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El puente del Trol por DraculaN666

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Notas del fanfic:

Soy yo quien se atrevió valientemente a retarla. Soy yo la que esta medio arrepentida xD pero muy emocionada por ver que un reto me ha dejado volver a escribir con fluidez.

Y si, soy yo quien le esta mentando la madre a A-Y porque abre sus puertas cuando le sale de los tanates, puta madre.

Para ti, Jee~ y legalmente en mi ciudad sigue siendo miércoles :B


Aclaraciones: La historia es mía, pero hay fragmentos de diálogos en cursiva que salieron de un cuento de Neil Gaiman que inspiro completamente la historia y el titulo de la historia. Los nombres de mis personajes principales son en honor a Stephen King y Neil Gaiman. Los demás se lo debo a San Google :B

Advertencias: ... No hay ninguna puta madre! No me reconozco con esta historia D': A mi beta no le gusto... pero no importa, es para Jee y a ella si le gusto :B

1


 


Inhaló y exhaló lentamente. Una, dos y hasta tres veces dejando escapar el frío vaho por su boca. Sus pequeñas manos se aferraron fuertemente a la pelota de béisbol que su abuelo le había regalado la navidad pasada.


 


Observó atento el camino de tierra que la nieve cubría y, forzando un poco su mirada, divisó un claro a lo lejos, que, en los días más bellos de la primavera se erguía hermoso y verde, rodeado de frondosos árboles que danzaban con el aire cálido. En el centro, justo en medio de la belleza, se encontraba un puente. Un pequeño puente formando un arco incongruente, un camino hacia ninguna parte que cortaba abruptamente la belleza del lugar. Las flores crecían perezosas a su alrededor y las demás hiervas inexistentes en ciertos puntos le daban un toque desolador.


 


Ahora, en invierno, la nieve cubría por completo todo el claro de un blanco inmaculado, formando una suave y fría manta que se extendía sobre él, chocando con los congelados árboles que rodeaban el lugar y, el puente, inerte como siempre, majestuoso para alguien de su tamaño, se erguía poderoso, como si el invierno o el verano fueran exactamente lo mismo.


 


El pequeño niño se removió inquieto, escuchando unas voces a lo lejos, exigiéndole regresar con la pelota para reanudar algún juego infantil.


 


Dio una última mirada hacia el camino que se perdía en la lejanía, recordando vagamente las palabras que su abuelo le había dicho antes de morir hace un par de semanas.


 


— El puente… debajo… no…


 


Se lo había dicho de una forma desesperada, aferrándose fuertemente a su brazo con las últimas fuerzas que le quedaban a su decrépito cuerpo. Sus ojos, saltones y llorosos, se quedaron fijos mirándole, clavados de la misma forma en que se clavaban las uñas de su mano al aferrarle más.


 


— Tranquilízate abue, estaré bien. —Contestó con temor, tratando de soltar inútilmente el agarre.


 


El anciano le soltó, dejándose caer desfallecido en su lecho, murmurando una y otra vez “no vayas… el puente…  esperando… solo…”


 


Nunca cruzaron palabras como “promesa” o “juramento” porque, simplemente, sabía la verdad y, muy en el fondo, su abuelo también lo sabía.


 


Iba a ir bajo el puente. Porque era un niño curioso, porque el anciano no debió haberlo mencionado y, más que nada, porque algo le estaba esperando.


 


2


 


Jugó hasta el atardecer con sus amigos, lanzando la pelota de aquí para allá. Cuando el sol comenzó a caer, toda madre llamó de inmediato a su hijo, resguardándole del frío inclemente que se desataba al ocultarse los últimos rayos de sol. Tomó su pelota, quitándole suavemente la nieve que tenía impregnada y, una vez más, mirando el camino hacia el puente, corrió hasta su casa, donde su abuela le hacía señas para que se apresurara.


 


No sabía, y tampoco le importaba demasiado, qué había sido de sus padres. Desde siempre sus abuelos eran los que se encargaron de criarlo, alimentarlo y convertirlo en el niño alegre y curioso de ocho años que era.


 


Su abuela, a diferencia de muchas abuelas que conocía, era aún jovial y activa. Ella le decía constantemente que aún era joven, que sus cincuenta y tantos años los había vivido bien y sanamente. En cambio, su abuelo, había sido un hombre mucho mayor que ella.


 


No comprendía del todo las explicaciones que le daba en ocasiones sobre casarse sin amor, porque así debían de ser las cosas en su época. Claro que lo quería, agregaba en ocasiones, más para ella que para el niño, pero amar es algo muy diferente a querer a alguien.


 


Stephen asentía levemente con la cabeza, sin agregar nada al comentario y media hora después, cuando su abuela terminaba de relatarle cosas pasadas con su mirada nostálgica, se levantaba de su lugar para abrazarla, murmurando quedamente que él la amaba.


 


La mujer, siempre conmovida, acariciaba su cabecita diciéndole que ella también.


 


Su vida era buena, no tenía lujos y tampoco los necesitaba. En un pueblo tan pequeño en realidad nada de eso tenía gran significado. Las horas se perdían entre la escuela y juegos. Correr y explorar eran los deportes favoritos de todos.


 


Sin embargo, cuando el invierno caía, las tardes se hacían largas y aburridas, las madres se negaban a dejarlos salir más de la cuenta. Su abuela le repetía una y otra vez que la nieve era muy traicionera. Que si bien era divertida, el frío no le hacia bien a su pequeño cuerpo y podía ser peligroso.


 


Stephen no tenía más remedio que rendirse y ayudarle con los quehaceres de la casa.


 


3


 


Fue uno de esos días en los que su abuela salía temprano de la casa, diciéndole que iría al pueblo vecino a hacer unas compras, donde vio la oportunidad perfecta.


 


Había pasado algún tiempo desde la muerte de su abuelo y se estaba acrecentando su curiosidad por ir al viejo puente.


 


Después del típico sermón que su abuela le daba cada que le dejaba solo, cosas como “no salgas, no le abras la puerta a nadie, no rompas nada…” la casa quedó completamente a su merced.


 


Observó desde la ventana del segundo piso como se alejaba la mujer, encontrándose en el camino a alguna de sus amigas, que le harían compañía durante el camino.


 


Una vez sintió que no había peligro, cambio su ropa por una más abrigada. Se puso unas botas que había junto a la puerta, cubrió sus manos con guantes y enrolló en su cuello una bufanda de color rojo que su abuela le había tejido.


 


Se encontraba a punto de salir por la puerta principal cuando lo pensó mejor.


 


Si alguno de los vecinos le veía salir de la casa, seguro que no dudarían en contárselo a su abuela, que se enfadaría muchísimo con él.


 


Temeroso ante ese pensamiento, corrió hasta la cocina, donde se encontraba la puerta trasera. Salir por ahí sería menos arriesgado, pero significaba dar un largo rodeo  pasando por las casas que se encontraban entre él y su camino.


 


Sin tomar muy en cuenta ese detalle, salió de la casa y observó la gran valla que cubría el patio trasero. Corrió hasta una esquina donde el verano pasado, él y uno de sus amigos habían logrado hacer un agujero por el que cabían perfectamente. El pequeño hoyo conectaba con el patio de la casa de al lado, así que si no quería ser descubierto, debía correr rápidamente hasta el otro extremo, donde ya no había valla y podría perderse por el camino del bosque hasta el claro.


 


Tomó aire, sintiendo el frío viento rozar sus mejillas. Reptó por el agujero y, observando atentamente la casa de sus vecinos, se incorporó con rapidez yendo hasta el otro extremo. Corrió y corrió sin detenerse a averiguar si había sido descubierto.


 


Sólo cuando se encontró entre árboles silenciosos, sobre el caminito que llevaba a su destino, detuvo su marcha, respirando agitado por la carrera.


 


Sonrió triunfante al ver que había logrado su cometido y, eufórico, continuó su camino sin detenerse, sintiendo como la adrenalina se esparcía por todo su cuerpo al ver que, paso a paso, el puente se hacía más grande y majestuoso.


 


Detuvo su marcha al llegar a la entrada del claro, vacilante. Justo en ese momento se permitía dudar. ¿Era correcto? ¿Y si su abuela se enteraba? ¿Qué había allá abajo? ¿Y si su abuelo, estuviera donde estuviera, se enteraba?


 


Removió inquietamente sus manos, frotándolas una con otra sobre la tela de los guantes. Sus labios dejaron escapar una leve capa de humo. Apenas era medio día pero el frío era inclemente y el cielo, gris y lleno de nubes, no dejaba que ningún rayo de sol se colara, dando una imagen algo tenebrosa.


 


Fijó su mirada bajo el puente, en ese arco misteriosamente oscuro.


 


El puente no tendría más de cuatro metros y medio de ancho, pero desde su perspectiva, el otro extremo se veía lejano, dándole un aire oscuro y vacío en la parte media.


 


Se armó de valor, restregando las manos por sus mejillas y pensando que nadie tenía porqué enterarse de lo que estuviera o no haciendo ahí, caminó a paso lento pero firme, sin dejar de mirar su objetivo.


 


Por algún motivo, el camino se le hizo insoportablemente lento, como si a cada paso que diera, el puente se alejara de él. Sin embargo y sin comprender del todo el termino “ilusión óptica” llegó a la oscura entrada.


 


Continuó mirando asombrado. Era alto, muy alto y oscuro. No importaba cuántas veces recordara que el ancho desde arriba se veía corto. Por abajo, parecía una cueva que se extendía en la lejanía, sin dejarle observar su salida.


 


Tragó saliva con dificultad, embutiéndose por completo dentro de su chamarra, como si esta lograra protegerle de lo que se encontrara dentro. Fuera lo que fuera.


 


Apenas puso un pie dentro, quedando cubierto por la oscuridad, un escalofrío le recorrió el cuerpo por entero. No fue sino hasta que, completamente envuelto por la oscuridad, sintió que todo  había sido un terrible error.


 


Sus ojos se adaptaron a las sombras oscuras, que resaltaban un poco por la poca luz que entraba de los lejanos extremos.


 


Se preguntó cómo era posible, si apenas había dado un par de pasos hacia dentro, que la entrada pareciera igual de lejana que la salida.


 


Ignoró esos pensamientos al ver la cosa parada frente a él y reprimió un grito de terror.


 


Era alto, tan alto que su cabeza rozaba el arco del puente. Su cuerpo parecía translúcido, pues los ladrillos de las paredes se veían a través de su piel, aunque algo borrosos. Tenía unos enormes y fuertes dientes amarillentos, al igual que unas garras peludas que atemorizaban bastante. Su pelo era largo y oscuro, cayendo sobre sus hombros caídos. Iba casi desnudo, sólo una fina tela –o piel- roída cubría su miembro. Sus ojos eran completamente negros y vacíos, parecían observarle con mucha atención.


 


— Soy un Trol. —Susurró con algo parecido a la melancolía—. Fol rol de ol rol. —Agregó después de meditarlo, como si acabara de ocurrírsele.


 


Una risa infantil, que no era suya, resonó por todo el lugar. ¿De dónde sale? Pensó algo cohibido, pero no se atrevió a preguntarlo en voz alta.


 


— Debería comerme tu vida. —Prosiguió el Trol después de un rato, clavando sus oscuras y enormes orbes sobre él.


 


Stephen se estremeció en su lugar. Tenía una voz áspera y grave, como salida desde lo más profundo de un pozo. Sin embargo, meditó, tenía un tinte melancólico y cansado, muy cansado.


 


— ¿Por qué? —Preguntó una vez que su voz logró salir.


 


Fue un susurro ahogado y agudo, que brotó de su infantil garganta con todo el temor que la situación le provocaba.


 


— Porque soy un Trol. —Le respondió, como si era fuera la respuesta a todas las preguntas que azotaban su pequeña cabeza.


 


Se observaron largamente, hundiéndose poco a poco en los ojos contrarios. El Trol, alto y robusto veía esos infantiles ojos mirarle con curiosidad, admiración y mucho temor. Su cuerpo tiritaba levemente, no sabia si de frío o de miedo.


 


La criatura trató de sonreír pero se contuvo. Con su apariencia y sus dientes sólo terminaría de aterrar al pequeño frente a él.


 


— Pero no lo haré. —Dijo finalmente, moviendo torpemente su cuerpo en el reducido espacio y, después de apoyar su espalda contra la pared, se dejó caer suavemente sobre la hierba seca, suspirando cansinamente.


 


Stephen observó con atención y, súbitamente, todo impulso por huir o salir corriendo, al igual que su miedo, se esfumó completamente, haciéndole relajarse y restregarse  la cara con las manos, limpiando el sudor que no sabía en qué momento comenzó a caer por su rostro.


 


— ¿Por qué estas aquí? —Preguntó sentándose frente al Trol.


 


— Estoy esperando. —Le contestó dubitativamente, sin comprender por qué el niño seguía ahí.


 


— ¿Qué esperas? —Continuó interrogando, picado cada vez más por la curiosidad.


 


La mirada de la criatura se perdió en la lejana salida, como si añorara algo que se encontraba del otro extremo.


 


Ninguno de los dos dijo nada durante unos minutos. El Trol meditaba su respuesta con cautela. Tenía mucho tiempo esperando ahí abajo, mucho más del que era capaz de recordar y, en realidad, ya no recordaba con exactitud que era lo que esperaba con tanto anhelo.


 


Stephen, por su parte, trataba de contener todas esas preguntas que asaltaban su mente. Era un niño, y quizás aún le faltaba madurar mucho, pero era consciente de que no debía tentar su suerte y agobiar demasiado a una criatura que no sabía si era peligrosa o no.


 


— No lo sé. —Respondió al fin el Trol, soltando un suspiro abatido y pasando por sus cabellos una de sus manos, donde sus garras se vieron brevemente atrapadas entre los nudos de su grasienta melena.


 


— ¿Cómo puedes estar aquí, esperando y no saber qué es lo que esperas? —Inquirió el menor, no muy satisfecho por la respuesta.


 


El Trol le sonrió irónicamente y, de nuevo, una risa infantil resonó por todo el lugar.


 


— Porque no tengo nada más que hacer, más que esperar y esperar aquí abajo.


 


El niño le observó de manera curiosa, sin comprender del todo sus palabras.


 


— Podrías salir al claro, pasear, ver el cielo… no sé, simplemente salir.


 


La sonrisa de la criatura se extendió más, como si acabaran de contarle el mejor chiste de su vida.


 


— No puedo salir de aquí. Soy el Trol del puente. Este es mi puente y yo soy del puente. No puedo dejar mi puente.


 


Nuevamente, el menor le observó con algo de extrañeza.


 


— Bueno, entonces sal y ve a la parte de arriba del puente, así no lo dejarás.


 


Un sonido gutural y algo tétrico salió por la garganta del Trol, llenando las paredes con ecos atemorizantes y lúgubres. Estaba riendo a carcajadas, de una manera para nada alegre, que se fundía con esa risa infantil que sonaba más fuerte, como si las paredes fueran las que se reían.


 


Stephen se agazapó en su rincón, sin saber muy bien si quedarse callado o salir corriendo, aterrado por ese sonido que dejaba escapar la criatura frente a él.


 


Una vez tranquilo, el Trol se limpio una lagrimilla inexistente de uno de sus ojos y observó al niño con un deje de burla.


 


— Para ti es muy simple decirlo, mocoso, pero las cosas no son tan simples.


 


Seguía sin comprender del todo esa actitud. ¿Tan difícil era salir y subir al puente? No tenía nada de ciencia y hasta un Trol – un gnomo o cualquier otra criatura que se suponía debía de vivir en su mente- podía hacerlo.


 


Por otro lado, una vez superada la gracia de la situación, el Trol comenzó a enojarse de verdad. ¿Cómo se atrevía un niño, humano, a hacerle quedar como un tonto? Como si la situación tuviera una solución tan simple como el simple deseo de querer salir y observar el cielo, los árboles y las flores. Si todo fuera tan sencillo él no se encontraría ahí, solo, entre humedad y hierba podrida.


 


— Me comeré tu vida. —Dijo, amenazante, sin moverse de su lugar.


 


Vio cómo los ojos del niño se posaban en su ser, sin mostrar miedo alguno, cosa que le desconcertaba bastante.


 


— Y dime —comenzó a hablar el menor—, si te comes mi vida, volverás a estar solo ¿no?


 


Una de sus pobladas cejas se arqueo de forma escéptica, sin comprender el significado de la pregunta.


 


— Pues si, como siempre. —Respondió pausadamente.


 


— Verás —continuó el niño—, si no me comes, te prometo venir a jugar contigo. —Dijo tal cual, como si fuera algo normal y sin mucha importancia.


 


Los ojos y la boca del Trol se abrieron de forma casi cómica, formando una parodia grotesca de alguna carilla mal dibujada de algún niño y Stephen tuvo que reprimir la carcajada que pugnaba por salir de su garganta.


 


No sabía qué responderle. ¿Ir a jugar con él? ¿Es que el mocoso estaba tonto y no veía lo que era ni la situación en la que se encontraban?


 


Iba a replicar, a dar argumentos válidos –según su criterio- y a decirle que si seguía con bromas tan estúpidas –de verdad- se lo iba a comer.


 


Pero observó atento los ojos cobrizos del niño, que le transmitían sinceridad, paz y un poco de esperanza.


 


Cerró la boca de forma lenta y sus ojos regresaron a un tamaño más o menos aceptable. Meditó un largo rato, sopesando la situación, los pros y los contras.


 


— ¿Cómo te llamas? —Fue la única respuesta que, de momento, le podía dar.


 


— Stephen ¿y tú? ¿O debo llamarte Sr. Trol Fol rol de ol rol?—remedó sin malicia, divertido por las palabras.


 


El Trol hizo una mueca de inconformidad pero, una vez que vio la sonrisa del niño, se contagió de ella y acercó una de sus garras, lentamente, hasta dejarla cerca del menor.


 


— Creo que me llamo Neil, y si no es así, el nombre me gusta.


 


Stephen lanzó una carcajada ligera y tomó con una de sus pequeñas manos la garra que le ofrecía, moviendo de arriba abajo lentamente.


 


— Mucho gusto Neil.


 


— Igualmente, Stephen.


 


4


 


El paso del tiempo fue inclemente. Los días, los meses y los años no perdonaban ni daban tregua y se iban alejando de la misma forma en que llegaban, súbita y desprevenidamente.


 


Neil nunca llegó a creer que de verdad Stephen regresaría para jugar o charlar con él. Sin embargo, cada tarde el niño aparecía en la entrada del puente, embutido en mil abrigos o sólo en pantaloncillos cortos y camiseta de tirantes, según fuera el caso. Y no podía ser más feliz de lo que ya era. Tenía alguien con quien hablar, alguien que no le tenía miedo y veía que, a pesar de su gran tamaño, era realmente una buena criatura.


 


Por otra parte, Stephen terminó dándose cuenta de muchas cosas. La más importante fue el paso del tiempo. Era como si, al estar bajo el puente, el tiempo se detuviera. Lo que para el eran cinco horas junto a su nuevo amigo, para el resto del mundo eran cinco míseros minutos, lo cual le otorgaba una gran ventaja al no tener que dar explicaciones por sus largas ausencias. Tiempo después, Neil le explico que era él quien podía detener de esa forma el tiempo, “ventajas de ser un Trol” había dicho, no sin cierto tono ácido.


 


Otra cosa, era la actitud del Trol. Su imponente figura y sus comentarios sarcásticos eran sólo una fachada exterior aunque, por dentro, era infantil y caprichoso, casi como él. Como si fuera un niño atrapado dentro de ese gran cuerpo.


 


Lo atribuía a la soledad y al poco contacto que tenía con el exterior. La verdad, era algo a lo que no le daba importancia, pues era como estar con alguno de sus amigos y, con el paso de los años, se dio cuenta de que si bien Neil mantenía su mismo aspecto, a diferencia de él que comenzaba a transformarse en un adolescente, la madurez era mutua.


 


Las charlas dejaron de tener matices infantiles y ahora eran más profundas. Como las cosas que querían hacer o las que realmente harían. Stephen hablaba, a veces más para el mismo, de ayudar a su abuela que se hacia mayor, las escasas chicas que habían en el pueblo o alguna cosa más que rondara su mente.


 


Y, aunque a Neil le encantaba escucharle hablar y cambiar opiniones, se dio cuenta de que él no podía hablarle de alguna experiencia emocionante, pues siempre estaba bajo el puente.


 


¿Qué podría decirle? “Pues veras Stephen, ayer mate a tres arañas de un manotazo, interesante ¿no?


 


¡No! Claro que no. ¿Pero que le podía decir? Su vida antes de su llegada –si es que tuvo alguna- eran fragmentos muy borrosos que no podía separar de sus múltiples fantasías y su deseo de salir corriendo de ese lugar. Por eso mismo, cada día le aterraba más. ¿Cuándo se cansara de mí? ¿Dejará de venir? ¿Qué le diré mañana? ¿Qué soy, aparte de un horrible monstruo?


 


Y así como él se atormentaba día a día, Stephen comenzó a llegar con cara de preocupación, cada día más pálido, más perdido en sus pensamientos.


 


5


 


Fue una tarde a finales de otoño. El frío comenzaba a sentirse en el ambiente y la lluvia pronto se convertiría en nieve.


 


Stephen había cumplido ese mismo años los diecisiete. “Ya eres casi un adulto” le decía constantemente su abuela. Y era cierto.


 


El enclenque niño de ocho años había quedado, desde hacía mucho tiempo, atrás. Era bastante alto, casi tanto como su amigo el Trol. Su cabello negro lo llevaba corto y siempre desordenado. Sus ojos cobrizos tenían un matiz algo fiero y seductor. Muchas jóvenes, y quizás muchos jóvenes –y, también, ¿por qué no? Muchas mujeres ya adultas- recorrían con su mirada el atlético y fornido cuerpo que había desarrollado el muchacho. Tenía atractivo y un seductor aire misterioso, imanes perfectos para que la atención de todas las personas se centraran en él.


 


Sin embargo, aunque era sociable, amable y contaba con buenos amigos, con los que había crecido en ese pequeño pueblo, nadie le conocía ninguna novia. Propuestas no faltaban. Muchas mujeres de los pueblos cercanos también estaban al tanto de su seductora belleza, pero ninguna había sido capaz de penetrar en los misterios que envolvían al joven.


 


Sus amigos le preguntaban constantemente, pero el se limitaba a decir que no tenía ningún interés en particular.


 


Claro que había tenido sexo, ligues pasajeros con mujeres anónimas que tampoco se molestaban en recordarlo y, por esa razón, se convertían en buenas propuestas. ¿Amor? Más adelante, con leche y dos terrones de azúcar, pero en este momento no.


 


Lo único que no cambiaba para Stephen, eran las visitas a su amigo, casi cada día o cada dos como mucho, iba bajo ese puente y se perdía en las charlas sin sentido. Con Neil era con el único que se permitía ser el mismo. Hablaba y hablaba sin parar de sus temores, de sus sueños y de sus efímeros amores de una noche. El Trol le escuchaba atentamente, sin objetar o juzgarle, siempre en silencio, hasta que terminaba de hablar y hacia algún comentario de nada en particular, y se volvían a enfrascar en su mundo, el pequeño mundo que habían creado juntos.


 


Stephen le llevaba libros que, aunque difícilmente, Neil leía con atención. La historia del mundo, novelas fantásticas, cuentos de fantasmas, muertes y asesinos. Cualquier tema le gustaba y devoraba palabra a palabra, día tras días.


 


Pero las cosas estaban cambiando, los dos se daban cuenta. Los silencios de Neil, las preocupaciones de Stephen. Su abuela  había enfermado hace un par de meses atrás y, lo que en un principio parecía no ser nada, ahora era una enfermedad incurable. Pocos meses de vida, una cama blanca donde reposaba todo el tiempo y un adolescente casi adulto que debía comenzar a trabajar para ganarse la vida y cuidar de la mujer. La pensión que recibía su abuela como herencia del abuelo ahora sería para él, sus padres desaparecidos le habían mandado una jugosa cuenta que no había tocado, porque ellos no se dignaron ni a dársela en persona.


 


Todo era un caos, lo sabía, y creía encontrar paz bajo ese puente. Pero un lunático, salido de los avernos congelados del infierno, había decidido, ¡sin su consentimiento! Derribar ese puente que opacaba la belleza de ese claro que podía atraer “turismo y riquezas” a este pueblo.


 


Se había negado -¡Dios sabia que lo había hecho!- ¿Pero a quién le iba a importar su opinión? A nadie, por supuesto.


 


Se perdió en los ojos negros de Neil. ¿Debía decírselo? Que mañana ese puente ya no existiría más, que algún estúpido iba a acabar con lo que más quería en ese mundo.


 


No se sintió capaz. Por eso mismo, las eternas cinco horas que pasaban juntos se convirtieron en diez o en quince quizás, aunque para el mundo sólo fueran unos míseros minutos.


 


Antes de marcharse volvió a mirarle intensamente, queriendo decir algo, pero no se sintió capaz. Con una de sus manos tomo una de las garras de Neil, como hacía diez años había hecho. La estrujó entre sus manos, unas manos que habían dejado de ser infantiles y ahora tenían la fuerza de un hombre.


 


A pesar de todo, puede que Neil entendiera, quizás no lo comprendiera del todo, pero sentía que era una despedida y la aceptaba como tal. Sin promesas, sin lágrimas –aunque bien sabían los dos, querían llorar y desahogarse.-


 


Cuando Stephen salió del lugar, Neil llevó una de las garras a su rostro, donde limpio una lágrima solitaria y traicionera. Después, no supo cómo, todo se volvió negro y cayó en un profundo sueño.


 


6


 


Stephen salió despacio de debajo del puente, sintiendo el aire frío golpearle, como si quisiera castigarle por su silencio. Sus ojos se inundaron de lágrimas, pero sólo una o dos se atrevieron a deslizarse por sus mejillas.


 


— Te quiero… — Murmuro a nadie en particular y sin ser consciente de lo que había dicho, como si alguien ajeno a él hubiera pronunciado esas palabras.


 


Con su pecho oprimiéndose de forma dolorosa, volvió de regreso a su casa. Se perdió entre los árboles, corriendo sin parar y respirando dificultosamente a causa de los sollozos que no dejaban de salir de su boca. No miró atrás ni una sola vez, por eso mismo, sólo los árboles y sus hojas marchitas, fueron los únicos testigos de que, debajo del puente, algo brillaba intensamente.


 


7


 


Todo sucedió tan rápido, que no fue capaz de procesarlo hasta horas después, encerrado en su habitación con el rostro empapado en lágrimas.


 


Su abuela había muerto y, como una obra cruel del destino, el puente había sido demolido, piedra por piedra hasta dejarlo hecho escombros, que fueron rápidamente removidos del lugar.


 


Sujetó fuertemente con su mano derecha el fragmento de piedra que era lo único que le quedaba como recuerdo. Sintió que todo era una pesadilla, una horrible pesadilla de la que pronto se despertaría sudando y al borde de las lágrimas. Se sujetaría a su abuela en un cálido abrazo y, con una sonrisa, le diría que todo estaba bien. Después, correría hasta el puente y se perdería en una charla sin sentido con su amigo el Trol, de actitud infantil que con el paso del tiempo maduró junto a él y, al que, poco a poco, dejó de ver tan gran y atemorizante.


 


Peor no fue así, la noche le encontró sollozando en su habitación, dormido y aferrado a esa inútil piedra que era todo lo que quedaba de su hermosa infancia. Todo era real y, solo y sin en nadie en que apoyarse, debía enfrentarlo y aceptarlo.


 


La semana se perdió rápidamente entre el funeral que fue financiado por sus padre, que como era de esperarse, sólo enviaron sus condolencias. La gente le miraba con pena, expresando su pesar.


 


Hipócritas, quiso gritar, pero se limitó a asentir débilmente, murmurando “gracias” que no sentía en absoluto.


 


Fue una semana larga y dolorosa, donde contemplaba el vacío que quedaba en ese claro, donde no había hierba ni vida. Para la próxima primavera, pensaba, habría plantas por doquier y el recuerdo quedara completamente borrado.


 


Pero yo lo recordaré, se decía, mientras yo lo recuerde estará bien. Debía seguir adelante.


 


— No sueñes. —Le decía Neil continuamente—. Hazlo. Si lo quieres, lo tienes, pero no te quedes soñando.


 


Y Stephen le creía. Por eso estudiaría, seguiría esforzándose, y se iría de ese lugar. Sería alguien en una ciudad y cumpliría sus sueños. Por él, por su abuela y por Neil.


 


Claro que era fácil decirlo, pero cumplirlo le parecía algo tremendamente imposible.


 


Por eso, una semana después, se encontraba en su cama, embriagado por oscuridad y recuerdos. No sabía si estaba despierto o dormido, todo en las noches le parecía irreal. No supo si era en sueños o de verdad pasaba, pero su ventana brillaba intensamente, con una luz blanca y pura que llenaba la habitación haciendo imposible que se formara sombra alguna.


 


Se incorporó y observó la ventana. La luz no le cegaba, por el contrario, le atraía como si fuera una polilla o algún tipo de insecto. Se acercó lentamente, viendo como fuera de su habitación todo parecía estar nevado. El tenue reflejo de la ventana le dejaba ver su rostro algo pálido y los ojos rodeados por ojeras. Trató de sonreír, pero la mueca que le devolvió su reflejo le espantó. Cerró los ojos, diciéndose que todo era un sueño y pronto despertaría.


 


El aire en sus pulmones se quedó atorado cuando abrió sus ojos y vio, del otro lado del espejo, a un joven hermoso, de cabellos plateados y enormes ojos dorados que le observaban embelesado. Vestía un largo atuendo blanco como la nieve, y de su espalda salían un par de alas translúcidas y brillantes.


 


¿Grito? ¿Corro? ¿Lo golpeo? —se cuestionó rápidamente por la impresión, pero se tranquilizó al ver que el otro sólo se quedaba ahí, quieto, como si lo más interesante fuera observarle.


 


— Hola Stephen. —Escucho que decía una voz cálida y tranquila, que se le hacía vagamente familiar.


 


No contestó al saludo, se quedó observando al joven que en ningún momento dejo de sonreír. Debió poner una mueca muy graciosa, pues una suave carcajada inundó la habitación y, de nuevo, la sensación de vaga familiaridad se hizo presente.


 


No le tomó ni un minuto comprenderlo, pero aun así, la luz iba menguando y el rostro sonriente se transformó en un gesto melancólico.


 


— Gracias por quererme. —Dijo de nuevo esa voz, que indudablemente procedía del chico frente a él.


 


Todo fue rápido. La luz se apagó, abrió la ventana de golpe y gritó al viento, a la oscuridad y al vacío que ahora había frente a él.


 


— ¡Neil! —Tronó el grito en la noche, perdiéndose en un eco lejano.


 


La soledad fue su única respuesta. Jadeante y sin comprender qué estaba ocurriendo, se dejó caer en su mullida cama, dejando que su mente divagara y  encontrara coherencia a lo ocurrido.


 


8


 


— ¡Estúpido! —Gritó una fuerte voz que resonó por todo el recinto—. ¿Has dejado que un humano te viera? ¡Que imprudencia tan tonta!


 


Los largos y plateados cabellos del anciano se mecieron con furia, como si la corriente de aire brotara de su cuerpo, remarcando con acciones la ira que le provocaban las acciones del menor de sus hijos.


 


— No puedes prohibirme verlo. —El menor, con sus enormes ojos dorados y su cabello rozando los hombros, le devolvió la mirada sin vacilar ni un segundo.


 


— ¿Cómo te atreves?


 


El anciano estaba a punto de convertir su furia en acciones, cuando unas pálidas manos le detuvieron suave, pero firmemente. Sus alas gastadas por el tiempo dejaron su veloz aleteo para poner atención a la mujer mayor que se encontraba a su lado.


 


— Seelie, querido, por favor tranquilízate. Nuestro hijo acaba de regresar a nuestro lado, ¿Y lo mejor que puedes hacer es reñirle? No me parece justo. —La firme y dura voz de la anciana hada suavizó las facciones de su marido,  que corrigió la postura en su asiento y, con un gesto desdeñoso, le restó importancia al asunto.


 


— Aria, eso no significa que tengamos que ser benevolentes con los actos tan descuidados de nuestro hijo.


 


Los dos ancianos se enfrascaron en una acalorada discusión entorno a su hijo menor, que les observaba con una terrible mueca de disgusto, y la ira corriendo por sus venas.


 


Sin esperar una palabra más y con un fuerte aleteo, salió de la sala rumbo a su habitación.


 


Una vez allí se dejó caer entre las suaves y blancas sábanas de su cama, dejando correr perezosamente las lágrimas por sus mejillas.


 


¿Quiénes se creían ellos para mandar en su vida? No tenían ningún derecho a decirle qué podía o qué no podía hacer.


 


Completamente absorto en su rabia, no se percató del momento en el que otro ser irrumpía en sus aposentos.


 


— ¿Neil? —Susurró una voz amable y cálida.


 


— ¡Ferrish! —Se incorporó de un salto, borrando toda huella de lágrima en sus ojos y  lanzándose a los brazos de su hermano mayor.


 


— Cuánto tiempo… —Murmuró tiernamente en su oído, estrechando su hermano.


 


Neil se dejó arropar por los protectores brazos de su hermano, el único que en ese infierno le hacía la existencia más soportable. El único que, estando el condenado a una insoportable soledad, le hacia visitas esporádicas para ver cómo se encontraba, mostrando verdadera preocupación.


 


— Me alegro tanto de que por fin regresaras. —Volvió a decir el mayor, aferrando aún más fuerte el cuerpo de su hermano, tratando de no lastimarle la espalda, jalando sus alas por accidente.


 


El menor no pudo soportar esas palabras. ¿A que había regresado? ¿Cuál era la razón de ese regreso? Lo único que realmente anhelaba se encontraba muy lejos de esos grandes muros de fantasía, al lado de un ser que era algo imposible para él y que, a pesar de su apariencia, le había querido. Ahora nuevamente se encontraba solo, incomprendido y añorando terriblemente la presencia de Stephen.


 


Lloró amargamente en el hombro de su hermano, que acariciaba levemente sus cabellos plateados y susurraba palabras alentadoras en su oído sin resultado alguno.


 


— Tu lugar ya no se encuentra aquí, ¿verdad, Neil? —Dijo de forma tan queda que el menor no logró escucharle—. ¿Sabes? —Dijo un poco más fuerte—, te contaré un secreto.


 


El más pequeño se separó un poco de él, dejando ver sus ojos bañados en lágrimas, conmoviendo el corazón de su hermano. Le dolía lo que iba a decirle pero, a pesar de todo, era lo que debía hacer para que su hermano lograra la felicidad. Por muchos años había deseado que su hermano menor regresara a su lado, a esos días felices que habían vivido. Nunca imaginó que un humano, insignificante, si le pedían su opinión, fuera quien, al final, le regresaría lo que tanto quería. Pero no podía soportar mucho más el ver cómo, al pasar sólo siete días, la tristeza en el menor se hacía más latente, deteriorando su imagen poco a poco. Una corta visita creyó que sería más que suficiente para que su deseo por ver al humano menguara, pero tuvo el efecto contrario.


 


Ahora lo único en que pensaba era en Stephen y las mil y un formas de poder verlo nuevamente.


 


Se sentía destrozado, porque quisiera alejarse de su lado nuevamente, pero si era el precio que debía pagar por la sonrisa de su hermano, así sería, por más que eso doliera.


 


Conforme iba hablando con su hermano, éste dejaba que su rostro mostrara cada emoción sentía. Alegría, tristeza, confusión, incertidumbre y mucho agradecimiento.


 


Una vez terminó de hablar y de derramar muchas lágrimas al saber que, a pesar de los riesgos Neil estaba decidido a seguir su consejo, se aferró a su cuerpo y besó su frente, rogando que todo valiera realmente la pena.


 


9


 


Esa misma noche y como la vez anterior, la luz llenó por completo su habitación. Sin perder un sólo instante se acercó a la ventana donde nuevamente, la frágil y hermosa figura de Neil se reflejaba por el cristal.


 


— ¿Por qué…? —No supo de qué forma debía completar la pregunta y se dedicó a observar al joven en la ventana.


 


— Hace mucho tiempo. —Susurró con su dulce voz, embriagando los sentidos de Stephen, que comenzaba a comprender el concepto gráfico de ser mayor—. Alguien inconforme con mi familia, creyó que el mejor castigo era privarles de su hijo pequeño. No matándole, pues era algo sumamente simple y sin mayores beneficios. En cambio, transformarlo en una criatura espantosa y que su sola presencia alejara a todo ser viviente, le pareció la mejor opción. Pero todo hechizo tiene una condición ¿sabes? Nada es para siempre. —Agregó como si fuera relevante y tratando de apresurarse al saber el poco tiempo que tenía—. Si alguien le quería a pesar de su espantosa apariencia y este también correspondía a esos sentimientos, entonces, y sólo entonces, podría regresar a ser lo que era antes.


 


Se observaron unos minutos. Stephen sin saber qué decir y Neil esperando que comprendiera bien el punto de todo aquello.


 


— Quiero estar contigo Stephen. —Sollozó el joven albino, dejando que sus orbes doradas se humedecieran.


 


— Yo también. —Contestó sin vacilación el moreno, fundiendo su mirada en la contraria.


 


Sus manos se encontraron sobre el cristal, añorando poder tocarse.


 


— Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, ¿sabes? —Unas lágrimas traicioneras rodaron por los ojos del moreno—. Como un Trol, un hada o lo que seas, siempre serás el mejor amigo de todos, la única compañía que siempre voy a querer a mi lado y con quien quiero cumplir mis sueños.


 


Una resplandeciente sonrisa adorno los labios de Neil, dándole un toque más encantador e infantil, logrando que cada barrera en el corazón de Stephen se derrumbara una a una, como una pirámide de naipes sucumbiendo al viento inclemente.


 


Sin embargo, la luz se extinguió de golpe y la oscuridad le rodeo de forma abrupta dejándole sumido en pura confusión.


 


¿Qué estaba pasando?


 


10


 


— ¡Pero como te atreves a seguir desobedeciendo mis ordenes! —Grito Seelie fuera de sí, haciendo que su ira transformara las suaves corrientes de aire en feroces ráfagas que hacían retumbar el salón privado en el que se encontraban.


 


A sus pies, tratando de que su voluntad no flaqueara, se encontraba Neil, tragando cada reclamo y cada grito sin importarle nada.


 


— Usted no es quien para darme ordenes. —Respondió lo más calmado que pudo, sosteniendo la mirada dorada de su padre, que resplandecía en chispas de furia.


 


— ¡Soy tu padre! ¡Soy el gobernante de tu pueblo! Tú eres el que no es nadie para responderme de forma tan impertinente.


 


— ¡Será lo que quiera! Así como también será el que me dejo botado bajo un sucio puente sin importarle lo que sucediera conmigo. Grande fue su sorpresa al ver que alguien me quería, ¡a mí! Un sucio Trol condenado bajo un puente, cuando usted sólo logra respeto a base de temor y gritos impertinentes.


 


Neil tembló al ver como sus palabras calaban hondo en su padre, sus ojos brillaron más que nunca en un dorado oscuro y siniestro que le atravesaba como dagas por todo el cuerpo. Pero lo más terrible fue ver cómo, calmándose un poco, sonreía satisfecho y arrogante, cosa que no presagiaba nada bueno.


 


— Eso lo solucionaré de inmediato. —Contestó el anciano, ignorando la temblorosa mirada de su mujer y el bufido exasperado de su hijo mayor.


 


Los fuertes brazos de algún guardia sujetaron firmemente al joven príncipe, que se removía inútilmente para tratar de liberarse.


 


— ¡Tráiganlo! —Fue la rotunda orden que dirigió el rey a dos de sus guardianes que esperaban pacientemente junto a él.


 


Fueron incontables los minutos en los que Neil forcejeaba para sacarse de encima los enormes brazos de ese ser que ni se inmutaba ante sus intentos. Tenía un mal presentimiento y sabía que cuando su padre se enojaba llegaba a tomar medidas muy drásticas para mostrarles, a él y a su hermano, que su palabra era ley y no podían, bajo ningún motivo, desobedecerlo.


 


Por esa misma razón había llegado a donde estaba, teniendo bajo su poder a las Hadas, Elfos, Gnomos y cualquier otra criatura que rondara el bosque. Era un tirano que alguna vez tuvo buen corazón y por todas sus acciones él había tenido que pagar un precio, al igual que su madre y su hermano que lo único que hacían era bajar la cabeza y acatar cada orden sin importar si estaban de acuerdo o no. Sin embargo, sabía que pronto se le agotaría el tiempo y la principal razón por la que se negaba a dejarle ir era que el debía ser quien tomara su puesto, idea que no le agradaba.


 


¡Él no era ningún líder! Su hermano era el más cualificado, no entendía por qué el viejo senil se obstinaba tanto a ideas inútiles.


 


Suspiró derrotado, dejando de forcejear y esperando impaciente lo que su padre tenía en mente.


 


Todo aire que se encontraba en sus pulmones se quedó estancado, oprimiendo su pecho dolorosamente y rogando porque aquello sólo fuera una estúpida broma de su padre.


 


Observó como esos dos gorilas, -que no sabia si eran elfos o gnomos- llevaban arrastras a un Stephen algo ofuscado que no podía liberarse de esos enormes brazos.


 


— ¡Humano! —Rugió su padre de forma intimidante.


 


Stephen se estremeció por completo, pero trató de parecer firme ante la imponente figura de aquel ser alado. Su cabello plateado se confundía con su larga barba y sus ojos dorados le miraban de forma arrogante.


 


Giró su rostro y, sorprendido, vio como Neil trataba de liberarse de un elfo que le tenía completamente dominado.


 


Antes de que pudiera decir algo, el rey habló de nuevo.


 


— Agradezco lo que has hecho por mi hijo. —Dijo el anciano sin ningún tono amble en su voz—. Sin embargo, eres una molestia para mí y mi pueblo.


 


Murmullos. Eso era lo que escuchaba Stephen sin prestar atención a lo que decía el ser frente a él, toda su atención la tenía Neil, que después de mucho luchar logró soltarse y correr hasta él.


 


— ¡Esto es el colmo, padre! ¿Ahora qué planeas hacer? ¿Intimidarlo a él también? ¡Ten un poco de originalidad!


 


— ¡Cállate! —El grito retumbó en las paredes de todo el lugar y Stephen, aun siendo sostenido por esas criaturas, sintió el estremecimiento que causó en ellas la potente voz de su rey—. Acabaré con ese inútil humano y de esa forma  cumplirás con tu deber.


 


El menor abrió los ojos con incredulidad. ¿Su propio padre era capaz de matar a alguien, al humano que le había salvado la vida, sólo por sus arrogantes caprichos?


 


Fue el momento en que toda duda desapareció de su ser, no quería volver a un hogar tan patético como ése, el paso del tiempo había convertido a todas esas criaturas en dóciles animalitos alimentados por el miedo y angustia que les provocaba un rey chalado y un mundo que estaba acabando con su pueblo. Amaba a su hermano, a su madre y a todas esas criaturas, jamás lo iba a negar, a pesar de todo, había crecido ahí. Pero no estaba dispuesto a sacrificar su felicidad por un padre que sólo quería manejar los hilos de su vida a su antojo y un pueblo que le dio la espalda cuando más los necesitaba.


 


Respiró profundamente y le dirigió una mirada algo nostálgica a su hermano, que entendiendo perfectamente le regaló una tierna sonrisa, apoyándole en cada una de sus decisiones.


 


— Entonces mátanos a los dos. —Susurró con voz lenta y amarga, pero fue escuchado perfectamente por su incrédulo padre.


 


— ¿Qué…? —Fue lo único que dijo el anciano antes de que el horror desfigurara su rostro.


 


Neil tomó sus alas, una con cada mano, contemplándolas con infinita ternura. Habían sido unos días muy cortos para disfrutar de ellas nuevamente, de los vuelos en cielos despejados y la brisa fresca golpeando su rostro. Observo a Stephen, que le miró sin comprender nada y supo que, quizás, todo estaría bien.


 


— ¡No! —Se escuchó el grito de la reina, en un terrible lamento que se fundió con el grito ahogado de su hijo menor.


 


El joven tiró con todas sus fuerzas de sus alas, hasta arrancarlas completamente de la espalda. El dolor fue terrible, era como si su cuerpo se desgarrara por completo y ardiera al mismo tiempo. Cerro los ojos con fuerza y sintió en sus manos como, lentamente, sus alas se desvanecían y se hacían polvo, un polvo brillante que se elevó y desapareció a su alrededor.


 


Sentía su cuerpo arder, no sabía si estaba gimiendo o gritando por el terrible dolor que le atacaba en todas partes, su cabeza daba vueltas de forma vertiginosa, recordando las palabras de su hermano.


 


— Arranca tus alas. —Le había dicho con la voz ahogada—. De esa forma serás uno de ellos y nunca más podrás volver aquí. Nadie puede hacerlo más que tú, si eres tú quien se arranca las alas, entonces tu deseo se cumplirá. —Respiró hondo, tratando de que las palabras salieran firmes—. ¿Dejaras a tu familia atrás por ese humano? —Preguntó algo abrumado.


 


Miró los ojos de su hermano y lo supo, con mucho dolor supo la verdad.


 


— El siempre me va a querer más que ustedes y yo debo ser igual. —Fue la rotunda respuesta.


 


Ferrish soltó una risa amarga que se confundió con su llanto.


 


— Tonto, nadie te quiere más que yo. —Y apretujando a su hermano contra el, lloró largamente como despedida.


 


El rey observó incrédulo la acción de su hijo y se dejó caer en su trono, abrumado por todas las sensaciones que atacaban su cuerpo.


 


— Sáquenlos de mi vista. —Fue lo único que salió de sus labios, aún cuando Stephen y Neil ya se habían marchado, horas después.


 


Ferrish se acercó hasta su hermano, que se encontraba inconsciente y sufriendo convulsiones ligeras en los brazos de Stephen. Con unas suaves palabras, se desvaneció junto a los dos, lejos del reino.


 


11


 


Caminaban a paso lento. Stephen con Neil en brazos detrás de su hermano, sin saber a dónde se dirigían. Pronto reconoció los límites del bosque y el pueblo, y se detuvo en seco, sin saber qué hacer.


 


— ¿Va a estar bien? —Preguntó atemorizado, aún aterrado por la escena que se repetía una y otra vez en su cabeza: Neil arrancando sus alas.


 


El mayor le contempló con una mueca indescifrable y suspiró agotado, viendo como la mañana se acercaba poco a poco.


 


— Sí, va a estar bien. —Respondió sin mucho ánimo.


 


Stephen no se atrevió a agregar nada más y continúo caminando. Unos sutiles rayos de sol golpearon su rostro, acariciando sus facciones y otorgándole un poco del calor que tanto necesitaba.


 


Observó incrédulo como el cabello antes plateado de Neil, se oscurecía ligeramente hasta volverse rubio, su piel tomaba un color más rosáceo y, bajo los párpados que comenzaban a abrirse perezosamente, se dibujaban unos orbes azul zafiro, sin rastro de ese brillo dorado de antes.


 


— Eres completamente humano, Neil. Espero estés satisfecho. —Murmuro Ferrish de manera melancólica, deteniendo su andar y dejando que Stephen se adelantara.


 


Neil le observó detenidamente y después, no sin evitar que unas lágrimas corrieran por su rostro, le sonrió.


 


— Gracias, hermano. —Susurró sin mucha fuerza.


 


— De nada. —Suspiró, para después fijar su atención en Stephen—. Lo vas a cuidar, ¿verdad?


 


El moreno sonrió cálidamente, acercándose más al cuerpo que tenía en brazos dedicándole una mirada de infinita ternura.


 


— Claro que sí.


 


Y con esas últimas palabras que aliviaron su angustia, Ferrish se desvaneció.


 


12


 


Muchas horas después, los dos se encontraban en la habitación del moreno, acostados en la cama después de un merecido descanso.


 


Habían hablado y hablado como antaño, perdiéndose en pláticas banales, el futuro que divisaban juntos y las sonrisas cómplices que se dibujaban en sus rostros.


 


El futuro les parecía atemorizante, no sabían a dónde los iba a llevar todo eso, pero sabían que, así como el miedo a lo que aún no ocurría, todo parecía más brillante que antes al pensar que ese futuro lo contemplaban juntos.


 


Las platicas no acababan, aún después de comer algo y de que Stephen le enseñara lo que el llamaba comida y el otro “eso de procedencia dudosa”, hasta en la larga ducha que tomaron juntos jugando espuma.


 


Neil hablaba de un mundo mágico e irreal que había en lo profundo del bosque, lejos de las miradas impertinentes de los humanos que día a día se perdían en su mundo tecnológico y acababan con el de su familia.


 


Stephen sintió una oleada de angustia. Él tenía planes de irse a la ciudad y, obviamente, llevarse a Neil con él, pero, ¿Sería capaz de alejarlo de ese mundo al que siempre estuvo atado? Temía mucho la respuesta del otro. Neil, obviamente, se sentía maravillado por todo lo que era nuevo, desde esas holgadas ropas que Stephen le había dado y le quedaban excesivamente grandes a su cuerpo delgado, hasta la maravillosa caja mágica que emitía imágenes y sonidos.


 


Sin embargo, sentía la preocupación de Stephen,  cómo sus ojos se perdían constantemente en el vacío, contemplando o analizando cosas que no le decía.


 


— ¿Qué pasa? —Preguntó mientras preparaban la cena, juntos.


 


El moreno le observó y, con un suspiró de resignación, apagó el fuego y decidió que era el momento de ser claros.


 


— ¿Sabes? Había planeado que al terminar el último curso, ir a la ciudad y estudiar la universidad allá.


 


— Es eso que me habías dicho que te ayuda a ser algo en la vida, ¿no?


 


— A ser alguien Neil, no algo. —Rió por la tierna confusión—. Y si, me refiero a eso.


 


— ¿Te vas a ir? —Preguntó el rubio de forma dubitativa.


 


— Y quiero que vengas conmigo. Pero…


 


— ¿Crees que no me adaptaría? ¿No estoy listo? ¿Soy una carga? ¿Me vas a dejar aquí? —Interrumpió abruptamente ante el pensamiento de que lo dejara solo nuevamente.


 


— ¡Claro que no! Jamás te dejaría solo Neil, no digas eso.


 


— ¿Entonces?


 


— La ciudad es un mundo diferente a tu mundo, a este pueblo… Tengo miedo de que te arrepientas de ir conmigo. —Terminó cabizbajo y con las mejillas muy sonrojadas.


 


— Jamás me arrepentiré Stephen, voy a estar contigo en donde sea, no importa donde.


 


Stephen le observó incrédulo durante unos segundos para, seguidamente, sonreír totalmente feliz y abrazar el delicado cuerpo de Neil.


 


— Te amo, Neil. —Dijo en su oído en un tenue murmullo.


 


Neil saboreó cada palabra, feliz como nunca lo había sido. Apretándose un poco más a su cuerpo y poniéndose de puntillas ante la diferencia de altura, se acercó al oído del moreno.


 


— Y yo a ti, Stephen.


 


Lentamente y mirándose a los ojos, Stephen junto sus labios con los de Neil, saboreándolo como si fuera el néctar de alguna flor, fue un roce suave que estremeció ambos cuerpos. Probó durante incontables minutos los suaves labios, la lengua juguetona que se unía a la suya, rozándose y conociéndose. Las sensaciones que su cuerpo experimentaba nada tenían que ver con las efímeras relaciones pasadas que había tenido.


 


No sabían, ninguno de los dos, en qué momento estar juntos se había convertido en algo tan indispensable.


 


Sin embargo, los dos sentían que todo valía la pena, a fin de cuentas, aquella mañana de invierno, hace tantos años, jamás creyeron encontrar lo más maravilloso de su vida bajo un puente, ni que el cariño que tanto necesitaban siempre estuvo tan cerca.


 


— Soy un Trol. —Susurró tenuemente Neil después del beso—. Fol rol de ol rol. —Agregó con una sonrisita—. Y tu vida es mía. —Completó con una tierna sonrisa que Stephen correspondía con gusto.

Notas finales:

Y ya que ella me hizo publicidad, pues yo también. Deben leer a Jee~ DEBEN hacerlo ;D Porque la amo (L)~ Y escribe genialoso :B

 

Por cierto, que esto me recordaba una canción.

 

London Bridge is falling down, falling down, falling down.

 

London Bridge is falling down, my fair lady.

 

Que a su vez me recuerda a Kuroshitsuji, que a su vez me recuerda el yaoi, que a su vez me trae muchas cosas –inútiles- a la cabeza y que yo podría hilvanar en una telaraña sin sentido.

 

Lalala~


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