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Después de la edad… después de la muerte. por NezxNek

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Por las angostas calles de Prado Verde, el pueblo continuaba transcurriendo sus vidas. Las pequeñas y simples casas se extendían muy juntas la una de la otra. En el barrio viejo del pueblo, en donde se concentraba la mayor cantidad de población anciana.

Allí Vivian Lucy y Emma. Dos amables mujeres de avanzada edad.

- ¿Dónde habré dejado ese chal? -Preguntaba Emma que trajinaba los cajones dejando un gran desorden en la habitación-. Podría jurar que lo deje aquí ¿O lo deje en el comedor?

Emma estaba sentada en el frió piso, poyando su espalda en la cama y rodeada por una gran cantidad de cajones y ropa vieja regada por todos lados. Miraba a su alrededor con sus pequeños ojos color miel surcados por marcadas arrugas. Su cabello blanco se extendía sobre su hombro hecha una larga trenza.

- ¿Qué estas haciendo allí? -Lucy entró por la puerta y se detuvo de golpe al ver el caos. Sus delgados labios se torcieron en una pequeña mueca.

-Es que no se donde metí el chal que recién tenia -intentó explicar Emma clavando sus ojos en los de Lucy los cuales, eran de color canela.

Esta la miró arqueando las cejas y sin decir nada salió de la habitación. Al regresar traía en sus manos un chal blanco.

- ¿Es este? -preguntó con voz serena.

- ¡Si! -Exclamó, sus ojos brillaron al instante-. Ese es, ¿Dónde lo hallaste?

Lucy se acercó a ella y dificultosamente se sentó a su lado. Su edad ya era tan avanzada que se notaba en sus frágiles huesos, dañando irreparablemente sus articulaciones.

-Estaba en la sala -continuó hablando con su voz calmada-. Lo dejaste allí hace menos de quince minutos.

- ¿En serio? -volvió a exclamar-. No lo recuerdo.

-Tal como olvidaste el caldo en el fuego -continúo.

- ¡El caldo! -al recordarlo intentó levantarse apresuradamente pero Lucy le tomó las manos, ásperas por la edad; y se lo impidió.

-Tranquila. Ya lo he sacado -sonrió.

Emma suspiró aliviada poniéndose una mano en el pecho. Pasaron unos minutos y las dos mujeres se quedaron mirando fijamente a los ojos, su mirada era enteramente de dulzura.

-Gracias... -murmuró Emma.

-Sabes que estoy para cuidarte -le acarició con suavidad una de sus arrugadas mejillas.

Emma la miró, tomó el rostro de Lucy entre sus frágiles manos y se acercó a ella. Sus labios se tocaron en un beso, tan dulce, tan tierno, como había sido desde que estaban juntas.

 

Ya habían perdido la cuenta de cuantos años había transcurrido desde que, una tarde de abril, ocultas por las sombras de un desolado callejón, fueron capaces de decir todo aquello que sentían, la una por la otra. Un amor tan intenso que nadie fue capaz de separarlas luego de esa inolvidable tarde.

Siempre mantuvieron su relación en secreto y como nunca tuvieron hijos, ya que las circunstancias no lo permitían, solo se tenían a ellas dos, juntas por siempre, como se lo prometieron aquella vez.

 

Volviendo a su vida simple y cotidiana. Lucy se sentía cada vez más preocupada por las perdidas de memoria que sufría Emma, los cuales aumentaban mientras el tiempo pasaba.

- ¡Ay, amor! -Decía Emma sentada a la mesa-. A cualquiera se le olvida una que otra cosita.

-Si, pero cada vez es más seguido -decía Lucy teniendo una simple taza de té en sus manos-. Tengo miedo de que algo te pase por esto.

-No sientas miedo -la voz de Emma era dulce-. Además, solo una cosa para mi es importante y la cual jamás olvidare.

- ¿Qué cosa? -la miró con extrañeza.

-Que siempre te tendré a ti -sonrió-. Eso es algo que nunca olvidare, que te amo como siempre lo he hecho.

El corazón de Lucy se encogió de emoción, al igual que Emma, ella le amaba de la misma manera y estaba agradecida a la vida por tenerla y rogaba el no separarse nunca.

-Eres hermosa -le murmuró Lucy, provocando el instantáneo rubor en la otra.

-Je... bromeas -Emma agachó su cabeza, mirando el azucarero.

-Sabes que no lo hago -rebatió, sonriendo a causa de lo que veía-. Mi pequeño ángel -susurró amorosa.

- ¡Ya! -exclamó Emma, apenada-. ¿Por qué te gusta tanto hacerme sonrojar? -la miró tímida, sonriendo avergonzada y sintiendo su corazón latir con más fuerza.

-Porque a pesar de todos estos años, aun te sigo viendo como la chica más bella y sensual de este reino -respondió viendo como Emma abría la boca y tomaba una miga de pan, dispuesta a lanzársela, cosa que no alcanzó a hacer puesto que fue interrumpida por el sonido de la puerta.

Ambas mujeres se quedaron quietas, miando la puerta hasta que volvieron a golpear.

-Yo voy -dijo Lucy levantándose y yendo a la puerta-. ¿Quién es? -preguntó sin abrir y esperó una respuesta.

-Soy yo, señora Lucy. Soy Miguel -dijo la voz de un muchacho haciendo que ambas mujeres sonrieran al reconocerlo. Lucy abrió la puerta y dejó entrar a un joven de amplia espalda y brazos fuertes-. Permiso -dijo al entrar, dejando unos leños en el piso de madera.

-Buenas noches, Miguel -saludó Emma mirando el reloj y comprobando que ya era tarde.

-Buenas, señora Emma -le respondió este dándole una cordial sonrisa, la que se plasmó en sus varoniles facciones-. Les traje estos leños para que pasen una calida noche.

-Eres muy amable, hijo -agradeció Lucy acercándose-. ¿Qué tal si te quedas a tomar el té con nosotras? -invitó pero este negó con la cabeza.

-No, muchas gracias, pero aun tengo trabajo. Solo pase para dejarles esto. Parece que lloverá y no es bueno estar sin un buen fuego -hablaba Miguel, mirando el oscuro cielo nocturno que se veía por la ventana.

-Te lo agradecemos, muchacho -decía amable Emma-. No se que haríamos sin ti. Eres un buen hombre.

-Je... no tiene por que agradecer -dijo enderezándose un poco, sintiéndose bien por el halago-. Es lo mínimo que puedo hacer. Bueno, ya debo marchar. Tengan una buena noche -dijo luego de hacer una reverencia y prepararse para marchar.

Después de despedirlo en la puerta, Lucy volvió junto a Emma que ya preparaba el fuego de la chimenea.

-Es un gran muchacho -comentaba encendiendo el fuego.

Lucy se limitó a sonreír. Conocían a Miguel desde que este era muy pequeño. Vivía a una pocas casas y trabajaba con la madera. Desde niño siempre se las vio por si mismo, puesto que su madre se perdía muchos días al ejecutar la profesión más antigüita del mundo. Es así como Emma y Lucy cuidaban de el como si fuera un pequeño hijo.

 

Las horas transcurrieron y luego de apagar el fuego se fueron a la cama. Mientras Lucy iba al baño, Emma se ponía su pijama de una pieza y soltaba su larga trenza, dejando su cabello completamente ondulado.

A los minutos ya estaban las dos acostadas y con las luces apagadas. Emma se acomodó como siempre en los brazos de Lucy y así se quedaron, en silencio un buen rato.

- ¿Sabes? Creo que deberíamos heredar esta casa a Miguel -comentaba Emma-. El le dará un buen uso.

-Sí, tienes razón -hablaba la otra, mirando el negro techo.

-Tal vez mañana mismo debamos hablarlo con el -dijo moviendo su cabeza para ver a Lucy y esta repitió el gesto.

-Como tú lo desees -murmuró acercándose a sus labios y dándole pequeños besos-. Te amor -susurró.

Emma solo sonrió respondiendo los besos que cada vez se hacían más largos y húmedos. La mano de Lucy recorrió el anciano cuerpo de su amada, provocando el estremecimiento de esta.

-Amor -susurró Emma sonrojada-. Ya estamos viejas para esto -dijo entendiendo las intenciones de la otra.

-Para el amor no hay edad -murmuró acariciándola desde su pierna, levantando el pijama hasta alcanzar la cintura. Además besaba con suavidad su cuello, calentando levemente el cuerpo de Emma.

-Harás que me de un infarto -murmuró temblorosa.

-Tendré cuidado. Quiero tenerte esta noche...

Guardaron silencio un momento, sintiéndose la una con la otra.

-Yo... también a ti -confesó Emma besándole con pasión y dando paso al amor.

 

El sol se filtró por la ventana de su habitación, iluminando el cuerpo frágil y desnudo de ambas mujeres que ya estaban despiertas, mirándose con dulzura y acariciándose dulcemente.

-Amo tu aroma -murmuró Emma que acariciaba el cabello de Lucy-. La sensación que me das cuando me besas, cuando me tocas -hablaba con calma mientras la otra besaba su frente.

-Ya es tarde, hay que levantarse -suspiró Lucy mirando por la ventana. Emma asistió separándose y sentándose en la cama. Quedándose quieta, mirando a la nada.

Lucy se levanto y desnuda buscó su pijama que estaba tirado bajo la cama. Se lo colocó rápidamente y miró por la ventana. El cielo se veía extraño, había muchas nubes y espacios claros por donde la luz escapaba.

-Que raro esta el cielo -comentó dándose vuelta y tomando el pijama de Emma. Luego se acercó a esta y la miró extrañada-. ¿Te sientes bien?

Esta la miró, se notaba algo mareada, pero aun así asistió suavemente.

-Sí, ya pasara -intentó salir de la cama, pero al levantarse se tambaleó peligrosamente. Lucy alcanzó a reaccionar y tomándola del brazo la sentó en la cama-. Ah... no me siento bien.

-Ven, acuéstate -esta le hizo caso-. Quédate aquí, te preparare una taza de leche. No te muevas -le ordenó y antes de salir corriendo le puso el pijama.

Preocupada, buscó en la cocina un jarro y lo llenó de leche, luego metió unos leños en la vieja cocina y los encendió con dificultad. Finalmente colocó el jarro y esperó a que hirviera la leche.

-Lucy... -escuchó como débilmente la llamaba y luego un fuerte estruendo.

Ella, asustada, volvió corriendo a la habitación y allí en el piso encontró a Emma, inmóvil  con los ojos cerrados.

- ¡Emma! -gritó asustada, acercándose a ella-. ¡Emma, despierta! -dijo tomando su rostro y dándole pequeñas palmaditas para que reaccionara-. ¡Por favor! -suplicó, pero no recibió respuesta.

Aterrada, tomó su bata y colocándosela salio corriendo de su casa. Con voz temblorosa gritó:

- ¡Ayuda! Por favor ¡Ayudadme! -pidió, pero no parecía haber nadie en la calle a esa hora-. ¡Ayuda! -volvió a gritar desesperada y corrió por la calle. A lo lejos vio un joven acarrear unos troncos-. ¡Miguel! -le gritó y este la miró confundido-. ¡Ayúdame! Emma... -murmuró ya casi sin voz y el chico comprendió.

Miguel tiró los troncos a un lado y corrió junto a Lucy, al entrar a casa encontró a Emma aun en el piso y con todas sus fuerzas la tomó y recostó en la cama.

-Esta viva -comunicó notando que un respiraba débilmente-. Iré a por un medico.

Lucy asistió y este se marchó. Angustiada se acercó a su amada y tomó su fría mano.

-Por favor, Emma... despierta -suplicó con lágrimas en sus ojos y un nudo formándose en su garganta.

A los pocos minutos regreso Miguel junto a un medico, el que pidió que se retiraran de la habitación. Ya fuera Miguel habló:

- ¿Qué ocurrió?

-No lo se -respondió temblorosa-. Estaba bien hace un rato, luego se mareó un poco, le deje en la cama para ir a prepararle algo de leche. Sentí que me llamaba y cuando fui a verle ya estaba en el piso -relataba.

Ambos guardaron silencio hasta que el medico salió.

- ¿Esta bien? -pregunto asustada.

-Por ahora, pero es grave. Esta débil y por su edad no le veo mucho tiempo de vida -informó el hombre.

- ¿Qué? ¿Y no se puede hacer nada? -se angustió más la mujer.

-Me temo que no. Esta en sus últimos días y ya no hay nada por hacer. Su edad es avanzada y su salud delicada. Ya no esta en mis manos -y dicho esto el hombre se retiró. Miguel lo siguió, dejando a Lucy sola que a paso lento entro a la habitación.

Allí estaba Emma, acostada con una calmada expresión en el rostro. Se le hacia difícil imaginar que poco tiempo de vida le quedaba a la persona que más amaba.

En silencio se sentó a su lado, hasta que esta abrió los ojos y al mirarle sonrió.

- ¿Qué pasa? -preguntó al notar los llorosos ojos de Lucy.

Esta no fue capaz de responder y echó a llorar en sus brazos.

 

Los días siguientes fueron peores. La salud de Emma empeoraba considerablemente y Lucy hacia todo lo posible por cuidarle. Emma ya no era capaz de levantarse de la cama y su rostro se iba demacrando y oscureciendo poco a poco.

Una tarde, Lucy como ya venia haciendo desde lo ocurrido; se quedó en la habitación acompañándola.

-Debo ir a preparar la comida -anunció Lucy intentando levantarse, pero Emma tomó débilmente su mano. Notaba como a esta le costaba respirar.

-Lucy... quédate -le pidió débil.

Esta la observó, estaba extremadamente débil y le dificultaba hablar.

-Aquí estoy, amor. No me iré -dijo.

-Tengo que... decir algo -murmuró apenas, abriendo muy poco los ojos-. Sabíamos que... tarde o temprano, llegaría el momento, de partir...

- ¿Qué? -Lucy comenzó a asustarse.

- Ya es hora, y solo se que... soy feliz, por tenerte -murmuró y sus ojos se anegaron en lagrimas-. Promete que, vivirás... yo... te estaré esperando -y sin ser capaz de hablar más dio un ultimo suspiro, cerrando sus ojos para ya no abrirlos.

Lucy la miró y sin creerlo lagrimas cayeron por sus mejillas.

-Emma... -La llamó apenas y luego desconsolada grito-. ¡Emma!

Por más que la llamase esta no volvería. Su corazón ya viejo no latía. En calma había muerto. La vejez se llevó lo que más amaba Lucy. Ya no tenia nada en el mundo.

En un silencio absoluto vivió lo siguiente. Sentía su alma desaparecer junto con la vida de Emma y hecha un cuerpo vació soportó el velorio y el entierro de su amada. Así también continuó viviendo, sin pensar, negando los sentimientos.

Cada día despertaba y hacia una rutina mecánica en donde cada vez fue olvidado cosas como comer o bañarse. Pasaba gran parte del día sentada en el solitario comedor o acostada en la cama, bloqueando su mente.

Pero, ¿Cómo bloquear años de felicidad junto a ella y todo esfumado en un suspiro?

Entonces, ya días después de la muerte de Emma. Los recuerdos la asediaron.

-Emma... -murmuró en el silencio su nombre. Sentada frente a la antigua chimenea.

En su mente su amada volvió, en el recuerdo lejano de la primera vez que la vio en aquel. internado de mujeres. Recordando su sonrisa, su mirada de niña tímida y las eternas horas que pasaban ocultas conversando.

-Emma... -oyó su propia voz volver a llamarla.

Entonces recordó esa tarde de abril, en donde huyeron del internado y ocultas en aquel callejón se miraron, dejando a un lado las ideas banales de que el amor es solo entre hombre y mujer; y se dieron paso a su propio y verdadero amor, el que las acompañó superando miedos y hasta al mismo tiempo.

 

Lucy se puso de pie y lenta caminó a la habitación. Contempló el lugar vació, solitario. Recordó cuando llegaron a aquel lugar y como tuvieron su primera y ultima vez sobre aquella cama que aun guardaba su aroma. Caminó a ella y se recostó en su lugar, mirando el espacio vació. Deslizó su mano por donde debería estar el cuerpo de Emma.

-Mi ángel -habló en un murmullo sintiendo sus viejas lagrimas mojarle el rostro-. ¿Cómo vivir si mi vida ya no esta? -se preguntó y cerró sus ojos.

En su mente vio aquellos ojos color miel que tanto amaba y le habló.

-No quiero estar... donde tú no estés...

De ese modo, su corazón anciano y triste latió por última vez. Que sentido tenía aquel corazón que latía por alguien que ya no estaba. Un corazón vacio.

 

Lentamente  percibió muy presente el dulce aroma del pasto húmedo. También en su piel sintió el viento correr delicado, acariciándola. Suavemente abrió los ojos y vio el amplio cielo despejado. Se sentó en el suelo, mirando a su alrededor. Era una pradera infinita en donde había un solitario árbol.

Se puso de pie, caminado por el lugar, sintiendo la suma libertad, la tranquilidad. Además vio sobre su cuerpo una delicada vestimenta blanca.

El viento soplaba haciendo susurrar las hojas de los árboles.

Lucy se acercó a el y se dispuso a subir, solo que al ver sus manos se sorprendió al ver lo jóvenes que estas estaban. Tocó su rostro y lo notó sin arrugas. Incluso su cabello, ya no estaba gris, sino negro, como antaño.

Lucy se trepó con agilidad al árbol y desde una de las ramas contemplo el infinito, el hermoso paraíso.

-El amor es caprichoso -habló una voz femenina detrás de ella, una voz que reconoció completamente y la llenó de felicidad-. Cuando uno lo busca, el escapa -continuó-. Cuando uno no le presta atención, este te encuentra -sintió como con unos familiares brazos la envolvieron por el vientre y una barbilla se apoyaba en su hombro-. Pero cuando el amor es verdadero, este supera la edad, el tiempo y hasta la muerte.

-Emma -murmuró su nombre  sus ojos se llenaron de lagrimas, no tristes, sino de dicha.

-Te extrañe -susurró esta igual de joven; en su oído.

Así se quedaron. Lucy suspiró aliviada, ya nada necesitaba, todo lo que quería estaba allí. No necesitaba nada más. Ese era su propio paraíso, su paraíso compartido.

 

Fin...

 


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