Alma y Yuu llevaban una relación muy privada. En público no existían los besos, ni abrazos ni caricias y, de hecho, ni siquiera se acercaban a menos de cuarenta centímetros del otro. Ya ni hablar de cuando estaban acompañados por un tercero.
Alma era hablador y Kanda sólo daba su opinión cuando le preguntaban o cuando los otros dos estaban diciendo una estupidez tan grande que, simplemente, no podía callárselo. Ellos no eran, ni de lejos, la clase de pareja que te hace sentir el sujeta velas.
Ah, pero bajo la intimidad... En el resguardo del silencio y un lugar fuera de miradas indiscretas había besos apasionados, manos inquietas, miradas traviesas, risas incontroladas y suspiros seductores. Había también roces de piel desnuda, palabras trémulas e intenso placer.
Nadie sabía de lo que eran capaces, de que los juegos no habían muerto con su infancia, de la imaginación y el ingenio que convertían la cosa más insignificante en la escalera a un mundo muy fuera del alcance de los demás.
Nadie podía siquiera entreverlo aunque lo sospecharan porque Kanda Yuu era demasiado serio, recto y aburrido como para ser, en realidad, tan bueno en el sexo que su cara bonita podía insinuar; y Alma Karma, la verdad, era demasiado extrovertido, simpático y divergente como para tener fetiches ocultos bajo su estúpida y despistada sonrisa.
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Alma y Yuu llevaban una relación muy privada. En público no existían los besos, ni abrazos ni caricias y, de hecho, ni siquiera se acercaban a menos de cuarenta centímetros del otro. Ya ni hablar de cuando estaban acompañados por un tercero.
Alma era hablador y Kanda sólo daba su opinión cuando le preguntaban o cuando los otros dos estaban diciendo una estupidez tan grande que, simplemente, no podía callárselo. Ellos no eran, ni de lejos, la clase de pareja que te hace sentir el sujeta velas.
Ah, pero bajo la intimidad... En el resguardo del silencio y un lugar fuera de miradas indiscretas había besos apasionados, manos inquietas, miradas traviesas, risas incontroladas y suspiros seductores. Había también roces de piel desnuda, palabras trémulas e intenso placer.
Nadie sabía de lo que eran capaces, de que los juegos no habían muerto con su infancia, de la imaginación y el ingenio que convertían la cosa más insignificante en la escalera a un mundo muy fuera del alcance de los demás.
Nadie podía siquiera entreverlo aunque lo sospecharan porque Kanda Yuu era demasiado serio, recto y aburrido como para ser, en realidad, tan bueno en el sexo que su cara bonita podía insinuar; y Alma Karma, la verdad, era demasiado extrovertido, simpático y divergente como para tener fetiches ocultos bajo su estúpida y despistada sonrisa.
Alma y Yuu llevaban una relación muy privada. En público no existían los besos, ni abrazos ni caricias y, de hecho, ni siquiera se acercaban a menos de cuarenta centímetros del otro. Ya ni hablar de cuando estaban acompañados por un tercero.
Alma era hablador y Kanda sólo daba su opinión cuando le preguntaban o cuando los otros dos estaban diciendo una estupidez tan grande que, simplemente, no podía callárselo. Ellos no eran, ni de lejos, la clase de pareja que te hace sentir el sujeta velas.
Ah, pero bajo la intimidad... En el resguardo del silencio y un lugar fuera de miradas indiscretas había besos apasionados, manos inquietas, miradas traviesas, risas incontroladas y suspiros seductores. Había también roces de piel desnuda, palabras trémulas e intenso placer.
Nadie sabía de lo que eran capaces, de que los juegos no habían muerto con su infancia, de la imaginación y el ingenio que convertían la cosa más insignificante en la escalera a un mundo muy fuera del alcance de los demás.
Nadie podía siquiera entreverlo aunque lo sospecharan porque Kanda Yuu era demasiado serio, recto y aburrido como para ser, en realidad, tan bueno en el sexo que su cara bonita podía insinuar; y Alma Karma, la verdad, era demasiado extrovertido, simpático y divergente como para tener fetiches ocultos bajo su estúpida y despistada sonrisa.