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Guerra por Leia-chan

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Notas del fanfic:

Esto esta hecho con todo el cariño y la devoción que una persona no muy cariñosa ni devota puede prodigar...

Para Hiroki, mi tía predilecta... Quería tenerlo completo, pero el ministerio de inspiración esta hecho un caos... Necesita que lo tiranicen un poco...

Felicidades, K!!!

Notas del capitulo:

Aún esta en duda el lemon...

La guerra es hermosa, cruelmente hermosa. La prueba máxima del potencial humano, donde cada característica humana brilla con fulgor propio entre el fango de la masacre y la muerte. De cuánto es capaz el ser humano, me he preguntado alguna vez y con sólo ver un campo de guerra en toda su gloria lo puedo entender... La guerra es hermosa. El sacrificio máximo de la vida de los soldados y la cordura de los altos rangos. Todo por el orgullo, por un nombre o una nación, todo por un ideal que no se puede tocar ni ver, sólo imaginar... La tierra esta manchada con sangre, sangre de guerra, de héroes o idiotas dependiendo de cómo se mire... Pero, por siempre, la guerra es hermosa...

Mi familia ha pertenecido a la milicia por generaciones. Es un honor para nuestro apellido pertenecer a un ejército y ser parte en una guerra, la obra maestra de la humanidad, según nuestra filosofía. Pero nuestro país ha hecho pactos de paz con todo el mundo y ha preferido mantenerse ajeno al caos bélico que acaricia nuestras fronteras. Eso, para mi enorme pesar, me mantiene también al margen de la guerra, me aleja de mi sueño de glorificar el apellido de mi familia en batalla, como lo hicieron en su tiempo mis antepasados.

Por suerte, el país vecino ha pedido nuestra ayuda y,  más por cuestiones políticas que por verdadera empatía a los problemas de otros, nuestro gobierno ha permitido que soldados voluntarios se pasen al ejército aliado, siempre proclamando su nula participación en los conflictos bélicos. Pero eso ya no me interesa. No es luchar por mi país lo que quiero. Lo único que deseo es experimentar la emoción de la guerra, así que sin pensarlo y sin preguntas de mi familia, me ofrezco de voluntario y, con un grupo de otros ocho soldados, cruzamos la frontera en un precario camión militar.

El paisaje que nos acompaña es desolador. La muerte y la miseria han arrasado con todo. Unos pocos compañeros de viaje habían visitado el país antes de la guerra y comparaban la gloria pasada con el funesto escenario que se presenta ante nosotros. Pueblos destruidos, cuerpos siendo despedazados por animales salvajes, la tierra ennegrecida, muerta... Nada nacerá allí en mucho tiempo. Para muchos, esta es una sobrecogedora imagen del infierno. Les causa tristeza y repudio, asco, miedo... Sus cuerpos tiemblan de temor... Pero el mío lo hace de emoción. Aquí estoy, al fin. Un campo de guerra, o lo que queda de él. Aquí estoy y me palpita el corazón al saber que aquí han muerto tantos tipos de hombres. Cobardes y traicioneros. Bravos y leales. Todos aquí, juntos, bañando de sangre la tierra que los acogió... Aquí estoy y la Muerte me saluda a lo lejos, sintiendo en mi sangre la pasión de un guerrero.

...

En el campamento nos encontramos con otros cuatro hombres de distintos países que también se han ofrecido a luchar por este. Personas valientes, de cuyas fuerzas y determinación no dudo... Excepto de uno...

-       ¡Suelta eso! - exclama el chico, arrancando de las manos de un gran hombre negro una pequeña maleta - Lo que lleva dentro vale más que tu propia vida y con esas manazas torpes no creo que lo sepas cuidar con la delicadeza que requiere...

Entonces, toma sus cosas, que son pocas, y se marcha a buscar la habitación en la casona que nos asignaron. Sus pasos, su mirada, su voz... Todo en él exuda una arrogancia pestilente, propia de los hijos ricos, de aquellos que jamás tuvieron que luchar por vivir. Me pregunto que hace aquí, y encima como voluntario. Ni siquiera creo que haya pasado por el entrenamiento militar con ese cuerpo menudo y su piel nívea... Debieron masacrarlo a golpes en la academia con una actitud como esa, reducirlo y humillarlo hasta convertirlo en un fuerte perro obediente... Pero ese chico...

La irrupción de nuestro comandante en el salón me saca de mis cavilaciones. Nos da la bienvenida y nos asigna nuestras habitaciones. Una para cada dos... Y el nombre de mi compañero de cuarto es Roderick Von Knobich, el chico de la caja... Las noches serán muy interesantes...

...

Roderick había encontrado la habitación por cuenta propia y cuando entré a acomodarme, lo encontré sentado en la cama, con unos anteojos sobre sus oscuros ojos azules, leyendo un antiguo libro. Mechones de brillante cabello negro caían sobre su rostro, y me fije que lo había hecho adrede. El chico estaba llorando y trataba de ocultarlo. Sus mejillas aún estaban rojas y sus ojos comenzaban a hincharse. Su mejor jugada para esconderse fue hacerse el rudo. No me saludó cuando entré, no me dijo nada mientras desempacaba y acomodaba mis cosas. Tampoco me digné a dirigirle la palabra a ese débil cachorrito llorón. ¿Cómo se llaman esos perros chillones de la gente rica que no sirven más que para adornar, y que se las pasan ladrando? ¿Shit-zu? ¿Min-sun? Qué importa... Hasta esos perros merecen más respeto.

Cuando terminé, decidí acostarme, ya que habíamos llegado de noche y con la bienvenida y los preparativos, ya se había hecho muy tarde. Me acosté e ignorando la supuesta lectura de Roderick, apagué la luz, dejando la habitación a oscuras. Roderick siguió sin decir nada, sólo lanzó un bufido enfadado y sentí que se movió un poco y escuché un "click". Abrí los ojos y vi que seguía leyendo, ayudado con una pequeña linterna de mano. Vaya, el chihuahua tiene sus trucos y su temperamento. Tal vez, no me desagrade del todo. Pero decidí seguir molestándolo.

-       Apaga esa luz... Que quiero dormir...

-       Vete a llorarle a tu madre... - me espetó él, sin quitar la vista del libro. Al parecer no pretendía que lo leía, sino que lo leía en serio.

-       El niño llorón eres tú... - rebatí, lanzando una sonrisita. Él se mordió el labio e hizo una mueca de disgusto, pero por lo demás, simplemente me ignoró - ¡Hey, tú! Apaga la luz...

Roderick gruñó y yo sabía que obedecería. Era inteligente, lo suficiente para entender que podría doblegarlo fácilmente utilizando la fuerza física. Pero en realidad me sorprendió la forma en que obedeció. No apagó la linterna, sino que la lanzó contra mí, en un increíble arrebato de furia. La esquivé por poco, porque en verdad era yo su blanco, y el aparato se estrechó contra la pared y lo pedazos cayeron sobre mi cama. La habitación quedó a oscuras, pero yo me moví rápidamente, encendí la lámpara que estaba sobre la pequeña mesa que dividía nuestras camas y me lancé a por él, estampándolo contra el colchón, con mi mano apretando su fina garganta. Pensé que vería asombro y miedo en su cara. El miedo estaba allí, es cierto, pero no el asombre. Roderick simplemente había predicho mis acciones y había actuado de todas formas.

Por un momento, temí que el chico fuera más fuerte de lo que parecía o que tuviera un arma escondida con la que pudiera apuñalarme. Pero los segundos pasaban y Roderick seguía quieto como una estatua, mirándome con una extraña mezcla de enfado y miedo que me desconcertaba. Una resignación inteligente, tal vez. Quién sabe. No lo entendía. No sabía si me gustaba o disgustaba, pero sí me interesaba. ¿Quién era Roderick? ¿Acaso aceptaría todo lo que le hiciera, así sin más, conciente de su debilidad? Apreté con más fuerzas su cuello, poniéndole seriedad a mi amenaza y entonces, Roderick actuó. Con velocidad y sutileza, alargó su mano y clavó sus uñas en mi cuello, apretando a la vez. Rápido y contundente, sin llegar a ser mortal, pero lo suficiente para hacerme retroceder del dolor. La sangre caía de las heridas en forma de medialuna y yo lo miré extrañado.

-       Demonios, usar las uñas es de niñas... - me quejé.

-       Y de niños llorones - agregó él - Lo que importa es que funciona... Ahora, apaga la luz y vete a dormir... - me ordenó, mirándome con desdén.

Siempre me había considerado diferente. No por qué fuera más fuerte o inteligente, sino por mi crianza y mis creencias. Mi amor insano por la guerra... Siempre creí que era yo él único raro. Pero acababa de encontrar a alguien tan extraño como yo... Y, mientras Roderick me lanzaba miradas de odio, yo sonreía extasiado ante la idea de doblegar a ese chiquillo arrogante que parecía odiar con todas sus fuerzas encontrarse metido en esto...

Si la academia no pudo disciplinarlo, entonces, lo haría yo...

...

No nos pusieron en la línea de fuego de buenas a primeras. Supongo que eso no sería buena propaganda internacional. Estuvimos en la reserva al principio, viendo el ir y venir de los soldados. Un grupo nos alistamos para aprender a volar aviones y así no perder el tiempo. Roderick y su apatía estaba en nuestro grupo. Nos enseñaron a disparar en aviones en movimiento, a enfrentar los mareos y las nauseas de estar en el aire. Hicimos algunas maniobras y otros entrenamientos básicos. Generalmente, terminábamos exhaustos y nos metíamos a un bar a beber hasta que ya no nos quedarán fuerzas...

Roderick nunca nos acompañaba. Cuando los entrenamientos terminaban, él se alejaba del grupo sin decir ni una palabra. Siempre altanero, siempre soberbio, mirándonos como si estuviéramos en un nivel inferior a él. Ya cansado de su comportamiento, y temiendo no poder confiar en él en el campo de batalla, decidí confrontarlo. Ese día, en vez de ir al bar con los demás, seguí a Roderick hasta la habitación, donde lo encontré despojándose de las ropas de aviador. Tomándolo del brazo, lo obligué a encararme. Su mirada como siempre, tenía esa mezcla de temor y furia que me intrigaba. Parecía ofendido por haber sido tocado por alguien como yo... Que risa...

-       Hey, tú... Por si no te has dado cuenta, estás en el ejército, a unos días de entrar al campo de batalla... - comencé, y luego callé para ver como reaccionaba.

-       Lo sé. ¿Acaso me crees idiota? - respondió, librándose de mi agarre con un movimiento brusco. Volvió a darme la espalda para quitarse la camisa y tal vez ponerse su ropa de cama.

-       Sí, creo que eres idiota... No entiendes la guerra, ¿verdad? El compañerismo es esencial para mantenerse con vida. Si no tienes a tus compañeros de tu lado...

-       Moriré, lo sé... ¿Y qué? ¿Te importa acaso lo que me suceda? - me miró con desdén por sobre el hombro antes de ponerse la prenda blanca con la que solía sentarse a leer - A mi no me importa lo que te suceda a ti o a ese grupo... Iré y cumpliré con las órdenes que se me den, nada más... Si muero o no, es cuestión de suerte...

El menosprecio que sentía por su vida y por el sacrificio de los demás, su entrega desganada a una causa como esta... Todo él era una ofensa a mis creencias. Ambos estábamos allí, para luchar y morir en el peor de los casos. Pero la mía era una entrega noble y la suya... La suya era un desperdicio. Había terminado de arreglarse y tomaba su libro de la mesa de noche para leer como siempre, antes de dormir, cuando volví a tomarlo bruscamente y cuando lo tuve en frente estampé mi puño contra su pálida mejilla. Roderick cayó a la cama, llevándose de inmediato la mano a la mejilla adolorida, pero no se quedó sin retribuirme lanzándome el libro que me dio de lleno en la cabeza. Y era un libro de tapa dura, de grosor considerable. Había cruzado los límites de mi paciencia y me lancé sobre él, dispuesto a sacarle su apatía a golpes, pero él no sólo se defendía, sino que contraatacaba. Con una mano se protegía el rostro, mientras que con la otra o con la rodilla trataba de darme. Su entrega a la lucha era innegable, pero en sus ojos aún seguía esa desidia.

-       Si no te importa lo que te suceda... Entonces por qué te defiendes - bramé, inmovilizándolo por fin, sujetando ambas de sus muñecas con mis manos. No me contestó y no debí esperar que lo hiciera. Se me quedó viendo con ferocidad, sabiendo que estaba bajo mi poder. Pero no era sumisión, ni siquiera resignación - ¿Qué buscas aquí? - nuevamente, nada - ¿Acaso quieres estar aquí?

-       ¿Quién querría estar en este infierno? - siseó una respuesta, al fin, y vi que en su mirada flotaba una lágrima.

-       ¡Muchos! - replique - Una guerra es una ocasión única donde la voluntad, la lealtad...

-       ¡Demonios! ¡Hablas como mi padre! - me interrumpió y volvió a removerse, tratando de liberarse. Yo apreté con más fuerzas sus muñecas y dejé caer mi peso sobre él, arrancándole un gemido que yo interpreté de dolor - La guerra no es más que la prueba máxima del salvajismo brutal de la humanidad. ¿Una matanza calculada por un pedazo de tierra? ¡Siempre hay mejores formas de resolver conflictos!

-       Si tanto lo odias, ¿por qué estás aquí? - pregunté, con verdadero interés.

-       Eso no te incumbe... - escupió él - Ahora, déjame en paz... Me temo que mañana entraremos en combate y más vale estar descansados para entonces...

Y yo no estaba de acuerdo con él. Tenía mis dudas, tenía mi ira. Pero en ese momento estaba cansado y lo que más deseaba era tomarme unas copas en el bar... Ya la experiencia de la guerra le enseñaría lo equivocado de su actuar...

 

Notas finales:

Muy bien, ese el primer cap de lo que debió ser un one-shot y terminó siendo una historia corta... Tendrá por lo menos tres capitulos... Hiro-chan, espero que te haya gustado... si no, que debo hacer para que te guste? Como puedo complacerte?

Emmm... Eso sí que sonó extraño...


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