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Metas inalcanzables por Necoco_love2

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Notas del fanfic:

Mi primer ItaGaa, espero que les guste. Recientemente me ha entrado la fascinación por esta pareja, así que decidí escribir algo, porque quería y lo necesitaba un poco.

Espero que les guste :3

Notas del capitulo:

Disclaimer: Los personajes de Naruto no me pertenecen, son obra del señor Masashi Kishimoto.

 

¿Por qué la gente persigue cosas que son imposibles de alcanzar?

¿Por qué la gente debe seguir caminando para alcanzar metas que no puede ver?

Esas, y variantes de las mismas cuestiones principales, rondaban su mente constantemente, distrayéndolo de manera apabullante de cosas mejores en las que tenía y debía, pensar. No estaba en su naturaleza dejar de lado por un momento las prioridades para cuestionarse preguntas cuyas respuestas posiblemente le llevaría más de un par de días descubrir, pero siempre hay una primera vez.

Siempre.

Fuera llovía con fuerza, más el sonido de las gotas chocar contra cualquier superficie era amortiguado por las paredes de su casa. Las gotas heladas chocaban contra el cristal, resbalando por éste y perdiéndose entre riachuelos de agua que corrían cuesta abajo, hacia el asfalto de las calles. Por un instante, el reflejo que le devolvió el cristal de la ventana fue de sí mismo, llorando. Las gotas de lluvia que se perdían en el cristal simulaban ser lágrimas casi verdaderas que corrían por sus ojos, pero no dejaba de ser sólo eso, un reflejo, una ilusión.

El estudio estaba casi a oscuras, iluminado únicamente por una lámpara en una de las esquinas del escritorio y por el brillo que desprendía la pantalla de la laptop que yacía sobre la fina madera del elegante escritorio. En ella, se apreciaba fácilmente cómo un documento permanecía con la hoja en blanco, con el cursor parpadeando, esperando que el dueño del lugar se dispusiera a hacer uso de sus manos para algo más que llevárselas a la cara constantemente, pensando.

No era que tuviera miedo a la hoja en blanco. Aquello era algo con lo que no había tenido muchas dificultades, ni siquiera cuando era sólo un chiquillo. Sencillamente, su mente estaba siendo ofuscada por pensamientos de más fuerza que lograban alejarlo incluso de la realidad y lo llevaban como a otra dimensión, como a una ilusión paralela en la que él controlaba todo a su alrededor.

Pero luego se sorprendía volviendo a la realidad como en aquél momento, cuando golpearon la puerta de su amplio departamento de una manera brusca, en un sonido seco, amortiguado por los truenos que se dejaban escuchar allá afuera, en la tormenta. ¿Quién carajos iba a tocar a la puerta de su departamento a esas horas de la madrugada?

Itachi salió del estudio, aún pensativo, directo al recibidor, dispuesto a echar un vistazo por la mirilla y hacer oídos sordos si se trataba de alguna visita indeseable. En vez de eso, miró sólo por la mirilla. Supo de quién se trataba al instante, mentiría si dijera que no esperaba que aquella noche acudiera a su departamento. Decidió no abrirle inmediatamente, más para prepararse psicológicamente que por algún otro motivo menos especial. Recargó su frente en la pulcra puerta blanca de su departamento y cerró los ojos.

Abrió un momento más tarde, cuando la persona del otro lado de la puerta se tumbó, recargándose a ésta, esperando. Itachi sabía perfectamente que el pelirrojo que le esperaba del otro lado no se iría sólo así, pensando que no se encontraba en casa. Se aferraba tanto a la idea de verle, que era capaz de esperarle ahí por horas, quizá días.

Estaba empapado.

Lo escrutó con la mirada, en silencio. Sintió una punzada en el corazón pero la dejó pasar, puesto que resultaba innecesario hacerle caso. El pelirrojo en el suelo no le devolvió la mirada, ni siquiera agradeció que le abrieran la puerta. Se quedó ahí, mirando un punto vacío del espacio, como hipnotizado por algo que Itachi no era del todo capaz de comprender.

El mayor soltó un resoplido consternado.

— ¿Para qué crees que te sirve la llave que te entregué?—preguntó, sabiendo previamente que no recibiría una respuesta. Al menos no una que tuviera sentido para lo que había preguntado.

El menor se alzó con su ayuda, evitando casi infantilmente los ojos ónice del mayor que estarían, probablemente, llenos de regaños. Itachi lo llevó dentro a lo que el contrario no se negó. Lo condujo por el pasillo y lo llevó hasta el cuarto de baño, donde lo desnudó sin tapujos y lo metió dentro de la bañera que comenzaba a llenarse de agua caliente. Una vez fuera de ahí, se dirigió a la cocina, donde casi en un sepulcral silencio se dedicó a preparar una olla, una tabla, un cuchillo, y algunos vegetales.

Itachi no desconocía los motivos por los que Gaara había llegado en aquél estado tan ausente a su departamento, pero prefería ignorarlos porque pensar en ello le llenaba la boca del estómago de un sabor amargo y su corazón, ese órgano vital que latía en su pecho, se oprimía suavemente ante la mención de nombres y situaciones que aberraba con justa razón.

Uchiha sólo se evitaba disgustos innecesarios.

Con la lluvia como único sonido que rompía el silencio de la cocina, Itachi continuó cocinando, acción que, inhabitualmente, ni siquiera hacía para su propia persona. Lo hacía inconscientemente, casi por inercia, como un reflejo instantáneo que solía tener cuando Gaara llegaba a casa ya qué, como cualquier otro adolescente en edad de crecer, debía tener hambre.

Gaara apareció en el umbral de la cocina casi media hora después, vistiendo una de sus camisas y apenas un bóxer que dejaba ver a la perfección unas lampiñas y delgadas piernas de un color blanco lechoso. Itachi dejó pasar el hecho de que el pelirrojo estuviera usando su ropa, total, la de él continuaba mojada y no podía tenerlo por la casa como Dios lo había traído al mundo.

O sencillamente quería evitarse esa imagen.

— ¿Tienes hambre?—preguntó, haciendo un gesto para que se sentara.

Verlo le resultaba casi misteriosamente tierno, como un niño pequeño que ha decidido jugar a vestirse de adulto, con la ropa resbalando de su cuerpo. La camisa abotonada de Itachi se resbalaba de su cuerpo, dejando al descubierto uno de sus hombros.

—Sea cual sea mi respuesta, me obligarás a comer—habló, por fin, el menor.

Itachi sonrió de medio lado.

—Preparé curry—sentenció, acercándole en la mesa un plato humeante de curry recién preparado—. Cómetelo.

Gaara, en silencio, obedeció.

Itachi se recargó en el mueble que constituía la cocina integral, cerca del fregadero. Sacó un cigarrillo de una cajetilla que portaba en uno de los bolsillos de su pantalón, lo encendió con cuidado y le dio una calada en silencio antes de mirar a Gaara que, totalmente abstraído, comía más por obligación que por necesidad. Sin palabras, sin sonrisas o regaños de por medio, sólo así, Itachi cuidando de él y el de ojos aguamarina dejándose cuidar.

—Lo odio—atinó a susurrar Gaara, atacando con sus palabras el silencio inquebrantable que se había ido apoderando de ellos poco a poco.

Itachi le dio a su cigarrillo una calada más, exhalando el humo con parsimonia, aparentando con una perfección digna de un Uchiha que aquella simple confesión qué de antemano sabía, no le había provocado ningún sentimiento, ni una emoción, ni siquiera un pensamiento irrisorio.

—Gaara, te he dicho muchas veces que ese sujeto no te merece—respondió—, que sigas buscándolo es de estúpidos. Con el ego que te cargas, ya habrías dejado de intentarlo en cuestión de segundos.

—Cállate, no sabes de lo que hablas—replicó el menor, con la suficiente confianza con él para atacarlo al ponerse a la defensiva.

El moreno no se amedrentó.

Le dio una última calada a su cigarrillo y lo apagó, arrojándolo al cesto de basura que tenía en la cocina. Se cruzó de brazos y lo miró fijamente, esperando algo más del chico pelirrojo, que movía con furia la cucharilla con la que se había terminado ya el curry.

—Sé perfectamente lo que ocurre, más de lo que tú eres capaz de aceptar—le dijo, sin muchos miramientos. Gaara era apenas un chiquillo que no terminaba su último año de instituto, alguien como él era lo bastante joven como para percatarse por sí mismo que ocurría.

Itachi, universitario a punto de graduarse que había vivido en las ramas de la promiscuidad por mucho más tiempo que él, sabía con exactitud que si Gaara seguía detrás de aquél muchacho que odiaba con toda la amargura que era capaz de albergar en su corazón, era sencillamente porque hacía lo mismo que Itachi solía hacer para que las chicas y los chicos siguieran prendados de él aún cuando ya no le brindaban ningún beneficio, ni siquiera sexual.

A Gaara le rompían el corazón una y otra vez—o atacaban su ego, mejor dicho, puesto que el pelirrojo ni siquiera sentía amor verdadero—, de manera que el pelirrojo seguía insistiendo porque muy en el fondo, aunque sabía que tenía una oportunidad, Sai seguía ignorándolo sentimentalmente hablando.

—Quiero terminar con esto, mi ego es mucho más importante que él, pero…—Y no terminó la frase.

«Pero no puedes dejar de amar su arte…»terminó Itachi la frase en su pensamiento.

Lo sabía. Joder, Itachi lo sabía muchísimo mejor que el mismísimo Gaara. Que él poseía la capacidad textual de tocar el corazón de Gaara, de oprimirlo, alegrarlo, enfurecerlo o ablandarlo, con tan sólo unas cuántas palabras escritas. Itachi era un escritor no consumado, pero sí con mucho potencial y talento, de los más aplaudidos en su rama universitaria por sus maestros y compañeros. Gaara le tenía una infinita y secreta admiración que lo llevaba a amarlo encarecidamente con cada palabra que podía teclear en su computadora personal.

Pero Sai era un pintor, de los mejores de su curso. Y Gaara se encontraba fascinado cada que el muchacho terminaba un trabajo y le permitía observarlo antes que nadie más. Itachi no podía saber lo que el pelirrojo sentía cada que observaba absorto cada uno de sus lienzos, pero sabía que lo que el pelirrojo sentía estaba más allá de su entendimiento.

Porque la pintura y la literatura eran expresiones artísticas que no podían compararse entre sí.

Itachi podía describir el paisaje más hermoso, con las palabras adecuadas para alcanzar el frío corazón de Gaara, que solía permanecer siempre cerrado para el público en general. Y sin embargo, Sai podía hacer realidad, para Gaara, el paisaje mismo que Itachi le hacía imaginar.

Lo odiaba.

Sencillamente, sin más ni menos. Odio puro.

Cuando se percató, Gaara ya caminaba en dirección a él, extendiendo los brazos y rodeando su cuello con ellos. Se inclinó hacia delante apoyándose en la punta de los pies y lo besó, suave e incitantemente, en una clara invitación qué, ésta vez, Itachi no ignoró.

—No hablemos de eso, ¿Quieres? Ya tengo suficiente con saber que actúo como un idiota sin orgullo.

Gaara le sonrió de medio lado, acercándose más a él. Itachi se dejó embriagar por el dulce aroma que desprendía el cabello aún húmedo del pelirrojo, mientras se acercaba a su oído para susurrarle palabras que sólo en momentos íntimos como esos se atrevía a susurrarle.

La verdad es que Gaara no era el único idiota en esa cocina.

Itachi lo besó de nuevo, siguiéndole la corriente al menor. Suave y delicado, amable y cariñoso, como si el chico de ojos aguamarina se tratase de una flor del desierto única y exótica que despertaba en él el deseo casi titánico de protegerlo a toda costa.

A costa de su propio orgullo, quizá.

Lo alzó por las piernas, mientras el menor se aferraba más a su cuello, escondiendo su rostro coloreado de un sutil color carmín en su pecho. Lo llevó a su habitación, esa recámara a oscuras que había sido cómplice de sus encuentros pasionales por la noche, en los que elevaban fuera de la realidad y disfrutaban de esos momentos juntos, esos viajes utópicos en dónde Gaara no tenía ojos más que para Itachi y en donde el moreno no tenía por qué ser presa de los irascibles celos que sentía por Sai.

Una utopía, una ilusión, un edén en el que Itachi podía amarlo sin tapujos y era complacientemente correspondido por el pelirrojo.

Pero al final de la utopía, al final de la ilusión, no había nada.

Nada más.

¿Por qué?

Porque Gaara no lo amaba.

Por mucho que lo necesitara o por muy arisco que Itachi fuera con él, Gaara ya no se imaginaba vivir sin su cariño, sin su compañía, sin él.

Pero aún no lo amaba.

Itachi lo sabía.

Gaara acudía a sus brazos constantemente, en silencio y con el corazón latiendo frenéticamente de odio puro a una persona que, como artista, admiraba, pero que como persona, aborrecía incansablemente. De alguna manera, Sai conseguía seducirlo para llevarlo a la cama, pero únicamente lo usaba cuando Gaara alimentaba en secreto una esperanza vaga de ser finalmente amado por alguien.

Amado por alguien cuyos ojos brillaban de admiración.

De esa manera, cuando era usado por Sai, acudía a los brazos cálidos de Itachi, que siempre estaban abiertos para recibirlo.

Sai era un buen pintor, y eso nadie podía negarlo, pero como persona era un nefasto licuado de egolatría, rareza, promiscuidad y egoísmo. Como persona, no tenía el menor interés en mejorar. Muy por el contrario, Itachi, pese a haber sido un patán también, había madurado, y aunque no lo gritaba a los cuatro vientos, tenía todavía corazón, sentimientos.

Sentimientos que Gaara no veía en verdad porque no concebía la idea de que aquél escritor callado, silencioso y casi perfecto al que admiraba artísticamente estuviera seriamente interesado en su persona, en su ególatra persona. Resultaba tan bueno para ser verdad, que Gaara sencillamente no se lo creía. Atribuía la actitud candorosa de Itachi, sus mimos, esas noches y lo mucho que lo cuidaba y regañaba, sólo a un gesto consolador, a manera de que no se sintiera tan secamente rechazado por el resto del mundo cuando de amor se trataba.

Para Itachi, acostarse con Gaara era fácil. Lo difícil era el amor. Lo complicado era hacerle ver que sus sentimientos eran reales.

Itachi caminaba solo, buscando una meta que parecía inalcanzable, una meta que ni siquiera era capaz de visualizar. Pero tenía una fe ciega, y quizá también estúpida, de que si se esforzaba un poco más, si persistía en él el deseo puro de amar a Gaara por el resto de su existencia sin que nada más le importase tanto como el pelirrojo mismo y su felicidad, si confiaba en que podía hacer feliz al chico de ojos aguamarina, quizá y sólo quizá, la meta se materializaría a lo lejos, frente a sus ojos, retándolo a llegar hasta ella.

Y por eso escribía. Todas las noches, como un sagrado ritual, se sentaba frente a su portátil personal esperando que las palabras fluyeran, que sus dedos comenzaran a teclear por instinto las palabras más hermosas, las más pueriles y sutiles, para que sus sentimientos alcanzaran a Gaara, para que lo envolvieran en ese manto de buenas intenciones en la cual lo protegería por siempre.

Para que Gaara también aprendiera a amarle.

 

 

 

Notas finales:

Espero les haya gustado.

Dudas, quejas, comentarios, etc, son bien recibidos los reviews :3

Besos y abrazos, Necoco.


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