Desde ese hotel se podía ver todo Osaka. No era la primera vez que estaba ahí. Había estado muchas más veces en esa suite.
Apartó la mirada de la ventana y la arrastró por la habitación. Estaba decorada con muebles rococó y la pared estaba cubierta con un papel pintado.
Pero a pesar de los grandes y recargados muebles y de los colores de las paredes, le pareció vacía y triste.
Volvió a mirar por la ventana y exhaló una bocanada de humo azulado. ¿Por qué había pedido esa, justo ESA habitación?
Alguien llamó a la puerta y le ofreció bajar con los demás a cenar. No sabía ni pretendía saber quién era y le dijo que no.
Posiblemente pensarán que quiere estar solo, que es un hombre solitario y no le gusta la gente. Pues no es así. La gente que pensaba de ese modo era gente que no veía más allá de su pelo teñido, su maquillaje, sus pearcings y sus tatuajes.
Comprendía que los fans pensaran eso, ya que era el papel que él representaba públicamente. Pero odiaba que las personas más cercanas cayeran en ese juego.
A él le gustaba la gente. Era sociable y muy divertido.
No, no quería estar solo. Pero la persona con la que quería estar no estaba.
Se acercó a la cama, que tenía techo y era alta. Bueno, le llegaba prácticamente por las caderas, pero eso no significa necesariamente que fuera altísima.
Pasó los dedos por las sábanas, dejando surcos alargados. En su garganta se formó un nudo enorme y sintió la tensión en su cara. La levantó y miró al frente, al espejo.
Una horrible y profunda mueca de tristeza se había formado en su cara. Le hacía verse como un niño a punto de llorar. No le gustaba, le pareció ver a un extraño y no quiso ver más algo como eso.
Se acercó a la ventana de nuevo. La luz rojiza del atardecer cubría los edificios. A lo lejos se veía el mar, brillante. Apuró su cigarrillo mientras observaba a dos chicas con uniforme subir a un bus. Apagó los restos en un mar de colillas y cerró rápidamente las cortinas.
Se metió en la cama, con ropa y todo y apagó la luz. Entre esa oscuridad se sentía a gusto. Agarró el otro almohadón y lo apretó contra su cuerpo.
Después de un rato sintió como el sueño podía con él. Se sintió aliviado y, como para celebrar haber vencido a la noche y a la tristeza suspiró profundamente. Cogió aire y… Sostuvo el aire en los pulmones por unos segundos. Lo soltó lentamente y tratando de tranquilizarse volvió a coger aire de nuevo, a la misma velocidad.
Volvió a sentirlo. Ese aroma. Era SU olor.
— Imposible. – susurró a la oscuridad.
Una imagen se formó rápida y clarísimamente en su cabeza.
— Improbable, querrás decir. Pues yo, Kyo, existo. – le sonrió la fantasía.
Kyo se quedó paralizado. Se obligó a detenerse y a pensar y detuvo sus impulsos de palpar la enorme cama a oscuras, para buscar su cuerpo.
¿Era posible? Tal vez todo fue su imaginación. ¿Sería que acababa de despertarse de una pesadilla, de la peor de las pesadillas y en realidad todo había sido producto de su imaginación? ¿O lo que sí era producto de su imaginación era lo que acababa de ocurrir?
¿Podía ser tan masoquista como para imaginar una vida tan dolorosa? Tal vez él estaba ahí, como siempre. En su suite. Estaría ahí, aunque podría estar en casa de sus padres, tranquilamente. Pero él quería estar “en su suite” porque decía que tenía que usarla de vez en cuando. Aunque, después mientras hacían el amor siempre le confesaba que solo estaba ahí para estar con él.
Se levantó y se sentó apoyando la espalda en el cabecero de la cama mientras que con sus dedos tocaba el interruptor de la luz.
Trató de calmar su corazón, aunque sin mucho éxito. Sus manos temblaban y no sabía si eran por el temor a su propia reacción al verle ahí echado, mirándole con esa sonrisa entre dulce y sarcástica o por el terror a no encontrarle.
Cerró los ojos y encendió la luz. Los abrió lentamente y ahí estaba.
La cama vacía. Sintió como si su corazón se parase un segundo y reiniciara extremadamente fuerte, tan fuerte que le dolía asombrosamente.
Las lágrimas corrieron mejillas abajo tan abundantes que pronto se juntaban en su barbilla formando un goteo. Se deslizó hacia abajo hasta quedar sobre las sábanas y se dio la vuelta para poder ocultar su cara.
Lloró durante unos largos quince minutos hasta que por fin pudo parar. En seguida una oleada de algo parecido a las arcadas trepó por su garganta y cuando llegó a su boca salió en forma de carcajadas. Rió hasta que le dolieron los abdominales, aunque las carcajadas iban acompañadas de las amargas lágrimas de antes.
Paró.
— Por fin me he vuelto loco. – dijo mirando a la seda que hacía de techo a la cama.
Sonó el teléfono. Descolgó y antes de poder decir nada una voz femenina empezó a hablar rápidamente.
— ¡Buenos días Niimura-Sama! Me ordenaron que le despertara y que le diera un mensaje que… Tengo por aquí. – paró un momento.- Es de Andô-Sama: “Prepárate, voy a entrar”…
Y antes de que la chica acabara la última palabra se abrió la puerta y Die entró como un tifón.
— ¡Buenos días! – miró al techo - ¡¿Qué haces con las luces encendidas?! Tú no conoces las palabras ahorro energético… Por favor, Kyo, apaga la luz. Voy a abrir las cortinas.
Kyo apenas podía sostener la cabeza erguida. Se sentía psíquicamente y físicamente agotado. También sintió su cara hinchada y palpó la almohada, que aún estaba mojada. ¿Cuántas horas se pasó llorando?
Die abrió las cortinas y a pesar de que las cristaleras estaban cerradas cogió aire como si estuviera en la montaña y se giró a mirarle. Miró a su alrededor y entonces lo recordó.
— Esta es… - se acercó a la cama y se sentó al borde – la habitación favorita de Toshiya.
Kyo, sin mirarle a la cara asintió.
— Es su suite. Nuestra suite... La cama huele a él.
Die sintió el impulso de abrazarle, de hacer que se deshiciera en sus brazos. Pero no lo haría. Si le sintiera tan roto e indefenso en sus brazos perdería el control y no quería aprovecharse de la situación.
Levantó la mano lentamente y la apoyó en el pelo rubio de Kyo.
— Todo va a ir bien. – al segundo de decirlo se arrepintió. La típica frase…
— Se ha ido. – las lágrimas volvieron a correr por su cara. Aunque Die no podía verle los ojos, vio como caían en las sábanas. – Se ha ido por mi culpa. Y no va a volver… ¡Nuestra banda está rota, Die! ¡Por muchos bajistas que busquemos nadie va a llenar el hueco que ha dejado Toshiya! ¡NADIE!
Olvidando todo lo que había pactado antes consigo mismo, Die abrazó a Kyo. De éste empezaron a salir unos sollozos terribles que se clavaban en su pecho.
— Tú no tienes la culpa de nada. ¡Y deja de preocuparte por la banda, joder! No es lo único que él rompió al irse. Se fue y no solo rompió el grupo, sino que también rompió tu corazón. – sonará cursi, pero no había mentido.
Kyo intentó controlar los sollozos para poder hablar.
— Me he vuelto loco, ¿sabes? Anoche. Anoche me volví loco.
Levantó la cara y miró a Die a los ojos sin deshacer el abrazo.
Die observó con tristeza sus ojos. Estaban rojos e hinchados.
— No creo que pueda más. Siempre me había considerado una persona fuerte… Pero no lo soy. – se volvió a acercar a Die, puso sus mejillas juntas y apoyó su barbilla en su hombro y le habló al oído – Si vas a irte, dímelo. Si tú me vas a hacer lo mismo dímelo ahora.
— No… no voy a irme a ningún sitio.
Kyo volvió a mirarle a los ojos y logró sonreír levemente. Su sonrisa era falsa y Die lo sabía porque sus labios sonreían pero sus ojos no.
— Deja de hacer eso. Delante de mí no tienes que fingir nada.
Kyo siguió igual, mirándole a los ojos con esa sonrisa pegada a los labios.
Die se enfadó y sin pensar le besó. Una y otra vez mientras pensaba que así no fingiría esa mueca desagradable.
Kyo se echó hacia atrás, arrastrando a Die hacia él y le rodeó las caderas con las piernas.
Como Die había predicho, había perdido el control.
Las lágrimas corrían de nuevo. La imagen que la noche anterior se le había formado en la cabeza volvió. Ahí estaba él, sonriéndole, perfecto. Su Toshiya.
— Tengo que dejar de utilizar a las personas en mis ataques masoquistas. – pensó, mientras se aferraba al pelo rojo de Die.