Ser perfecto es algo costoso. Debes sacar las mejores notas, tener la mejor marca corriendo, ser absolutamente educado con todos, llevar el pelo cortado a la perfección… Sí, porque hasta el más ínfimo detalle debe ser cuidado.
Changmin sabía esto. Desde que tuvo uso de razón, su meta en la vida fue ser el mejor en todo. Ser perfecto. Ser el niño de papá y el ojito derecho de mamá. Muchos pueden pensar que hacía esto para sentirse mejor con su persona, ganarse el respeto de sus padres o la admiración de los profesores. Pero no. En la retorcida e infantil mente de ese niño con cara de ángel, se tejía una serie de maquiavélicas ideas sobre lo divertido que sería dejar mal parados a todos sus compañeros de clase. Porque si Changmin Shim era algo, definitivamente, era un demonio de ensortijadas ideas, dotado de una inteligencia claramente superior, y él lo sabía. Y sí, lo utilizaba en su propio y único beneficio.
Changmin nunca fue bueno con la gente. Odiaba el contacto, nunca le interesaron las mujeres de esa forma, ni de otra, para que mentir. No es como si le interesaran los hombres o algo así, aunque alguna vez lo pensó, su conclusión más clara fue que simplemente era demasiado inteligente como para sentir algo tan banal como es el amor por otro ser humano.
Siempre recordará con orgullo cuando, con cinco años, una niña comenzó a decir que él era su novio y el pequeño Changmin dejó más que claro que nadie querría a una niña que no supiera preparar su plato de comida favorito. Hacer llorar a las niñas siempre fue su pasatiempo favorito, a parte de estudiar, claro. A partir de eso pensó que jamás tendría una pareja, y si llegaba a tenerla por algún milagro de la vida, de ningún modo sería un torpe, hablador y animado ser.
Él es un chico guapo. Lo sabe, estudió un cursillo de arte y reconocía la simetría en su rostro, la armonía de su cuerpo. Sus músculos bien definidos pero no exageradamente marcados. Sus largas piernas y sus casi dos metros de altura, le hacían tener una silueta envidiable incluso para la mejor de las modelos. No puede decir que jamás utilizó su perfecta y blanca sonrisa para conseguirse un suculento desayuno gratis en la cafetería de la universidad.
Pero Changmin no era todo antipatía o falsedad. Había alguien con quien no podía evitar convivir, y, en un principio, no era porque justamente así lo deseara, sino porque es su hermano pequeño. Minho.
Todo lo contrario a él. Con una cálida y radiante sonrisa, completamente sincera, solo parecían hermanos para la gran altura que los caracteriza.
Y es que Changmin todavía recuerda el día en el que sus padres le anunciaron que tendría un “hermanito”. Un ser que, nueve meses antes de si quiera saber si sería niño o niña, ya intuía que sería molesto.
Lloraría, le quitaría el protagonismo, de solo pensarlo le ponía enfermo y se preguntaba por qué sus padres no habían utilizado protección. Porque no, él no se creía esa historieta de que una cigüeña lo había traído desde París. ¿Y qué podía hacer? Sus notas no podían mejorar más. Todos esos años practicando para fingir la mejor de las sonrisas se irían por la borda por culpa de un niño estúpido que seguro que jamás de los jamases le podría caer bien.
Hasta que lo tuvo en brazos.
Changmin jamás había sostenido un bebé entre sus brazos. En realidad se veía demasiado pequeño para hacerlo. No le preocupaba que el bebé pudiese caer, sino que él quedaría mal si lo hacía. Pero su madre, aún más cabezota que él mismo, había conseguido que lo hiciera. El por entonces pequeño Shim Changmin experimentó la calidez de otro ser humano. Una sonrisa sincera. Baba manchando su pijama favorito, aunque no le importó mucho. Todo lo compensaban esos ojos sinceros que decían “Te quiero hermanito”. Justo en ese momento, decidió que su meta en la vida debía ampliarse. De ser el niño de papá y el ojito derecho de mamá, a ser el niño de papá, el ojito derecho de mamá y el mejor hermano para Minho.
Y ahí estaba, en la puerta de ese bar, el mejor iluminado y con mejores salidas. Todo tenía que ser lo mejor. Changmin se había esforzado mucho por buscar en internet un lugar en el que su hermano pudiera ser joven sin necesidad de estar preocupado. Porque él lo había intentado, que Minho fuera como él, no el típico adolescente que prefiere salir a beber que quedarse en casa leyendo un libro o estudiando a hasta altas horas de la noche. Pero en parte comprendía a su hermano y quería que estuviera protegido. Por eso fue expresamente a ESE bar para examinarlo a fondo.
Miró alrededor, esperando no encontrarse a ninguno de sus estúpidos compañeros de universidad y entró con paso decidido, sin preveer de ninguna de las maneras que ahí dentro le esperaba el mayor desastre de su vida. Y ese desastre tenía nombre…
-¡Jaejoong!-
Junsu, desesperado, pasaba la mano por delante de la cara de su amigo, intentando que despertara de aquél shock. Porque no, jamás pensaron en la posibilidad de que la persona que entrara por esa puerta fuera, nada más y nada menos, que un hombre.
-¡No puedo! ¡Es un chico!-
Gritaba Jaejoong, zarandeando a Yunho con desesperación mientras él negaba, intentando mantenerse serio aunque realmente estaba aguantando una gran y burlona carcajada.
-No Jae, es lo que hay. Jamás pusimos nada sobre que pudiese o no ser hombre o mujer, así que debes atenerte a las consecuencias.-
Decía con tranquilidad, con una sonrisa socarrona en el rostro. Sonrisa que se borró segundos después, cuando la campanilla que señalizaba que alguien había entrado por la puerta del bar, sonó.
Entonces entró…