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Zona prohibida por starsdust

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A pesar de sus esfuerzos, Aiolia no pudo encontrar nada fuera de lo común en la tienda. Recordando lo que había dicho el patriarca acerca de las víctimas anteriores, le preocupaba el estado de Milo. Después de un debate interno acerca de si permanecer más tiempo o no, decidió salir del lugar. Quizás fuera necesaria una investigación previa más completa, y además tenía la impresión de que sería mejor alejar a Milo de allí lo más pronto posible.

Lo llevó de vuelta a la habitación del hotel donde se hospedaban, y lo colocó con cuidado sobre la cama. Masajeó sus propios hombros, para aflojar la tensión acumulada en los músculos. Le había resultado bastante incómodo cargar con Milo y con las dos cajas de las armaduras al mismo tiempo.

Se sentó sobre el borde de la cama y observó a Milo, que permanecía inerte. Aún no podía creerlo. Tuvo el impulso de querer sacudirlo hasta hacerlo despertar, pero se contuvo. En realidad, no estaba seguro de lo que sentía. Era una mezcla de enojo y culpabilidad. Le enfurecía no poder hacer nada.

Irritado, se levantó de la cama y descargó su ira dándole un golpe a la pared, que se agrietó. Empezó a caminar de un lado a otro dentro de la habitación, como un león enjaulado, y después de un buen ir y venir volvió a la cama, donde se recostó junto a Milo, y le habló en el oído.

-Ya déjate de tonterías. Despierta, por favor... -suplicó.

Nada cambió. Estúpidamente frustrado por la falta de reacción de Milo, Aiolia volvió a sentarse sobre la cama. Se quitó los zapatos y los arrojó contra la pared contraria con rabia. Los vio caer, impotentes y tristes, y sintió un poco de lástima por ellos.

Se dio cuenta entonces de que no le había quitado los zapatos a Milo, y se preguntó si le correspondía o no hacerlo. Se sentía un delincuente cada vez que tocaba a Milo, aunque fuera por una buena razón. Tenía la impresión de estar traspasando propiedad privada, y el cálido cosquilleo que le generaba en su interior la idea de entrar en contacto con él tampoco lo ayudaba.

Al final, fue de todas maneras hasta los pies de Milo y procedió a quitarle los zapatos. Dejó el primero junto a la cama, y estaba desatando el cordón del segundo cuando escuchó a Milo hablar con una voz tan cansada que parecía llegar de ultratumba.

-¿Qué haces...? -preguntó.

Aiolia levantó la cabeza de inmediato. Milo lo miraba con perplejidad; apartó sus pies de las manos de Aiolia y se refregó los ojos con adormilada torpeza.

-¡Milo! -exclamó Aiolia, acercándose a la cabecera de la cama-. ¿Estás bien?

-¿Qué... lugar es este? -balbuceó Milo. Lucía perdido. Se apoyó en los codos para incorporarse un poco y parpadeó varias veces, buscando despejarse.

-El hotel -explicó Aiolia con paciencia-. Te traje de vuelta...

-¡¿Eh?!

-¿Recuerdas lo que pasó?

-No... -admitió Milo, bajando la vista.

-¿Qué es lo último que recuerdas?

Milo se sentó sobre la cama y frunció el entrecejo. Mientras se tomaba un tiempo para pensar, aprovechó para quitarse el zapato que aún tenía puesto, y una vez descalzo, se cruzó de piernas.

-Hmmm... Estábamos en esa tienda, y sentimos un chispazo de energía extraña. Nos separamos un momento... Y luego, no sé...

-Algo te atacó -relató Aiolia-. No sé qué fue, pero perdiste el conocimiento. Intenté encontrar la fuente del problema. No hubo caso. No volví a sentir nada. Las armaduras no respondían, y tú tampoco... así que decidí traerte de vuelta.

-¡Pero la misión...! -exclamó Milo.

-Tenemos que investigar mejor antes de volver. ¿Recuerdas lo que dijo el patriarca? Todas las personas que estuvieron en contacto con esta entidad quedaron en estado vegetal, es por eso que no sabemos a qué nos enfrentamos.

-Bueno, obviamente yo no soy igual al resto de las personas -se jactó Milo, llevándose una mano al pecho.

-¡Pero me asustaste! -bufó Aiolia-. Temí que no despertaras tampoco...

-¿Ehhh, cómo es eso? -rió Milo. Cambió de posición para sentarse sobre sus talones, lo que lo hizo quedar un poco por encima de la altura de Aiolia-. ¿Temiste por mí, tú?

La risa de Milo continuó aumentando de volumen. Aiolia empezaba a sentir el impulso de callarlo de un puñetazo.

-¡Porque nos hubieras dejado muy mal ante el patriarca, sabes!

-Bah, no deberías haberte preocupado, idiota -dijo Milo, cruzándose de brazos-. No iba a ser vencido tan fácilmente.

Enfadado por la despreocupación que mostraba Milo, Aiolia meneó la cabeza. Le molestaba que no pareciera entender la seriedad del asunto.

-Milo, basta. Estamos enfrentando a algo que fue capaz de dejar fuera de juego a un caballero dorado en un instante...

Todo quedó en silencio. Milo se veía pensativo. Aiolia se dio cuenta de que en realidad, él tenía bien claro que se trataba de un tema grave, y que si le había quitado importancia no era porque de verdad creyera que no la tenía.

-Aiolia... -comenzó a decir Milo, titubeante-. Cuando resolvamos este asunto... ¿podríamos no mencionar esta parte de los hechos?

La pregunta había sido formulada con un inusual matiz de timidez. Aiolia lo miró con sorpresa, y Milo evitó su mirada.

-Ah, entiendo... -dijo Aiolia-. ¡Te avergüenza!

-¡Cierra la boca!

-¿Y qué obtengo yo a cambio de mi silencio? -preguntó Aiolia, divertido.

Reflexionando sobre la manera menos humillante de suplicar, Milo luchaba consigo mismo. Se cubrió la cabeza con la capucha de su campera y habló en un susurro.

-Por favor...

Esta vez fue Aiolia quien rió, para indignación de Milo. Como su honor dependía de la decisión del otro, tuvo que aguantarse las carcajadas sin decir nada.

-Ya que me lo pides por favor... -dijo Aiolia, quitándole la capucha de la cabeza a Milo, de un manotazo-. A propósito, ¿te sientes bien? -agregó.

-¡Sí! -aseguró Milo, molesto-. Aunque no puedo entender lo que pasó. ¿Y tú? ¿Estás bien?

-¿Yo...? Sí... yo no fui atacado por nada -señaló Aiolia con un cierto tonillo de arrogancia, al tiempo que se ponía de pie- Pero tú... quizás deberías descansar.

-Estoy bien, ahora... -refunfuñó Milo-. Tenemos que volver a la tienda...

-No estás bien, y no vamos a volver tan rápido.

-Deja de actuar como si pudieras darme órdenes, estúpido -dijo Milo, haciendo gala de su cortesía.

Sin hacer caso a la provocación, Aiolia fue hasta la mesada de la pequeña cocina que estaba integrada a la habitación y habló desde allí con solemnidad.

-Milo, tendríamos que poner en mejor orden las pistas con las que contamos, antes de volver. Ciertamente, no se trata de un enemigo común. Quizás haya algo en las notas que nos dieron que pueda ayudarnos... pero sería precipitado regresar ahora.

-¿Desde cuándo eres tan prudente? -masculló Milo.

Aiolia no lo escuchó con claridad; estaba ocupado buscando algo. Regresó trayendo una carpeta con información del santuario. Se acomodó en el colchón, puso los papeles a su lado, y sacó de entre su ropa una manzana que colocó frente a Milo.

-Toma, come algo.

Después de vacilar un poco, Milo tomó la fruta, aunque la expresión de su rostro no fue muy amigable.

-¡No me trates como si estuviera enfermo! -protestó. Aiolia sonrió, al ver que de todas formas, Milo le daba un mordiscón a la manzana. Era evidente que agradecía la atención, aunque fuera demasiado orgulloso como para admitirlo.

Mientras Milo comía, Aiolia intentó poner en orden los documentos relacionados con la misión. El santuario les había entregado todos los datos relevantes disponibles, desde la historia del edificio a la de la vida de cada una de las víctimas. Allí no había nada que llamara la atención, sin embargo.

-Quizás tendríamos que investigar por nuestra cuenta -dijo Aiolia, desanimado. Milo asintió distraídamente, y Aiolia apartó los papeles a un lado, con expresión meditabunda.

-¿Quieres? -preguntó Milo de repente. Aiolia levantó la vista y vio que Milo le estaba ofreciendo su manzana.

El león se quedó mirándola atontado, sin saber qué contestar. El olor lo tentaba demasiado, así que probó un bocado, que se deshizo en su boca provocándole una inesperada alegría. Tenía más hambre de la que creía.

-Es dulce... -comentó Aiolia. Milo parecía entretenido con la situación, pero la sonrisa de su rostro se congeló cuando Aiolia se acercó de improviso a él y apoyó el pulgar sobre la comisura de sus labios.

-¿Qué haces?

-Tienes algo... -murmuró Aiolia, apartando con el dedo un diminuto trozo de fruta.

El problema fue que una vez que tocó la piel de Milo, Aiolia no pudo apartar la mano. Sentía su corazón latiendo a toda velocidad. Su cuerpo no respondía a las órdenes de su cerebro, sino que el muy egoísta estaba tomando su propio camino. Sintió pánico. Estaba quedando al descubierto. Milo notó el nerviosismo de Aiolia, y sonrió nuevamente. Abrió ligeramente la boca y tomó el pedacito de manzana con su lengua, directamente desde el dedo de Aiolia.

-Ya está -dijo.

Esa fue la gota que colmó el vaso. Aiolia no pudo seguirlo resistiendo. Atrajo a Milo contra sí con ansiedad, y besó su boca con voracidad. Se internó en ella y notó que esta tenía el mismo tipo de gusto delicioso que la manzana. Milo tenía la costumbre de tener siempre alguna a la mano. Eso explicaba por qué su aliento era tan agradable.

Tumbó a Milo sobre la cama y continuó devorándolo con avidez, hasta que se apartó un poco para recobrar el aliento. Con la espalda apoyada contra el colchón, Milo jadeaba entre un mar de cabellos enmarañados, y lo observaba con una expresión que Aiolia no sabía decodificar. ¿Sorpresa? ¿Interés?

-No me rechazaste... -dijo Aiolia, apartando el pelo de la cara de Milo.

-¡No te confíes! -advirtió Milo, arqueando las cejas.

-¿Qué es Camus para ti? -preguntó Aiolia, intentando ocultar el temblor de su voz.

-¿Eh...?

Los ojos de Milo se agrandaron. El desconcierto que Aiolia vio en ellos parecía genuino, tanto que el león se sintió descolocado. Estaba convencido de que Camus y Milo eran amantes. ¿Podría ser posible que estuviera equivocado?

-Dime la verdad, Milo.

La expresión de asombro de Milo se suavizó, como si acabara de entender el porqué de la duda del otro.

-Es mi mejor amigo.

-¿Solamente eso?

-¿Por qué insistes tanto, idiota...? ¿Estás sordo? -preguntó Milo, tomando a Aiolia por el cuello de su camiseta y tirando de él hacia abajo hasta que sus labios volvieron a encontrarse.

Esta vez Aiolia se tomó más tiempo para disfrutar del beso. Sus manos fueron a parar a las caderas de Milo, y Aiolia lo sintió responder, moverse bajo su peso seductoramente, buscando profundizar el contacto.

-¿Por qué no me rechazas? -preguntó Aiolia, haciendo una pausa.

Sonriendo con un toque de malicia, Milo puso sus manos sobre el pecho de Aiolia, haciéndolo retroceder un poco.

-¿Quieres que te rechace? ¿Que me resista?

Aiolia se ruborizó. Su pregunta no tenía que ver con eso, pero tenía que admitir que la idea le resultaba un poco atractiva.

-¿Hasta dónde... me dejarías ir? -murmuró Aiolia, inseguro.

-Hasta donde yo quiera -respondió Milo con picardía-. No te la haré fácil. Pero... no te detengas.

Lentamente, Aiolia se acercó a Milo, con la intención de probar nuevamente sus labios, pero Milo apartó la cabeza con rapidez, impidiéndole concretar el beso. Aiolia se sintió un poco contrariado, hasta que notó que Milo lo miraba por el rabillo del ojo y sonreía. El juego había comenzado. Y Aiolia era quien estaba arriba, así que tenía ventaja. O al menos eso creía.

Milo era increíblemente rápido, y amenazó con escabullírsele por completo en cuestión de segundos. Aiolia tuvo que apresurarse para atraparlo. Después de una breve lucha, terminaron ambos de rodillas sobre la cama. Uno de los brazos de Aiolia rodeaba el cuello de Milo, mientras que el otro envolvía su cintura. Aiolia sintió el trasero de Milo apoyado contra su pelvis, y movió una de sus manos hacia allí, para palparlo. Milo lo dejó salirse con la suya durante el tiempo suficiente como para permitir que se encendiera la llama de su excitación, y luego escapó del abrazo con agilidad.

El león tuvo que perseguir al escorpión hasta más allá de los límites de la cama, y solamente después de grandes problemas consiguió acorralarlo contra una de las esquinas de la habitación. Habían dejado un reguero de objetos tirados por el camino. Aiolia bajó la cremallera de la campera deportiva que llevaba puesta Milo y se la quitó, dejándola caer sobre el piso. Milo se mostró colaborador hasta que Aiolia se acercó peligrosamente a su boca.

Terminaron dándose el uno al otro contra las paredes y contra el suelo más de una vez, y a pesar de que hubo varios momentos en que Aiolia pareció dominar, el beso seguía escapándosele. Finalmente se las arregló para arrastrar a Milo a la cama y colocarlo boca abajo, debajo de su cuerpo. Milo se retorció, revolviéndose entre sus brazos hasta que Aiolia consiguió restringir un poco sus movimientos. En realidad, era innegable que Milo no estaba resistiéndose con todas sus fuerzas, pero la farsa funcionaba bastante bien.

Quiso reclamar su beso, pero Milo siguió negándoselo. Para evitar que dejara de sacudir la cabeza, Aiolia apretó su mano contra la boca de Milo. Le resultó difícil mantenerla en el lugar, por causa de lo sudorosa que estaba la piel de ambos. Cuando lo consiguió, la intensidad de los forcejeos de Milo disminuyó un poco. Aiolia podía sentir los labios húmedos de Milo contra sus dedos. Estaba más cerca de conseguir lo que quería. Pero se sentía agotado. Se tomó una pausa para recuperar el aliento. Milo se percató de ello y empezó a quejarse; no paró hasta que Aiolia apartó un poco la mano para permitirle respirar mejor también.

-¿A esto te referías...? ¿Está bien como lo estoy haciendo? -preguntó Aiolia, volviendo a cerrar la mano sobre la boca de Milo, que asintió con la cabeza. La tregua había durado poco, pero Milo parecía conforme con eso.

Siempre les había gustado jugar rudo. Esto no era muy diferente de las peleas cuerpo a cuerpo que habían librado desde niños en los campos de entrenamiento del santuario, solo que en aquellos casos no había deseos sexuales de por medio. Al menos, no hasta que Milo comenzó a crecer, y pasó de ser un niño a un adolescente. En ese momento, aquellas batallas a pequeña escala empezaron a sentirse diferentes para Aiolia, que terminaba invariablemente ardiendo de excitación, y luego sintiéndose culpable por eso. No era algo que pudiera comentar con nadie. Milo no era consciente del nivel de atracción que podía llegar a generar en otros.

Con cuidado pero con seguridad, Aiolia movió la cabeza de Milo hacia un costado, para poder verlo más directamente a los ojos. Después de un sugerente intercambio de miradas, Aiolia retiró la mano de la boca de Milo, que sonrió, relamiéndose los labios. Dejó que Aiolia lo besara por tanto tiempo como quisiera, y respondió con entusiasmo.

Ahora que tenía una mano libre, Aiolia se introdujo en el pantalón de Milo para explorar el terreno. Sintió el calor agolpándose en los muslos, y a Milo endurecerse con su intervención. Aiolia no podía seguir aguantándolo. Tenía que entrar en él.

Lo hizo con firmeza, empujando a Milo contra el colchón, que se hundió un poco por la violencia inicial del movimiento. Desde arriba vio a Milo aferrarse a las sábanas revueltas de la cama deshecha, y respirar agitadamente mientras su cuerpo recibía al de Aiolia. El sudor empapaba su frente, donde se le habían pegoteado algunos mechones de pelo.

Al acabar, Aiolia se apartó de Milo con gentileza, extenuado por el esfuerzo. Se acostó a su lado y estiró la mano para acariciarle el rostro. Milo se veía también agotado. Aiolia cerró los ojos para descansar un momento, pero volvió a abrirlos al escuchar la voz de Milo que lo llamaba.

-Oye, Aiolia...

-¿Qué pasa? -Aiolia se volvió hacia Milo, y pasó una mano por sus labios. Milo la tomó, sonriendo con un dejo de compasión.

-¿En serio crees que esto que acabas de vivir es real?

La pregunta le cayó como un balde de agua fría.

-¿A qué te refieres...?

Milo respondió en voz baja, como compartiendo un secreto que debía ser protegido de oídos ajenos.

-Tienes que recordar la misión. Esto es una ilusión, ¿no te das cuenta? Yo no estoy aquí. Nada de esto ocurrió. Nada de esto existe.

La idea provocó un sobresalto en Aiolia. Se puso de pie a los tropiezos, miró a su alrededor, y fue capaz de reconocer la sensación de irrealidad que impregnaba el ambiente. Fue como el momento en que los soñadores se dan cuenta de que están durmiendo, y su mundo imaginario comienza a desmoronarse. Volvió la vista hacia la cama, y vio que Milo ya no estaba. Las paredes comenzaron a temblar, y una oscuridad infinita empezó a tragarse todo lo que había a su paso.

-¿Qué es esto...?

Una voz desconocida llegó desde la inmensidad del abismo que estaba cerrándose sobre él.

-Así que has despertado...

-¿Qué eres? -atinó a preguntar Aiolia, sin terminar de entender-. ¿Dónde está Milo...?

-Qué ingenuo eres, león. Antes de preocuparte por él, deberías preguntarte dónde estás tú...

Continuará xD

Notas finales:

Bueno, al final realmente me está divirtiendo escribir este fic o_O

Le agradezco mucho a Neomina, que sigue dándome para adelante, y también a quienes comentaron por los ánimos, no me lo esperaba xD 

Ah, y pido a quien sea fan de Camus x Milo que no desespere y confíe en mí xD Habrá Camus en el siguiente capítulo.

Ahora puedo confirmar que serán 4 capítulos y no 3.  


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