*Cuestión de almohadas.*
Estaba cansado, agotado en realidad. Estaba sentado en uno de los asientos del tren al que acababa de subir. Se había puestos los cascos y había cerrado los ojos con la intención de dormir durante al menos una media hora más. Porque la verdad era que estaba agotado, no porque el día anterior hubiera sido un día especialmente duro, sino porque se había quedado hablando por teléfono hasta las tantas. Y todo por su culpa.