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Zona prohibida por starsdust

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-¿Aiolia? ¿Dónde te metiste? ¡No es hora para bromas, imbécil! -gritó Milo. Estaba furioso. Desde que se habían separado en la tienda luego de detectar una inusual variación energética, lo había perdido de vista. No podía encontrar tampoco ningún rastro de su cosmos. Empezaba a preocuparse.

Algo estaba mal. El local parecía ser más grande que antes. Al buscar la salida para ubicarse mejor, no pudo hallarla y cayó en la cuenta de que estaba estancado en un universo de interminables pasillos interconectados que no llevaban a ninguna parte. El lugar se había convertido en un enorme laberinto.

Intentó convocar a su armadura, sin éxito. Trató comunicarse telepáticamente con Aiolia y tampoco pudo conseguirlo. Quiso identificar la fuente de la energía que estaba afectando el lugar, pero no funcionó. Insistió una y otra vez, concentrándose con cuidado, hasta que de repente escuchó una voz familiar que llegaba desde un punto lejano.

-¡Milo!

Prestó más atención, y la oyó repetir su nombre. Le tomó un tiempo convencerse de que no lo estaba imaginando. No era Aiolia. Era Camus.

-¿Camus...? -preguntó Milo, con prudencia.

-¿Me escuchas? ¿Dónde estás?

No podía ser otro. La pronunciación de cada palabra estaba matizada por el inconfundible y exótico acento francés del guardián de Acuario. No era posible imitar aquello, y mucho menos la sensación cálida que escucharlo hablar le producía en el interior.

-¿Qué está pasando...?

-Tranquilízate -dijo el pálido eco-. Cierra los ojos y sigue mi voz.

-Camus...

Se mantenía atento. Sin embargo, decidió hacer lo que la voz le pedía. Era la única pista que tenía. Si era una trampa, sería guiado hasta el enemigo de todas maneras. Así que obedeciendo al pedido, cerró los ojos, quedando aislado del laberinto. Siguió el llamado de Camus, que susurraba su nombre, hasta escucharlo hablar frente a él.

-Dame tu mano, Milo.

Al extender la mano, Milo sintió que se la tomaban y fue inundado instantáneamente por la calidez del cosmos de Camus. Abrió los ojos y lo vio. Realmente estaba allí. Llevaba puesta su armadura dorada y se veía majestuoso.

-¿Qué haces aquí...? -preguntó Milo. Una parte de él aún no lo creía, por más real que se viera.

-Fui enviado como refuerzo desde el santuario -respondió Camus. Su expresión era extremadamente seria. Sus ojos verdosos vigilaban celosamente los alrededores. Milo reconocía esa actitud. La atención del acuariano estaba puesta en varios sitios a la vez. Estaba alerta, listo para atacar a cualquier enemigo que pudiera surgir.

-¿Cómo que refuerzo? Pero si acabamos de llegar...

-¿De verdad eso crees? -preguntó el francés. Sonaba sorprendido por lo que escuchaba.

-¿Por qué lo preguntas?

La respuesta de Camus dejó a Milo boquiabierto.

-Hace días que no hay noticias de ustedes.

-¿Qué? ¿Días? ¡Imposible!

-Lo que sea que habita este lugar no es un simple demonio. Es algo mucho más poderoso. La tienda se veía vacía cuando entré. Pero de repente pude sentir tu energía, y de esa manera pude hallarte. Estabas atrapado en una especie de dimensión paralela. Probablemente, por esa razón tu percepción del tiempo fuera diferente.

Aquello tenía sentido, pensó Milo. La tienda no era un lugar corriente, y él mismo había perdido a Aiolia de vista, que se había esfumado sin dejar rastro. Quizás en ese momento el gato estuviera atrapado en su propio laberinto.

-¿Y Aiolia...?

-No he sido capaz de localizarlo -respondió Camus-. ¿Qué fue lo que pasó aquí después de que entraran?

-No mucho... Sentimos una energía extraña. Nos separamos por un momento para buscar la fuente, pero entonces perdí contacto con él. Tampoco pude encontrar mi armadura. Y el lugar empezó a expandirse. Allí fue que escuché tu voz.

-Entiendo. ¿Así que cuando se separaron perdieron contacto?

-Sí, fue apenas un segundo...

Milo escuchó un sonido metálico y sintió un cosquilleo en la muñeca. Se miró la mano y descubrió que Camus acababa de colocarle uno de los extremos de un par de esposas similares a las que él mismo había tomado de las góndolas antes. El acuariano cerró el otro extremo sobre su propio puño, y así quedaron unidos por ellas.

-Para que no te apartes de mí. No quiero perderte de nuevo -explicó Camus con una sonrisa. Milo bajó la cabeza y sonrió también. No era como si le molestara demasiado estar encadenado a Camus-. Vamos a salir. No podemos arriesgarnos a seguir aquí.

Sus dedos se entrelazaron, y Milo dejó que Camus sirviera de guía en el camino hacia la escurridiza puerta de salida. El escorpión notó que la calle se veía diferente a cuando él había entrado. Ya no quedaba nada del sol que brillaba el día en que había llegado a Ámsterdam con Aiolia. Estaba lloviendo torrencialmente. Miro hacia atrás y vio la tienda vacía y silenciosa.

-No entiendo cómo pudo pasar. Dos caballeros dorados...

-Milo, confía en mí. Tiene que haber una razón. Vamos a resolver esto.

Una vez afuera, Camus lo cubrió con su capa y lo arrinconó contra una pared. Bajo la tela, Milo se encontró protegido del agua en un micromundo privado donde solamente existían ellos dos. Camus destruyó sin esfuerzo las esposas y utilizó sus manos para recorrer a su compañero, como si quisiera asegurarse de que estaba entero y de que fuera realmente el mismo Milo que él conocía. Milo se entregó al examen sin quejas. El único problema era que a pesar de estar escondidos bajo la capa, estaban en plena calle. Tendría dificultades para contenerse si Camus continuaba tocándolo.

-Me alegra que hayas venido justamente tú -susurró Milo, contra los labios de Camus.

-Llegué de Siberia poco después de que ustedes partieron. Cuando perdieron contacto con el santuario y el patriarca comenzó a temer por su seguridad, le pedí que me dejara venir. Me alivia que estés bien.

Aminorando la intensidad de sus caricias, Camus acercó a Milo contra sí. Lo hizo con ternura, hasta que sus narices se chocaron. Milo hubiera podido quedarse allí, eternamente abrazado a Camus, de no haber sido porque había otro asunto por atender.

-Hay que recuperar las armaduras y rescatar al imbécil de Aiolia.

-Escucha, Milo -dijo Camus-. Tenemos que prepararnos mejor antes de volver a entrar. El lugar es mucho más peligroso de lo que parece. No podemos tomarlo a la ligera.

-Tienes razón...

Volvieron al hotel bajo la lluvia. Camus le ofreció su capa y Milo aceptó solamente por darle el gusto. No le hubiera importado mojarse. De no haber sido porque el tema de la misión fallida le mortificaba, habría sido un momento perfecto.

En la habitación, se cambiaron mutuamente de ropa y compartieron una toalla para secarse, entre besos y caricias. La parte de Milo que se sentía feliz era opacada por la culpa y la rabia que le producía su fracaso en la tienda. No podía disfrutar del momento. Su orgullo como caballero de Atenea estaba herido. Mascullaba maldiciones mientras utilizaba su dedo índice para dibujar el plano del interior de la tienda sobre la colcha de la cama cuando sintió que los dedos de Camus lo obligaban amigablemente a levantar la cabeza.

-Milo...

-¡Perdón...!

-Tengo algo que decirte -anunció Camus. Lo hizo con tal ceremonia que Milo puso a un lado sus preocupaciones y contuvo la respiración, expectante-. No pensaba decírtelo ahora sino una vez que la misión terminara, pero...

-¿Qué es? -preguntó Milo, impaciente.

-Muy pronto voy a volver definitivamente al santuario. Mi misión en Siberia ha terminado.

-¿En serio?

Al ver a Camus asentir, Milo se tiró sobre él para abrazarlo, con tanto entusiasmo que terminó derribándolo sobre el colchón. Camus le permitió expresar su alegría sin poner obstáculos. Esa era probablemente la única noticia capaz de hacerle olvidar a Milo aunque fuera por un momento el problema de la tienda. Tendría a Camus de vuelta. El tiempo que compartían en las visitas nunca eran suficiente, los días que pasaban juntos estaban siempre teñidos del sabor agridulce que producía saber que tarde o temprano llegaría la inevitable despedida.

-Sabía que te animaría saberlo -dijo Camus con una sonrisa.

-Te he extrañado, tantas veces...

No era algo que Milo dijera seguido, porque sabía lo importante que era Siberia para Camus. Generalmente se lo guardaba para sí, para no incomodarlo. Pero ahora ya no importaba.

-Yo también, Milo -reconoció Camus-. Y no te preocupes por Aiolia. Vamos a rescatarlo y a recuperar las armaduras.

-Es que es ridículo. No debería estar pasando -se lamentó Milo al recordar ese tema. Molestó, realizó quince pequeños agujeros en el colchón con su Aguja Escarlata, dejando marcada sobre él la silueta de la constelación de Escorpio.

-A veces no podemos solos con algunas cosas. Entiendo que sea frustrante, pero deja de culparte...

El acuariano se incorporó e invitó a Milo a sentarse, cosa que el chico aceptó sin demasiados ánimos.

-No puede ser que haya perdido el control de una misión de esta manera...

-A veces, perder el control nos ayuda a ver las cosas desde otra perspectiva.

Milo rió. Era irónico que Camus, que siempre quería controlarlo todo, estuviera diciéndole algo así.

-Eso suena bonito, pero es más fácil en la teoría que en la práctica.

-En la práctica... -reflexionó en voz alta Camus.

Luego de un breve silencio, se colocó detrás de Milo, apartó la melena de su camino y besó su nuca. Milo dejó escapar un suspiro, y se aflojó un poco. Su cuerpo entero se relajó y su cabeza se fue naturalmente hacia adelante, pero algo le forzó a mantenerla derecha. Camus estaba vendándole los ojos.

-¿Oh...? Hace tiempo que no jugábamos a esto...

Era uno de sus juegos favoritos. Una vez que empezaba, no había manera de saber en qué culminaría. A veces terminaba siendo llevado a un lugar completamente diferente, un sitio especial. A veces podía terminar atado a la cama, sintiendo en todo su cuerpo las caricias de Camus pero incapaz de responder a sus acciones, teniendo que resignarse a disfrutar en silencio de lo que le tocaba. A veces, simplemente hacían el amor como de costumbre, pero al no poder ver, Milo tenía la oportunidad de explorar el cuerpo de Camus de una manera distinta. Siempre descubría algo nuevo, y por lo tanto, todo se sentía diferente a lo habitual. Era inútil pretender predecir qué pasaría cada vez. Eso era lo divertido.

-Recuerda que a veces está bien perder el control. Préstale atención a lo que sientes -dijo Camus, atrayendo a Milo hacia atrás.

Milo fue abrumado por una ola de excitación difícil de dominar. Su cuerpo estaba reaccionando al estímulo demasiado rápido. No quería apurar las cosas, pero de pronto el peso del deseo que llevaba acumulado luego de semanas sin ver a Camus comenzaba a hacerse notar. Estaba a punto de explotar.

-Camus... quería verte -musitó Milo, agitado. Camus notó la ansiedad de Milo, y se abrió paso entre sus piernas para acariciarlo. Milo creyó que no sería capaz de resistir la provocación, pero la serena actitud de Camus, que lo sujetaba con firmeza, lo ayudó a mantener la calma.

-Tranquilo -susurró Camus, depositando un pequeño beso en su mejilla. Milo no se conformó con esto y buscó sus labios, volviendo la cabeza hacia atrás. Camus se hizo desear. Recorrió con su mano los bordes de la boca de Milo, y finalmente deslizó sus dedos dentro de ella, acariciándola por dentro. Milo los lamió como si estuvieran untados con miel.

Por fin Camus acercó sus labios, y Milo se aferró al beso, por más que la posición le resultara incómoda, ya que estaba de espaldas a Camus. Ninguno de los dos se había quitado la ropa, pero la barrera de tela arrugada que los separaba producía una fricción interesante. A través de ella, Milo podía sentir que Camus estaba igual de excitado. Estaba preparado para unirse a él.

-Entra... -imploró Milo. Camus apartó un poco la ropa que estaba en su camino, solamente lo suficiente como para cumplir con el pedido. Una vez que sintió a Camus adentro, Milo se movió marcando el ritmo del movimiento. Cada rincón de su cuerpo lo agradecía. Llevaba demasiado tiempo anhelando aquello.

-¿Así? -preguntó Camus hablándole al oído mientras incrementaba la intensidad de la regularidad del vaivén y la profundidad que alcanzaba, de acuerdo a los deseos de Milo.

Asintiendo, Milo dejó escapar un gemido y arqueó la espalda hacia atrás, buscando acomodarse mejor a Camus. La venda de los ojos estaba haciéndole sentir calor, así que se la quitó y la dejó a un lado, pensando que de todas maneras podía tener otros usos más adelante. Camus pasó una de sus manos por el rostro de Milo y acarició sus párpados.

Milo entreabrió los ojos. Todo a su alrededor y en su interior se movía. Se sentía mareado, pero no era algo del todo desagradable. Estaba perdiendo la noción del tiempo y el espacio. No le dio importancia, hasta que ocurrió algo inédito. Una alarma de peligro se disparó en su cerebro. Sintió miedo.

-Espera... -alcanzó a decir.

La palabra fue suficiente para que Camus entendiera que algo no andaba bien y se apartara respetuosamente, con delicadeza. Tuvo que sostener a Milo, que estaba bañado en sudor y temblaba, para que no se fuera de bruces.

-¿Qué pasa...?

-Hay algo raro... no sé qué es.

Por la expresión del rostro de Camus, Milo supo que lo había asustado.

-¿Qué estás sintiendo exactamente? -preguntó Camus, consternado-. Quizás tenga que ver con la tienda... Quizás debí ser más cuidadoso... Quizás...

Milo negó con la cabeza. Intentaba identificar qué era lo que le generaba el malestar, pero no era tan simple. Sintió arcadas y se llevó una mano al cuello. Tenía la sensación de estar atragantado con algo, y tuvo la descabellada idea de que se trataba de palabras atoradas que luchaban por salir. Sentía la necesidad urgente de hacer una pregunta que no tenía sentido.

-¿Dijiste que ya no volverías a Siberia, Camus? ¿Qué pasará con los chicos?

-¿Con los chicos? -Camus parecía encontrar extraño que Milo preguntara por ellos en ese momento, pero Milo insistió como si aquel fuera un asunto de suma relevancia.

-Isaac y Hyoga... ¿están realmente listos?

-Eso se verá -dijo Camus, desviando la vista-. No estés pensando en esas cosas...

No conforme con la respuesta, Milo puso sus manos sobre las mejillas de Camus para poder verlo cara a cara. Se había dado cuenta de que hasta ahora, Camus había estado evitando su mirada. Cuando consiguió por fin mirarlo directamente a los ojos, entendió por qué. Había algo diferente.

-Tú no eres real, ¿verdad? -dijo Milo, apartando sus manos.

El francés sonrió con tristeza. Milo se levantó de la cama y retrocedió hasta darse contra una de las paredes de la habitación. No se sentía amenazado, sino simplemente aturdido. Camus observó a Milo alejarse, acomodó sus ropas, se puso de pie con elegancia y fue hacia el escorpión.

-Te diste cuenta, Milo.

-¿Qué eres?

-Soy una proyección de tu propia mente. Tú mismo me creaste a partir de tus recuerdos y deseos. Estás encerrado en una ilusión que aprovecha tus fantasías y tus debilidades para atraparte -explicó el falso Camus con paciencia, poniendo una mano sobre la cabeza de Milo-. Echas mucho de menos a Camus, ¿verdad? Pero si no sales de aquí, nunca podrás volver a encontrarte con él.

-Camus...

Si aquello era una visión, entonces Milo estaba hablando consigo mismo, por más insólito que sonara. Se sintió disminuido, impotente, agobiado. Era una sensación muy extraña, como si en el instante en que Camus le había explicado la verdad, todo él se hubiera encogido y las cosas a su alrededor se hubieran vuelto más grandes.

De pronto, se miró las manos y se dio cuenta de que no era solamente su impresión, sino que realmente era más pequeño que hacía unos momentos. Tenía la altura de un niño, el cuerpo de un niño, el rostro de un niño, y se sentía como el niño que había sido antes de conseguir la armadura de Escorpio. Un nudo de angustia se formó en su garganta. Tenía ganas de llorar. Camus, que ahora se veía alto como una torre en comparación, se arrodilló frente a él.

-No llores... -susurró el mayor, atajando las lágrimas que se asomaban a través de los ojos del pequeño Milo-. Tienes que escapar de esta ilusión. Tienes que volver a esa tienda y enfrentar al enemigo.

-Pero... ¿cómo? -preguntó Milo, afligido. Camus lo levantó del suelo y lo acunó en sus brazos con cariño.

-Si tú ayudaste a crear este mundo de fantasía, también tienes el poder de destruirlo.

-Estoy bien aquí, no quiero pelear más, no quiero ir, por favor... -sollozó el pequeño Milo, aferrándose a Camus con fuerza.

-No dejes que esa cosa utilice tus miedos contra ti -susurró Camus en su oído-. Despierta...

Milo sintió que lo dejaban de vuelta en el suelo. Abrió los ojos y estaba solo. Había recuperado su estatura normal, aunque tenía aún los ojos llorosos. Se secó las lágrimas con el antebrazo. No podía entender cómo había llegado a estar a punto de dejarse atrapar por sus propios deseos, y por inseguridades de las que ni siquiera era consciente.

El aire se veía espeso. Milo preparó su Aguja Escarlata, y siguiendo un impulso, hizo el gesto de partir en dos el espacio que se encontraba frente a él. Algo cambió. En la ruta a través de la cual se había movido su dedo podía apreciarse la huella casi invisible de un hilo de energía que era diferente al resto. Milo sintió haber encontrado la llave de salida, e hizo arder su cosmos para hacerla girar.

-Scarlet Needle! -exclamó. La técnica cortó a través del aire, y este se abrió, revelando otro lugar.

oOo

Se encontraba en el suelo cuando volvió en sí. Su cuerpo estaba entumecido. Se incorporó, miró a su alrededor y reconoció la tienda, de la que en realidad nunca había salido. A pocos metros percibió el cosmos de Aiolia, que estaba despertando al igual que él, y lucía confundido. Milo se preguntó si el león también habría sido atrapado en una ilusión, pero no había tiempo para charlas. Era hora de disponerse a pelear.

-Me impresiona que ambos hayan escapado -dijo una voz sin dueño visible que rodeó a los dos caballeros dorados-. Pero les hubiera convenido quedarse donde estaban antes que tener que enfrentarme...

Continúa en el siguiente y último capítulo :P

 

Notas finales:

 
En el siguiente capítulo termina la historia xD ¿Qué pasa en la tienda? ¿Quién es el enemigo y qué busca? WTF? Todas esas preguntas y más (?) serán respondidas :P

A propósito, mostré el momento exacto del escape de Milo y no el de Aiolia porque mostrar el de Aiolia hubiera dado pistas sobre lo que pasaría con Milo :3 Pero Aiolia escapó de una manera parecida a la de Milo, "rompiendo el sueño" al elevar su cosmos (cosa que en el caso de Milo fue representado usando una Scarlet Needle virtual) y como consecuencia despertando en la realidad.

Las ilusiones de ambos comenzaron en el momento en que se separaron por unos segundos después de sentir la energía rara en el capítulo 1. En resumen, ninguno de los dos salió nunca de la tienda, sino que estuvieron a punto de terminar hechos unos vegetales, al igual que las anteriores víctimas.

Como quien haya leído Fiebre sabrá, tengo una cierta debilidad por incluir vueltas de tuerca y momentos medio bizarros xD Así que creo que mi momento favorito de escribir en este capítulo fue el de Milo en miniatura xDDDD

Mensaje para Neomina: Las referencias como al pasar a bondage fueron como "adelanto" (?) del fic del que habíamos hablado y que te había mencionado que quizás escribiré xD

Alguien me preguntó acerca de Milo en el manga Episodio G. Aquí hice una lista de algunas de las veces en que aparece (las más veces en que hizo cosas más relevantes).

Gracias por leer a mis pocos pero buenos lectores xD

 


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