Antonia descansaba apacible sobre su simple cama, sumida absolutamente en sus sueños; sin embargo, pronto todo acabo. El sonido de una gran explosión envolvió cada parte de la habitación. La casa completa se estremeció de manera peligrosa. La chica salió del sueño y se levantó alarmada, se sentía confusa y mareada. Quieta, intentó ubicarse en el mundo. Los temblores continuaban y poco a poco, el caos comenzó a reinar. Se oía gritos por todas partes, los pasos de las personas que corrían asustadas, el llanto de niños pequeños...
- ¡Antonia! ¿Dónde estas? ¡Antonia! -la voz de su madre resonó asustada.
La muchacha recobró la movilidad y apresuradamente salió de su habitación para entrar al humilde comedor de su hogar.
La oscuridad era total, ni siquiera se podían divisar las sombras difusas en la penumbra. Con dificultad intentó caminar, pero al no poder ver nada prefirió quedarse quieta nuevamente.
- ¿Q-que esta pasando? -balbució asustada pero no recibió respuesta. En ese instante una nueva explosión retumbó más potente que la anterior haciendo que nuevamente las paredes se tambalearan.
- ¡Todos al piso! -ordenó de algún sitio la voz de su padre; pero Antonia no fue capaz de mover ni un músculo.
El pánico se estaba apoderando de ella, cuando algo la tomó fuertemente del antebrazo y la obligó a caer. Unos fuertes brazos la rodearon.
- ¿Acaso no escuchaste? -dijo la voz varonil de un muchacho al oído de la chica.
- ¡Kairo! ¿Qué es lo que ocurre? -la voz de Antonia era tambaleante.
Nuevamente no obtuvo respuesta a su pregunta ya que en ese instante la puerta principal se abrió dejando entrar una tenue luz rojiza.
Fue menos de un minuto; pero suficiente para observar lo que ocurría tanto en el exterior como dentro de su casa.
Dentro, todo estaba desordenado, varias sillas en el piso y objetos frágiles regados por todas partes, mucho de ellos rotos.
Debajo de una mesa se hallaban sus dos hermanos menores: Sasha, la mas pequeña de once años, cabello largo y ondulado color negro, facciones redondeadas y ojos oscuros, tenia una asombroso parecido a su madre; y el otro, Icaro de catorce años, cabello corto, negro, tez morena, algo flacucho y ojos grandes también de color negro. En sus rostros se podía percibir el miedo, ambos se abrazaban para protegerse el uno al otro.
- ¡Kairo, cuida a tus hermanos! -ordenó otra vez su padre que no era más que una silueta frente a la puerta abierta. Este portaba en sus manos un amplio escudo y una larga espada.
- ¡Sí, padre! -respondió el chico al lado de Antonia, este era alto; al igual que sus hermanos de tez morena, ojos grandes color negro y cabello largo también oscuro, su torso, recostado en el piso, era amplio y musculoso, sus facciones fuertes y muy masculinas.
Antonia volvió a mirar y a través vio la escena: hombres que, al igual que su padre, corrían junto a sus armas; mujeres que huían en dirección contraria abrazando a sus pequeños hijos, desesperadas por protegerlos y estos, por su parte, lloraban asustados por lo que ocurría; muchas casas hechas escombros y el bosque en llamas.
La chica al ver tanta destrucción y caos en todo lo que ella conocía quedó en una especie de trance. Su corazón se llenó de angustia y pavor.
Una tercera explosión estremeció con furia, se oyó el estruendo de los objetos al caer y romperse en el piso; hasta que, algo que no pudo identificarse, golpeó la cabeza de Antonia y cayó inconciente.