Me resulta arduo respirar. La culpa es de este calor de los veranos griegos; un calor infernal, enloquecedor, malsano... Mi cuerpo no se acostumbra a este clima y me siento agobiado por un bochorno horrendo, pegajoso y húmedo.
Esta noche hace un calor atroz y nuestro fervor no ha ayudado mucho a mitigarlo.
Milo, tumbado a mi lado, respira pesadamente. El calor no suele ser un problema para él, pero en estos momentos se ve tan sofocado como yo. Parece que hoy, la calima, también se ha apoderado de él.
Giro mi cabeza para mirarlo. Por unos instantes paseo mi mirada por su varonil rostro y su perfecto cuerpo, muestra de los cánones griegos de belleza. Me detengo en su ombligo. El perfecto ombligo de Milo de Escorpio. Un círculo menudo y perfecto, con una sutil hendidura vertical en el interior y, por abajo, un tenue desnivel que fluye con gracia hacia una línea de vello suave que se adentra en el templo de la concupiscencia. Permito a mis dedos acercarse y dibujar su forma. Puedo sentir la humedad. Ese charquito de sudor que se ha formado en la concavidad de su centro. Ahora me mira y me sonríe. Me acaricia.
Sólo nos rozamos, con mesura, para no sofocarnos aún más. Caricias lentas y pausadas, entre las piernas, que nos acercan al orgasmo. Ahora su mano agarra mi rígido miembro y me invita a unirnos sin condiciones.
Aún no me muevo. Me cuesta trabajo asir su cuerpo, resbaladizo por el sudor, y a él le sucede lo mismo con el mío.
Ahora nos movemos despacio, como a cámara lenta, y olvidamos los besos, que nos robarían el precioso aire que ya nos falta. Admiro su cuerpo, perlado de sudor y me inclino hacia delante para probar ese embriagador licor que reviste su desnudez. Lo degusto sobre sus párpados ahora cerrados, en la profunda línea que parte su pecho dórico en dos exactas mitades y en el cuenco de su ombligo. Ambrosía en mi paladar.
Me separo de su cuerpo y me mira. Nos quedamos así unos instantes, hasta que el deseo se desborda y nuestros vientres se juntan en una placentera oscilación. Una pesada bruma cubre mis ojos. Parpadeo apresuradamente para recuperar la visión de su cuerpo, que se empeña en negarme mi sudor, deslizándose por mi frente, mi rostro y todo mi ser.
Ya puedo verlo. Sé lo que está por venir. Lo interpreto por las reacciones de su cuerpo y, ahora, su voz me lo hace saber. Me avisa; me dice que ya, que sí, que así y yo me freno, sólo un poquito, y me deleito viendo sus pupilas abiertas, lacrimosas, veladas por el placer. Arrebatado por el éxtasis que leo en su cara intensifico mis movimientos; hacia delante, hundiéndome en su interior y, hacia atrás, saliendo un poco de él. Siento nuestros cuerpos a punto de estallar; algo apenas ya soportable. Grita. La voz le sale ronca. Oírlo reconforta mis ánimos y consigo apoderarme de su cuerpo por unos momentos más; hasta que el gozo de la plenitud hace presa de mí y exploto en una intensa eyaculación que me deja sin fuerzas. Lo abandono, tembloroso aún por la excitación, y me desplomo a su lado.
Sus dedos juguetean con mi cabello y yo intento recuperar el aliento.
Me pasa una toalla y nos secamos, deteniendo, por unos instantes, esa cálida y salada secreción que no cesa de brotar de nuestros cuerpos.
Se incorpora y me besa. Es sólo un roce. Un instante dulce e inocente pero que consigue invadirme de ternura. Sin apartar sus ojos de los míos, se sienta en mi abdomen con una seductora sonrisa pintada en la cara. Me quita la toalla y la lanza hacia atrás sobre sus hombros. Procuro ver dónde ha ido a parar. Estoy seguro de que la volveremos a necesitar.
FIN