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Fuera de Lugar por AkiraHilar

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Notas del fanfic:

A Karin_San. Linda, gemela de mi corazón de pollo, este fic va claramente a ti y creeme que vendrán muchas dedicatorias en este estilo por lo menos durante este mes xDDDD Eres genial y sé cuaánto amas a esta pareja asi que cuando visualice la idea, aunque no estaba completa, imaginé al personaje de Mu y me dije: ¡es para mi geme! He tenido muchos problemas para terminarla, sobretodo por el enredeo de vida que tengo ahora y que ya sabes peor estoy contenta con el resultado, este después de tu revisión cumple mis expectativas. Espeor que te guste y asi consigas cazar a más amante de la pareja

Notas del capitulo:

Afrodita ha visto algo que ha agitado, por lo que necesita estar lejos y sobre todo a solas. ¿Qué es lo que está fuera de lugar en su vida?

Salió de aquel local enrojecido de la ira, con los pasos hundiéndose en el lodo que cubría la plazoleta adyacente al bar, importándole muy poco el estado de sus zapatos de marca y su costoso pantalón de jeans. Lo menos que podía interesarle era el bienestar de su ropa o la llovizna que caía de nuevo sobre Londres, una a la que no terminaba de acostumbrarse por mucho que ya llevara un año en el lugar.

En realidad, quería prestar atención a esos detalles, ser el mismo Afrodita que era cuando salió de la universidad de Atenas con su título especial en cirugía plástica, cuando aspiraba sólo al buen nombre, a recrear en los rostros de aquellos que consideraba menos afortunados lo que él consideraba belleza, una total y absoluta. De ese Afrodita que había dejado de ser desde que había arribado a la tierra de la reina le quedaba el buen sabor de saberse plenamente consciente de poder controlar sus emociones y manejar sus sentimientos, de no dejar que estos afectarán su manera de vivir, mucho menos que le arruinarán la noche. Aquella sensación de que le estaba afectando “demasiado” no le permitía recuperar un poco del temple del que gozaba antes, prefiriendo que fueran sus ropas quienes resintiera el maltrato antes de regresar a aquel lugar y lanzar gritos para poder mitigar un poco el ataque de cólera que tenía atrapado en sus intestinos y terminar, además, asumiendo algo que prefería ignorar.

Los bucles se agitaron contra sus hombros y cuello, húmedos ya entre el sudor de la fiesta en la que acababa de salir y el de la pequeña lluvia que caía sobre la ciudad, sacudiéndose así el aroma a alcohol, humo de cigarrillo y una combinación de cócteles que le habían pasado por al lado cuando disfrutaba del evento. Sus ojos se entrecerraron cuando varios faroles de luz de los autos que pasaban frente a la acera que terminaba de subir le nublaron la visión mientras buscaba un lugar donde calmar su ira. Se sentía idiota al entender completamente la razón por la que su estómago tenía ese ataque de gastritis, uno que en su vida pensó sentir con tanta profundidad. Celos, era un vil, bajo y asqueroso ataque de celos.

— ¡Miérda!—farfulló con irritación, golpeando la suela de su zapato contra la acera.

El aire penetró a sus pulmones luego de un profundo suspiro con el que intentó aliviar su propio malestar. Dio media vuelta a sus pasos al tiempo que pasaba una mano por su abundante cabellera ondulada, peinando así las hebras húmedas que ya se apegaban a sus mejillas y su frente, pensando que lo mejor para calmar la ansiedad que sacudía su mente era precisamente buscar sentarse en una banca de la plaza, cubierto por la placida luz artificial de un farol aún sí seguía permitiendo que la lluvia siguiera cayendo sobre él.

Siendo sincero, la llovizna le sosegaba de cierta forma, como sí el frío de la noche aplacara el calor que se le había acumulado en sus pómulos y sus orejas, que ya habían bajado su tono al pálido blanco de su piel.

Se rió de sí mismo mientras caminaba hacia el banco más cercano, fue una risa de burla a su posición en esa historia, una que pese a todo le hacía sentir fuera de lugar. El ser celoso no era su papel en la vida, el mismo se convencía de ello. Jamás se había sentido tan apegado a algo como para llegar a celarlo, no se consideraba alguien posesivo tampoco. En lo común de su vida hasta esos veintiocho años era él quién era celado o visto como una amenaza. Acostumbrado como estaba a ser protegido o vigilado por su pareja no podía sentirse cómodo ante la idea de que, en ese momento, quisiera descuartizar el cuello de una persona simple y llanamente porque le había dirigido la palabra a “él”.

Cayendo casi de golpe contra la fría textura del hierro humedecido, él cirujano no puso demasiada atención al hecho de que sus vaqueros estaban mojándose ni de que el frío de la noche podría resfriarlo. Necesitaba esa frescura que la lluvia le regalaba para acomodar sus pensamientos y meditar  en qué diablos le estaba ocurriendo. Todo era muy confuso para él, en realidad lo era desde que llegó; Londres había significado para él un cambio de panorama insuperable al que aún le costaba acoplarse porque había significado en todo sentido un gran sacrificio de cosas.

Sí, sacrificios… pero estos en realidad no le había dolido tanto como se suponía. Si lo pensaba con detenimiento era allí donde sentía que las cosas estaban fuera de lugar en su vida: precisamente, ese apego idiota que jamás había demostrado para con nada ni nadie anteriormente.

Se dejó reposar su espalda de la posición extremadamente derecha que acostumbraba, aprovechando a su vez para extender sus brazos en el respaldar y permitiendo a su vez que su nuca descansara en el frío del hierro forjado. La lluvia apenas caía sobre él en pequeñas gotitas semejante al rocío y de alguna forma pensó que era como una rosa que recibía un baño de lluvia o una pequeña regada de su jardinero: allí abierta y bebiendo cada gota, refrescando así sus pétalos y enjugando su color con la dulzura del agua. Así mismo se sintió, recordando que una de las cosas que había abandonado era aquel jardín al que tanto empeño le había puesto, conformándose ahora con un pequeño balcón en un apartamento en la agitada ciudad de Londres, donde si acaso podría albergar unos tres rosales distintos decentemente.

Había pensado al llegar que no duraría demasiado en ese apartamento que le entregaron junto a otra persona, que sólo sería algo “de momento” mientras se establecía, sin embargo, y para hacerle notar aún más todo lo que había estado descolocado en su modo de vida desde que llegó, se había dado cuenta que estaba muy cómodo en ese lugar con sus tres rosales… con su olor a té de manzanilla…

Cerró sus ojos en una mueca de lamento silencioso con el que intentaba darse sus condolencias. Él y toda su vida estaba patas arriba.

—Todo por un hombre, es patético…—murmuró, dando por concluida una verdad que había deseado ignorar.

Siquiera en su antigua relación las cosas habían llegado a ese punto. Enamorado como creía estarlo, Afrodita había vivido dos años al lado de otro reconocido profesor de la universidad que además le había ayudado en su investigación final. Saga Antzas había sido para él la perfecta descripción de belleza y poder: un hombre de recursos, inteligente, prospecto para pasar a ser parte del comité de medicina de la ciudad, galante y con un físico que nadie podía criticarle. Era todo lo que él había aspirado y se sintió dueño del mundo cuando comprobó, luego de miradas e indirectas, que el hombre estaba plenamente interesado en él. Su relación había sido fructífera, tranquila en apariencia pero con furiosas noches de placer que lo dejaban totalmente embargado de deleite; Saga era un amante que no escatimaba absolutamente nada para complacer sus deseos carnales y Afrodita no se quejaba de ello.

Era perfecto… Saga era la descripción de belleza y perfección que pensó jamás obtendría.

El problema quizás radicó en ello, al sentir que había obtenido lo máximo que podría aspirar no le prestó demasiada importancia. Pronto los problemas de ellos se acentuaron, en el último año, cuando sus prioridades empezaron a cambiar, cuando Afrodita miró mucho más allá de lo que la frontera de Grecia  podía ofrecerle. Aunque Saga le había dicho en variadas oportunidades que podría ayudarlo con sus contactos a escalar y obtener nuevos éxitos, eso más bien le había parecido un golpe a su orgullo. No necesitaba de la ayuda ni de la influencia de nadie para obtenerlo, Saga lo vio como una manera de alejarlo de él, al final, ambos se dieron cuenta que las cosas habían dejado de ser sostenibles cuando en una de las discusiones el mismo Afrodita habló de separación.

—¿Acaso amarás algo con tanta fuerza como para querer mantenerlo a tu lado, Afrodita?—le había preguntado esa noche, visiblemente herido luego de que la disputa terminara en una ruptura.

—Espero que sí, Saga. Espero conseguir algo así algún día.

Si, al final, poco después se dio cuenta que Saga había significado, por muy cruel que sonase, un trofeo; que pese a todo lo que sentía por él no erademasiado fuerte y que al final sentía que quería algo más. Saga no había llenado su vacío.

El sonido de su móvil de repente le abstrajo de su pensamiento, dándose cuenta que había dejado de lloviznar y que ahora el aroma del parque era un delicioso perfume a pasto húmedo que le tranquilizaba.  Empapado como estaba, ahora sentía en su pecho un puñal frío atascado por el recuerdo que había evocado y lo que había significado para él. ¿Qué pasaría si hubiera estado en el lugar de Saga? ¿Si esa persona que había descolocado todo a su alrededor decidiera partir de él? ¿Lo amaría tanto como para intentar retenerlo a su lado antes de sufrir su ausencia? Dejó que el teléfono siguiera sonando…

Necesitaba meditar un poco más sobre qué era lo que estaba ocurriendo en él.

Luego de llegar a Londres, tal como lo había acordado, le habían dado las llaves a su nuevo apartamento compartido con un joven fotógrafo que también, tal como él, era extranjero.  La entrada al lugar fue tranquila como la había pensado, dejando sus maletines y pertenencias en la recepción mientras esperaba que su compañero viniera a atenderlo. Conforme pasaba el tiempo la encargada del apartamento le iba relatando como era la vida en Londres, donde tomar transporte, las mejores rutas y los almacenes cercanos,donde hallarentretenimiento. Era en un edifico que parecía tener todo a la mano.

 

Sentía, aun así, el martilleo de las palabras de Saga en su mente en aquel momento, la pregunta de si llegaría a querer algo de esa forma no lo había dejado tranquilo pese a los cuatro meses de separación. Quería dejarla de lado, más no podía; era como un pendiente que quería saldar en algún momento de su vida.

Y allí lo vio, asomado en la puerta, con ropa de casa que más bien parecía un pijama y su cabello recogido en una coleta alta. Lo primero que le llamó la atención y le hizo abrir sus ojos interesados fueron los puntos que adornaban su frente, curiosos, nunca había visto algo así, fue un detalle al que no perdió de vista en todo el camino que recorrió el chico saliendo de aquel cuarto hasta extenderle la mano.

—Mucho gusto, mi nombre es Mu Anji Said, un placer.

Su nombre, sus puntos, la pureza de su mirada… todo le era extraño.

Todo estaba fuera de lugar, al menos para él.

El teléfono volvió a sonar y él estaba demasiado agotado mentalmente para contestarlo; quería más bien seguir pensando en él y en lo que habían sido las primeras semanas en ese departamento. Mientras de día él estaba metido en su nuevo consultorio  arreglando todo para empezar a atender a las nuevas paciente, de noche, cada vez que llegaba Mu tenía listo unos panecillos de extraña mezcla que le habían empezado a gustar así como el silencio de su habitación cuando el joven se encontraba dentro del cuarto oscuro, ese era el único lugar al que no podía entrar. Le empezaba a llamar la curiosidad como si fuese más bien algún tipo de experimento interesante del que pudiera aprender algo que no había conocido.

Para ese tiempo, conseguir piezas de cámaras fotográficas regadas en la cocina o en el comedor se había convertido en algo rutinario. A veces se las escondía a propósito, solo para ver al pobre tibetano —pronto supo que venía del tibet— buscando azorado la pieza en todo el departamento y preguntando varias veces en donde se encontraba aquel importante fragmento. Le pareció en extremo divertido sacar cuantas formas posibles eran dibujables por esos puntos extraños y cuantas muecas eran capaces de alargarlo junto con qué circunstancias. Un pasatiempo extraño para él…

Un juego, al poco tiempo, peligroso.

Lo supo cuando escuchó el primer sonido del clic dirigirse hacia él un sábado que estaba preparando unos panqueques que se le habían antojado. Apurado había desviado su mirada hacia donde se escuchó aquel ruido y de inmediato se arrepintió, viendo el visor de la cámara apuntando hacia él y Mu acostado en el mueble, con una sonrisa acogedora mientras parecía revisar el equipo.

— ¿Qué haces?

 

—Simplemente pruebo mi cámara.

—Borrarás esa foto ¿eh? ¡Debí salir patético!—el compañero rió en el mueble, aprovechando el momento en que dibujó una mueca de enfado para darle otro disparo a su cámara y captarla—. ¡Mu!

—Cuándo te enfadas te pones rojo—le dijo, con una sonrisa tierna.

Era cierto, al menos así se vio en el espejo del local antes de salir, rojo como un camarón.

Aunque debió admitir, tiempo después, que el sonrojo que vino después de aquella acotación era de vergüenza.

Cruzó su pierna derecha, dejando descansar a su tobillo sobre su rodilla izquierda y dándole así un aire más relajado. De nuevo había apoyado sus manos en el respaldar pero en esta ocasión dejó que su mirada se perdiera en el reflejo de luz que se colaba a través de las enramadas en la noche. Fue en ese momento que comprendió, en su arranque de rabia, que había dejado olvidado su abrigo dentro del local y que por ello además del frío se estaba congelando. Pero no, no iba a regresar sus pasos a aquel sitio, ni ver de qué manera tan perfecta su compañero de trabajo le estaba hablando a él y le estaba entreteniendo con su conocimiento de Italia.

Es que solo recordarlo le hizo mascullar maldiciones en su idioma natal. Claro, porque ese amigo italiano sabía de su interés hacía su compañero, interés que le había hecho pasar como un pasatiempo, o un capricho, debía ser sólo eso. Mu no cumplía con los estándares que estaba acostumbrado a buscar, ni con el prototipo de hombres que siempre le habían atraído. No era lo la descripción de perfección y belleza que había pensado cubrir, no tenía poder o influencia, no era de carácter fuerte, no era de altura prominente y cuerpo escultural…No, Mu no cumplía con eso.

Y aun así, cuando en uno de los viajes que el muchacho hizo al interior de Inglaterra por un contrato con una revista estuvo lejos, esa semana sintió que todo estaba fuera de lugar, que hacían falta las piezas de cámara perdida, los clic del obturador captando imágenes de él en el pasillo y en cualquier momento inesperado junto al olor a la manzanilla que solía hacerse en las noches. Todo lo resintió, su ausencia le supo amarga.

—Te gusta el chico—indicó su amigo luego de darle lo que consideraba síntomas de su estado—. No, no solo te gusta, ¡te mueres por tenerlo!

Eso tenía sentido, claro, pero el asunto no dejaba de incomodarlo en sobremanera si tomaba en cuenta que no estaba pensando en eso y que lo que sentía lo consideraba demasiado fuerte como para ser real.  ¿Acaso no había otra forma de llamar esa necesidad de tenerlo cerca aunque sea mirándolo de lejos, o escuchándolo de lejos… sentirlo de lejos? ¿No podía tener otro nombre que no fuera ese? Le era extraño para él, estaba todo fuera de su lugar en su mente porque siempre había sido alguien que preferían le atendieran, le buscaran, le cortejaran y en ese momento se sentía perdido al encontrarse en el otro lado de la moneda.

¿Por qué lo había logrado de esa forma? ¿Qué tenía él? ¿Acaso era el simple hecho de ser algo lejos de lo que pudo desear o esperar? ¿Que no cubría los estándares y aun así le parecía extremadamente interesante… curioso?

Intentó distraerse del aire a ausencia que sentía en el apartamento, buscó ocuparse en sus rosales pero muchas veces se encontraba mirándolos con cierta tristeza, con ánimos de hablarle a las rosas de lo que sentía y luego, dándose cuenta de que era una actitud estúpida para alguien como él, agitaba los pensamientos, se sentaba en el mueble, leía mientras no estaba, pensaba mientras le extrañaba, refunfuñaba mientras peleaba con el vacío de su estómago y las palabras de Saga que parecían tener cada vez más sentido para él.

Querer algo como para intentar atarlo a ti.

En ese momento sentía justo eso, justo esa sensación.

Al menos mientras el farol parpadeó unos segundos intermitente, como si fuera una baja de energía, Afrodita le hallaba aún más sentido a esas palabras. Se levantó de su asiento para volver a sentir la dureza de sus piernas húmedas y frías sostener a todo su cuerpo, y comprobar que esta vez no temblaban como minutos atrás cuando la cólera gobernaba su temple. Se había calmado, más eso no le había quitado el desosiego que sentía al verse tan afectado por aquella relación, por aquel muchacho, uno que al mismo tiempo tampoco pensaba abandonar.

El sonido de su móvil de nuevo atrajo su atención mientras decidía caminar un poco para lograr recuperar las energías luego de la calma que había tenido sentado. Viró su vista hacía el móvil, viendo primero las llamadas perdidas de él y sonriéndose al verse necesitado, como si con ello de alguna forma lo hiciera sentir en ventaja en aquel juego peligrosos del amar. Si lo meditaba, era tonto de su parte que ese simple hecho le calmara la ansiedad de forma mucho más violenta que la lluvia que había caído sobre él.

Si lo pensaba con detenimiento, Mu hacía más que eso en su vida, lo descontrolaba de formas que jamás pensó vivir. Cuando regresó de ese viaje, por ejemplo, le sonrío de aquella forma capaz de hacerle sentir como un adolescente en plena época hormonal, ansioso, deseoso, aturdido, era una mezcla erógena de cosas que se fueron anudando en su vientre y que no hallaba forma de hacerlas salir. Había llegado contento, lleno de rollos fotográficos  los cuales fue a revelar, apenas pudo, dejando la mochila llena de ropa sucia en el vestidor. Se sintió molesto al sentirse tan ignorado, esperaba quizás que se acercase y le dijera algo… ¿Qué lo extrañaba? No, no podía estar esperando eso o ¿sí?

Para cuando llego la noche de ese día ya había recorrido una docena de veces el camino desde su habitación hasta el cuarto oscuro del chico donde eran reveladas las fotografías, pensando en tocar, en decir cualquier cosa, en esperar que quizás abriera la puerta y le volviera a sonreír… para la doceava vez se tiró frustrado en el mueble, como un niño caprichoso que no había obtenido lo que esperaba. Poco tiempo pasó allí tirado, acariciándose la sien mientras vociferaba en voz baja algunas palabras insultantes en su idioma como forma de hacerse ver, aún más, la estupidez que estaba haciendo; cuando de repente sintió que se le había sentado al lado, cayendo prácticamente como un saco seco en el mueble. El sueco le miró, notó que lucía cansado, pero feliz, con los dos puntos relajados al tiempo que iba acomodando algo entre sus manos.

Y sintió eso, ese vacío en el estómago, esa necesidad en las entrañas, ese deseo indomable de no dejarlo ir más.

—¡Mira!—le pasó algunas fotografías, muestras de un muro antiquísimo que recordaba las antiguas tierras británicas en tiempos de conquista—. Son del Muro de Adriano, jamás pensé que fuera tan espectacular estar en ese lugar. Casi puedes sentir el relinchar de los caballos y el sonido de las armas chocando con el acero de la armadura.

—¿En serio?—murmuró complacido al tomarlas y revisar cada toma, encantado de los ángulos y de los bellos paisajes verdes envueltos en ruinas históricas—. ¡Es impresionante!

—¿Verdad que sí? Esta fue en el convento de Lanercost, fue construido poco después por los romanos, pero es un emblema importante. Cuando veía las fotos de estos lugares en las enciclopedias de mi casa siempre quise venir a tomarlas por mí mismo. Mira esta…—le pasa otras más, algunas vistas de los jardines antiguos—. Es simplemente hermoso.

Hermoso… la forma de sus labios moviéndose en cada sonido fonético, eso era hermoso. Los mechones cayendo lánguidamente sobre su frente, el olor —pese a tener una pequeña muestra de los líquidos usados para el revelado— era hermoso, su camiseta de rayas visiblemente teñida, su jeans prelavado, la forma de sus puntos, de sus mejillas, de su mandíbula…

—Sí que lo eres…—susurró y se complació al ver el color que tiñó sus mejillas.

—Sí, las ruinas lo son…

—No, tú lo eres—tomó el mentón con sus manos, observándolo fijamente. Miró un lado, luego el otro de su mandíbula estudiando cada rasgo y notando para su placer el sonrojo que se iba elevando entre sus yemas. Se detuvo un tiempo prudencial en él, le observó hasta dibujar con su mirada la curvatura de sus labios y la distancia de sus ojos, saboreo con el aire la tersura de su piel, sin tocarla… todo en el albor del silencio.

—Afro…

—Linda cara, perfecta para un cirujano como yo—vio la piel palidecer y la expresión de confusión y decepción—. Me voy a dormir.

Tan hermoso, tan único, tan distinto que quererlo le parecía una falacia.

Suspiró profundo luego de recorrer media cuadra hasta hallarse en el centro de la plazuela, donde volvió a sentarse en otro de los bancos húmedos, escuchando a lo lejos el sonido de algún grillo cantándole a la luna. Ahora tenía necesidad de ir a buscarlo, de verlo, pero la vergüenza se había convertido en grilletes que lo tenían metido en la oscuridad de la noche negándose a regresar sobre sus pasos. Sabía que su amigo se había dado cuenta de sus celos y actitud y que este no mediría forma de hacérselo sentir a ciencia cierta. Ahora se encontraba pensando en que había dado razones, razones de sobra para convertirse en la burla por su ataque de malcriadez.

Cruzándose de piernas se quedó mirando la luz de la luna mientras recordaba la escena del bar, como Mu había terminado de mostrar las fotografías que tenía guardada en la palm que él mismo le había regalado y su amigo parecía poderle hablar de datos históricos que él mismo desconocía con una facilidad y además sensualidad, que le había molestado en demasía. Los ojos de Mu brillando pese a mantener su rostro reflexivo, pudo ver la admiración que se iba gestando en su semblante y eso, solo eso, fue como si le hubieran torcido el estómago. Salió dejando la copa a medio probar y sin responder preguntas. Salió como si de no hacerlo terminaría ahorcando a su compañero de oficina solo para ver, de reojo, la sonrisa triunfante del maldito italiano que le hizo entender que había caído, redonda e inocentemente, en su maldita trampa.

—Italiano del demonio…—masculló frotándose la frente sintiéndose en ese momento más idiota que minutos atrás. Si, había respondido todas esas preguntas que se hizo con Saga, había respondido con la verdad.

Amaba a ese hombre, lo amaba tanto que no permitiría que se marchara de su lado, que se alejara, que lo abandonara. Todo, porque Mu no cumplía ninguna expectativa, no tenía nada de lo que había buscado antes.

Pero lo que tenía, era su todo.

El asunto es que ya eso lo sabía, lo había asumido internamente, dos meses atrás cuando todo empezó a darle vuelta y ya no tuvo fuerzas de tan siquiera detenerlo. La imagen de su rostro tan cerca se acercaba en las penumbras que resguardaba su habitación en esas noches frías de Londres, tan típicas, pero que habían sido en esas últimas semanas verdaderamente heladas y solitarias. Había notado para su pesar que Mu se había alejado de él desde aquella vez, que ya no había sonrisas, ni tan siquiera miradas por mera curiosidad. Se había cerrado del mismo modo como se cerraba en la habitación oscura, pero esta vez en cualquier lugar de la casa, ignorándolo y haciéndole sentir un poco culpable. Quizás lo había asustado, o lo había decepcionado, o se había dado cuenta de lo que sentía y no le correspondía, podrían ser todas ellas ¿no?

Se negaba, aun así, a caer más y más en la simpleza de Mu, en la sencillez y lozana inocencia que aún destilaba, en su aire de filosofías y sapiencia, en su atmosfera de paz y austeridad. No permitía que sus emociones terminaran nublando a su razón diciendo una y otra vez que la formula tenía un error. Se rebatía a sí mismo, se complicaba, se enredaba en sus propias emociones para caer exactamente en el mismo punto: las distancia entre sus labios y los ojos de esmeralda. Y para aquella noche, aquella noche simplemente no pudo con ello.

 

Necesitó sacarlo todo.

Decidido aquella noche salió de su cuarto hasta tocar consecutivamente la puerta del él, su compañero, sin recibir respuesta. Ofuscado como estaba, ya iba a lanzar algunos gritos cuando sintió la puerta del baño abrirse y al compañero salir con la toalla cubriendo sus hombros y un pantalón de dormir. Apenas estrujo un tanto sus puntos, enviándole una mirada seria antes de caminar para entrar a su habitación, con un buenas noches aleteando en el aire. Afrodita no lo dejó, tomándole del brazo y obligándole a verle desafiante.

Ahora le tocaba hablar pero todas las palabras se habían quedado trabada en la boca.

— ¿De nuevo evalúas si mi perfil es digno de un cirujano?—preguntó el menor, viéndose ofendido por el silencio y verse literalmente apresado.

— ¿Te molestó eso?—indagó, sorprendido por aquellas palabras y confundido a la vez. El mentón del menor se endureció aún más, desviando su mirada y haciendo un esfuerzo por soltarse—. Mu…

— ¿Suéltame, si?—el sueco extendió sus cejas intrigado—. Estoy cansado y mañana tengo que salir a seguir viendo apar…—mordió sus labios. El agarre cesó.

—¿Apartamento?—murmuró casi en un susurro—. Te… ¿te piensas mudar?

—Sí, pensaba mudarme a un apartamento más económico—bajó su mirada—. Así que…

—¿Por qué no me dijiste?—el tibetano subió sus ojos verdes, mirándolo con severidad.

—¿Por qué tenía que hacerlo? Te iba a avisar cuando ya estuviera todo listo…

—¿Cuándo ya te ibas?—levantó la voz, sintiéndose de repente enfermo, ansioso, desesperado, como si aquello significara algo más que una simple separación.

—¿Pero qué te sucede?

—¿Qué me sucede?—manoteó al aire, dramáticamente, como si un público pudiera observarlo. El tibetano lo miraba asombrado, más que eso, lo observaba anonadado; de repente para él las piezas habían caído una por una señalando la ruta de esas emociones y de esa rabia que teñía las mejillas del sueco mostrándole ineludiblemente la respuesta. Todo fue tan claro, para él, aunque Afrodita aún se encontraba pensando en esa misma pregunta.

¿Qué le estaba sucediendo?

Furioso consigo mismo al no poder responder tan simple pregunta, puso sus manos en la cabeza rascando el cuello cabelludo con algo de efusividad. Aquello no tenía lógica, sus sentimientos no tenían ningún razonamiento lógico, no obedecía a lo que él esperaba, no estaba en sus planes, no estaba en sus prioridades y sin embargo, aun así, le había arrebatado toda la cordura al punto de encontrarse en ese pasillo sin poder emitir una respuesta convincente.

Una que Mu había leído en el silencio.

—Dime que me quede—pidió y Afrodita levantó el rostro visiblemente contrariado—. Pídeme que me quede.

—Mu…

—Sé sincero—insistió. El mayor abrió sus gruesos labios sólo para cerrarlos de nuevo y mirar hacia un lado, negándose aún a ceder y a admitir que esas eran justamente las palabras que querían salir.

Recordó entonces las palabras de su ex… su mirada, la tensión de su voz cuando le hizo ese pedido y tuvo terror de hacerlo y escuchar una respuesta similar a la que había emitido aquella vez.

Tembló ante esa posible separación.

—Afrodita…

¿Pero que le quedaba por hacer?

—Quédate…—

Mu sonrío, se le acercó, lo abrazó… quebró sus defensas.

Sus labios presurosos se encontraron en una lucha erógena, agónica, sensual. Aquellos gruesos de Afrodita apenas dejaban un espacio de tiempo a los carnosos del menor para respirar, o mover, o formar el movimiento fonético de un gemido que terminaba atragantado entre los dientes. No, no podía detenerse, no podía más bien controlar la sangre que le bullía desde la punta de su pie y manaba dentro de él, se escurría en cada uno de sus huecos y borboteaba debajo de su epidermis, alborotando los sentidos, activando las neuronas, abriendo poros erizándose de la misma forma que todos sus vellos… descontrolándolo…

La pared se convirtió en el único muro físico que detuvo el fuerte empuje que Afrodita emitió en aquel cuerpo, acorralándolo y besándolo con pasión furiosa, quizás molesto consigo mismo, tal vez incluso furioso ante lo ilógico de la situación, de sus sentimientos y de todo lo que parecía querer desgarrarle desde adentro sin permitirle otra cosa más que sacarlo, a punta de mordidas, o besos o lamidas, bebiendo de él, de la sumisión de Mu: exquisita… porque sencillamente el tibetano había abierto sus labios y le había dado permiso de tomar todo cuánto quisiera de él, sin preguntas, sin prejuicios, ni explicaciones o promesa…

Pero le podría prometer la vida justo en ese instante si tan solo no dejaba de besarlo.

—Mu…—susurraron sus labios en el segundo que con sus blancas manos el joven había apartado el rostro del sueco, mirándolo con los ojos verdes tan brillantes que parecían que la luz del sol estaban golpeando contra ellos y no la lamparilla artificial del pasillo.

Se encontraba sofocado, incluso visiblemente aturdido pero anhelante de todo, como el fuego que se podía vislumbrar muy en el fondo de su iris, tan palpable que sentía podía quemarse con él, como si le incineraran las pestañas. Afrodita a su vez tenía un brillo demandando en sus ojos celestes, hambrientos, junto al acentuado color de sus mejillas que llegaba hasta sus orejas, sus labios titiritando como si aún quisiera apresarse a los ajenos y no estuviera seguro de si debía dejarse llevar por ese deseo. Se quedaron observando así en silencio, los dedos gruesos del oriental clavados en las mandíbulas de su compañero, dejándose rozar por el cabello brillante y ondulado, esa brillante melena abundante que si le había llamado la atención al conocerlo. Delineó así los pómulos, sintiendo que con cada milímetro conquistado su pecho retumbaba dentro de él y anhelando poder sentir más… más…

—¡Ha…!—gimieron…

Los dedos de Afrodita se habían clavados como espinas en los costados de sus caderas, apretándolo con fuerza, con ganas que apenas podían detenerse más.  El sueco entonces mordió sus labios tan lleno de excitación que creyó podría desbordarse.

—Solo tenías que decirlo…—murmuró Mu en un hilo de voz, dibujando una sonrisa al tiempo que quemaba los espacios que separaban ambas bocas.

Solo tenía que besarlo… solo tenía que acariciarlo, solo tenía que poseerlo.

Y amarlo…

Los besos que siguieron a ese ritual fueron menos demandantes pero más fluidos y profundos; se convirtió en una danza placentera de dos pieles y dos carnes calientes humedeciéndose entre ellas. Era una verdadera preparación, una increíble marejada de seducción que los iba arropando junto a las caricias insistentes y cada vez más intimas, en la necesidad de sentirse con todo y dejar ir, deshojando uno a uno, cada capa de argumento que evitaba la unión. Afrodita fue el primero que abandonó la boca para explorar las cercanías de las mejillas blancas ahora rojas, del cuello tenso y con el respirar agitado visible en la textura de su piel y el movimiento de la nuez de Adán vibrando. Mu gimió y buscó hacer un recorrido similar, hasta besar por fin el lunar izquierdo que engalanaba el rostro del compañero y sonreírle sofocado. En respuesta, fue él quien subió sus besos hasta besar y lamer los dos puntos que le había llamado tanto la atención de su frente.

Pronto la toalla cayó al suelo y lo que cubrió los hombros de Mu, fresco por el baño, fueron los gruesos labios de Afrodita tanteando y luego la lengua delineando líneas sobre ella. Iba induciéndole con un leve agarre en su muñeca para que Mu fuera dando la espalda, para regar beso sobre ellas mientras su otra mano acariciaba el frente, se movía entre sus tetillas y bajaba a su vientre, le hiciera gemir y temblar entre sus dedos. Sintió como si estuviera formando con su cuerpo la belleza de él, exótica y distinta, virginal, inocente, sencilla, pero tan poderosa que había sido suficiente para nublarlo por completo y hacerle entender que había más, más de lo que una vez creyó tener o poseer.

Con succiones y mordidas marcó su cuello y hombros, con rítmicas embestidas su cuerpo, con su voz enunciando su nombre… selló su alma.

Y se dejó sellar al mismo tiempo que ambos llegaron al alcance de lo que deseaban, fuera de todas las apariencias…

Dos meses de eso, dos meses viéndose, sonriéndose, saliendo, haciendo el amor…

Dos meses que fueron suficientes para atarlo y dejar todo en su vida fuera de lugar.

—Entiéndelo Afro, ¡ese hombre te tiene dominado!

Sí, le había dominado hasta el alma.

Suspiró rascándose la frente de nuevo, preguntándose si amanecería con resfriado el día siguiente y con ello tomaría unos días de vacaciones como tanto le faltaba. También se encontraba intrigado ante lo que podía hacer Mu al encontrarse solo y si él no iba a buscarlo, si aceptaría que su compañero lo llevara al apartamento. Siendo objetivo, es lo que él hubiera hecho con Saga en una situación similar pero viéndolo de otro lado le molestaba en sobre manera pensar en eso. Estaba en el otro lado, sí, esa era la conclusión que llegó al final. Con Mu se encontraba del lado posesivo de la relación.

De repente sintió en su cuello anidándose unos brazos junto a la textura del abrigo que había dejado en el local. Se sonrió al notar el aroma de su perfume y reconocerlo al instante.

—Te estuve buscando—le susurró pegado en el espacio entre su hombro y el cuello, para luego dejarle un beso sencillo en la piel blanca—. ¡Mira cómo te mojaste, Afro!

—Estoy bien—apoyó su mano derecha entre los brazos que lo aprisionaban, instándolo a permanecer así, entregándose a esa tibieza que le aliviaba todo pesar.

—¡Estás empapado!—gruñó, alejándose y tirándole el abrigo a la cabeza para que se lo pusiera—. Y no sé porque me dejaste solo con tu amigo.

—¡Pensé que estabas muy cómodo con él!—eludió colocándose el abrigó para levantarse del asiento.

—Pues no, es algo extraño. Me tenía incomodo ya. Vamos.

Le tomó del brazo para que le siguiera, caminando en frente y visiblemente apurado. Afrodita sonrió, divertido, ya no importándole de qué lado de la moneda estaba o que tanto había cambiado su vida. En otro tiempo jamás hubiera permitido que su pareja le jalara como él pero allí, justo allí, estaba fascinado, contento… emocionado. Sentirse necesitado, sentirse ansiado… que lo estuvo buscando, que lo anhelaba a él.

Lo amaba…

—Te prepararé un baño caliente o si no te resfriarás. ¡No sé en qué locura andabas pensando!

Se detuvo en ese momento, paralizando los pasos de su pareja para luego avanzar con los propios y juntar sus labios con los de él, sus labios fríos, húmedos, titiritando un poco con el frío, absorbiendo el calor de esa cavidad que había besado tantas otras veces pero no dejaba de ser, sencillamente, prometedora en cada nuevo contacto.

—Te amo—confesó, volviendo a mordisquear su labio inferior.

—Eso lo sé—el mayor, ante esa respuesta, levantó una ceja con curiosidad.

—Y me estaba muriendo de celos—Mu sonrió, dejándose besar de nuevo.

—Eso también lo sé.

—Idiota…—masculló, atrapando la cintura para profundizar un beso en donde le decía que le pertenecía, a él y solo a él.

—No, tú eres el idiota que por celos sale en plena lluvia y prefiere mojarse—respondió el menor—. Vamos a casa.

Notas finales:

Espero les agrade la historia. Esto fue para el Evento de Afrodita de Piscis, Todo Vale, foro Saint Seiya Yaoi.


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