Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Veinte Años por AkiraHilar

[Reviews - 3]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Dedicatoria: Ya que está aqui aprovecho para dedicarselo a las personistas que pese a que no hemos tratado mucho me han recibido en este subforo con mucho cariño: Neomina, Ayame, Marioon, Camus, Fujisaki y hazk
Obviamente a todo el club: Poison Ice y Fiebre
Comentarios adicionales: En realidad era un regalo para un intercambio pero después de escribirlo revise la ficha de la persona y me había confundido de pareja. Pero aqui está ^^

Detrás de las gradas de la cancha de Basquet, luego que las practicas terminaran. Allí estaban, sentados en el piso de cemento, agitándose sus franelillas blancas sudada y comiéndose un desgranado que habían pedido a aquella señora que todas las tardes de receso en el colegio se asomaba por las rejas a vender los fríos y dulces aperitivos. El cabello les caía a la altura de los hombros, aunque ya debían llevar una carta a sus padres remitidos por la dirección para hacerles un corte más adecuado para su edad. Camus le daba igual, después de todo era su madre la que no estaba muy al pendiente de su cabello lacio. Milo, en cambio, refunfuñaba enfurecido. En sus cortos nueve años ya sabía fruncir su ceño y morder sus labios de una forma que aparentaba la expresión de un molesto dios ancestral.

Pensativo el niño de cabellos ondulados se levantó de un saltó, llamando la atención de su compañero de juegos. El francés acomodó entonces la montura de sus lentes para evitar que la luz filtrante de las copas de los arboles incomodara su vista. Parpadeó un poco siguiendo el perfil del griego compañero, mirándolo de forma analítica, dibujando en los contornos de su iris la imagen de arrebato, libertad y dulzura que destilaba su amigo.

—Oye Camus…—mencionó de pie con una sonrisa socarrona, de aquellas que parecían ser la puerta a cientos de travesura que sabia diría que no, pero al final se haría cómplice de ellas.

Enarcó una ceja esperando a su compañero, quien con algo de sonrojo en sus mejillas se lo había quedado mirando absorto, en un ensimismamiento extraño. No lo entendía, pero tenía días haciendo eso mismo, llamándolo, hacer que le dirá algo, para luego voltear el rostro y juntar sus palmas tras su nuca en señal de relajo mascullando un “no, nada”. Molestó ante la perspectiva de quedar de nuevo con la curiosidad activada, el galo se levantó de su asiento y se dirigió en cortos pasos hacía su amigo, provocando que Milo retrocediera unos pasos más hasta pisar una ramilla. El respingo gobernó el tierno cuerpo cuando la ramilla se partió emitiendo un sonido, al sentirse de alguna forma acorralado y en evidencia ante su acto de huida.

—¿Qué?—insistió parándose de frente y escrutándole con las fuertes pupilas azules, gélidas, pulsantes. Tragó grueso, el sonrojo se hizo evidente—. ¿Qué pasa, Milo?—continuó el compañero indagándole con severidad, teniendo las manos frías y pegajosas con tinte rosado de su cepillado de colita con fresa.

Vio al compañero titubear, mordiendo sus labios de aquella forma tan infantil que aún podían remarcar sus tiernos nueve años. No había más que una década de vida, más parecía que para Milo lo que tenía que decir realmente cambiaría todo: era como si en ese momento una decisión resumiría el resto de su existencia. Camus dio otro paso un tanto impaciente; odiaba admitirlo, pero la curiosidad le era incluso más de la que podría controlar como para ignorarlo y sentarse de nuevo en el cemento caliente. El hielo del helado se descongelaba al paso del viento veraniego, el cual levantaba de la tierra algunas hojas secas de los arboles, junto los puntos brillantes que caían sin reparo en ambos cuerpos proveniente del sol y aplacados por las enramadas.

Entonces sucedió, una fracción de minuto. El canto de unos pajarillos al alzar vuelo y mover las enramadas llamó la atención del francés, levantando este la mirada hacia el techo de hojas verdes que filtraban la luz solar. Sólo un minuto de distracción… sólo un segundo que al regresar lo habían tomado por sorpresa. Bajó su rostro al apenas comprobar que no había sido más que un canto de ave lo que lo había hecho voltear; regresó su mirada, esperanzado con tener cualquier respuesta…

Cualquiera… menos aquella.

Los labios fríos de Milo se pegaron casi sin pensar en los de su compañero, cerrando sus parpados con fuerzas y arrugando extrañamente su rostro en una mueca que aparentaba nerviosismo e inseguridad. Los colores le subieron a la cara copiosamente, encendiendo sus mejillas pálidas en un intenso color carmín, en ese segundo que se vio totalmente superado por la impresión. Al siguiente empujó, retrocedió, restregó su antebrazo contra sus labios buscando separar la sensación cálida, el hormigueo, el sabor al helado de coco de Milo…

—¿Qué fue eso, Milo?—recriminó—. ¡Eso fue gay!—condenó…

Y el viento crujió, con las hojas… con un corazón infantil…

Veinte años… puede pasar mucho tiempo, se pueden cambiar muchas cosas, se puede hacer tantas transformaciones. Veinte años.

El galo sacó de su cafetera el café recién hecho, aquel aroma afrodisiaco que había sustituido las malteadas calientes de su niñez. Ya no usaba lentes, una operación a láser había corregido lo que lo mantenía con anteojos. Su cuerpo había crecido y ahora al estrujar sus cejas se dibujaba una línea horizontal que endurecía su ceño. No sonreía, no mucho, la carrera de abogacía le había quitado un tanto la chispa de humor juvenil. Un hombre muy correcto, muy callado, muy reservado. Él había cambiado.

Llevó la taza de café hasta sus labios degustando el calor de la bebida y lo fuerte de su sabor. Saboreó con lentitud un sorbo cerrando sus ojos, recostándose contra el filo de la pared y divagando en recuerdos pasados. Cumpliría veintinueve años ¿cuántas cosas podrían haber cambiado? Ah sí, ya los juegos no eran aquellos tradicionales, los niños de ahora preferían jugar al PlayStation, o al Wii. La televisión también era más interesante, actualmente había hasta mil canales de banalidades. La música se oían en discos luminosos que eran leídos por un rayo laser, y las cuentas se podían leer a través de un teléfono sin cable…  Claro, faltaba algo: Internet, Facebook, Twitter…

Sonrió.

Veinte años…

Bebió el resto de la taza dejándola al filo de la mesa de madera de su comedor. Caminó descalzo por el filo de madera de su departamento, viendo en una esquina del perchero la gorra de aviador colgando. Deslizó sus ojos azules hasta la alfombra de pelo largo que acarició las hendiduras entre los dedos de sus pies, provocándole un cosquilleo delicioso.

Al abrir la puerta de la habitación, se escuchó un rechinar algo turbante, recordándole que debía aceitar las bisagras. Su vista viajó de inmediato hacía las persianas de la habitación, cerradas, impidiendo que la luz mañanera del domingo se filtrara de entre los ventanales. Trémulamente apenas se escurrían por algunas rendijas, llegando a iluminar el piso alfombrado, los zapatos y las media que había dejado por allí en la noche, demasiado preocupado por otras cosas como para ponerlas en el armario. Las despejó de su camino usando sus pies, pegándolas contra la madera de su cama hasta llegar al ventanal y abrir las persianas de un solo movimiento.

La luz penetró, le cegó…

—Oye Camus, ¿entonces te regresas a Francia?

—Tengo que irme.

Los dos niños en el salón de clase, el último día… vendría verano, vendría la despedida. Chirrió un tanto el pupitre donde Milo descansaba sus hombros mientras con aire perezoso había dejado caer su cabeza hacia atrás, mirando el techo, con su nuevo corte de cabello. Pareció quedarse allí quieto cavilando en cuestiones sin interés, demasiado desconectado de algo que para Camus significaba un sinfín de cambios en su vida los cuales no estaba dispuesto a soportar. Al saber la noticia lo primero que había pensado era en él, en su amigo, su hermano… era hijo único, Milo era como su hermano.

¿Cómo podía doler tanto perder un amigo?

—Bien…—susurró Milo en el segundo donde se reincorporó, mirándole con esas turquesas brillantes y la sonrisa que parecía alegrarlo todo…—. ¡Que te vaya bien, Camus!

O destruirlo…

El recuerdo taladró su cabeza al mismo tiempo que la luz solar contra sus pupilas. Despejó el pensamiento agitando un tanto su rostro y restregando con sus dedos los parpados adoloridos; el sol había golpeado de lleno, como la realidad y como los años. Por un momento durante mucho tiempo Camus se preguntó qué había sucedido, porque Milo respondió de esa forma, porque le dolió tan intensamente… lo descubrió, años después, cuando su condición se hizo evidente, cuando se dio cuenta que esas cosas de gays que una vez sentenció era lo que quería hacer, cuando besó labios de otros hombres,… cuando sus parejas le preguntaban quien había sido su primer beso. Sabor a coco, sabor a Milo, sabor a verano.

Sabor a recuerdos, a nostalgia… a melancolía.

Verano. Era verano lo que se escurría por su ventana en ese momento, los amplios cielos azules con algunas motas de nube, los rayos de sol golpeando contra el asfalto y la jardinera en el sexto piro. Los autos ya moviéndose debajo de él parecían insectos desde la altura, moviéndose agitadamente en el rutinario andar de la vida. Era domingo, y era verano, era el olor a café recién hecho, eran las ocho de la mañana. Eran recuerdos…

En un vago intento por despejarse dio media vuelta sobre sus pies buscando el filo del colchón. Las sábanas se escurrían a un lado hasta el suelo, parecían haber sido víctimas de un batallón que cayó sobre ellas sin la menor delicadeza. Algo en él se sonrió al verlas, levantándola, sacudiendo sus pies, recostándose cubriéndose con la fina tela blanca tan fresca como el verano mismo.

Entrecerró sus ojos con pereza y se acomodó en la almohada, cediendo hasta conseguir confort contra su espalda y dedicarse a tomar un poco más de tiempo para la siesta. Quizás quince minutos, quizás treinta, quizás realmente no quería despertar y encender el televisor para ver las noticias o revisar en su móvil el twitter para las últimas novedades. En ese momento quería estar allí, quería sentir el calor del sol veraniego traspasando su ventana…

Quería sentirlo a él a su lado…

—Cuándo te vi por face no lo podía creer. ¿Ha pasado mucho tiempo, no Camus?

En aquel entonces el griego caviló un poco, moviendo el vaso de vidrió donde el whisky con soda se deshacía junto a los cubos de hielo. Sonrío de nuevo, de esa forma, tan él, levantando la comisura derecha en un gesto que sugería travesuras, solo que en ese momento las que prometía no eran tan inocentes como aquellas. Su piel sintió la vibración de unas ansías extrañas, en la boca de estomago, comiendo como cáncer su temple frío, levantándose como una tormenta de arena amenazando con cortar toda visibilidad y dejarlo a tientas en una oscuridad onírica con sólo la guía de las yemas de sus dedos: quemándose.

Si, verlo después de tantos años había creado en él reacciones impensables. El cabello en revoltosos ondulados le caía tan sencillo sobre su camisa de color azul eléctrico junto el pantalón blanco de mezclilla acentuaban bien cada uno de sus grandes atributos, mantenidos a punta de ejercicio, buena alimentación, sana vida. Pero si algo había tenido Milo desde siempre, desde incluso antes de desarrollarse y convertirse en ese hombre seductor de veintisiete años frente a él era, precisamente, esa sonrisa: mágica e idiota que lo podría convencer de las más absurdas de las ironías.

Bajó su mirada tratando de enfriar sus ánimos. Resopló luego inquieto, buscando un nuevo tema de conversación cuando todo se había disipado en su mente; la imagen de Milo le había golpeado tan severamente que se sentía perdido en una nebulosas de palabras disgregantes y sin sentido. Era una confusión, una alevosía del destino presentarle a un amigo de hace tantos años frente a él y que lo viera no como el compañero de aventura sino como un hombre: sensual, hermoso, llamativo… de algún modo lo suficiente como para alterarlo.

—Ey, ¿pasó algo?—le preguntó con aquel aire jovial, como si estuviera tan tranquilo frente a é, como si tenerlo frente a él no le evocara ningún sentimiento especial. Camus suspiró profundo, sujetó la servilleta… lo miró. Y en las turquesas de Milo consiguió su respuesta.

También se sentía igual…

Y de allí, ¿Para qué quedarse con los recuerdos de antaño? Fueron creando mucho más: a partir de nuevos juegos menos infantiles, de nuevas travesuras menos inocentes, de nuevas miradas menos tímidas… de fuego, de llamas, de hielo, de aguas, líquidos que se desparramaban entre ellos y creaban una mezcla erógena de placer y deseo que ambos no pudieron controlar, ni quisieron. Cayeron rendidos antes la concupiscencia y ante los latidos de dos corazones entonados, derrotados ante la llamarada de lujuria que aquella noche, luego de tantas salidas triviales, habían desatado. Triunfaron contra el tiempo, la distancia, los prejuicios. Se amaron…

—Esto son cosas de gays…—le dijo en el oído luego de minutos recobrando la respiración. Camus se levantó un tanto para observar debajo de sí mismo la figura de su amante, sonrojado y sudado, aún jadeando un tanto por el esfuerzo de la unión. Milo le sonrió, igual, esa curvatura perfecta que se levantaba más a su derecha—, eso me dijiste aquella vez, ¿te acuerdas?

—¿Cómo olvidar un beso a coco?

Besos… besos… Abrió los parpados pesados al sentir besos recorrer sus hombros, su cuello, buscando sus mejillas muy lentamente. Abrió sus ojos, le miró de reojo, le sonrió de aquella forma que solo le mostraba a él, que no se veían en los tribunales, ni en la calle. Una sonrisa que Camus poco dejaba aflorar pero era cálida… cálida como la primavera en los altos Alpes. Allí lo vio, un mechón de su cabello alborotado acariciando sus hombros, la humedad que recorría en pequeños besos su rostro y que al hallar sus labios los apresó en un beso profundo, elaborado… hambriento.

Veinte años de aquel beso… veinte años y allí estaba, como juego del destino, atado a él.

Movió su brazo derecho hasta acariciar la espalda helena. Respondió al beso con efusividad, dejando que aquellas manos despejaran su cabello lacio de los hombros, que aquella lengua caliente le tocara con la punta de su lanza, que lo quemara, lo devorara en el fuego derritiéndolo para luego él, con su sensualidad, congelara cada vestigio y lo quemara con el más helado de sus dedos. El tiempo transcurrió, en el ritmo del vals de sus labios, del movimiento de su cuerpo que llevó al compañero hasta la cama quedando el galo sobre él, entregado en el beso aún más demandante, saboreando su aliento. Se enredó en su cintura, presionó contra su entrepierna, gimieron separando sus labios para abrir luego sus parpados y observarse, rendidos.

—Hueles a café—suspiró Milo sujetando el cuerpo de su compañero sobre él, acariciando con dureza los músculos de la espalda, con ansias, con hambre—. Ya te habías levantado ¿no?

—Hace media hora.

—Me hubieras despertado, flojo—recriminó con una falsa expresión de molestia evidenciada por la forma en que apretó los glúteos encerrados en la bermuda de cuadro que Camus traía puesta. El francés le miró fijamente, suspiró, se sonrió.

—Me quedé pensando en cosas.

—¿Ah sí? ¿Cómo cuales?

—En lo que puede cambiar en veinte años…—respondió, enredándose de nuevo en un beso con sabor a café.

Notas finales:

Espeor que les haya gustado este fic que hice entrada de año para un intercambio. Gracias a los que leen.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).