Saborearlo.
Era casi obsceno, pecaminoso…tan perfecto por ser monstruoso.
Podría hacerlo una eternidad completa, una y otra vez. Desgarrándole y sometiéndole. Tenía el poder para ello siempre lo tuvo, la simple ignorancia es quien no le dejo ver. Toma el último mordisco de él. De el que es tan suyo. Siempre lo fue. Se relame los labios sintiendo un cierto regusto miseria y agonía como orgullo y vergüenza, incluso puede saborea unos cuantos matices de odio y amargura…tan exquisito.
Podría devorarlo de nuevo. Claro que lo haría. Cuantas veces quisiera, una y otra vez.
Por venganza, por cariño. Porque es la única forma de amor que conoce y le gusta demasiado como para intentar amar de otra forma, no tiene por qué.
Entonces oye unos sollozos quedos en el fondo de su garganta como siempre por un instante absurdo se plantea que quizá sea su propio llanto, su consciencia….después recupera el sentido común y oye, no viene de si mismo…viene de él. Del fondo de su mente, de su propio infierno personal.
El llanto intenta contenerse con unos cuantos revoquejos de cordura y vanidad, lo que queda de orgullo. Tan hermoso, aguarda silencioso oyendo sus intentos de vivir…pero no puede, nunca más podrá. Ahora es suyo. Es hora de que lo entienda.
Dolor.
Le entrega todo lo que puede y no es poco precisamente.
Entonces vienen los gritos y las maldiciones.
Delirio.
Delirio de dolor de miseria.
Delirio placer enloquecedor.
Es la situación mas hilarante y excitante que podría haber imaginado. Tanto placer y sabor de esa pequeña criatura. Lo muerde nuevamente desde el alma hasta la mente, devorando cada pensamiento cada uno de sus sentimientos.
Mantiene la desesperación mas de lo necesario sobre su lengua deleitándose con ella tan perverso como solo el sabe ser. Podría violarle pero duda mucho obtener un sabor tan bueno como ese por cualquier otro medio que no incluya la vejación de despedazar su mente.
Entonces hay suplicas, en un principio pudo creer que estas le complacían pero esa lastimera voz le desagrada, no alcanza a saber porque pero no quiere oírla por lo que se detiene, obedece sonriente y burlón. Le deja recuperar el aliento y el orgullo. Le deja respirar algo parecido a la paz por tan solo unos cuantos segundos.
Antes de dejarle hablar o negociarlo lo toma de nuevo.
Le jala y empuja. Le sacude una vez y otra hasta agitarle la respiración límite de la locura, hasta hacer de su aliento algo forzoso e irregular, doloroso y desesperante. Un aperitivo delicioso y provocativo. Entonces lo toma y lo besa. Se lo come.
Sus labios, su aire. Su lengua y su esencia.
Su orgullo.
Es bueno. Sabe como las esperanzas rotas. Pisarlo un poco mas no hará ninguna diferencia.
Ninguna,
Nunca.
Jamás.
Ni hace algún tiempo.
Ni ahora.
Ni mañana.
Ni toda la eternidad.
Era un muy buen sabor no se cansaría nunca de repetirlo y echárselo en cara.
-sabes como la inocencia perdida.
Y el también sonrió. Era verdad.