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Promesas rotas. por Zuelly

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Sientes esas caricias… sientes su respiración en tu oído.

Te dejas caer sobre la puerta, abatido y desolado, sintiendo más que nunca aquel peso en tu pecho. Otro gemido huye de la habitación y comienzas a temblar involuntariamente. Vas a llorar, lo sabes. ¿Por qué hace esto? ¿Por qué?

Él es tuyo, vino contigo al mundo, por ende, te pertenece. Pero él no entiende las cosas, nunca las entendió. El que reciba esas caricias deberías ser tú y no ella. Tú deberías estar en aquella habitación con él, tocándolo suavemente, besándolo como siempre has soñado, y no estar al otro lado de la puerta.

Los sollozos se te hacen incontrolables, se apoderan de ti en unos segundos y tienes que acallarlos con tu mano, porque no lo puedes evitar. ¿Cuánto tiempo estarás allí, precioso?

Te calmas un poco, pero aquello sigue allí. Estás enojado. ¿Por qué él no puede ver lo mismo que tú? Le tienes tanto afecto, deseas estar con él a todas horas… y él te responde de esa manera tan sucia y descarada. Está en la habitación que se supone que comparten. Quizá hasta está en tu propia cama, ¿quién sabe?

Las lágrimas comienzan a descender. Sientes impotencia y miras tu mano en la oscuridad, con restos de maquillaje. Era una sorpresa para Tom, lo has estropeado todo. Últimamente las cosas te salen tan mal… y no hay nadie a quién puedas contarles las cosas. Nadie que pueda hacer algo. Tu Tomi se ha ido y siempre está ocupado.

Sollozas nuevamente. Eso te hace miserable y te pone triste.

Tan triste…

Sientes como Tom acaba con un ruidoso gruñido. Te quedas estático y sientes movimiento de ropas allá dentro. Lo único que viene a tu mente es que tienes que salir de ahí, pero no tienes fuerzas. Sólo te mueves un poco, lo suficiente como para que abran la puerta.

No pasa mucho tiempo hasta que eso sucede. La chica se ha ido corriendo de allí, sin siquiera verte y ha dejado la puerta abierta, iluminando todo el pasillo. La luz te ciega por un momento y te hace volver al mundo real. Te secas las lágrimas con cuidado, tratando que no se note que llorabas.

—Hey, Bill —sonríe Tom al verte de pie en la puerta. Sonríe. ¿Cómo puede ser tan cínico?

—Yo… ehm… ¿qué estabas haciendo?

Tom te da la espalda, se pone aquellos pantalones anchos de color negro, esos que te gustan tanto. Reconoces los pequeños arañazos en su espalda y te tienes que concentrar para no perder el equilibrio y caer al suelo como un niño perdido y llorando. 

—Me divertía un rato. Deberías hacer lo mismo…

—Necesito hablar contigo sobre una cosa —susurras y ruegas para que no distinga tu voz quebradiza y temblorosa. Él no lo hace y una parte de ti se siente decepcionada.

Eran tan unidos, sentían todo lo que les pasaba. ¿Qué ocurrió?

—Está bien, te escucho.

Vacilaste un poco antes de responder—: Espera. Voy a por té.

Tom asintió, pero no lo viste, ya que saliste corriendo a la cocina. Preparaste aquel té con cuidado y te divertiste mirando los utensilios. Algunos eran tan brillantes y afilados…

Tom ya estaba vestido cuando llegaste a la habitación. Estaba sobre su cama, la tuya estaba perfectamente hecha. Aunque eso no mejoraba las cosas demasiado.

Él se tomó el té de un sorbo. Tú ni siquiera lo probaste.

—Vamos, Bill. ¿Qué quieres decirme?

Dejaste la taza llena de té a un lado.

—¿Recuerdas cuando éramos pequeños?

Tu hermano se rascó la cabeza, confundido.  Amabas cuando hacía eso, pero no lo demostraste en absoluto, ya que tu cara era serie e inexpresiva. ¿Dónde se fue el brillo de tus ojos miel…?

—Algunas cosas. ¿Por qué?

—A veces, luego de decir Buenas Noches, mamá nos dejaba solos. Y yo me iba a tu cama.

Tom entrecerró los ojos. No te entendía a qué te referías.

Inexpresivo como estabas, te acercaste a su cama y te sentaste a su lado. Tan cerca que sus brazos chocaban incómodos, él no se quejó.

»Una noche juramos estar siempre juntos, ¿recuerdas? —preguntaste. Y tuviste la necesidad de tomarle la mano, lo hiciste. Él nuevamente no se quejó.

—Sí... éramos niños.

—Tú no cumpliste tu promesa.

—Aún estoy contigo.

—¡No, estuviste con ella!! —gritaste y le miraste con ojos llorosos— ¿Por… por qué?

El mentón te temblaba. Él se sobresaltó, entendiendo todo de repente. ¿Por fin te ha escuchado? ¿Por fin sabe que es todo en tu vida, tu eje, tu felicidad? ¿Qué quiere decir esa mirada? Es tan confusa para ti… no la puedes descifrar.

—No quiero que estés con otras personas. Quiero que estés conmigo. —repites en un susurro, aclarándole más tu punto. Él aprieta tu mano y te abraza, te pilla desprevenido, pero te dejas llevar por su calor tan atrapante—. Quiero que estés conmigo para siempre, Tomi.

Él te envuelve en sus brazos. Por un segundo estás en el cielo, sólo un segundo antes de suspirar profundamente y sentir un olor extraño en sus ropas. Olía a ella.

¡Te ha traicionado! ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué, si le amas tanto? Eso sólo te infringe dolor. Mucho dolor.

Los utensilios eran tan brillantes en la cocina. No soportaste sólo verlos, por lo que tomaste uno y lo guardaste en tus ropas antes de subir a hablar con Tom. Después de todo, ¿quién sabe cuando podrías necesitar un buen cuchillo afilado?

Lo sacas con cuidado, Tom no se da cuenta. Estás a punto de deshacerte en sollozos… pero recuerdas algo: Él estaría contigo para siempre. Él sería tuyo y solamente tuyo, nadie te podría arrebatar eso. De tu garganta comienza a aflorar una risa gutural parecida a la de un demente. ¿Pero y qué? De repente estás tan feliz de saberlo…

—Bill, yo siempre te… — Un suspiro ahogado sale de su boca, se recuesta en tu hombro. Y sientes todo su peso sobre ti. 

Nunca pensaste que sería tan fácil penetrar su piel con aquel cuchillo. Sin duda era muy afilado. Te mantienes ahí y sientes su sangre en tu mano, tu propia sangre. Sonríes en silencio y lo abrazas más fuerte, soltando el objeto inerte clavado en su cuerpo y acariciando su espalda. Aún sigue tibia, aún sientes su calor.

Sabías que funcionaria.

Ustedes estarían juntos por siempre.  


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