo en la cama. Por alguna razón, observar los ojos de Mike le hizo sentirse incómodo y recordar a su madre. Besó la nuca de Mike en un intento de alejar esas ideas, de distraerse y lo escuchó gemir en respuesta. A diferencia de veces anteriores, el sonido no le halagó, no le produjo la misma sensación de satisfacción, pero incluso así no se detuvo y le acarició la espalda, dejando besos en su cuello.

Mike volvió a gemir. Se sentía vulnerable así, no por la forma en la que estaba, con Alan sobre él,  evitando que se moviera o hiciera nada más que recibir sus caricias. Se sentía vulnerable por el silencio de Alan, la forma mecánica en que sus manos se movían y se sentía vulnerable porque una parte de él quería permitirle seguir, aunque sabía que no era lo correcto. Alan no estaba allí en ese momento y no estaba pensando en él. Si hubiera sido Gabriel, se habría rendido con un par de besos, nunca fue bueno resistiéndolo, siempre creyó que era una especie de milagro estar con él y tal vez ese fue su error. No quería lo mismo con Alan y no quería tenerlo a medias.

-Espera -pidió. Alan se detuvo y Mike respiró hondo, girando la cabeza. Como esperaba, la expresión estaba lejos del deseo.

-No haré nada si no quieres -murmuró Alan. Mike se mordió los labios, negando con la cabeza.

-No es eso -dijo-. No creo que tú quieras.

Mike se giró, Alan estaba sentado a horcajadas sobre sus caderas y su erección era visible, a pesar de su expresión apesadumbrada y Mike fijó la mirada en ella sin querer, sonrojándose. Alan no se dio cuenta y Mike lo notó y cerró los ojos. No quería ser usado como una distracción. Quería apoyarlo y estar ahí para él, pero no así.

Lo siento -murmuró Alan, restregándose los ojos Lo siento -repitió, levantándose de la cama y saliendo del cuarto, antes que Mike pudiera detenerlo.

---

-No deberías estar hablando conmigo, ¿sabes? -dijo Julie, mientras ella y Alan caminaban por el límite del bosque. Ella buscaba un sitio tranquilo en el cuál leer y se lo había encontrado a mitad de camino.

-Hace una hora, querías que hablara -le recordó él. Julie frunció el ceño, cruzando los brazos sobre el pecho. La bolsa que llevaba colgada al hombro se balanceó con el movimiento.

-No si eso significa que dejes tirado a Mike -replicó ella.

-No lo he dejado tirado -Julie le miró, incrédula y Alan suspiró-. Necesito aclarar mi mente antes de hablar con él.

-Lo haces sonar como si fueras a decirle algo grave -Julie se detuvo y examinó el rostro de su amigo, alarmada-. ¿No vas a terminar con él? Alan, en serio, si estás pensando...

-Claro que no -le interrumpió él, sacudiendo la cabeza-. Pero no quiero pelearme con mi madre. No quiero que ella...

Alan maldijo entre dientes y desvió el rostro. Julie posó una mano en su brazo, en un gesto de ánimo.

-Es comprensible. Ella es tu familia, después de todo. Pero, oye, incluso aunque vayas y aceptes lo que ella te dice, incluso si terminas con Mike, sólo estarías mintiendo. Incluso si te casas con una mujer, estarías mintiendo.

-Hablas como si las mujeres no me gustaran.

Julie se volvió a detener, exhaló lentamente, y puso la misma expresión seria que Alan conocía y que sabía que significaba que iba a decir algo poco agradable, pero que creía necesario.

-No creo que te gusten las mujeres -dijo.

-¿Cómo lo sabes? -preguntó él, sin prestarle demasiada atención.

-Sé que odias que te comparen, pero toma esto como un ejemplo. Gabe es bi y siempre está mirando a las chicas. Estaba con Mike y no dejaba de hacerlo. Nunca te he visto mirar siquiera con interés a alguna chica.

-Tú tampoco lo haces con los chicos -espetó Alan-, cada vez que veo a cualquiera de aquí, veo a los idiotas que se burlaron de mí. Es lo mismo para ti, ¿o no?

-No lo sé, no lo creo. Me contaste que te acostaste con un chico, antes de Mike y de besarme. Y sé que nunca has pensado en ti mismo como gay, pero no creo que lo tuyo sea “me gusta Mike, por encima del sexo” -Alan frunció el ceño y Julie se encogió de hombros-. O, no sé, tal vez creas que es mejor no ser del todo gay.

-Estás hablando como si tuviera un problema con los gays -Alan frunció el ceño. No entendía a qué venía esa charla-. Salgo con un chico, Julie.

-Sólo creo que es bueno ser sincero con uno mismo.

-Esto no tiene nada que ver con el tema -murmuró Alan, exasperado-. ¿Cómo me ayuda esto?

-Está bien, lo siento -se disculpó Julie. Su celular sonó, rompiendo la tensión y ella casi lo agradeció mientras lo sacaba de la mochila, impaciente. Leyó el mensaje y suspiró-. Tengo que irme, Katherine quiere ayuda. Y yo que sólo quería leer.

-Sí, gracias por la ayuda -ironizó Alan.

-Lo siento, ¿bien? Y si quieres un consejo, deja pasar un poco el tiempo. Es tu madre, estará enfadada, pero no te rechazaría. Deja que asimile la noticia.

Alan la vio marchar, y cerró los ojos. El problema es que no sólo admitió que andaba con un chico, también le dijo que no tenía pensado seguir sus planes. Se preguntaba cuál de las dos cosas su madre encontraría más difícil de admitir, antes de decidir regresar al cuarto. Se lamentaba no haber comprado algo de alcohol antes de regresar, sentía que lo necesitaba.

Cuando abrió la puerta, Mike no estaba allí y Alan suspiró, sin saber si sentirse aliviado o decepcionado. Cogió un cuaderno, un lápiz y se sentó en el piso, con la espalda apoyada en la puerta del armario, tratando de olvidarse de todo y centrarse en dibujar, sin lograrlo. Para empeorar las cosas, lo que Julie dijo seguía dando vueltas en su cabeza. No había pensado en eso. Mike le gustaba y se tardó en reconocerlo. Nadie más que él le gustaba y nunca se había detenido a mirar a hombres. O mujeres, como Julie bien había dicho.

-Como si fuera a prestarle atención a alguien de aquí -murmuró, presionando el lápiz sobre el papel tan fuerte que rompió la hoja-. Mierda.

-Volviste -Alan alzó la cabeza, observando a Mike de pie en el umbral de la puerta-. ¿Te sientes mejor?

Mike se acercó, miró la hoja rota y se sentó a su lado, con los ojos fijos en sus manos.

-Si quieres estar solo, puedo irme -dijo, después de un rato.

-No -Alan le tomó de la muñeca, alzando el rostro-. No sé qué hacer. No pienso en dejarte, ni eso, pero no quiero perder a mi mamá, tampoco. Y le dije que no me importaban sus planes, como si tuviera algo más en mente a qué dedicarme. No sé cómo voy a solucionar todo esto.

-Trata de hablar con ella otra vez. Apuesto que te enfadaste y no le diste tiempo a asimilar nada -Mike sonrió cuando Alan desvió el rostro, culpable-. Es tu madre, Alan, no te va a dejar, ni te odiaría.

Alan lo miró, sin saber qué decir. Tenía miedo de eso, de perder la única familia que le quedaba, de volver a los tiempos en los que ella no le hablaba. Pero esa misma mujer por la que él había estado dispuesto a seguir con una vida que no le gustaba, calificó sus sentimientos por Mike como una fase, algo efímero y pasajero. Sería más fácil si pudiera enfadarse con ella. Agobiado, apoyó la cabeza en el hombro de Mike.

-Debías haber visto cómo me miró. Fue... cree que lo mío contigo es sólo una fase. Un experimento.

Mike se encogió en el sitio, esbozando una sonrisa triste. Era lo mismo que le escuchó decir a Gabriel, muchos meses atrás. Dejando de lado sus ganas de preguntar qué creía Alan que eran, le acarició la cabeza, rodeándolo con un brazo. No era su inseguridad el problema ahora, era Alan y aunque no podía hacer nada más que estar allí, a su lado, al menos eso haría.

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Melinda observó la foto en el escritorio, esbozando una sonrisa triste. Isabelle estaba allí, sonriente y sosteniendo en brazos a un Gabriel que no debía pasar el año y que dormía sobre el hombro de su madre. A su lado, Liam y Henry sonreían a la cámara. Recordaba a Isabelle, la recordaba siendo paciente, pero ruidosa y sonriente, demasiado optimista y bien intencionada. Algunas veces, al verla, Melinda creía que era demasiado ingenua. Pero dudaba que ella hubiera dejado ir a uno de sus hijos, dudaba que hubiera tenido para ellos más que comprensión. 

-Es extraño que me visites en casa -dijo Henry, entrando al despacho. Melinda se giró, sobresaltada y empezó a disculparse, cuando él la interrumpió-. ¿Quieres tomar algo?

-No, sólo vine a preguntarte una cosa -dijo ella, dejando la foto que había tomado de regreso en el escritorio. Henry le hizo una seña indicando que se sentara en el sofá y él se ubicó en una silla frente a ella, considerando que sería demasiado formal atenderla desde detrás del escritorio. Notaba la tensión en el cuerpo de Melinda y se preguntó qué pasaría ahora. Después de un día completo en la oficina y no siendo tan joven como antes, le era más difícil aguantar esta clase de cosas. Quería, si era posible, tomar unos tragos antes de leer un poco.

-¿Te pasa algo? -preguntó, cuando Melinda no dijo nada-. No luces muy bien.

Melinda sonrió. Gabriel le dijo lo mismo hace unos días, y desde ese momento, había tratado de poner en orden sus pensamientos, de saber qué hacer con Alan. El escenario ideal, para ella, era uno en el que Alan se retractara de sus palabras, pero eso no iba a pasar.

-Sólo quería saber si es cierto que sabes acerca de la condición de Gabriel -susurró-. Que él es... gay.

-Bisexual, para ser claros -contestó Henry, frunciendo el ceño levemente al escucharla usar la palabra “condición”. Hacía que sonara como su hijo estuviera enfermo. Recordó, de repente, ciertos chismes que escuchó de las amigas de Joanna y supuso era por eso que Melinda estaba allí. Alan, al contrario de su hijo, no había sido nada discreto con su sexualidad-. ¿Cómo te enteraste? A Gabriel no le gusta divulgarlo. Incluso yo me enteré después de mucho y de casi forzarlo a contármelo.

Melinda parpadeó. Tal y como Gabriel había dijo, Henry no lucía conmocionado o preocupado, estaba allí, como si nada. Ella no podía hacerlo, había tratado, pero sólo pensaba en su hijo estando con otro hombre y quería llorar. Quería que tuviera una vida normal.

-Él me lo dijo, lo encontré en el parque, llevaba a su mascota -contestó, tratando que sus pensamientos no se reflejen en su voz. Henry asintió.

-¿Es por tu hijo? -preguntó. A Melinda no le extrañó. Ya todos sus conocidos parecían saber sobre Alan.

-Todo el mundo lo sabe, ¿no es así? -preguntó ella, bajando la mirada.

-Y no estás feliz -Henry la observó, esbozando una sonrisa. Melinda era fácil de leer y su reacción era la esperada. Él, por otro lado, había tenido años para asimilar la sexualidad de Gabe, incluso aunque su propio hijo no lo notara y siempre había sido un poco liberal en lo que respectaba a las personas.

-No es lo que esperaba, no creo que nadie espere eso de sus hijos. Y aunque trato de aceptarlo, no de dejo de preguntarme qué será de él. Quería verlo crecer y formar una familia y no...

-No podemos hacer nada -le interrumpió Henry, levantándose y poniendo una mano en sus hombros-. Es duro, lo sé, y es difícil de aceptar, pero no son nuestros, por mucho que queramos creer que es así. Harán lo que deseen, estemos de acuerdo o no.

-Lo he notado. ¿Qué harías si Gabriel te dice que ya no quiere nada de esto? -Melinda hizo un gesto con la mano, señalando todo alrededor-. Si quisiera alejarse de todo. Sé que tu sueño siempre ha sido dejarle el fruto de tu trabajo a tus hijos. Es algo que compartimos.

Henry parpadeó. No hace mucho, Gabriel le pidió que sacara a Alan del camino, aduciendo que no era inteligente tener a una persona que los odiaba cerca. Si, de alguna manera, sabía que Alan no quería seguir los planes de su madre, se preguntó que le llevaría a intervenir y ayudarlo, porque dudaba que sólo le hubiera comentado sus problemas a Melinda sin ninguna otra razón que el altruismo. No tenía pensado hacer nada al respecto, pero ahora podría tener una oportunidad y no veía el problema. Los Garton, en general, no le importaban y si ayudaba a Melinda era porque debía mantener una imagen.

-Es mi sueño, pero ya lo dije. No nos pertenecen. Quiero que mis hijos sean felices, Melinda. Si Gabriel quiere irse, lo dejaría. No puedo forzar mis sueños en él. No ves a Liam aquí, ¿verdad?

Melinda asintió. Entre sus amigas, corría el rumor que escapó de casa, pero por la forma en que Henry lo mencionó no parecía así. Él pareció notar su escepticismo porque contestó antes que ella pudiera hacer un comentario.

-Después de lo que pasó con su madre, después de escuchar rumores y chismes, Liam decidió que no soportaba esta forma de vida. Él está bien y sé dónde está. ¿Crees que podría dejar a mi hijo solo?

-Lo siento si alguna vez asumí lo contrario -respondió ella, volviendo a bajar la mirada.

-No importa, estoy acostumbrado.

-Me gustaría poder tomarlo de la forma en que lo haces. He intentado asumirlo, pero no logro hacerlo, no logro dejar de pensar que es una mala idea, que debe ser un error -suspiró, pasando una mano por su rostro-. Y no me ayuda el saber que todo el mundo se está riendo a mis espaldas.

-Sólo ignóralos -le contestó Henry, apretando el agarre sobre su hombro. Melinda lo miró, llorosa-. Escúchame, lo único que debes hacer es escucharlo y tratar de aceptar, si no puedes entender. Si no lo haces, lo perderás.

Melinda volvió a sonreír, también Gabriel dijo eso y tal vez era eso lo que debía hacer, hacer un esfuerzo, hablar con Alan y apoyarlo, por mucho que le doliera.

-Gracias por escucharme -murmuró, apartando la mano que Henry mantenía en su hombro para poder levantarse-. Supongo que trataré de ser una madre comprensiva y no destrozar más a mi familia. 

-Es un placer. Puedes hablar conmigo cuando lo necesites.

Ella asintió, arreglando un mechón que había escapado de su peinado cabello y asintió. Sus ojos se encontraron con los de Henry mientras él se inclinaba para darle un beso en la mejilla y ella no se extrañó cuando sintió algo más profundo ante el roce de sus labios. Ella sabía que Henry aún amaba a Isabelle, el anillo que aún llevaba en el dedo lo probaba y no tenía intenciones de empezar nada con él. Suponía que mucho de lo que sentía era provocado por la gratitud, más que por atracción real.

-Te lo agradezco -dijo, caminando hacia la puerta-. Por cierto, tienes un hijo muy maduro para su edad.

Henry sonrió. Gabriel le sorprendía a él también, en ocasiones.

-Lo he notado -sonrió. Melinda asintió, y salió del despacho.

La última sonrisa de Henry era una mezcla de orgullo y ternura que era difícil ver en él y que ella no recordaba haber sentido hacia su hijo en años. Y se ocupó tanto en recuperar su estatus que no pensó en ningún momento en tratar de conocer a su hijo, en tratar de saber qué quería o qué le gustaba. No quería cometer más errores y aunque la idea de ver a su hijo con otro hombre le hacía sentir escalofríos, debía darle una oportunidad. Henry tenía razón, Alan no le pertenecía y haría lo que deseara con ella a su lado o no. 


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