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Una vez al año por YoitenoOu

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Notas del fanfic:

Sigo sin saber colocar todas las advertencias, aparte de Shota, tiene incesto, mencion de violacion, tortura, muerte de un personaje... Aunque nada extremo.

Notas del capitulo:

Es un one shot, que escribir para un pequeño concurso de halloween y ahora despues de mucho tiempo decidi publicarlo aca.

 

 

     Amarrado firmemente, el cuerpo sudoroso, la respiración jadeante junto a la vista perdida en algún lugar de la pared. Únicamente sombras rodeaban su mente, el tiempo, el lugar, le eran completamente desconocidos, la única sensación presente la pesadez. Viajaba lejos y volvía tratando de recuperar el recuerdo de lo acontecido antes de llegar allí.

 

     Se encontraba corriendo desesperado por el abandonado cementerio, avanzaba a toda prisa sin dejar de mirar atrás. Con el corazón desbocado y la respiración agitada. Maldito el día que había aceptado, él un cobarde por naturaleza, que le temía hasta su sombra, en un ataque de orgullo se había unido a los muchachos que planeaban visitar la casa abandonada detrás del cementerio la noche de Halloween. Tantas historias giraban en torno a ella, apariciones, asesinatos, violaciones, eran tantos los relatos que nadie sabia si alguno era verdad. La curiosidad se sumo en un principio alejando el temor al estar rodeado de todos los chicos, deseaba ver el interior de tan aterrador lugar, derruido por el tiempo, con las paredes desconchadas, y los tablones del piso chirriante. Al subir una de los escalones su piel se erizo, el miedo volvió y decidió no avanzar. Esperaría fuera aunque eso diera mal aspecto ante sus compañeros, después de todo nunca debió haber ido, aguardaría con su intento de disfraz, la noche estaba horrible y hacía juego con la espantosa casa y el abandonado cementerio.

 

     El tiempo transcurría y ningún compañero daba señales de salir de la casa, su impaciencia crecía y el miedo comenzaba a inundarle, los ruidos de los animales, de los árboles, sentía que  se hacían mas agudos. Su miedo lo rebasaba y la paranoia comenzaba a mostrarse, su cerebro maquinaba mientras oía los aullidos de los lobos, totalmente imposible tomando en cuenta su ubicación, pero en su mente ya estaban presentes. Dispuesto a no esperar mas salio corriendo a toda prisa, deseaba abandonar lo más pronto posible el cementerio, el camino de tierra lo llevaría  a la salida, ese camino recto que habían recorrido al momento de llegar. Corría con todas sus fuerzas, sin embargo el portón no estaba mas cerca, la distancia no disminuía. Aterrado detuvo su cuerpo en el acto, no podía estar pasando, era su imaginación, su frágil y fatigada mente ya estaba envuelta en la situación.

 

     El crujir de las hojas erizo los vellos de su nuca, el escalofrío fue alucinante sin embargo no volteo. La razón había desaparecido hace tiempo, existían tantas opciones de lo que pudiera sucederle, si no giraba podría ser asesinado por la espalda y si lo hacía, el susto podría ser tal que muriera allí mismo o en el caso contrario ser asesinado de frente. La mano en su hombro le hizo soltar un grito al tiempo que comenzaba a arrastrarse por el suelo. No voltearía, no lo haría, su vida dependía de ello y si miraba moriría, todo pensamiento catastrófico fue interrumpido.

 

-Disculpa que haces en medio de la entrada a mi casa-

 

La suave vos al fin le hizo girar y en completa confusión pudo darse cuenta que no estaba en el cementerio abandonado, no era de noche y la casa frente a él era muy bonita. Estaba completamente convencido su mente era un completo caos. Aún desconcertado contesto al menudo joven que se hallaba frente a él.

 

-Siento mucho esto, solo que ando un poco perdido y no entiendo muy bien lo que pasa, es raro, no se si podría explicártelo, creo que si lo hago creerás que estoy loco- Río quedamente llevando sus manos a la cara.

     El chico que le observaba era lindo, de cuerpo menudo junto a una piel canela, su cabello castaño largo en un cola baja y ojitos verdes centelleantes, demasiado lindo a su parecer. El niño no dejaba de mirarle, al poco tiempo le tendió una mano acompañada de una linda sonrisa, aunque los dientes eran un poco grandes para la pequeña boca morena. Le tendió la mano  para ayudarle a levantar.

 

-No te quedes allí, vamos a entrar a la casa, será  más cómodo allí dentro, puedes contarme el porque estas acá.-

 

     Entraron en la casa, bastante amplia, las paredes tapizadas con blanco inmaculado, la madera brillante, caminaron en silencio hasta el salón, allí tomaron asiento próximos a la chimenea. Seguía perdido en sus pensamientos nada tenía sentido, cuando amaneció, en que momento abandono el cementerio. Nada cuadraba cada cosa se distanciaba de lo que consideraba la realidad, nunca vio esa casa, ni al muchacho, le eran completamente desconocidos. Hablaría, hablaría hasta que terminara mas loco o sus dudas se resolvieran poco a poco. Las risas del joven hicieron que lo mirase, estaba completamente divertido en el sillón, volvió a enfocarle quedando nuevamente desconcertado, el muchacho lleva pantalones a media pierna de color caqui con tirantes, medias blancas y extraños zapatos negros, junto a una camisa blanca. En conjunto parecía sacado de un libro de historia. No era posible seguir así, hablaría con el niño delante de él.

 

- Has sido muy amable al dejarme pasar, sin embargo no me has dicho tu nombre, aunque viendo la situación debería ser yo el que me presente. Mucho gusto soy Manuel, Manuel León.- Le tendió la mano mas aun el chico no la tomo, solo se levanto del asiento para comenzar a dar vueltas en el salón.

 

- Soy Jeremías solo Jeremías.- Contesto sin dejar de dar vueltas, como si estuviera bailando, el niño era un espectáculo, tan bonito, tan espontáneo, deseaba preguntar tantas cosas pero no podía, la presencia de ese niño le relajaba y sus dudas se iban.

 

     Relajado, demasiado tranquilo tomando en cuenta la situación, la taza con té que descansaba en la mesita era lo único que estaba en su estomago, Jeremías muy amablemente había preparado el té, el niño con una sonrisita corrió a toda prisa a la cocina a hacerlo, se mostraba muy entretenido atendiéndole y él ya disfrutaba de las atenciones. Cada momento que transcurría lo hacia mas calmado y se llenaba de confianza. Nada le extrañaba, era como estar en su casa. Cansado de estar en el sillón camino a paso lento fuera del salón, avanzo miro la cocina, deleitándose con el pequeño castaño cocinando. Siguió avanzando deteniéndose al pie de las escaleras, su cabeza daba vueltas, su cuerpo temblaba y la ira, eso era ira, lo inundaba. Corrió a toda prisa a la cocina, entro dando pasos firmes y sonantes contra la dura madera. Sus manos se agitaron tomando al pequeño cuerpo bruscamente, los dedos se clavaron el los hombros al tiempo que la carita se deformaba por el dolor. El cuerpecito cayo al suelo al momento de soltarlo de sus ojos brotaron las lágrimas. Lloraba, sin entender nada, sin saber el porque de la rabia, sin poderse explicar el sentimiento de odio hacia el muchacho delante de él, lloraba al sentirse perdido.

 

     Las manos en su rostro que apartaban sus negros cabellos, los deditos recorriendo sus mejillas y la sonrisa amplia en la cara de Jeremías, borraban todo, como si le sanaran, era mágico su toque. Se aferro a ellas fieramente uniéndolas con las suyas entrelazando sus dedos, sus blancas manos con las canelas. Estaba poseído, anhelaba tocarle, ardía por dentro. Beso las manos, recorrió uno a uno los dedos, era un devoto del cuerpo frente a él. Tomo nuevamente las manos con delicadeza, llevándolo a las escaleras, las pinturas que adornaban las paredes le asustaban, le hacían dudar, sin embargo la sonrisa tranquila en el rostro del pequeño borraban todo. Una, dos, tres puertas, ninguna era, no estaba seguro del porque, solo sabia que la cuarta puerta era la que buscaba, una habitación de tamaño medio, con una cama matrimonial arreglada con blancas sabanas. Halo al castaño dentro de la habitación y cerro la puerta. Lo deseaba, todo de el deseaba a Jeremías. Repaso con sus dedos el rostro moreno, la frente, la nariz, los labios delineo los bordes y llevo sus dedos a los ojos, los bonitos ojos verdes, que le hablaban. Un ritual, cada toque, pertenecía a un ritual cuyo único propósito era hacer sentir bien al pequeño frente a el.

 

     Ya no solo tocaba, sus labios se apoderaban de la piel que estaba a su alcance, devoraba todo a su paso. Lamía, mordía, estaba hambriento de ese cuerpo, la camisa blanca hace rato no se encontraba en su lugar y sus palmas masajeaban el pecho lampiño, restregándose contra los pezoncitos café. Suspiros salían de la boca del pequeño, quien respiraba agitado dejándose hacer. Estaba en un sueño un magnifico sueño, donde el placer que sentía era incomparable. Besaba, mordía los pequeños pezones, deleitándose con los gemiditos de Jeremías que tenía sus manitas a los lados. Lo halo nuevamente sentándolo en la cama, observándolo ese niño era una belleza. Se inclino para poder besar los labios morenos, esos labios bonitos, aunque un poco resecos, pero no importaba el los suavizaría, los dejaría tersos. Un momento de lucidez, hizo que se diera cuenta de su crimen, estaba a punto de corromper a un pequeño niño, porque eso era, no un joven sino un niño un pequeño niño. Se alejo furioso de la cama, manoteando el aire, la ira, otra vez la ira le invadía, era un mounstro, tomar el cuerpo de un pequeño indefenso. Golpeaba el piso con sus manos y gritaba, gritaba a todo pulmón, respiraba agitado después de cada grito, pero era la única forma de expresar su rabia consigo mismo. No podía reconocerse, el era Manuel León, tenía dieciséis años, asistía al Instituto Latino y nunca se enojaba, era un cobarde, que aguantaba que lo molestaran, siempre paciente, aguardando sin responder, no conocía a Jeremías, no entendía el porque quiso hacer eso con el pequeño. Caos, todo era un total caos, la situación se salio de control, solo quería hablar, entender y termino peor, estaba frenético. Debía irse, eso haría, volvería  a casa con sus padres, no buscaría a sus compañeros, después de todo estos ya deberían estar en sus hogares.

 

     Salio a toda prisa de la habitación, bajo las escaleras e intento abrir la puerta, jalaba, jalaba fuertemente sin embargo esta no cedía. Molesto comenzó a patearla. Como demonios ocurrían esas cosas. La voz de Jeremías le hizo voltear.

 

- Tranquilízate Abrahán, sabes que nunca puedes escapar, cada año la noche del 31 de octubre todo vuelve a repetirse, debes afrontar lo que hiciste mientras yo siempre vengo a acompañarte. Falta poco ya has gritado, todos han podido escucharte, padre llegara y vera lo que has hecho, yo te perdono cada año, pero tu sigues volviendo atormentándonos a ambos, haciéndonos revivir lo que deseo borrar. No importa la forma, siempre llegas acá, nunca te alejas y hasta el día que te perdones seguirá siendo nuestra cita para la hoy llamada noche de brujas.-

 

     La puerta se abrió de golpe ante el un hombre robusto vestido de forma colonial, le miraba, sus ojos expresaban desconcierto, no pudiendo entender nada, le observaba expectante, esperando a que hablara, pero no podía. El hombre le zarandeaba, le exigía una respuesta, que el no podía dar, las palabras de Jeremías seguían en su cabeza, confundiéndole, todo le confundía. Fue dejado de lado, mientras el hombre subía las escaleras. Gritos, gritos furibundos desde el primer piso era lo que se escuchaba. El hombre regreso a su lado llorando, completamente ensangrentado.

 

- ¿Por qué? ¿Por qué? Lo hiciste dime Abrahán porque le hiciste eso a tu hermano pequeño, porque mataste al pequeño Jeremías, debías cuidarlo, protegerlo, pero no, haz hecho lo peor, eres mi hijo, te amo, el primero que sostuve en mis brazos sin embargo no puedo perdonar esto, debes ser castigado Abrahán.- Levanto al muchacho firmemente, llamando a los trabajadores, que lo apresaron por los brazos, salieron de la casa, hacia una pequeña choza. La reja fue abierta y quedo horrorizado, en ella había palos para castigos, acompañados de cadenas. Los dos esclavos lo llevaron al primero donde lo ataron, quedo mirando la pared, la voz del hombre volvió a resonar.

 

- Hijo mío observa por última vez el cuerpo de tu hermano, ese que se desvivía por atenderte, que anhelaba estar a tu lado. Mira como yace en mis brazos, sin vida, frío y ensangrentado, despídete en estos momentos de él, porque nunca mas veras su cuerpo, ni una vez visitaras su tumba. Toca por última vez su cuerpo, ese que ensuciaste, porque he visto todo, ni su inocencia guardaste. Espera mi regreso, lo despediré para venir a despedirme de ti.- Salio a paso lento del lugar, dejándolo solo por tanto tiempo que no sabría decir.

 

     Despertó amarrado firmemente, el cuerpo sudoroso, la respiración jadeante junto a la vista perdida en algún lugar de la pared. Únicamente sombras rodeaban su mente, el tiempo, el lugar, le eran completamente desconocidos, la única sensación presente la pesadez. Viajaba lejos y volvía tratando de recuperar el recuerdo de lo acontecido antes de llegar allí. Le era difícil pensar con los miembros entumecidos y el calor abrasador que le hacia difícil el respirar. Por la puerta ingreso el hombre de cabellos grisáceos con látigo en mano. Llevo un cuenco a los labios del cautivo, dejando que se llenaran con el agua, cuando lo considero suficiente aparto el cuenco. El sonido del látigo azotando sobre su piel llenaba el lugar, mezclado con el ruido que hacia el hombre al respirar y los gritos junto a sus sollozos. Lloraba, porque dolía no solo los golpes, le dolía al fin ver lo que sucedió con su hermano.

 

     Una bestia, era su verdadero ser, amaba al pequeño Jeremías, las sonrisitas que le daba, el cuerpo menudo, junto a lo servicial que era con él. Se sentaba en la silla de su padre como si fuera él, y el pequeño le servía, se sentaba en sus piernas mientras el le tocaba, le besaba, le poseía, era adicto a ello, en cada ocasión lo hacía complaciéndose con los grititos de placer del menor. Esa mañana fue al pueblo, asistió a la misa obligado por su padre, quien le reclamaba no haber ido en un buen tiempo, escucho cansado al sacerdote, creía que se escapaba cuando este le vio, pidiéndole con la mirada que esperara. No deseaba hablarle, se sentía incomodo pero aun así espero. Beso las manos del párroco cuando este se paro a su lado, conduciéndole a su despacho. El hombre mayor canoso y gordo cerró la puerta a sus espaldas. La conversación termino mal, el hombre le acusaba, le tachaba de inmoral de pecador, le amenazaba, ese hombre le obligaba a terminar con su hermano a dejarle de lado, porque según el era una aberración. Le había abordado suavemente, comentando lo que su pequeño hermano le había dicho. El cura alegaba que el menor era inocente, que era Abrahán el que lo incitaba, el que estaba hundido en el pecado y amenazaba con hundir al otro. Solo le dio un día sino cambiaba hablaría con su padre. Regreso a casa completamente enojado., tenía cosas que arreglar.

 

     Jeremías bailaba en el salón, el pequeño adoraba la música, aunque en ese momento la única era la que el tarareaba. Lo tomo violentamente por los brazos, haciéndolo caer. Este le miraba desconcertado sin entender, lo levanto y lo llevo hacia las escaleras, iba colérico como se atrevió, su hermano a contarle al viejo gordo de la iglesia, La puerta se abrió con una de sus patadas, arrastraba aun el pequeño cuerpo, lo tomo por los largos cabellos y lo arrojo a la cama. Lo golpeo con sus palmas abiertas en el rostro, muchas veces, hasta que las mejillas se hincharon y de sus labios escurrieron hilillos de sangre. Lo castigaría, castigaría a Jeremías por traicionarle por hablador. Lo removió nuevamente, arrojándole con violencia contra el suelo, clavo las uñas en el pecho y lo siguió azotando, estaba molesto, furioso, si para el era pecado lo que hacían, le demostraría que era ser un pecador. Lo beso de forma brusca saboreando la sangre, le mordió los labios haciéndole sangrar más, marco la piel lampiña de forma brusca y dolorosa. Sollozos la habitación estaba llena de ellos, gritos de dolor salían del cuerpo pequeño, que era penetrado una y otra vez por el mayor. Lo penetro con violencia con ganas de hacerle sentir dolor, no le importaba nada, solo quería castigarlo, que pagara por traicionarle por hablador. Abandono el cuerpo ensangrentado y se peino los cabellos, faltaba poco un poco más y el castigo acabaría. Regreso con el cuchillo en la mano, detallo el hermoso cuerpo delante, tan pequeño todavía, después de todo solo tenía once años. Le dolía verlo herido, sin embargo no había otra opción, debía castigarlo por hablar, por perjudicarle, por querer abandonarle.

 

     ¿Cuántas veces le habría apuñalado? No podía saberlo, solo resonaba en su mente las palabras de su pequeño de su amado, pidiéndole perdón.

 

- Perdón, perdón Abrahán, se que es mi culpa, debes estar molesto porque el párroco lo sabe,  es mi culpa el haber orado en voz alta, por pedirle a Dios que nos mantuviera unidos, que solo me amaras a mi, que siempre estuvieras a mi lado. Nunca mas volveré a  hacerlo solo perdóname. El me escucho, se puso colérico y me llevo a su despacho, me decía que estaba mal, que era pecado, que toda la culpa era tuya. Por eso no quería que fueras a la iglesia, por eso quise alejarte de allí. - Su voz se escuchaba distante cansada, extinguiéndose. La rabia, la ira, todo se fue, solo quedaba el dolor, el desespero de ver a su pequeño, a su amado, allí tendido despidiéndose. Beso sus labios, imploro perdón, pero la voz de su pequeño no salía, se fue y no pudo despedirse.

 

     Ya podía entender todo, cada latigazo le era merecido, eso y más. Todos los castigos que le propinaran era poco para lo que el había hecho. El nunca poder visitar su tumba era el castigo más fuerte, pero el más adecuado, no podía volver a martirizar a su amado.

 

     Los seis jóvenes que estaban en la casa, gritaban despavoridos cerca de las diez de la noche se comenzaron a escuchar gritos, eran espeluznantes, les erizaban la piel. Los gritos retumbaban en la casa y el aire helado les hacia temblar. Abandonaron el lugar sin orden tropezándose uno con otro.

 

    Como la leyenda dice en la casa detrás del cementerio fue asesinado un niño, el asesino lo apuñalo incontables veces, ocurrió hace mucho tiempo cuando todavía la ciudad era un pueblo. Lo asesinaron en su habitación, no es la primera puerta, tampoco la segunda, pasas la tercera y en la cuarta te detienes, Para escuchar los gritos solo debes ir la noche de Halloween, porque según los que han ido contando la historia de generación en generación fue un 31 de octubre que todo sucedió antes de que esta fuera llamada la noche de brujas. Otros dicen haber visto a un joven rondar el cementerio, detalla cada tumba, pero siempre sigue adelante, perdiéndose en el bosque que queda detrás de la casa.

 

    Otro año mas, otra noche de lo que hoy llaman Halloween, perdí los recuerdos, me refugie en otro, invente una vida que nunca fue mía, para huir de mi pecado, pero no mas, aguardare acá, hasta la próxima noche de brujas, donde los vivos creen en los muertos y brindan su energía para nosotros, nos hacen reunirnos. El siguiente 31 de octubre, reviviré nuestro tormento, pero a la final seré capaz de pedir tu perdón.

Notas finales:

Espero que les haya gustado, disculpa por los errores que pude tener. Y si resulto en alguna parte confuso


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