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Traición por AkiraHilar

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Notas del fanfic:

Dedicatoria: Evento Corazón de Caballero ~Capricornio~
Comentarios adicionales: Shura, no tengo nada en contra de ti, pero eres tan politicamente correcto que se me antojó xD

Notas del capitulo:

Dedicatoria: Evento Corazón de Caballero ~Capricornio~
Comentarios adicionales: Shura, no tengo nada en contra de ti, pero eres tan politicamente correcto que se me antojó xD

No estaba muy seguro de cómo había empezado todo. Sinceramente, habían muchas cosas que para él habían dejado de ser seguras: como la rutina de su vida, y lo bien de su relación, como el color que usaba en su camisa los viernes y el hecho de que despreciara a los nuevos grupos de la época. Aún así, en ese instante se sentía más inseguro sobre lo que sentía, sobre lo que frente a sus ojos se anidaba y sobre su pecho se bifurcaba en una intersección que no le hacía sentir para nada tranquilo de lo que iba a suceder.

Sus ojos azabaches preferían, por lo tanto, desviar su atención de aquel espectáculo y girar a su alrededor: hacía el mueble viejo de dudosa procedencia, hacia el librero de madera lleno de restos de comida rápida, un televisor de pantalla plana contrastante con el viejo sillón y de nuevo, hacía sus pies que impaciente encerrado en esos zapatos deportivos tamborileaban como lo harían sus manos si las tuviera fuera de los bolsillos.

No se trataba, en dado caso, de algún tipo de desespero o impaciencia de que las cosas llegaran al punto donde debían llegar. Es más, no estaba muy seguro de hacía donde debían ir y prefería en ese momento no pensarlo; aunque el nerviosismo que sentía dentro de él y aquella señal de alto que titilaba intermitente en su cabeza no le dejaba de recordar unas cuantas variables que por el alcohol y un poco de ansiedad había dejado dentro del auto.

—Vamos, no estés tan serio, ¿eh?—levantó su mirada para verlo y al mismo tiempo hacerle saber que le estaba escuchando aunque en ese segundo recriminaba seguir aquellas reglas de cortesía—. Ponte cómodo, buscaré unas cervezas y más y lo demás…

Eso era lo que temía… lo demás.

Tragó grueso antes de bajar la mirada hacía un lado y tratar de entender como todo había llegado a ese preciso punto. Lo conocía bien, y sabía que existía atracción. Es más, lo supo desde siempre, desde que algo dentro de él se agitó el día que le dijeron era su nuevo compañero de patrulla, desde que en aquella noche con una sonrisa socarrona en vez de tomarle la mano se la apretó y lo empujo hacía él dándole una palmada en la espalda ante su desorbitada impresión. Se río de él con burla, diciéndole al oído que esperaba que las cosas entre ellos fueran muy bien.

Estaba seguro, o al menos eso pensaba, que ese “estar bien” no tenía que ver con pasar una noche e su departamento revolcándose en ese mueble posiblemente sucio como en ese momento vio en su imaginación. Se reprochó por aquel pensamiento pecaminoso aunque de inmediato se justificó a sí mismo al recordar las líneas del poderoso torso que había visualizado minutos antes cuando su compañero se quitó la playera y la lanzó en algún punto del suelo.

Damian o DM como prefería que le dijeran, contaba con un físico que cualquiera pudiera admirar o envidiar, se veía que las horas en el gimnasio de la comisaria y el trabajo duro había fortalecido aquellos pectorales y bíceps, había formado con extrema rudeza los músculos de su espalda y aquel cuello ancho y grueso que veía al observarlo de espalda y desear morderle la nuca. ¿Cómo podía estar pensando en eso? ¿Por qué, en primeras instancias, estaba allí? Era cierto que le había hablado a su “amigo” de sus distintas inseguridades con respecto a su relación, también que había aceptado, tal como otros viernes, esas copitas de más en el bar de la esquina y que si, no había dado reproche alguno a la caricia deliberada que el delineo desde la rodilla hasta la mitad de su muslo.

Quizás allí estuvo el problema, la causa y ahora, justo en ese momento, la incómoda consecuencia.

Por supuesto, si se había sentido asaltado de excitación y temor cuando percibió la directa provocación y sí, cuando vio esos ojos rojos del albino mirarlo con deseo se sintió prendido por aquella llama romana, por aquel acento italiano y ese “no sé qué” que tenía él y lo había llevado a pensar, varias veces a tenerlo a su lado en la cama cuando…

Shaka…

No bien el nombre había caído en los terrenos de sus cavilaciones letra por letra cuando sintió la mano fría de su compañero subir por su antebrazo antes de presionarlo y obligarlo a plegarse a él. No supo bien en qué momento se había movido, pero pudo ver que el tiempo suficiente para dejar las latas de cerveza en el librero y acercarse a él con intenciones no menos libidinosas que sus pensamientos. Sintió el calofrío invadir sus poros cuando los labios helados se afincaron a un lado de su cuello y dejó, muy marcado, una lujuriosa mordida.

Pareció como si le hubieran conmovido directamente su base, y como si de inmediato el ancla que pretendía mantener inconmovible hubiera sido sacada del lecho marino de un solo jalón y dejándolo totalmente a  merced de las mareas del placer que se le imponía. El jadeo ronco que brotó de sus labios había sido exactamente la señal, y ante ella y las manos del albino en su cadera aprisionándolo con fuerza se sintió víctima de una fiebre, de una calentura que empezaba en el centro de su ombligo e iba haciendo mella a todo argumento de detenerse. DM no se quedó quieto tampoco, y no sabía dilucidar en ese momento si era un hecho lamentable o no; con algunos besos más húmedos fue recorriéndole el cuello mientras iba desabotonando uno a uno los botones de sus ojales.

—Estás muy duro—le susurró con morbosidad en el oído y él se estremeció cerrando sus parpados con fuerzas—. Espero que haya abajo lo esté más—río roncamente a lo bajo conforme acariciaba el pecho que iba descubriendo—. Vamos compadre, sé que me tienes ganas. ¡Relájate!

Relajarse no era una de las cosas que pudiera hacer aunque se lo implorase. Había muchas imágenes tambaleándose en su cabeza, muchas memorias que prefería haber dejado como su consciencia en el auto, o en la mesa del bar, quizás en la misma oficina. Las memorias de él y DM se anidaban una a una haciéndole entender que todo lo que estaba pasando en cierto modo era su culpa, que él había permitido tanto acercamiento y que él, muy en el fondo había deseado un encuentro así, simplemente como el que le deparaba: salvaje y sin miramientos.

No podía pedir mucho al respecto, pensó también, temblando cuando la tela de su camisa se deslizó por su brazo cayendo al suelo. En el sexo él era lo que se podría decir normal; es decir, era un hombre de clásicos gustos, no era excéntrico ni tenía fetichismo que pudiera reprocharle. No era apasionado, no era rudo y dudaba mucho de ser sensual. Él no sentía que tuviera algo que podría llamar la atención o encender a alguien con un movimiento de cejas o una mirada coqueta. Shura carecía seriamente de expresiones importantes, ya que su seriedad era mucha o su crianza había sido tan traumáticamente correcta que se cuidaba hasta de ellas en la calle.

El hecho es que él no se sentía sexy, aunque su pareja afirmara que su sensualidad radicaba en la seguridad en la que se dirigía, en sus ojos azabaches gitanos y en la corta sonrisa que lograba dibujar de vez en vez cuando algo le había hecho gracia.

—Háblame, Shura…

La voz de aquel, no de DM, atravesó su cabeza creando por fin aquella señal de alarma. Shaka ya no se había presentado ante él como una pequeña variable sin tomar en cuenta, sino como un sinfín de razones y argumentos para detener aquellas caricias que empezaban a bullirle por dentro. Algo en él se conmovió y asqueó cuando los dedos del italiano le tomaron de la cintura nuevamente, aprisionando pecho contra pecho y cortando toda posibilidad de alejarse con un paso. Quiso decir algo a su favor, pero su compañero logró entrever sus intenciones y callarlas con un furioso beso que terminó de desatar la locura. Aún una parte de él se resistía, pero como incendió forestal las llamas habían tomado a su vello púbico y sentía que le estaba quemando por dentro, como la sangre en ebullición, como su miembro removiéndose dentro de su ropa interior. Apartó sus labios y se sintió libre de respirar oxigeno mientras el otro lo estrujaba contra la pared y le hacía sentir, en un perverso movimiento la incomodidad de su propio sexo.

—Te tengo unas malditas ganas…—le susurró en la punta de su oído, y sus ojos negros se ensancharon, absorto y desesperado por sentir tanto y pensar aún más. Quería escapar, con sus pupilas quería escapar de la cárcel en la que se había convertido su cuerpo y del verdugo que tenía llamado ganas—. Vamos, ¡muéstrame lo que tienes!

Con arrobó le presionó los brazos buscando de que sostenerse y pegó su frente contra el hombro desnudo de aquel. La desesperación corroía la excitación, había muchos otras cosas más que estaba sopesando y que se negaban a salir de su cabeza aún. Hubiera deseado simplemente dejarse llevar, más no podía; lo que estaba a punto de suceder él tenía que decidirlo y debía hacerlo antes de que fuera la punta de su miembro quien lo hiciera. Shaka estaba allí, estaba dentro de sus parpados, estaba allí con eso que le había hecho ir tras él, acercarse, buscarle y cortejarle en una misión que le había parecido por demás imposible pero que conforme las puertas se iban abriendo y ellos acercándose le dio felicidad.

¿Y entonces qué hacía allí?

Entre sus jadeos y pensamientos sólo sintió cuando el jean se deslizó rasposamente por sus piernas sudadas y aquella mano manipulaba sin misericordia a su miembro encerrado en aquella tela molesta. Sentía que todos sus huesos se descoyuntaban, que la piel se había convertido en un mapa neuronal de solo nervios de placer y que a cada segundo iba perdiendo cada vez más de sí. Se sentía embestido a su vez por la erección de su compañero de turno rozando contra su muslo y aplastado por aquellos roncos y guturales sonidos que brotaban de esa garganta.

Si tan solo pudiera…

El recuerdo de Shaka volvió a interponerse en el segundo en que creyó su alma saldría de su cuerpo y lo dejaría solo con sus bajos instintos. Ese muchacho rubio que conoció en la comisaria cuando denunció el robo de su auto se había convertido para él en algo más que una pareja. Era su todo, reconoció, y no estaba muy seguro de cómo había llegado a convertirse en tanto, pero sí de cuanto le había dado y entregado a lo largo de dos años de relación. Lo que empezó con llamadas de rutinas para avisar sobre el avance del caso se convirtió en llamadas informales y pronto en señales de coqueteos. Una cena, dos, una cita al cine, luego al hotel… aunque las cosas transcurrieron como normalmente sucedían, se sentía enteramente comprendido y cómodo con él, no pedía más, no necesitaba más. Para cuando decidió decirle que le gustaría llevar las cosas de forma formal, Shaka simplemente le sonrío.

Una de las cosas que le llamaban la atención y le hicieron creer, en su momento, que todo estaba bien con él era eso de hablarse sin palabras. Los dos parecían entenderse muy bien con mínimos gestos y unas cuantas frases cortas y concisas. Con Shaka no necesitaba hablar de más, como le tocaba cuando salía a tomar tragos con Milo o cuando salía a una reunión con su superior. Precisamente con Shaka no necesitaba intentar sentirse en su sitio, o al menos adaptarse al lugar: con él podría ser él y sentirse querido por ser simplemente así: callado, reservado y de acciones rápidas.

Podría adjudicar aquello a que el rubio era como él, un hombre de palabras precisas más no cortas, que parecía pensar muy bien antes de conversar, analítico, ordenado… Incluso en la parte económica cuando empezaron a vivir juntos no habían tenido mayores problemas, ambos eran fieles al ahorro, ambos cuidaban el presupuesto; lo único que habían tenido que discutir —entre comillas— era quien pagaba una salida nocturna. Shaka se compenetraba tan bien con él y se comprendían tan bien que esos ratos de silencio que se extendía por horas mientras cada quien hacía una tarea en específico lo veía como una señal de bienestar.

Además, podría él ser un hombre no demasiado sexual, pero Shaka sacaba de él algo que desconocía. No estaba muy seguro aún si era la sensual forma en que el rubio de su cabello se deslizaba por la espalda blanca o la curva deliciosa de sus grandes pies blancos. Quizás se trataba de ese Shaka que conoció mucho más adelante en la relación y solo aparecía bajo las sábanas: sensual, entregado… El tiempo que él se tomaba haciéndole el amor era retribuido por la deliciosa pasión de él, por esos gestos demandantes con el que lo buscaba para besarlo, por esa llovizna azul encerrada en su mirada y la forma que tomaba sus labios inflamados de besos y ahogados de ansias cuando estaba a punto de alcanzar el orgasmo. Sí, y al final ese jadeo tan dramático y masculino con el que dejaba soltar su esperma y luego se sacudía en espasmos

Si tan solo ese Shaka también estuviera fuera de las sábanas…

Ese era una de las cosas que empezó a ver, que comenzó a resentir en su cómoda relación: que Shaka luego de haber hecho el amor podía volver a ser el hermético y tranquilo hombre del que se enamoró una vez. Muchas veces sintió la falta de humor dentro de su apartamento, él que el rubio no pudiera decir algún chiste interesante del que reírse, o que de repente se le acercara palmeándole el hombro llamándole la atención, como lo hacía Damian.

Todo cobró sentido en su cabeza, todo de repente se le hizo tan plausible y comprensible en ese segundo.

—Espera…—musitó, ahogado en un gemido cuando sintió la erección de él frotándose con furia y la voz jadeando en su oído.

Entendía porque sintió, de repente, que la vida con Shaka era rutinaria, porque aquello que una vez le gustó empezó a molestarle, esos silencios largos a ahogarle y ese orden estricto a abrumarle. Comprendió que eran tan parecidos y tan callados que pese a lo que pudieran sentir, ambos vivían un espejismo, quizás, de confort y sin sobresaltos mayores que los de la cama. En algún momento se le hizo apremiante escapar o seguir en la patrulla escuchando los malos chistes de DM y sus anécdotas de viejas conquistas y malos amores. En algún momento envidió de Damian eso, su soltura, su libertad, su espontaneidad ante todo, el negro sentido del humor y todo eso lo deseó.

Pero tenía pareja…

—¡Que esperes, mierda!

El movimiento brusco y el empujón fueron suficientes para que los ánimos se calmaran, un poco. Damian lo miró con aquellos rojos irises encendido, parecían las mismas puertas del infierno abiertas para cualquiera alma dispuesta a quemar lo poco que le quedaba de pureza. Eso era él, era un demonio, era tentación, era algo que había empezado a ansiar incluso cuando se metía con Shaka en la cama pero aún así y a pesar de todo… él no podía caer.

DM por un momento pareció cavilar sus opciones. De haber creído que era un juego de fuerzas o para hacer más interesante el encuentro a punta de violencia, lo hubiera continuado con la menor alevosía; pero Shura no era esa clase de hombre y al ver la forma en la que se recargó en la pared y ocultó su rostro con una de sus manos supuso que estaba sacando esa parte de él que si bien, no le agradaba del todo, era lo que le hacía interesante: la rectitud.

—No puedo…—habló, en cuanto los pulmones y su cabeza recuperaron el aire—. Shaka, no puedo serle infiel a Shaka. No así…—le miró con sus pupilas fijas, aún temblando de excitación contenida pero con la decisión tatuada en sus irises—. Shaka no lo merece.

El italiano levantó una ceja primero de incredulidad y luego de burla. Pronto lo que sustituyó los jadeos fue una carcajada del dueño del departamento tan animada que Shura no entendió cuando se había contado un chiste ni que de toda la situación ameritaba semejante reacción. Él no podía reír, ni aunque se lo pidiera; sentía que una bomba atómica había estallado dentro de él y todo su cuerpo contenía con dificultad toda esa fuerza destructiva.

En pocos minutos, para su sorpresa, Damian simplemente se medio acomodó el pantalón y buscó la cerveza para abrirla y tomar un tragó, tranquilo, y remarcando el sorbo con un sonido de satisfacción.

—¿Y bien? ¿Qué harás?—increpó finalmente, bebiendo otro sorbo con descaro.

Shura solo atinó a vestirse también, sopesando sus opciones. Podría ser cierto que él le gustara, que hubiese pensado en é mientras estaba en su casa y que si, su relación parecía haberse quedado estancada pero aún así y por múltiples razones que para muchos podrían sonar irrelevantes o absurdas: él no quería dejar al rubio. De esa tranquilidad que había conseguido con Shaka dudaba poder desacostumbrarse. Quizás se debiera a su naturaleza, renuente al cambio y de difícil adaptación; lo que fuese, ya tenía su respuesta.

—Nada, regresaré a casa y haré que no paso nada.

—Suena bien—el español observó a su compañero encoger sus hombros—. Pero cuando quieras, solo tienes que voltear y listo—y culminó con un guiño.

Prefirió no responder a eso.

Tomar la cerveza que al final le había brindado empinándosela por completo, salir del lugar y refrescarse en una plaza cercana mientras sentado en la banca recordaba lo que había ocurrido y lo que vivía con Shaka; todo aquello fue hecho por él antes de regresar al hogar que había construido con su pareja y convencerse de que había hecho lo correcto y que podría mejor dejar libre todas sus ansías en brazos del rubio. Más calmado corporal y mentalmente tomó su auto y se dirigió a su residencia, subió hasta abrir la puerta del apartamento y entrar, ya avanzadas la noche. Otra de las cosas que había agradecido de vivir con Shaka es que él no le recriminaba sus horarios imposibles y sus noches de trabajo, por lo que sabía no recibiría ningún reclamo.

Encendió la lamparilla de la sala y se sorprendió al ver a Shaka dormido en el sofá, con un libro de algún triller policiaco del que gustaba leer, rendido quizás mientras leía. Mirándolo fijamente se acercó a él, luego de haber dejado la chaqueta en el perchero, para entonces poder tomar el libro, leer el titulo y dejarlo en la mesa de al lado. Ese mínimo movimiento fue suficiente para que su pareja despertara y le mirara con ojos somnolientos.

—Perdón…

Y no quiso explicar por cuantas cosas quería disculparse en ese momento. Shaka jamás las sabría, de eso estaba seguro; aunque nunca le gustó la idea de ocultarle algo a su pareja, en ese momento lo que había ocurrido en la casa de su compañero de trabajo no era viable que lo supiera. Ahora al recordar las imágenes no sentía más que una sensación de culpa y condenación dándole vuelta en el cuello.

—¿Qué hora es?—preguntó el rubio antes de enfocar su vista en el reloj de la sala—. ¡Dioses! Me quedé dormido—se sentó acariciándose el cuello como si lo tuviera adolorido. Los ojos oscuros de Shura permanecían sobre él, profundos y apagados. Su pareja allí, leyendo en su casa esperándolo mientras él… no, simplemente no se hubiera perdonado haber llegado más allá.

—Vamos, es hora de dormir.

Le ayudó a levantarse del mueble con cuidado, sintiendo esa sedosa piel que tantas veces había hecho suya y que sí, le había provocado en ese momento tomarla, aunque fuera para responderse a si mismo porque razones Shaka era mejor para su vida y podía seguir como estaba. Viéndolo de cerca pudo recordar aquello que le impulsó a cortejarlo y los porqué había decidido el paso de vivir con él. Era como si todo se empezara a aclarar en el panorama y hasta pensó que quizás, unos días después que su propia culpa mitigara sus esfuerzos de aplacarlo, podrían hablar para hacer que las cosas sean un poco más movidas en su relación.

Más tranquilo al menos mentalmente se giró para apagar la lamparilla que había encendido y así ir a la habitación con su pareja, más sin embargo fue el mismo rubio quien lo detuvo del antebrazo con algo de brusquedad no común en él. Le miró algo intrigado, y observó la mirada profunda con la que Shaka escrutaba hacía su cuello…

—¿Qué?…

No bien había dicho la silaba y las imágenes volvieron a su mente, ensanchando sus ojos oscuros y recordando aquella lamida que Damian había provocado en su cuello dejando de seguro una marca que alguien tan detallista como Shaka notaría. Sintió entonces que todo el hielo le cayó directamente a la cabeza y que el piso del suelo se abría mientras que una soga se iba anudando en el cuello, justo al nivel donde habían dejado DM su marca de pertenecía.

Por acto de reflejo, el policía se cubrió la mancha con su mano y se sintió como ahora el culpable de un delito de pena máxima. Los ojos azules fijos, las cejas fruncidas, toda la expresión que Shaka había dibujado para él se traducía en decepción, dolor, rabia, indignación y sorpresa, era toda una amalgama de reacciones y emociones juntas que sabía, caerían y se lanzarían en contra de él apenas Shaka abriera la boca.

Pero no, su silencio fue peor, mucho peor que el hecho de haber gritado, golpeado o maltratado, el silencio era ese castigo cruel, ese juicio perdido, esa sensación de que serás condenado y no tienes forma de defenderte; no la había…

Después de todo, él había fallado.

Pronto aquellos azules se endurecieron enmascarándose en severidad e ira conteniéndose en la punta de sus nudillos blancos al formar puños. Vio el modo en la que el cuello blanco se le tensó y aquellas pestañas habían bajado su nivel para entrecerrar los ojos y crear aquella aterradora expresión de asco, de repugnancia y de inclemencia. Todo se estaba hablando en el silencio… en la aceptación de su crimen y en la emisión de los cargos, en la manera en la que Shaka le enviaba preguntas con sus ojos y Shura las respondía con su mirada arrepentida sin nada que alegar. Todo se habló, hasta que el rubio volteó.

—Shaka…

Dejó salir de sus labios, pudiendo saborear el sabor de lágrimas que se agolpó en su garganta y no subirían hasta los lagrimales. Escuchó de respuesta el sonido de la puerta cerrándose y el seguro pasado.

No podía reprochárselo; por mucho que se contuvo para no llegar al final seguía siendo una traición.

Notas finales:

Gracias por leer ^^


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