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Algo más que un ligero dolor en el trasero por Etsuyah_Kitazawa

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Notas del fanfic:

Este lo escribi basado en una historia personal publiqué en fanfiction hace un tiempo. No es plagio, si alguna ya lo leyó... Si no, bien por ustedes porque aquí está...

Sentí que mi cuenta tenía demasiado J-cosa.

Notas del capitulo:

Hola.

 

 

Después de la caída, y luego de que pasaran cuatro días en que el dolor en la zona del cóccix no cesara, Nowaki prácticamente lo había arrastrado al hospital a que se hiciera exámenes. "Es un asunto de salud, y cuando se trata de Hiro-san, no lo dejaré pasar". Es por eso que ahora se encontraba en la sala de espera de la consulta del doctor Matsumoto. No era de extrañar que los asientos de la diminuta estancia fueran de lo más incómodos, mas el hecho de que su visita estuviese fijada para las nueve de la mañana y ya fueran las nueve con veintiocho, le estaba hartando. Si había algo que fastidiara a Hiroki Kamijou, más que cualquier otra cosa (incluso más que el dolor permanente en el trasero), era la impuntualidad. Bien conocían este hecho sus alumnos, cuyas cabezas servían de blanco para la famosa competencia lanzamiento de proyectiles (léase libros) del demonio Kamijou; mientras más alumnos dejaras sin sentido, más probabilidades tenías de ganar. De todas maneras, esperar tanto tiempo hacía que su, de por sí, bajo nivel de paciencia llegara a su punto cúlmine. El hecho de que el departamento de traumatología estuviera lleno de ancianos tampoco ayudaba. Le había rogado a Nowaki, a su modo, "¡Acaso no eres doctor! ¡Entonces revísame de una vez, haz una maldita receta, fin del asunto y todos felices!" Pero las cosas no eran tan simples. Nowaki era pediatra, tenía turnos toda la semana y un horario bastante copado. Sin embargo, la reticencia de Hiroki a que cualquier individuo extraño invadiera su espacio personal y le tocara precisamente ese lugar, le había dificultado la casi imposible misión de convencerlo de tomar la hora con el traumatólogo. Finalmente lo consiguió. ¿Para qué? ¡Para que el jodido viejo se la pasara vagando y no atendiera a sus pacientes, maldición!

Luego de lo que pareció una eternidad de espera, al fin llegó su turno, y con las piernas temblorosas se dirigió a la sala del dichoso médico. No era que estuviera nervioso, es que las putas viejas gordas le habían hecho pararse de su incómoda silla en la cual recién había encontrado la postura (apoyado en su muslo izquierdo, formando un ángulo de veinte grados aproximadamente, respecto al punto de apoyo), porque ellas no eran capaces de adelgazar y les pesaba el trasero. Claro, pero él, con dolencias de los diez mil infiernos y más, con síntomas de estreñimiento crónico o sexo fogoso toda la noche, debía pararse para darle el puto asiento que ni siquiera era cómodo a la bruja marrana que lo miraba con expresión lastimera, como si con eso consiguiera ablandar el corazón del demonio Kamijou. ¡Ja!

Pensando en esto, cada vez más enrabiado, entró al cuartucho, sólo para descubrir el rostro de un anciano que le saludaba alegremente. "Como si disfrutara el estar aquí, viejo porcino" pensó, mientras intentaba ponerse cómodo en esas sillas que seguro las mandaban a hacer más incómodas para recetar al paciente más medicamentos para aliviar el dolor posterior a la visita, remedio excesivamente costoso de una compañía con la que seguramente el hospital estaba asociado, las bazofias empresariales, lucrando y usufructuando de la pobre gente que confiaba en sus recetas con patéticos intentos caligráficos. Los odiaba a todos ellos, se creían mucho por haber estudiado tantos años en la universidad para después jugar a Dios, a salvar vidas y... Oh, cierto... Nowaki, eh... Nowaki era bueno en la cama, así que quedaba exento de cargos. Ejem... Entonces, doctores.

-Buenos días, Señor Kamijou. ¿Qué le trae por aquí?- Saludó el vejete, pretendiendo mirar unos papeles.

-Buenas noches, vengo porque tengo un dolor en... La espalda...

El hombre fingió no darse por enterado de la sutileza del saludo de su paciente y prosiguió con su interrogatorio previo. Que cómo, cuándo, haciendo qué. El profesor de literatura había tenido que explicarle al menos unas veinticinco veces hasta por fin atreverse a decir que era su trasero el que le dolía, no la espalda. Luego de esa corrección, y una risotada que reverberó en la habitación por unos momentos, de pacientes pudorosos que podrían ser diagnosticados de lumbago cuando en verdad lo que tenían era problemas de tránsito intestinal. Hiroki se apresuró a argumentar que hasta ahora su proceso digestivo era normal, bastante bueno para sus veintinueve años, muchas gracias. Lo siguiente fue algo vergonzoso de narrar. Que su estúpido novio (omitiendo la palabra clave: novio) le había obligado a ir a una salida (romántica) a patinar en hielo, y que desde niño sus padres nunca le dejaron subirse siquiera a un triciclo, entonces no tenía idea de cómo estabilizarse sobre ruedas, o líneas metálicas en este caso. Cómo en un arranque de autosuficiencia, llámese también orgullo y derivados, intentó avanzar sin afirmarse de la baranda y cayó de lleno sobre su no muy abultado trasero, el cual ni siquiera amortiguó su caída.

-Ya veo... Entonces, bájese los pantalones y recuéstese en la camilla.

-¡¿QUÉ?!

-Por supuesto, necesito examinarlo. Ahora, si fuera tan amable de hacer lo que le pido...

Congelado. Sudor frío. ¿A qué doctor de mala muerte en todo el inframundo médico le había mandado Nowaki? ¿Es que debía comenzar a rezar porque el viejo este no fuera pederasta o en el peor (¿o mejor?) de los casos, hubiese inventado un método de cura para las lesiones de cóccix follando al paciente hasta que no sintiera las piernas. Método poco frecuente pero bastante efectivo, dicen. A regañadientes, comenzó a abrir su pantalón, dejando al descubierto sólo una parte de su abdomen, tumbándose de espalda en la camilla, intentando conservar la compostura y lo que quedaba de su dignidad...

-Del otro lado, si fuera posible, Señor Kamijou.

Pero al parecer, alguna suerte de divinidad le había agarrado el gusto a joderle los planes últimamente.

Más que un simple dolor en el culo: Sumisión, el colmo de los orgullosos, y si el profesor Kamijou era algo, eso definitivamente era orgulloso. Maldiciendo por lo bajo, pero agradecido de que no hubiesen terceras personas para presenciar su desgracia y sometimiento, hizo como se le mandaba, quedando boca abajo en la, vaya, incómoda y dura camilla. Con los ojos cerrados y la mandíbula apretada, sintió como el doctor forcejeaba para bajarle los pantalones, luego su mano luchando por traspasar la barrera ropa y... ¡UN DEDO! ¡EL MUY INFELIZ LE HABÍA METIDO UN DEDO EN EL CULO! No logró contener un leve quejido, que sonó como cuando pasas los cubiertos por sobre la vajilla con mucha fuerza. Un sonido ahogado en la garganta, pero no podía articular palabra. "¿Es ahí el dolor?", "¿más arriba?" Y sólo los casi imperceptibles movimientos de cabeza. La peor pesadilla que cualquiera puede tener, allí, frente a sus ojos (más bien frente a sus nalgas). Y mientras el anciano ponía su decrépito dedo un tanto más abajo y hacía presión, las lágrimas amenazaban con caer de sus ojos.

Humillación. Es lo que sintió Kamijou Hiroki, profesor universitario, en el otoño de sus veintinueve años de edad, saliendo de la consulta del doctor Matsumoto en el área de traumatología del Hospital cuyo nombre nunca podía recordar, una orden de radiografía en mano, los restos de su orgullo en la otra. ¿Qué haría el baboso de su novio si se enteraba de que prácticamente había sido violado por el vejete del médico quien, abusando de su confianza y fe ciega de paciente, había introducido sus dedos por lugares antes inexplorados por... Bien, sólo por una cuarta parte de todo Japón? Tampoco eran tantas personas... Pero con lo subnormal que era, seguro que salía con alguna nueva fantasía. Mierda con los mocosos de hoy en día. Pervertidos...

¡Habían profanado su dignidad de ser humano, su integridad física, su amor propio! Eso no volvería a ocurrir. Podría partírsele el culo por no hacerse la jodida radiografía, ¡¿y qué? ¡Fornicaba como un maldito conejo ocho de cada siete días a la semana y hasta ahora podía pararse erguido a hacer cada clase la mañana siguiente! ¡Qué más daba! Rompió la orden de radiografía en pedacitos y salió con la frente en alto, dignidad y orgullo recuperados, para salir lo más pronto de ese traumático lugar que era la zona de traumatología, el cual esperaba no volver a pisar ni en un millón de años.

Y si Nowaki preguntaba...

-¡¿Qué?!

-Eso que oíste... Nada de sexo en un mes.


Notas finales:

Chao.


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